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20 de octubre de 2024

lp--No es complicado--ic


No existe ningún problema en el acto de amar, no se debería temer nada puesto que no es un negocio; no hay pérdidas ni ganancias.

Pero hay quien dice que “es complicado”.

No hay complicación en el amor. Es, en esencia, lo más sencillo del mundo. Sólo hay ignorantes de sí mismos y el temor propio de los mezquinos y pusilánimes.

Si el amor “es complicado”, se debe a que no existe. Es decir; no vale él para ser amado, o no vale ella. Eso no es complicado, simplemente se niega que haya amor.

Retorcerlo es un acto que viola la nobleza y la honestidad. Algo de lo que no sentirse orgulloso.

Lo complicado es sobrevivir cada día en esta asfixiante sociedad adocenada, maloliente, degradada, carcelera, controladora, esclavista y envidiosa. Corrupta y hostil.

El amor es tan sencillo como su existencia o ausencia, cualquier otra consideración es mercadeo ruin de un ser provinciano con una injustificada vanidad.

La complicación está en quien pervierte con su limitado y adocenado intelecto el amor mismo, haciéndolo un negocio o inversión.



Iconoclasta

12 de septiembre de 2022

lp--Orgullo y vanidad--ic

 


Las águilas son vanidosas, afirmo.
Porque vuelan muy alto sin ser necesario.
La vanidad es un pecado inventado por los religiosos. Una forma de decir y adoctrinar a los devotos y crédulos que solo dios es digno de sentirse orgulloso de sí mismo y todos los hombres y mujeres son indignos de respetarse o enorgullecerse.
Vanidad u orgullo no es pecado, es la envidia y codicia del religioso. La enfermiza obsesión de los sacerdotes porque los creyentes sean débiles y tristes.
Temerosos hasta la obediencia indigna e imbécil.
Dicen curas y sacerdotes que ellos son los reparadores y sanadores de pecados. Y si no hay pecado se quedan sin trabajo y por tanto; su codicia desconsolada.
Y quieren enfermar para curar con oraciones que matan. Quieren la miseria para dar limosnas que provocan más hambre y debilidad.
Me gustan las águilas porque vuelan sobre toda mísera religión e ideología, como yo que soy mi propio dios.
Y soy perfecto.
Los fabricantes de pecados, miserias, debilidades y enfermedades, lloran cuando observan mi sombra planeando en el suelo.
Mientras yo viva, habrá un hombre en la tierra. Un hombre portentoso.
Y follo con las diosas.
Y desde sus sexos de labios húmedos que me enloquecen de deseo y vanidad, gotea mi semen que riega las catedrales, iglesias, pagodas, sinagogas y mezquitas, dándoles un perfume humano y noble, bendiciendo los templos y sus ministros y sacerdotes con la cremosa verdad tangible e indiscutible, sin debilidades ni enfermedades. Con la vanidad que yo cultivo celosamente en mis cojones.
Mis diosas orinan con traviesas sonrisas sobre crucifijos, lunas, tótems, pirámides y candelabros.
Preciosamente…
Soy el hombre dios que existe, suda y folla. No como esos dioses modelados con excrementos amasados con envidia, pereza, codicia, cobardía, fe y obediencia.
Si Dios existiera, se hincaría de rodillas ante mí.
Y le tiraría unas monedas al suelo y un trozo de carne podrida.






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

12 de julio de 2020

No me puedo quejar


No me puedo quejar, he hecho cosas por las que no he pagado y follado a quien amaba.
He salvado la vida en muchas ocasiones y ganado el suficiente dinero para satisfacer mi vanidad.
He sido esclavo; pero jamás he respetado al amo y lo he engañado.
Y cuando era obligatorio rezar, de pequeño movía los labios sin pronunciar, sin creer. Masticaba aquella hostia insípida y blasfemaba como los mayores con mis primeros cigarros a escondidas.
Me fascinó la pornografía y luego me aburrió, como los videojuegos y las grandes obras de la literatura universal que son afines a la ideología que ha hecho de la sociedad en la que habito, un vertedero de gente sin cerebro y serviles hasta la vergüenza ajena.
Y ahora que he hecho todo lo bueno y malo que me ha sido posible, soy un hombre incrédulo con una imaginación desbordada.
Un hombre que no se niega ningún placer, porque de morir no me libro y no hay premios allá donde no hay nada.
Un hombre que odia este tiempo y lugar en el que ha vivido y se siente ufano de ser feroz e impío de pensamiento y letras con los rebaños de humanos que le rodean y roban el aire y el espacio.
Un hombre con un hijo que sabe despreciar (como su padre lo educó) toda ley y toda tradición que son los grandes cepos de la libertad, la imaginación y el saber. Y sin embargo, sobrevive y consigue lo que pretende en este muladar que nos encontramos al nacer.
Soy un hombre que sabe más que dios y si pudiera, mortal como un césar loco. No me puedo quejar.
Soy un hombre fuera de lugar y tiempo. No ha sido accidental, ha sido mi voluntad, mis cojones. No me puedo quejar.
Soy un hombre que ha dejado miles de pensamientos plasmados en tres dimensiones, táctiles y legibles en el planeta; y nadie ha podido evitarlo. No me puedo quejar.
No ha sido duro ser hombre, ha sido fascinante poder mantenerme libre y al margen de la moral de una sociedad podrida y abyecta.
Algún idiota sin cerebro y con toda probabilidad, algún miembro destacado de esta sociedad dijo: no hay mal que cien años dure.
Y una mierda, el mal es eterno como un cáncer que no acaba de comerse nunca al enfermo hasta denigrar su cuerpo y su dignidad; son las reses humanas las que mueren en y con el mal.
El mal (la sociedad grupal y tribal, la que usurpa y degrada la creación del individuo) es eterno y permanecerá cuando yo muera. No me puedo quejar.
Que se jodan los que queden vivos.





