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6 de marzo de 2022

Noche, lluvia, frío, soledad…

Y una encrucijada que conduce indefectiblemente al mismo lugar y tiempo; como un agujero negro de la vulgaridad.

He emergido de la oscuridad de las montañas para aparecer aquí.

Maldita sea mi suerte…

La lluvia está afuera, pretende engañarme dándole un brillo imposible a lo que no es tierra, creando reflejos, espejismos de un misterio que no existe.

La soledad, el frío y la noche, son dentro de mí.

Las pequeñas luces no importan, soy impermeable a ellas.

Y el puente mal disimula su humillación. Debería servir para salvar el agua del río y ahora es portador de ella. Avergonzado porque no cruza el Aqueronte, porque no hay barquero arrancando aburrido las monedas de las bocas y ojos de los cadáveres, y llevarlos a ninguna parte. Están muertos, no quieren ir a ningún sitio; la muerte tiene una lógica indiscutible.

Los cadáveres no quieren nada; es un lugar erróneo para Caronte.

Por eso llueve, para que el barro los hunda más profundamente en la tierra.

Se me escapa una risa solitaria, como las de los locos que detonan dentro de si mismos y golpean la pared con la cabeza sin que nadie sepa porque. Hasta ahora… Es simple, les pasa como a mí, quieren escapar de si mismos.

Me gusta impregnar la noche con mi frialdad, con mi oscuridad que vence a la luz. A veces hago estas cosas, alardear de lo que nunca he sido.

Soy; pero no sé qué.

He de dar media vuelta y volver atrás, la encrucijada es una trampa para la ilusión: todas las direcciones convergen en la grisentería.

Ha sido un error aparecer en el asfalto.

Ya he visto suficiente, vuelvo a la negrura.

Adiós puentecito triste.

Adiós lluvia tramposa.

Adiós asfalto infecto.

Adiós, río invisible, apenas audible.

Adiós caminos que conducís todos a la desesperante y triste Roma.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

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