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17 de julio de 2021

Mens sana in corpus fractum


Si tienes una mente fuerte y un cuerpo roto, eres puro conflicto. Te hace exótico; pero es una exclusividad que no da beneficio alguno.

Las cosas que sabes y quieres hacer no las puedes realizar por mucha espiritualidad de mierda y buen rollo que le eches al asunto. Y semejante paranoia, te lleva a ser muy cuidadoso con lo que sueñas para no desestabilizarte demasiado.

El optimismo lo enrollas y te lo fumas, mientras tanto palpas los bolsillos buscando algo que te pueda relajar tras haber incinerado toda esperanza. Y entonces la navaja te conforta.

Es la mejor y más precisa salida de emergencia en caso de que la mente se resquebraje también. Y nunca se está tan roto como para no desplegar suavemente la hoja.

Te dices: “Es mejor que te tranquilices, tienes la herramienta, la llave adecuada”.

De cualquier forma acaricias con un dedo el frío filo de la esperanza y se forma en la piel una sutil y milimétrica línea roja que al cabo de unos minutos te lanza algún mensaje de muy leve dolor y alarma. A la sangre no le gusta estar fuera de la carne porque se coagula, se "marchita”.

Pero dentro también se coagula, y a veces mucho; hasta matarte.

Tu boca se convierte en un géiser rojo que lanza los trombos o coágulos que los pulmones diluyen con una tos malsana, sintiendo en todo momento que alguien te pasa papel de lija por dentro de la espalda, algo te araña los delicados pulmones.

Más exactamente: algo ardiente como un hierro al rojo te quema esas membranas. Y no hay forma alguna de distraerse de ello por mucho que te masturbes. Porque cuando te corres, escupes una buena bocanada de sangre burbujeante. Y eso duele un cojón, el conjunto, no la sangre.

Acaricias otra vez la navaja con la absoluta certeza que no vas a volver a pasar por ello.

La sangre habla por hablar, como todo lo que existe quiere aportar su propia mentira al mundo. La sangre se pudre también dentro del cuerpo, qué cojones.

Es necesario en este momento de miedo y enfermedad epidémica contar estas cosas por el simple deseo de joderos; decir que nada va a salir bien es uno de esos deleites que sorbo prolongada y profundamente.



Iconoclasta

8 de abril de 2021

Máster en tristeza


(El tristeópata toma de la bandeja de la impresora el e-mail. Como si en una primera lectura no lo hubiera creído, se lleva el puño a la boca para ahogar un grito. Sus ojos están brillantes, desesperadamente húmedos. Una alarma del ordenador le recuerda que es hora de iniciar el nuevo curso. Guarda la carta en el cajón de la mesa y respira profundamente varias veces antes de salir de su despacho)


–¡Hola a todos, amigos tristes!

Soy Tristán Llanto, doctor en tristeología y tristeópata. Estudio la tristeza y guío a los seres entristecidos en la metodología para erradicarla.

Deberán disculpar mi vanidad; pero me considero un auténtico honoris causa de la tristeza, la he padecido en muchas ocasiones por las más variadas razones. Pudiera ser que algunos de vosotros hayáis padecido más que yo. La diferencia radica en que yo tengo una facilidad innata para gestionarla, sin duda alguna, debido a mi reticencia al trato humano. Porque como ya veremos, la tristeza se debe gestionar en soledad.

Que conste que no os odio, y mucho menos ante lo que pagáis por este curso. Casi tanto como para crearos otra nueva tristeza que os servirá para poner a prueba la utilidad de este máster.

Es broma, alegrad esas caras si podéis.

Hay distintos motivos de tristeza; pero solo una tristeza. Siempre es la misma ocurra lo que ocurra. Puede ser más larga o más breve; pero no hay tristezas distintas para un mismo humano.

Por lo tanto, los tristes nos gestionamos con una metodología única e invariable.

Suelen decir los psicólogos que hay que encontrar el motivo (en caso de desconocerlo) de la tristeza. Es un gran error, los psicólogos quieren ganar dinero, como yo. Solo que ellos lo ganan muchas más veces con un mismo ser humano.

Buscar causas que se desconocen es un error, mis tristes. La tristeza es una afección tan emocional, tan intrincada en el tejido emocional y tan etérea que no existe nada que la cure. La tristeza no se extirpa, irradia, electrocuta o se seda. Es básico entenderlo para no sumar frustración a esa tristeza. Porque por su naturaleza, tampoco se puede entender en demasiadas ocasiones.

Cuando la tristeza se desconoce, su motivo, no hay forma de dar con la causa; porque puede obedecer a una afección nerviosa, a un sueño, un proceso hormonal, una fiebre, a un recuerdo latente que ha desencadenado una sucesión de ideas que llevan vertiginosamente a esa melancolía profunda e insondable. Querer encontrar el motivo es perder el tiempo, lo único que importa es sacarse de encima toda esa pena. Y ya sin ese dolor, sin legañas y si hay suerte y con el tiempo, un día entenderemos el porque de aquel ataque de tristeza.

La tristeza se agota, es una batería alojada en algún lugar muy adentro de la carne, tal vez en la médula ósea y solo cesa la pena cuando se agota. A veces, debe estar en el intestino, yo al menos he tenido que llevarme las manos al vientre porque pulsaba allí dentro.

La duración de la tristeza varía en función de la edad y del íntimo momento que vivimos.

Sea cual sea su duración, el proceso para erradicarla es el mismo.

Mis amigos tristes, de la pena y el llanto no os libráis, nadie se libra.

Y llegado a este punto, es hora de tomar un café y/o fumar un cigarrillo. Porque tiene una belleza arrebatadora el humo que envuelve y protege el rostro triste, es romántico. Es algo que nos contagiaron aquellos escritores un tanto “malotes”, pero de una intensidad pavorosa. Lo malo de fumar, es que es reflexivo y no es narcótico, por eso es un “vicio” que a empresarios y gobiernos no gusta; prefieren el alcohol que es una droga que fabrica idiotas y mediocres en cantidades industriales cada fin de semana y cabestros obedientes los lunes. No es publicidad encubierta del tabaco, tristes míos, es bueno fumar y convertirnos en la metáfora de la tristeza, que es combustible, se agota. Se hace humo y se va…

Nos vemos en unos minutos en la sala de la cafetera.

(El doctor Tristán es el primero en salir del aula para dirigirse a su despacho, cierra la puerta tras él, baja la persiana y se sienta en el suelo apoyando la espalda en la pared. Enciende un cigarrillo, le tiemblan los dedos.)

