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26 de septiembre de 2024

lp--Cara y cruz--ic


Las dos caras de la moneda, en el mismo instante, en el mismo lugar y yo entre ambas.

Es un magnífico privilegio el mío.

Estoy donde debo.

No necesito nada más.

Miro al sudeste para encontrar el sol radiante y su luz. Al noroeste, y dándole la espalda a la luz, la oscuridad plomiza y majestuosa.

El paisaje inspira en mi pensamiento una metáfora de la vida en cautividad mientras observo la aguja de la brújula estabilizarse e indicar la dirección de la oscuridad que me da paz.

De luz hay tanta… Mis ojos tienen cierta edad y una mirada atávica que he trabajado segundo a segundo.

Allá en la ciudad, en cautividad, si miras a la luz das la espalda a la mezquindad y su maldad, al oscurantismo, la represión y la esclavitud a la que te condenan al nacer con pecados, mandamientos y leyes. Con sus condenas siempre pendiendo sobre tu cabeza, afiladas y mortales para la libertad. Y como al cielo plomizo, nada detiene.

Se podría creer que la luz es la esperanza; pero sería una puerilidad, un infantilismo indigno de un ser humano adulto.

Sin embargo, es lo que hace el humano cautivo en sociedad: mirar la luz esperanzado en la milagrería de sus amos y sacerdotes que muestran sus puñales rituales para hacer de él sacrificio a nadie.

Escupo la colilla del cigarro con displicencia molesto con la metáfora y su alegoría, algo que sólo se da lejos de aquí; en este momento a millones de años luz de mi pensamiento.

En libertad las metáforas se diluyen y pierden todo significado ante la belleza y majestuosidad del cielo y la tierra, de lo palpable, visible e incorruptible por los sacerdotes legisladores de pecados, condenas y privaciones que alzan desde el púlpito sus símbolos doctrinales predicando absurdidades con codicia.

Amo la oscuridad y la luz que sin hipocresía y con la sencillez de un respiro el planeta ofrece en libertad absoluta.

No necesito nada más, ni una moneda.

Es todo y soy con ello en este instante y lugar, entre la oscuridad y la luz; donde los sacerdotes en una justicia salvaje son cadáveres cubiertos con hojas muertas alimentando la tierra.

Donde podría partirme un rayo o la luz templar mi piel, sin más consideraciones.

Y lo mejor, elegiré entre la luz y la oscuridad, no le temo a la libertad.

Sin palabras farfulladas o urnas construidas con deshechos.

Elijo la cara o la cruz, según mi ánimo. Relajado e ilusionado, ahora sí; es mi precisa y firme elección.




 


Iconoclasta

Fotos de Iconoclasta.

20 de febrero de 2024

lp--Memorando de las sociedades humanas--ic


Nadie tiene derecho a ser libre, todo ser humano nacido en sociedad nace, por tanto, en rigurosa cautividad.

Y el tiempo en el que se sacrifica la infancia y la juventud de toda cría humana en la doma y amaestramiento (educación, escuela, universidad) tiene por objeto que jamás pueda ser libre por mucho que lo desee.

Como todo animal nacido en cautiverio, su libertad sería su muerte segura.

Los amos de las montañas, llanuras y costas son los silenciosos y malignos señores de la esclavitud. Básicamente los sicarios del Estado y aristocracia encubierta.

Ellos vallan la libertad y coartan, denuncian o disparan contra cualquier acto de libertad.

Sin ellos, la aberración humana de nacer en cautividad, no hubiera sido posible.



Iconoclasta


9 de diciembre de 2023

lp--Conciliar el alma con la carne--ic

El gran problema del cuerpo es el alma que lo humilla haciéndole creer que es un super cuerpo con superpoderes.

El alma es todo emotividad e ilusión. Espiritualidad sin descanso.

Pero la vía del dolor y el placer es la carne, siendo el dolor lo más habitual.

Calor, frío o indiferencia en el mejor de los casos.

Al no tener nervios el alma no conoce el dolor, ni el placer más que como poesía o ilusión para recrear tragedias y romances oníricos. Y como es el dolor lo que hace realmente notoria la vida y es el parásito pegado a la piel desde el nacimiento, el placer se queda en mera anécdota y una exaltación excelsa del alma de la reproducción, la cópula sexual.

Y así en toda situación, momento y lugar; con el deseo, la libertad y el planeta entero. Si le das libertad al alma convertirá tu vida en un falso paraíso aún que no eres cadáver.

He sido lo suficientemente hábil para domar el alma, hasta el punto de dudar si la tengo.

He amorrado mi alma contra mi sexo y el de mi puta para que tuviera un atisbo del acre y fuerte olor de los genitales, que no huelen a rosas o esencias divinas, sino a humores sexuales dulzones y picantes como el ácido olor de los restos de orina y su animalidad afrodisíaca. Como a mí me apasiona y excita, sin circunloquios de poetas con el alma escindida del cuerpo, ingenuos...

Mi alma es conocedora del agrio aroma a sudor de mi carne, la que como y follo. Y evoca su coño en toda su magnitud, fragancia, viscosidad, elasticidad y sabor, con el más obsceno pragmatismo y deseo animal.

Hace eones que mi espíritu aprendió de la carne y no la humilla con rebuscadas imágenes idílicas, extraterrenales aromas y gemidos de mitológicas posesiones.

Mi alma asume los jadeos animales de lucha, posesión y placer. Un cansancio acumulado de dolor y frustración que se diluyen por unos segundos con el semen mezclándose con su viscosidad en la cópula.

Y así, sin engaños, admiro con profunda emoción las cercanas y abruptas montañas y las nubes que las acarician masturbándolas.

Precioso...

Las amo por lo que son en realidad, sabiendo que caminando por ellas y sus nieblas, la muerte, el dolor y el cansancio se hacen posibilidad en mi alma como el frío y el deseo angustioso de encontrar refugio y sobrevivir.

