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Mostrando entradas con la etiqueta frío. Mostrar todas las entradas
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6 de marzo de 2022

Noche, lluvia, frío, soledad…

Y una encrucijada que conduce indefectiblemente al mismo lugar y tiempo; como un agujero negro de la vulgaridad.

He emergido de la oscuridad de las montañas para aparecer aquí.

Maldita sea mi suerte…

La lluvia está afuera, pretende engañarme dándole un brillo imposible a lo que no es tierra, creando reflejos, espejismos de un misterio que no existe.

La soledad, el frío y la noche, son dentro de mí.

Las pequeñas luces no importan, soy impermeable a ellas.

Y el puente mal disimula su humillación. Debería servir para salvar el agua del río y ahora es portador de ella. Avergonzado porque no cruza el Aqueronte, porque no hay barquero arrancando aburrido las monedas de las bocas y ojos de los cadáveres, y llevarlos a ninguna parte. Están muertos, no quieren ir a ningún sitio; la muerte tiene una lógica indiscutible.

Los cadáveres no quieren nada; es un lugar erróneo para Caronte.

Por eso llueve, para que el barro los hunda más profundamente en la tierra.

Se me escapa una risa solitaria, como las de los locos que detonan dentro de si mismos y golpean la pared con la cabeza sin que nadie sepa porque. Hasta ahora… Es simple, les pasa como a mí, quieren escapar de si mismos.

Me gusta impregnar la noche con mi frialdad, con mi oscuridad que vence a la luz. A veces hago estas cosas, alardear de lo que nunca he sido.

Soy; pero no sé qué.

He de dar media vuelta y volver atrás, la encrucijada es una trampa para la ilusión: todas las direcciones convergen en la grisentería.

Ha sido un error aparecer en el asfalto.

Ya he visto suficiente, vuelvo a la negrura.

Adiós puentecito triste.

Adiós lluvia tramposa.

Adiós asfalto infecto.

Adiós, río invisible, apenas audible.

Adiós caminos que conducís todos a la desesperante y triste Roma.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

13 de enero de 2022

Un universo en el hielo a la luz de la luna


Camino en una noche de luna gibosa.

Clara.

La senda parece regada con semen de plata.

Solo.

Y hace frío, frío de verdad.

En un charco helado la luna ha dejado caer un trozo de universo.

Una galaxia a mis pies.

Pienso que me tragará. No es miedo, es un deseo.

Exhalo el humo blanco de las noches frías y los ojos me traicionan con unas gélidas lágrimas. Bajo el ala del sombrero para ocultar mis ojos a la luna; que no vea mi debilidad.

Luego, con la mirada clara y terrible, observo en derredor con la navaja abierta. No sé cuándo se ha abierto, no sé en qué momento ha llegado del bolsillo a la mano.

Temo que un animal se acerque para robar mi libertad, mi soledad y mi universo. Tengo la salvaje certeza de que vale la pena morir y matar por esto.

Piso el hielo con la esperanza de que sea un agujero de gusano y morir en el universo.

Y con el hielo también se ha fracturado mi alma.

Y ha dolido hostia puta. El dolor está siempre en la vida, como un compañero que te odia.

Yo quiero una muerte indolora, por favor… Le lloro a la luna con los ojos ocultos.

Me arranco la lágrima y le doy gracias sin mirarla.

Y camino solitario, nocturno y frío. No es casualidad, no es azar.

Es volición.

En algún momento me doy cuenta de que aún aferro la navaja. Pienso sin alardes que matar y morir es tan connatural como ser libre y solitario.

No te das cuenta y ocurre.

La luna no regala universos a cobardes ni a banales.

No cuestiono mi cordura.

Mañana más, esto acabará cuando muera.




Iconoclasta

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4 de diciembre de 2021

Tres proporciones de la pobreza


- La pobreza es inversamente proporcional al peso de la ropa de abrigo: cuanto mayor es la pobreza, menor el peso. Más sudaderas ligeritas.

- La pobreza es directamente proporcional al número de teléfonos móviles: cuanta más miseria, más usuarios de teléfonos móviles; aunque no abriguen. Mientras leen mentiras en la pantalla, se distraen del frío y la pobreza que pasan y se cubren la sesera con la capucha de la sudadera que da poco alivio. Algo es algo.