Iconoclasta

5 de febrero de 2020

De bondades y humildades


Todo es relativo (según dicen algunos genios, mostrando una cómoda tolerancia para quedar bien con todo el mundo), un día frío en una región del planeta será cálido en otro lugar aunque las temperaturas sean iguales.
Cada habitante se acostumbra a su clima, es lógico y no relativo.
En tiempos violentos ocurre igual, un día será tranquilo si hay menos muertes de las habituales; para cualquier otro lugar donde haya paz, una muerte será suficiente para considerar el día como trágico.
Las cuestiones de amor funcionan igual, un poco de simpatía puede confundirse con amor cuando la soledad marca con tristeza los días. 
La soledad requiere haber experimentado y conocer suficientes cosas, tantas como para sentirse ahíto. Lo mejor de la soledad se pierde con la flaqueza de ánimo.
Al final nada es relativo, cada situación se adapta con precisión a quien la vive. Con absoluta objetividad.
Porque ¿qué me importa la temperatura de otro lugar del planeta si no soy envidioso?
¿Qué me importan los amantes o los que agonizan en soledad?
¿Qué me importan los que viven o mueren si no los conozco?
Existe un exceso de hipócrita caridad y empatía. Nadie puede querer a tantas personas a la vez a menos que sea un arribista, un ambicioso político enfermo de poder.
Y si hubiera alguien tan altruista, sería una excepción. Y las excepciones no se tienen en cuenta en las estadísticas. Si yo soy pura estadística, estoy autorizado a imponerla con mi buen criterio. Soy vengativo.
E inmisericorde como retorcidas son las ramas desnudas de los inviernos impíos.
Los grandes mesías, profetas, santones e ideólogos de la historia, sufren y sufrieron cáncer de ego.
Yo no necesito que nadie me admire, ni que me escuche Solo comparto momentos con un puñado de personas que con toda probabilidad bastaría con mano y media para contarlas con los dedos.
Por otra parte, considero mi vida mucho más importante que la de la humanidad en general.
Lo malo de los humildes, de su gran virtud, es que esconden una inevitable vanidad y una gratificante crueldad. En el fondo, desean que sufran muchos para lucirse ante el mundo.
Yo me conformo con que un prestidigitador haga desaparecer las cosas y seres que no quiero.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

23 de octubre de 2018

Confesiones del último hombre decente.


Soy un hombre decente, porque la decencia no consiste en respetar una moralidad de mierda. Ser decente es seguir o intentar conseguir el ideal de vida en el que uno cree: venganza, valor, inmoralidad, desinhibición, violencia, injusticia e irrespetuosidad. A veces leo para reconocer las mentiras que la humanidad ha ido acumulando a lo largo de su historia. Conocimientos útiles cuando juegas al Trivial o al Scrabble…
Tengo un nombre que a nadie le importa y que muchos se han arrepentido de conocer y otros, los menos, se sintieron extasiados al conocer a un ser como yo. Con eso basta.
Durante un tiempo conviví con un ser absolutamente imbécil, un retrasado mental que no sabía ni respirar por la nariz (tenía tetas, era hembra). Obtuvo un título universitario pagando con mamadas a los catedráticos (en México es fácil y habitual el pago en especie sexual, es tan cotidiano que las putas ni se dan cuenta de que lo son). Que fuera una absoluta puta, me la pelaba; mi abuela era puta y no por ello me sentí traumatizado. Es más, lo decía con orgullo; era muy exótico decir “mi abuela es puta”. Y además internacional. Granada, Barcelona, Londres, Canadá…
La puta no me engañaba, por algunas razones prefería estar con ella que en otro lugar a pesar de que era sucia. A veces hay que elegir lo menos malo. Sin embargo, lo golfa que era no me llevó a darle la patada. La razón es que usaba el teléfono celular hasta de tampón. Cuando capté que la conversación no sería posible, sin más preocupación dejé de hablarle e hice mierda cualquier asomo de relación cordial.
Solo la follaba, porque ya que tienes una puta en casa, la usas o bien te hace una mamada si está bien borracha y se ha empolvado la nariz.
Así que a los seis meses de haberla conocido, ya empecé a desear enviarla a la mierda con sus putos hijos, hermanos y hermanas, y sobre todo con sus amigos y clientes sexuales, tan retrasados mentales como ella.
Al cuarto mes de compartir la casa le dije mientras sonreía como una mongólica ante la pantalla del teléfono y los dedos agitados: “Si quiero estar solo, no quiero que nadie me moleste, me gusta estar solo de verdad. Vete a tomar por culo”.
Me miró con los ojos abiertos sin acabar de entender, mostrando aquel cerebro vacío y liso. Creí estar delante de una caricatura como Homer Simpson.
Al sexto mes se lo confirmé de una forma más clara, para que lo entendiera: le rompí el móvil y le di tal paliza que pasó cuatro meses de operaciones reconstructivas de nariz y maxilar inferior. El brazo roto no le dio más problemas que un yeso terapéutico.
Como tengo dinero, la investigación y el juicio se retrasó, se retrasó y se retrasó tanto que la putarra ya se estaba follando al subnormal de su jefe y al guardia de seguridad de la entrada a la oficina, a cambio de un par de porros. Se olvidó de la paliza que le di e incluso me ofreció hacerme una mamada (quería que le regalara un celular nuevo), le dije que se fuera a la mierda y me sonrió cariñosamente diciéndome “hasta luego”. Recordé que su coño olía a mierda y pensé “Hasta nunca, corto y cierro”.
Ocurre que la imbecilidad siempre sobrelleva una inmerecida vanidad.
¿Veis? Con un par de huevos y decisión se arregla cualquier problema. Si no fuera por la violencia, hubiera llevado muchísimo tiempo de tortura psicológica, cosa que para una retrasada mental no es nada bueno tampoco.
El subnormal me lo tiene que agradecer.
Si alguien amenaza mi íntima libertad, me importa poco que sea macho o hembra, golpeo hasta quedarme satisfecho y seguro de que ha entendido bien mi punto de vista.
De México me fui a Guatemala a comerciar con niños indígenas, los usan de cenicero y para otros menesteres hospitalarios, domésticos y sexuales.
La vida es una mierda, lo sé; pero el dinero mejor tenerlo que no tenerlo.
Y la verdad es que putas y niños, hay muchos en el mundo.
Es importante ser decente en estos tiempos de degeneración mental.
Alguien tiene que tener cojones.
Bye.




