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Mostrando entradas con la etiqueta bosque. Mostrar todas las entradas
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7 de septiembre de 2024

lp--El silencio del bosque--ic


Un xilófono de madera y agua, íntimo y sereno.

Un goteo en el corazón que palpita lento siguiendo el ritmo de la lluvia en mi sombrero, en mi rostro cuando lo enfrento a las nubes, en mis labios que la beben.

El silencio del bosque lluvioso es atronador y apaga los sonidos de las lejanas carreteras, incluso las campanadas de la iglesia parecen retroceder ante la frondosa muralla silenciosa.

Los animales mojados y fríos guardan sereno silencio esperando unos rayos de sol que les temple pelaje y plumaje. Y así, el ánimo.

Un bosque lluvioso es la misma intimidad inviolable con la que se ama. Con el melancólico temor de perder el amor como las gotas de agua se hunden en la tierra. De una forma instintiva intentas cobijarlo entre los brazos porque es tesoro y calor.

La lluvia en el bosque no es una alegría, es una reflexión de la vida que no es cuestión de belleza, fascina el coraje de los seres, sus dramas y luchas.

Y si no luchas, no te mojas, eres estatua; una talla accidental en el bosque.

Aún gotean las ramas a pesar de que ha cesado la lluvia. La penumbra lucha silente contra la luz del sol que el lento gotear de las hojas anuncia como tamborileros derrotados. Lucha contra la luz que descubre los secretos y las vidas exponiéndolas al cazador y la envidia aplastando la preciosa y deliciosa intimidad.

El silencio del bosque es refugio y la compañía cómplice de seres ocultos que no obedecen a nada más que a su naturaleza. No hay discusión y sólo la muerte zanjará alguna duda al respecto.

Caen las gotas sin orden ni concierto, con la aleatoriedad de la gravedad, con un destino ineludible como lo es amarte aquí, en mi refugio y capilla erigida a ti entre mi ropa calada.

No sé si soy una azarosa y anodina metáfora de la naturaleza y sus leyes no escritas. Un mirlo que se moja lentamente entre la fronda de un árbol esperando la luz, a ti...

Comprendo con una lucidez delicuescente que este silencio es el universo que la mayor parte de nuestra vida nos es vedado porque es peligroso experimentar la dulzura y la determinación de la libertad. Podrías querer más…

Es la quintaesencia de la libertad: puedes dejar tu refugio entre las ramas y empaparte hasta la extenuación sin que nadie tenga una ley con la que extorsionarte por ello.

El silencio del bosque no es para los seres humanos nacidos en cautividad, en las ciudades. Es para los que aman sinceramente, sin necesidades ni pactos sociales. Aman sin legislación vigente, salvajemente; como está prohibido y condenado.

El bosque silencioso y lluvioso es el reducto de la anarquía serena y valiente, sin histriónicas hipocresías, sin marcas a batir ante nadie. Vivir no es una carrera, no es competición; es mucho más trascendente, una lucha entre tú y el planeta, para ganar basta no llorar ante una lluvia y tener un valor mínimo.

Ganas por cada bocanada de aire que respiras, mueres con el último latido.

Y todos sabemos que la banca siempre gana, no es un drama cuando los animales más pequeños del bosque no se preocupan por ello.

Hay cosas básicas que aprender en el bosque lluvioso esperando los rayos confortadores del sol: forjar el coraje y la voluntad.

Y esperar el canto alegre del mirlo que anuncia la luz, el primero que sale a chapotear en las sendas.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

20 de diciembre de 2022

lp-- Abandonado al sol invernal--ic


No hay nieve, solo incineración y muerte.

Mentira, soy yo lo único que muere . Todo es más fuerte y vivo de mierda que yo.

Y no me gusta la muerte luminosa, humilla los cadáveres.

Los árboles han perdido su fronda protectora y el sol atraviesa sin descanso mi carne dejando ver la silueta de los huesos en mis manos.

Soy una radiografía nómada.

Un hombre invisible.

Pero no me siento hombre, no me siento nada.