No ser cazado, no caer y partirse las piernas o la cabeza dentro de esa bella foto que el alma en su ignorancia, juzgaba como el sumun de lo idílico.

Aprendí a amar y admirar a pesar de la verdad de la carne y su dolor, a pesar de las fantasías del alma ignorante y cándida.

Los reyes magos no existen; sólo importa su sabor aún en mi boca, la textura de sus endurecidos pezones o la agridulce baba de su coño.

Y mi rabo oliendo a ella...

Mi cuerpo es uno con el alma, sin remilgos y con la adecuada pasión y fuerza.

Ya no sé cuándo perdí la gracia de la ingenuidad. Y ahora amo lo bello a pesar del terror y el miedo que pueda prometer. Amo el sexo crudo como despertar con una ternura al lado de quien amo.

Amo a las hostiles montañas y sus nieblas que me dejan ciego.

Mi alma se hace vieja conmigo, íntimamente insertada en cada fibra muscular.

Moriremos juntos, sin fantasías.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

13 de julio de 2023

lp--Arrebato de narcosis romántica--ic


Tengo una sobredosis de ansiedad de ti.

Me he chutado en vena tus palabras y sonrisas, tus sueños y amaneceres injustos.

Y mi piel destila gotas de tu alma.

Te juro que no es sudor, porque siento el cuerpo helado por dentro.

Estoy absolutamente colgado de ti.

No distingo si en mi cabeza riges tú o yo.

He esnifado recuerdos contigo e incluso he dudado de que los sueños lo fueran.

He despertado sentado en una roca a la orilla del río.

La lluvia de pelusas de los sauces, como seres celestiales ingrávidos y volátiles sobre el cauce, dibujaban tu rostro en el aire.

Irremediablemente me arrastraban a ti.

He sorbido una gota de sangre que descendía por la nariz y me he lavado el rostro con el agua fresca de tu líquida mirada.

He imaginado el planeta desde el espacio, sus distancias e inconsecuencias.

Y un repentino latigazo de solitud me ha provocado la necesidad de escapar contigo de nuevo. Escapar de la dimensión real…

Pero no me quedaba más morfina de amor.

Por el pliegue del codo una pequeña boca pide más de ti y llora una gota de sangre con hambre.

Las venas se rasgan con el ánimo.

No sé, es difícil amar y comprender.

Arrastrando mi mono de ti he caminado con un saco de tristezas que solo debe abrirse en la oscuridad y su aislamiento. En la habitación del llanto de mi hogar.

Volveré a encerrarme en mi laboratorio de amor ilegal y quemaré más palabras tuyas escritas en papeles rasgados como mi pensamiento. Y sublimaré las cenizas con lágrimas.

Destilaré la materia oscura y la esencia será de mil partes de ti por una de mí.

Las sobredosis de ti no matan; es imposible que pueda causar un daño el exceso de ti. Principalmente se debe a que no hay exceso, soy insaciable.

No importa lo que se espese mi sangre con tus palabras procesadas en mi alambique de la desesperación.

No importan las cenizas tantas veces esnifadas, adheridas en los pulmones y las impurezas que pudiera haber por mi torpeza en la elaboración.

Aunque dudo que sea una ventaja no morir por narcosis de tu amor.

Estaría bien morir suave y plácidamente. Es una dura prueba de entereza salir de la psicodelia de amarte en un momento y lugar sin ti.

Lo que no haga tu amor, el tiempo lo hará. Sin embargo, hay tanto tiempo que el desgaste es eterno como el infierno.

He alucinado en algunos viajes que esos seres que flotan sobre el río y lentamente caen en el agua, como si no quisieran, son capaces de arrastrarme río abajo y llevarme al mar cuyas todas aguas conducen a ti.

No tengo necesidad alguna de despertar, no me preocupa. La ingravidez de la inexistencia es ese descanso que buscan los alquimistas yonquis del amor, cuando se colocan con sus propias drogas.

A veces, cuando la vida duele mucho, tengo un mal viaje al meterme un jaco de tu alma y ocurren cosas horribles; la ventaja es que al despertar no hay esa tristeza que incinera la ilusión de los sueños. Sin embargo, he perdido el tiempo.

La tristeza, más hermosa que cualquier alegría, llega cuando te disipas entre las volátiles pelusas que, arrastradas por suspiros y trinos nievan blanca y cálidamente sobre el cauce del río.

Y Linda Ronstadt cierra hermosa y sensualmente su Blue Bayou…



Iconoclasta

6 de enero de 2023

lp--Con los pies en el suelo--ic

Nació para ser amada, con la carne y la piel que cubre y protege su pensamiento perfectas. Cálida y sedosa su mirada y sus urgentes labios.

No puedo creer estar amando a una diosa. Solo ocurre en las películas.

Sin embargo, me rebosa agua ácida de los ojos. Se me irritan y el mundo se hace difuso.

Una costura se ha rasgado en el tejido de mi mediocre existencia y ha hecho mierda mis defensas.

Es lógico que plante los pies en el suelo. Podría elevarme hacia ella, por ella.

No puedo permitirme soñar despierto, debo afianzarme a la tierra.

No soy pájaro, cometa o meteorito. Sino una piedra tallada por las presiones telúricas y los volcanes.

A menos que te quede un respiro para la muerte, no importa fracasar y caer.

Y aún no siento ese olor a moho en mis pulmones que deja la muerte cuando está demasiado cerca. Huele como las hojas que se pudren con la escarcha invernal. Las que piso con la firmeza de mi peso y la ingravidez del amor.

Se me desprende la carne de los huesos por su poder de atracción gravitacional.

Amar duele.

Quiero ir, llegar a mi estrella.

Pase lo que pase, cueste lo que cueste.

Soy un asteroide al rojo camino a la desintegración. Mi diosa no lo quiera…

Y antes de seguir con mi letanía de amor y deseo, me aseguro de nuevo que los pies sigan ahí, pegados en la tierra.

Caer duele millones de lamentos luz.

Y el dolor no aporta misericordia ni dignidad a la mística tragedia de amar.

