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Mostrando entradas con la etiqueta nostalgia. Mostrar todas las entradas
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24 de febrero de 2021

El aire que me envuelve

 


Me abraza con el aire que me envuelve.

Es la razón de buscarla en las hojas secas que revolotean, en la espuma que el viento arranca a las crestas de las olas, en los rayos de sol que entran a través de los polvorientos cristales de mi ventana, en el humo de un cigarro, en los torbellinos de arena y polvo del camino que me lleva inexorablemente a ella.

Un destino de amor al que no podré llegar.

No es una queja, caminar hacia ella es mi privilegio. Solo hago constar un hecho para frenar mi poderosa imaginación. Duele un millón amar a distancias inhumanas y si te crees tus propios sueños, te perderás para siempre en la locura.

Perderás el rumbo y a ella.

Un hecho como la voluptuosidad de sus labios que provocan pequeñas distorsiones en la claridad del aire cuando susurra sus palabras de amor y ternura, con la frecuencia precisa para destruir mi cultivada serenidad llevándome a acelerar el paso; porque si ha deformado el aire con sus palabras, debe estar cerca, es posible llegar…

Es solo un espejismo de amor, cuando el aire deja de ondularse invisiblemente, la distancia se hace sobrecogedora de nuevo y continúo caminando sin esperanza porque es lo que debo hacer, no hay otra opción. Intentar llegar como sea, a pesar de que el tiempo me erosiona arrancándome jirones de carne y piel cada vez más grandes.

Así que durante el viaje espero con trágica ilusión que me envuelva de nuevo un aire, como un conjuro, como el canto de una sirena… Y cuando eso ocurra de nuevo, detenerme y cerrar los ojos al sol musitando la oración del amor.

Sonrío, a menudo se me escapa una sonrisa porque le digo al aire que me abraza que soy un enamorado errante, una bella condena; pero condena al fin.

¡Shhh…! Un aire bendito.







Iconoclasta

20 de octubre de 2019

Llueve sobre todo


Llueve sobre todas las cosas.
Sobre las tristezas y los dolores.
Sobre las alegrías si las hubiera.
Llueve sobre mi pensamiento y el humo de un cigarrillo que crepita apagándose.
Sobre las vacas y las ratas.
Sobre mi piel vieja.
En mis pestañas ineficaces.
Llueve en mis pies que duelen arrugados en el calzado.
Llueve sobre la mierda y los muertos.
Sobre los vivos aunque no se lo merezcan.
Sobre los ríos sin ser necesario.
Sobre el mar con redundancia, ahogando lo ahogado.
Llueve sobre las lágrimas de lo perdido y lo incumplido.
Sobre las del fracaso.
Y bendita sea la lluvia, sobre mi ridículo.
Llueve sobre mi pene que orina por envidia.
Es casi masturbación…
Llueve sobre el odio y el rencor sin que los arrastre.
Llueve sobre el amor que, penetra en los poros de la piel con un frío dolor de nostalgia.
Llueve y no ahoga a los imbéciles.
Sobre los cuervos y los patos siempre enfadados.
Cómo los quiero…
Llueve sobre un puente y no consigue mojar a un burro astuto que se ha refugiado debajo. Observa impasible mi deshacerme.
Llueve y está bien, arranca líquidos brillos a lo oscuro del planeta.
Y parece tan pesado, tan denso que la atmósfera aplasta. A mí cansado.
Tan frío…
Llueve y no camino a casa, no busco refugio, como los patos y los cuervos.
Porque si te escondes ¿cómo vives? ¿cómo te limpias de todo?
No temer es más bonito que temer.
Aunque valentía con pulmonía se paga.
Sonrío para que también llueva sobre una risa torcida.
Llueve sobre todo con una democracia implacable. Sin escrúpulos.
Amén.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

19 de agosto de 2019

Bellos muertos


¿De verdad es posible que yo fuera ese niño tan querido y arropado por su padre y su madre?
Están tan muertos los pobres, que siento una náusea, un vacío en mis tripas.
Mis amados muertos... Yo también os quise.
Y también el niño murió para dar su vida y sonrisa a lo que soy.
Fue mejor así.
Los niños no deben sufrir dolores y pérdidas tan aterradoras.
Es una hermosa foto de bellos muertos.
Nos vemos pronto.
Bye...