- La pobreza es directamente proporcional al número de vacunados por coronavirus. La fiebre que causa la vacuna como efecto secundario, es calor y gratis. Por tanto, cualquier cosa que chutarse a la sangre y dé calor, bienvenida; ya que sudaderas ligeritas y smartphones no proporcionan el calor necesario para que las neuronas se muevan con alegría.

Hay algunas cuantas proporciones más; pero me aburro de siempre lo mismo, sinceramente.
Como cachondeo con tres proporciones hay más que suficiente para trazar el perfil de una sociedad que además de pobre y fría, es absolutamente impermeable a la inteligencia. Está a salvo de semejante contagio como de leer y comprender correctamente un texto o lo que le predican en la tele.




Iconoclasta

15 de septiembre de 2021

Irrumpe el otoño con su cruda belleza


El otoño toma posesión del cielo y las montañas.

Y del ánimo de los animales.

Viene cargado con muerte de múltiples y atractivos colores.

Un buhonero de mal agüero.

Y no puedo dejar de desear comprar un kilo de esa bella muerte. Bien para un aperitivo, bien para decorar. El otoño las vende en frascos de barro húmedo, estampado con flores muertas y en agonía, en tonos rojos, marrones y dorados.

Y te cobra una lágrima o dos, cuando te la entrega con los dedos sucios de fango.

Es una preciosidad…

Se pueden ver ya a las cromáticas y bellas tristezas, en sus últimos balanceos en las ramas que una vez les dieron vida y ahora, por orden del otoño, se la niegan.

Los genios tienen un cruento y cruel sentido del arte.

Un réquiem por los bellos cadáveres y un saludo de cauta admiración al maestro Otoño, que hace de las sendas de los bosques y las calles de las ciudades, melancólicos tapices de muerte crujiente, fragante y fresca.

Y todo seguirá muriendo y sus cadáveres se convertirán en cosa negra, así hasta que la primavera haga lo que deba.

No sé si aguantaré tanto tiempo; pero estoy bien así. Y el otoño es bueno para morir, te funde con las hojas sin lamentos.

No temo a la tristeza, temo a la alegría que tiene la frecuencia de la hipocresía y la cobardía.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

16 de marzo de 2020

Lluvia viento frío fortaleza


Los humanos lloran ateridos de miedo y emocionados con consuelos pueriles tras la seguridad de las ventanas. Pidiendo piedad a dioses de paja y barro y a seres humanos moldeados con estiércol.
Y mientras tanto las pequeñas flores mueren sin perder un ápice de su belleza.
Lucen hermosas a pesar del viento que las arranca, de la lluvia que las arrastra, del frío que las marchita.
Tienen la fortaleza precisa para ser dignas. Una dignidad que la humanidad desconoce.
Se está bien aquí con ellas, tosiendo, cojeando.
Doliendo la vida, sin más preocupación que ver morir cosas bellas.
¿Por qué nunca mueren las cosas horrendas?
Se está bien aquí con ellas, enfermando con un cigarrillo. Aquí, fuera de los muros con ventanas que guardan seres que la lluvia no puede arrastrar a pesar de no tener fortaleza.




Iconoclasta
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28 de febrero de 2020

Desesperanza


El invierno crea momentos de desesperanza con la desnudez de los árboles y los escasos verdes que viran al gris.
La desesperanza es de un trágico romanticismo, no puedes luchar contra ella porque te rodea, se mete en ti, te hace suya. Y eres uno con la melancolía y la muerte.
Unidad con los años que pasaron y los que ya no se cumplirán.
Seré una hoja que ha caído seca y fría.
Y es relajante saber que no está en mi mano vivir o morir.
Da paz.
No debo hacer nada, tan solo ocurrirá.
Si acaso, tan solo fumar sin prisas, hasta que el humo ya no salga de los pulmones.
Cadáveres de invierno.
La tragedia tiene un frío halo hermoso.





