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19 de octubre de 2021

La banalidad y sus cadáveres


El precio de una vida banal es una muerte también banal.

Incluso los que importan, en solo unos días ya son carne de charlas de fiestas de año en año.

Si has sido tan banal como un bostezo, ni siquiera darán pésames a los que vivos, tengan algo que ver contigo, con tu cadáver.

Y por favor… Cuida un poco tu agonía, porque no hay nada más aburrido que un muerto superficial que no acaba de morir y reúne a su alrededor a sus allegados para despedirse largamente, protagonizando su propia caricatura.

Normalmente, cuando mueres (a no ser que seas una imbécil y asquerosa celebridad de de yutup, tuiter o feisbuc) nadie pondrá una carita triste. Y menos aquella puta de la que eras cliente habitual y casi usurero, so puerco.

Si tienes contratado un buen funeral en tu seguro, pudiera ser que a la hora de tomar el tentempié que celebra tu muerte, alguien diga algunas palabras emotivas en tu recuerdo; pero seguro que será producto de la ebriedad.

Normalmente al morir no importas a mucha gente: un pequeño y tímido lamento y unas palabras mentirosas para el indiferente cadáver vestido de muñeco ventrílocuo, con la chaqueta cortada por la espalda. Y a seguir devorando canapés de merienda.

De hecho pondrán cara de estreñidos muchos menos de lo que piensas. La banalidad se paga con indiferencia y no con putos bitcoins de mierda.

Si no hay merienda o algo de picar para amenizar el funeral, tu cadáver y tu banalidad silbaréis impacientes hasta que os quemen u os metan en el nicho.

Pudiera ser que aún que estás vivo, pienses que lo peor es que de tu superficial vida no trascienda nada, ni siquiera por esa accidentalidad de una azarosa cadena de pensamientos que llega a evocar que alguien existió en algún momento de la película.

No sé si es bueno o malo ser banal; pero me lo tomaré como un asunto de elegancia: prefiero que me recuerden con asco que con indiferencia bostezante.

Habré aportado mi granito de arena sucio a este mundo de mierda.

Y como tengo más facilidad para ser desagradable que banal, mi muerte no dejará indiferente a mi gato.

De cualquier modo, todo lo que conocí en la ciudad, podría morir antes que yo por aplastamiento, cremación o disuelto en ácido sulfúrico y no se me elevaría un milímetro ninguna de mis cejas bien separadas y definidas, ni siquiera levemente por algún inopinado tic (por lo único que recuerdo que una tal Frida Kahlo existió y tascendió, es por su uniceja tan rústica, que siempre me deja bizco, es la razón de que me preocupe el asunto estético).

Además, cuando has conocido la muerte de alguien allegado a ti por segunda vez, el resto de muertes te dan el carisma de un forense aburrido que mastica con glotonería unos snacks crujientes de arroz inflado con los guantes sucios de mierda.

Pensándolo bien, no importa que seas banal o trascendente.

Los muertos se disipan en el aire en cuestión de segundos y no tienen oídos ni ojos y solo dejan un desagradable olor, por mucho que los hubieras querido cuando tenían color.

Si un día te masturbaste con la mano llena de excrementos y gritando como un cochino, ni siquiera generarás un pecado ominoso que pagar, ni para lo malo trascenderá nada de tu vida.

Morir es lo que es, peña. El único misterio reside en que hay tantos muertos acumulados en los anales de las historia cuyas almas no aparecen por ningún lado, que es absolutamente estúpido y patológico que la chusma siga creyendo en paraísos e infiernos. Ven que desapareces y siguen con su esperanza de mierda en que la muerte sea una renovación de tus vacunas caducadas. Una nueva vida tras la muerte.

¡Qué lelos!

Por ello, olvida los asuntos de la banalidad y la trascendencia. Antes de morir (si tienes suerte de morir lentamente por un cáncer o un hígado que se deshace y lo cagas cada día un poco), deja todo lo que puedas por hacer; pero sobre todo deja muchas cosas por pagar. Y esas cosas rómpelas para que no se puedan recuperar.

No trascenderás; pero morirás con la sonrisa más divertida y sincera que jamás hayas tenido.

Tanto filosofar de mierda, para acabar concluyendo lo de siempre, que se jodan los vivos cuando te mueres.

No me negaréis que no ha sido divertido, superficial pero con clase, este pequeño ensayo sobre banalidad y trascendencia.

No intentéis hacer estas cosas en vuestras casas si no sois adultos bien formados, u os deprimiréis.

Y bueno, cuando acudáis a un funeral, imprimid esto para amenizarlo. Ya veréis la visibilidad que conseguiréis, mucho mayor que la del cadáver.

Tal vez haya que volver a la moda de las fotos victorianas post mórtem, al menos trascendieron unos minutos más aquellos cadáveres, aunque tuvieran un gusto del carajo.

Aquella gente debía tener el cerebro podrido (lo vivos de las fotos digo).




Iconoclasta

9 de diciembre de 2020

Sin ninguna otra consideración


¿Dónde reside la belleza?

¿En las cosas vivas o muertas? ¿En mi mirada? ¿Tal vez en la conjunción de ambas?

No importa, tan solo afirmo con arrogancia lo que es bello.

La belleza no es subjetiva. No es moda.

No considero lo que otros vieran o ven, estén vivos o muertos, de cualquier civilización o lugar.

La belleza es algo que me atañe a mí y yo decido; lo que otros puedan sentir y ver como hermosura, es su problema o su indecisión.

Esa maldita ambigüedad con la que pretenden complicarlo todo.

Soy tajante.

El mundo es lo que veo y así lo trato y juzgo, no me interesan otras opiniones. Soy firme e inamovible. Lo que es bello no admite discusión. No existe un ápice de ambigüedad en la belleza que capto, que deseo, que envidio, que tomo…

Quien quiera ver la belleza con los ojos o el pellejo de otro, que se joda con sus miedos e indecisiones.

Sé de lo bello y execrable. Jamás apostillaré razón ni excusa para comprender otros gustos. Que se jodan otra vez.

Yo no digo: “a mi parecer es bella”. Afirmo: “es bella”, zanjando así cualquier discusión. Desoyendo y despreciando lo que otros puedan juzgar. A ellos no les importa mi pensamiento, ni a mí el ajeno. Soy isla, una perfecta isla amurallada.

Y digo que de esa agua no beberé.

Que cada cual decida, si tiene la determinación necesaria en esta hipócrita época de ambigüedades y temores a no ser moralmente intachable.

El diente de león es hermoso como un rosa de sangre fresca; o una seca de pétalos coagulados.

Y bello es tu coño que brilla húmedo y palpita.

Tus pezones contraídos y tu gemido obsceno.

