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27 de junio de 2009

La rabia

Si os arrancara el corazón, si os viera sufrir hasta que de vuestros lacrimales manara la sangre, mi dolor de cabeza desaparecería.
Vuestro dolor es mi analgésico.
Sois un tumor que pulsa tras mis ojos, os odio por el solo hecho de que existís, de que respiráis. Habláis y me rozáis. Necesito que muráis para poder tener espacio.
Y yo tengo que respirar las miserias y porquería que dejáis flotando en el aire, cosas que vuestros pulmones idiotas expulsan. Infecciones de imbecilidad. Lerdos, idiotas, tarados...
No soy un amante de hermosos y edificantes power-points.
No creo en la felicidad que respiro y que no sé aprovechar. Sólo sé que estáis ahí y vuestra voluntad inculta y deficiente; vuestra imbecilidad es el punto de partida para gobernar el mundo.
Os odio porque me robáis mi espacio, no me dejáis ver más allá de vuestras chepas. Siento el asco que palpita aquí, en la nuca, un quiste que se llena segundo a segundo con pus y asco.
Y la cólera... Si no fuera por ella, no sería hombre. Si no fuera por este pene erecto y duro que podría usar para partiros en dos, haría sangrar mis cuerdas vocales deseando a gritos vuestra muerte y enfermedad.
Me tiraré a Negranoche ante vosotros, ante vuestros hijos lameré su sexo, os dedicaré la Gran Follada como vosotros me dedicáis cada día de mi existencia vuestra Gran Idiotez. Y ella me llamará cabrón entre suspiros de éxtasis y lujuria, posando sus manos en mi cabeza obligándome a respirar a través de su coño. Cogerá mi rabo enhiesto y me masturbará como a un semental, y lloverá mi semen sobre vuestros ojos vacuos, vuestros ojos idiotas. Vuestros ojos envidiosos.
La ira... Si vosotros sois mi cáncer, mi cólera es la quimioterapia. La que me provoca un doloroso vómito de restos amarillos y rojos.
Os detesto hasta lo más hondo, hasta los mismísimos testículos. Odio vuestras creencias y vuestro civismo. Siento asco de saber que os reproducís en cualquier lugar, en cualquier momento. Jodería a todas las mujeres del mundo, las embarazaría para crear mi propia especie. Os impediría vuestra reproducción. Os esterilizaría a patadas, a golpes, a esputos.
Pagaríais de alguna forma la interferencia que provocáis en mi mente, en mi voluntad. En mi andar por el planeta.
Esta ira es venenosa, es peligrosa. Os golpearía con los miembros amputados de vuestras madres, con la piel de vuestros padres haría un látigo y con los huesos de vuestros hijos, cuchillos para arrancaros la piel a tiras.
Lo tengo todo pensado: mataré focas a patadas, ballenas a hachazos, partiré en dos a los sonrientes delfines y a un cachorro de tigre blanco quemaré vivo. Seres inocentes desmembraré sólo por el placer de ver vuestros infectos ojos entrecerrarse ante el horror de la rabia desatada.
¿Podéis entender la horripilancia de la ira que pulsa en el cuerpo y el cerebro? Porque alma no hay, es todo rabia.
Soy una pesadilla que ha tomado vida, soy un canto a la liberadora ira. Teñiré el arco iris de una gama de rojos hemoglobínicos que hasta los dioses sentirán rechazo al verlo. Iluminaré vuestro mierdoso cielo con la sangre, con vuestra sangre, con la de ellos.
Con mi orina marcando territorio.
Es tarde para la bondad y los buenos presagios, es tarde para evitar que el filo del cuchillo se hunda más de lo aconsejable en la fina piel de mi antebrazo y libere algo de presión. El tejido de las arterias es tan sutil... Y sin embargo me pregunto como puede contener esta presión sanguínea que envía mi corazón podrido. Nací para acumular ira, mi genética está basada en la rabia que contengo.
