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27 de agosto de 2022

La bendita y libertadora guerra

Esa libertad e impunidad que da la guerra para vivir y matar indiscriminadamente debe ser tan maravillosamente adictiva…

Yo quiero…

Solo debes pensar que estás prácticamente muerto.

Y todo aquel que mates, es un placer que obtienes antes de que tu cuerpo empiece a pudrirse.

Es mejor que follar.

Después de pasar decenas de años encerrado en una ciudad-pocilga, acosado por los sebosos cerdos del estado como presidentes, ministros, jueces, policías, sacerdotes, etc… La guerra y su salvaje libertad de matar a quien te plazca y que además te paguen (lo que sea por ello), es un auténtico oasis en la vida.

La definitiva culminación como ser humano.

Matar y saquear…

Para correrse.

No le veo dignidad ni ventaja alguna a la cobardía del pacifismo; pero entiendo perfectamente que los borregos balen cuando sienten a los lobos.

Al final, después de tanto conocimiento y sabiduría, resulta que lo que más ansío ahora es un guerra; sin importar cuanto pueda durar yo en ella.

Cualquier cosa que destruya esta sociedad podrida y sus habitantes, es mejor que vivir como un triste puerco bañado en mierda, controlado por las asfixiantes leyes de jerarcas, sacerdotes y jueces hijos de puta.

Todo el puto estado muerto y los que lamen sus genitales también decapitados.

Hemingway sabía bien lo que decía.

En una película alguien llevaba un collar con orejas humanas cortadas a los que asesinaba o cazaba, yo no lo llevaría por lo maloliente; pero me hace sonreír con ternura.

La joie de vivre… C'est la vie.



Iconoclasta

16 de agosto de 2022

Creo en la violencia, en la selección natural y las catástrofes planetarias

Creo en la violencia como solución a un problema de libertad y de superpoblación de mamíferos rumiantes humanos.

Si nadie mata o se alimenta de una especie, ésta se convierte en plaga.

Y se devora a sí misma.

Con hambre y ferocidad insectil.

Paranoicamente.

Es tal la degeneración humana alcanzada, que nacen especímenes con la terrible enfermedad de nacer con un sexo erróneo. Y se mutilan el cuerpo para convertirse en algo indefinido y vivir malamente.

Monstruosamente hasta morir.

Otros lloran sin saber por qué. Otros nacen con una cobardía patológica. Otros absolutamente inmóviles y se dejan agredir. Otros se alimentan de otros como parásitos para evitar un cansancio. Otros con una debilidad indigna. Otros con un cerebro infantil en plena madurez orgánica…

No existen médicos que puedan tratar esta profunda degeneración mental y física; enfermedades o malformaciones producto de una endogamia planetaria. De la colosal e irreversible decadencia humana, del fin de la especie.

Ningún intelectual hubiera pensado jamás que el fin de la humanidad pudiera ser tan indigno y con una agonía tan larga.

A seres no aptos para la reproducción los fertilizan artificial y tramposamente. Con lo que surgen generaciones que no deberían haber nacido por imperativo natural.

No solo no existe la selección natural en la especie humana, sino que se ha pervertido incluso la reproducción.

Y es imposible que pueda surgir nada bueno de ello.

Se reproducirán exponencialmente como decadentes organismos fallidos si una tormenta solar de gran magnitud no arrasa la vida en La Tierra.

Es terrible…



Iconoclasta


7 de agosto de 2022

De los cadáveres y las fotos más aburridas del mundo


No entiendo porque los cementerios no expulsan los restos humanos cuando hay un terremoto. No he visto nunca una foto de semejante situación, de ahí mi angustia.

No sé, es que me gusta el arte disruptivo por llamarlo de algún modo, es demoledor valga la redundancia. Las cosas rotas por una catástrofe tienen una gracia especial de las que carecen las erosionadas lenta y tontamente por la naturaleza.

No es una cuestión de malsano morbo, simplemente lo imagino como una fantasía para conjurar un poco esta leprosa mediocridad de la cotidianidad.

Una vez jugueteé con un hueso humano que había entre las ruinas de un cementerio roto; pero me gustan más los de las vacas, son más contundentes. Luego lo tiré con displicencia y aburrimiento para fumar más cómodamente.

Si hubiera encontrado una calavera, me la hubiera llevado, fijo.

En fin… Lo que me gustaría es contar, de forma coloquial y amigable a algún conocido, la siniestra experiencia de que he visto trozos de esqueletos a cielo abierto entre tumbas rasgadas y lápidas hechas pedazos, una buena aventura que relatar en lugar de hablar de médicos y tiempo.

Tengo muertos en el cementerio; pero no me afectaría que sus esqueletos salieran a la luz.

Por los cadáveres no tengo aprecio o desprecio alguno, son cosas que ya no representan nada de la gente que amé y odié, porque es muy importante saber que lo que odiaste está muerto, es una alegría de la que no deberías prescindir jamás.

Es una costumbre folclórica venerar los cadáveres; pero está visto que nací con pelaje impermeable a los ritos populares.

Será porque soy muy imaginativo y nada puede superar lo que mi mente crea.

Así que no necesito saludar cosas frente a las tumbas, cuando en mi poderoso cerebro, están como la última vez que los vi vivos.

La verdad es que soy mi propio dios castigador y resucitador.

Y es otra forma o dimensión de ver la vida menos aburrida, con más gracia.