Tus labios pronunciando cualquier palabra en una coreografía de sensualidad…

Y hermoso el cadáver de aquel zorro en su tierna y triste inmovilidad; por favor, que pena.. parecía dormidito.

Y horrendo el de mi padre muerto. Mentían cuando decían lo guapo que estaba en su ataúd. “No parece que mi Paco esté muerto. Mi Paco duerme”, un rosario de pena que mi abuela lloraba en letanía, su madre.

Y una mierda.

Esa carne de su rostro, de sus manos; tan fría, tan cérea…

En aquella piel sin color había más muerte que en un camposanto. Allí no quedaba nada de lo que amé, se había ido todo asomo de belleza.

Y digo con hostilidad que la belleza de mi mundo excluye cualquier opinión o concepto. 

Sin matices.

Sin oportunidad alguna a la tolerancia o corrección.

Cualquier otro patrón es inadmisible.

Y así con las cosas y así con las personas.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

22 de junio de 2020

Las muertes que no importan


Hay tantas muertes…
Caen las almas muertas como un polen que pica en la nariz, una ceniza que no ensucia, solo molesta. Marchita el buen humor más concretamente porque deja restos en la ropa.
Se puede vivir entre tanta muerte. Es una cuestión tan habitual que ni siquiera preocupa; a menos que seas alérgico a la ceniza de los cadáveres.
Se puede vivir y ser feliz siendo consciente de todos los que mueren. A mí me importa lo mismo un nacimiento que una muerte: nada.
Y por lo que veo, al resto del mundo, salvo los que ahora están en el tanatorio por algún familiar o amigo, también les importa el resto del año lo mismo que a mí.
No soy especialmente cabrón.
Me masturbo con la misma pasión que usaría sino hubiera en el aire polvo de muerto.
Mientras escribo unas palabras que puedan tener cierta irritación, sentido y musicalidad en el pensamiento, las cosas suceden y les doy la espalda.
No se puede estar en todo. Vivo una época veloz, de vertiginosas mentiras, de insultantes ignorancias, de patéticas ingenuidades.
La madurez intelectual de los adultos ha caído hasta límites de subnormalidad.
Y el rigor mortis es la única verdad inquebrantable e inviolable.
Que aquellos que dicen sentirse aún como niños, por favor que alguien los trate. Y sino, los esterilicen para que no se reproduzcan.
Es más romántico pensar en las almas muertas que en las gentes que respiran.
Visito el cementerio a menudo, un cementerio donde no tengo a ningún muerto. Ese silencio eterno, la seguridad de que ninguno volverá a salir de la tumba me relaja.
Porque la muerte de los otros da un respiro a mi humor y sobre todo, más espacio.
Es legal no prestar atención a demasiadas cosas que no me importan, aquellas que más que por su nulo interés, me son estúpidas. Si para alguien pudiera ser un problema moral de empatía, me parece bien y sigo fumando como si nada ocurriera.
Porque cuando ocurren demasiadas cosas, no se pueden procesar todas. No es por falta de capacidad intelectual, es que no quiero morir como si me importaran las cosas (muertes) banales, aquellas que no me atañen directamente.
No soy solidario, solo soy capaz de ayudar a quien miro a la cara, a quien creo que debo apoyar, saludar, abrazar, besar o follar.
Que nadie se engañe, hay mucha chusma que no necesita misericordia; tan solo un profundo agujero para que, una vez muerta, por muy zombi que pudiera ser por alguna catástrofe nuclear, no pueda salir jamás y se convierta en fósil.
Sí, ya sé que hoy día queman los cadáveres más que enterrarlos; pero arder como un neumático gastado no tiene nada de glamur.
Los detalles importan para la última foto.






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

5 de febrero de 2020

De bondades y humildades


Todo es relativo (según dicen algunos genios, mostrando una cómoda tolerancia para quedar bien con todo el mundo), un día frío en una región del planeta será cálido en otro lugar aunque las temperaturas sean iguales.
Cada habitante se acostumbra a su clima, es lógico y no relativo.
En tiempos violentos ocurre igual, un día será tranquilo si hay menos muertes de las habituales; para cualquier otro lugar donde haya paz, una muerte será suficiente para considerar el día como trágico.
Las cuestiones de amor funcionan igual, un poco de simpatía puede confundirse con amor cuando la soledad marca con tristeza los días. 
La soledad requiere haber experimentado y conocer suficientes cosas, tantas como para sentirse ahíto. Lo mejor de la soledad se pierde con la flaqueza de ánimo.
Al final nada es relativo, cada situación se adapta con precisión a quien la vive. Con absoluta objetividad.
Porque ¿qué me importa la temperatura de otro lugar del planeta si no soy envidioso?
¿Qué me importan los amantes o los que agonizan en soledad?
¿Qué me importan los que viven o mueren si no los conozco?
Existe un exceso de hipócrita caridad y empatía. Nadie puede querer a tantas personas a la vez a menos que sea un arribista, un ambicioso político enfermo de poder.
Y si hubiera alguien tan altruista, sería una excepción. Y las excepciones no se tienen en cuenta en las estadísticas. Si yo soy pura estadística, estoy autorizado a imponerla con mi buen criterio. Soy vengativo.
E inmisericorde como retorcidas son las ramas desnudas de los inviernos impíos.
Los grandes mesías, profetas, santones e ideólogos de la historia, sufren y sufrieron cáncer de ego.
Yo no necesito que nadie me admire, ni que me escuche Solo comparto momentos con un puñado de personas que con toda probabilidad bastaría con mano y media para contarlas con los dedos.
Por otra parte, considero mi vida mucho más importante que la de la humanidad en general.
Lo malo de los humildes, de su gran virtud, es que esconden una inevitable vanidad y una gratificante crueldad. En el fondo, desean que sufran muchos para lucirse ante el mundo.
Yo me conformo con que un prestidigitador haga desaparecer las cosas y seres que no quiero.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