Gotea la sangre sobre mi perro blanco que la lame en el suelo con glotonería.
Su pelaje níveo adquiere el dramatismo de la tragedia. Lo hace especial. La ira nos hace especiales a todos los seres. Todos los seres rabiamos en la oscuridad cuando nadie nos ve.
Gotea la sangre sobre los pechos de Negranoche, derramo mi sangre entre sus muslos calientes y húmedos. Soy el perro que lame su coño con fruición.
El cenicero es vuestra boca abierta. Envío cartas de amor y sexo a Negranoche, paso los sellos por vuestras lenguas ensangrentadas.
La ira... Saber, imaginar, soñar que estáis muertos, que sufrís, que penáis, que os duele hasta el aura que os rodea y que la paranoia de la ira desatada os hace llorar sangre, es lo único que serena mi ánimo.
Ya estoy más tranquilo, te amo mi vida. Ya no están, los he matado. Te regalo el mundo.
Llego ante ti cubierto de sangre ajena: ha habido un baño de sangre. Y te deseo tanto, que te brindo la extinción de la chusma para que nada ni nadie pueda distraerme de ti.
Te brindo mi vena sajada, te brindo mi cuerpo abierto en canal si así lo quieres. Pero no me dejes entre ellos.
Tengo un cáncer que no me mata, que no se cura, que late. Un eterno embarazo de tejido ponzoñoso que lo mantiene vivo: la imbecilidad de La Tierra.
Yo sólo quiero enseñarte la flor que abre sus pétalos y lanza al mundo sus lágrimas: el rocío de la oscuridad y la soledad. Una sola flor, o al menos la oportunidad de cogerla, saber que hay una.
Pero la pisan, mi amor.
La pisarían si la hubiera.
Ni llorar la dejan.
Quisiera ver una estrella y soñar que estás allí. Son cosas sencillas.
No me dejan Negranoche. Un imbécil con su moto rompe la magia del momento en la sucia noche de la ciudad. La tos de un hombre-marrano que llega desde las paredes me roba las ideas. Las convierte en ira. Sueño que meto en su boca vidrios rotos y le obligo a masticarlos.
Sólo la ira me mantiene vivo, sólo la rabia mantiene en jaque la mediocridad que me roba ideas, que me arrebata la sonrisa y la paz.
Ya no me duele la cabeza, tu sonrisa tierna amansa a las fieras. Ojalá pudiera hacerte responsable de hacer de mí un manso; pero es el dolor de los ajenos lo que me infunde paz. Son los sueños de sangre y destrucción los que me hacen llegar a ti como un caballero que ha combatido contra la innombrable bestia del reino.
Estoy fuera de lugar, Negranoche.
No es mi tiempo, no lo pedí.
¿Se me puede reprochar que mi ira pueda ser la causa de dolor y penuria en el mundo? No se puede ir contra la naturaleza, se me debe aceptar, como yo acepto a los idiotas sin arrancarles los ojos.
Te brindo el hambre y la enfermedad. Te brindo la pasión más pútrida, la que sale de lo más oscuro de mí, como una muestra de absoluta pertenencia a tu mirada líquida y serena.
Tú que me miras con la sonrisa tierna de quien disfruta con las travesuras de un niño. Yo que te miro con las escleróticas vidriosas, con los labios sangrando de morderlos, con la brasa del cigarro calcinando la piel de entre mis dedos.
Así no hay quien folle: tú ríes y yo sangro.
Follemos. Jodamos encima de los muertos, encima de los vivos vacíos. Quiero que grites como una zorra sobre los ancianos y los enfermos cuando la sientas tan dentro de ti que tengas que sujetar tu vientre deseado.
Cualquier cosa que nos haga distintos a ellos.
Tengo un cáncer, y es la humanidad.
Y mi quimioterapia es la ira.
Tú, Negranoche, la alucinación de un terminal hasta las cejas de morfina.
Que se pudran.