Porque, sinceramente, las fotitos del dichoso James Web (nombre imbécil donde los haya para un telescopio o un gato) son lo más ñoñas, repetitivas y aburridas que publica la prensa diariamente para llenar los huecos en sus páginas web cuando se les acaban las mentiras del día.




Iconoclasta

22 de julio de 2022

La esperanza, un cosmético

La esperanza es la pequeñísima partícula de una sonrisa que quedó viva tras una devastadora tristeza.

Es una risa en un velatorio. Una risa lacrimosa, como de locura.

También sonríe el que ve próximo el fin definitivo a su sufrimiento, morir…

La esperanza es la última sonrisa posible antes de que la vida gire brutal en la dirección que intuimos, sin remedio. O a la muerte.

Es despertar de una pesadilla; pero no garantiza que no despiertes en otra. Simplemente da esos segundos de paz necesaria para no romper la mente tan golpeada ya en añicos. Ya cansados de tanta mierda, de más de lo mismo que no cambia nunca. Como el ratón en la noria… Es lógico que la esperanza sea una sonrisa del delirio.

Y pobre del que tiene muchas esperanzas, porque ha debido sufrir mucho.

La esperanza es tan solo una caricia en el ánimo ante lo inevitable. No es salvación, solo azúcar para rebajar la amargura. Mejor que duela poco que mucho, debas vivir o morir.

No sé porque; pero el dolor siempre es mucho, la vida te lo regala generosamente, junto con el asco, el hastío y el semen que se enfría muriendo a los pies de tu sórdida y oscura soledad.

El sufrimiento, la tristeza no te hace fuerte, te mina poco a poco los cimientos del pensamiento y te derramas entre ellos como la arena de un reloj roto ya entre los dedos, te desintegras y ya.

De pequeño, un médico me arrancó una uña del pie con unos alicates; pero no sobrevivió en mí ninguna partícula de alegría. No sabía cómo hacerlo para escapar del mundo, estaba rodeado de dolor, no había salida. Recuerdo a mi madre con la mano en la boca y yo muy lejos, a kilómetros de ella en aquella enorme camilla de ambulatorio. Tal vez la esperanza, esa partícula de una sonrisa estaba en la uña que me arrancó. Y era muy niño para saber del dolor, no sabía lo que iba a pasar.

No puedo evitar sentir vergüenza de aquella inocencia. La inocencia es un vidrio en la tierra que no ves, que no conoces su existencia y descalzo, pisas con fuerza creyéndote muy fuerte de mierda, infantilmente orgulloso. Y además del dolor, haces el ridículo.

Soy el gato que confiado de su agilidad se precipita y muere. Lo fui durante un breve tiempo, el dolor enseña quieras que no.

Y odio el ridículo más que la esperanza.

Cuando un dolor o una tristeza te cogen desprevenido, te das cuenta de que las esperanzas siempre llegan tarde y solo son polvos cosméticos.

Así que en lugar de esperanzas, fórjate en lo peor sin ser derrotista. Sé boxeador o torero, mientras estás de pie solo necesitas respirar para golpear y fintar, el resto ya lo comprarás si puedes.




Iconoclasta

12 de julio de 2022

Absurdamente cansado


A veces pienso que estoy absurdamente cansado.

De una forma absurda porque es mi voluntad cansarme. A veces tampoco me entiendo.

Tal vez es la vergüenza de ser un tullido enfermo y no trabajar como antes de romperme; como si no concibiera la vida sin esfuerzo.

La mente, el instinto dice: camina, muévete joder. Sin tener en cuenta lo roto y enfermo del cuerpo.

Y cuando llega la noche, cuando intento recuperar el cansancio y la fría serenidad, el sueño se llena de calambres, sus terribles dolores y pesadillas. Las pesadillas no me preocupan mucho, soy valiente. El dolor es el problema de difícil solución. Cuando el pie toca el suelo, no jodas… Hoy me lo tomaré tranqui, me digo para calmar lo que duele, para que se tranquilice lo que se pueda serenar de mí; pero no es así.

Con el primer café y su cigarrillo la mente sobrevuela horizontes de cielo y montañas y otra vez: camina, muévete joder.

Solo cuando hay una piel más negra de lo habitual, la rodilla tan inflamada apenas pasa por el pantalón y los dedos de los pies duelen al pisar, me asusto lo suficiente para solo caminar una hora a lo largo del día y aceptar con humillación mi horizonte tan vergonzosamente pequeño. Yo tan absurdamente tullido.

Si al menos no doliera tanto caminar, si no tuviera que arrastrar continuamente una pesada carne casi muerta, la vergüenza de ser medio hombre sería más llevadera. Podría sonreír de vez en cuando caminando como si disfrutara… Y no tener que controlar y disimular un rictus de dolor que contrae mi jeta a cada mal paso que son cientos.

Si no doliera esta hijaputa…

A veces haría autoestop por solo cien metros. ¡Qué maricón!

Calla y camina.

No quiero que la lluvia también me duela.

El secreto de caminar con cosas casi muertas pegadas en ti es siempre ser más malo que tu propio dolor. Considerarte merecedor de tu propio desprecio por ser un tullido.

Camina, pedazo de mierda.

Y otro día más igual, hasta que me rompa completamente.