–Señoras, señores. ¿Han acabado su café, desean que continuemos? Pues adelante, tristísimos amigos.

–Ha quedado claro que lo primordial es atajar la tristeza, encontrar el motivo es perder el tiempo y prolongarla. Si te duele la cabeza tomas un analgésico y luego buscas la causa si es necesario. No te vas a dedicar a preguntarte el porque mientras la cabeza parece que va a reventar. Hay una constante universal para todo ser humano: el dolor tiene la función de avisar de que algo va mal, no surge el dolor para convertirse en nuestro compañero y amigo a lo largo de la vida. Acabar con el dolor lo antes posible es pura supervivencia.

La alegría no cura la tristeza. La enmascara, te pasas un rato riendo y cuando llegas a casa rompes a llorar sin ninguna elegancia. Lloras por el tiempo que has consumido en banalidad y porque no ha servido para nada.

Imaginad que en pleno ataque de tristeza aguda, os ponéis a bailar para ahuyentar el “mal rollo”. Es importante la elegancia, y bailar llorando es patético. Os sentiréis ridículos ¿De verdad que además de transmitir tristeza, queréis impresionar al mundo aparentando un daño cerebral que provoca esa descoordinación motriz del baile? Ya sabéis lo mucho que los banales (son legión) se ríen de cualquier cosa hasta que les pegas  un tiro en la cabeza (ha de ser en la cabeza, como en las películas, son como los zombis). Sed honestos y valientes. Sé que la valentía es un concepto en desuso; pero la alternativa es la mediocridad que se enquistará hasta formar un tumor y matará toda ilusión, toda ternura sencilla.

La amistad no la cura tampoco, nadie puede agotar, desgastar vuestra tristeza; es vuestro proceso y responsabilidad. Ningún consuelo puede superar en efectividad la secreta y oscura lágrima en soledad.

Que nadie os aconseje remedios. Si os los aconseja una buena amistad, dad las gracias (si os place); pero no los sigáis.

Debéis sacar el coraje necesario para apagar la luz, bajar las ventanas, sentaros en la penumbra y desesperar, debatiros hasta el llanto en esa tristeza asfixiante. No la evitéis, lanzaos a ella a pecho descubierto. Sin amigos, sin seres amados. Cualquier distracción provocará una nueva recarga de esa batería de voltaica tristeza que tenéis dentro. Cualquier palabra amiga, detendrá el proceso del desgaste de la tristeza y será mucho más largo el proceso.

Debéis imaginar la tristeza como una membrana osmótica (filtración del agua hasta su destilación completa) que funciona gracias a la presión que ejerce la angustia de esa melancolía. Si desciende la presión, no funcionará.

¡Ánimo, mis tristes! Que vuestro corazón bombee al doloroso ritmo necesario para que las lágrimas sean expulsadas con la presión adecuada!

Es mucho peor la tristeza que la soledad, aguantad en la oscuridad, pobres míos.

–Disculpadme unos minutos, aprovechad para reflexionar sobre el tema, debo atender un asunto de tristeza urgente de un compañero vuestro del curso pasado.

(Se dirige de nuevo al despacho. Del cajón de la mesa, saca de nuevo la carta: los resultados pormenorizados del examen médico de Dani, su hijo. Padece leucemia y el hospital propone un tratamiento paliativo urgente, porque no habrá cura, es la más agresiva. Y llora en silencio mordiéndose el puño, evocando el momento en el que su hijo, hace cuatro días, se desmayó durante la cena. Tiene cinco años y solo quiere morir, ir con él a donde quiera que vaya.)

–Perdonad la interrupción, los teléfonos móviles nos sirven para eso; para dar suspenso a algo aburrido y descansar de tanta cháchara. Que nadie asienta, es solo una ironía sutil, ni se os ocurra entristecerme.

Lo siento, pero es así: tenéis que llorar hasta el agotamiento, en soledad. Si tiene que doler, que duela.

Y a menos que optéis por el suicidio (de ahí que cobremos el curso por adelantado, listillos y listillas) llegará el momento en el que os sentiréis al fin vacíos, incapaces ya de derramar una sola lágrima.

Sí, hay una inercia en el llanto de la tristeza, cuando ya no quedan lágrimas, sentiréis que debéis llorar más; es normal, son los últimos coletazos del llanto oscuro.

Habréis llegado, sin apenas daros cuenta, a la tristeza seca, la menos dolorosa y delirante.

Con la tristeza seca, sin la opresiva angustia del desgarrador llanto, los buenos momentos brillarán más y en poco tiempo habrán solapado a los tristes. No dejéis aún la soledad y la oscuridad hasta que sonriáis plena y suavemente con los recuerdos de aquello perdido; como aquellos globos de la infancia que llevabais ilusionados de la mano y se escapaban con una angustia de vuestro corazón pequeñito. ¡Ah, las primeras e infantiles tristezas! Qué añoranza ¿verdad?

Al final, las grandes tristezas debidamente desecadas de lágrimas, se convierten en entrañables ternuras.

En definitiva, esencialmente la tristeza se agota dejando que fluya el dolor en soledad, en la oscuridad.

Y cuando salgáis a la luz, dejaos deslumbrar como lo hace el sol tras la tempestad.

Y hasta aquí, lo esencial de la tristeza y su tratamiento o desgaste, que sería más correcto.

Mañana tan solo haremos un repaso a los diversos métodos de psico respiración para afrontar la soledad y la oscuridad necesarias para agotar la tristeza; son casi lógicos, de hecho cualquier respiración medida y disciplinar serviría.

Y por supuesto, no existen clases prácticas, la tristeza y su desecación es absolutamente individualista. La terapia de grupo, es obscenidad para la tristeza, la tristeza en la intimidad brota y solo en la intimidad se destruye.

Ojalá, mis queridos seres tristes, nunca debáis volver a pasar por la tristeza; pero me temo, que es imposible. Sentíos ahora, Jedis de la Tristeza, pues.

Hasta mañana, y fin de la clase, invito a café y tabaco.

(Durante veinte minutos en la sala de la cafetera, Tristán comentó con los alumnos del máster algunas dudas, algunas posibilidades. Cerró la puerta de La Academia Triste tras la salida del último alumno. Y entró de nuevo en su despacho.