Iconoclasta
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10 de febrero de 2020

Escribir en la noche


Si no escribo ¿dónde lo guardo todo?
Los que mueren solo dejan sus huesos, y no dicen nada.
Tanto peso en mi cerebro… Margaritas a los cerdos cuando la pluma se seque aburrida de no escribir.
Escribir en la calle, cuando el sol se oculta, cuando todos se apresuran hacia sus casas, como si el frío los empujara con su gélido índice. No es algo usual, no es popular hacer las cosas rodeado de oscuridad y soledad. No es festivo.
Escribir así te hace extraño y ajeno a ellos. Y está bien, es lo que busco.
Solo se muere mejor. Nadie debería morir acompañado o asistido, es humillante.
Escribir frente a las montañas que se hacen negras, bajo la tísica luz de una farola que ilumina lúgubremente el papel.
Pobres animalitos, encerrados en toda esa nada… En una jaula ciega.
Pobre yo que no muero con ellos y me hace cobarde.
El hecho…
No, los hechos son que la vida importa una mierda, escribir no es fructífero, no tiene sentido especular sobre la oscuridad total. No hay nada que entender, la muerte no es prismática.
Y dormir es el didáctico ensayo de morir.
A ver si hoy lo hago bien y no sueño; sería perfecto.






Iconoclasta
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22 de noviembre de 2019

Por cierto


Me gusta el frío que atasca el mecanismo del bolígrafo obligándome ha girarlo con más fuerza de lo habitual para convertir mi pensamiento en algo tridimensional (o sea, para escribir… A veces me paso dos pueblos con la retórica. Más que deformación profesional es torpeza congénita, es un asco tener esta verborrea literaria).
El frío hace las cosas deliciosamente difíciles porque te lleva a sentir un instante de aventura en una vida aborrecible en su uniformidad.
Por cierto ¿dónde estás, cielo?
Nunca lo sabrás porque es tarde para mí, para hablarte al oído; pero hasta en los momentos más tranquilos e intrascendentes, cuando no debería molestarte por mis babosadas, ocurre que pienso en ti.
Y no pienses que te comparo con un bolígrafo, piensa que me atascaría dentro de ti… Ñam…
Cómo me gustaría verte sonreír al leer esto, amor.
Sigo caminando, hasta siempre, cielo.
Que tus braguitas estén húmedas… Ñam…
¿Ves? Es que no puedo tener la pluma (o lo que sea) quieta.
Muaaaaaaaaaa…





Iconoclasta
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20 de octubre de 2019

Llueve sobre todo


Llueve sobre todas las cosas.
Sobre las tristezas y los dolores.
Sobre las alegrías si las hubiera.
Llueve sobre mi pensamiento y el humo de un cigarrillo que crepita apagándose.
Sobre las vacas y las ratas.
Sobre mi piel vieja.
En mis pestañas ineficaces.
Llueve en mis pies que duelen arrugados en el calzado.
Llueve sobre la mierda y los muertos.
Sobre los vivos aunque no se lo merezcan.
Sobre los ríos sin ser necesario.
Sobre el mar con redundancia, ahogando lo ahogado.
Llueve sobre las lágrimas de lo perdido y lo incumplido.
Sobre las del fracaso.
Y bendita sea la lluvia, sobre mi ridículo.
Llueve sobre mi pene que orina por envidia.
Es casi masturbación…
Llueve sobre el odio y el rencor sin que los arrastre.
Llueve sobre el amor que, penetra en los poros de la piel con un frío dolor de nostalgia.
Llueve y no ahoga a los imbéciles.
Sobre los cuervos y los patos siempre enfadados.
Cómo los quiero…
Llueve sobre un puente y no consigue mojar a un burro astuto que se ha refugiado debajo. Observa impasible mi deshacerme.
Llueve y está bien, arranca líquidos brillos a lo oscuro del planeta.
Y parece tan pesado, tan denso que la atmósfera aplasta. A mí cansado.
Tan frío…
Llueve y no camino a casa, no busco refugio, como los patos y los cuervos.
Porque si te escondes ¿cómo vives? ¿cómo te limpias de todo?
No temer es más bonito que temer.
Aunque valentía con pulmonía se paga.
Sonrío para que también llueva sobre una risa torcida.
Llueve sobre todo con una democracia implacable. Sin escrúpulos.
Amén.