Absurdamente cansado, a veces pienso que soy mi propio campo de concentración.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

18 de diciembre de 2021

Quiero irme de aquí


Tengo dos lágrimas que no se derraman y empañan mi visión, la periférica y la interior. Emborronan el mundo, no me gusta mirarlo a través de la tristeza.
Y ahogan mi entereza…
Soy un mierda que llora un dolor negro como una gangrena.
Estoy desesperado.
¿Qué pasa conmigo hoy?
Una gran lágrima en el corazón impide que la sangre bombee y se atasca en mi pecho. Y gimo el dolor en el rincón más oscuro de la casa.
Y el aire no es suficiente en mis pulmones.
Y jadeo grandes bocanadas de tristeza entre llanto y mocos.
No quiero que maten las cosas bellas como los seres pequeños que apenas han vivido, los seres grandes que esplenden belleza a través de su mirada y sus palabras doradas de amor y dulzura.
Solo mueren las buenas cosas y me duele el cuerpo por dentro, donde no puedo curar la llaga.
¡Lo malo no muere nunca!
A veces, sin ser necesario, mi memoria evoca las bellas cosas que murieron, seres por los que daría lo que me queda de vida por sentirlos de nuevo. Y me llevo las manos a la cara para que nadie me vea…
Duele infinito. La memoria clava sin miramientos un puñal oxidado y tóxico.
Duele y siento vergüenza de mi llanto.
Y quisiera no ser más.
Dejar de existir yo y mi tristeza que duele años luz.
¿Viaja el dolor por el espacio?
Y mis cosas bellas ¿están allá? ¿adónde van?
¿Por qué me dejaron solo aquí? Fue ilegal…
Lo malo no muere nunca y si no doliera tanto, si las putas lágrimas me dejaran, estaría furioso.
Por favor, quiero irme ya de aquí.
Ya es suficiente ¿no?
No existir…



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

2 de diciembre de 2021

Decepción



Disección del cuerpo humano para encontrar el alma.

Sin piedad.

Los gritos son inevitables, como el rugido de un martillo neumático rompiendo el viejo hormigón. Y sus intestinos, como una lombriz gigante, se deslizan al suelo arrastrando la vida a un rebosadero.

No la he encontrado.

Tal vez se encuentre bajo las uñas porque el tacto es lo primero que se usa al nacer.


(Diario de la demencia, pensamientos psicóticos)



Iconoclasta


11 de septiembre de 2021

Podría ser coral

¿Qué ocurre cuando sabes de memoria dónde está cada mancha de la pared? Hay conocimientos que humillan.

La vida es demasiado larga y corres el riesgo de convertirte en coral.

¿Sería valioso entonces? No lo creo, no creo en nada bueno que pueda ocurrir.

¿Por qué no se callan? Que dejen de hablar y reír sus banalidades.

Tengo un límite.

Y no suelo ejercitar la paciencia.

Hay días que agradecería morir y esos días no muero. Cuando agradezca vivir, moriré.

Con los demás no ocurre, solo me pasa a mí; y sinceramente, agradezco la exclusividad aunque me dé mierda.

Es que hay tanta vulgaridad... Se agradece también la muerte de los otros.

Me gusta mi nula capacidad para respetar y soportar al prójimo. Me hace algo menos humano, más digno a juzgar por lo que sé de la chusma.

Es más fácil no ver que no escuchar. Aunque tampoco hay mucha diferencia, porque si tienes los ojos cerrados al final los abres para conocer a los idiotas que hablan, para identificar con precisión a quién debes despreciar y así comenzar tu nueva lista del día de aciagos deseos.

También pienso que los filos están infra utilizados, deberían dedicarse a tareas más higiénicas.



Iconoclasta

15 de agosto de 2021

Cardos áureos


Parece que todo en la naturaleza tiende a ser perfecto y yo soy un organismo caótico, retorcido como un vara requemada por el sol, con todas las asimetrías concebibles.

Hay proporciones áureas en todos los lugares. Incluso los caracoles dicen que son áureos en sus proporciones de los cojones.

Los hostiles cardos tienen perfectos y definidos patrones geométricos y se forman de unas flores tan violetas, que parecen radiactivas; pero los burros y las cabras se los comen. Qué mal gusto…

Que se jodan ellos y su maravillosa dorada proporción.

Mi rabo no palpita por igual, las venas lo cruzan de forma aleatoria y mis dedos son irregulares e irregularmente se pringan de una crema de leche licuada a veces, otras espesa como un puré; según coma, según lo rápido que me ordeñen.

Mis dientes, o no están o se separan. Mis pies, mis manos, mis ojos…

No tengo ninguna proporción áurea, y menos mis cojones.

Mi corazón late a veces descompasado, según la ame, según me masturbe, según la joda.

Según despierte…

¿Dónde está mi gracia, la que todo ser tiene en la tierra?

¿Dónde está mi proporción que me haga digno entre tanto patrón perfecto?

Aunque me importa poco; mis desproporciones y asimetría caminamos por el mundo con perfecta incoherencia y follo despreocupadamente, más allá de cualquier moral o cobardía dictada, con mis retorcidos miembros indiferentes a las voces áureas que gritan excrementos andantes de gratas proporciones putas.

Deambulo con mi rabo imperfecto de carne dura a veces tan brillante que parece aceitado, de glande sanguíneo hasta el edema.

Otras un pellejo del que no sentirse orgulloso. O no sentirse nada.