4 de septiembre de 2019

Sin rostro


Sin un rostro no soy nada, no soy nadie. Solo un error genético.
Un espécimen que se extinguirá sin dejar rastro de su existencia.
Sin rostro hay una libertad salvaje, cruel y absoluta.
Sin cara no hay escrúpulos, ni vergüenzas, ni temor, no hay humanidad.
Follarte sin mirarte, penetrarte abominablemente y no amarte con todo el daño que conlleva. Hundir mi cabeza sin rostro entre tus muslos y estremecerme en tu coño como una abominación hambrienta en la oscuridad de mis instintos atávicos.
Incapaz de decir que te amo, mi puta.
No obedecer o sentir el peso de precepto o moral alguna. Eyacular en tu piel y que se deslice el semen derramándose en la tierra, sobre las bocas abiertas en los rostros sin carne de los muertos.
Muertos que tardan demasiado en serlo.
¿Sabes que hay muertos tan estúpidos que se lamentan de cierta dificultad para respirar? Dicen que sienten un asma.
Los muertos suelen tardar demasiado tiempo en serlo, y cuando lo son, están confundidos. Si tuviera rostro, se me escaparía una risa inconsolable.
Soy feroz.
Soy una bestia indescriptible, sin rostro soy invisible.
Nunca he soñado con buscar curas para enfermedades y dolores, para el hambre, la sed, la pobreza, la imbecilidad, la cobardía o la envidia.
Con rostro me parecía bien y ahora, perfecto que exista todo eso entre los humanos.
No quiero intervenir en nada, no quiero modificar ninguna miseria.
No espero salvación para mí, para nadie.
Me muevo con comodidad entre el sufrimiento, el dolor y la mortificación ajena.
Mientras mueren o sufren, solo pretendo amarte silenciosa y sigilosamente, sin rostro, sin miradas que delaten lo mierda que soy. Me basta sentirte como un aire fresco en mi piel.
No soy gracioso, no soy ingenioso, no soy risa, ni siquiera un llanto de hastío en un lugar solitario. Sin rostro soy nada y soy superior a todo lo que me rodea. Soy la complejidad indefinible, una angustia filosófica y teológica.
Soy la plena aceptación de la muerte y sus consecuencias y la decidida voluntad de sentir soberbia por ello.
Tal vez sea el primer paso de mi desintegración al fin.
Se borrará todo de mí con el paso de los días en una muerte inhumana y única.
Mientras eso ocurre y la humanidad sufre, solo quiero estar contigo, en algún rincón donde no te moleste. Y cuando lo necesites tomes mis manos que aún no han desaparecido y las lleves a tu coño, pidiéndome follarte tan desesperada como silenciosamente. Sobre los muertos y ante los humanos que sufren y mueren o ríen su imbecilidad.
Antes de que el amor se borre también, cielo.
Por favor…




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

11 de octubre de 2018

Con putas



¿Por qué con putas?
Para follarlas y no quererlas.

¿Por qué con putas?
Para no saludarlas.

¿Por qué con putas?
Para no sonreírlas.

¿Por qué con putas?
Para mentirlas.

¿Por qué con putas?
Para que me mientan.

¿Por qué con putas?
Para que no me quieran.

¿Por qué con putas?
Para que me ignoren.

¿Por qué con putas?
Porque solo cuestan dinero.

¿Por qué con putas?
Porque al semen no le importa
gotear sobre la piel que no siente.

¿Por qué con putas?
Porque son solo carne, es sencillo.

¿Por qué con putas?
Para dejarles el dinero entre las piernas.

¿Por qué con putas?
Porque me dicen que la tengo gorda.

¿Por qué con putas?
Porque su coño huele mal y soy bestia.

¿Por qué con putas?
Porque las humillo y me aceptan.

¿Por qué con putas?
Porque las jodo en silencio,
y me conforta.

¿Por qué con putas?
Porque soy macho en celo
y tengo prisa.

¿Por qué con putas?
Porque compartimos decrepitud.

¿Por qué con putas?
Porque se compran y se venden,
son cosas como yo.

¿Por qué con putas?
Porque no importa que mueran.

¿Por qué con putas?
Porque nací viejo y me falta tiempo.

¿Por qué con putas?
Porque sus mentiras no duelen.

¿Por qué con putas?
Porque tengo dinero y
me llaman corazón cuando me chupan la polla.

¿Por qué con putas?
Y ¿por qué no?

¿Por qué con putas?
Porque existen.




Iconoclasta




25 de julio de 2018

Un saludo cordial


La mujer con gorra me saluda como otras veces con una sonrisa cordial y amable. No es especial, es usual, es educación.
Es guapa…
Su coleta cuelga juguetonamente sobre la nuca tras aparecer bajo la gorra, por eso sé que es pelirroja.
Intento devolver el saludo con igual cortesía, no estoy acostumbrado a hablar y carraspeo un poco. Me sale un “hola” amable; pero creo que no he conseguido dedicarle una sonrisa.
No importa demasiado este acto de urbanidad; pero si no tienes ninguna esclavitud que hacer, acabas pensando en banalidades porque no existe la sensación de pérdida de tiempo.
Si la mujer supiera lo que escribo y lo que pienso, no me saludaría con tanta simpatía. Epicuro dijo: Vive oculto.
Es algo que he hecho desde mucho antes de saber que existía Epicuro y su frase. Desde pequeño sabía que debía callar lo que en mi cabeza hervía.
Si además de vivir oculto, consigues que todos crean que son más inteligentes que tú, el grado de anonimato y ocultación roza casi el prodigio de la transmutación del plomo en oro.
Soy un alquimista que nadie puede ver.
Observo durante una fracción de segundo a la guapa pelirroja, su sonrisa, su coleta nerviosa e inquieta y por último su culo.
Y vuelvo a mirar a los árboles, a las vacas que se ocultan en la sombras del bosque, a los corzos y las águilas cuando chillan desde lo alto y se lanzan entre los árboles para matar a su presa.
Cuando miro el reloj han pasado más de cuarenta y cinco minutos y sudo copiosa y relajadamente. Me arden los brazos por el sol y mi bicicleta respira relajadamente.
La pierna, su podredumbre y su tumor han perdido sensibilidad con tanta quietud, cosa que me preocupa un poco. Así que fumo.
Y concluyo entre bocanadas del narcótico y sedante humo, que no recuerdo, no tengo registros en mi memoria de haber empleado más de cinco segundos en observar detenidamente a un humano que no estuviera muy íntimamente cercano a mí, fuera adulto o cachorro.
Nací absolutamente impermeable a lo social.
Lo necesario para vivir en la piojosa ciudad y trabajar de mierda.
Nunca he podido comprender cómo he llegado a follar, enamorarme o ser padre.
Ahora que soy viejo, ni siquiera intento entenderme solo apunto un hecho.
Definitivamente, la pelirroja no me sonreiría con esa cordialidad si me conociera, si intuyera siquiera mi absoluta indiferencia a lo humano.
Me parece bien, porque no necesito sonrisas de nadie.
Tiene un bonito culo…