Iconoclasta

30 de enero de 2018

Escribir a mano


Una vez leí algo muy bonito respecto a la escritura manual, a la manuscrita:
“Se escribe al ritmo y velocidad a la que se piensa”.
Estoy de acuerdo; pero hay un inconveniente (que no lo es, es genial), hay veces que el pensamiento está muy revolucionado y escribir se hace frenético.
Es algo que solo afecta a tres personas de cada dos millones, no es popular escribir con bolígrafo, lápiz o pluma. Que nadie se asuste, dada la estadística, esta afección no es epidemiológica y no requiere tratamiento.
Si escribo con el pensamiento acelerado, debo darme prisa en transcribir mis notas de nuevo, con más calma; ya que pasadas algunas horas, algunas palabras que he escrito son ininteligibles y deberé intuirlas.
Para escribir quiero la tinta líquida en primer lugar, luego el bolígrafo y en último lugar el lápiz. La tinta fluye dulcemente en la pluma y si escribes con plumín de oro, la escritura se hace muy cómoda y suave. El bolígrafo es práctico y su tinta de aceite es más duradera. Siempre llevo uno encima, junto con la pluma. El lápiz es un último recurso, ya que el grafito en el papel, confrontado con otras hojas, se difumina y pierde contraste.
El contraste y la solidez de las tintas, hace mi pensamiento también sólido. Para bien y para mal.
Por otro lado, escribir con tinta, requiere una disciplina de no arrepentirse jamás, ya que no se puede borrar.
Y lo más atractivo: cuando retiras el capuchón de la pluma y luce el plumín manchado de tinta, ese dramático y caótico contraste me da más trascendencia.
Al final de todo y para la edición, existe el teclado (si es algo que he de publicar), donde todo el dramatismo de la creación ya no guía la mano y la corrección y ordenación de párrafos es más tranquila.
El teclado vendría a ser algo así como tallar el diamante, si es necesario hacerlo.
Los que se enfrentan a un papel en blanco, sufren lo indecible para poder llenarlo; para ellos se han creado las pantallas y los teclados.
Yo soy más elegante, sinceramente.
Y bueno, algunas plumas que tengo son con diferencia, más caras que un teléfono de alta gama o un ordenador.
Cosa que me otorga elitismo y da vida y fortaleza a mi ego.
Algo de lo que me siento absolutamente orgulloso.
Porque con la pluma, puedo escribir y tachar las mentiras de libros, biblias y discursos; y luego escribir sobre todas esas falacias mi última palabra.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

22 de diciembre de 2017

Yo y Mi razón


Escribir es el más fascinante acto de egoísmo.
Todo deja de importar salvo el propio pensamiento. Cuando escribo solo existo Yo y solo existe Mi razón, mis ideas precisas y perfectas.
Impúdicas y sórdidas como los sueños de un enfermo mental.
La realidad que me rodea carece de importancia, porque la verdad la creo yo dentro de mi cerebro.
Las personas se convierten en cosas inferiores y sacrificables o utilizables en mis manos.
La moralidad es una hipocresía inconcebible en mi pensamiento y la ética es absolutamente despiadada.
Hay quien usa su habilidad literaria para alentar el intelecto, educar o emocionar. Bien por ellos, pero no son ejemplos que me gustan o me sienta tentado de seguir.
Yo soy otra cosa.
De hecho, no existe nada que me sirva de ejemplo.
Es fácil ser dios sabiendo plasmar precisa y claramente el pensamiento de forma tridimensional haciéndolo duradero, táctil e inviolable en el tiempo.
Escribir me eleva por encima de cualquier ser humano y cualquiera de las leyes humanas.
Soy absolutamente amado y envidiado.
Y nada ni nadie, puede impedir mi divinidad. Nadie…
Ninguna ley, ningún dictador, ninguna sociedad.
Siempre seré absolutamente libre e indomable, sea cual sea la situación. Los líderes de cualquier índole mueren en el mismo instante que nacen en mi ano; el excretor de miserias de todo tipo.
Mi vanidad es absolutamente impermeable a cualquier contaminación ajena a mi pensamiento hermético.
Acabo siempre concluyendo que todo está mal hecho (incluyendo humanos) porque no nací antes.
Y firmo mi pensamiento ajeno al mundo, con el humo de un cigarro cegando interesantemente mi ojo.
La ceniza ha caído sobre el papel y por tanto mi pensamiento, me gusta; da carisma. Soy perfecto hasta el final.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