Sentía que le faltaba el aire y los intestinos contraídos hasta el dolor, como un cólico profundo. Llorando se desnudó en la oscuridad, del bolsillo del pantalón extrajo una navaja de hoja curva dentada y la hundió en el vientre. Un samurái en ritual de seppuku. Buscó frenéticamente entre los intestinos aquella batería cargada de tristeza, extrayéndolos del vientre, al fin sintió algo duro y frío en ellos, y lo arrancó. Sus lágrimas comenzaron a secarse y sintió el alivio de la tristeza seca. Y luego, el dulce y liberador desfallecer de las venas sin sangre.)





Iconoclasta

6 de marzo de 2019

Mi amigo Paranoia


- Ya nos podemos ir, lo sabemos todo. No hay nada nuevo que ver.
- Todo no.
- Vaaaale… Digo cosas que nos ilusionen. Porque la cura del cáncer o un nuevo asteroide, me aburren hasta el bostezo.
- Es solo esa tristeza vital tan tuya. Pasará. Vivamos un rato más.
- Una mierda… Vivir duele y produce sequedad de boca y ojos.
- Mentira.
- Verdad. Tenemos algún órgano que se romperá tarde o temprano y nos dejará tirados en el camino. Como una muñeca en el vertedero a la que las gaviotas engañadas pican su cuenca vacía. Ha llegado el momento.
- Eres un pesimista, solo es eso. Escribir mirando adentro es suicida. Sal a caminar.
- ¿Otra vez? ¿No ves lo negra que está? Cojear todo el puto día es tan aburrido como doloroso.
- Y la autodestrucción fascinante ¿verdad?
- Es absolutamente hipnótica. La autodestrucción nos da la trascendencia absoluta y última. Nos hace importantes a nosotros mismos.
- Yo solo soy tu esquizofrenia, tu paranoia. Técnicamente no existo; pero quisiera ser un tiempo más. Las alucinaciones tenemos inquietudes…
Y hay seres que te quieren, no se puede soslayar.
- ¿Quiénes?
- No te lo digo. Lo negarías.
- Hay quien te ama.
- ¿Quién?
- No te lo digo. Lo negarías.
- Y amas.
- ¿A quién?
- No te lo digo. Es pecaminoso en algunos momentos.
- En el fondo lo sé; pero me haces reír. Pecaminoso…
- Pues no los digas porque cuando algo se nombra, se rompe.
- Tú también eres pesimista.
- No lo soy. Simplemente sé que eres peligroso para ti mismo. Para nosotros, todos los que somos.
- Ahora solo vivo para contrastar con el decorado. Soy un artículo decorativo que ya no espera nada. Como las ramas desnudas de hoja y vida que contrastan hermosamente contra el cielo, como frágiles esqueletos. Aunque yo no aporto esa plástica. Soy infinitamente más vulgar.
- Un día te inyectaron contraste en las venas. Tal vez sea un efecto secundario.
- Tal vez ha llegado la hora.
- ¿No te parece que este café huele rancio?
- A almendras amargas.
- Como el cianuro.
- Sí.
- Tú no tienes de eso.
- Bueno, tengo mis recursos.
- ¿Por eso está vacío el bote de superglú?
- Sí.
- Entonces va en serio. Nos vamos ya.
- Es necesario antes de degenerar en algo peor.
- Ha sido bonito vivir tan intensa y brevemente, escribiente fracasado.
- Ha sido un placer conocerte, mi amigo Paranoia.
- El final va a doler ¿lo sabes?
- Lo sé; pero durará poco. Cuando el cuerpo se convulsione, ya no estaremos.
- Tengo ganas de llorar.
- No puede hacer daño, es una buena idea.




Iconoclasta
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2 de febrero de 2019

Un gris musical


Es un día gris como un muro de hormigón, frío como la anestesia que en el quirófano me hiela la sangre dentro de la carne.
En los auriculares suena Oh Susie de Secret Service, como si quisiera salvarme de este gris hermoso y letal para el ánimo que me lleva a pensar en la vida y sus ataúdes.
Sin embargo, la vieja y rítmica canción me encanta: pero no mejora mi ánimo. Me provoca una súbita añoranza de triste juventud.
Y observo con los ojos lagrimeando frías gotas que me roba el viento, que los árboles sin hojas lucen grises, grises las farolas, grises las pieles de los humanos, gris mi pensamiento que tiñe el papel.
El cielo lo impregna todo, no hay salvación.
Y lo peor: no me comprendo, estoy bien bajo este cielo; de alguna forma trasciendo.
Los auriculares hacen lo que pueden con lo que tienen. Tienen buenas intenciones; pero se equivocan como yo con su aleatoria reproducción.
Y cuando parecía que iba a llevar una sosegada y gris melancolía sin demasiados sobresaltos, atruena en mi oído el brutal y colosal Concierto para Margarita de Cocciante. Mi pecho parece que va a estallar de tanto amor que le inyecta la canción. Sueño por un momento con la tragedia de amar y morir en un abrazo, en un beso fibrilador.
Porque las palabras del concierto, dicen con exactitud lo que fui, lo que fue, lo que deseé, lo que no se cumplió. Lo que debería haber sido en un mundo perfecto.
Lo que debería ser y ya no queda tiempo.
¡Por favor…! Es mágico, es impío en su operística contundencia.
Los buitres vuelan bajo en círculos, les incomoda ese gris, tal vez teman planear en plomo puro y que sus grandes alas se rompan. Dos gaviotas chillan alto y contrastan con un sedoso blanco, perfecto en toda esta grisentería.
Saco la navaja del bolsillo, en principio para cortar los cables de los auriculares, algo definitivo que me libre de esta bella y fascinante autodestrucción.
Sin embargo, por alguna razón el filo corta las venas ya cansadas de bombear tanta vida, tanta tristeza y esta fuerza que no me abandona y no me da descanso. Ser fuerte tiene sus inconvenientes en un mundo gris.
La sangre que sale de mi carne no es gris es de un rojo granate que, hipnótico se desborda por el asiento de madera de plomo que me sostiene.
Es un buen final, aprendí con el tiempo a cazar las oportunidades al vuelo.
Adiós, Susie.
Adiós Margarita.
Bye…





Iconoclasta
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10 de abril de 2017