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

12 de mayo de 2016

Incontinencia irresoluble


Somos problemas que nadie quiere resolver.
¡Oh...! Otra vez... Siento que se me va el alma entre el semen que brota sin fuerza, como las palabras de los que agonizan.
Tengo cosas que no hacer, tengo un amor desesperante oprimiendo mi corazón y un hambre que me vacía el cerebro. Soy atraído por las nubes y el frío me hace arder.
Y no sé si pienso o cometo actos.
Demasiados pensamientos...
Soy confusión.
Y estoy sometido al caos.
Tengo el glande tan húmedo que es un esfuerzo no meter la mano en la bragueta y acariciarlo, aquí en medio de todos, ante todos.
Tengo miedo de morir porque dicen que nos convertimos en gases que pululan entre los vivos, restos indefinidos que no viven, solo flotan como un deshecho en el mar.
Madre y padre están muertos, no existen, no son vapor. Es un hecho, no hay más allá. A su muerte me aferro para no tener miedo a seguir en el mismo lugar con otra forma y con la misma frustración.
Me tranquiliza la muerte de los seres que amo, su absoluta inexistencia en cualquier plano, en cualquier dimensión. Sonrío al tener la absoluta certeza de que moriré decentemente: dejaré de existir. No seguiré en este lugar, viendo lo mismo, soportando esta apestosidad una eternidad.
Morir es morir, no hay transición de mierda.
Por favor... Una mamada, cielo...
Se me sale de nuevo. Te lo ruego, monta en un rayo luz y llega a mí, arrodíllate hasta mi pene goteante y sonríeme mientras me acaricias y limpias con tus labios lo que podrían ser hijos tuyos.
Vivir con intensidad es estar sometido al cuerpo, al propio y al de ella.
Aunque temo que ya no es mi cuerpo.
Quiero decir, que sin cuerpo no hay polla ni coño. ¿Entonces qué gracia tiene para los crédulos creer que serán almas?
Ocurre que sin quererlo se me escapa el semen, como un accidente. Una gozosa incontinencia.
Lo preocupante, es que no siento  vergüenza. Es un secreto placer que explota a la luz del día, en plena calle.
Mi pensamiento es un caos, un desorden, un absurdo de un pintor drogado y enfermo de gonorrea.
Explota secretamente ante niños, adultos y viejos. No es por ellos, nadie me importa más que ella.
Me derramo al evocarla, sin tocarme. Un enfermo que no controla su cuerpo.
Una extraña y paranoica incontinencia.
Su pensamiento tiene la frecuencia precisa que fibrila mi glande y los cojones. Como una descarga eléctrica me sumiría en la catatonia.
Ocurre tomando un café, observando el cielo y la miseria; esa crema que se me sale se extiende por los genitales imitando con su calidez, lo que su mano haría si estuviera dentro de mis calzoncillos.
Soy un misterio a quien nadie presta atención.
Pienso en la muerte y la humana miseria en vano intento para conjurar su pornográfico hechizo. No quiero visualizar su cabellera salpicada de mi esperma por una mamada que me aspira hasta el pensamiento; porque me corro otra vez.
Sus dedos acariciando mis cojones llenos, contraídos...
Otras veces al mear lanzo gordas gotas de esperma que doblan mis rodillas en un repentino acceso de placer, como si ante un altar blasfemo me encontrara. En un sórdido inodoro lleno de mierda, el blanco y denso amor causa un vomitivo contraste con los restos de seco excremento.
También vomito por la mezquindad, es fétida y mucho peor que lo que yo escupo por la polla.
Nada es perfecto salvo ella y su absoluta precisión para poseer mi cuerpo y mi alma.
El problema no es vivir, el problema es la longevidad: demasiado larga.
¿Qué ocurrirá cuando se me sequen los testículos? ¿Eyacularé sangre? ¿Escupiré mi cerebro por el pijo?
Será mi sacrificio ante ella, que con picardía me masturba con las piernas indecorosa y divinamente separadas para que mi semen impacte en la única buena creación de Dios: su coño hambriento.
Tenemos nuestros juegos.
Todo el mundo busca la felicidad y el amor, como si abundaran.
Como si tuvieran la obligación y el derecho de tener y disfrutar de semejantes cosas.
El amor no es esa banalidad que todos sueñan, el amor es mi pene en una continua y descontrolada hemorragia pornográfica.
Y es amor, un amor más fuerte que la muerte de millones de seres humanos.
A mí me importa una mierda si la humanidad disfruta o no; me bastan mis insanos placeres, mis pérfidas y secretas eyaculaciones.
Sin embargo, empiezan a ser preocupantes estas corridas extemporáneas.
Me aburre y me cansa el exceso de higiene que requiero.
Nada es perfecto, salvo ella y el amor que me arranca de los cojones.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

26 de marzo de 2016

Patos y primavera



Yo no quisiera ser pato porque vuelan siempre uno al lado del otro, parecen aburridos.

No es que la primavera en sí misma, condicione el ánimo hacia la vida más cariñosa, tierna y relajada. No tiene nada que ver la floración de los vegetales y la actividad animal.

Ellos no follan, le llaman "pisar". He oído a especialistas en coitos ornitológicos decir: ¿Qué, compadre. Ya la ha pisao el macho?. Yo no piso, yo la meto.

Lo que ocurre es que cuerpo y mente, tras luchar contra el rigor del invierno, se relajan. El cambio o la mayor actividad hormonal, obedece a esta causa.

Yo no tengo equilibrio para pisar a una hembra de esa forma. Lo mío son las uñas arrastrándose por la piel que deseo. No sé como pueden tener huevos (me parece que se llama huevogenesis u ovogenesis en jerga culta) cuando todo depende de esos pies palmeados que tienen. Yo a veces los veo foll... perdón, los veo pisarse y me parece que simplemente hacen gimnasia acrobática. Resbala el macho sobre la hembra hasta el aburrimiento. Tal vez en algún momento se la mete, pero es tan breve que siento lástima por ellos.
No es elegante.

Yo nací con alguna carencia, porque el invierno no causa mella en mí, no me preocupa.
Mis erecciones y la humedad en mi glande se mantienen constantes a lo largo del año.
Soy incapaz de recibir la primavera con alivio o alegría. No siento que sea luz tras oscuridad. Echo de menos el invierno con las primeras subidas de la temperatura.
Echo de menos la templanza que hay entre tus muslos, en lo más profundo de ellos, los labios ocultos que también quiero besar.

Siempre dicen "cua-cua", su vocabulario es indecorosamente escaso. Lo que me lleva a concluir que su cerebro es muy pequeñito. Demasiado para mi gusto.
Aunque a veces pienso que a todo dicen "cua-cua" en un tono que viene a decir: "me la pela", "me importa una mierda" o "está bien; pero déjame en paz. ¿No ves que estoy agitando mis palmípedas patas en el agua?".

Así que no tengo semejantes, no tengo nada que compartir. Y lo que es mejor, no siento necesidad ni humor  para hacerlo.

Y esa forma presuntuosa de nadar con tanta facilidad, son unos bordes.
Pedantes...

No varían, no fluctúan mis palabras y mis ojos con los cambios estacionales. Sigo observando el planeta con los párpados entrecerrados; si en un momento fue para protegerlos del frío, ahora para defenderme de la inmisericorde luz.
Sea como sea, no quiero abrirlos del todo, necesito ocultación y acecho a todas las cosas, a todos los seres.

