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27 de julio de 2024

lp--Ya no te puedo amar más--ic


Ya no se puede amar más. He llegado al límite de la cordura y también del control de mis órganos vitales.

Si doy un paso más hacia ti, me perderé en mí mismo. Y seré incapaz de mantener funcionando el corazón.

Llegaré a un colapso generalizado y la locura escribirá aberraciones que sólo se dan en los sueños; emponzoñando la realidad con un cubismo onírico.

Hay una suciedad, una basura entretejida con el amor y la vida en sociedad que acelera el fin de la cordura: la esclavitud.

Esto que han construido y nos hemos encontrado al nacer, es una penitenciaria anti-amor.

Una brutalidad desquiciada y rencorosa producto de la idiosincrasia original y primitiva humana libre y salvaje, está en lucha constante contra las reglas impuestas al amor y la existencia misma.

Es la razón, junto con el celo animal o el follar, del malhumor de los adolescentes. No saben qué cojones les pasa, hasta que los doman y los convencen de que no les pasa nada. “Sólo es hormonal”.

Estamos en una lucha constante contra las reglas impuestas a la libertad y por tanto, al amor.

Resulta que el amor es peligrosamente expansivo y nos hace sentir únicos al producir actividad imaginativa en el cerebro. Para evitar esta expansión molesta y embarazosa, el estado clasifica a sus reses en función de sus hábitos sexuales y hace rebaños homogéneos de ellos, porque con la homogeneidad, se pudre la imaginación y la ilusión. Se les reglamenta el follar y la masturbación para evitar que deseen libertad, porque es necesaria que la mano ajena, la que te han señalado, te haga una paja o te joda.

En esencia es el mismo trabajo que realizan con el cerebro de los niños en las escuelas, destruyendo la capacidad en una gran cantidad de crías humanas para evitar el pensamiento libre y crear así buenos ciudadanos tipo.

Alguno es impermeable a esta castración, pero no es un problema porque las minorías están muertas aunque no lo sepan. Y crearán poca descendencia; tan poca que en unas generaciones más, nadie sabrá qué imaginar.

Yo soy un tarado que no ha conseguido amarte con tristeza y sosegadamente conforme a los dictados de la tradición del estado; sino con la furia de lo que podría haber sido y no lo han permitido.

Y soy el último de mi especie.

No es posible amar más, ya sólo queda decapitar a los amos para amarte sin injerencias.


Iconoclasta

9 de julio de 2023

lp--Un dolor de huesos--ic


¿Te han dolido alguna vez los huesos por dentro, como si un tallo espinoso creciera en el tuétano?

Es un dolor profundo como la fosa de las Marianas. E irritante como el siseo de un político o religioso en la televisión.

Y ahí, dentro del hueso donde habita el mal y su dolor, no llega la medicina y su calmante paz.

Tres días atrás, con un taladro intenté hacer un agujero en la tibia para dosificar aspirina directamente en mi podrida médula.

Debe de dolerte mucho la vida para combatir un dolor interno con uno externo que te aplicas tú mismo. Quiero decir que no es un acto de valor o locura, es simple desesperación sin complicación psiquiátrica alguna.

Todo el mundo lo haría si se encontrara en mi lugar.

Si es locura o no, carece de interés; lo único que importa es acabar con el puto dolor de dioses e idiotas místicos que, tantas propiedades beneficiosas le achacan de mierda.

Es exactamente lo que ocurre con el amor. Es una excrecencia calcárea, un tumor que envuelve el corazón oprimiéndolo. Una coraza impermeable a la cura y que no hace más que crear ansiedades y melancolías por lo que no puede ser. Y no te lo puedes extirpar, el amor o te pudre la vida o lo asimila el organismo mientras disfrutas de sus poderosas cualidades espirituales y carnales.

El dolor de mi hueso no es como el amor, no tiene posibilidad alguna de disfrutarse y si desaparece, será conmigo.

Coloqué en el portabrocas del taladro inalámbrico con iluminación de leds (un cacharro de última generación que me costó una pasta), una broca de vidia de seis milímetros. Y la suspendí encima de la tibia, unos diez centímetros por debajo de la rodilla para no tener que adoptar una postura forzada para las posteriores curas.

Y apreté el pulsador del taladro.

Taladrar la piel y la escasa carne que cubre la tibia fue sorprendentemente rápido incluso ladeé la cabeza con ademán de satisfacción. A la milésima de segundo siguiente ya me había meado y sentí que mi mente se rompía en mil pedazos y cada fragmento quería escapar de mí y así escapar del dolor. Fue tan brutal, que incluso el dolor quería huir de sí mismo. Me dieron ganas de reír insanamente; pero fue imposible, aquello no hizo más que empezar.

