Últimos párrafos del diario de Nadie:
Me he equivocado y llevado la pluma a los labios en lugar del cigarrillo. Me doy cuenta porque al aspirar no entra humo en la boca y pienso con distraída ingenuidad que se ha apagado.
Al ser consciente de lo que he chupado y a pesar de estar solo en la casa, miro a mi alrededor con temor a que alguien hubiera visto semejante estupidez.
Temo más al ridículo que a la enfermedad que pudre mi cerebro.
Sé que este es un hecho banal y hace bostezar desesperadamente a las ovejas de puro aburrimiento; tienen razón. Sin embargo, para mí ha sido el suceso más importante del día y no me interesa particularmente la literatura.
No me parece triste, todo lo contrario, lo encuentro cómico. Aunque me temo que la comicidad es una situación triste de quien está acabado. Los personajes cómicos siempre han sido mendigos con un ingenio tramposo para que los obreros se sientan bien en su condición de esclavitud.
Lo que me preocupa es el resultado de la biopsia que me hicieron en el cerebro. Se llevaron un trozo pequeñito de mis sesos, no dolió la extracción; pero sí el agujero que me hicieron en la calavera con una simple sedación local. No puedo conciliar el sueño evocando el chirrido del taladro y ese dolor venenoso de lo que quiere invadir lo más sagrado del ser humano.
Me dejaré morir si me dicen de hacer otra biopsia.
Y ahora espero el diagnóstico de la máquina que me leerá el médico como un notario la puta hipoteca.
Hace años que los médicos ya no saben diagnosticar, sólo son administrativos tramitando citas con las máquinas de analíticas e imagen.
¡Vaya, parece que la tontería de la pluma se ha complicado! No me apetecía escribir de ello en este diario de Nadie. Nadie soy yo, lo vuelvo a escribir porque a veces me olvido de qué o quién soy.
¿Sabes qué te digo? Para morir con angustia tras conocer el veredicto del diagnóstico, prefiero una muerte despreocupada y coloquial con la infeliz ignorancia de morir sin el estrés de saber lo inevitable.
No voy a acudir al administrativo sanitario que no sabe explicar o teorizar entre ignorancia y desidia mi mal. Además, estoy seguro de que me cantará el diagnóstico de un cerdo enfermo por algún error en el análisis de la muestra.
Se parecen más a hechiceros que a médicos.
Lo peor es que no les importa el dolor ajeno. Si les importara te dirían que mejor no pasar por ello. Es innecesario.
La premisa es que no es bueno sumar más dolor a la enfermedad. Si estás condenado a una muerte pronta ¿para qué tanta mierda?
Los cuerdos son cobardes por mucho que duela. Y de ellos se aprovechan los fabricantes de diagnósticos.
No asistiré a la cita con el neurólogo, punto.
Me voy a fumar otra pluma y esperar que dejen de sangrarme los oídos.
¡Cómo ha crecido mi hijo en estos siete años que lleva muerto! Me sonríe desde el umbral de la puerta de la habitación.
Nunca llegué a conocerlo como adulto, murió cuando apenas alcanzó la adolescencia. ¡Qué guapo es!
Si su madre no se hubiera suicidado sería histéricamente feliz de verlo.
¡Qué bonita es la soledad compartida!
Ojalá hubiera estado tan podrido cuando murieron. No habría llegado a escribir estas cosas en el diario de Nadie, no hubieran sido tan dolorosos estos últimos tres años que Sari me dejó sólo.
Mis compañeros de trabajo me envían mensajes de ánimo y pronta recuperación de mi depresión; no tienen por qué saber más. Los más amigos bromean diciéndome que disfrute de mi baja.
Al principio respondía a todos los mensajes con un adiós. Hace ya dos semanas, ni eso. De hecho, el móvil está apagado.
No es locura o un tumor cerebral lo peor.
Lo peor es el hastío.
Ocurre muy a menudo que el corazón parece cansado, se detiene un segundo y luego arranca con un doble latido tan fuerte que me quita el aire del pecho y marea.
Creo que es lógico. Hacia donde voy sólo hay quietud y el corazón lo presiente, quiere parar de una puta vez de puro cansancio y de que un cerebro enfermo le dé órdenes. Estamos nerviosos porque esto dura demasiado. No he sido tan valiente como mi esposa, quiero decir que he sido pornográficamente cobarde y me dejo morir pasivamente en lugar de trabajar en ello de forma activa.
No voy a perder más tiempo aquí, a la mierda el tratamiento.
El fantasma de mi hijo, mi elaborada alucinación se ha esfumado. Supongo que a ningún hijo le apetece ver morir a su padre; pero es mucho más obsceno y turbador que el padre sobreviva al hijo.
Soy un hijoputa.
Sólo quedo yo de todo lo que importa, soy un ganador de mierda.
Ya por poco tiempo.
No. Realmente hay días en los que no estoy seguro de estar vivo. Siento que soy un sueño, el vapor que desprenden los durmientes.
Fumar la pluma ha sido una dosis de realidad. No es cualquier cosa, me recuerda que todo está mal. Yo sólo quiero que esto se acabe, largarme.
