–Cuéntame una tristeza.
–Un amor clavando las uñas en la tierra para no caer al infierno.
–Otra.
–Una sangre fuera de las venas.
–Otra.
–El bebé que no ha conseguido llorar frente a la madre que lo acaba de parir.
–Otra…
–Un gato se esconde bajo la cama para morir solo; pero su compañero lo acuna en el pecho. Sólo es un gato…
–Otra.
–Los párpados lívidos de padre, la inmovilidad de su pecho.
–Otra…
–Tú tan lejos de mí y tan sola aunque te tome la mano.
–Una más.
–Tu llanto.
–Por lo que más quieras. Niégate a contar penas, cuenta esperanzas.
–No puedo…
–Es imposible, me niego a vivir con tu tristeza. Eres un monumento a la pena. ¿Qué ocurrió?
–Viví demasiado tiempo aquí en el mundo.
– ¿No queda un ápice de alegría en ti?
–No la conocí. Y lo cómico no es alegría, es una tos.
–Me condenas a la prisión de tu tristeza.
–No. Me condeno a vivir sin ti.
– ¿Soy yo el amor que clava los dedos en la tierra para que la muerte no lo arrastre?
–Sabes que soy yo.
–Y haces de mí la sangre fuera de las venas.
–No.
–Estás matando el amor como el bebé que no lloró.
–Soy yo quien no debió nacer. Soy todas las alegorías de un muerte con retraso, tardía perezosa... No hace lo que debe.
Soy una tristeza que respira, una masa de melancolía que se agita ante una luz oscura como una tumba. Una gelatina negra que solloza. Un miasma pulsante que exhala vapores en el hielo de la vida. Un puré amasado con lágrimas saladas y pestañas carbonizadas.
Soy el barro que dios se quitó de las manos tras modelar a Adán. Y yo no recibí un soplo de vida, sólo aspiré el polvo del hastío de una tierra muerta. La orina de aquel primer hombre me dio un informe volumen.
Quiero morir solo, como el gato.
–Estás loco.
–Lo sé, a cada hora me encuentro más lejos de mí mismo. El mal está hecho. Soy el animal nacido en cautividad que se muere de melancolía ante los visitantes alegres del zoo. No queda nada dentro de mí que me haga viable para la vida.
La locura ha llegado, no tardará una muerte enajenada. Ya no soy aquél, hablas con un extraño.
Iconoclasta