En efecto, cuando el filo de la broca giró sobre el hueso, me quedé ciego. Lo último que vi fue la batería romperse cuando estrellé el taladro contra la pared. Mientras todo eso ocurría, me precipitaba a velocidad vertiginosa a un abismo. No sé cómo, pero salí de mi carne y me hice vapor frente a mí mismo. Pude ver y oír mi cabeza golpear escalofriantemente el suelo de gres con el rostro épicamente contraído por el dolor, allá donde estaba sentado para practicar mi auto cirugía. Alguien me dio la estatuilla del Óscar y lloré emocionado ante el público.

Me di cuenta de mi innata fealdad por la contracción del rostro durante el descenso; pero nada de eso me dolió ni humilló. 

Sentirme lejos de mi cuerpo fue maravilloso, el dolor desapareció instantáneamente, me sentía libre un millón de veces.

Pensé que había muerto y sonreí.

Cuando desperté lloré desconsoladamente porque no estaba muerto. No recuerdo haber sentido mayor tristeza en toda mi vida. Y conmigo el dolor también despertó y se hizo poderoso.

Y conquistó mi vida toda.

La invadió e hizo de mí un prisionero de guerra.

Otra vez.

Un fragmento ensangrentado de la broca, se encontraba entre mis pies, lejos del valioso y caprichoso taladro.

No puedo explicar el terror que me provocó ver la fea herida de la tibia, como si un pequeño volcán fuera, expulsaba un líquido ambarino, un suero tiznado de sangre residual que adquiría un tono escarlata al coagularse.

No sabía cómo podría recomponer todo ese daño en apariencia pequeño, pero lucía como un sol poderoso en mi universo doloroso.

Me puse en pie y todo el peso de mi cuerpo cargó sobre esa pequeña superficie tumefacta de la herida. Era un dolor aplastándose a sí mismo, era tanta la presión que un reguero ámbar comenzó a bajar por la pierna hasta llegar al tobillo y ramificarse graciosamente como un río en un mapa.

Como es natural, me sentía ya muy cansado del dichoso dolor.

¿Y si el infierno existía y ya me estaba pudriendo en él?

Me arrepentí en el acto de no haber ido más a misa y aceptar el cuerpo de Cristo y la bofetada del cura como tanto borrego ha hecho a lo largo de la mísera historia humana.

Encendí un cigarrillo mordiendo con ira el filtro y ofendido por el olor de mis meados.

El hedor de la orina desapareció con el primer chorro de agua fría en la ducha; pero cuando el agua contrajo la herida allá abajo, lejos de mí, el dolor se rebeló contra la profilaxis. Tanto qué, cómo llegué a la cama y me dormí, es ya un clásico del espacio en blanco en mi existencia.

Las pulsaciones de la herida era la banda sonora de mi sueño. No era especialmente molesto, pero si un tanto perturbador, parecía que algún tipo de vida se estaba desarrollando en mi pierna.

Lo cierto es que el dolor interior del hueso, ya no existía, o si existía estaba enterrado por el nuevo que me había provocado yo solito.

Espero que un clavo saque de verdad otro clavo, sinceramente.

Temo al ridículo cosa mala.

Sea como sea, dormí largo y fructuosamente. Incluso soñé que compraba una batería nueva para el taladro inalámbrico.

Parece que no, pero cualquier superficialidad consumista ayuda a ser optimista de mierda.

Desperté con fiebre, la herida se había inflamado como si ocultara un albaricoque en la tibia y estaba amoratada como las uñas de los cadáveres. El pus amarillento formaba una cúpula preciosa que por momentos se derramaba ladera abajo.

Me incorporé y el trallazo de dolor ya no tenía importancia comparado con la cirugía de la broca, y si no hacía otro experimento conmigo mismo, podía morir tranquilo por la infección y delirando, sin apenas dolor o su percepción.

Y ahora, tres días pasados desde el infierno taladrador debería preocuparme por la herida y lo que surge de ella.

Ayer fue un pus verdoso que creaba un arroyo espeso hasta el tobillo, pero la inflamación mengua por el drenaje natural aunque un médico haría un gesto de desagrado; de esos que dicen que esto no va a tener un final feliz.

Y el dolor es tan soportable como cuando se te pudre una muela. Una minucia sin importancia.

Lo que no duele no me preocupa. Bueno, lo que no duele mucho; porque cada paso que doy un vidrio cruje en la tibia y hace eco en el cerebro, como si estuviera a punto de hacer crac.

Y ahora está surgiendo un tallo espinoso como una zarza; pero sin moras. Al menos de momento.

Podría parecer preocupante, yo lo considero repugnante.

Es una metáfora de mi vida: cosas que surgen y que nunca florecen.

He intentado tirar de él; pero me rasca el alma del hueso y levanta los dedos del pie como si tirara de las riendas de cinco caballos que levantan molestos la cabeza al tiempo.

Nunca he subido en un caballo, me parece injusto para el animal, soy demasiado pesado.

Pero he visto películas…

En vista de los resultados, me inclino a no extraer este amor que me oprime sólidamente el corazón.

