Camino en una noche de luna gibosa.
Clara.
La senda parece regada con semen de plata.
Solo.
Y hace frío, frío de verdad.
En un charco helado la luna ha dejado caer un trozo de universo.
Una galaxia a mis pies.
Pienso que me tragará. No es miedo, es un deseo.
Exhalo el humo blanco de las noches frías y los ojos me traicionan con unas gélidas lágrimas. Bajo el ala del sombrero para ocultar mis ojos a la luna; que no vea mi debilidad.
Luego, con la mirada clara y terrible, observo en derredor con la navaja abierta. No sé cuándo se ha abierto, no sé en qué momento ha llegado del bolsillo a la mano.
Temo que un animal se acerque para robar mi libertad, mi soledad y mi universo. Tengo la salvaje certeza de que vale la pena morir y matar por esto.
Piso el hielo con la esperanza de que sea un agujero de gusano y morir en el universo.
Y con el hielo también se ha fracturado mi alma.
Y ha dolido hostia puta. El dolor está siempre en la vida, como un compañero que te odia.
Yo quiero una muerte indolora, por favor… Le lloro a la luna con los ojos ocultos.
Me arranco la lágrima y le doy gracias sin mirarla.
Y camino solitario, nocturno y frío. No es casualidad, no es azar.
Es volición.
En algún momento me doy cuenta de que aún aferro la navaja. Pienso sin alardes que matar y morir es tan connatural como ser libre y solitario.
No te das cuenta y ocurre.
La luna no regala universos a cobardes ni a banales.
No cuestiono mi cordura.
Mañana más, esto acabará cuando muera.
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.
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