Ya han llegado recién salidas de una fábrica de algún lugar desconocido del profundo cielo.
Son perfectas. Fabricadas con precisas láminas cortadas con láser, se puede observar los estratos que les dan espesor.
Diseñadas y cinceladas en el cielo con la precisión de un artista cirujano.
Programadas como hermosas y altas amenazas.
Carecen de la entropía voluble de las nubes cálidas. No hay sorpresas con ellas, están diseñadas para ser inconfundibles y de una mayor dureza; ya que cuando el viento las arrastra resisten el proceso típico que las banales nubes de verano no pueden combatir: el deshilachado. Y durante horas y grandes distancias mantienen su característica silueta endurecida con frío.
Y por ello no son banales, advierten del infierno invernal.
Otra vez…
No se parecen a nada más que a sí mismas. No son moldeables como las nubes del calor con las que se puede jugar a dar formas.
Con el frío no se juega, condenará quién vive y quien muere para la próxima primavera.
Anuncian la nueva campaña de la lucha de todos los seres vivos por mantener el calor corporal, especialmente cruenta en alta montaña.
Soportar tantos meses el cansancio del organismo por preservar el calor vital…
Las nubes del frío silenciosas y agresivas inauguran ineluctable y oficialmente las nuevas olimpiadas de la vida y la muerte, como naves cargadas de aciagos presagios y desesperanzas inevitables.
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.