Iconoclasta

16 de septiembre de 2016

Cortejo fúnebre


 Las primeras nubes de un otoño aún no nato tienen una perfecta nitidez y una sólida grisentería. Es la deliciosa melancolía que hace importante e intensa la vida. Densa y palpable.
No es bueno morir en otoño, te pierdes lo mejor.
No mueras en otoño, me digo, me ruego.
Son el cortejo fúnebre de las alegrías (sus cadáveres) de un verano muerto y su ardor insoportable y sórdido.
Y está bien, son hermosas las cruentas plañideras vestidas de blanco sudario y gris llanto deslizándose en el cielo.
Les acompaña una luz límpida que anhelaba hace tiempo y relaja mis ojos duros y secos.
El silencio de las emociones muertas es un coro de hojas secas, de hojas agónicas zarandeadas por la brisa, pisadas con tranquilidad, como si no les doliera; una alfombra de luminosos amarillos y nostálgicos marrones que se hace tupida por momentos, hasta cubrir los zapatos.
Hasta cubrir los marchitos recuerdos.
Y así, con el color de la pureza y el plomo, y el silencio de un coro quebradizo; se forma el colosal  e imparable espectáculo de las altas tristezas y lo que murió hace apenas unos días, unos minutos, unos segundos...
Es una gota lo que ha caído del cielo en mis ojos, no es la lágrima por las emociones muertas, no es un llanto plañidero.
El cortejo fúnebre no llueve demasiado, solo entristece un exceso de alegría que ya degeneraba a la banalidad.
Y miras al cielo con los ojos cerrados gozando de la caricia de la melancolía.
Y da paz.
No mueras en otoño...



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

29 de octubre de 2015

Estoy bien



El cielo pega un último estallido de color para luego oscurecerse rápidamente, más rápidamente de lo que puedo caminar.

Un camión lleva troncos de árboles y deja una estela fragante de madera en el aire que mi alma aspira. Y es bueno.


Oscurece... Un tractor cansado arrastra un remolque con balas de heno que dejan su olor y briznas en el aire.


Y mi alma también lo aspira.

Y es bueno.


Estoy dos veces bien.


Ya apenas se ve el camino, la oscuridad trae un calor extraño que conforta y acentúa todos los aromas de la tierra.


Recortado en una loma, apenas contrastado el color de sus pelajes, un rebaño de ovejas muy juntas, desprende su fuerte olor a lana y a perfecta existencia.


Se extiende alrededor de mí y parece un ser vivo que olisquea mi rostro.


Y mi alma aspira también el rancio olor.


Y está bien.


Cuando llego al pueblo de nuevo, huele a leña ardiendo y la perfección del momento alcanza el grado de una extrema unción.


Porque es un momento que sería perfecto para morir.


Para dejar de respirar sabiendo que has llegado a lo más precioso. Que tantos años de estar en lugares erróneos, se han borrado con solo una hora en la que el alma ha aspirado todo lo que debía, lo que necesitaba. Donde yo mismo era un aroma, una nostalgia, un ser formando parte de ello.


Dan ganas de sentarse en la total oscuridad de un árbol y dejar que la noche me convierta en un aroma, fundirme, dejar la carne. Evaporar, ser humedad, ser todas esas cosas, todos esos aromas que forman una vida tan íntima y tan intensa, capaz de azotar el pensamiento hasta arrancarle un gemido.


Porque hacen de la noche algo que puedes tocar y acariciar.


Debería aprovechar la oportunidad de morir, ahora que es perfecta la vida. Antes de que se estropee de nuevo.


Duele tanto el tobillo y la rodilla que la idea de fallecer es un mero trámite para ser noche en las altas montañas.


Pero pienso que la amo, marco su número y se lo digo: "Ojalá estuvieras aquí". No le digo que quiero morir ahora, no es justo para ella. Me dice que me ama también. Disimulo un gemido con una tos, porque hay simples palabras que se conjugan con los aromas de la más pura vida. Y lo hacen todo más precioso.


Debería aprovechar el momento para hacer mutis por el foro.


No sé cuando se alinearán de nuevo los aromas de la noche; tal vez tarden tanto como los cometas que cruzan el universo ante nuestras narices cada cientos de años.


Mi alma aspira sus propias emociones impregnadas de este universo, en este instante.