No quiero ser pato porque no tienen bolsillos ni dedos para una pluma estilográfica y papel.

No me importa tampoco no ser un hombre clasificado como tal. Ni hombre, ni pato...
Solo soy manos, un pensamiento y un pene que se escapa de cualquier norma, que se ahoga en ellas, en las que se pudre.

No quiero ser pato, porque son felices con el mismo río, con las mismas piedras. Porque pareciera que nada cambia a su alrededor.


Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

14 de febrero de 2016

Día de enamorados, me parece que no


En días como hoy hay seres tristes que lloran la imposibilidad de abrazar y besar a quien aman.
Y en días como hoy los hay que despiertan con una sonrisa en el rostro, ilusionados, felices. Expectantes de lo que les ofrezca un día de enamorados.
Es normal padecer o gozar las celebraciones tradicionales cuando se tiene una fuerte dependencia del ritual social. Cuando crecer y acumular experiencia no ha servido de nada, cuando el pensamiento no tiene relieve alguno. La esclavitud mental está tan insertada en el tejido neuronal, que nadie se da cuenta que la padece.
Cuando se es libre, cuando eres ajeno al ritual, no existen días especiales.
Amas, deseas y odias igual todos los días. De la misma forma que el que fue un hijo de puta en vida, lo es en el recuerdo ahora que está muerto.
La muerte y los santos días, no tienen nada que cambiar en mi pensamiento.
Puedo elegir cuando odiar o amar independientemente de los calendarios.
Y de una forma casi aleatoria, el día de navidad podría ser el de la mamada, el de la resurrección de mi perra muerta.
El domingo de ramos sería un día masturbador, porque al fin y al cabo, hay cierto mimetismo en golpear el palmón contra el suelo y el movimiento cadencioso y vertical de mi puño en mi rabo.
Y de la misma forma, por mimetismo o por simple y voluntaria maldad desinhibida, san valentín es un buen  día para arrancar a alguien el corazón y meter tierra en el agujero que he dejado en su pecho.
La libertad es extraña para los demás, nunca se practica como alguien espera.
Caín cansado y aburrido decide reventar el cráneo del mezquino Abel, el que le lame el culo a Dios y yo me fumo un cigarro observando el mal simulado orgasmo de una zorra en un video porno que lanza chorros de orina con gritos de cerda degollada.
Me parece bien, podría ver noticias o un documental; pero la versión que me dan del mundo es más sórdida y sucia que la orina que la actriz-puta salpica entre sus muslos abiertos y los indecentes y gruesos labios de su coño.
Me gusta tanto la indecencia... Sobre todo la del pensamiento me apasiona.
Y evoco clítoris duros, resbaladizos, la lengua sintiéndolo, el inolvidable momento  en el que emerge terso y los vientres que se sacuden con un orgasmo incontrolable.
Como los sesos de Abel escurriéndose del cráneo que Dios creó.
Detengo el puto video, me calzo las botas y salgo a ver las nubes entre las montañas; absolutamente alejado de cualquier pauta cívica y social, para concluir por el camino, que san valentín es un día tan bueno como cualquier otro para que alguien muera.
Sinceramente, algún derrame o infarto que ya no recuerdo, debí padecer en algún momento; porque el asunto empático es inexistente en mi cerebro.
Me coloco los auriculares y escucho a los rolling cantar al diablo y su simpatía y sé que toda la humanidad está equivocada y hace las cosas mal. Porque hoy es el día más indiferente y falto de emoción.
Y digo como siempre, cuando he de poner las cosas en su sitio y buen lugar: el amor es un sentimiento que nace directamente en los cojones.
Escupo la colilla, enciendo otro cigarro y llueve.
Me gusta y sonrío, un poco torcidamente, al fin y al cabo siento rencor hacia tantas cosas y seres, que el cariño parece un insulto a mi inteligencia.
Sería perfecto que un rayo fulminara una de esas grandes torres eléctricas de alta tensión y espero un rato por si ocurriera.
Si tuviera alas como un ángel, no volaría, las extendería para resguardar y proteger mi espacio, para que nadie se acercara demasiado y me rozara.
Escondería cuchillas de afeitar entre las blancas plumas.
Es hermosa la plástica de la sangre sobre las plumas blancas, no existe nada más hermoso.
Me apetece un café.


Iconoclasta

6 de septiembre de 2015

A quién le importa


Es extravagante el planeta con su multitud de episodios o escenas, todo transcurre absolutamente independiente de quien muera o viva. Solo a unos pocos les importa lo que les ocurra a otros pocos por su proximidad o parentesco.
Menos mal, de lo contrario podríamos estar en una especie de beneficencia enfermiza.
La enorme y repugnante babosa se alimenta lenta y miserablemente de un hongo, un viejo orina contra un muro de la calle, un niño se cae con la bici, un hijo desprecia a un padre, una madre que no quiere serlo llora porque los abortos no fueron posibles, un tipo trabaja con cables en lo alto de una escalera con cierta tristeza, un padre aprende a ignorar a su hijo, alguien muere de hambre, alguien muere alcoholizado gracias al mucho dinero que ha podido disponer para ello, otros compran automóviles como si fuera la exhibición orgullosa de sus genitales, una mujer se masturba con cadencia hipnótica frente a la cámara de su pc, y un hombre con menos elegancia. Una cucaracha suena a patata frita cuando se la aplasta, un idiota luce a su hembra preñada como si hubiera sido el macho alfa de alguna mierdosa manada, como si embarazar una mujer fuera algo insólito o digno de admirar.
Y yo, otro tipo, escribe de lo que estaba harto de ver y de lo que se ha librado al fin, en una ya fría montaña...
 Y así hasta marearse y vomitar. 
No vomitas porque te das cuenta que el ruido de motores se ha transformado en el sonido de un río al correr entre las piedras y ya no hay aristas arquitectónicas delimitando un pequeño trozo de cielo.
Sin embargo, todas estas cosas que apenas atañen a nadie, son juzgadas por escleróticas enfermas de deseo e injerencia. Allá donde los humanos castrados lucen su mierda de oropel, las ciudades son el escaparate de la mediocridad.
Envidia en definitiva.
Porque los mediocres tienen una "normalidad" patrón y todo  lo que se sale de esos parámetros es algo que denunciar, es algo por lo que irritarse, hijos de puta. Hasta la forma en la que un niño hambriento caga sus propios intestinos porque los tiene vacíos.
¿A quién le importa quién ríe y quién llora? Cada cual tiene su turno de tragedia y comedia, no debería haber piedad ni fascinación por nada ni nadie con tanta frivolidad.
No se debe prestar atención a todo, se debe ser selectivo y dirigir odio, amor, sexo y violencia a objetivos concretos. Muy bien escogidos.
Una serena indiferencia es lo que quedaría si se esfumara la envidia.
Muchas amistades que son meras alianzas para consolarse de lo que no se tiene o conseguir lo que se envidia, pasarían a ser simples conocidos que apenas se saludan. El nivel de amistad bajaría un millón porcentual.
Esa indiferencia, tal vez, dejaría paso libre a otros afectos.
La mierda evoluciona a otras formas gracias a moscas y microorganismos; pero no así. Jamás desaparecerá la envidia, ni en los sueños. Esto no es Disneylandia.
Hay que buscar un cielo sin aristas y un mundo sin motores para alejarse de toda esa mediocridad que es la envidia cosida a todos los humanos y sus accesorios.
Hay que volver allá donde los instintos no son sometidos a juicios y donde los hijos aprenden a vivir por si mismos con rapidez, para que la envidia y la inmediatez con la que nacen no haga de ellos los insectos y los microorganismos de un excremento.
No es que me importe, no quiero un mundo mejor ni peor, solo digo.
Puede morir, reír, masturbarse,  nacer y abortar quien quiera.
Solo suspiro aliviado de poder evocar y ya no padecer los tiempos pasados y tristes de mediocridad.
Es más, quiero que siga así. Me gusta ser algo extraño, exclusivo y excluyente.
Que quien tenga que sufrir, sufra. No importa.
Me gusta el crujido de las hojas secas en otoño, como me gusta el olor de la resina caliente de los pinos en verano. Es suficiente.
Bye...