No puedes curarte con aceite hirviendo una quemadura.

Desea a gritos, pero no dejes la tierra, no te separes de ella. Toda una vida llena de grisentería no puede tener un final feliz.

Ni lo sueñes.

Me digo que es un espejismo; pero no resulta y es más doloroso. La vida sin ella duele más.

Solo sé que soy un pensamiento perdido en la muerte gélida y árida del cosmos, un astronauta desecado y congelado sin posibilidad de putrefacción desintegradora.

Soy un trozo de plástico espacial.

Y un viaje incierto a un destino ineludible.

Porque si no amas ¿cómo vives?

Siendo un mierda.

Me fascina cuando se estira desnuda y felina entre las sábanas, ronroneando universos extraños e intensos, hambrienta de ser tomada. Imaginando su piel cubierta por el deseo y el coño palpitando en una ascensión a la cima del placer violento y animal.

Aquí en la tierra fría, mis pies parecen hundirse; fundirse con el calor que produce su tormenta de amor solar.

No puedo dejar de evocar mi semen deslizándose entre lo más prohibido y secreto de sus muslos, un goteo viscoso que se bebe la sábana cálida que la sostiene.

Mis pies en el suelo…

Y me duele el corazón de luchar contra su tirón orbital.

Durante unos minutos permanecemos en silencio. Recuperando el aliento y retornando suave e inevitablemente a la realidad con el corazón pleno y el coño agotado, ahíto de placer. Mi pene decreciendo, escupiendo algún semen residual, humillado silenciosamente ante la diosa.

Con leves jadeos se desvanece la violenta lujuria que nos abandona a un amor relajado y caníbal.

Observo sus pezones aún duros mojados de mis labios.

Es mía, mi diosa…

Y un pie se alza traidoramente. Me apresuro en contraer los dedos en la bota haciendo un puño para dar potencia a la pisada, si eso es posible.

Peso lo que peso…

Es mi desesperación y tortura, un castigo a mi impío amor que detesta y ofende a la humanidad y sus interferencias constantes entre ella y yo.

Soy una triste mitología.

Somos de la misma especie: el amor nos hace feroces, desinhibidamente irracionales.

Pero tengo mis limitaciones, no soy un dios y si dejo la tierra que me mantiene vivo también perderé lo poco que tengo de ella.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

16 de octubre de 2022

lp--Y soñé--ic


Y soñé que te besaba. De repente.

En un mundo penumbroso. ¿O tal vez indefinido?

¿Qué importa el decorado si te tengo?

Sabía que era sueño, como si una parte de mí estuviera despierta, observando con tristeza un amor que no traspasa la frontera hacia la realidad, hacia la carne táctil.

A posteriori, cuando aún hierven las imágenes del sueño tras despertar; me preocupa, me desconcierta que no sea mi rostro, ni mi cuerpo en lo onírico. Me reconozco en sueños, sé que soy ese que te come de amor, no hay duda porque estoy tras sus ojos y pienso desde dentro de él; pero tampoco existe un mundo y una luz igual en la realidad.

Cuando despierto, siento el peso de perderte.

Temo ese momento. 

Me desconcierta la luz oscura de mis sueños y los paisajes indefinidos y grises. Calles y lugares desconocidos… ¿De dónde salen? Nunca sueño lo que conozco, salvo a ti.

Me alarmas el corazón porque contigo traes luz a mi inconsciencia.

Soy un ser oscuro. No lo digo con tristeza, solo afirmo.

Y me confirmo.

Soñándonos tenía miedo, una tristeza pegajosa en mis ojos cerrados, una desazón indescriptible ante el inminente amanecer que catapulta chorros de luz reales iluminando mi fracaso vital.

La vigilia se convierte en una ventana con vidrios rotos y afilados.

No podía distinguir mis labios de los tuyos de tan fundidos entre sí. Era perfecto.

Presionaba mi pene duro contra tu vientre para que supieras la dura excitación que escondía mi ropa. Y tú apretaste la pelvis contra mí para sentirlo más.

Se escapaban gemidos entre los hilos de baba de las bocas. Tampoco era capaz de distinguirlas.

No sé en qué momento nos desnudamos y follamos, porque me dormí dentro de mí mismo.

Desperté por la frialdad pegajosa del semen en mi vientre y la sábana. No me limpié, lo extendí por los testículos acariciándome, intentando volver al sueño.

Cerré los ojos colocándome a un lado de la cama, dejándote un espacio para cuando llegaras al amanecer. Y eyaculé unas lágrimas por mi inusitada inocencia que me hacía inquietantemente loco.

Amaneció, desperté y no estabas.

Otra vez…

Tu lado de la cama estaba vacío y no olía a ti. Estaba frío como el semen que me despertó en otro tiempo, aquellos minutos atrás que fuiste dueña de mi sueño todo.

Ahora tomo un café y fumo mientas sisea el gas por los fogones apagados de la cocina.

Amar agota.

Lo agota todo.

Los sueños son de una bella crueldad. Ojalá al morir me hiciera sueño.

Si hubieras llegado, habrías cerrado los mandos de la cocina salvando mi vida.

¿A que soy un miserable?

No sientas mi muerte.



Iconoclasta

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17 de febrero de 2021

Entender el amor


No se puede entender el amor como ocurre en las películas, la literatura, la música o el arte.

Se debe tener muy presente, porque las artes existen para evadirse de la realidad. De la mediocridad.

Ir a un museo o al cine para ver más de la misma decepcionante realidad sería un asesinato a la imaginación.

El amor real (si lo hubiera) no alimenta el cuerpo ni construye decorados preciosos.

El amor real se diluye, se asfixia con mil y un problemas que lo sepultan todos los días a lo más ignorado del pensamiento. Cuando el amor debe compartir espacio con la supervivencia, ésta lo pisa, le mete la cabeza en el barro. Porque la supervivencia es feroz, nada puede oponerse a la instintiva lucha por la vida.

