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26 de junio de 2024

lp--Haber nacido tarde no es razón para callar--ic

Detrás de todo fracaso está mi firme voluntad. Muchas veces el fracaso no se debe a un azar, sino a mi ansia de experimentar aunque me joda.

No me bastan las experiencias ajenas relatadas como parábolas evangélicas de ilustres próceres o de mi madre o padre.

¡Pst, no sé…! Que hubiera nacido más tarde que todos ellos, no significa que deba vegetar dándole vueltas al espetón de los Sapientísimos Salmos de la Experiencia.

Pasa lo mismo con lo que afirmo, escribo y describo; siempre hay alguien que suelta muy ilustrado: “Eso ya lo dijo Pitágoras” o el incomprensible y cargante Aristóteles, del que he leído su ladrillo Metafísica, y me doy gracias a mí mismo por escribir como lo hago. Qué vergüenza debe pasar el alma/sustancia del arqueo-filósofo cada vez que le dé un repaso a lo que escribió.

Bueno, “pues ahora lo digo yo” respondo o pienso, aunque tuviese a Pitágoras redivivo frente a mis napias. Yo no tenía el control de cuándo nacer, y si así fuera, si me muerdo la lengua me enveneno.

El mundo de las citas y proverbios es muy decorativo; pero la gracia está en ser ingenioso en el momento y lugar adecuado, lo que es garantía de un excitante, aunque inservible fracaso; lo que yo creo que es el momento oportuno, está visto que para otros no lo es.

Qué asco de mundo imperfecto…

Dijéramos que los muertos y los vivos, puedo asegurarlo ante un cochino juez, no usaron o usan mis ojos para observar la vida y lo que contiene.

Por muy electricista que haya sido, no tengo por qué escribir de cómo cortar y pelar cables. Me place más explicar de lo muy eficaz que soy follando. Y cuando no, de mis apoteósicas pajas de esas que uno acaba pensando y jadeando con el semen aún ardiente entre los dedos y los huevos: Si quieres un buen trabajo, hazlo tú mismo.

No sé si es comprensible mi concepto del fracaso e ignorar a los “ilustres sabios”, porque no confío en la capacidad del votante tipo actual. Y sobre todo porque hay una constante universal que dice: el escritor sabe lo que escribe; pero no lo que el lector lee.

Sea como sea, me lo paso genial conmigo mismo sin vivir en mí (parafraseando a la mística y alienada Teresa de Jesús de un acusado fetichismo sexual).



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


4 de marzo de 2023

lp-- Hay días en los que…--ic


Hay días en los que quisiera dar las buenas noches a las estrellas y a ti a mi lado.

Sin palabras escritas, con la inmediatez de la proximidad.

Hay días en los que quisiera dar los buenos días al sol, y a ti frente a mí.

Sin tristeza escrita.

Hay días en los que quisiera decir te amo a la vida y a ti entre los brazos.

Sin tinta, con un jadeo en tus labios.

Hay días que quisiera acabar el día con la última palabra en tu oído, en la oscura e íntima horizontalidad de la noche, sin papeles mojados lanzados en el rincón lóbrego de los deseos muertos.

Hay días en los que quisiera dejar escapar la última silaba de mi palabra entre tus labios, en un desfallecer.

Y saber que al día siguiente, en nuestra íntima mañana y tu rostro dorado como la arena al sol, susurrarte el tierno cuento de los dos ángeles que no pudieron ser.

Que dios tenía tantos ángeles a los que dar sus alas, que cuando dos cogidos de la mano llegaron a su presencia, se le había agotado el pegamento.

Y se le escapó un estornudo tan fuerte en aquel instante, que fueron arrastrados por su viento todopoderoso y sus manos se soltaron.

Sintieron un desgarro en el alma como si se hubieran roto las alas que debían tener, cuando sus manos se quedaron vacías.

Y caían infinitamente solos a La Tierra.

Y dios les gritó desde el trono: ¡Tranquilos! ¡Os envío a Gabriel para que os traiga de nuevo desde la tierra! En cuanto acabe el desayuno se pone en marcha. Y recordadle que compre pegamentooooo...

Y hay días que quisiera decirle hola a Gabriel con cierta displicencia, porque los momentos en el cielo son casi vidas en La Tierra. Y tú llegabas con él con cara de niña disgustada; pero se te escapó una risa al verme.