16 de julio de 2017

T.Rex


Sentado bajo la sombra de un árbol en el claro del bosque, me recupero de la larga caminata.
Dolor, sudor, cansancio y al final: sombra y aire fresco.
Y te das cuenta que no quieres nada más que esta libertad del esfuerzo y el reposo.
Sin rendir cuentas a nadie, sin medir el tiempo.
Cuando se mide el tiempo, se calculan las horas de hastío acumuladas y las futuras. Tengo un buen reloj; pero no lo miro cuando estoy aquí. Solo miro el cielo y las cosas que se arrastran y se mueven.
Cuando cierras los ojos en un placer, dejando que caiga el sudor por los párpados y el rostro, el tiempo deja de existir.
Entonces el sonido del planeta: el rumor de las hojas, el viento irrumpiendo en los oídos, el piar, los graznidos, los zumbidos de los insectos, animales que observan desde la espesura... Actúa como un tonificante, una estamina.
Es inevitable asumir que perteneces a la espesura, asumir la propia naturaleza olvidada.
Me pongo en pie y tomo un estrecho sendero, un camino hecho por animales, con el sonido del bosque vibrando en el vello de mis brazos.
Identifico en la distancia unos pasos y de forma instintiva hago los míos silenciosos.
Escrutar y acechar. Es algo tan viejo como la montaña.
Es un macho adulto, en torno a los treinta. Delgado, de paso relajado. Demasiado relajado.
Nadie debería relajarse, excepto cuando estás a cielo abierto.
En el bosque somos muchas las bestias. Es un fallo recurrente.
Escucha música, lleva auriculares. ¿Quién puede preferir la música al concierto de vida que es la montaña? ¿Es por miedo a lo que oyen y no ven? ¿O es que miden el tiempo por canciones? ¿Cómo se puede sacrificar la maravillosa soledad de la naturaleza con una vulgar música?
Dejo de ser cuidadoso y acelero el paso.
Cuando escuchan música, no se dan cuenta de la muerte hasta que les entra por los ojos y les roba la fuerza del corazón y los pulmones.
En el momento en el que saco el cuchillo de la cintura del pantalón y cierro el puño en él, siento que soy más, que soy antiguo. Que soy lo que murió hace miles de años.
Si no escuchara música, se hubiera dado cuenta de que los pájaros han dejado de piar. Ellos saben, ellos conocen cuando es el momento de la caza.
Llego hasta él y le clavo la hoja bajo la mochila. He atravesado el riñón, lo noto por la facilidad con la que ha entrado de repente el acero.
Las vísceras son como una bolsa de vacío en el cuerpo.
Cuando has matado a unos cuantos, encuentras la lógica de todo.
Apenas puede gritar, cuando se ha girado con gesto de sorpresa, le he clavado de nuevo el cuchillo en el cuello, en el lateral derecho. Y lo he sostenido firme observando sus ojos mirarme asombrado y tembloroso.
Me gusta sentir la muerte, es como una descarga eléctrica suave que va de mi mano, por el cuchillo y luego entra en la carne ajena y en su sangre.
Cae al suelo y asesto otra puñalada en el pecho que apenas hace nada, ya que las costillas son un fabuloso escudo que protege al corazón. Clavo en el estómago, el vientre y en los muslos. En los muslos, si tienes suerte, puedes trinchar la femoral y todo es más rápido.
Se ha quedado inmóvil, con la boca abierta en un gesto de dolor y miedo, los ojos aún brillan aunque están muertos. Su rostro está salpicado de gotas de su propia sangre. Uno de los auriculares sigue en su oído y el otro emite un ruidito agudo que no me gusta.
No sé que hora debe ser, es algún momento de la tarde, la luz es amable.
Limpio el cuchillo en su ropa, saco de la mochila la cantimplora y doy un buen trago para recuperar el aliento. Matar es un ejercicio explosivo.
Me hubiera gustado que fuera mujer, estoy caliente. La hubiera follado una vez muerta, cuando aún está elástico y templado el cuerpo. No soy necrofílico; pero violar a una mujer viva requiere mucho tiempo y esfuerzo, demasiado ruido. Sé muy bien lo que digo, veinte años como cazador me acreditan como experto.
Antes de que me tocara la lotería, trabajaba como impresor. Mi vida era triste y gris como una pegajosa tinta que me impregnaba la piel y el ánimo.
Y no puedes permitirte que algo falle cuando la libertad está en juego.
Hace dos semanas casi decapito a una madura de unos cincuenta. Su vagina estaba seca, así que escupí para lubricarla y me corrí en ella.
Aún figura como desaparecida, lo dicen las noticias. La oculté muy bien en la profundidad del bosque. Lejos de cualquier camino para que la fetidez de su cuerpo en descomposición no llamara la atención de ningún excursionista.
No tengo ningún interés en ver los restos de mis presas. No soy sentimental y no me llevo nada de ellos, salvo si tienen tabaco o dinero en efectivo.
Porque el dinero, fuera de la naturaleza es un medio necesario para la subsistencia. Y nunca se tiene suficiente.
Arrastro el cadáver entre las espesura hasta que siento que estoy agotado.
Camino de vuelta tranquilo, con los ojos entrecerrados por el rumor del bosque, una brisa suave que mece dulcemente las ramas de los árboles.
Incluso se escuchan lejanos truenos.
Es perfecto.
Ya no recuerdo en que momento del año pasado; pero cacé un matrimonio con dos hijas pequeñas. Acuchillé en la nuca al padre que murió en el acto, a la madre le clavé el cuchillo en uno de sus pechos, pero las malditas costillas la protegieron. Tuve que rajarle el vientre y luego el cuello. Las niñas durante los segundos que duró la caza, se quedaron llorando ante mí y sus padres. Les corté el cuello rápidamente. Apenas hicieron nada para evitarlo. Siempre me despierta cierta ternura la caza de las crías. No es ético cazar animales tan jóvenes; pero me es imposible privarme de un placer.
Es entonces, ante la inmovilidad del pánico que paraliza a las presas, cuando te das cuenta de tu poder, de tu absoluta posición en la naturaleza como depredador rey.
La vanidad es un premio que paladeo con delectación.
Soy vanidoso.
Pero sobre todo libre.
Absolutamente libre y salvaje.
Ahora me queda un buen trecho de camino para volver a casa; pero me siento bien, es un día hermoso y mi corazón late a buen ritmo, aún agitado por el frenesí de dar muerte.
Soy un tiranosaurio fuera de tiempo, fuera de lugar, fuera de la moral y la piedad.
Soy un T. Rex que ha usurpado el cuerpo de un hombre.
Es pura vanidad y orgullo.




Iconoclasta

14 de diciembre de 2016

El peso de su vanidad



Después de escuchar atentamente al paciente que lo miraba ansioso por conocer su opinión, abrió su bloc de recetas.
- ¿Cuánto pesa tu vanidad? -le preguntó el psicólogo observando con cierta hostilidad su cuidado rostro, su milimétrico rasurado que hacía una sombra perfecta de barba.
No te molestes, yo te lo digo: el 100 % de tu masa corporal.
Y lo peor de todo no es esa repulsiva vanidad; si no que no está justificada, nada respalda toda ese porcentaje de mierda.
No hay solución.
Prueba con el suicidio, es la única forma con la que podrás eliminar el colesterol malo.
Y con una sonrisa, le recetó medio kilo de diazepán para tomar en las próximas ocho horas.
- Mi secretaria te extenderá un recibo de ciento cincuenta euros por la visita.
Y la secretaria salió diligente de debajo de la mesa del psicólogo, limpiándose la comisura de los labios con lascivia.