Ahora, dos hombres de rostros deformes e indescriptibles reptan por el suelo con rapidez usando sus brazos y manos de dedos rotos y me muerden las piernas en silencio, como insectos. De cintura para abajo no tienen cuerpo y han dejado un rastro de brillante humedad en las baldosa como una estela de baba tras de sí; mi hijo asoma de nuevo sonriente en el umbral.
Tengo tanto miedo a ser devorado indolora y horriblemente que mi mente se ha fragmentado y veo el mundo a través de los añicos de un espejo. Me levanto asustado de la silla y me dirijo al salón sin más razón que el olor a podrido. Arrastro a los semi caníbales que no dejan de devorar mi carne a cada paso, el pasillo parece hacerse infinito y temo no llegar. Es un tópico surrealista, carezco de originalidad alguna.
En el salón, el cadáver de Sari se descompone relajadamente tendido en el sofá y el cuchillo que le clavé en el pecho sigue firme como un hito de altitud en el pico Esquizo a un millón de metros sobre el nivel de la humanidad y su realidad de mierda.
La dejé en el salón porque el hedor en la habitación no me dejaba dormir.
No se suicidó, no puedo mentirme en momentos de lúcido terror. Le clavé el cuchillo en el pecho mientras la follaba tristemente, como todo lo que hacíamos juntos desde que murió nuestro hijo.
Estaba tan cansado de una tristeza que no se curaba jamás…
La maté porque abonaba su tristeza con afán de martirologio, su voluntad era llorar eternamente la muerte del hijo. No cesaba nunca en sus suspiros y lamentos a cada momento. Esa tristeza se hizo tumor dentro de mi cráneo.
En caso de que existiera mi neurólogo, estaría de acuerdo conmigo. Sin mi diario se me escapa mi historia reciente y ni yo mismo sé quién soy.
Y no se corría cuando la follaba, parecía carne muerta caliente.
La llegué a odiar tanto por esa tristeza cultivada durante años minuto a minuto, pudriendo toda alegría incluso antes de que surgiera la esperanza…
Mi hijo me sonríe tan adulto y guapote dejando caer otro medio hombre que sostiene entre los brazos. La cosa, con la velocidad y afán neurótico de una cucaracha, se arrastra hacia a mí y con sus brazos y dientes se aferra a una de mis piernas pasando por encima del otro. Y roe la carne y el hueso demasiado cerca de los cojones.
– ¡Úsalo, papá! –exclama mi hijo señalando el cuchillo en el pecho de su podrida madre.
Claro que lo uso… Para que mi hijo se sienta orgulloso de su padre.
Estas mitades de hombres… ¿Son sus semi amigos? ¿De dónde saca estas cosas? Son tan irritantes que le quitan solemnidad al acto.
¿Por qué morderme si ya apenas existo?
– Estarán contigo siempre, papá –responde a mi delirio.
Está sonriendo, siempre sonríe. No es razonable que tras la muerte y sus amigos cucaracha se pueda sentir feliz.
Bueno… Ninguna sonrisa por sórdida que sea puede hacer daño tras tantos años de elaborada y forjada tristeza.
Ha envejecido rápidamente, está más viejo ¿O es descomposición?
Se abalanza con una sonrisa demente y maliciosa, no tiene piernas ni brazos, se ondula como una oruga para avanzar. Y es rápido… Siempre supe que mi hijo hubiera destacado en muchas cosas si le hubieran dado tiempo.
Al entrar el acero en el cuello, todo se hace oscuro y está bien. No hay dolor porque la certeza de morir lo solapa.
No sé cómo ni en qué momento ha ocurrido. Será que un brazo por un instinto reflejo y sin el control de la locura ha hecho lo que debía por pura piedad y no como mi médico si existiera.
No tengo piernas ni cojones, intento arrastrarme hacia la estela viscosa que ha dejado mi hijo en el suelo para ir con él, donde él; pero resbalo en mi propia sangre.
Sari sonríe por primera vez en muchos años, también se ha desprendido de las piernas como una lagartija de la cola. Cae pesadamente del sillón rompiéndose los dientes contra el suelo. Acercándose a mi rostro, me devora los labios…
¿Cuándo llegará la muerte del cerebro?
La locura es un universo exclusivo para el loco, a su medida. Tan real como el universo en el que primero fue parido.
No hay más realidad que la experimentada. Es innegable la frecuencia de la luz que cada cual codifica con su cerebro.
Los locos son viajeros que vagan entre dos dimensiones lumínicas sufriendo en ambas.
Nadie, loco o cuerdo, puede negar que lo que ve no existe.
¿Qué importa lo que eras y conocías si ahora habitas otro mundo con otra visión, con otro pensamiento? Sólo tienes la certeza de que aquel no eras tú. No eras Nadie.
Encontraste el portal a otra dimensión que los cuerdos invidentes llaman locura.
Las resurrecciones no son lo que prometieron ¿eh? Y la medicación intenta engañar al mundo, no al paciente.
Cuando estés loco no lo sabrás.
(Primeros párrafos del diario de Nadie)
Iconoclasta