Un bíceps es más grande que el otro, y los tatuajes difieren de un brazo a otro, con lo cual, he ido contra la naturaleza de las áureas y estúpidas proporciones.

Estoy cansado de perfecciones; cansado no, aburrido.

Se busca la perfección en las cosas, como si importara, como si alguien fuera perfecto.

La perfección es la quimera del analfabeto, del que no conoce la vida ni sus consecuencias. El perfecto es un pobre neurótico que no sabe qué cojones hacer en un mundo imperfectamente áureo.

A veces sueño con pegarle fuego a lo áureo y a toda la perfecta proporción que lo habite.

A los próceres de mierda que gobiernan, porque son como los cardos, áureos en sus proporciones, pero venenosos y dolientes cuando se les mira y les siente.

No hay burros que se coman a los trajeados áureos que gobiernan un nuevo mundo lleno de fascismo, cobardía, hambre e ignorancia.

El hastío con violencia se paga. Y la proporción áurea, corriéndose en su rostro perfecto con mi polla imperfecta.




Iconoclasta

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1 de agosto de 2021

Las cosas mínimas


Las cosas mínimas suaves y hermosas existen para avergonzar la vanidad de las cosas grandes y cárnicas y sus miedos banales.

Las cositas mínimas existen y es imposible no preguntarles: “Hola pequeñas. Sois tan valientes… ¿No tenéis miedo a morir?”.

“A veces dan ganas de llorar al veros, pequeñas mías. No sé porque...”

Me provocan una lástima, una pena pequeñita como ellas; que florece en mi corazón incoloro.

Una lástima porque me duele que mueran, son muy frágiles.

Aunque no más que yo. ¿Está ahí mi vergüenza?

Las cosas mínimas viven hermosamente y mueren en tecnicolor, la muerte no puede robarles en un segundo lo que un día fueron. La muerte no les roba el color que las hace bellas como deja fría la carne de las cosas grandes, en apenas un pétalo desprenderse y caer a la tierra como una lágrima de amor y melancolía.

¿Cómo lo hacéis para marchitaros tan bellamente?

Las cosas pequeñas son como el amor que siento, oculto entre la fronda nemorosa, silencioso, con los colores de la pasión y el valor, ancladas a la tierra y tan libres y potentes que irisan mis retinas pintando mi pensamiento. Y sin miedo a la muerte, la de nadie.

Tal vez amo como ellas viven: con un terciopelo violeta que no hace daño a nadie, solo ¿conmueve? (me aterra la duda). Sin gritos, sin molestar.

Tal vez me quiero mentir. Tal vez quiero amar y no sé.

Mierda…

No sé porque quieren las cosas grandes que no ame, lo hacen todo para que odie.

Porque si no amas, no encuentras las mínimas cosas bellas y esa penita hermosa.

Esa ternura que la soledad te regala en la inmensidad del planeta en una mirada secreta; un dolor también pequeñito para no sentirte del todo un trozo de carne de color infame.

Si no amas, te ahogas en tus propias lágrimas, que atascados los ojos, te inundan por dentro.

Ojalá de mi carne marchita surja una violeta pequeñita, una piedad por un pensamiento que ya murió.

Hasta pronto bonitas, ojalá viváis más que yo, lo hacéis mejor.



Iconoclasta

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20 de julio de 2021

Escapar


Yo solo quiero salir de aquí.

Siento a menudo esa necesidad desesperada de escapar de este inmenso campo de concentración del Estado de la Imbecilidad en el que se ha convertido el planeta.

¿Qué hago? ¿Hacia dónde ir si el mal te rodea desde todas las direcciones?

Siento una urgencia que nace de la tristeza de vivir aquí. Es existencial, con causas concretas.

Solo podría escapar a un lugar desconocido, donde no pueda identificar con precisión la mezquindad en cada mirada de los seres que me rodean.

Quiero la tranquilizadora ignorancia de un mundo nuevo.

La sabiduría mina mi paz y la esencia humana, la certeza de su idiosincrasia, es tortura.

La sociedad es un germen que intenta infectar mi imaginación.

No es hartazgo, es pura asfixia.

A medida que han aumentado mis conocimientos, todo se ha revelado rancio e indigno; y lo que es peor: de una espantosa previsibilidad.

Es lógica la conclusión a la que he llegado: todo estaba mal desde mi nacimiento, nací en un momento y lugar apestado y roto.

Como si los cadáveres, en lugar de enterrarlos, dejaran que se pudrieran en las calles y las gentes ya no les prestaran atención, con sus narices saturadas del olor de la carne podrida.

Y los que caminan, se parecen tétricamente a los podridos.

¡Quiero irme de aquí, por favor!

Cuando llueve, el agua se ensucia al tocar el suelo y arrastra líquidos nauseabundos, marañas de pelos crespos, como alambres malolientes donde se agitan insectos, pieles ennegrecidas y enmohecidas por la muerte a las que las gordas ratas ni huelen.

Tengo la esperanza de que sea una pesadilla; pero es una ominosa realidad de la que no hay consuelo, soy consciente de mi realidad porque esta necesidad de escapar es de una lucidez devastadora. No puedes despertar y escapar. Las drogas no consiguen engañar la mente. Te metes un jaco de caballo y todo empeora, porque las cosas se pudren y rompen más rápidamente y deliras con larvas que se agitan hambrientas en tus agujeros y genitales.

No quiero morir aquí, ser un cadáver al sol pateado por los idiotas que caminan torpe y quejumbrosamente por las calles.