No tengo hojas que ofrecer en sacrificio al sol invernal.

Exige mi piel y el alma que hay debajo…

Lo cierto es que no importo tanto como para que el sol exija nada de mí, es la cruda y cocida realidad. Fui un nacimiento anodino y busco patéticamente trascender unos segundos siquiera antes de evaporarme.

Una ceniza que camina a la desintegración…

Debí ser piedra y algo mutó que me hice cosa orgánica y combustible.

¿Dónde están los dedos de mis manos? Y mi cigarrillo…

Me aterra no tener sombra, soy íntegramente mediocridad. He perdido mi opacidad, la prueba de mi existencia.

Es estremecedora la luz, cochina luz calcinadora…

Los árboles con sus incombustibles cortezas resisten el bombardeo solar y es público silencioso de mi evaporización.

¿Cómo he conseguido morir así?

No quiero ser luz. Ni que se quiebren mis piernas de ceniza y desmoronarme en una nube de polvo en el sendero.

Y el bosque protector inalcanzable.

Es terrible, nunca he tenido suerte…

Soy un privilegiado que folla con la Dama Sórdida, la diosa podrida de la humanidad sin rostro.

Voy a morir incinerado e indoloramente aún que estoy vivo. Como si la indignidad fuera indolora.

No jodas…

Sin un ataúd que proteja mi cadáver durante un segundo siquiera.

Yo no quiero morir así.

Quiero sangrar y gritarle puta a la vida con dientes fieros, escupiendo baba roja.

Que duela morir.

No así, evanesciéndome en la luz, un alma llorando por su carne.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

10 de noviembre de 2022

lp--Arte conceptual en el bosque--ic


Me parece obscena esa agrupación de setas devorando el árbol muerto. Se alimentan mezquinamente del cadáver, pisándose, atropellándose con vulgar maldad unas a las otras para saciar su necrófaga hambre.

Es tan terroríficamente conceptual la vida y la muerte en el bosque…

La muerte no es un arte, sin embargo; es hipnótica toda esa miseria en el pie del árbol.

El hecho de que las setas no sean animales las hace más temibles, su voracidad…

Porque se han formado como un cáncer, un organismo invasor, pornográfico para la vida.

Despierto imagino que mis pies los han devorado las setas, soy un hombre hongo. Y la idea causa un chasquido neuronal que se traduce en una náusea, fumo para empujar el asco.

¿Fue así como el cáncer entró en la médula de mi tibia? ¿Son setas alimentándose de mí aún que no estoy muerto?

Por eso hay que enterrar a los muertos, para no hacer pública tamaña putrefacción.

Si mueres no es necesaria la humillación, es gratuita.

Son seres feos como yonquis de la muerte, deformes y con una sangre venenosa. Aferrándose con gula a su propio pellejo macilento para meterse un poco más de muerte en vena.

La corteza se cae a pedazos, por el tronco dejaron de subir los nutrientes. Y el cáncer, las setas, tan vivas, colonizando la muerte.

Si se movieran no serían tan siniestras…

No quisiera ser un hombre seta muerto.

¿Por qué no cae de una vez el árbol muerto? Porque así, aún en pie, parece sufrir una agonía sin fin. No puedo evitar cierta alarma atávica que nace de un instinto antediluviano.

¿Creció el árbol en un pedazo de tierra maldita?

Ni siquiera los pájaros se posan en sus ramas muertas. ¿Las setas inyectan insania a la madera?

No las ha comido ningún animal, ningún ser las ha pisado. Son un aviso de muerte, de iniquidad.

No puede ser bueno comer lo que se alimenta de muerte, sería morir al cuadrado.

Ese cáncer de hongos evoca a las multitudes humanas, a las gentes sin rostro, a setas que berrean anónimas, formando un tumor.

¿Qué le puede quedar al árbol muerto? ¿Tienen alma los árboles? ¿Es lo que ansía ese tumor de hongos? ¿Su alma?



Iconoclasta

Fotos de Iconoclasta.