Ser y no estar


¿Dónde estás?
No estoy, solo soy.
Y si solo eres ¿no estás?
No, fluyo por encima y entre las cosas y los seres.
Soy gas.
Estar es "vivir con", "vivir en".
No puede ser, no es posible no interactuar.
Yo también lo creía; pero no estoy porque no me encuentro.
No es lógico.
La lógica es para los que están. El que "soy" se escapa de todo cálculo. Es incuantificable. Es vapor en expansión.
Por eso me sedan, para que esté y poder medirme, clasificarme.
Es extraño reconocer la propia locura. Es muy raro ser y no estar.
A veces lloro sin tristeza. O sin alegría.
Se me caen las lágrimas.
Se caen y siento que no son mías.
El doctor está a punto de llegar con la inyección.
Se preocupan demasiado, se equivocan. Si no estoy no me puedo suicidar. Deberían no sedarme.
Me inyectan porque no comprenden.
Cuando estás bebes lejía.
Porque estar duele más que la garganta abrasada.
Porque estar me deja indefenso.
A veces, siento que río cuando soy. Es bueno, no puede hacer daño.
Les gusta que estés, les tranquiliza.
Creen que ser es morir. Es absurdo.
No están locos, es que no saben.
Te buscan la vena, es hora de estar.
De no ser.



Iconoclasta

3 de septiembre de 2016

Un mal piloto


¿Es posible no morir? Hay momentos en los que me siento cansado y temo la posibilidad de que nunca llegue la muerte.
Sería perfecto y coherente morir escribiendo estas palabras.
Sería dramático y romántico.
Trascendente...
Porque la muerte es un premio en una carrera de velocidad: los más veloces viviendo, los más potentes llegan antes a la meta.
Queman la vida rápidamente con combustible de alto octanaje, sin dejar tiempo al hastío.
No batiré ningún récord, lo hice mal.
He caído en manos del hastío y la humana prostitución más vulgar.
No he podido evitar estrellarme contra montañas de excrementos.
Soy un mal piloto y ahora temo no llegar nunca y ser una especie de mierda errante durante toda la eternidad.
No morir temo que sea el castigo a mi torpeza.
Pero no soy idiota, no voy a vivir eternamente esta mierda. Hay pastillas y gases para adelantar a esos listillos afortunados y veloces.
Soy perdedor en velocidad, pero no es algo que me guste o acepte.
Me cago en dios cuando pierdo. Me cago en mi padre y en mi madre.
Odio a esos listillos que en la mitad de tiempo que yo he vivido lo han conocido todo.
No me gusta perder.
Por eso orino en sus tumbas, me acerco a los tanatorios y dejo frases tipo: "Me ganaste hijoputa, pero te pillaré en la muerte, cuando no esté en este infecto lugar, seré rápido como la mierda eyectada en el cosmos".
Nadie lee los libros de los muertos, ni ningún otro. Nadie se pregunta en los funerales quien soy. Porque cuando alguien muere, todos quieren que asista mucha gente para demostrar lo muy querido que era. No pueden imaginar que asisto a funerales para insultarles, desearles lo peor porque me han ganado.
Soy el peor piloto del mundo; pero perder me hace hervir la sangre.
Tengo medios, tengo voluntad y la ira más explosiva como el queroseno más puro para una vez muerto, rebasarlos a todos.
Soy un mal piloto; pero soy feroz.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

17 de agosto de 2016

Una imagen divina


Incluso le da cierto asco la puta que orina un caño inverosímil de orina contra el pene de un macho de mirada idiota en la película porno; pero su polla no tiene reparo alguno y se mantiene dura y latiendo en su puño.
Eyacula, suelta su carga de semen y deja que le resbale por el vientre, por las ingles y gotee lentamente enfriándose en la sábana.
Se enciende un cigarro, su pene late perezosamente con los últimos ecos del orgasmo; pero no hace caso.
Es salvaje e inmoralmente libre. Inmoral para el punto de vista de la chusma, el no cree en leyes o pautas morales, hace lo que debe sin tener en cuenta a nada ni nadie.
Le apetece un café; pero no quiere preparar una cafetera. Su vientre aún está húmedo de semen, no se limpia. Es suyo, no hay nada de él por lo que sienta asco.
En el café se sienta en la mesa más apartada y escribe cosas en un cuaderno que ofenden al mundo entero.
Y está bien, le viene a la cabeza esa cobardía tan generacionalmente insertada en los cerebros idiotas: "Un día puedes necesitar a alguien, sé cuidadoso". Hace tiempo que se limpió el semen de una paja con aquel consejo. Porque es mejor morir que necesitar a nadie.
Y concluye que muchos están respirando un aire que no debieran, por lo tanto.
Así que escribe y ofende. Así que escribe y se caga en dioses y leyes.
Observa que es el único que está solo en el local, en las mesas charlan, hay un barullo caótico que lo aísla aún más de todos.
Alguien le saluda y le habla del tiempo, el responde con una sonrisa, pero su pensamiento es un nudo de cólera: "Ojalá te parta un rayo, cabrón ".
El hombre le da una palmada amistosa en el hombro, él se caga en "su puta madre"; pero le sonríe y le dice: "Hasta luego".
Observa con desagrado a las pocas parejas que ocupan mesas. Su tiempo de errores ya pasó, ya no necesita ni quiere a alguien a su lado. El tiempo lo ha curado de cobardía, si alguna vez la tuvo.
Una vez la masturbó, le metió los dedos en el coño mientras ella conducía el coche, hizo que se corriera y sus dedos se crisparan al volante; luego no quiso que se la chupara: sentía asco por la zorra. Solo pretendía hacer su toma de posesión: él hace lo que quiere con quien quiere.
Y la vida se torna tristemente predecible, más de lo mismo cada día.
Escribe en el cuaderno que follar ya no es la cuestión: se trata de hacer lo que quieras con alguien. Usar personas...
Y eso ofende la moral y las ideas del amor y el respeto.
La familia es un asco y hace de la libertad un excremento cuya montaña gana altura con los años.
Son cosas que no se dicen, solo se escriben en la intimidad que proporciona la chusma parlante y gritona.
Sale a la calle y llueve, los hay que corren, los hay que ríen por lo divertido de mojarse por un repentino chaparrón.
Él usa el agua de lluvia para refrigerar su cerebro demasiado recalentado, demasiado potente para tanta banalidad.
Llega de nuevo a casa, se sienta en el sillón frente a la televisión apagada, se observa reflejado en la pantalla: y le gusta lo que ve.
Hubo un tiempo que no había intimidad para observarse, para oírse a sí mismo.
Ya todo está bien, vivir más sería estropearlo todo, acabar con indignidad.
El filo de la navaja se hunde en la carne de su muñeca con sorprendente facilidad, pero se le escapa de las manos por el trallazo de dolor cuando los tendones se seccionan.
El cigarrillo está sucio de sangre y crepita al aspirar.
El gato se acerca a él y lame la sangre, se sube a su regazo y se acurruca entre sus piernas. Él apoya su mano ensangrentada y deja que la sangre corra por el pelaje de su único amigo.
Observa la pantalla del televisor con el corazón a punto de fallar por falta de sangre: es tan sórdida la imagen... Casi como lo que él escribe.
Sonríe ensangrentadamente y el gato ronronea tranquilo, ajeno a la muerte que le gotea.
Fin.