Y está bien.


Y es bueno.





Iconoclasta

28 de enero de 2014

Mis recuerdos, mi tesoro


Son pequeñas bombas que van estallando en mi cabeza. A veces detonan sin causa aparente creando una reacción en cadena. Una triste y melancólica fisión neuro-emotiva.
Es posible que la muerte esté cerca; cuando uno piensa mucho en sus recuerdos, es que se presiente el final. Es un examen de conciencia inevitable que ha de juzgar de si ha valido la pena vivir. Estoy convencido de ello, lo he experimentado, lo he sentido en los que han muerto.
Los duendes del pasado lejano y reciente detonan una mina situada en lo profundo y olvidado del cerebro y un torrente imparable de imágenes y de emociones colapsan mi sistema nervioso.
Pierdo un latido y muero un segundo.
Contengo la respiración porque el torrente de emociones me ahoga, me asfixia deliciosamente, narcóticamente...
Me tiemblan las manos porque las emociones son descargas potentes de nostalgia.
Un solo cigarrillo no basta para diluir en humo todas esas tristes alegrías que han muerto en el tiempo.
Cierro los ojos y los oídos al mundo para revivir aquello, para alargar una mano y tocar las emociones que maltratan mi sistema nervioso. Es desesperante, porque están ahí dentro y no puedo tocarlos, no puedo acariciar a mi hijo bebé, como no puedo dar la mano al hombre joven que fui y que me convirtió en lo que soy.
Me arañaría el cerebro para pringar mis dedos de esas emociones, como los pringo en el coño de quien amo. Mas los recuerdos son cadáveres de luz y color que se mantienen preciosos en mi cabeza, son mis tesoros: intocables y no pueden resucitar. No se les puede aplicar el desfibrilador para que vuelvan a vivir; solo se pueden añorar.
 En cada uno de ellos, estoy yo muerto, sonriente y fuerte; mi hijo es un delicioso cadáver de bebé de ojos azules, y un adolescente alto y musculoso en otro instante, los cuerpos de mis recuerdos son hermosos.
Ahora son diferentes, son más bellos y perfectos porque aún están vivos, se pueden tocar y por ello no hay tristeza, solo franca alegría.
Pero malditos recuerdos traicioneros...
Yo quiero morir así: intentando no llorar hacia fuera con esas tristes alegrías pasadas, con toda esa melancolía que me haga olvidar que ya no puedo respirar, que no debo respirar.
Que se pare el corazón en ese instante de triste belleza.
Quiero morir bien, porque he vivido bien. Con tal intensidad que mi pene estará erecto sin saber por qué, pobre pene... Siempre ha sido un buen compañero, aunque sea idiota.
 Tengo recuerdos de él, de su primer coito, de la primera mamada, de la primera masturbación, las primeras erecciones, tan extrañas, tan placenteras... Nada de lo que avergonzarse.
Es bueno, no puede hacer daño morir ahora que todo está bien, que el balance es positivo.
Da miedo la vida y apostar por más años y que el inventario pueda dar negativo; no quisiera morir así: triste y sin melancolía. Sin razones para sentirme satisfecho de lo vivido y sentido.
Un viejo video musical golpea como un ariete contra la barrera que pongo a las lágrimas. Me arrastra a evocar momentos felices. Los tristes están allí escondidos, son a prueba de bomba, para que no estropeen lo más hermoso. Mi cerebro es tan eficaz, que lo echaré de menos durante esa fracción de segundo que sabré que estoy muerto.
No quiero soñar, quiero cerrar los ojos escuchando la música y dejarme inundar, hasta sentir que lloro, que mi fortaleza no pueda evitar que las lágrimas salgan al exterior.
No quiero dormir, solo quiero cerrar los ojos y hundirme en mis recuerdos aunque duela, abrazarme a ellos y morir sin darme cuenta, siendo yo aquel, siendo yo un tiempo pasado y ya caduco.
Si sigo viviendo, crearé más recuerdos y no quiero más por hermosos que sean, porque duele la vida pasada, duele la belleza y la alegría que ya murió.
Es una putada, dios. Lo hiciste todo tan mal... Hasta tú te hiciste mal a ti mismo.
Yo soy dios y un tanto crítico conmigo mismo.
La alegría se acumula como el mercurio en el organismo, y los recuerdos anulan el tiempo y la perspectiva, es posible un viaje al pasado. El tiempo se fractura entre el pasado y el presente y crea solo una desconfiada incertidumbre del futuro.