Me hago rayas con vidrio molido y no muero, solo me sangra la nariz.

No quiero creer que soy inmortal, no aquí, entre ellos.





Iconoclasta

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17 de julio de 2021

Mens sana in corpus fractum


Si tienes una mente fuerte y un cuerpo roto, eres puro conflicto. Te hace exótico; pero es una exclusividad que no da beneficio alguno.

Las cosas que sabes y quieres hacer no las puedes realizar por mucha espiritualidad de mierda y buen rollo que le eches al asunto. Y semejante paranoia, te lleva a ser muy cuidadoso con lo que sueñas para no desestabilizarte demasiado.

El optimismo lo enrollas y te lo fumas, mientras tanto palpas los bolsillos buscando algo que te pueda relajar tras haber incinerado toda esperanza. Y entonces la navaja te conforta.

Es la mejor y más precisa salida de emergencia en caso de que la mente se resquebraje también. Y nunca se está tan roto como para no desplegar suavemente la hoja.

Te dices: “Es mejor que te tranquilices, tienes la herramienta, la llave adecuada”.

De cualquier forma acaricias con un dedo el frío filo de la esperanza y se forma en la piel una sutil y milimétrica línea roja que al cabo de unos minutos te lanza algún mensaje de muy leve dolor y alarma. A la sangre no le gusta estar fuera de la carne porque se coagula, se "marchita”.

Pero dentro también se coagula, y a veces mucho; hasta matarte.

Tu boca se convierte en un géiser rojo que lanza los trombos o coágulos que los pulmones diluyen con una tos malsana, sintiendo en todo momento que alguien te pasa papel de lija por dentro de la espalda, algo te araña los delicados pulmones.

Más exactamente: algo ardiente como un hierro al rojo te quema esas membranas. Y no hay forma alguna de distraerse de ello por mucho que te masturbes. Porque cuando te corres, escupes una buena bocanada de sangre burbujeante. Y eso duele un cojón, el conjunto, no la sangre.

Acaricias otra vez la navaja con la absoluta certeza que no vas a volver a pasar por ello.

La sangre habla por hablar, como todo lo que existe quiere aportar su propia mentira al mundo. La sangre se pudre también dentro del cuerpo, qué cojones.

Es necesario en este momento de miedo y enfermedad epidémica contar estas cosas por el simple deseo de joderos; decir que nada va a salir bien es uno de esos deleites que sorbo prolongada y profundamente.



Iconoclasta

7 de julio de 2021

Un cielo para los pequeños seres

  

En medio de la carretera hay un jabato atropellado; no es más grande que un conejo.

Su mini cabeza está destrozada y asoma sórdidamente la lengua muerta entre los huesos de la mandíbula.

Aún se puede ver su piel sonrosada bajo el sedoso pelaje de cría.

Es algo habitual, el atropello de animales en las carreteras de montaña; pero no con animales tan pequeños en plena tarde.

Mi hijo y yo hemos pensado que es una lástima, una tragedia pequeña, que se anida en el corazón como un pequeño gusano que te provoca una desazón.

¡Qué pena, pobrecito! Ojalá fuera lo suficientemente incrédulo e ingenuo como para pensar que hay un cielo para los pequeños seres que mueren sin haber vivido más que unas pocas semanas.

Lo acabarán de aplastar los coches hasta que se convierta en asfalto; su muerte instantánea ha sido al final, una fortuna.

Ahí, en toda esa menuda, suave y tierna muerte no hubo nada de la tan pregonada sabiduría de la naturaleza.

La naturaleza como ente, es un mito como otro cualquiera, como cualquier dios o cualquier Jesucristo de tantos que han rondado en las bocas ignorantes, serviles, cobardes y mentirosas de los seres humanos. Y no tiene nada de sabiduría.

Lo que algunos llaman “naturaleza sabia”, es ni más ni menos que un azar de vida y muerte.

A veces acierta y otras yerra; pero no hay sabiduría alguna.

Se le ve tan pequeño y solo… Buscaba a su madre… Pobrecito.

Cuando se viaja en coche, las muertes que se observan a través de las ventanillas, son igual que todas las noticias televisivas: meras anécdotas amañadas y absolutamente ajenas.

Si caminas o marchas por tus propios medios, a una velocidad que solo puede ser moderada, la muerte se muestra plena y obscena. Con todos sus matices y consecuencias. Y en el bosque hay más rastros de la muerte que de la vida.

Así que los que ven un cadáver desde la comodidad y la distancia de su coche, tienen una idea muy pobre de la naturaleza y su absoluta y azarosa estupidez sobre la vida y la muerte.





Iconoclasta

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20 de mayo de 2021

Lo más triste de la vida


Lo más triste de la vida, lo que la hace verdaderamente puta, es que si eres medianamente feliz (si es posible semejante estupidez) ese instante tuyo suele ser el dolor de alguien querido.

De hecho, suele ser la tristeza de muchos; pero los desconocidos no importa si sangran o ríen.

De alguna forma la vida se teje con hilos de alegría y tristeza. Y es desesperanzador cuando conoces su patrón: invariablemente el hilo de la alegría forma trama con uno de tristeza. Tal vez la relación sea mayor, tres de tristeza, uno de alegría.

Porque no es de recibo que tu buen momento sea el dolor de otro ser a quien estimas. Es como una certeza, porque pagas la felicidad de otros con un dolor, cualquiera que sea.

