Powered By Blogger

16 de octubre de 2020

El coronavirus ha golpeado a mi familia


Debo lamentar un hecho dramático en mi familia: Justo, mi primo lejano por parte de madre, ha pasado por uno de los momentos más temibles de su vida.

Solo se quitó la mascarilla unos segundos para echar un trago de la lata de cerveza durante el desayuno.

Un instante que fue decisivo en su vida.

A los veinte minutos, mi pobre Justo, sudaba copiosamente debido a una repentina fiebre. Y tosía hasta sangrar, la mascarilla (que se la puso heroicamente a pesar de no poder respirar) se anegó de sangre.

No solo perdió el olfato camino del hospital (anduvo los cinco kilómetros a pie para no contagiar a nadie en el transporte púbico; es muy buena persona, mi buen Justo), también perdió el sentido del oído.

Cuando llegó a urgencias hospitalarias, le confirmaron que era coronavirus tras meterle un palito de algodón de medio metro de largo y observar el color de sus mocos. A Justo se le saltaron las lágrimas y el personal sanitario le aplaudió con mucho cariño.

En los peores momentos, hombres y mujeres sacan lo mejor de sí mismos.

Respecto a la sordera, los médicos (eran cuatro por paciente debido a la extrema gravedad y lógica alarma social) dijeron que se debía a que el coronavirus había colonizado los pabellones auditivos y creado un denso cerumen absolutamente atestado de bolitas erizadas de púas: la dichosa covid 19.

Le observaron detenidamente las manos y, al cabo de unos interminables minutos, le dieron la buena noticia de que no era necesario amputarlas.

Se comunicaban escribiendo en el tablet ya que Justo no se coscaba de nada.

Le administraron ibuprofeno y paracetamol y lo sondaron analmente para que al toser no ocurrieran accidentes no deseados.

En dos horas la fiebre remitió y dejó de toser; solo carraspeaba con mucho cuidado esperando que le quitaran la sonda.

Mi primo es un tipo que practica mucho deporte, creo que eso le salvó de morir.

Tan solo sentía una comezón en el ano que no acababa de desaparecer. Los médicos decían que por tener coronavirus, el culo dolía más; algo completamente normal.

Sin embargo, la sordera persistía peligrosamente para su vida.

Le amputaron las orejas y tras veinticuatro horas en observación, le dieron el alta con una bolsa reciclada del Mercadona llena de comprimidos de paracetamol y una mascarilla autoadhesiva como un posit (pobre Justo sin orejas…). Le avisaron por medio del tablet de que, si quería evitar problemas con el ejército, con la guardia civil, con la policía nacional, con la policía autonómica, con la policía local, con los de protección civil, con los paramédicos en ambulancia, con los barrenderos, con el vigilante del aparcamiento de zona azul, con la cajera del súper y con el vecino; que guardara diez días de cuarentena en casa.

Señaló sus conductos auditivos cubiertos por gasas y esparadrapo reciclado (esos pedazos que han usado para fijar en la papada de los pacientes los tubos de los respiradores), seguía allí el cerumen, no podía oír nada aún.

El médico le escribió que esa cera, letalmente atiborrada de covid 19, caería fácilmente ahora que no tenía orejas. Cosa que le daría una mejor calidad de vida, porque con solo inclinar la cabeza a un lado, la cera se deslizaría fácilmente por la mejilla evitando colonizaciones indeseables.

Han pasado los diez días y se ha puesto ya en contacto con la familia (le previnieron que no usara el teléfono, porque el virus permanece en el micrófono y el auricular durante una semana plena y letalmente activo), por eso he conocido esta desgracia de mi pobre primo hace apenas unos minutos. Le he pedido por guasap, que por favor, cuando se quite las gasas me envíe una foto para poder conocerlo por la calle si sobrevivimos a esta pandemia.

Por el amor de Dios: no os quitéis jamás el bozal; sería el peor error de vuestra vida.

Por vuestra vida y vuestro culo, obedeced las consignas de nuestro gobierno, de nuestro presidente, de nuestro epidemiólogo, del ministro de sanidad, de los programas de televisión, de la prensa y de los memes de los usuarios de las redes sociales que padecen el horror paralizante al apocalipsis que es esta terrible pandemia. Sin todos ellos, estaríamos muertos ya.


