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26 de septiembre de 2024

lp--Cara y cruz--ic


Las dos caras de la moneda, en el mismo instante, en el mismo lugar y yo entre ambas.

Es un magnífico privilegio el mío.

Estoy donde debo.

No necesito nada más.

Miro al sudeste para encontrar el sol radiante y su luz. Al noroeste, y dándole la espalda a la luz, la oscuridad plomiza y majestuosa.

El paisaje inspira en mi pensamiento una metáfora de la vida en cautividad mientras observo la aguja de la brújula estabilizarse e indicar la dirección de la oscuridad que me da paz.

De luz hay tanta… Mis ojos tienen cierta edad y una mirada atávica que he trabajado segundo a segundo.

Allá en la ciudad, en cautividad, si miras a la luz das la espalda a la mezquindad y su maldad, al oscurantismo, la represión y la esclavitud a la que te condenan al nacer con pecados, mandamientos y leyes. Con sus condenas siempre pendiendo sobre tu cabeza, afiladas y mortales para la libertad. Y como al cielo plomizo, nada detiene.

Se podría creer que la luz es la esperanza; pero sería una puerilidad, un infantilismo indigno de un ser humano adulto.

Sin embargo, es lo que hace el humano cautivo en sociedad: mirar la luz esperanzado en la milagrería de sus amos y sacerdotes que muestran sus puñales rituales para hacer de él sacrificio a nadie.

Escupo la colilla del cigarro con displicencia molesto con la metáfora y su alegoría, algo que sólo se da lejos de aquí; en este momento a millones de años luz de mi pensamiento.

En libertad las metáforas se diluyen y pierden todo significado ante la belleza y majestuosidad del cielo y la tierra, de lo palpable, visible e incorruptible por los sacerdotes legisladores de pecados, condenas y privaciones que alzan desde el púlpito sus símbolos doctrinales predicando absurdidades con codicia.

Amo la oscuridad y la luz que sin hipocresía y con la sencillez de un respiro el planeta ofrece en libertad absoluta.

No necesito nada más, ni una moneda.

Es todo y soy con ello en este instante y lugar, entre la oscuridad y la luz; donde los sacerdotes en una justicia salvaje son cadáveres cubiertos con hojas muertas alimentando la tierra.

Donde podría partirme un rayo o la luz templar mi piel, sin más consideraciones.

Y lo mejor, elegiré entre la luz y la oscuridad, no le temo a la libertad.

Sin palabras farfulladas o urnas construidas con deshechos.

Elijo la cara o la cruz, según mi ánimo. Relajado e ilusionado, ahora sí; es mi precisa y firme elección.




 


Iconoclasta

Fotos de Iconoclasta.

11 de enero de 2016

Morir ante el horizonte


Es tan fácil morir aquí.

Es el momento, es el lugar. A cualquier hora, donde quiera que pises es lo oportuno. Lo que pide cada célula del cuerpo: morir y trascender por encima de la vida o dentro de ella.

No más multiplicarse, es hora de disgregarse.

Solo los que se dieron por muertos y los que llevan como amigo el leal dolor, pueden sentir como el corazón late fuerte ante las nubes que asoman imponentes tras una montaña y te dicen que vayas con ellas. Es como asistir a la creación de la tierra que uno pisa, al aire que corta los labios...

Qué peligro, qué tentación de belleza. No quiero volver a casa.

Me han invitado, de alguna forma, todo me arrastró aquí a este momento. Como si el dolor y el miedo que se ha padecido fueran esos afables amigos que te invitan a entrar en su casa, con su cálida mano posada en tu espalda. Así es como vamos hacia el horizonte.

Adquiere sentido morir cuando lo has visto todo, cuando sabes que ya no queda emoción mayor que la apoteosis del cielo vertiginoso. O la vida que se desprende a jirones de humo blanco de la tierra cuando el sol la hiere.

Las nubes son vapor de agua y yo soy agua, al morir seré jirones. No tendré conciencia de ser; pero estaré, acariciaré otras vidas, entraré en intersticios prohibidos al cuerpo, prohibidos a los ojos.

Es maravillosa la dinámica de fluidos.

Tal vez por ello tenga estas ganas de llorar.

Sin saber, sin doler...

Cuando se existe sin conciencia, no hay dolor, no hay angustias, es la liberación absoluta.

Hay que morir ante la libertad absoluta. La transformación final, lo que los cuerpos agotados y las mentes saturadas necesitan.

En sueños somos perfectos. En la muerte también, no hay lugar para el error. Es tan sincera... Habla claro mi amiga, lo necesitaba.

Para morir llegamos aquí.

Es un proceso natural, lo pide mi piel: extenderse en el suelo y evaporarse, dejar de existir con esperanzas que nunca llegan y angustias. Ser sin más complicaciones.

Como el chillido del águila, o el jilguero que posado en la rama me observa de reojo, ya soy casi ellos.

Observas el maravilloso cielo, la grandeza de la tierra y te das cuenta que la muerte es la meta. Es subir por fin al pódium para poder vivir, para ser libre.

No importa lo que hayas hecho, no hay castigos. Todo lo que una vez fue o estuvo trascendió y llovió sobre nosotros, lo pisamos, lo bebimos y lo comimos. Somos lo que otros fueron, por ello nos odiamos.

Hay que mirar a los amplios y monumentales horizontes para sentir el deseo de abrir los brazos y pedir muerte bendita cuando el viento azota tu ropa de la misma forma que lanza las nubes en una veloz carrera.

Es como si...

Como si tanta vida, pidiera muerte para alejar el dolor de la existencia.

No necesito entender, se acabó buscar.

Está todo ahí, todo lo que murió...

Todo lo que fuimos es el cielo y la tierra.

Mis muertos queridos, os siento entrar entre mi ropa, sois una fría acaricia...

Este es el único momento, en el que es legal llorar.

Ahora sí.

Pronto, ya pronto...



Iconoclasta (texto y foto)