Podríamos pues, concluir que el amor, el romanticismo es el producto de una sociedad acomodada, ergo decadente. Tal vez… Pero para eso existen las artes y el cine, para proteger el amor de la decadencia y la indignidad.

Y la dura realidad es que solo unos pocos privilegiados decadentes pueden vivir del amor bohemiamente.

Además de esto, el amor es sesgado porque el hedonismo va de su mano. Y la búsqueda del placer per sé, es una de las grandes aspiraciones de cualquier ser humano.

Es lógico pedir otro amor, y otro, y otro. Renovación. Es tan bello tan trascendente que, sería estúpido castigarse, castrarse.

Y también es cierto que la lealtad es una virtud hermosa: ahí radica también la lucha, la tragedia de amar.

El mundo, la vida está llena de posibilidades y cuanto mayor es la imaginación, las ansias de amar son más voraces.

El único amor, esa unión religiosa de por vida, es una imposición de los poderes políticos, religiosos y económicos que pretende limitar la felicidad y el placer para dedicar todo el tiempo de vida posible del trabajador al enriquecimiento de los que ostentan esos poderes.

Tampoco hay que confundir la búsqueda de amores con la poligamia; el amor debe ser único en su justo momento, es su naturaleza voraz y acaparadora; fiel hasta que se extingue y dure lo que dure. La poligamia es solo ganadería, reproducción. Putas y putos en un corral de gallos y gallinas ponedoras que follan como si cagaran.

Necesitamos la literatura, las películas, la música y las artes para que nuestros sueños e ilusiones adquieran el tinte de la posibilidad, aunque solo sea por un par de horas un día en el cine, frente al televisor, escuchando esa música preciosa que nos transporta a un tiempo y lugar que está lejano, tanto en el pasado como en el futuro. Un par de horas de amor hermoso en esta vida inmersa en una sociedad venenosa que es pura mezquindad y mediocridad, puta mentira y abuso.

Y estafa.

Hay mentiras hermosas por las que vale la pena abandonarse un tiempo y solazarse en una desinhibida ingenuidad.





 Iconoclasta


30 de mayo de 2020

El primer ataque de melancolía


A veces la melancolía me traiciona y abandona a la deriva de aquellos pocos recuerdos inocentemente ingenuos que me dieron fuerzas para crecer intelectualmente. De soñar.
Mi primer ataque de melancolía ocurrió sobre el inicio de la adolescencia, por alguna emoción difusa que no puedo detallar, algo relacionado con la envidia de los otros, de los ajenos a mí. Me llevó a pensar que la vida era hostil y que mis sueños se quedarían solo en eso. Y de repente, eché de menos mi infantil ignorancia y asistí a la muerte de mi niñez.
La primera envidia que te ataca y la primera mentira arribista, es lo que lleva a la primera crisis de melancolía.
Aquello que soñabas, con la súbita comprensión se hace añicos y el mundo es invadido por una escala de grises que hace de la piel cemento. Como mis sueños de sombras entre sombras.
La verdad es un trallazo que decapita los sueños.
Un profesor dijo de mí que era extraño. No fue un cumplido, fue despectivo.
Y yo me sentí bien, vanidosamente bien.
Morir no tiene gracia; pero vivir sin magia, tampoco.
Ocurre que todas las células del cuerpo piden vivir, y te dices: ¡Qué mierda!
Y fumas y ensucias todo lo que puedes; como sucio y gris me hizo sentir algo un día que parecía luminoso y de brillantes colores.
El mundo y yo somos dos vecinos mal avenidos: él me cobra un alquiler abusivo y yo tiro las colillas a su patio, ensuciándoselo.
Y así hasta morir.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

17 de junio de 2019

No la sueño


Jamás he soñado con ella, nunca la he besado mientras duermo.
Cuando duermo, no existe el mundo ni ella. Ni siquiera yo.
Todo es irreconocible.
Todas mis ilusiones, deseos, carencias y tristezas de amarla las vivo despierto, las sueño con los ojos abiertos desdoblando en dos hemisferios la realidad.
No puedo dejar de pensarla cuando soy consciente. Incluso temo irritarla a pesar de que mis divagaciones son mudas.
Así adquiere sentido que dormir sea un descanso tan necesario para la mente como para el cuerpo.
Debe ser por esto que mi cerebro rechaza el mundo al dormir; pero sobre todo a ella que consume tanta energía durante el día que lo deja exhausto. Y se protege negándola durante el sueño.
O se repone o se rompe de tanto amarte, cielo.
A veces consigo despertar del profundo coma de la noche para pensarla, preguntarme dónde estará, qué pensará. Y si al día siguiente habrá un momento de intimidad para susurrarle algunas palabras de amor.
Luego duermo profundamente un poco más tranquilo. Otras veces me es imposible cerrar los ojos a su presencia y fumo para cauterizar heridas internas de tristezas y ansias, hasta que los ojos se cierran solos y el cigarrillo hace crepitar dolorosamente la piel de mis dedos.
Nunca has sido parte de mis sueños, siempre has sido mi realidad.
No es alarde ¿sabes, cielo? Simplemente es algo que no puedo evitar, es algo que me ocurre, como una bendita enfermedad.
No sé si es más romántico soñarla; pero no puedo elegir.