¿Es la tan cacareada interconexión entre los seres del planeta?

Debería ser ilegal que su felicidad me haga daño, que realmente sea un dolor de imposibilidades, un aborto de las ilusiones que aún tenían cabida.

La vida es una bordado no tan bello, con hilos torcidos que atraviesan flores segando sus brillantes pétalos de esperanzas y sueños.

Y te encuentras que la dicha ajena, por alguna razón te asfixia. No es maldad, ni siquiera pesimismo; es dramática empírica.

La vida es un continuo esnifar de cocaína en el que todo es genial, hasta que te gotea sangre la nariz.

Y se forman rojos ríos en las escleróticas.

Tiene sentido eso de que la vida es una mierda y luego te mueres.

Solo que en verdad, hacía tiempo que eras cadáver.

Cuando suena el trueno, el rayo ya hace tiempo que ha calcinado el amor o la alegría.

No sé, hay días en el que no concibo nada bueno, como si un hilo de tristeza me cortara las córneas. Y da miedo decir que la amo por si el planeta o los que lo llenan me hiciera pagar tamaña emoción hermosa.




Iconoclasta


11 de abril de 2021

Una sonrisa fría


Hoy sonrío al viento frío del atardecer a un jilguero que salta sin dejar de piar, de rama en rama, de hueso en hueso.

Es más pequeño que muchas hojas de árboles, apenas lo puedes ver entre la fronda; me pregunto cuanto medirá su vida.

La vida es proporcional al tamaño, eso he aprendido de los libros. Pero yo tengo un gran volumen y la impresión de que mi vida está acabada; y no sé que hago aún aquí, entre caderas de vaca y árboles. Más me valdría haber sido jilguero y vivir menos, solo lo estrictamente necesario.

Los huesos de los árboles ostentan la engañosa grandeza de lo que un día tuvo vida, el bosque no entierra, deja señales para que nadie se engañe. Me gusta lo grotesco que la naturaleza esconde, no tiene clasificación moral por edades.

Que cada cual sienta lo que deba y se joda.

Sonrío porque nada ni nadie, excepto morir, puede evitar que vea cosas y respire como, donde y cuando yo quiera; sin que importe quien viva, muera, tema o sea indigno.

No me debo a nada ni a nadie.

Dicen que no soy libre, y no lo soy; pero si nací para algo, es para no obedecer. Y procuro hacer mi trabajo cada día. Dicen que todo tiene un precio, cada decisión; pero a mí me suda la polla, procuro hacer mi trabajo cada día (es énfasis, no iteración).

Y luego fumo.

Para lo que me queda en el convento, me cago dentro. Es el epitafio de mi vida, una vez muerto, los epitafios son simples espacios para musgos y líquenes. Para hipocresías florales tradicionales de santos difuntos, que de santos no tienen una mierda. Es mejor decir estas cosas ahora porque los muertos no hablan y mucho menos escriben.

Habla ahora o calla para siempre (me gusta más la segunda parte, se habla demasiado).

Sonrío al viento frío y al pequeño jilguero que ya no veo, solo escucho.

Y a los huesos de los árboles porque tienen la plasticidad de la muerte, y quieras que no es arte.




Iconoclasta

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15 de marzo de 2021

Un aventurero


Hay gente con suerte y no como yo.

Gente que ha vivido y amado los desiertos, las áridas estepas, los mares más tormentosos y la tierra helada.

Si hubiera nacido en el lugar y momento adecuados, tal vez hubiera tenido tiempo y medios para conocer esos lugares.

Mantengo un moderado rencor hacia mis padres, no puedo dejar de pensar que soy hijo de la mediocridad aunque ellos, como todos los padres, pensaban que cualquiera de sus hijos podía ser único y no la mediocridad que refleja todos los días el espejo, cuando me arranco las legañas y luego limpio con saliva la sangre.

No sé si hubiera tenido cojones, aunque me temo que sí. Y que ya estaría muerto. Ser valiente tampoco es un certificado de aptitud.

Mi gran logro en la vida ha sido caminar durante algunas horas sobre una pierna podrida. Follar no es un logro, es algo que ocurre quieras que no, siempre hay alguien con mal gusto.

No es deprimente, solo triste, yo no me deprimo ni ante Jesucristo vomitando sangre, ni ante el bebé que se descompone.

Soy absolutamente ira y rencor por todo aquello que jamás haré.

No me voy a ir dando gracias a la puta vida, aunque como dicen algunos, deba sufrir más por esa ira. No pueden hacerme nada que no me hayan hecho ya.

Mierda… Puta mierda.

Y podría ser peor si me rompiera una uña.

Las uñas son las cosas que más duelen ¿Te has rasgado alguna vez una uña con una púa de acero que surgía de una persiana metálica? ¿Te han taladrado una uña para drenar un edema por aplastamiento del dedo? ¿Te han arrancado una uña de un tirón?

¿Has gritado alguna vez a la luz de la luna “hijos de puta”?

Los dientes no duelen tanto, cuando se pudren te llevan directamente a la locura y encuentras tornillos de ti mismo en la almohada.

He aprendido que la locura es mejor que el dolor.

He aprendido que soy un mierda.

No, no he conocido ni un solo desierto, solo he conocido miseria y mierda.

Es triste y vergonzoso reconocer toda una vida de monotonía que ha pasado lenta y estéril.