4 de julio de 2021

Una tristeza en el bosque


Me he metido tan adentro del planeta en soledad, que en la lejanía podía ver donde habito.

Y es muy lejos, ha sido mucho caminar.

Me envanece ser una bestia con tamaño radio de acción y la fuerza para recorrerlo y morir entre tantos kilómetros de bosque y montaña.

El horizonte más hermoso que existe: un mar de montañas…

En realidad es agotador; pero fumo desde la cima observando mi reino, e irremediablemente se me pone dura (la polla).

Soy incorregible, no puedo ser de otra forma: hombre y bestia. Y así ejerzo, aunque duela, aunque joda.

En lugar de admirar escaparates, mostradores de grandes almacenes, pensar en coches, o tomar algo en la comodidad de un bar; simplemente vivo y padezco la naturaleza.

Nací irreductible, jamás me integré donde me obligaron a crecer.

Y lo he hecho bien, me siento bien aquí y ahora.

Me gusta sudar y echar el humo del tabaco hacia aquello tan lejano allá abajo.

Me la pone dura.

Otra vez…

No es alarde, es biología y vicio.

Los párpados escaldados por el sudor hacen mi mirada hosca y sin embargo, observo todo con ilusión contenida.

He visto una serpiente cubierta de rombos verdes y una fina cola como un látigo esmeralda ocultarse en la fronda.

A una comadreja preciosa pensar si subir o bajar de donde se hallaba. Ha bajado, la muy holgazana.

He oído al pájaro picotear furioso un árbol y los excrementos aún humeantes de un animal que ignoro (no era yo, lo juro).

Un jabalí ha arrancado un gran trozo de musgo que ha caído en el camino, se escondía de mí, bosque adentro y arriba.

Lo maravilloso del bosque, es que no ves la vida que contiene; mas la sientes como una profunda y atávica emoción.

Y lo triste del bosque es que no puedes evitar ver sus grandes y pequeños cadáveres.

También pienso que si tuviera un infarto aquí y ahora, dejaría otro cadáver más.

Y sería más digno que morir donde habito.

Quiero ser una tristeza en el bosque y no una mediocridad en el tanatorio.

Así que cuando intuya que voy a morir (esas cosas se saben de una forma natural, no requiere instrucciones, solo valor y decisión), cogeré mi mochila cargada con tabaco, mis prismáticos, mi cámara de fotos, mi navaja, mi pluma y mi cuaderno.

No necesitaré todo eso (el tabaco sí); pero me da paz cargar con ello.

Nunca he sido perezoso. Solo reacio a obedecer de mierda a nadie.

Y caminaré montaña arriba hasta donde muera.

Unas oscuras nubes aportan un repentino aire fresco a este día de julio, el mes más hijoputa del año. Y se me cierran un poco los ojos como si fuera una caricia.

Vuelvo a pensar que es tan buen momento como otro cualquiera para morir ahora. Lo tengo todo a mano para morir bien y sereno.

Ya verás… Cuando sienta que se me raja el corazón, no me dará tiempo ni a meter la navaja en la mochila. La vida es muy puta con sus jugadas y bromas.

No creo en los malos presagios de un cielo oscuro, porque el cielo oscuro es lo más bonito. Sin embargo sí pienso en una muerte digna tras una vida que me han obligado a vivir indignamente.

Y mira por donde… Ahora me saco la polla y meo, hacia allá abajo donde he vivido la indignidad.

Todo cuadra…

Pequeños rencores que no hacen daño a nadie (desafortunadamente); pero me la ponen dura (la polla).

Debería morir ahora, coño.

Quiero ser un cadáver del bosque y no una rata muerta en una cloaca excrementicia.

Seré romántico: Que Dios o el Diablo, si existieran; aquí y ahora me den muerte.

Pues mierda, no existen o no quieren. Bueno, al fin y al cabo siempre he sido un ateo blasfemo, si alguna vez hubieran existido o existieran me la tendrían jurada.

¡Joder! Ahora tengo que volver a caminar todos esos kilómetros.