Iconoclasta
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6 de diciembre de 2017

A dos renglones de vida


Cuando muera y deje de existir ¿qué será de mí sin ti? Porque no habrá nada que contenga todo este amor que a duras penas me deja caminar, casi arrastrarme hacia ti.
No seré responsable de convertirme en una bola de fuego incinerador, una nube dejando caer cuchillos de hielo. Un humo radiactivo.
O un viento que ruge tu nombre arrancando la piel de los seres humanos.
¿Qué será de mí sin ti? Todo este amor… Tantas promesas de estar juntos toda la eternidad.
Desoímos la decadencia del cuerpo, no por ingenuidad; solo por supervivencia y evitar la mortificación de pensar en no tenernos un día.
Este que ha llegado para mí.
Te dejo sola, mi amor.
El corazón apenas late un segundo y se detiene cuatro.
¿Sabes lo que cuesta respirar? Los pulmones plegados como las alas de un murciélago durmiente.
Y la ira de dejarte…
No puedo combatir la fulgurante descomposición de mis células. Cuando lucho por tomar aire, me olvido de que te amo. No pienso en ti cuando llevo la mano al pecho y golpeo el corazón para arrancar un latido más.
Perdóname.
Duele un millón morir, cielo.
Te escribo en una agonía de cuerpo y amor, cuando llegues a casa seré cadáver.
Abre las ventanas, no respires el vacío que he dejado; podría ser malo.
Temo ser tóxico sin ti.
Te podría escribir que si encuentro algún medio para volver a ti, lo haré. Volveré contigo…
Pero morir es tan terrible que no puedo ejercer la esperanza o la fantasía, mi amor. Vivir un segundo más anula toda otra consideración.
Cada vez soy menos y veo el mundo por las rendijas de los párpados que apenas puedo mantener abiertos. Lo escrito desaparece dos líneas más arriba.
Dos renglones me quedan de vida, de amarte.
No he sido eterno, mi vida.
No nos engañamos, ¿verdad?
Pero fue hermosa la fantasía.
Y era necesario un grado de ilusión entre tanta realidad.
Te amo, ahora, en este último renglón de mi vida.




Iconoclasta
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14 de junio de 2017

Solo carne



Hay momentos en los que no puedo dejar libre la imaginación y he de ser real.
Tranquilizadoramente pragmático.
No tengo alma, solo soy carne.
Un cerebro a veces lerdo y otras ágil.
Depende de la química.
Depende de lo comido.
Soy un pene fláccido y otras veces erecto.
Depende del cansancio y del dolor.
Depende del amor.
Depende de la brutalidad.
Soy carne, vísceras y huesos.
No hay alma en mí.
Mi pensamiento es un caos de reacciones eléctro-químicas.
Lo sé porque cada noche, un segundo antes de apagar la lámpara, solo queda de mí unos objetos en la mesita.
Cuando muera será exactamente lo mismo. Quedará mi carne sin pensamiento dentro.
¿Es acaso el sueño un entrenamiento para morir?
Y solo trascenderá lo que quedó ahí: el tabaco un boli y papel.
Muerto no encontraré a nadie que deseo y amo, porque lo inexistente es inoperante.
Es necesario escribir lo obvio para la que imaginación no asuma el mando.
Para no enloquecer ingenuamente.
Y sin dignidad.
No puedo imaginar un pensamiento sin cuerpo. ¿Cómo se la metería a mi amada en caso de encontrarnos más allá de la carne?
¿Cómo besar sus labios, los cuatro, si son inexistentes?
Todo lo que no he conseguido será mi vergüenza y pesar durante esos segundos que tardan en extinguirse todas esas reacciones corporales.
Y si no hay alma, la bondad o la maldad son cosas que no se deben considerar en la vida. Solo el fin. La firme decisión de lograr lo que se ansia mientras existe el pensamiento.
El alma reside en las manos, en los ojos, en la nariz, en el cerebro. La carne está empapada de pensamiento. El semen es una idea espesa que se desliza lenta y se enfría rápidamente sin ella.
No esperes encontrarme cuando mueras tras años de haber muerto yo.
No soñemos con encuentros espirituales. Duele.
Es dolorosa la bendita mentira.
El pensamiento se corrompe antes que la carne.
Y no existe premio o castigo por los actos vitales cometidos u omitidos.
Por eso odio con la misma pasión que amo.
Y clavaría una navaja en un ser vivo con la misma obscenidad y brutalidad con la que te penetro.
Ante las cosas que quedarán en la mesita de noche, nadie podrá decir si fui bueno o malo.
Y ante la carne corrupta, no se consideran esas cosas. Hay que enterrar lo que apesta.
Y solo se podrá concluir que fui carne y huesos.
Tengo este momento de valentía y lucidez para reconocer lo que soy y lo que no ocurrirá.
Y escribo tranquilo, escribo bien. Dos veces bien ante la verdad sin subterfugios dulcificantes. Soy demasiado hombre para todo.
El humo del tabaco se filtra por dentro de las lentes de las gafas y me irrita los ojos dándoles apariencia de tristeza. En realidad desearía que el humo tuviera cuerpo para poderlo asesinar.
No tengo espíritu.
Solo soy acción y reacción instantánea, irreflexiva e instintiva.
Amarte es mi acto egoísta, porque todo vale y nada importa por estar junto a ti. Dentro de ti. Envolverte con mi pensamiento cárnico y carnal.
Cuando muera dejaré de amarte.
No existirás.
Es necesario decir lo obvio en voz alta o escribirlo con el puño tenso en el papel y así, odiar y amar a plena potencia y desinhibición.
Ser consciente de que lo que no ha ocurrido en la vida, ya no pasará.
La única eternidad es esa mesita de noche reflejada en mis ojos, si quedaran abiertos al morir.
Abiertos como los de los peces en el mostrador de un mercado.
Opacados a la vida...
A veces siento la locura de amar y otras me conformo con ser cruel.
Soy electro-química nada más.
Un reacción-pensamiento voluble, incontrolable y efímera.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