Iconoclasta

6 de febrero de 2015

Indiferencia o cáncer del alma


Que mueras no tendría demasiada emotividad en mí. Tal vez una escueta sonrisa de satisfacción, no más.
Es que eres tan poco importante, que si vives o mueres, no consigo sentir nada. No causa emoción alguna en mí tu estado.
No servías ni de adorno. Aquel tiempo contigo fue tan insulso y árido, que no dejó lugar para la añoranza. Arrasaste lo que fue y lo que pudo ser y yo aprendí que no importaba. Que solo era cuestión de esperar pacientemente salir de ese pozo de hastío que era la vida contigo.
Me acuerdo de ese sol que mataba el deseo de caminar y las largas horas muertas compartiendo espacio contigo. Esa sensación de vacío y de pérdida de tiempo que solo se aplacaba cuando por fin te ibas a trabajar... Qué descanso...
Me acuerdo de libros y películas que vi solo; pero no tengo un recuerdo definido de haber estado contigo en algún buen momento o lugar. La vanidad no es compañía, es un persistente desagrado.
Es razonable, que si vives, mueres o te haces millonaria, no me interese.
De hecho, no lo sabré.
El aburrimiento que producías destruyó cualquier interés pasado y futuro, si lo hubo.
Si salió algo interesante de aquellos años, han sido estas palabras trascendentes solo para mí. Y esta indiferencia que me preocupa en cuanto a que pudiera no ser humana, o una lesión, o un tumor cerebral...
Menos mal que retrospectivamente el tiempo pasó volando.
Porque podría ser peor: estar aún cerca de ti.









Iconoclasta

20 de julio de 2014

Se vende hombre insensible


Se vende hombre insensible, a prueba de toda clase de situaciones, absolutamente indiferente a la vida de los demás y a la muerte propia.
Come lo justo y necesario para sus gustos y caprichos (es económicamente suficiente), manteniendo una razonable higiene en la cocina. Es ideal como decoración.
Por simple filantropía y generosidad, se comerá el coño de su dueña si así lo quiere ella. Eyaculará silencioso sobre la piel por la que siente indiferencia, convirtiendo el acto sexual en algo sórdido, como en las mejores películas de corte hiperrealista e intimista.
No levantará falsas ilusiones ni mentirá, porque no es necesario, porque no le importa si algo duele, incomoda, humilla o molesta. O todo junto.
El objeto de compra se compromete a mantenerse vivo por un periodo no inferior a 15 (quince) años, al cabo de los cuales, me reservo el derecho al suicidio o a avivar y promover un cáncer de pulmón. El objeto de compra es fumador y bajo ninguna circunstancia dejará de fumar cuando y donde le apetezca.
Ejerceré como elemento de seguridad en el hogar y esporádicamente puedo realizar pequeñas y superfluas tareas domésticas.
Donde realmente se encuentra mi utilidad, es en la decadencia de mi pensamiento misantrópico, y el total descontento de mí hacia el mundo e incluso hacia mí mismo.
No existe nadie tan vacío ni frío como yo. Nadie tan fuera de lugar en el mundo.
Mi función, es pues, catártica para mi dueña.
Aquella mujer que me compre, al observarme, se dará cuenta de la verdadera desolación de un ser, presumiblemente humano. Se sentirá, así, dichosa todos los días de no tener nada en común con la propiedad adquirida.
Bendecirá su buena estrella cuando cierre la puerta tras de sí dejando toda esa miseria que soy yo, encerrada en la casa.
Podrá ver cada día como me aboco cada día hacia la muerte entre altibajos emocionales propios de un desequilibrado mental. Y lo más importante, lo podrá compartir en el muro de su red social y con sus amistades.
Seré la más exóticas de las mascotas.
Puedo resultar todo lo patético que pueda proponerme, y si es el deseo de mi dueña, en una intimidad adecuada, me masturbaré con la cabeza cubierta con una bolsa de supermercado, como si me encontrara haciendo mi última voluntad ante mi verdugo.
Incluso puedo hacerme un lazo decorativo en los genitales y fotografiarme si así fuera su deseo y mi humor en ese momento para acceder a ello.
En definitiva, pues, puede sentirse libre de proponerme cualquier aberración sin que ello cause en mí ningún escándalo o escrúpulo. Si ella decidiera asesinar a alguien, yo no pondría objeción alguna.
La compradora se compromete a crear un lugar físico exclusivo para mí y para mi desarrollo como escritor acabado y frustrado, donde pueda mantener en el desorden que yo crea conveniente mis papeles, plumas, libros y ordenador.
En el caso de que la compradora se sintiera triste o decaída por un mal día o unos biorritmos hormonales impredecibles, puede hacer como que no existo, porque de hecho, no vivo, solo estoy. No me preocupa que piense en determinados momentos si soy un hijo de puta o un cerdo sin corazón. Como no me importa la ternura que pudiera inspirar cundo esconda mi rostro tras un libro o una libreta porque a nadie le importa si grito o lloro.
No garantizo ningún tipo de conversación gratuita o amable, no es mi función ser dama de compañía, sino todo lo contrario.
La razón de venderme, es que soy el hombre más solo del universo; pero por esta misantropía con la que fui parido, es mi voluntad, mi capricho y mi orgullo mostrarme ante los otros seres vivos como lo que soy, para que en algún momento pueda causar molestia o incomodidad con mi propia existencia. De la misma forma que dicen que Jesucristo nació para redimir a los hombres, yo he sido gestado y expulsado al mundo para que se sepa que la vida es una mierda y que al menos un humano ha nacido en un lugar que no debía en un tiempo que no es suyo. Y que ningún lugar o tiempo, podrían consolarlo de su propia existencia, en tanto haya un ser humano respirando a menos de 10 kilómetros (diez) a la redonda.
Soy una permanente performance, es el concepto que podría definirme.
Salvo que las performance duran poco tiempo, por lo cual, mi compradora, deberá demostrar una madurez mental perfecta para que pueda mantener un nivel de cordura aceptable y no someterse al desgaste que provoca mi presencia entre los seres humanos.
Si escupo o meo sangre, la compradora, podrá exigir mi examen médico, para preservar su propiedad, solo por los primeros 15 (quince) primeros años antes mentados. Me someteré a las curas necesarias para mantenerme vivo durante ese tiempo.
El precio se acordará en la absoluta intimidad, para que ningún estamento público pueda exigir impuestos por la transacción.