Iconoclasta

24 de julio de 2016

Indigentes de la Vida S.L.



- ¿Hay algún momento especialmente bueno para morir?
- No. Siempre es un buen momento para morir. Porque malvivir no es una opción, no hay momentos buenos para malvivir. Morir es todo ventajas.
- ¿Morir duele?
- Por supuesto que sí: los pulmones y el cerebro piden oxígeno y el corazón detenido es un instante angustioso y eterno. Aún así, no es más doloroso que malvivir.
Y es más digna la muerte que una vida como... pongamos por caso, la nuestra. Somos... como lo diría... alérgicos a esta vida.
- ¿Qué ocurrirá luego?
- Vamos, hombre, lo tengo por alguien inteligente. No me venga con esas... Es lo mejor de todo: no ocurrirá nada, no hay consecuencias. Y si las hubiera, que se queden para los vivos. No responderá de nada.
Así que antes de morir sea malo, deje deudas.
- ¿No es triste morir solo?
- No es triste, es de una admirable valentía, libertad y elegancia. Morir debe ser un acto íntimo. Imagine que le filman en plena agonía y se cuelga el video en internet. Recuerde la única ley inviolable en el planeta: cobardía con indignidad se paga.
- ¿Y qué será de los que me quieren?
- Nadie le quiere, no quiere a nadie. No estaría aquí si así fuera.
- Es cierto, solo quería parecer importante por un momento.
- Es usted un gran tipo, pero no es importante para nadie; ni falta que le hace. La importancia está basada en el interés y es precisamente por ese interés por lo que sentimos una náusea crónica al despertar. La tristeza de un nuevo día es un cáncer que nos come. No se trata de ser importante, lo que cuenta es ser único. Y le aseguro que usted lo es. ¿Qué decide: veneno, gas, cuchillo, disparo o lanzamiento desde gran altura? Todo está al mismo precio, al menos esta semana. Porque está a punto de subir el precio de los venenos y no sé si podré mantener la tarifa.
- Me quedo con el disparo.
- Quinientos euros y firma del documento de consentimiento.
- Me parece bien... Aquí tiene.
¡¡¡BANG!!!