29 de abril de 2017

Realidades y virtualidad


Conversaba con una amiga y lanzó una cuestión: ¿Imaginas cómo sería si confundiéramos entre la realidad verdadera o una virtual? ¿Cómo podríamos diferenciarlas?
Lo hermoso de esta cuestión es el lado romántico; donde ausencias y secretos contados a grandes distancias, imprimen un sello onírico donde el pensamiento acepta posibilidades imaginarias que la realidad impide con saña y crueldad. Es una necesidad para desarrollar el amor. Siempre ha sido narcótico amar.
Sin embargo, profundicé y pensé: ¿Quién puede tener problemas con ello?
(Me es inconcebible: yo escribo y creo pesadillas, amores, obscenidades... No quedo atrapado en ellas, ni en mis introspecciones destructivas).
La realidad virtual no existe, no como sueño, no como imaginación, no como posibilidad.
Y razono que se trata de la eterna lucha entre lo objetivo y subjetivo. Dos realidades que se confunden a menudo.
Lo "virtual" es una cuestión semántica adaptada a la tecnología.
La realidad virtual consiste en identificarse en un mundo artificial, desarrollar las propias emociones y sentimientos en un lugar que otros han fabricado. Y vivir ese mundo consciente y voluntariamente por un tiempo prefijado por el fabricante.
La realidad subjetiva es involuntaria y se forma con los deseos, miedos y carencias propias durante la vigilia, la vida cotidiana.
No es virtualidad, es idealización, conveniencia inconsciente.
Hay colores de cabellos y ojos que cambian según quien y en que momento los observe.
La realidad objetiva, hace de un ladrillo, lo que es: un ladrillo.
Algo mensurable y táctil, sin errores de concepción ideológica.
Y la imaginación podría hacer del ladrillo una obra de arte. ¿Sería posible creerse la propia mentira y usar el ladrillo como elemento decorativo en la mesita de noche? No, se quedaría en puro esnobismo. Algo insostenible para una mente bien formada.
La realidad virtual es un juego fácil y limitado. Un pasatiempo en el que no existe el quebranto emocional e irreal de un sueño.
Lo preocupante sería creer que nuestro sueño fuera la realidad, si eso es posible. Porque cuando agonizamos de angustia en un sueño, o cuando estamos en un éxtasis paradisíaco; despertamos. Y unas veces nos encontramos tirados en el fango de la realidad y otras, nos alegramos de encontrarnos en ella.
El despertar y adquirir conciencia es un paro de emergencia que evita la locura, el colapso del cerebro.
Lo que sí es cierto, es que un sueño puede condicionar nuestro pensamiento consciente durante un tiempo, la duración de esa perturbación depende de la intensidad de lo soñado.
Y vuelvo a pensar: ¿Quién puede tener problemas con ello? ¿Quién puede confundir objetividad, subjetividad, virtualidad o sueño?
Son preguntas retóricas, porque conozco las respuestas:
La inteligencia, la imaginación y la capacidad intelectual de analizar lo que ocurre en nuestra mente o en la periferia, solo está presente en una ínfima parte de individuos.
La humanidad en general, se nutre emocionalmente de una corriente empática como la que se transmite por las antenas de las hormigas u otros insectos.
Hay una importante inmadurez en la razón humana, de tal magnitud que es posible que necesiten que alguien les diga lo que es real o irreal.
Y comprendo el verdadero alcance y profundidad de la cuestión que lanzó mi amiga: la estulticia humana.
Es como si por algún defecto debido a una evolución inacabada o errónea, el ser humano tuviera un cerebro demasiado grande que hace de su vida una sucesión de confusiones e imágenes injustificadas. No puede gestionar todos los datos sensoriales que recibe.
El problema, no es la realidad; el problema es la imbecilidad.
El problema es que morir les da miedo.
Sí. Deberían hacerse muchos videos para enseñar a la humanidad lo que es real, que aprendan a reconocer sus propias mentiras y alucinaciones que ellos mismos crean desde el instante mismo en que se miran al espejo para lavarse los dientes y ven, incomprensiblemente, un ser superior.
Y subir a yutup y otras redes sociales todos esos videos. Divino...
No me engaño, sería una obra ineficaz para combatir la inmadura ingenuidad humana, no lo entenderían, les causaría más confusión.
Y por otra parte, vivo en un mundo de idiotas, no necesito ni quiero que la raza humana mejore. Me importa poco el altruismo o la esperanza de un mundo mejor. Esto es solo un ensayo, un ejercicio filosófico.
Puedo seguir viviendo entre idiotas lo que me queda de vida.
Estoy acostumbrado.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.




19 de diciembre de 2016

Brindis por los sueños muertos y vivos


Brindo por los sueños muertos, que quedan pálidos e incoloros entre el hielo y la hierba aplastada de un invierno que hace humo del aire que sale de mis pulmones. Los que murieron en la batalla contra la realidad más espantosa, más mediocre, más gris...
Sueños bravos que se mantuvieron intensos hasta el mismo instante en que la aplastante razón consiguió descuartizarlos.
Hasta en su último segundo de inexistencia, se mantuvieron firmes, marcando el camino.
Como balas trazadoras de un deseo atroz y directo de libertad y pasión, marcaban una esperanzadora ruta.
Pobres... Murieron sin un ¡ay! Masacrados por lo real, por la adocenada y previsible realidad mierdosa.
Sus cadáveres arrancan una lágrima cabrona de mis ojos y debo mirar al suelo para que nadie me vea llorar.
Soy vergonzoso con estas cosas.
Y brindo por los hijos de aquellos sueños, que hoy imponen una maravillosa y renovada locura a mi caminar de voluntad impúdica, irracional e inquebrantable.
Que tiñen de verde vida lo que es gris y muerto.
Herederos de los sueños muertos que me obligan a avanzar adonde quiero y como quiero. Aunque me joda.
Gritan que es la guerra.
Sueños que prefieren morir rasgados como nubes por el viento a convertirse en acuarelas enmarcadas. No quieren ser inmóviles fotogramas en el Álbum de las Frustraciones que un anciano mantiene en sus temblorosas rodillas.
Ellos dicen: ¡Por allí, aunque luego duela! Y yo aprieto los dientes y avanzo con ellos, por ellos.
Aplastando y ofendiendo a todo aquello que interfiere.
Por eso el universo ha puesto precio a mi cabeza. Me intenta matar, a mí y a mis sueños de mil formas, con mil dolores.
Soy inasequible al miedo, los sueños son mi coraza de coraje.
Mejor llegar desangrado que simplemente estar, que permanecer quieto con toda la incolora sangre en las venas.
Brindo por los sueños muertos, por los vivos que piden guerra y odian la paz, por unos buenos cojones y una ira inagotable.
Un trago de hiel y dulce sangre.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