Podría hablar de la alegría del amor y de un hijo; pero no me sale de la polla; yo no me consuelo tan fácilmente, he llegado a viejo por no ser un pobre iluso. O por que el planeta y lo que lo habita, no ha sabido como matarme aún.


 


Iconoclasta

13 de marzo de 2021

Manifiesto a la mezquindad


Haber conocido día a día la faz más mezquina y cobarde de la chusma, de la masa humana tal y como ha revelado el coronavirus, ha sido la experiencia más nauseabunda que he experimentado. Todo mi desprecio por la masa humana se ha visto aumentado hasta la desesperación por no tener un medio potente para acabar con ella o crear un sufrimiento que lleve a las reses humanas a retorcerse de dolor durante días antes de morir vomitándose a sí mismos, como guantes a los que se les da la vuelta.

Solo es comparable la repugnancia que siento al verlos y sentirlos cacarear su miedo de mierda con esa mezquindad, a la de la primera imagen pornográfica que ves en la infancia y te ofende sin que puedes entender por qué. O el primer olor a carne descompuesta, el de una rata, que te revuelve las  tripas hasta llevar el vómito a la garganta.

Así de agria y repugnante es la visión que he tenido y sostengo ya inmutable en mis retinas de la masa humana.

Hasta tal punto que me siento sucio de mezclarme con ellos, de respirar la atmósfera que pringan de mierda con su presencia, con su sola existencia despreciable.

En forma alguna puedo concebir ya la existencia de filántropos a menos que sean ciegos y deficientes mentales. Tal vez el filántropo sea el summum de la repugnancia y por ello cuida de sus semejantes.

Entiendo así mismo, la razón de que los dioses que la propia chusma apestosa inventó, traten a las multitudes humanas como trozos de mierda con sus continuas amenazas de castigos, plagas y extinción.

Si esos dioses existieran, la humanidad haría miles de años que estaría extinta.

Es imposible e inconcebible la dignidad y la ética en cualquier multitud humana.

El mito de Jesucristo y su traición y muerte, es el  resumen y la verdad definitiva del género humano como rebaño de pastoreo y estabulación. Jesucristo quiso morir no para redimir de una mierda a ningún cobarde hipócrita; sino para demostrar lo obvio, para que ellos mismos esa multitud repugnante humana se diera cuenta de lo muy cerdos que son cada uno de ellos.

Es lógico que algunas novelas de ciencia ficción conviertan a las grandes concentraciones humanas en carne prensada y luego procesada para alimentar a otros iguales que ellos.

Debido a mi conocimiento acumulado de la historia y la peste que es la multitud humana, nunca como hasta ahora he creído tan necesaria una violencia indiscriminada contra el ser humano en cuanto a multitud y hacinamiento.

Pienso en la necesidad, mientras mueren violenta y dolorosamente, de dosificar anticonceptivos en el agua y otras bebidas de consumo humano para hacer un trabajo definitivo, con el que se garantice el fin de la especie. Y es absolutamente necesario que empiecen a dinamitarse los cimientos de las actuales sociedades, para que los escombros entierren u oculten los cadáveres.

Por lo demás, a los que forman los gobiernos que están pastoreando este ganado con su fascismo, oportunismo, falso paternalismo y robo, les deseo la lepra y que sus órganos genitales se deshagan como una diarrea antes de que mueran.

Esto es lo mejor que puedo pensar de la especie humana. Y con este manifiesto contra la mezquindad, la cobardía y la hipocresía de las grandes manadas humanas; doy fe de mi asco por si la locura o el olvido de mi cerebro podrido borraran en lo que me quede de vida, lo que una vez digna y furiosamente sentí.

No tener empatía alguna con los cerdos es el más grande regalo que pudieron darme mis padres.





Iconoclasta

9 de diciembre de 2020

Sin ninguna otra consideración


¿Dónde reside la belleza?

¿En las cosas vivas o muertas? ¿En mi mirada? ¿Tal vez en la conjunción de ambas?

No importa, tan solo afirmo con arrogancia lo que es bello.

La belleza no es subjetiva. No es moda.

No considero lo que otros vieran o ven, estén vivos o muertos, de cualquier civilización o lugar.

La belleza es algo que me atañe a mí y yo decido; lo que otros puedan sentir y ver como hermosura, es su problema o su indecisión.

Esa maldita ambigüedad con la que pretenden complicarlo todo.

Soy tajante.

El mundo es lo que veo y así lo trato y juzgo, no me interesan otras opiniones. Soy firme e inamovible. Lo que es bello no admite discusión. No existe un ápice de ambigüedad en la belleza que capto, que deseo, que envidio, que tomo…

Quien quiera ver la belleza con los ojos o el pellejo de otro, que se joda con sus miedos e indecisiones.

Sé de lo bello y execrable. Jamás apostillaré razón ni excusa para comprender otros gustos. Que se jodan otra vez.

Yo no digo: “a mi parecer es bella”. Afirmo: “es bella”, zanjando así cualquier discusión. Desoyendo y despreciando lo que otros puedan juzgar. A ellos no les importa mi pensamiento, ni a mí el ajeno. Soy isla, una perfecta isla amurallada.

Y digo que de esa agua no beberé.

Que cada cual decida, si tiene la determinación necesaria en esta hipócrita época de ambigüedades y temores a no ser moralmente intachable.