Iconoclasta

8 de junio de 2009

Secretos

Tengo una cantidad tan grande de secretos que la sangre se me espesa y el corazón late lento y potente.
Fuerte y cruel.
Secretos que ya no conseguirán acelerarlo. Estoy tan lleno de ellos, que se ralentiza el ritmo cardíaco cuando un secreto arranca una mentira a mis labios.
Tengo un secreto: soy frío y calculador.
Malo...
Y no me importa. Sonrío ante algunos de mis secretos con buen humor. Con cierto orgullo.
En un mundo lleno de buena gente, yo soy lo amoral; sin mí no habría forma de medir la virtud y la indecencia. Soy necesario para que otros puedan llamarse buenos.
Sin mis secretos la vida es clara y sencilla, honrada.
Podría ser bueno, podría tener algo de decencia por el mismo esfuerzo; incluso mejoraría mi sistema vascular. Pero quiero a la otra, y mi sangre se lanza directa a mi pene al evocar a la que deseo.
Fumo mucho, y eso tampoco ayuda a que mi sangre sea más clara y mis secretos menos hirientes.
Tengo un secreto: la lujuria salvaje me hace más hombre.
La certeza absoluta de que liberando uno de mis secretos haría tanto daño a la que no quiero, me otorga un poder divino.
Ergo soy un dios con su cristiana sangre preñada de veneno con la que quisiera haceros compartir una santa eucaristía.
Tengo un secreto: creo en Dios como el cabrón que me jode cada vez que puede. Moriré con una navaja en la mano para degollarlo cuando lo tenga ante mí.
“¿Me has dado a una mujer que no quiero y a la que amo la has llevado a otro confín del universo, hijo de puta divino?”.
Tengo un secreto: mis blasfemias son inconfesables. Aterran al expresarse en voz alta. Como un conjuro maldito.
Secretos... ¿No son frustraciones los secretos? Cosas que deseamos y que nos dan vergüenza.
Algo de asco.
La sangre se espesa y cuando me sumerjo en mi propio torrente sanguíneo siento la presión del fracaso. De no amar a la que comparte mi cama.
No me importa, no siento remordimientos. Amo a la otra y el amor excluye al mismísimo hijo que tengo.
Tengo un secreto: quiero más a la otra que a mi hijo.
Tengo un secreto: soy una bestia impúdica.
Mi sangre se espesa cuando la sonrío. Un latido, un solo latido potente para bombear el deseo en el plasma-lava que es mi sangre ponzoñosa. Mi corazón es un pistón vertical, como mi miembro penetrando a la otra.
Dentro y fuera, dentro y fuera, dentro y fuera...
Me masturbo acostado al lado de la que no quiero pensando en la que amo y deseo. Mi leche es espesa como la sangre.
Toda mi vida es densa, mis secretos son brea pura que se llevan la piel al arrancarlos. Piel de otros.
Secretos... ¿Cómo no avergonzarse de ello?
Si sintiera vergüenza de ellos, no sería tan cerdo.
La beso cada día sin cariño, por inercia, porque es así la mediocre vida. No la quiero y guardo el secreto. Sin piedad.
Si ella supiera mis secretos... Qué daño más innecesario, que dolor más gratuito.
Ojalá yo la amara como ella me ama a mí. No tendría una sangre tan espesa, un corazón tan frío y eficiente bombeando veneno puro.
Comería más verdura, relajaría más mi mente, adelgazaría y me pondría crema hidratante en el rostro, como todo hombre sensible que cuida de sí y de los suyos. Precioso.
A mí me gusta la carne y la piel curtida.
Yo no quiero a los míos, ya no son míos. Son un accidente, algo que he de soportar.