Iconoclasta
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11 de marzo de 2019

El gélido viento


¿De dónde vienes, gélido viento? ¿Dónde te has alimentado para barrer con tanta fuerza y sin perdón los cálidos rayos del sol?
Dímelo con un rugido de tu seca garganta. De fumador a fumador ¿Dónde te escondes? ¿Dónde naces?
De viento a hombre ¿arrastras muerte? Soy curioso, no es temor.
Gélido viento que cortas los labios que lucen imprudentemente brillantes ¿Vas a otro lugar? ¿Es trabajo atrasado tu ráfaga fría?
¿Morís los vientos todos, gélidos y ardientes? No es por temor, solo me interesa la vida y la muerte porque intento escribirlas y describirlas de forma clara para que todos se enteren de una puta vez. Alguien tiene que hacerlo.
Ya hemos vivido y ahora toca morir. Es eso ¿verdad, gélido viento?
Yo no puedo rugir, simplemente blasfemo sin fe cuando la muerte duele. Encuentro que a veces tensa demasiado la cuerda sin ser necesario. Casi alegremente, sádicamente. Como si no bastara con morir, debe doler.
Si puedes sóplale tu gelidez en su negro rostro a un millón de kilómetros por hora, a ver si le gusta.
Y arranca las banderas que gallardas de mierda haces ondear, limitando mi libertad y el planeta. Arrasa los mástiles como las ramas de los árboles a los que ruges.
Gélido viento… Qué suerte que no tienes huesos. Si no hay hueso no duele. Y lo que no tiene hueso se evapora suavemente.
Sé cosas, gélido viento.
Sé muchas cosas.
Y no quiero saber más, no caben ya en mi cerebro. Las nuevas que entran duelen, porque han de atravesar un hueso para llegar. No es necesario que respondas a nada, es que solo quiero ser un poco social en lugar de sociópata.
Y en este mundo de seres feos, la cordialidad es una pincelada de paz. Es bueno relajarse de tanto hastío.
Muere en paz viento gélido.
Y agradece no tener huesos.





Iconoclasta
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23 de febrero de 2019

Yo, el sepulturero


El invierno es ya un viejo que se apaga en una vertiginosa agonía. Muere cada día unos minutos, los que la luz le roba de vida para calentar más la tierra y las cosas que contiene.
Otro invierno que muere y otra primavera que está ya inquieta en el útero planetario para ser parida y ocupar así el lugar de su hermana muerta el año pasado.
Es menos triste y dramática la historia de los equinoccios, sus razonamientos, cálculos y efectos; pero infinitamente más aburrida.
Y con toda su ciencia se equivocan. El invierno muere mucho antes de lo que calculan. Lo noto en los árboles y sus ramas que se estiran y arrancan ávidas ya el calor al aire para recuperar sus hojas queridas. Lo noto en el hielo del camino que ha perdido su dureza y apenas cruje, pareciera que al pisarlo llora quedamente. En las voces del bosque.
Lo noto en mi sudor que había olvidado estos meses fríos. Y el hueso duele menos…
El invierno no espera un equinoccio, muere cuando debe, cuando está agotado. Tal vez en su agonía aún pueda dar un frío zarpazo; pero está acabado.
El invierno ya alimenta a los buitres.
Y así, palabra a palabra he empezado a cavar su fosa. Alguien tiene hacer los honores. Tal vez, por eso estoy aquí: como sepulturero de las estaciones.
Porque si no ¿qué hago?
Hay una belleza de infinita melancolía en la muerte de las estaciones.
Dan ganas de morir con ellas.
La belleza con tristeza se paga… Son cosas que aprendes con un dulce dolor.
No tardaré mucho en cavar dos tumbas, no soy tonto ni ingenuo.
Y si ves las barbas de tu vecino pelar…





Iconoclasta
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6 de febrero de 2018

Frías melancolías


Llega la fría noche y es un privilegio estar con los bancos vacíos en la solitaria calle. No tener a nadie a mi lado, sino dentro de mi pensamiento y ahí, a salvo del frío y soledades tristes.
Le diría en silencio que quisiera ser ese árbol, que no necesito pensar, no necesito moverme. Me conformo con recortarme contra cielos oscuros y claros y que mis ramas secas sean saludo o despedida.
Una cortesía nostálgica no puede hacer daño.
He caminado demasiado y los huesos duelen, aunque aún puedo aguantar más dolor, eso no me preocupa. He pensado demasiado y los sesos se han irritado. He escrito tanto que, mis dedos escriben sin cesar cosas en el aire. Aunque no quiera.
Me preocupan los años perdidos en los que no formé parte de la belleza melancólica de un solitario anochecer de invierno.
Me hace pensar que es tarde, que no soy árbol y que muero en ese mismo instante. Tal vez porque siento el dolor de los dedos fríos, como las ramas desnudas del árbol parecen crisparse ante el mordiente aire.
Está bien, he vivido suficiente y he hecho lo que debía. Y así, cualquier momento es bueno para morir.
Pero a ella no le digo esto último, es demasiado triste; por bello que sea.
La beso en mi pensamiento y hace un mohín de cariño que acaricia mi corazón. Y conjuro así con ella, la tristeza vital de la certeza profunda.
Evoco el himno del silencio y bailamos juntos bajo este cielo y en esta soledad, al son de una trompeta muda y fría.