Iconoclasta

28 de abril de 2016

Movimiento


"No camines, quédate en casa y descansa. Ahora no duele, cuando el mundo se detiene, el dolor también".
"Haz caso de la quietud, disfruta la ausencia de dolor".
El dolor me la pela, así que en contra de lo que mi cuerpo dice, me calzo. Es penoso, porque hay que forzar los músculos para que se muevan.
Ellos saben cuando es bueno salir a caminar, a respirar aire frío.
No me rijo por la sabiduría, ni la mía misma.
Me rijo por mis cojones.
Pienso en los seres que consumen oxígeno para absolutamente nada. Sin que se muevan y cuya única ventana es un televisor apagado o encendido.
Dicen estar cansados del trabajo, de lo que trabajaron, de que siempre es lo mismo: la misma calle, la misma luz, el mismo coño...
Cuando mueren, simplemente escupo como si fuera un moco molesto: siempre es lo mismo.
Tienen razón, pero no saben hasta que punto son ellos mismos de quien están asqueados.
Los huesos no saben de esas cosas, no pueden entenderlo. Así que la rodilla duele un millón y hago como que no me doy cuenta. La contera del bastón está tan desgastada que secretamente le doy la razón a mis extremidades.
Es más fuerte el miedo a ser un mierda que babea o que sueña mediocridades frente al televisor o su cerveza, que el miedo al dolor.
Camino sin que el dolor mengüe un ápice. No hago caso al miedo que me atenaza los testículos cuando pienso en la posibilidad de que andando, me rompa. Más que nada porque tengo la imagen de ella desnuda y húmeda. La erección es el mejor analgésico.
Y la vejez de las calles que piso, el recuento de muertos anónimos que las casas han visto con indiferencia intemporal.
Suficiente, razonable y vanidosamente cansado me siento a tomar un café y poner a prueba la discreción de las miradas de algunas mujeres. Porque aparte de moverme, me gusta follar o la caza. Y crear cierto halo de trascendencia y rebeldía que a muchos humanos les lleva a mirarme con extrañeza.
Suele ocurrir porque mi rostro muestra cierto rictus de dolor y mis ojos, sin embargo, reflejan mundos que no son de este universo. Ideas que están formando constelaciones de locura.
Los vulgares detectan esas cosas, aunque no sepan identificarlas.
Cuando frente al café saco la pluma y el cuaderno del bolsillo, es como si el mundo desapareciera y me quedo solo, como un invisible entre la humanidad.
Y escribo cosas peores y mejores que ésta. Ignorándolo todo, hasta la presencia de mi padre si aún viviera.
Soy tremendo.
No quisiera no tener dolor y hablar del tiempo, o de un programa de televisión, o de la crisis.
Ni siquiera tengo deseos de hablar.
Tengo  secretos...
Secretos de un pensamiento que bordea peligrosa y suicidamente la locura y el sexo voraz.
No podría hablar porque son pensamientos que se hacen sonido cuando el semen eyaculado se enfría en la piel ajena. En los pezones ajenos, en el monte de Venus, en sus muslos que tiemblan...
Son pensamientos que se expresan, precisamente, cuando más difícil es hablar. Porque los ecos del orgasmo colapsan la voluntad y la respiración.
Así que no me interesa hablar banalidades pudiendo tener silencios de belleza extraterrestre.
Me llevo el café a la boca y pienso a que sabrá su monte de Venus rasurado cuando lo bese, cuando deslice la lengua hacia su raja hambrienta...
Y el dolor ha dejado de importar, ha dejado de importar todo.
Porque mi lengua tiene el dulce saber de su coño-café.
Lo he visto escrito en el papel, aunque no recuerdo cuándo lo escribí.
Ni el dolor ni el mundo pueden impedir que yo me mueva, que enloquezca, que joda a esa preciosa.
No es vanidad, me importa poco ser tosco, ser brutal. Solo quiero ser fuerte, un forzudo de los sueños, de la risa, del llanto, del dolor, del sexo y de la tristeza.
Que duela o que goce, siempre con el exceso.
Pago el café y me permito una broma que jode a muchos: "¿Por qué es tan barato el café? Me siento mal pagando tan poco, no es elegante".
La camarera ríe un poco aliviada cuando demuestro humanidad y doy muestras de humor y simpatía.
 Y mañana más, aunque me sangren los ojos.
Si me sangraran, saldría un texto magnífico. Lo mío no es el miedo, le temo al asco.
El movimiento es vida y sueño.
La inmovilidad es muerte de mierda.


Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

19 de agosto de 2015

El polvo


Pasan los días y se crea una fina capa de polvo en los estantes de vidrio y los muebles. Siento un nudo en el estómago que se deshace cuando lo toco, porque es suave, es polen y trae aromas dulces y de vida.
Arrastro el trapo que se desliza suave y deja limpia la superficie casi con dulzura.
E intento limpiar los recuerdos del indecente polvo lejano en tiempo y distancia; pero es inevitable que surja como un mal sueño en la memoria.
Y paso los dedos por las superficies dulcificadas por el polen para palpar el presente y aferrarme a la dulzura cuando el polvo forma tristes torbellinos en mi memoria.
Con un suspiro de alivio, tomo conciencia de que ya no he de arrastrar los dedos en el áspero polvo que se posaba en los muebles y el suelo de aquella casa en Puebla, donde más que polvo, era una arena agresiva que molestaba al respirar, arañaba los muebles, mi piel y el ánimo.
Polvo y ceniza.
Una casa enferma con seres enfermos. Paranoias de la hipocresía y de inexplicables vanidades .
Cenizas de un volcán y cenizas de unas vidas quemadas por su propia apatía y mediocridad. Todo lo cubría una capa blanca insana, lastimosa. Algo de lo que huir para no convertirse en lo que ellos eran.
La madre polvorienta, los niños de polvo...
No había refugio en aquella casa, era peor dentro que fuera.
Héroes de un mal cómic que se deshacen en partículas de mentiras y llantos, de ebriedad e incomprensión hacia su propia naturaleza.
A veces miraba mis propias manos y temía que se me derramaran de un momento a otro en una catarata polvorienta.
Un polvo constante que caía de la piel de un ser ebrio, narcótico, hipócrita y frustrado que había contagiado a sus hijos.
La madre de todo aquel polvo, la empolvada malicia torpe.
La familia polvorienta...
Dos niños de partículas de ceniza, vestidos con pasto seco que crecían entre la paranoia que fermentaba la madre y su ropa íntima sucia de cenizas mojadas como un barro negro.
El polen es como una nieve, danza ingrávido en el aire,  a veces toma formas de seres alados blancos y respiras dando gracias a no ser alérgico y poder vivir entre toda esa vida.
Y sonrío sin darme cuenta hasta que siento las comisuras de los labios temblar.
En aquella casa de México se respiraba esmeril en la garganta, abrasivo que hacía sangrar las encías y los riñones. Llevaba el germen de la miseria, la vulgaridad y la decepción cada día, como una tormenta de mierda en el desierto.
 Una lluvia de partículas que caía mientras limpiaba, como una pesadilla recurrente y diaria. No se limpiaba jamás, como si el brillo de las cosas estuviera prohibido, condenado.
Era tan deprimente...
Amores incinerados,  abrazos nacidos de la desesperación, sin cariño. Ternuras falsas y de interés, lágrimas ebrias. Gritos que nacían de una garganta sedienta de vodka y dedos vacíos buscando marihuana que llevarse a los labios pintados de mentiras.
Cada fin de semana el desierto se comía más el horizonte.
Miradas de neurosis de las que huir entre la niebla sucia de las habitaciones. Sus vidas se iban entre mentiras y somnolencias vacías de sus mentes pobres durante horas.
Dormían histéricamente para anestesiarse de sí mismos.
La visión deprimente de aquellos dos niños que arrastraban cada tarde tras de sí las mochilas, trayendo consigo el polvo de la mentira y la paranoia.
Que lloraban de miedo por la lluvia y sin otra razón.
Acunando la paranoia de sus padres entre risas neuróticas y peleas enfermizas, entre ropas polvorientas y los asientos pringados, embarrados de miserias de un coche gris que los llevaba a la escuela gris de la gris ignorancia.
La paranoia hipócrita de su madre y la del indigno padre que no conocía el trabajo y vivía aún metido en el coño de su madre. La vida más triste...
Era desesperante perder la vida entre tanta miseria que cultivaban celosamente, como escarabajos haciendo afanosamente pelotas de los excrementos.
Indignas vanidades que ofendían el pensamiento mismo.
Pobres niños alimentados de polvo y miseria.
Se convirtieron en el puro y nítido reflejo de aquellos dos que los parieron.
Padres erróneos, futuros previsibles. Una historia escrita de antemano con tinta de agua, polvo y cenizas.
El reloj corría lento para salir de aquella prisión de polvo y recoger a la pequeña en la guardería, el momento esperado y ansiado para comer unos tacos con una horchata y estar a salvo durante un tiempo de aquella casa polvorienta y sucia. 
Los momentos hermosos son tan difíciles de ver entre el aire opaco de la ceniza  y el polvo... La podredumbre lo enturbia todo.
Un helado que comprábamos y que duraba horas para no estar allá dentro, entre el polvo y bajo el polvo. Aunque el precio final fuera que la madre polvo llegara tarde a la heladería e impusiera su inmundicia sobre la mesa limpia en la que comíamos el helado.
La mujer que dejaba tras de sí una estela de polvo amarillento y viejo.
El polen se ha enganchado en mis dedos y lo amaso hasta formar una bolita suave como la mirada y la voz de la pequeña. La amaso pensando en los amigos que conjuraban el polvo, que barrían la niebla de la hipocresía y la miseria durante un tiempo y daban descanso a mis ojos y garganta con su presencia y charla. Hubieron momentos de luz y cafés entre todo aquel miserable polvo. Había un lugar llamado Crystal y era la claridad que combatía el polvo apestoso y asfixiante, un refugio...
Ahora el aire es absolutamente limpio y el polen hace tranquilizadoramente difusa mi visión cuando se prende en las pestañas.
Y pienso en mi fortaleza, en la voluntad y en la decisión, en el trabajo y en la ética, en las sonrisas y en la tristezas francas; en las cosas que jamás podrá reflejar el polvo que es ciego y lo ciega todo, alimentándose de sí mismo como un tumor.
Es una atmósfera ya lejana, añoradamente salpicada por  la brillantez de cordialidades, palabras, sonrisas, bondades y bellezas; a pesar de los seres de polvo y su empeño psicótico por anular todo brillo en la superficie de las cosas.
Pasan los días y el polen se acumula, dejo que así ocurra para poder palparlo al limpiar.
Me conforta... Me  hace sentir táctilmente que estoy lejos de aquellas cenizas flotantes humanas.
Es mentira lo que dicen, no soy polvo ni en polvo me convertiré.
Cuando muera, mi piel se desprenderá en jirones de polen, jamás seré aquello ya innombrable.