23 de enero de 2016

Al cerrar la pluma


Al cerrar la pluma, al cerrar el cuaderno, se acabó lo bueno, lo intenso. Vuelvo a lo que no es mío, a la realidad que no pedí, que con asfixias soporto.
¿Y si los escritores somos seres malditos condenados a expresar aquellas emociones que siendo absurdas, gozamos y padecemos?
¿Soy un cerebro en coma?
Escribimos de la magia que no existe; pero necesitamos crearla. Escribimos de amores legendarios, de héroes, de dolores y horrores inconcebibles y naves espaciales. Sabemos que nada de ello existe.
Miro mis manos con la triste certeza de que al cerrar la pluma y el cuaderno, te quedarás solo con la realidad.
Es normal suicidarse en un lugar en el que no hay absolutamente nada que ilusione al despertar.
Es lógico no saber en que momento has llegado al paso de las vías del tren para cruzarlas e ir a ninguna parte en concreto. Hay gente esperando también a que las barreras se alcen, no desentono.
Soy del mismo color apagado que ellos, no me engaño. Soy de una vulgaridad que espanta.
Es angustioso escuchar el tren y que los pensamientos funestos se agolpen nerviosos en los dedos de los pies que parecen telegrafiar mensajes de urgencia-stop-stop-stop-quiero salir de aquí-stop-stop-stop...
El tren se acerca veloz con el escándalo de la sonajería eléctrica de aviso de peligro.
Mantenerse tras las barreras... Como si pudieran evitar algo.
Me aferro a la pluma y deslizo el capuchón dejando el afilado plumín relucir con destellos de oro y negra tinta. E imagino que un tren parará ante mí y el maquinista me llamará por mi nombre:
— ¡Pablo López! Suba, por favor, vamos destino a algún sitio que nadie conoce. Probablemente es peligroso; pero lo peligroso no es doloroso por definición. Y por otra parte, el peligro nos distrae del dolor. Va a morir de todas formas, todos los que vamos en este tren, vamos a morir en poco tiempo. Incluso los hay ya muertos, aunque así no lo crea cuando cierra la pluma. A pesar de su tristeza hay secretos, créame.
El maquinista soy yo, que se aguanta firme sobre dos piernas sólidas, indoloras. Se nota en su gesto sereno, en su gesto amable. Y aún así, somos absolutamente distintos. Imposible reconocerme en mi propio rostro. No sabía que en otro mundo pudiera ser interesante.
Siento la vibración de las lejanas ruedas-guillotina de un tren que sería incapaz de evitar a tiempo, embestir a su propio creador si se pusiera delante.
Y Dios mata a Dios.
— ¿Me da un minuto para acabar el cigarrillo? Y quisiera ver el tren que se acerca, me gusta el temblor de la tierra, la invisibilidad fantasmagórica de los pasajeros a través de las ventanillas, el rugido infernal de sus ruedas que enmudece al mundo y me deja solo con mi terror ante su desmesurada y metálica inhumanidad; que sin embargo aloja vida y ojos que observan el paisaje como si fueran raptados de un lugar que añoran sin ninguna razón. Es usted un buen tipo, maquinista. Mantendré la pluma abierta hasta que pase.
—Nadie habla así en ese lado de la vía. Es importante por ello que cruce aquí. Suba al tren en cuanto acabe sus asuntos. Tenemos una tertulia incompleta, hay demasiada formalidad. Necesitamos algo de obscenidad para reír e incluso llorar. ¿Sabe que se permite fumar? Si no quiere, no tiene porque ser ése su último cigarrillo.
—Por cierto, hay mujeres hermosas —eleva la visera de la gorra haciendo un guiño.
Me callo que yo no lo soy, hermoso, para que no se sienta mal. Cuando te dicen algo con buena intención, es mezquino pagar con desánimo. Hay seres que merecen creer que hacen sentirnos bien.
Observo la pluma entre mis dedos, la hago girar sintiendo la cada vez más intensa vibración, hay un pitido lejano que llega a través de un túnel que se presiente. Siempre hay túneles para los trenes, como si necesitaran de vez en cuando ocultarse de la luz para hacer cosas que nadie pueda ver. Para que aparezcan seres sentados mirando ensimismados por la ventana. Que desparezcan luego en otro túnel, cuando apartamos la vista desorientados y deslumbrados por la luz que inunda repentinamente el vagón.
—Soy maquinista por esa expectación. Llevar un tren, atravesar un túnel y sentir que algo ha cambiado. No le voy a engañar, hace años que no piso una casa, que vivo en el tren recogiendo pasajeros que caminan sobre un mundo quieto, sin movimiento. Sin túneles ni peligros, ni sorpresas.
—Una vez me atropelló un coche —recito con cadencia de pensamiento— y no dolió, no sentí el golpe. Simplemente volé y caí. No hay tiempo material para sentir miedo en ese instante. Solo después, al verme tan roto llegó el miedo con un dolor que me asustaba. Lo bueno del tren es que no permite el dolor que sigue a la embestida. Es absolutamente definitivo cuando te golpea. No habrá más que descanso y dulzura. Los trenes no te empujan, te recogen de las vías y te llevan dulcemente no sé adónde, a no sé cuándo. No necesito aferrarme a la pluma para saber esas cosas.
—Espere a subir en mi tren, no tenga prisa. No le ponga el capuchón a la pluma, tenemos fantasías que discutir, penas que llorar, miedos que narrar, risas para atragantarse. Y mucho tabaco y café. ¿Sabe que hay muertos dispuestos a emocionarse cuando lo vean? Le aseguro que usted se emocionará también.
Le sonrío asintiendo con la cabeza porque llega ya el tren empujando un aire gélido a presión que parece querer arrancarme el abrigo. He de ser preciso.
Me apasiona ver como crece todo ese acero en movimiento en mi campo de visión, es casi apocalíptico. Miro el cielo que está inquietante y absolutamente azul, una enorme serenidad y esperanza inalcanzable. Es la última mirada triste al planeta.
— ¡No se entretenga, salimos en un minuto, en cuanto este tren nos ceda su vía! —me grita para hacerse oír sobre el rugido de la máquina que ya está aquí.
Yo no he gritado, ha gritado un hombre y una mujer. 
—Es una pluma hermosa, Pablo. Vámonos, no la cierre hasta tomar asiento —me da una palmada en la espalda invitándome a subir al tren y me devuelve la pluma que ha tomado para admirar.
Hay un bastón roto al otro lado, el que he dejado atrás. Pienso sonriendo con tristeza en epitafios y en jeroglíficos macabros. Mi corazón late con fuerza y toco mi pecho.
Veo gente gritar y llevarse las manos a la cabeza desde la ventanilla de mi tren, en esa realidad hay una pie entre las piedras de las vías y trozos de carne y ropa ensangrentada a ambos lados de los raíles.
Cierro la pluma y nada cambia. Hay una voz que creí olvidada, dos voces, tres... Los abrazos cálidos que creí que no sentiría jamás.
— ¡Joder, han debido atropellar un gato enorme! —les digo con un mal simulado espanto señalando las vías.
— ¡Qué cabrón! Si casi descarrilas el tren —dice una voz que me hace llorar de alegría.
No quiero nombrarlos, porque no son lo que eran, son la esencia pura que quedaba encerrada entre las hojas del cuaderno.
Hay murmullos de expectación en el vagón cuando el tren entra en un túnel de terciopelo negro. Las luces que se encienden son cálidas e iluminan rostros que están bien, que están donde deben. No sabemos que ocurrirá donde quiera que lleguemos.
Ya no hay pluma ni cuaderno, mis manos están libres.