Iconoclasta

28 de abril de 2014

Errores de amor en la red


Ya no cometeré ningún error jamás. He aprendido:  ya sé como empieza, como sigue y como acaba.
Lo juro, porque pongo mi voluntad en ello. Algunos dicen que no se debe decir "nunca" porque la vida da muchas vueltas.
Yo lo puedo decir, porque además de mi voluntad, ya no hay tiempo.
Mi férrea determinación y la edad se encargarán de que ya no cometa errores.
Yo hago y deshago como Dios.
Y es un descanso, se acabó todo, se acabaron las ilusiones, las expectativas y el futuro de mierda lleno de emociones y novedades. Me siento tranquilo y seguro con el tiempo a mi favor, liberado de todo tipo de responsabilidad.
Nunca debió ocurrir...
Sueñas, amas y aterrizas en un lugar con un buen decorado, pero tras el telón y entre las tramoyas  hay seres que interfieren, hay amores y deseos insatisfechos, lascivias secretas que nada tienen que ver contigo. Caes en ese paraíso falso y sin darte cuenta cargas con todas las miserias y todas las melancolías de una vida que realmente no te importa. Que de hecho no importó nunca, solo era un mal momento en el que te enamoraste.
Culpas, errores y hambres ajenas es lo que encuentras.
Un montón de gente que la ama más que nadie y ella se convence de que es así, hasta que le lamen el coño y no sabe a rosas ni es maná. El amor y el deseo acaban aburriendo cuando el deseo es falso, da igual lo hermosos que sean los amantes.
Estoy seguro de que el hombre elefante follaba.
Se me da bien  encontrar basura en el mundo, de hecho no he visto nada limpio, nada despejado de suciedad.
Es un atrezzo lleno de hipocresía, mentiras convincentes y convenientes.
La virtualidad jamás debió convertirse en realidad, se ha deformado, roto...
Una masa que se desliza lentamente por la pantalla del ordenador como un excremento viscoso.
Un sueño abortado.
Hace años que nació la era internet, de las falsas comunicaciones, de los deseos inmaduros, del afán de engordar las vanidades que una vida mediocre no puede llenar.
Y los que llevamos una vida mediocre, por muchas emociones que escondamos o dejemos salir, somos mediocres.
Las actrices actúan siempre y los escritores nos enamoramos.
Las actriz arrastra su erótica mediocridad en conjunto con sus amigos y confidentes, saben más de ella, de sus anhelos sexuales y de su coño que el amante que soy yo.
Yo no era un amante, solo un follador  casual. De eso te das cuenta enseguida.
Me masturbo en solitario recordando las video charlas con ella, no me masturbo evocando cuando se la meto. Es curioso, el espejismo aún ahora tiene una buena intensidad, al menos literaria.
La que amé tiene demasiada chusma a quien querer y su vanidad no deja descansar su coño ni su mente repleta de cariños de la infancia, de la juventud, de los que le hacían el coño agua y los que la hacían llorar. Necesita la fama y ser amada por todos.
Necesita el dolor para restar banalidad a los minutos del día.
Los escritores somos solitarios e introvertidos, fue una mala elección, una mala combinación.
Fue mi error, mi gran error, no lo quise ver porque amaba cada gesto de ella como si fueran dedicados a mí. Fue bonito el juego.
Le enseñé mi polla y me masturbé ante ella en la webcam mientras ella se acariciaba su raja, era el sexo en solitario más intenso. Era vulgar a grandes rasgos, pero cuando haces eso, no piensas en los cientos de miles que hacen lo mismo, como no piensas al follar, en los cientos de miles que lo están haciendo. El amor nos hace exclusivos, o debería hacerlo.
En nuestro caso, la exclusividad era papel higiénico en un portarrollos mugroso. La exclusividad la tenía con ella y con veinte más.
Fui en su busca y a la salida de aduana  del aeropuerto, me esperaba cogida de la mano de su compañero de reparto en la película. ¿Los amigos se llevan de la mano y se comen la polla y el chocho? ¿Los amigos se aman de mierda? Pensé que el actor nos ayudaría a follar, que mantendría las piernas abiertas de mi hermosa actriz para que se la metiera  sin problemas. Sus manos abrirían los labios de su coño para que yo pudiera irritarle el clítoris a lengüetazos.
No tenía que estar de su mano, si quiere ir de la mano de muchos seres que se vaya a una guardería. A mí me jodió.
Y me di cuenta en ese instante que dejé de amarla. Allí no había complicidad mierdosa. No había el gran amor y el deseo incandescente de dos, era mierda en bote.
Me enamoré de una actriz de moda, de una gran belleza que enloquecía a su público, que llenaba las salas de los cines . De alguna forma le gustó mi podredumbre mental, de alguna forma me gustó su sensualidad directa y aparentemente sencilla.
Y mi polla se enamoró de ella, pero su coño, no del todo.
Mientras la amaba, cada vez menos por minutos, la follaba. Siempre va bien follar, y además me gusta ser mi propio personaje de un relato retorcido como un sarmiento seco. Acabé pensando que mejor era tirarse a la actriz que follar con una puta y pagar demasiado dinero.
Fue solo un juego, ella quería captar la atención de un escritor maldito y el maldito acabó entre sus piernas que olían a deseo y semen viejo de otros. A desánimos y euforias de amantes y amigos. O amantes-amigos, de esos deficientes mentales que aún creen en los reyes magos porque es bonito mantener la ilusión. Comparaba medidas y orgasmos, porque era necesario para su inocente vanidad, porque en verdad, su vanidad era inocente hasta el punto de que me convertí en la causa de su depresión.
Fui el personaje de mi propia locura literaria. Y me encontré con todos los idiotas del planeta, hechos carne y hueso a mi alrededor. ¿O alrededor de la actriz?
Como búfalos cafre de la sabana africana, la protegían de mí rodeándola. No sé de que la protegían, porque no quedaba en mí el interés por desear estar a solas con ella ni un minuto al día.
No deseaba ni siquiera gritarle, ni lanzarle mis reproches.
Solo me ha salvado del ridículo mi incapacidad de amar como un patán, a pesar de ofrecerme su coño y sus más preciosas actuaciones he sabido mantener una tranquila indiferencia.
La mano de su amigo entrelazada en la suya, en el aeropuerto, fue la prueba de mi error.
Aunque las veces que he follado con ella, lo convierten en un error menor cuando has dejado de querer.
Tengo una facilidad espantosa para dejar de amar y ahora estoy aquí esperando el desenlace, como si de un aburrido libro se tratara, sin emoción alguna. Jugando a la hipocresía, esperando el momento propicio para desaparecer sin una sola palabra, ya tranquilo y con ganas de irme con mi soledad y mis malditas letras a un lugar donde ya no se repetirá el mismo error, soy viejo.
Así que con algún resto de amor de esos que ella tiene, nos besamos y nos decimos delicadezas de mierda. Cortesías de los que follan o se lamen  el sexo.
Y mientras folla con otro, yo soy su molestia. Soy aquello que jamás hubiera querido tener cerca,  porque le amargo su romance.
Cuando llega a casa y nos encontramos, miro su coño con descaro y fijeza, más que nada por si le veo alguna mancha de semen y fluido de cuando acaba de follar.
Ella siente insectos en los pies. Ha desarrollado un pleno rechazo hacia a mí; pero de todas formas jodemos, es algo puramente funcional...
Yo no la rechazo, simplemente me da igual.
Así que soy paciente, disfruto el momento, ella sabe que yo sé de sus amigos-follantes, de sus amigos confidentes y de sus amigos-de-la-infancia-de mierda y no puede sentirse cómoda. Siente que algo huele a podrido en Dinamarca al no ser la protagonista del próximo drama de celos que sus amigos interpretan tan bien.
 No tienen que protegerla, no corre peligro conmigo. Tal vez nadie se crea que alguien puede sentir tanta indiferencia.
Espero el momento propicio. Cuando se la haya metido profundamente  en el coño y la haga gemir de placer en un intenso orgasmo y escupa toda mi leche con un ronquido, saldré de su vida en silencio, sin una sola palabra. Sin un adiós.
Y la olvidaré tan pronto como en el instante que la dejé de amar, cuando la vi de la mano de aquel idiota.
Me pregunto si soy humano. No peleo por recuperar el amor, peleo por no ser demasiado rápido sintiendo indiferencia, lucho por intentar amar, por conservar lo que pudo ser hermoso.
Intento enmendar errores, pero no puede ser. Me aburro de amar, me aburro de intentarlo y  al final acabo deseando estar solo en algún lugar cómodo del mundo.
Me aburro de sentir curiosidad y me aburro de esperar a nadie.
Y no doy nada por nada. Cristo murió sin un solo benficio. Yo no soy un estúpido beato.
Mi cinismo es mi gran defecto, mi gran defensa. La fuente de mi ingenio.
Soy un escritor maldito y me gusta enterrar todo lo que pueda parecer bello, todo el amor y todo el odio, es una forma de combatir mi mediocre vida. Los escritores malditos navegamos en un mar de tempestades sin que se nos apague el cigarrillo que cuelga de nuestros labios. Asistimos a todo tipo de muerte y sufrimiento con la firme decisión de hacerla importante con nuestras palabras en nuestras mentes.
Asisto a mi propio error de amor en la red como si de un relato se tratara. Soy ponzoñoso hasta conmigo mismo.
Convierto errores mediocres en sucesos importantes, trastoco la puta realidad para hacerla densa y trascendente.
La mierda esplende con luz propia en mi mente y va más allá de lo que jamás sentiré por nadie.