Iconoclasta
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14 de noviembre de 2017

Te digo del viento


Te digo que el viento es tan fuerte, que me roba el aire que he de respirar y por unos segundos, siento asfixiarme.

Te digo que el viento se ha llevado el polvo del camino y ha dejado la tierra desamparada, cuarteada y dura. Ha borrado todas las huellas y las que se pudieran hacer. Como si nunca hubiera estado.

Nunca estaré, no quedará nada de mí, dice el pérfido viento.
Si en polvo nos convertimos al morir, el viento ha arrastrado a los muertos de esta tierra. Aquí, ahora solo quedan vivos que temen morir aplastados por las cosas que el viento les lanza furioso.

Se ha llevado las nubes y parece querer llevarse el sol, que flaquea en su brillo.
El viento aúlla y su salvaje odio quiere arrancar los árboles que intentan tumbarse llorando verde de puro terror.
Lágrimas arremolinándose…

El viento me da un poco de miedo porque mueve el banco en el que me siento para escribirte estas cosas que solo pueden pensarse en soledad.
Y piensa quien me ve escribir sentado contra el viento, que es terrible estar tan solo.
Tiene razón en lo de estar solo; pero no es terrible.

El viento frío como una muerte, como una anestesia inyectada en la vena; me roba la humedad de los labios y los parte. Me arrebata el calor de las mejillas y en algún momento me hace temblar sin control; pero lo extraño es que el corazón parece hervir, parece un fuego atizado en una fragua.

Corazón ardiente y dedos fríos porque no se puede escribir con guantes: pierdes el contacto contigo mismo.
Si tiene que doler, que duela.

Te digo del viento en soledad, porque si estuvieras a mi lado, no podría prestar atención más que a tus ojos y tus labios. A tus palabras y silencios.
Concluyo que eres más poderosa que el viento.
Eres la que atiza el fuego del corazón que el viento no puede apagar.
La creadora de una soledad, que el viento no arrastra, sino trae.

Te digo palabras que el viento no se podrá llevar, las escribo con tinta de plomo en un cuaderno que ni el viento arrancará de mis fríos dedos.

Es hora de volver a casa, sin huellas.
Invisible y efímeramente.

Adiós.



Iconoclasta

3 de julio de 2017

Solo una sombra


No pido mucho, incluso demando no vivir del todo.
Solo quiero ser una fría sombra, incorpórea.
Un suspiro de deseo feroz, oscuro y frío.
Un fantasma, un anti héroe del amor.
Sería la forma perfecta de deslizarme por tus piernas. Arriba, a lo profundo.
Cubrir de mí tus muslos calientes para que cedas calor a mi oscura frialdad.
Es una ley termodinámica y el principio fundamental del amor: el intercambio de temperatura. Lo frío roba el calor que necesita.
El tuyo...
Ese calor que radia de esos mudos y secretos labios que tus muslos esconden.
Me basta con ser incorpóreo, un frescor en tu coño caliente; sin que nada ni nadie pueda evitarlo.
Ni tan siquiera tú al ver la sombra que te cubre.
Un soplo que separe tus piernas. Un frío penetrante que cierre tus puños con fuerza y lujuria. Desesperada...
Seré la oscura blasfemia lactante en tus pezones y los erizaré hasta que te muerdas los labios y te sangren de placer.
No... No quiero ser carne, sería imperfecto, no bastaría para cometer todas las inmoralidades que deseo hacer en tu piel.
Dentro, más adentro...
Penetrar en tu mente por la boca, como un hálito frío. Y poseer tu pensamiento.
Esclavizarte de amor.
Follarte impunemente, salvajemente.
No quiero el cuerpo, la carne no permite que te joda tan profundamente.
Quiero tus dedos en tu propio coño, acariciándome, excitándome. Porque estaré ahí.
Eyacular mi suspiro y que se derrame en torrente salpicando tu vientre. Un oscuro soplo en tu coño palpitante.
Tal vez ambiciono demasiado.
Tal vez te amo desesperadamente.
Ser la sombra, la oscuridad que te adora...