Iconoclasta
Fotografía de Iconoclasta.

30 de diciembre de 2015

Un buen estómago


Me gustaría tener la suficiente inmadurez para desear algo fervientemente y tener la fe de que ocurrirá; pero me es imposible someterme a ese engaño.

Barajo las posibilidades tangibles, cercanas, reales. Soy un técnico.

Entonces llega el momento de escribir, en el que ejerzo una medida traición hacia mí mismo y sueño creyendo en cada palabra, en cada tristeza, en cada barbaridad.

Y en cuanto he levantado el plumín del papel, mi mente sube como un buzo sin oxígeno a la superficie y sufro la embolia de la realidad.

Observo a mi alrededor con los ojos lacrimosos, porque duele, duele un millón salir de mis mundos interesantes, brutales, crueles, impúdicos...

Aún siento las contracciones de su vagina oprimiendo mi pene.

Hay sangre entre mis uñas del pecho desgarrado de mi enemigo.

Y mis músculos tiemblan con el inconmensurable dolor de haber perdido a lo que más amo en un viaje en el espacio profundo.

Observo a mi alrededor, oigo palabras y me consuela el haber descendido a pesar de tener que resucitar en mi árida realidad. A pesar de la embolia que está a punto de reventar una arteria.

Tengo un alto umbral del dolor.

No es un consuelo verlos a ellos, es un acto de constatación. No necesito sonreír o relajar mi gesto. Prefiero parecer triste y aborrecer sin decoro esa tremenda aridez que es mi vida en la superficie.

Si conmigo ejerzo esta bárbara represión, a los humanos trato igual. Sus vidas son áridas como el desierto más mortal del planeta.

Lo que me diferencia de ellos, es que soy consciente de mi respiración y de mi fragilidad a cada paso, a cada segundo.
Los he visto que con solo intuir un milésima parte de su intrascendencia, han debido apoyar sus manos en un muro para vomitar sin consuelo.

No me puedo quejar de mi estómago.




Iconoclasta

10 de julio de 2015

Palabras


Por mucho que ames las palabras, el pensamiento final ha de ser lúcido. Hay que ser sincero con uno mismo, o se corre el riesgo de ser solo eso: palabras.
Hay que ser consciente de que las palabras solo sirven para saber el precio de la cosas y contar cuentos, mentiras e intrascendencias.
Hubo una carencia en el cerebro de un homínido que empujó a la humanidad hacia el lenguaje. Las palabras son el producto de una tara antiquísima.
Me muevo bien entre mentiras, las mías y las de otros.
Pero si quiero conocer la realidad, a lo último que recurriría es a leer u oír las palabras.
Solo necesito un ademán o una mirada para saber lo que miles de palabras mienten, no saben decir o se empeñan en engañarse a sí mismas.
Por definición, escribir debería ser lo mismo que mentir. En muchas ocasiones son mentiras sin más complicación o implicación que una distracción, mentiras bien construidas con musicalidad en las palabras, sin malicia. Son un regalo.
Pero miles de miles de páginas y buenas palabras sucumbirán con toda probabilidad a una mirada o un gesto.
No ocurre nada si no se ama, solo hay sufrimiento cuando no hay certeza.
Y en la naturaleza del ser humano,  la caza, la recolección, el refugio y la reproducción son las habilidades imprescindibles; el amor ocupa el espacio del ocio. De tiempos en los que ya no hay miedo a que las bestias nos devoren.
Cuando hay certeza llega la urgencia por resolver el problema, por  romper con cuentos y amabilidades.
Y cuando han pasado unas horas para asimilar la realidad y sus consecuencias futuras, llega la calma.
La calma es saber a si debes amar a alguien o no. Y ejecutar lo que se debe en cualquiera de los casos.
Con la palabra no habrá calma jamás. Porque no hablamos o escribimos a quien queremos, si no lo que queremos. Lo que queremos engañarnos consciente o inconscientemente.
La palabra no es mala, no es algo a erradicar, está ahí como una de las características del ser humano hay que aceptarla y asumir lo que de ella se pueda tras la observación de quien la escribe si es de nuestro interés sentimental.
Si no tiene interés sentimental, no hay problema, la palabra no importa que sea real o sincera, es arte o basura.



Iconoclasta