Amo a la otra, a la que no tengo, a la que está tan lejos que hago responsable de mi ansia a la zorra que duerme a mi lado.
Mi secreto: ella no tiene peso para mí, sólo la sonrío por que aún me queda algo de cortesía. Porque esta puta vida me ha enseñado a ser cabrón. A guardar y atesorar secretos como el alquitrán del cigarrillo que se acumula en las arterias.
Y sonrío de verdad cuando ella dice: “Ya no me quieres ¿verdad?”
Un secreto y la miento: “Sí que te quiero”.
Y una mierda.
Tengo más secretos: soy un hijo de puta sin corazón. La jodo pensando que es la otra, sin pudor alguno en mi mente. Cuando clavo mis dedos en sus pezones, son los de la otra los que siento, la castigo por no ser la amada y a pesar de ello, siento las contracciones salvajes de su coño expandirse por sus tejidos reverberando en los míos.
Pero quisiera que llegara a la otra, que mi gruñido de placer lanzara saliva y semen en la piel que amo. No en la de ésta que un día amé. Un día que ya no cuenta, un día que ya no pesa porque es la otra la que ocupa mi mente toda.
Secretos... Los secretos espesan la sangre que corre lenta por unas venas gordas e hinchadas. Los secretos son un veneno contenido, un compuesto que he de controlar para no envenenarla. Ya sufre bastante sabiendo en su ego más profundo que no soy de ella.
Secretos... Ninguna confesión podría absolverme de mi traición, porque algunos secretos, se los cuento a la que amo.
Tengo un secreto: ella disfruta sabiendo de ellos. La que amo goza con mi maldad nata. Con mi ponzoña que la hace grande en mi vida.
Importante.
Necesaria.
Tengo un secreto: la he visto masturbarse cuando le digo que me la follo en el cuerpo de mi esposa. Desea sentir entre sus muslos el calor de mi sangre espesa. El bombeo de mi corazón vertical. De mi pistón.
La que amo se siente única ante mis secretos a ella le desvelo alguno para excitarla. Para que sepa lo que se pierde. La amo y la jodo, la condenaría a gemir hasta desfallecer de tanto que la deseo.
A la otra no, a la que duerme a mi lado cada día, la jodo por una cuestión hormonal.
¿He dicho que soy un poco cerdo? Me importa poco. Son mis secretos, tengo derecho a tenerlos. Puedo adulterar mi puta sangre como me de la gana.
Tengo un secreto: no estoy loco, no puedo alegar locura. Soy sólo un hombre amoral que disfruta siéndolo.
— ¿Puedo añadir una tarjeta al paquete del regalo?
— Por supuesto. ¿A qué se debe el obsequio?
—A nuestro aniversario de boda.
La mujer puso encima del mostrador del mostrador una tarjeta en la que había un dibujo de dos manos entrelazadas donde resaltaban las alianzas.
El hombre escribió:
“Feliz aniversario, Cris.
Mi querida esposa a la que no amo.”
La dependienta no pudo evitar leer la dedicatoria y miró al hombre asombrada.
— A veces se me escapan los secretos —respondió el hombre cogiendo la tarjeta de sus manos. — Hay tantos...
La rompió sin pasión, como un pequeño error.
-No. Es igual, mejor sin tarjeta. Los secretos jamás deberían ser contados.
Tengo un secreto: mi sangre corre espesa, como mi pensamiento.
Tengo un secreto: jodo a la que no amo.
Tengo un secreto: mi sangre es mierda, como mi vida.
Tengo un secreto: he roto su regalo de aniversario, que se joda.
Tengo un secreto: soy amoral y divino.


