Las cosas mínimas suaves y hermosas existen para avergonzar la vanidad de las cosas grandes y cárnicas y sus miedos banales.
Las cositas mínimas existen y es imposible no preguntarles: “Hola pequeñas. Sois tan valientes… ¿No tenéis miedo a morir?”.
“A veces dan ganas de llorar al veros, pequeñas mías. No sé porque...”
Me provocan una lástima, una pena pequeñita como ellas; que florece en mi corazón incoloro.
Una lástima porque me duele que mueran, son muy frágiles.
Aunque no más que yo. ¿Está ahí mi vergüenza?
Las cosas mínimas viven hermosamente y mueren en tecnicolor, la muerte no puede robarles en un segundo lo que un día fueron. La muerte no les roba el color que las hace bellas como deja fría la carne de las cosas grandes, en apenas un pétalo desprenderse y caer a la tierra como una lágrima de amor y melancolía.
¿Cómo lo hacéis para marchitaros tan bellamente?
Las cosas pequeñas son como el amor que siento, oculto entre la fronda nemorosa, silencioso, con los colores de la pasión y el valor, ancladas a la tierra y tan libres y potentes que irisan mis retinas pintando mi pensamiento. Y sin miedo a la muerte, la de nadie.
Tal vez amo como ellas viven: con un terciopelo violeta que no hace daño a nadie, solo ¿conmueve? (me aterra la duda). Sin gritos, sin molestar.
Tal vez me quiero mentir. Tal vez quiero amar y no sé.
Mierda…
No sé porque quieren las cosas grandes que no ame, lo hacen todo para que odie.
Porque si no amas, no encuentras las mínimas cosas bellas y esa penita hermosa.
Esa ternura que la soledad te regala en la inmensidad del planeta en una mirada secreta; un dolor también pequeñito para no sentirte del todo un trozo de carne de color infame.
Si no amas, te ahogas en tus propias lágrimas, que atascados los ojos, te inundan por dentro.
Ojalá de mi carne marchita surja una violeta pequeñita, una piedad por un pensamiento que ya murió.
Hasta pronto bonitas, ojalá viváis más que yo, lo hacéis mejor.
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.
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