Labitur umbra corpus.
(Una sombra que se desliza por tu cuerpo)





Iconoclasta
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28 de enero de 2017

La blanca muerte



Ahora puedo hablar con seguridad.
Ahora que la muy puta se ha fundido. Arrastrada por el agua, evaporada por los rayos de un sol cabrón y vencedor.
La muerte no es negra, el miedo y el dolor son carbón y son vida.
La muerte es blanca, un fogonazo de luz que no vemos extinguirse porque se abren los ojos en rebeldía al fin.
El cerebro asustado corre hacia ella, pensando que luz es vida.
Adquiere sentido y lógica la frase: "la luz al final del túnel". Porque el túnel y su luz es un eterno resplandor fijado en las pupilas muertas.
Lo blanco, lo fulgurante, es la muerte y lo oscuro es follar; los ojos se cierran con un gemido para que nada contamine ni interfiera con el placer.
Así  pues, escritores, pintores y otros artistas se han confundido y han otorgado a la muerte la tenebrosa oscuridad del dolor y el miedo.
Hoy he visto de cerca la muerte, y la he pisado. Era fría y destacaba en el suelo nocturno como el cadáver destripado de la luna llena.
La nieve es muerte, un albo frío que se agarra a los pies y trepa hacia el corazón con dedos congelados, lenta y serenamente cruel.
La nieve intenta robarme el contacto con la tierra y me hace resbalar hacia la fractura (un dolor que puede partir el corazón o reventar los conductos sanguíneos por una presión excesiva y sorpresiva), hacia el canto afilado de un banco de piedra. La nieve busca la zancadilla que estrelle mi cabeza contra el suelo con un fogonazo de luz de extinción absoluta.
La nieve quiere que muera como un poseso, mirando directo atrás con el cuello roto.
La muerte viste de blanco sugerente y hermoso, como la puta que se maquilla para los hombres que no quiere, los hombres que detesta.
La oscuridad es sueño y libertad.
Sabía yo que la humanidad está equivocada.
Tuve que nacer con un fin, igual que dicen de Cristo.
Y mi fin es corregir lo mal pensado, lo mal creado, las malas semánticas.
La nieve es la muerte que nos cae, la que se aferra a la cabeza y congela las lágrimas y el corazón contrae.
Y como toda belleza, es letal.
Porque lo bello te aboca a la locura y la autodestrucción.
"Año de nieves, año de bienes", solo para los herederos.
He visto la garza solitaria, encorvada en el prado helado, con el cuello encogido entre las alas contraídas, como los hombros caídos de un hombre derrotado haciendo capilla. Como yo cuando nadie me ve.
Dejaba que la muerte subiera por sus largas patas sin carne, de madera. Con los ojos muy abiertos.
Lo sé porque nos hemos mirado, y hemos asentido; comprendemos, sabemos: no hay final feliz cuando lo blanco nos hipnotiza con su belleza.




Iconoclasta
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23 de diciembre de 2015