Iconoclasta

23 de diciembre de 2014

Lo malo no es ser puta

"¿Te apetece coger?" le preguntó a su compañero elevando las tetas por el escote al ver un motel de carretera, camino de un pueblucho. Han visto videos porno en la oficina, han fumado mota y van calientes. Detienen el coche en el motel "El salto del tigre". ¿No es precioso y romántico?
En un sórdido, sucio y polvoriento barracón del servicio médico de una obra, pedía que se la metiera a cualquiera que le decía que tenía unas buenas chichis. Sobre todo si era güero, ario, polaco, inglés...
 "Qué tetas tienes..."
 "Métemela, te amo" les respondía con palabras y por mensajes de chat.
Y mostraba su título universitario entre los labios de su oscura y rozada vagina.
El burdel de la licenciada... El doctor era el portero y palanganero.
Es internacional su coño. Como el de cualquier puta del tercer mundo. Solo que las putas, tienen dignidad.
Lo malo no es ser una puta que llega a casa a besar a su marido con el sabor de otras vergas en su boca y con el coño sucio. Y sin cobrar...
Lo podrido es pretender ser la gran madre, que redime la podredumbre de su cerebro y su coño con sus hijos, un amor enfermizo y desagradable. Y los alimenta con mentiras.
Lo malo es que su cerebro es tan idiota como su coño ya insensible por tanta vanidad embutida con tantas pollas.
Lo malo es que pide que se la meta a cualquiera, sin pudor. No es cuestión de ser liberal, es una cuestión de una vanidad psicótica para un cuerpo que no vale lo suficiente para ponerlo en venta, solo para donarlo a borrachos e idiotas. A abogados, ingenieros, oficinistas, albañiles, mecánicos y algún mediocre carpintero, siempre y cuando estén suficientemente calientes y borrachos.  Gente sin demasiadas exigencias.
Lo podrido, lo asqueroso es aguantar el asco y el rechazo de su marido que la huele como algo sucio. Que le mira su coño empapado con repulsión cuando llega borracha después de una sesión de acupuntura, dice.
Y ella, muy digna, evade esa mirada.
Lo podrido es aguantar la repugnancia y el desprecio de su marido en la casa, en nombre de los hijos y de una prostitución vestida de letras y llanto. Del falso dolor de algún muerto. Porque cuando sale del barracón, del carro o  del motel con su agujero y boca sucias, no se acuerda del padre, solo dice: "Qué rico me has cogido" y envía un mensaje a su marido para decirle que lo ama.
Una deficiente mental que cree que todo el mundo lo es.
Su máxima aspiración es mamársela a su jefe... No tiene mucha ambición, la vanidad no deja espacio para eso.
Lo malo es que él le dice que se acabó que no la quiere, que folla con otros  y le da asco su coño. Y ella le escribe poemas de amor y grita que no le llega su amor, que es un insensible.
Da golpes de mala actriz en las paredes y en las puertas.
Y dice ver fantasmas de gente que amó para ser más trascendente en su mediocre vida.
Lo malo de ser esa puta, es la hipocresía de serlo por una soledad convenientemente inventada. Cuando es una simple cuestión de vanidad, de enfermiza vanidad. De una egolatría nacida de la estupidez. 
Y una borrachera la hace olvidar lo mala persona que es.
La puta lo es en su propia casa; a cambio de unos pesos, aguanta las miradas indiferentes y el desprecio que el marido siente por ella y por sus hijos, porque son la maldita excusa para aguantar a la furcia un día y otro y otro y otro...
No tiene donde ir la idiota. Unas cervezas, vodka y a tragar el desprecio que le espera en la casa de su marido, no por puta, sino por mala víbora.
Lo malo no es que la gran madre, admirada hermana y amiga de miles de seres, cumpla su primer aniversario de follar con otro hombre al que mantiene, y a su vez el aniversario de repugnancia que siente su marido por ella.
Lo podrido es que se cree divina, que sigue exhibiendo su coño, sigue ofreciendo sus chichis a quien mejor las mire y dice ser que es la mártir de la soledad. Con su coño goteando varias muestras de semen. Con el tanga del revés.