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


23 de enero de 2016

Al cerrar la pluma


Al cerrar la pluma, al cerrar el cuaderno, se acabó lo bueno, lo intenso. Vuelvo a lo que no es mío, a la realidad que no pedí, que con asfixias soporto.
¿Y si los escritores somos seres malditos condenados a expresar aquellas emociones que siendo absurdas, gozamos y padecemos?
¿Soy un cerebro en coma?
Escribimos de la magia que no existe; pero necesitamos crearla. Escribimos de amores legendarios, de héroes, de dolores y horrores inconcebibles y naves espaciales. Sabemos que nada de ello existe.
Miro mis manos con la triste certeza de que al cerrar la pluma y el cuaderno, te quedarás solo con la realidad.
Es normal suicidarse en un lugar en el que no hay absolutamente nada que ilusione al despertar.
Es lógico no saber en que momento has llegado al paso de las vías del tren para cruzarlas e ir a ninguna parte en concreto. Hay gente esperando también a que las barreras se alcen, no desentono.
Soy del mismo color apagado que ellos, no me engaño. Soy de una vulgaridad que espanta.
Es angustioso escuchar el tren y que los pensamientos funestos se agolpen nerviosos en los dedos de los pies que parecen telegrafiar mensajes de urgencia-stop-stop-stop-quiero salir de aquí-stop-stop-stop...
El tren se acerca veloz con el escándalo de la sonajería eléctrica de aviso de peligro.
Mantenerse tras las barreras... Como si pudieran evitar algo.
Me aferro a la pluma y deslizo el capuchón dejando el afilado plumín relucir con destellos de oro y negra tinta. E imagino que un tren parará ante mí y el maquinista me llamará por mi nombre:
— ¡Pablo López! Suba, por favor, vamos destino a algún sitio que nadie conoce. Probablemente es peligroso; pero lo peligroso no es doloroso por definición. Y por otra parte, el peligro nos distrae del dolor. Va a morir de todas formas, todos los que vamos en este tren, vamos a morir en poco tiempo. Incluso los hay ya muertos, aunque así no lo crea cuando cierra la pluma. A pesar de su tristeza hay secretos, créame.
El maquinista soy yo, que se aguanta firme sobre dos piernas sólidas, indoloras. Se nota en su gesto sereno, en su gesto amable. Y aún así, somos absolutamente distintos. Imposible reconocerme en mi propio rostro. No sabía que en otro mundo pudiera ser interesante.
Siento la vibración de las lejanas ruedas-guillotina de un tren que sería incapaz de evitar a tiempo, embestir a su propio creador si se pusiera delante.
Y Dios mata a Dios.
— ¿Me da un minuto para acabar el cigarrillo? Y quisiera ver el tren que se acerca, me gusta el temblor de la tierra, la invisibilidad fantasmagórica de los pasajeros a través de las ventanillas, el rugido infernal de sus ruedas que enmudece al mundo y me deja solo con mi terror ante su desmesurada y metálica inhumanidad; que sin embargo aloja vida y ojos que observan el paisaje como si fueran raptados de un lugar que añoran sin ninguna razón. Es usted un buen tipo, maquinista. Mantendré la pluma abierta hasta que pase.
—Nadie habla así en ese lado de la vía. Es importante por ello que cruce aquí. Suba al tren en cuanto acabe sus asuntos. Tenemos una tertulia incompleta, hay demasiada formalidad. Necesitamos algo de obscenidad para reír e incluso llorar. ¿Sabe que se permite fumar? Si no quiere, no tiene porque ser ése su último cigarrillo.
—Por cierto, hay mujeres hermosas —eleva la visera de la gorra haciendo un guiño.
Me callo que yo no lo soy, hermoso, para que no se sienta mal. Cuando te dicen algo con buena intención, es mezquino pagar con desánimo. Hay seres que merecen creer que hacen sentirnos bien.
Observo la pluma entre mis dedos, la hago girar sintiendo la cada vez más intensa vibración, hay un pitido lejano que llega a través de un túnel que se presiente. Siempre hay túneles para los trenes, como si necesitaran de vez en cuando ocultarse de la luz para hacer cosas que nadie pueda ver. Para que aparezcan seres sentados mirando ensimismados por la ventana. Que desparezcan luego en otro túnel, cuando apartamos la vista desorientados y deslumbrados por la luz que inunda repentinamente el vagón.
—Soy maquinista por esa expectación. Llevar un tren, atravesar un túnel y sentir que algo ha cambiado. No le voy a engañar, hace años que no piso una casa, que vivo en el tren recogiendo pasajeros que caminan sobre un mundo quieto, sin movimiento. Sin túneles ni peligros, ni sorpresas.
—Una vez me atropelló un coche —recito con cadencia de pensamiento— y no dolió, no sentí el golpe. Simplemente volé y caí. No hay tiempo material para sentir miedo en ese instante. Solo después, al verme tan roto llegó el miedo con un dolor que me asustaba. Lo bueno del tren es que no permite el dolor que sigue a la embestida. Es absolutamente definitivo cuando te golpea. No habrá más que descanso y dulzura. Los trenes no te empujan, te recogen de las vías y te llevan dulcemente no sé adónde, a no sé cuándo. No necesito aferrarme a la pluma para saber esas cosas.
—Espere a subir en mi tren, no tenga prisa. No le ponga el capuchón a la pluma, tenemos fantasías que discutir, penas que llorar, miedos que narrar, risas para atragantarse. Y mucho tabaco y café. ¿Sabe que hay muertos dispuestos a emocionarse cuando lo vean? Le aseguro que usted se emocionará también.
Le sonrío asintiendo con la cabeza porque llega ya el tren empujando un aire gélido a presión que parece querer arrancarme el abrigo. He de ser preciso.
Me apasiona ver como crece todo ese acero en movimiento en mi campo de visión, es casi apocalíptico. Miro el cielo que está inquietante y absolutamente azul, una enorme serenidad y esperanza inalcanzable. Es la última mirada triste al planeta.
— ¡No se entretenga, salimos en un minuto, en cuanto este tren nos ceda su vía! —me grita para hacerse oír sobre el rugido de la máquina que ya está aquí.
Yo no he gritado, ha gritado un hombre y una mujer. 
—Es una pluma hermosa, Pablo. Vámonos, no la cierre hasta tomar asiento —me da una palmada en la espalda invitándome a subir al tren y me devuelve la pluma que ha tomado para admirar.
Hay un bastón roto al otro lado, el que he dejado atrás. Pienso sonriendo con tristeza en epitafios y en jeroglíficos macabros. Mi corazón late con fuerza y toco mi pecho.
Veo gente gritar y llevarse las manos a la cabeza desde la ventanilla de mi tren, en esa realidad hay una pie entre las piedras de las vías y trozos de carne y ropa ensangrentada a ambos lados de los raíles.
Cierro la pluma y nada cambia. Hay una voz que creí olvidada, dos voces, tres... Los abrazos cálidos que creí que no sentiría jamás.
— ¡Joder, han debido atropellar un gato enorme! —les digo con un mal simulado espanto señalando las vías.
— ¡Qué cabrón! Si casi descarrilas el tren —dice una voz que me hace llorar de alegría.
No quiero nombrarlos, porque no son lo que eran, son la esencia pura que quedaba encerrada entre las hojas del cuaderno.
Hay murmullos de expectación en el vagón cuando el tren entra en un túnel de terciopelo negro. Las luces que se encienden son cálidas e iluminan rostros que están bien, que están donde deben. No sabemos que ocurrirá donde quiera que lleguemos.
Ya no hay pluma ni cuaderno, mis manos están libres.



Iconoclasta
Fotografía de Iconoclasta.

12 de agosto de 2015

Autodestrucción


"Este hombre se autodestruirá en diez segundos."
Si es más, es porque el software no ha sido suficientemente depurado.
Y el  chip no se activa.
"Soy un error pegado a un error.
Y lo que nace de errores, son errores al cuadrado, al cubo, a la enésima..."
El chip solo ha liberado la droga de la culpa, que sume al suicida en un depresión veloz como un rayo.
"Y es desesperanzador, es un callejón sin salida, hasta que te aplasta el peso de las potencias."
El hombre salta a las vías del tren. Las ruedas le amputan la pierna izquierda, la mitad de la derecha y un hombro. Muere desangrado en quince minutos. El video está en Yutup.
Este fue el primer caso del chip Autodestrucción implantado en humanos. Fallaba mucho, el tiempo y la temperatura elevada del cuerpo, provocaba serios deterioros en la electrónica.