Los solitarios dedos


Los dedos solitarios se tornan fríos como la escarcha que en la madrugada se forma robando el poco calor que los seres guardan en su interior.
En los dedos solitarios, el frío se posa primero en la piel, en segundos se filtra hacia la carne y luego, imparable, enfría la sangre que contienen, que es bombeada gélida al corazón y al cerebro.
No importa lo mucho que te abrigues, el frío ya está dentro. Te congelas desde el alma hacia los pies; por dentro y desde dentro.
Y es entonces cuando piensas en las cerúleas pieles, en las uñas amoratadas, en párpados que se abren repentinos sin voluntad y los dedos misericordiosos que los cosen.
Sin embargo, el frío de la soledad no mata, se queda en el justo grado de helor para que puedas escribir de tu desprotegida piel, del calor que sabes que no llegará nunca. Tomas la pluma y escribes frío tras frío, como en épocas antiguas de mantas en hombros y piernas y unos dedos demasiado rígidos, a la luz de un pábilo agitado por la tristeza.
El frío de la soledad no te mata, solo espera y asiste frotándose ávidamente las manos, a tu suicidio.
Te asomas a los vidrios sucios de la ventana, para ver la luna lanzando sin piedad sus rayos de hielo sobre la faz de la atormentada tierra.
Sobre ti.
Y observas la piel que el frío ha cortado, que apenas contiene la sangre de tus dedos y vuelves a la mesa a seguir escribiendo; porque así haces tu pensamiento sólido, multidimensional; puedes incluso sentir su dureza en la oscuridad al pasar los dedos por él.
Existes más que en ningún otro momento de calidez.
El mecanismo es preciso, es certero; sino tienes la piel que te ha de confortar, la escribes y describes en un paranoico concierto de rasguños y golpes de plumín sobre el papel y la mesa. Haces tu tragedia tangible y mensurable. Y todo ese esfuerzo se convierte en calor.
El papel arde con letras al rojo vivo.
La transmutación del pensamiento en materia, solo es posible cuando hay una fricción que provoca el calor, cuando es tu gélida y desconsolada sangre la que escribe.
Luego, en un rincón oscuro donde no llegue la luz de la vela que tiembla, te llevarás al pecho esos pensamientos arrugados con los puños crispados y llorarás una cálida tristeza. Te sentirás trascender, concluirás que amar es tragedia. Que la voluntad y la soledad son los dos átomos que forman la molécula de la libertad. Y la libertad es creación.
Y se sabe que todos los partos del mundo duelen.
Eres un privilegiado al hacer materia del amor. Un combustible.
La soledad a esas alturas de la madrugada, es un cigarro entre los dedos y unos ojos que se cierran con sueño ante el papel. Es una sonrisa triste al meditar sobre tu propia locura.
La fría soledad se esfuma lanzándote imprecaciones, porque hoy no habrá suicidio. O al menos, ahora.
Guardas ese papel arrugado en un cajón con la ingenua esperanza de que un día, vivo o muerto, tenga entre sus manos la masa de tu pensamiento y sepa así que no fueron solo palabras, si no sueños que congelaban el alma.




Iconoclasta


21 de octubre de 2015

Las tertulias de las frías noches


Camino en plena madrugada cuando no hay absolutamente nadie en la calle, cuando  los semáforos en rojo detienen el tráfico a nada. Cambian de color sin que sea necesario, son los autistas de las frías noches. Se niegan a creer que son cosas y hacen su trabajo con patética voluntad.

Siento lástima por ellos.

Las personas y los demás seres se cobijan pronto en sus hogares, como si el frío fuera una bestia que devora seres en la noche ante semáforos que cambian de color con una triste voluntad de ser.

Sobre el sonido de los relés que cambian las luces de color, se eleva el estruendoso silencio que los muertos gritan en sus muertas tertulias, tomando copas de muertos licores en las mesas de un bar cerrado a los vivos.

Los muertos no temen al frío; pero recelan  un poco del hombre que camina de madrugada tan lentamente, como si hubiera sol. Se nota en su silencio menos espectral cuando me acerco a ellos y prolongo mi paseo con otro cigarrillo.

Fotografío las mesas llenas de muerte, silencio y frío para que un día me pregunten donde está el interés de esa foto de metálicas sillas, tan frías, tan vacías en la noche. Y yo no sepa que decir.

Sus rostros cadáver se giran hacia mí invitándome a que me siente con ellos.

-Ven con nosotros y cuéntanos qué haces en un cuerpo si estás muerto. ¿Cómo se hace eso? -me preguntan silenciosamente, mientras los semáforos cambian a rojo y otros a verde con el único sonido audible en el planeta. Siento tristeza que a nada le importe su trabajo, su vida.

Un escalofrío de miedo me recorre el espinazo.

¿Y si tienen razón? ¿Y si no estoy ni muerto ni vivo?

Tengo pánico a que también muerto, me encuentre en un lugar que no me corresponde, que no quiero, que no acepto.

Me duele la pierna profundamente, tan adentro que la mano no puede calmar el dolor de la carne y el hueso, de la médula misma. Con el frío los tendones se hacen dolorosamente rígidos y los calambres se convierten en uno solo que no pierde intensidad y te cansa, te mina el ánimo.

Mi silencio les saluda con el humo que expulso por la boca y tomo asiento en una congelada silla.

Les digo que los buscaba a ellos, que son la magia y lo extraño en una vida que los sueños no duran más allá de unas horas, cuando duermes y despertar es un insulto a la ilusión.

Me gusta estar con ellos, con su despreocupado silencio.