Hay días que quisiera que los cuentos fueran reales y recuperar los momentos perdidos, los que ni siquiera pudimos imaginar. Arrancarte al fin de la mano de Gabriel y tomarte yo.

Decirte sin palabras escritas, que no te sueltes, que si dios estornuda, nos agarramos a su barba y se joda si le duele.

Quisiera no escribir más tonterías. Dejar de escribirle a dios que cuide su resfriado y que Gabriel es negligente y que no hay derecho.

Y así dar los buenos días a tu sonrisa tras la taza de café y desnudarte de las alas.

Que dios mire a otro lado con embarazo.

Quisiera un día dejar la pluma en el cajón y su tinta del color de la melancolía, que ya no sea necesaria; pero miro el reloj y cierro con fuerza la mano que sostiene la pluma, porque es tarde.

Entre dios y Gabriel, escribieron un cuento de tristes sonrisas de ángeles de plomo sin alas y un bote de pegamento vacío.

Hay días que no deseo escribir un final que duele un millón.

Y estiro las palabras para que sin darme cuenta, como si durmiera, el final no sea jamás escrito.

Solo dejar unos puntos suspensivos.

Como un tic sin…



Iconoclasta


24 de agosto de 2022

Un mierda con una pluma

Tengo la impresión de que escribo mi pensamiento incansablemente. Buscando la versión más digna de mí, o la más piadosa.

No lo consigo, siempre escribo algo que me causa repulsa y hastío de mí mismo.

Quisiera ser un buen tipo, parecer interesante, destacar por encima de la mezquindad; pero apenas he escrito la primera frase, no puedo imaginar otra cosa que a un mierda escribiendo con la pluma.

Si tuviera lágrimas me gustaría derramarlas y consolar mi rostro agriado.

La cuestión es que estoy seco como un árbol muerto.

Y que las lágrimas, un día se vertieron todas a un tiempo y me sequé.

El llanto seco es el más indigno y el que más daña los ojos. El que me hacer parecer un hipócrita y me deja así, desnudo ante el planeta mostrando mi inmundicia interior.

Por eso elevo el rostro al cielo cuando llueve, para recordar cómo es llorar y esconder lo que soy.

Para que la tinta que describe con precisión mi naturaleza, se emborrone y ni yo mismo me comprenda.

Un día me propuse que las palabras hirieran y dolieran.

Y lo hice.

Lo hice bien.

Y se me encogen los huevos avergonzado cuando me reflejo en este espejo de papel sin brillo, sucio de mí.

Nunca le pregunté a madre si mi nacimiento fue especialmente doloroso para ella, temía que dijera que fue un infierno.

Ya tengo mis certezas, no necesito las pruebas de nadie para afirmar rotundamente lo que soy.

La mierda que soy.

Soy bueno engañándome también.

Y aún no así, no puedo evitar escribir que un día follé por pura animalidad, sin un solo ápice de cariño. La tenía dura, el glande empapado. Se la tenía que meter. Luego aquel coño salvaje que resultó tener cabeza y un rostro, me besó tiernamente en los labios pensando que fue un bello y romántico impulso. No me acuerdo de su nombre, si alguna vez lo supe.

Algo falla en mí que no puedo borrar los capítulos más sórdidos de mi vida.

Ni dejar de trazarlos.

No los puedo disfrazar de drama, de existencialismo.

Soy un mierda.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

10 de febrero de 2020

Escribir en la noche


Si no escribo ¿dónde lo guardo todo?
Los que mueren solo dejan sus huesos, y no dicen nada.
Tanto peso en mi cerebro… Margaritas a los cerdos cuando la pluma se seque aburrida de no escribir.
Escribir en la calle, cuando el sol se oculta, cuando todos se apresuran hacia sus casas, como si el frío los empujara con su gélido índice. No es algo usual, no es popular hacer las cosas rodeado de oscuridad y soledad. No es festivo.
Escribir así te hace extraño y ajeno a ellos. Y está bien, es lo que busco.
Solo se muere mejor. Nadie debería morir acompañado o asistido, es humillante.
Escribir frente a las montañas que se hacen negras, bajo la tísica luz de una farola que ilumina lúgubremente el papel.
Pobres animalitos, encerrados en toda esa nada… En una jaula ciega.
Pobre yo que no muero con ellos y me hace cobarde.
El hecho…
No, los hechos son que la vida importa una mierda, escribir no es fructífero, no tiene sentido especular sobre la oscuridad total. No hay nada que entender, la muerte no es prismática.
Y dormir es el didáctico ensayo de morir.
A ver si hoy lo hago bien y no sueño; sería perfecto.