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Me la he follado en la madrugada, le he atado las pies y las manos, la he convertido en mi Cristo femenino en la cama. Le he mordido los pezones, he lamido su estómago, su ombligo y he bajado por el vientre hasta la raja de su coño. Y me he detenido en el clítoris castigándolo con la dura punta de mi lengua hasta que sus piernas no podían estarse quietas por el placer.
La he penetrado hasta que mi polla se ha mojado completamente, hasta el punto de correrme, y se la he metido en la boca donde le he soltado mi lefa. He salpicado sus ojos, sus labios y sus tetas.
Luego he succionado su clítoris hasta que se ha corrido mordiéndose los labios y clavándose las uñas en las palmas de las manos.
Cuando la he desatado se ha dormido instantáneamente.
Se ha ido pronto al rodaje de su nueva película. 
Yo he preparado un par de maletas con mis cosas. Llevo el billete de avión en el bolsillo, lo compré hace dos meses. Jugueteo con el pasaporte en la mano, como si fuera el fetiche que me protege de mis errores, el que conjura los falsos amores electrónicos.
El viaje en taxi ha sido maravilloso, a medida que me alejo de ella, me siento  mejor.
El avión está medio vacío, hay poco ruido, hay tan pocos vulgares que no siento esa necesidad de salir deprisa de los lugares con demasiada concurrencia humana.
Mi teléfono está apagado y lo enciendo.
Hay mensajes que no he leído durante el trayecto en taxi al aeropuerto.
Me pregunta donde estoy, que esta noche vendrá pronto y que le gustaría ir a cenar al Caesar's, un restaurante propiedad de una amiga suya, con  la que se ríe de mis cuernos como si yo fuera un idiota incapaz de comprender sus risitas cómplices de deficientes mentales.
El avión se va a estrellar en el mar, un fallo repentino del sistema eléctrico ha apagado los motores,  no hay forma de tomar el control. El mar es un muro de hormigón que se acerca a una velocidad de vértigo.
Enciendo el celular para enviarle un mensaje de despedida, pero lo descarto. No siento necesidad de despedirme ni de la vida ni de ella. Las mentiras tienen su momento y ahora no lo es.
Lo dije: el tiempo no me daría tiempo a cometer un nuevo error.
Y mi próximo relato muere conmigo.
Errores de amor en la red que no son errores, solo fraudes sin la menor intención de ir más allá de una sonrisa hipócrita.
La vida es ahora un montón de gritos, de agua y metal.
La vida entra por mi nariz y mi boca. Mis pulmones intentan sacar aire de ella, pero no puede ser, entre otras cosas porque el apoyabrazos del asiento de delante se ha clavado en mis intestinos.
No me equivocaré nunca, estoy a salvo.
No me gusta  el mar, debería escribir de...






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