-Aquí estaremos cuando mueras. Cuando mueras del todo -dicen al asomar el primer fulgor del alba y las luces de algunas casas se encienden.

Se evaporan y su silencio se transforma en ruidos lejanos de toses madrugadoras, agua que arrastra orina y mierda. Y coches que ronronean humeando como si anunciaran un nuevo papa, con los focos legañosos frente a un semáforo sin alma.

El reloj dice que he estado más de tres horas aquí sentado.

Me pregunto dónde pasarán el día mis nuevos amigos.

Es hora de levantarse porque la gente que se dirige presurosa a su trabajo me mira sorprendida.

Camino hacia mi casa para pasar el día resguardado, como si fuera un muerto.

Recuerdo que me dolía la pierna, ahora no; como si el silencio de los muertos la hubiera calmado. No la puedo doblar, pero me sostiene por su rigidez.

El semáforo de los peatones brilla en verde, como si se alegrara de poder servir para algo por fin. Los semáforos necesitan seres vivos, yo no quisiera ser semáforo.

Le hago caso y cruzo.

Me rompo en mil pedazos, dando vueltas por el congelado asfalto, lo noto en mi cara que se rompe con cada tumbo, como los brazos y la espalda, la cadera, las costillas...

Lo he intentado; pero la pierna tan rígida, casi muerta, no podía impulsarme con rapidez. Toneladas de acero frenan demasiado tarde. He intentado no morir, no se me puede culpar de irme por un mero capricho.

Hay camiones que no son sensibles a la bondad de los semáforos.

Intento respirar, no puedo: una costilla ha perforado un pulmón.

No soy médico; pero cuando en lugar de respirar sientes que se escapa el aire por algún lugar que no es la boca, es que algo huele a podrido en Dinamarca.

El camión hace demasiado ruido, me hubiera gustado una muerte más silenciosa.

Me esperan noches de animadas tertulias. No es malo.



Iconoclasta

2 de abril de 2015

Las frías noches


Y llegó la noche con su manto negro y frío, empujándome a lo profundo de una caverna.
Como si una oscuridad pudiera cobijarme de otra oscuridad.
Soy una bestia sin cerebro.
Mi instinto no se equivoca, me protejo del frío que llega de las estrellas; las noches son frías sea invierno o verano. Es por ellas, por las estrellas que brillan como plata. Metales fríos que hienden la piel cuando estás solo. Cuando no hay otro calor cerca.
El cielo nocturno no es para mí. Es el privilegio de otros.
El firmamento es la cúpula que da abrigo a los enamorados, los demás somos ajenos.
Con ella las estrellas devolvían calidez y amparo. Siempre había un astro brillando entre el aire de nuestros labios cuando se aproximaban para el beso.
Hundo los dedos en mi cabello, algo corre por él. Lanzo un gruñido incómodo, aunque las chinches no prestan atención.
La soledad viaja más rápida que la luz hacia las estrellas, y éstas devuelven toda esa tristeza y añoranza en forma de flechas y lanzas que obligan a buscar protección en la cueva de la vergüenza y el desasosiego.
Como si el cielo se avergonzara de mí, pedradas al perro abandonado...
Me llevo a la boca un animal pequeño y crujiente que repta por mis piernas.
Soy el origen de los hombres, cuando la calidez llegaba de la piel aún ensangrentada de animales muertos que colgaban de los brazos tras la caza. Donde no había tiempo para el amor, solo para sobrevivir esa noche.
Es todo tan sencillo otra vez...
El frío y el peligro, la soledad y la oscuridad.
Y el amor tan lejano, tan imposible,  tan improbable. La paranoia de amar se convirtió en sangre y el deseo se hizo ocultación.
Soy una blasfemia para las noches estrelladas.
Hubo un tiempo para amar y hay un tiempo para esconderse.
Husmeo en el aire el aroma de alimañas y cubro mi cuerpo con la piel ensangrentada de dos perros que he matado, me arrastro hacia la grieta de una roca para ser oscuridad en la oscuridad.
Es la sangre al coagularse la que combate el frío del firmamento.
Y la profunda soledad de la caverna la que da el coraje y el valor que un día olvidé tener.
Dormito en un sueño inquieto.
Nunca debí haber sido racional.
Me masturbo con la mano encostrada de sangre seca y el placer se hace mortificación.
El frío se combate con indignidad y dolor, es la única forma, la única que conozco.









Iconoclasta