"Voy a autodestruirme, soy un hombre moderno, soy de los primeros implantados con el Chip Infartivo."
Así comienza la publicidad del Chip Infartivo, la evolución segura y sin fallos del anterior chip Autodestrucción.
Es un rompecorazones, si antes lo que se instalaba eran los marcapasos, ahora nadie los quiere y se instala lo contrario.
La gente sufre tanto estrés y frustración, que este aparato se ha hecho popular con el eslogan: "Tú tienes la última palabra".
Así que si un día te despiertas y te sientes tristísimo, tecleas una contraseña en tu móvil y el miocardio a la mierda.
La grandeza de este sistema de eutanasia o autodestrucción, es que antes del infarto, libera una dosis de heroína. Una dosis tan elevada, que nadie se entera del trauma del corazón cuando revienta por la activación de una pequeña cápsula que contiene un compuesto cuyo principio activo es la nitroglicerina; pero mucho más estable gracias a un elemento que protege el núcleo explosivo. Este elemento es el secreto mejor guardado junto con la fórmula de la cocacola.
Por otra parte, también tienen la opción de configurar la subida automática del video de su muerte a Yutup.
La droga para sumir en la depresión al suicida, fue otro error, porque pocos querían morir con tristeza. No hubiera tenido éxito comercial. La heroína ha sido lo que realmente ha hecho popular el chip.
Actualmente hay más de ocho millones de hombres, mujeres y algunos niños que psicológicamente han pasado las pruebas de madurez, que disponen de esta salida de emergencia alojada en el corazón.
Ya no es necesario (si tienes tarjeta de crédito) esconderse, idear un plan, pasar miedo, dudas finales y dolor.
Hay pocos seres humanos capaces de realizar un trauma directo contra su cuerpo: lanzarse desde una gran altura, cortarse las venas, envenenarse...
El suicidio suele ser muy doloroso. El más suave de los casos, cortarse arterias profundas como las de las muñecas, es más brutal de lo que muchos se piensan, un tendón cortado y que se retrae, es un auténtico tormento.
Y no hablemos ya de lanzarse desde una gran altura.
Ahora tenemos más de ocho millones de cobardes alardeando de que no les da miedo morir y que ellos eligen.
Soy un hacker y dentro de siete minutos, van a morir en el mismo instante ocho millones, trescientos treinta y seis mil ochocientos trece seres humanos.
Yo no pretendía sacar beneficio con esto, se trataba de simple diversión. Un reto personal que me puse como meta; pero todo tiende a perfeccionarse y pensé que una vez muertos, el dinero no  les hace falta, y lo más importante: no van a ir a una comisaría a denunciar que sus cuentas bancarias han quedado en blanco.
Lo que más destacará de estas emocionantes horas que les quedan de vida, es que morirán felizmente todos.
Lo que más me llena, es que morirán cuando yo lo disponga. Me meo en el eslogan: "Tú tienes la última palabra".
Mi padre y mi tío están entre ellos, pero no puedo ser selectivo, y de todas formas, ya están mayores. Y si se implantaron el Chip Infartivo, por alguna razón sería ¿no?
Dentro de unos minutos, las televisiones van a empezar a emitir los especiales informativos, os lo pasaréis bien viendo testimonios y entrevistas idiotas.
Con el Chip Infartivo, todos ganamos.
Es una maravillosa sociedad si sabes como matar con eficiencia.
Pulsando "intro".



Iconoclasta

21 de julio de 2015

Nuestra pequeña Sonia

 
Me espera acostada de lado, inmóvil, durante el tiempo en el que me lavo la polla.

Pienso en su coño y cómo su boca se entreabre suspirando de un placer que crece vertiginosamente, no me seco el pene, tengo prisa por joderla.


Llevo los dedos a la vagina y acaricio la unión de los labios hasta que sus muslos se separan pidiendo que sea más profundo.


Me duele mi erección, necesito dios y ayuda para no metérsela con violencia, para bombear en ella y quitarle la respiración y el ritmo cardíaco. Para metérsela hasta el alma y embarazarla y mostrarla en sociedad con una enorme barriga que es producto de una follada tremenda.


Me limito a desflorar el clítoris y hacer presión en él, una presión creciente que la obliga a llevar los brazos por encima de su cabeza arquear la espalda y ofrecerse más a mí. Meto los dedos profundamente en el coño y se le escapa un gemido que ahogo mordiendo sus gruesos labios sensuales hasta el suicidio. Ella responde clavando sus uñas en mi espalda, y le pido que haga lo mismo en mi polla.


- ¡Hazme daño! -le ordeno sin ninguna amabilidad.


Atenaza mi pene con fuerza.


- ¡Más! -se excita cuando le doy un  suave golpe en la vagina y retuerce mi bálano mirándome con los ojos brillantes de lujuria, de malicia.


- ¡Más! -le ordeno tomando su vagina con la mano plena y presionándola con hostilidad.


Sus pezones responden contrayéndose con fuerza.


Cierra tan fuerte el puño que siento como sus uñas rasgan la fina piel que cubre las venas del bálano,  duele. Sale sangre y gruño de dolor. Y ella aprieta más mordiéndose el labio inferior con ansia y lascivia.


Y mi glande parece que va desprenderse y salir disparado al espacio.


La obligo a que se incorpore y me cabalgue, ahora que sale sangre.


Y nos corremos, yo aferrado a sus pechos, medio incorporado, mamando  de sus pezones gordos que aún me ofrecen la leche de la pequeña Sonia que murió hace dos meses.


Me levanto para ir al lavabo a limpiarme y me caen unas gotas de semen en los pies.


Ella mira a la ventana, sus ojos lloran y sus pezones supuran leche.


-Mírale el pañal a Sonia, por favor.


Ella nunca mira a la cuna vacía...


-Está seca -le respondo al cabo de unos segundos.


Y me acuerdo de que ni una sonrisa vi en el rostro de mi hija antes de que sus pulmones quísticos dejaran de funcionar en la cuna.


Me limpio el pene y aplico yodo a las heridas, aunque no sé porqué. No tiene sentido.


Vuelvo  a la cama, mamo de su leche y ella me acaricia la cabeza.


-Mi pequeña Sonia, tenías hambre ¿verdad, mi amor?


Y trago la leche de que debería beber mi hija y la locura y la podredumbre de nuestros cerebros.


Sin dejar de mamar, corto la carótida de su cuello con la navaja de afeitar de mi padre, yo no sé usarla para afeitarme. Ella apenas se inmuta cuando el filo corta tanto y tan profundamente. Trago durante unos minutos parte de la sangre que resbala por sus potentes pechos llenos de leche. Tal vez sonría, no lo sé. No quiero ver más el rostro de la locura.


No siento vida en ella, dejo de mamar del pezón.


Y me corto el cuello con un tajo rápido y decidido.


Sangrando me acerco a la cuna vacía, quiero asegurarme que la pequeña Sonia sigue seca.