Tengo miedo a esa nostálgica tristeza y a la vez busco el momento del silencio de mediodía cuando la comida se asienta y el organismo se relaja, cuando las defensas mentales se hacen permeables a los sentimientos y las bombas-recuerdos detonan sin piedad en esa preciosa semi inconsciencia de la tarde. No quiero recuerdos que me hacen débil y aún así, alargo la mano para tocarlos y acariciar el pelaje brillante de Bianca, la doberman llorona; de Megan, el gremlim; de Falina, la escapista; de Atila el bravo y desobediente; Demelsa la llorona...
Animales queridos...
La voz de mi padre, potente, perfecta, firme...
La alegría de mi madre, su amor avasallador y su orgullo de que caminara a su lado de pequeño y de viejo.
Ellos ya están muertos, solo hay alegría triste, solo hay momentos de un cariño inenarrable.
Las charlas, las travesuras e ilusiones con mis hermanos en toda su historia: niños, adolescentes, hombres y mujeres...
Esas charlas que no han acabado y hay otras por iniciar. Somos y seremos, pero lo pasado es tan hermosamente nostálgico...
Cuando esos recuerdos se convierten en drama, la melancolía desaparece instantáneamente. Porque mi cerebro es eficaz y no permite el trauma. Solo es un ejercicio, una práctica que me prepara a la muerte; una lección que me enseña a no tener miedo porque todo se ha hecho, porque mi vida está saturada de recuerdos tan bellos que son tristes por su condición de impalpables.
Eternas y orgánicas son las emociones que inocularon en mi sangre.
No me gusta ese momento en el que mi cerebro decide cortar el suministro de nostalgia: sin previo aviso me deja abandonado en el presente, sin siquiera un "hasta luego".
Es hora de morir, o tal vez no, pero no hay miedo. Está todo hecho, he hecho lo que debía, porque no hay nada de lo que me arrepienta.
El vídeo de U2 avanza tierno, mostrando un desfile de alegrías y esperanzas, sincronizando mis emociones  mientras Bono canta a la cosa más dulce.
Pero no saben hasta qué punto es dulce, y por lo tanto adictiva.
Como el olor a nafta del gas que sale con un relajante siseo del fogón apagado de la cocina.
Podría fumar si no fuera por el gas, pero es un detalle sin importancia.
Hoy no será efímera: hoy será eterna la felicidad de mi nostalgia, hoy moriré con ellos. Mi cerebro no me arrancará de esa historia mágica que hay en mi pensamiento. Detonaré todas y cada una de las minas de emociones que están sembradas en mi cabeza, con la absoluta tranquilidad de que no volveré al presente y sentir la pérdida de lo que una vez fuimos.
Los cerebros se cansan de crear emociones y acumularlas en el pensamiento, pero gestionarlas es responsabilidad del dueño del cerebro y no sé donde guardarlas ya.
Digo yo que es un aviso para acabar ya con la vida. Y la vida debe ser como el dominó: quien acaba antes sus fichas, gana.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Es imposible no sentir tristeza por lo que una vez viví, por lo que sentí.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Son irrecuperables imágenes. Y ahí radica la profunda tristeza de lo pasado, de lo muerto.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Un beso y un abrazo a mis recuerdos, os quiero y no me arrepiento de haberos creado y atesorado hasta el umbral mismo de la tristeza.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
A vosotros, mis recuerdos, os debo lo que soy, os debo la vida y la felicidad que me causa esta melancolía, porque lo malo quedó desterrado en algún rincón oscuro de la mente.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Soy vuestra creación, mis entrañables recuerdos.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Moriré satisfecho de todo lo que hay en mi cabeza, de todas esas imágenes y emociones.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Fantasmas de seres vivos y muertos, dañaría mi cerebro para poder tocaros.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Ya tengo bastante emociones para la eternidad si existiera.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Si fuera más débil lloraría también por fuera.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Recuerdos: sois mi vida, sois yo, y yo soy vosotros.
¡Oh oh oh, the sweetest thing!
Os quiero con toda mi alma por haberme llenado de vida y vida y vida...
¡Oh oh oh, the swe...








Iconoclasta