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

22 de noviembre de 2019

Por cierto


Me gusta el frío que atasca el mecanismo del bolígrafo obligándome ha girarlo con más fuerza de lo habitual para convertir mi pensamiento en algo tridimensional (o sea, para escribir… A veces me paso dos pueblos con la retórica. Más que deformación profesional es torpeza congénita, es un asco tener esta verborrea literaria).
El frío hace las cosas deliciosamente difíciles porque te lleva a sentir un instante de aventura en una vida aborrecible en su uniformidad.
Por cierto ¿dónde estás, cielo?
Nunca lo sabrás porque es tarde para mí, para hablarte al oído; pero hasta en los momentos más tranquilos e intrascendentes, cuando no debería molestarte por mis babosadas, ocurre que pienso en ti.
Y no pienses que te comparo con un bolígrafo, piensa que me atascaría dentro de ti… Ñam…
Cómo me gustaría verte sonreír al leer esto, amor.
Sigo caminando, hasta siempre, cielo.
Que tus braguitas estén húmedas… Ñam…
¿Ves? Es que no puedo tener la pluma (o lo que sea) quieta.
Muaaaaaaaaaa…





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

23 de diciembre de 2015

Los solitarios dedos


Los dedos solitarios se tornan fríos como la escarcha que en la madrugada se forma robando el poco calor que los seres guardan en su interior.
En los dedos solitarios, el frío se posa primero en la piel, en segundos se filtra hacia la carne y luego, imparable, enfría la sangre que contienen, que es bombeada gélida al corazón y al cerebro.
No importa lo mucho que te abrigues, el frío ya está dentro. Te congelas desde el alma hacia los pies; por dentro y desde dentro.
Y es entonces cuando piensas en las cerúleas pieles, en las uñas amoratadas, en párpados que se abren repentinos sin voluntad y los dedos misericordiosos que los cosen.
Sin embargo, el frío de la soledad no mata, se queda en el justo grado de helor para que puedas escribir de tu desprotegida piel, del calor que sabes que no llegará nunca. Tomas la pluma y escribes frío tras frío, como en épocas antiguas de mantas en hombros y piernas y unos dedos demasiado rígidos, a la luz de un pábilo agitado por la tristeza.
El frío de la soledad no te mata, solo espera y asiste frotándose ávidamente las manos, a tu suicidio.
Te asomas a los vidrios sucios de la ventana, para ver la luna lanzando sin piedad sus rayos de hielo sobre la faz de la atormentada tierra.
Sobre ti.
Y observas la piel que el frío ha cortado, que apenas contiene la sangre de tus dedos y vuelves a la mesa a seguir escribiendo; porque así haces tu pensamiento sólido, multidimensional; puedes incluso sentir su dureza en la oscuridad al pasar los dedos por él.
Existes más que en ningún otro momento de calidez.
El mecanismo es preciso, es certero; sino tienes la piel que te ha de confortar, la escribes y describes en un paranoico concierto de rasguños y golpes de plumín sobre el papel y la mesa. Haces tu tragedia tangible y mensurable. Y todo ese esfuerzo se convierte en calor.
El papel arde con letras al rojo vivo.
La transmutación del pensamiento en materia, solo es posible cuando hay una fricción que provoca el calor, cuando es tu gélida y desconsolada sangre la que escribe.
Luego, en un rincón oscuro donde no llegue la luz de la vela que tiembla, te llevarás al pecho esos pensamientos arrugados con los puños crispados y llorarás una cálida tristeza. Te sentirás trascender, concluirás que amar es tragedia. Que la voluntad y la soledad son los dos átomos que forman la molécula de la libertad. Y la libertad es creación.
Y se sabe que todos los partos del mundo duelen.
Eres un privilegiado al hacer materia del amor. Un combustible.
La soledad a esas alturas de la madrugada, es un cigarro entre los dedos y unos ojos que se cierran con sueño ante el papel. Es una sonrisa triste al meditar sobre tu propia locura.
La fría soledad se esfuma lanzándote imprecaciones, porque hoy no habrá suicidio. O al menos, ahora.
Guardas ese papel arrugado en un cajón con la ingenua esperanza de que un día, vivo o muerto, tenga entre sus manos la masa de tu pensamiento y sepa así que no fueron solo palabras, si no sueños que congelaban el alma.




Iconoclasta