Como me maten cuando llegue a casa, me cagaré en la puta que los parió.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


9 de julio de 2020

El mejor momento para marchar


En soledad sientes y aprecias cosas que en compañía pasan desapercibidas. Es absolutamente necesaria la intimidad para ser uno con el planeta.
Tan solo una suave brisa a la sombra de los árboles tiene un valor incalculable. Da una inusual importancia a la vida en esos breves y compasivos momentos.
Cuando el viento me conforta del esfuerzo y el calor de vivir, no pienso en la miseria humana, en el dolor o el miedo a la muerte.
El viento trae cosas buenas, un sortilegio de una magia ancestral que se crea entre los animales y la vegetación del bosque, lejos de la humanidad.
En la brisa flotan las imágenes y esencias del amor y el cariño. La ternura y esa bella tristeza de recordar a los queridos muertos.
Por ese instante de vida absoluta e íntima, pienso que ha valido la pena vivirlo todo.
Hay quien tiene miedo a morir en un lugar aislado, inaccesible y sin compañía humana.
Yo no.
Cuando el aire en la soledad de la montaña roza mi rostro y las manos, cuando el trinar de los pájaros invisibles y el rumor de los árboles me acogen en su vida; pienso que no puede haber mejor momento para morir.
Ojalá muriera en el momento y lugar más hermosos.
Que la brisa fresca me susurrara que todo está bien y que es el momento de morir. “¿Vamos, Pablo?”.
Y yo le diría: “Sí, ahora que no estoy cansado”.
El aire me susurraría: “¿Ha sido una buena vida, verdad?” y no podría responder porque ya estaría muerto.
Desparecería como una hoja seca que, soplada revolotea tonta y suavemente, desapareciendo en lo profundo del bosque.
Una hormiga arrastra una mariposa muerta.
Sonrío: yo necesitaría una super hormiga.






Iconoclasta
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27 de junio de 2020

Mariflores


¿Y si nacieron flores y luego quisieron ser mariposas?
¿Se las podría acusar de vanidosas, envidiosas, ambiciosas?
¿Las castigaría un dios por querer ser libres?
Como maldijo a Eva…
Las convirtió de nuevo en flores porque él no las creó así. Ese dios furioso no concedió permisos de ese tipo.
Estoy seguro de que cuando llegue la noche, se desprenderán de sus tallos y volarán libres toda una vida de unas horas.
Imaginarlo es un drama hermoso ¿verdad?
Existencias de las que solo estoy seguro ahí, dentro del bosque; cuya soledad susurra imágenes e ideas profundas y extrañas que hacen héroes a seres que a nadie importan si no están en un jarrón o en un ramo.
Las mariflores tienen una longevidad azarosa, a veces revolotean en mi pensamiento unos segundos hasta que un águila vuela bajo y letal entre los árboles, otras veces me acompaña la tragedia hasta que queda debidamente asentada en la libreta de la vida.
No puede hacer daño una caída controlada a los abismos de la magia y la peligrosa ingenuidad.
Porque cuando emerjo a lo humano, se acaba la magia y la realidad lanza un directo a la boca del estómago que provoca una náusea. Tal vez, me golpeo yo mismo. Sino tuviera una férrea disciplina, haría tiempo que habría caído en coma viviendo en un engañoso y hermoso bosque de mariflores y dioses malos como un cáncer.
O no… No tengo suerte: me hubieran desconectado enseguida. Lo bueno se raciona severamente y se paga con dolor, lo malo es pródigo y gratis.
Las mariflores piensan lo mismo en su tallo esperando la noche.