¡Pues ya está!

Una vez publicada en las redes sociales mi mentira institucional, a esperar a ver si hay suerte y me dan trabajo de redactor en El País, El Periódico, La Vanguardia, el ABC o en cualquier cadena televisiva. Van necesitados de mentiras durante las veinticuatro horas.

Incluso el ministerio de sanidad ha creado su propio departamento de prensa para inventar más noticias y filtrar las no deseadas.

Hay muchísimas oportunidades de trabajo intelectual.

En el peor de los casos, si envías tu mentira por email, te la pagan por ¡palabra!

Vale la pena perder veintitrés segundos en inventar una buena mentira.

Si algo tiene de bueno la nueva normalidad del fascismo español del coronavirus, es que las mentiras se han convertido en la mejor inversión para el gobierno y por ello dedican grandes sumas de dinero a su creación y publicación en todos los medios posibles.

¡Bye! Y buen sexo si podéis.





Iconoclasta

8 de octubre de 2020

Mi paranoia y yo

 


- No las mires, están lejos. Tan lejos que deberías tener la edad del universo para llegar a la más brillante. Si insistes, tu mente quedará congelada, allá, en una de esas estrellas.

- Mirar el cielo me da paz, no intento llegar.

- Alguien dijo que se ve lo que se observa y se observa lo que ya está en la mente.

- Bobadas incomprensibles. En mi mente está todo, lo que jamás he visto ni veré, lo posible y lo inasequible, lo observado, intuido y adivinado. Y tú también, un Pepito Grillo que se encarga de guardarme de mí mismo.

- Yo no existo, solo soy tu paranoia.

- No importa, si te observo, si te escucho y te hablo; eres en mi mente. Lo digo yo. ¿O soy algunos? Cuando muramos, tú no dejarás cadáver. Quisiera ser paranoia, no quiero que duela.

- Cuando llegue el momento, me coloco detrás de los ojos y tú te haces paranoia.

- Me parece bien… Miraba las estrellas pensando en como sería besarla en el espacio, sin un solo sonido, sin voz alguna.

- La amas tanto que quieres que desaparezca La Tierra para quedarte solo con ella.

- Sí. Solo ella y yo, como si fuéramos un amor cuántico capaz de atravesar planetas y atisbar agujeros negros y sus vergüenzas, que tanto esconden.

- Sigue soñando, yo te sujeto.

- Gracias, no tardaré. Cuida del cuerpo, aún nos tiene que contener un tiempo más, no mucho; pero es mejor que estemos cómodos mientras existamos.

- Descuida, soy una paranoia eficiente. Bésala cuanto puedas allá arriba, o allá en lo profundo del cosmos silencioso. Ámala hasta la desintegración.

- Claro… En unos eones vuelvo.

- ¡Ja! Muy gracioso.

 

 

 Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


6 de octubre de 2020

Soy un espía


A pesar de la belleza del bosque en otoño no puedo evitar una tristeza que me impregna con suavidad y ternura con la llegada del sueño invernal y sus colores. Es una despedida, un mensaje cifrado en amarillos verdosos, dorados, marrones, rojos, bronces y por fin el gris de los árboles-esqueletos que dibujan líneas quebradas en los cielos blancos.

Dicen los colores en su espectacular tristeza: “Hasta luego, compañero. Si los dos sobreviviéramos…”.

Las hojas caerán muertas de los majestuosos árboles que se convertirán en no muertos de grises claros gélidos.

Lo que hace dos semanas era verde ha comenzado a amarillear; ahora vira al dorado y dentro de unos días, será rojo y marrón. Y un poco más allá, cuando el frío forma nubes con la respiración será el gris de las cortezas lo que domine el bosque. Los rumores de las frondosas copas, se convertirán en crujidos con el viento.

Y así sin darme cuenta, pienso en otoños; porque en los años no hay bellos mensajes de colores de agonía y miedo. Los años son pura banalidad, una invención de los seres que perdieron su lugar en la naturaleza.

Mis otoños no son dignos, solo soy un espía del bosque.

Yo tengo una guarida caliente y alimentos inagotables.

Juego sucio a ojos del bosque, aunque nunca quise hacerlo.

Me deberían fusilar…




 


Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.