Iconoclasta

2 de junio de 2009

Una ráfaga de ternura

Hay un aire que trae besos tiernos, ráfagas de caricias sutiles que confortan la piel y pintan mi aura de un azul intenso.
Es el tiempo de amar, el tiempo de la bondad y la ternura.
El cielo esplende iluminado por su sonrisa. Es la luz que alumbra un universo gris.
Marca mis estaciones, mis fríos y escalofríos, mis calores y ardores. Mi otoño seco y gris en la aterradora distancia que me condena sin ella.
Y crea primaveras y deshielos.
No siempre es el momento de hundir mis dedos en su voraz y húmedo sexo mordiendo mis labios hasta hacerlos sangrar, reteniendo la bestialidad de un deseo.
Hoy mi mirada es líquida, sus besos son agua de rosas y no quiero más que cerrar los ojos y decir que es la cosa más bonita del mundo.
Porque ese aire que sus labios mueve y corre lleno de besos, es un bálsamo que me unta de serenidad todo el cuerpo y el alma si la tuviera; porque es de ella.
Un momento de paz.
Gracias...
Mentira, no le agradezco nada. Miento como un cabrón.
Mi intención es besarla como un poseso, devorar la boca de la que marca el ritmo de mis emociones. Es lo único que puedo permitirme con voluntad propia. Morder sus labios carnales hasta que mi puto miembro reviente por ella. Hasta que mis venas se inflamen ante los rayos de su amor y un deseo descontrolado.
Hoy no.
Hoy no huelo su coño como un animal en celo. Hoy no soy el pene que hiere y rasga el amor e insulta a Dios en las alturas.
Hoy soy dulce, debo serlo porque el aire trae la ternura y besos a los que es imposible no cerrar los ojos y abandonarse.
Hoy no soy hombre, soy un rumiante de vacua mirada. He perdido todo asomo de humanidad, de mi animalidad cultivada con tesón; por una ráfaga de aire de su boca fresca. No quiero ser más que un manso entre sus brazos.
A veces me doy asco cuando la miro con el deseo de penetrar todo su cuerpo. A veces me siento un pornógrafo de todo ese amor que me regala y al que a duras penas puedo responder con una torcida sonrisa.
Hoy no es el momento de vomitar.
Que no se fíe, que no se acerque creyendo que la bestia duerme.
Sonríe traviesa... No quiere que la bestia duerma, sólo juega con ella.
Bella maldita...
Sonríe como una mujer-niña que me conoce, que se conoce. Que usa cuerpo y mente como un ser perfecto. Un milagro de la evolución en un planeta lleno de especies erróneas, innecesarias.
Y mi pene se expande, se endurece hasta el dolor, hasta presionar la mismísima boca de la cordura y desencajar sus mandíbulas.
No alardeo, es que no puedo dominar el amor ni este trozo de carne que palpita entre mis piernas como un corazón más.
Una sonrisa por favor, unos besos de mariposa en la nariz, y conseguirá que me rinda otra vez.
Ella dicta el tiempo y la atmósfera. Su atmósfera, la que me envuelve. Me enloquece, me hace libre y esclavo, poderoso y derrotado.
Los seres superiores no entienden el tormento que representa para un vulgar amarlos. No entienden que es imposible soportar su mirada dulce y sus labios brillantes sin desear lamer sin asomo alguno de ternura su piel toda. Su coño...
Su coño bendito y de puta.
Me masturbaría ante ella, ante su mirada tierna, como un anormal, como un sátiro, como alguien que no sabe bien qué hacer con ella.
Ni todo es sexo, ni todo es amor... Qué fácil y que sencilla es la ambigüedad de los idiotas.
Me debato entre el amor y el sexo y es imposible extirpar lo indecente de lo decente, lo carnal de lo espiritual sin que salga seriamente dañado mi cerebro.
¿O tal vez está dañado? ¿Cómo puede sonreír a un hombre de tan peligrosa y rota mente?
Peligrosa para sí mismo, porque hasta las cucarachas y las ratas saben que existo para ser su placer y su deseo. Para ser su pelele, su consolador. Para musitar confidencias de amante en su oído.
Hoy no es tiempo de follar, es tiempo de llegar a su alma. Ella dicta el momento con una bella sonrisa, sin ser consciente de que es cruel en su devastador poder.
Me llena de paz y me anula.
A veces cierro el puño en la navaja de afeitar y aprieto con fuerza. Es obsceno el filo que se hunde en la carne con un dolor que es un escalofrío que penetra en los huesos. La sangre se espesa con el calor de mi piel, cálida como la carne húmeda de entre sus piernas.
Densa como mi baba recorriendo su piel.
Y el puño ensangrentado es lo más parecido a su coño que he podido encontrar en este sucio planeta al que estoy condenado.
Son cosas que uno piensa cuando está solo. Cuando me encuentro terriblemente solo y alejado de ti.
Indecentemente lejana, mi bella diosa.
No soy peligroso para nadie más que para mí.
Pero soy ofensivo, soy blasfemo y de la misma manera que sacudo la sangre de mi mano ensangrentada al mundo, también le escupo mi semen preñado de deseos, mi caldo de lujuria y bestialidad.
Y es triste que se estrelle contra el suelo, es triste que se evapore. Quiero escupirlo en su piel, entre sus muslos, en su sonrisa magna y su sexo expuesto, abierto e indefenso a mí.
Hoy es día de besos y una sonrisa, de unas manos que se estrechan. Ella dicta que es tiempo para la ternura.
Tengo miedo de no poder obedecerla, de caer en rebeldía ante mi diosa.
Es un momento para que la bestia no despierte, no presione contra la tela de los calzoncillos y me regale ese momento de serenidad, siquiera un instante para la paz.
Sólo ella sabe dominar y aplacar a la bestia, a lo carnal de mí.
Pero que no se fíe.
No te fíes mi bella diosa, no siempre podré ser tierno, no siempre tu sonrisa me sumirá en la paz.
No siempre podré ser dulce cuando todo mi ser se agita ante tu recuerdo, ante tu presencia.
Es tan difícil ser hombre y controlarse ante ti...
Que tu sonrisa me de paz, necesito una tregua.
Te beso con ternura desde el abismo, aferrado a mi pene, preciosa.
No puedo hacer otra cosa.
Y ríes...


Iconoclasta