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

17 de junio de 2020

Una penita


En los bosques se ve más muerte que vida.
La vida ruge; pero raramente se deja ver. La ocultación es una simple e instintiva cuestión de supervivencia que debe cumplirse.
Es tan triste y trágica la muerte de los pequeños seres, tan trascendente en su soledad que yo también quiero ser un anónimo y pequeño drama nemoroso.
Algunos ni llegan a crecer por una mala suerte, un viento o una lluvia.
Pobrecito… 
Es más pequeño que mi dedo pulgar…
Y se lo comen las moscas.
Todos los seres sin nombre mueren sin lágrimas de nadie en el bosque.
Que borren mi nombre y nadie lo recuerde.
Sé que no es así; pero quiero creer que mueren valientemente. Ahora que nadie observa mi tristeza aquí, tan adentro del planeta. 
Somos tantos en el mundo que no importamos y alguien debe llorar las mínimas tragedias.
Misericordia…
El bosque es tan íntimo, que arranca de mí esas defensas tan bien creadas y me coloca una pena.
Una penita en el pensamiento cuando menos lo espero.
Piedad…
Y le dedico unos minutos de tristeza que se merece el pequeño héroe.
Adiós, pequeño.
Un beso de luz para el oscuro camino.





Iconoclasta
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6 de marzo de 2020

Via morta


Si sometes el camino a un análisis bajo visión infrarroja, observarás las huellas ensangrentadas a lo largo de los tiempos. Y no será entonces, el bosque lo que no te deje ver el camino.
Será el camino el que difumine el bosque y la vida.
Porque la muerte es fascinante en su terror y su conclusión. En su quietud.
Ya no apartarás la mirada de las huellas de los muertos y de los que aún sangran. De tus pasos de muerte, los más recientes y brillantes si miras atrás.
Hubiera sido mejor que los árboles hubieran mantenido oculta la via morta ¿verdad, carajo?
Pinche camino…
Que los árboles oculten el camino y la certera muerte.
Nos dejaron caminos anegados de sangre, es la única enseñanza bajo la luz enferma de lo infrarrojo. Del inframundo…
Es la única sabiduría bajo cualquier luz.
Vivir es un continuo sacrificio que alimenta el bosque.
Todos los caminos conducen al mismo lugar; y no es la puta Roma.




Iconoclasta
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1 de febrero de 2017

La alimaña y Caperucita


Aún hay luz en el cielo cuando en lo profundo del bosque ya es todo oscuridad.
Y he pensado en ti, porque en todo lo que veo, en cada momento, estás presente.
Pactaría con alguna fuerza oscura por convertirme en un animal del bosque y follarte en la oscuridad violenta e impunemente.
Porque para las bestias hay más horas negras que para los vulgares seres humanos.
Y en la negritud te la metería, violándote. Arañaría tus pechos acariciándote feroz.
Sin cuidado, furioso.
Cobrarme en carne la esclavitud a la que me has sometido. No puedo vivir sin ti, hija de puta.
¿Te das cuenta que me has convertido en tu alimaña enamorada?
Y el que me ames como hombre no me da consuelo.
No serena mi alma que no tengo.
Mi oscuridad está preñada de un sexo perverso y hambriento; rozando la crueldad.
Te acecho sintiendo la desesperación de tu sonrisa que me entiende, me conoce, le divierte, le gusto... Y le enternece de un modo incomprensible.
Eres tan rara, tan exclusiva...
No soy tierno, soy feroz, no me sonrías así, mi amor.
Te amo.
Te deseo como una Caperucita Roja en el bosque, con lencería de puta.
Orinando obscenamente abierta hacia la oscuridad donde moro.
Con tu rostro de angelical lujuria mirando las sombras en las que sufro la erección de desearte.
Me vuelves loco, hija de puta.
Y no eres una hija de puta, mi amor.
Solo soy una alimaña feroz y enamorada en la oscuridad.



Iconoclasta

27 de octubre de 2016

Paseando bajo la soledad




Porque no es lluvia lo que cae, es bendita soledad.

Cae en forma de caricia.

Casi con ternura...

Me hace entornar los ojos y ver un mundo difuso, sin bordes afilados que tanto me rasgan la piel y el alma si la tuviera.

Soledad pura y sensorial que es un goteo, un ritmo sordo que parece acompasar la respiración, los pasos y el rumor de las hojas muertas y vivas.

El que va por delante de mí, bien podría ser yo mismo en un futuro próximo.