Iconoclasta

26 de junio de 2015

Bailando


Qué difícil es llegar a ocupar el día en las cosas que te gustan.
En instantes relajados, libres y solitarios cuando deben serlo.
Hay que pagar un precio: oírse uno mismo. Y no siempre hay valor para ello, porque no podemos creernos nuestras propias mentiras. Nos mostramos a nosotros mismos sin ninguna piedad.
No he conocido a nadie que se muestre a sí mismo. No he conocido humanos valientes. Solo humanos que hablan y hablan y hablan...
A veces he besado labios ardientes y temblorosos. He empujado el placer entre muslos preciosos y vientres convulsos. Pechos erizados y anhelantes de una baba cuasi feroz.
Y ha estado bien, no hay queja.
Hay momentos que apetece bailar. No soy sufí, pero podría entender a los derviches giratorios.
No busco acercarme a Dios, no busco acercarme ni a mí mismo. A veces me muevo descoordinadamente al son de una música para salir, para ser expulsado fuera de mi propia órbita y aparecer en el espacio.
La fuerza centrífuga es precisamente la que eludo. Soy más de la centrípeta, no es por gusto.
Es necesidad.
Solo pretendo alejarme de aquí, del fracaso. Fracaso no es la opinión de nadie, se alcanza el fracaso solo cuando lo reconoces, cuando lloras y sientes la intensa necesidad de abandonarte a un ritmo que te obligue a olvidar  tu existencia por unos segundos.
Lo que dure un vómito.
Cambiar de lugar.
Cambiar de piel.
Cambiar de sangre.
O vaciarse.
Suena el telégrafo inicial de Radioactivity de Kraftwerk. Y siento que es una llamada de socorro que me recorre todas las fibras nerviosas. Y mi cabeza se mueve al ritmo de las pulsaciones en un sí repetitivo que es más epilepsia que danza.
Doy una vuelta completa y la sangre que brota por los cortes del pecho, del cuello, de los antebrazos y los muslos, crea salpicaduras  en muebles y en paredes; pero no es trágico, solo es pop.
Trágica es la vida. Trágico es estar aquí, reconocerse fracasado. Cuando no has conseguido alejarte de la miseria, la miseria te fagocita. Es un acose y derribo que puede durar toda la vida o hasta que uno se cansa.
Alzo los brazos y la sangre baja hasta mis axilas y de ahí recorre el torso por las costillas.
Es fácil restañar las heridas, pero es más fácil bailar o agitarse, la sangre es un buen elemento decorativo.
No son cortes dolorosos, son cortes grandes y con buen caballo el dolor es un dimensión extraña y lejana. La heroína, es mi heroína. Son tajos que no han tocado un tendón, pero hay tantos que la sangre no sabe por donde salir más deprisa.
No sabe cual será el próximo paso de baile. O de descontrol, las cosas hay que llamarlas de alguna forma para entenderse. Ser preciso es una habilidad que pierde importancia cada día más en un mundo impreciso.
El equipo HIFI parece la tabla de un carnicero, no parece metal cromado su carcasa. Es un gran trozo de res sangrante. Se ha transformado en algo orgánico.
Cada convulsión me reafirma en que por una vez, lo que hago está bien. Me lleva donde quiero y la muerte se contorsiona conmigo. Va vestida como yo, tiene el color de mis ojos, es hombre. Soy yo mismo, no hay sorpresa y bailo frente a ella, porque es la única que sonríe con franqueza y un punto triste que me conmueve.
La navaja luce ensangrentada en el suelo, parece herida de tanta sangre que la cubre, la he pisado y la punta se ha clavado en la planta del pie y ahora el suelo se convierte en una mancha roja de Rorscharch sin más significado que mi propia muerte.
La música sigue su cadencioso ritmo apocalíptico  y la sangre me baña el cuerpo. Siento algo de frío, algo de mareo. Y una esperanzadora irrealidad.
La jeringuilla está descorazonadoramente vacía, me apetece otro jaco. No hay tiempo.
Y salgo de mí como un derviche blanco con el faldón girando veloz y ensangrentado. Ensangrentado yo, ensangrentado lo que me rodea. Soy una mancha entre manchas.
Soy consecuencia, ya no actúo, ya no provoco, no creo. Solo soy un resultado.
Era necesario, cuando todo lo que haces te deja en el mismo lugar, es que algo huele a podrido en Dinamarca y es mejor salir por la puerta de emergencia antes de enloquecer o perder el valor.
El paquete de tabaco parece el de las películas que toman los dedos de los soldados después de hurgarse la herida por donde salen las vísceras.
No es solo el color, la sangre tiene un brillo y una textura inconfundibles. Y no hay nada tan cálido como ella aunque esté frío. Pareciera que vive fuera o dentro de las venas. Que cuando se derrama, se hace cuerpo sólido, parece crecer.
La sangre es un monstruo que busca salir para expandirse.
Quiere salir porque está harta de fracasos, de días de insoportables monotonías. De un trabajo que se repite día a día, el viaje en el metro es la primera fractura de la mente. 
Se niega estar ahí, en un vagón, con todos los demás. Es un insulto, una afrenta a ser libre, a ser especial, a ser único.
Es la canallada más baja que podrían haberme hecho.
Es agónico convivir con quien no quieres. Un error no debería pagarse tanto tiempo, hay gente que vive con sus errores como muestras de orgullo, yo prefiero mi vergüenza a su indignidad, aunque me joda. Hociquean como cerdos entre su propia basura pensando que son excelsos.
Si no puedes matarlos a todos, huye de ellos, dice mi sabiduría.
Son demasiados, no puedo matar a tantos, no tengo tiempo. Aunque naciera mil veces, no podía eliminar ni una milésima parte todas las vidas basura que hay.
Soy el fracaso de los dioses o los seres extraterrestres que crearon semejante mierda que es la humanidad.
Si no estás contento vete.
Eso hago, coño.
Y te metes tus sentencias en el culo.
El suelo es una gelatina resbaladiza, caigo y me río aunque me he golpeado una ceja y ahora mana abundante sangre por mi rostro.
Prácticamente estoy llorando sangre.
Y me río cuando los altavoces repiten cadenciosamente: Raa-diooo-acti-vityyyyy.
El gato maúlla con miedo, me alza la patita, su pelaje blanco está salpicado de sangre. Y constantemente se está limpiando.
Perdona que te deje solo, amigo. Cómo lo siento.
Levanto una pierna y doy un giro torpe, ebrio, sobre el otro pie creando un círculo imperfecto de sangre, aunque podría ser perfecto, pero la sangre con la sangre se confunde, es difícil distinguirlo.
Normalmente no hago las cosas bien, desconfío de mí mismo.
Vomito, porque estoy realmente mareado.
El cigarrillo se apaga en un charco de sangre y parece que deja ir su alma con una voluta de humo rápida. Casi fulgurante, como si tuviera prisa en dejar este lugar.
 El gato se ha levantado sobre sus cuartos traseros y con las dos patitas delanteras parece llamarme, es una monada...
Los derviches no vomitan, seguro que no lo hacen bien. Deberías vomitar cuando trasciendes, es como un escape de la atmósfera a un millón de G.
Ya me encuentro en otro lugar. El rojo no es sangre, es solo color, decoración.
Está vacío, sigo bailando, pero sin música, hasta mi respiración ha perdido acústica.
Y el rojo se convierte en blanco y al blanco se lo come una viñeta negra.








Iconoclasta