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3 de noviembre de 2024

lp--El húmedo y gris otoño--ic


El otoño es el Sr. Melancolía que suaviza las estridencias de nuestra vida para prepararnos a la crudeza del invierno.

¿Qué sería de la cordura humana si pasáramos de la calidez a la gelidez al instante, sin tener tiempo de evocar y añorar tiempos amables; consolarse de que llegará la templada luz y su color de nuevo?

Tiempo para crear esperanzas y despedirse un poco más relajados.

Y pienso que algo falló en mi concepción porque siento la tristeza de que el otoño es tan breve…

Saludo al Sr. Melancolía con un “¡Al fin, jefe! ¿Por qué ha tardado tanto?”.

Nací gris y quiero mi mundo gris.

Soy congénitamente melancólico, es posible que naciera un poco muerto.

Un ser de sangre fría…

Son cosas que no se pueden elegir. Y está bien, no me molesta.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

14 de mayo de 2024

lp--Una tranquila grisentería--ic

Es un día particularmente gris y lluvioso que me desliza lenta y húmedamente a una serena melancolía.

Las bajas presiones son densas y verticales emociones que gravitan en el pensamiento lloviéndolo de evocaciones, actos que fueron y todas las imposibilidades posibles.

La lluvia intenta encajar todo ese caos...

Siento el agua correr por dentro de la piel con una dulce fatalidad y una sosegada comprensión.

Me diluye dejándome un poco indefenso, sin la capa protectora del olvido y la indiferencia.

Sin el cultivado cinismo de la supervivencia.

Está bien, nadie me ve...

En la gris penumbra de la casa soy arrastrado por mí mismo, como la lluvia arrastra la suciedad de los viejos y sucios edificios monocromáticos y el pavimento áspero y hostil de las aceras.

Y me permito pensar, con cierta ingenuidad, que estoy a salvo entre las sombras. Una mentira embadurnada de toda esta romántica y trágica grisentería.

No puede hacer daño.

No demasiado.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

26 de octubre de 2013

Un tamal y un atole


Un tipo camina lentamente mirando el suelo y lo que no hay en él. Un tamalero pedaleando en su triciclo amarillo con sombrilla azul, parece luchar contra la monocromía de la calle de gris asfalto roto, paredes despintadas y charcos eternos de agua que hacen espejo para las nubes de plomo. Se detiene junto al hombre que refleja en su rostro la gama de grises del mundo y el cielo.

—Buenos días, mi jefe. Tengo ricos tamales de rajas de pena y asco, con dolores pulsantes en las sienes.
— ¿Y para qué quiero eso? No tengo esposa a quien regalárselo para el desayuno. Es que me meo...
—Es mejor que esa indiferencia que le pesa en los hombros, güero. El dolor y la pena dan intensidad y color a la vida, es mejor lo malo que la nada.
—Ya he tenido de todo eso, tamalero. Me ha costado mucho tiempo y desengaños ser neutro. Me va bien la vida con la indiferencia, me gusta más. Yo elijo.
—Cómpreme aunque sea uno de frustración con salsa roja, es el último que me queda.
­—No. No me apetece, ya he tenido bastantes emociones a lo largo de mi vida. Soy mayor. Sé lo que digo y tú no tienes ni puta idea de nada.
— ¡Qué triste acabar así!
—Mira tamalero, lo triste es amasar cada día toda esa basura para hacer alimento con ella. No sigas convenciéndote de que la mierda es buena. Has fracasado y de ello haces un manjar, no tienes nada que contar más que la vulgaridad tuya de cada día.
—Es usted muy duro hablando, mi jefe, se nota que no es de aquí. ¿De dónde viene?
—Ni lo sé, ni me importa.
— Está bien, güerito, me tendré que comer este tamal y además solo.
—Tampoco me importa, tamalero. Cuando tengas de mole dulce, mi indiferencia y yo te compraremos uno en torta.
— ¡Ándele, mi jefe!
—Vete a la mierda con tus penosos tamales, falso romántico.
—Si es que un pesito cuesta mucho de ganar y quería vender antes los que se pasan más pronto. Todas las emociones mueren rápidas. Tengo uno de mole como a usted le gusta.
—Pues dámelo y déjame en paz.
—Parece que va a llover, mi jefe.
—Me suda la polla, los hay que van a morir y no importa.
—Tenga... ¿Quiere un vasito de atole?
— ¿También está hecho con penas de mierda?
—No, mi jefe, es puro maíz endulzado con piloncillo, leche y cacao. Si le digo la verdad, como el atole lo hago yo, no quiero mancharme las manos con dolores; porque de alegrías apenas hay ingredientes y van muy caros. Es mi mujer la que hace los tamales y el champurrado, que está aromatizado con enfermedad y pobreza.
—Dame un vaso; pero es que tomar maíz con maíz es lo mismo que hacerse una torta rellena de torta.
—Tiene razón, pero es barato... Acá entre nos, güero: la vida no es intensa, es siempre más de lo mismo. Tamal tras tamal, atole tras atole. Voy aprendiendo, mi jefe. Lo del dolor y la pena es pura publicidad, no le voy a engañar.
—Es tan gris este atole como yo me pensaba, precioso. No me gustan los colores banales. Me largo, no tengo nada que hacer y no quiero estar aquí más tiempo.
—Adiós, mi jefe. Cuando sea viejo, quiero ser como usted.
­— ¿Y qué importa? Tal vez mueras antes.
—Estamos muertos los dos, mi jefe.
—Lo sé, está bien. Adiós.








Iconoclasta