Lo malo de la puta es que no cobra y se gasta el dinero y el tiempo de educación que le debe a sus hijos sin ser necesario. Es joven la furcia que todos se tiran. Una joven con arrugas y tetas blandas...
De vientre fofo y nalgas caídas... Un pubis adiposo...
Cualquiera se la mete si omite su decadencia.
Lo malo no es ser puta, lo malo es que desde un coche en el centro de la ciudad, le griten que lo es: "¡Puta!".
Su cerebro tarado la hace sentirse famosa y divina...
Lo malo no es ser puta, lo malo es ser una mala persona, lo malo es esa vanidad de una fracasada de coño fácil y tetas apretadas en brasiers adecuados. De una vagina oscurecida de tanto usarla, encallecida.
Un coño infeccioso, porque sus trompas están cortadas y el condón ya no es necesario para evitar embarazos.
Lo malo de una mala mujer, porque no es puta, es mala como el veneno; es que arrastre sus infecciones y mentiras durante meses. Lo malo, es que conviva con el desprecio de quien un día la amó y finja ser una mujer rechazada sin razón. Lo malo es la prostitución que hace padecer a sus hijos en su propia casa.
Lo malo son los llantos y la frustración de no ser feliz en su hogar, cuando llega con el olor a semen y babas de otros hombres.
Y a todo eso lo llama depresión.
Es demasiado idiota para follar con muchos hombres que ha escogido y ser feliz en su matrimonio.
Y esa frustración la hace llorar y sentirse la más desdichada.
Lo malo es decir que ama como nadie puede amar a su marido "es mi dios, es el amor de mi vida". Para que todos crean que es la mujer más romántica y abnegada del universo; pero se mete en el coño la verga de otro, tecleando en su teléfono que enseguida llega a casa, que el tráfico está fatal.
Lo malo, es que miente y no recuerda sus embustes. No se lava las chichis saladas por las babas de otros hombres. Los moretones en sus piernas tras una "buena cogida" que la ha hecho chillar como una marrana.
Lo malo es que se cree inteligente y es un ladrillo.
Lo  malo es que cree que engaña y al final llora de rabia e impotencia, no consigue gestionar adecuadamente su puterío.
Lo malo para el hombre es sentir que al final, es una pobre imbécil.
Y sentir lástima por la pobre madre ramera.
La no puta, sabe que quien la amó, le tiene asco y vuelve a casa cada día con su rictus de mujer abnegada y cansada, con su coño fértil, ahora enfermo y tonto.
Eso sí que es ser una mala puta.
No es la madre del año, no es una puta realmente.
Es solo una mala mujer, un mala persona.
Un veneno que nunca debería haber nacido.
Las putas no son malas. Nunca lo han sido.
Y se mira cada mañana en el espejo al alaciarse el cabello dejando caer una lágrima de maternidad, soledad y literatura que la redima de su miserable y mentirosa vida.







Iconoclasta

17 de noviembre de 2014

Putilla de antro


Te dieron tetas (bien sujetas en el brasier son hermosas) y una vanidad injustificada en lugar de cerebro y dignidad.
Quien regala tu ego, recibe una buena mamada en los sucios asientos de un coche barato, a cambio de que no mencionen las lonjas de tu cintura.
Putilla de antro, te haces selfis de mirada ovejuna, con las que pretendes dar sensualidad y enmascarar un coño que no sabe bien como correrse en los moteles baratos de mediodía o a las tardes.
Putilla de antro de nariz blanca y vodka en sangre, solo bailas tú con tu vanidad y con otro borracho que no la ve. Te quedas sola y no tienes nada en las noches que duermes en casa de papá y mamá.
No eres joven y usurpas edades que no te corresponden.
Compites por follarte a güeros y nativos con las chicas de veinte, y pierdes el control de tu coño.
Te come la envidia hacia los jóvenes, putilla de antro.
Mala combinación: vanidad y envidia.
Sola te quedas demasiadas veces, porque tus palabras son mentiras que no cuajan en los hombres serenos. Son solo para ebrios.
Sola te quedas con tus tetas bien apretadas en el brasier y una minifalda que cubre un coño torpe; esperando en la mesa de la oficina la hora de la comida, el momento en que te la metan para decirte lo hermosa que eres.
Putilla de antro de baile fácil, de vanas palabras románticas y sexo mediocre, tienes que follarte a uno y a otro para que te digan que eres reina y divina.
Y no cobras nada... Pobre putilla sin cerebro...
Con tu mirada ovejuna, piensas en seducir, pero todos esperan tu mamada en el asiento de atrás del carro con tu apestoso aliento a vodka y las tetas rebosando por el escote; tal vez en el motel si hay suerte y dinero. Te tragas el semen y te limpias los labios con tu mirada de cordero degollado pensando que eres seductora.
Putilla que confunde ya el antro con el trabajo y en pleno día, en  la oficina, te disfrazas de conejito de playboy para poner cachondos a los machos que te rodean.
Es sórdido y vacuo lo que te rodea, por eso necesitas el antro oscuro y ruidoso, donde confundir a los borrachos y que te digan hermosa y divina.
Putilla de antro licenciada para nada, un fracaso tras otro y te crees deidad. En el mundo de los borrachos de antro, todas las zorras lo son.
Abres tu coño a los que dicen reconocer tu divinidad y acabas sola como puta tirada en la calle del cliente, que espera un taxi con su coño apestando a semen y orina.
Pobre putilla de antro, metida en un círculo vicioso del que solo saldrás con las tetas más caídas y una menopausia indigna. O tal vez tengas suerte y le hagas una buena mamada a un rico borracho que te ponga una casita y algo de dinero.
Y es que quien te ve, te reconoce.
Das pena putilla de antro, porque en el fondo, buscas quien te ame; pero tu coño tonto y fértil y tu vanidad te traicionan. No hay suficiente inteligencia entre tus apretadas chichis para comprender que tus mamadas solo gustan a borrachos y deficientes.
Mas no estás sola, putilla, en el mundo sois muchas y dejáis una buena descendencia para que no se pierda esa vanidad a través de las generaciones.
La vida se abre paso entre campos de basura y mediocridad.