Aunque hay tiempo de morir durante esos metros que quedan para el futuro.

Con una sonrisa franca y sinceramente, no me fío de vivir ese tiempo, esa distancia. Soy cómplice de la soledad en mi propia muerte, en mis propios actos delictivos, subversivos y obscenos.

Toda esta soledad que gotea sobre mí, es un réquiem sin tristeza, sin amenaza. Es un salmo tranquilo, un final relajante.

Como si me diluyera...

Cierro el paraguas, para que la soledad me cale y se me dobla el cuello a un lado en un placer.

Sigo vivo, no importa.

Siempre hay tiempo para morir.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

8 de febrero de 2016

A medio hacer


¡Ey, padre! Tú estás muerto, ambos lo sabemos; pero ¿qué pasa conmigo?
¿Soy un zombi?
No sé si soy muerto o vivo.
Te fuiste pronto y dejaste cosas por acabar: a mí.
Quiero tener una posición ciertamente definida en la vida o en la muerte, si pudiera ser.
Porque me da la impresión de que soy solo medio hijo, cosa que no te hace medio padre, entiéndeme, no quiero ser ofensivo, reprochón.
Soy una mitad que dios se dejó por acabar.
¿Es eso? No me digas que dios existe, porque tendríamos un serio altercado tú y yo.
Hay cosas muertas en mí, y sin embargo sonrío. ¿Debería, padre?
Porque a veces tengo unas locas de llorar y me da miedo verme en el espejo reír y gemir.
Y frotarme los brazos que están gélidos de algún mortis rigor.
No es locura, solo es que no sé si ir al cementerio o a follar.
Tengo dudas, padre.
Soy hombre inquieto.
No busqué herencia, pero podrías haberte ahorrado dejar cierto legado de cierto gen tumoroso en mí. Así dicho, parece gracioso.
Y lo es, padre inquieto que tuviste tanta prisa en marchar.
Es gracioso que yo ahora te tenga que enseñar cosas de la vida que tú no viste.
Digo que vendí una parte de mí al diablo a cambio de cierta libertad.
¿Estás orgulloso en que invertí lo que hiciste?
No es reproche, es que a veces, cuando el viento hace hablar a los árboles, parece que estás entre el rumor de sus ramas y hojas. Y quiero estar contigo.
Cuando los árboles rugen, siento la sensación de que no me quieren ahí, no quieren a nadie medio muerto. Temo que quieran acabar el trabajo, porque las cosas a medio hacer no tienen futuro entre lo nemoroso.
Insectación del alma: come orugas peludas.
Se me ha ocurrido de pasada, hay un nido de orugas caído en el camino y no he resistido la tentación de pisarlo.
Es como si tuviera orugas comiendo mi humanidad, dejando grandes agujeros de nada.
Tal vez el viento  pasa a través de ellos y siento que soy estiércol. No sé...
Ser algo medio vivo no es optimista.
Pudiera ser jocoso; pero si existieras, deberías abrazarme ahora que solo el viento nos ve.
No es broma.
Llegué a ser bueno con los cables, para llegar a ser habitualmente cruel con palabras que hieren las buenos sentimientos.
El tejido negro de lo que hay muerto en mí, se extiende más allá de piel, carne, cartílago y hueso.
Es razonable que a veces sea oscuro yo también.
Tú tienes tu pequeña responsabilidad; porque he de reconocer haber perfeccionado lo medio vivo y lo medio muerto.
Tu hijo te quiere y no recuerda un día sin pensarte.
¿Te das cuenta de lo que hiciste conmigo? Tu testimonio de vida.
A lo mejor, al morir tú, morí un poco yo también.
En tal caso, olvida mi divagar. Te exonero de esa pequeña responsabilidad.
Ya te he dicho que soy habitualmente cruel, habitualmente extraño.
Es tiempo de carnaval, todos piensan que mi disfraz es bueno.
Hasta pronto papa, sigo muriendo por aquí un rato.
Nos vemos pronto.



Iconoclasta
Foto de  Iconoclasta.