El diente de león es hermoso como un rosa de sangre fresca; o una seca de pétalos coagulados.

Y bello es tu coño que brilla húmedo y palpita.

Tus pezones contraídos y tu gemido obsceno.

Tus labios pronunciando cualquier palabra en una coreografía de sensualidad…

Y hermoso el cadáver de aquel zorro en su tierna y triste inmovilidad; por favor, que pena.. parecía dormidito.

Y horrendo el de mi padre muerto. Mentían cuando decían lo guapo que estaba en su ataúd. “No parece que mi Paco esté muerto. Mi Paco duerme”, un rosario de pena que mi abuela lloraba en letanía, su madre.

Y una mierda.

Esa carne de su rostro, de sus manos; tan fría, tan cérea…

En aquella piel sin color había más muerte que en un camposanto. Allí no quedaba nada de lo que amé, se había ido todo asomo de belleza.

Y digo con hostilidad que la belleza de mi mundo excluye cualquier opinión o concepto. 

Sin matices.

Sin oportunidad alguna a la tolerancia o corrección.

Cualquier otro patrón es inadmisible.

Y así con las cosas y así con las personas.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

12 de julio de 2020

No me puedo quejar


No me puedo quejar, he hecho cosas por las que no he pagado y follado a quien amaba.
He salvado la vida en muchas ocasiones y ganado el suficiente dinero para satisfacer mi vanidad.
He sido esclavo; pero jamás he respetado al amo y lo he engañado.
Y cuando era obligatorio rezar, de pequeño movía los labios sin pronunciar, sin creer. Masticaba aquella hostia insípida y blasfemaba como los mayores con mis primeros cigarros a escondidas.
Me fascinó la pornografía y luego me aburrió, como los videojuegos y las grandes obras de la literatura universal que son afines a la ideología que ha hecho de la sociedad en la que habito, un vertedero de gente sin cerebro y serviles hasta la vergüenza ajena.
Y ahora que he hecho todo lo bueno y malo que me ha sido posible, soy un hombre incrédulo con una imaginación desbordada.
Un hombre que no se niega ningún placer, porque de morir no me libro y no hay premios allá donde no hay nada.
Un hombre que odia este tiempo y lugar en el que ha vivido y se siente ufano de ser feroz e impío de pensamiento y letras con los rebaños de humanos que le rodean y roban el aire y el espacio.
Un hombre con un hijo que sabe despreciar (como su padre lo educó) toda ley y toda tradición que son los grandes cepos de la libertad, la imaginación y el saber. Y sin embargo, sobrevive y consigue lo que pretende en este muladar que nos encontramos al nacer.
Soy un hombre que sabe más que dios y si pudiera, mortal como un césar loco. No me puedo quejar.
Soy un hombre fuera de lugar y tiempo. No ha sido accidental, ha sido mi voluntad, mis cojones. No me puedo quejar.
Soy un hombre que ha dejado miles de pensamientos plasmados en tres dimensiones, táctiles y legibles en el planeta; y nadie ha podido evitarlo. No me puedo quejar.
No ha sido duro ser hombre, ha sido fascinante poder mantenerme libre y al margen de la moral de una sociedad podrida y abyecta.
Algún idiota sin cerebro y con toda probabilidad, algún miembro destacado de esta sociedad dijo: no hay mal que cien años dure.
Y una mierda, el mal es eterno como un cáncer que no acaba de comerse nunca al enfermo hasta denigrar su cuerpo y su dignidad; son las reses humanas las que mueren en y con el mal.
El mal (la sociedad grupal y tribal, la que usurpa y degrada la creación del individuo) es eterno y permanecerá cuando yo muera. No me puedo quejar.
Que se jodan los que queden vivos.





Iconoclasta

18 de abril de 2020

Lo que Murf atisba


Pienso en los seres que más quiero y en todo lo que haría por ellos.
Y en los que odio y las mil formas que imagino de masacrarlos.
Murf me observa con cierto interés, intuye la gran tensión que hay entre el odio y el amor en mi cerebro eficaz y peligroso.
Todos los bordes son peligrosos, cortantes.
Y si caminas por un filo, acabas herido tarde o temprano.
Bueno, más temprano que tarde.
De hecho estoy tocado desde hace mucho.
Y si ya lo estoy ¿qué puedo perder con un acto abominable?
El dolor te hace insano, ergo osado; el hastío, simplemente peligroso.
Y puede que algún día, si antes no muero, tenga que hacer algo por ellos por los poquísimos seres que amo con toda mi alma (si tuviera); como masacrar a los que detesto con una cólera controlada, fría y tóxica. Sistemática como un campo exterminio.
E inevitable.
Tal vez les deje un mundo mejor si descuartizo a cuantos pueda.
Extrañamente, puedo amar y odiar con idéntica pasión. Al mismo tiempo en cualquier lugar.
Algunos dicen que no es posible, pues sí lo es. Perdónales, Dios, porque no saben lo que dicen.
Soy el fracaso de Jesucristo.
Las tradicionales mentiras y leyendas religiosas siempre ayudan a dar más dramatismo a mi pensamiento incierto e inapropiado. Y por otra parte, las irreverencias son fuente de satisfacción.
Cuanto más quiero a esos pocos, más odio a esos millones. Amor y odio son directamente proporcionales y residen en el mismo lugar.
El lugar que mi Murf atisba.




Iconoclasta
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