Iconoclasta

8 de noviembre de 2014

Un escritor atormentado


Me gustaría ser un escritor romántica y carismáticamente atormentado. Un hombre triste que se emborracha al tiempo que en el papel escribe su alma con una pluma japonesa de edición limitada y  con un buen reloj.
Claro que ser materialista no es lo que me descalifica como escritor atormentado; es esta cochina erección que me incomoda la que me califica como un hombre simple, con un cerebro liso.
Maldita sea, no es elegante estar caliente.
No es elegante que la puta me esté haciendo una mamada y se me deslicen lágrimas por la cara. Debería estar escribiendo en un cuarto en penumbra con una rata como compañía.
El amor se rasga como la hoja de papel que rompo cuando no quiero reconocer lo que escribo. No es por dolor, es por vergüenza.
El amor dura el tiempo que tardas en conocer a quien crees amar. Luego se convierte en mediocridad, en monotonía y por fin en engaño.
Los hijos te aman hasta que se hacen mayores y se dan cuenta que son mejores que tú...
Así que le hago  caso a mi polla y me la toco.
Bajo el prepucio y el glande brilla baboso, con ganas de invadir o violar; es inevitable dejar una mancha de fluido en mi elegante pluma después de haber acariciado a mi alter ego.
No soy un escritor atormentado, soy salvaje en el deseo primario, me parieron demasiado cerca del bestialismo y oscilo entre el pensamiento y el instinto, sin pudor, sin reparos.
¿Cómo puedo escribir de tormentos y vicisitudes si este pene no siente absolutamente nada parecido a lo que siente mi alma corrupta?
Observo mi relojazo y el grabado de la pluma. Pienso en lo muerto y en lo que queda vivo mientras me fumo un cohiba que sabe a gloria bendita.
Intento llorar por las ilusiones que se fueron directamente a la basura; pero siempre acabo en una página de porno oriental. Es que están preciosas las jodidas japos...
Quisiera ser anti-viagra para ser más intelectual y asemejarme a esos grandes escritores que viven y mascan su tristeza con mujeres de pago en sórdidos moteles. Que escriben en mil hojas de amor y derrota sobre una pequeña mesa de madera.
Yo necesito una buena mesa organizada con espacio para tabaco, cenicero y papel. Tengo muchas cosas, no podría ser tan humilde. La humildad me la paso por el forro de los huevos. Así, sin literatura.
Porque no nací como escritor, ni pude vivir como un bohemio. Trabajé como un cabrón, prostituyéndome durante toda una vida por un puñado escaso de dinero. Sin romanticismo, sudando y desgastando mi cuerpo.
"Como todo el mundo", pensarán algunos. Solo que a mí, "todo el mundo", me importa una soberana mierda.
Al final, es razonable que no sea un escritor triste. Solo furioso y con prisa; que el tiempo corra rápido, sabiendo que el final es la nada. El amor, el odio, la paternidad, la felicidad, el dolor y la desgracia son accidentes geográficos en el mapa de la vida.
Y mi pene parece saberlo, porque cabecea inquieto y repleto de sangre en mi pantalón. Quiere salir y ser lamido, ser empuñado y apretado hasta el dolor, meterse en una elástica e inundada vagina hasta escupir un semen caliente y abundante con un gemido, con una blasfemia: "La virgen santa, la hostia puta, qué gusto..."
El atormentado queda a merced de su polla y así ella cuida de mí. Borra la vergüenza por los errores cometidos y  convierte la tristeza en un nuevo universo de posibilidades. No piensa en la muerte, solo sabe que está vivo.
Su primitivismo me contagia el ánimo...
El sosiego de la soledad es una entelequia, la soledad es algo intenso, solo los más fuertes se soportan a sí mismos. Solo los que tienen una polla inquieta pueden vivir sin pudor y sin meditar sobre el mal y el bien.
Los escritores románticos y tristes buscan cuchillas de afeitar, veneno o se balancean en el borde de las alturas y de la narcosis.
Yo aferro mi bálano y tengo que recoger un semen incontrolable que nunca va a aterrizar a sitios fáciles de limpiar.
El romanticismo es algo que solo puedo intuir, soy una bestia que ha trabajado demasiado, que ha maltratado el cuerpo y la mente. No queda tiempo para un romanticismo suicida, es hora de follar. Siempre lo es.
El otoño es el final de la época del color y el sonido, los humanos caen presas de la melancolía, de la luz que quedó atrás y las noches se hacen más largas, con más monstruos.
No soy humano, porque el otoño me alegra, apaga la actividad ajena a mí, el mundo lo es.
Ajeno... Soy un maldito error, mi padre no se la metió bien a mi madre.
No puedo ser un escritor carismático, solo soy un escritor impunemente frío. Que odia escribir en lugares deprimentes y humildes.
Alguien tiene que serlo, hay carroñeros, hay parásitos y estoy Yo.
Y mi pene.
Esta Nakito tiene un vello púbico lacio y fino... Guarras orientales.com...
A lo mejor, cuando envejezca puedo ser romántico y tierno en mi tristeza. Cuando mi pene esté cansado y la erección no se imponga a mi metafísico pensamiento.
El animal de Battiato suena en el estéreo, estoy de acuerdo en algunas cosas con la canción, pocas pero suficientes para asentir expulsando el humo de mi pecho por la nariz y la boca.
Dejo la pluma y enciendo el cigarro número mil doscientos de la mañana, toso y escupo. Y sé que nunca podré ser un escritor de la depresión y el suicidio. Así que tecleo en mi magnífico ordenador el texto, mejorándolo fríamente a plena luz del día, con una buena música y un buen café.
La vida sórdida es trabajar y llegar exhausto a tu casa sin tiempo para el pensamiento.
No me arrepiento de ser materialista y bestia. Ni de mi vanidad, me la he ganado a pulso como el cáncer de pulmón que se pudiera estar desarrollando ahora en mi pecho.





Iconoclasta