Uno de esos amores que nunca se materializan y por tanto se enquistan formando un hueso que encapsula el corazón. Y lo asfixia, si eso fuera posible.

Ni por toda la piedad del mundo y la total ausencia de dolor voy a pasar por el mismo trance del taladro.

Soy un idiota que se cree muy fuerte y solo soy un mierda.

Un mierda que se mea encima.

Así que como todo está perdido es una estupidez prolongar la agonía.

Dejaré que la infección que provoca el tallo haga su trabajo y moriré en un delirio, sin enterarme apenas.

Sin que lo sepa nadie.

Me han llamado varias veces desde la empresa para que les explique mi prolongada ausencia.

Para lo que me queda en el convento me cago dentro.

Tengo veintiocho cajas de cigarrillos en la despensa, me da paz ver el tabaco junto con las latas de atún y berberechos. Tabaco es todo lo que necesito a falta de un buen antibiótico y un antipsicótico.

Porque pensar en comer me provoca náuseas.

Con las tijeras en la mano he tirado del tallo para cortar cuanto pudiera. Ya medía cuarenta centímetros y me hería la piel con cada movimiento que hacía.

Por el corte ha surgido una materia espesa y marfilina, es el tuétano del hueso del que se alimenta la planta. No ha dolido nada; me pasaría la vida cortando la zarza…

Las espinas estaban sucias de mi médula ósea. Quieras que no, inquieta.

Cuando el dolor es tan ausente, tiendo a pensar que se debe a que hay muerte o necrosis en ese lugar de mi cuerpo. Soy pesimista por sistema, qué le vamos a hacer…

Y entre la piel y el tallo, el verde amarillento surge como una lava continuamente, está visto que el tallo y yo nos provocamos rechazos, somos naturalezas distintas peleando continuamente por gobernar el cuerpo y las cosas que contiene.

La podredumbre es como la muerte, inevitable también.

Son cosas molestas, embarazosas.

Porque todos sabemos lo que es la vejez: un marchitarse, un pudrirse.

Y ahora, buenas noches, porque he perdido el brillo de la visión. La luz del sol que se filtra por las ventanas es oscura, como cuando observas el mundo a través de la conjuntivitis.

Como si la luz fuera filtrada por la negra muerte, como el fin de una película en blanco y negro.

Y estoy un poco cansado, el corazón no funciona con alegría.

A veces golpeo el pecho y parece que arranca de nuevo.

Los dedos del pie están negros y la rodilla se ha deformado; parece el tumor de un árbol.

Sinceramente, la amputación no acaba de convencerme.

No me gustaría follar y que el muñón se elevara obscenamente al correrme.

Debe haber cierta elegancia en todas las cosas.

No hay dolor y el sueño es fácil.

El cansancio es la mano de mi amor que surge de mi calcáreo corazón, acariciándome el rostro.

Susurra “Duerme, duerme, duerme…”.

“¿Cortarás el tallo si crece mucho, cielo? Me angustia, tanto…”

Y sonríe flotando sobre mí.

Es un ángel…



Iconoclasta

19 de junio de 2023

lp--La devastadora fuerza de las cosas horrendas--ic


Las cosas bellas lo son por su sutileza, son livianas. Diáfanas como una ventana al dulce sol del amanecer.

Un aleteo de mariposa, un pétalo a caballo de un soplo. Un trasluz volátil, efímero.

Pero no pueden resistir el embate de lo horrendo, denso, opaco, oscuro.

Tan oscuro…

Tanto dolor y su muerte.

Dame refugio.

Aún quepo en tu corazón…

Soy el hombre roto, muchas veces arrollado, aplastado por las brutales cosas horrendas.

Me arrebataron mis pocas cosas bellas.

Las desintegraron con la absoluta indiferencia hacia la ternura que hace posible todas las crueldades del mundo.

Y siento que a mí con ellas.

Me quedé tan vacío…

Aún quepo en tu corazón.

Por favor…

Si pudiera crear cosas bellas, sólidas.

Y a la vez sutiles, que parezcan de plata a la luz de la luna.

Dime que es fuerte la luna, que es una belleza sólida luchando contra lo horrendo.

Si pudiera crear de nuevo las ternuras despedazadas…

¡No puedo! Todo yo siento ser una triste fractura. Un muñeco sin brazos en un vertedero.

No puedo crearlas, no aquí en La Tierra.

Si no estuviera más muerto que vivo…

Tan viejo, tan antiguo de mierda.

No dejo de ver una y otra vez los cadáveres marchitos de los sutiles y bellos momentos descender ingrávidamente, como barcos a la deriva en un mar muerto. Y hacerse polvo al caer en mis zapatos.

Sentía abrirse la carne de mi pecho y vaciarse el corazón.

¡Oh devastación!

Soy un rimero de odios y rencores, grito veneno por vengar la muerte de las cosas bellas, caiga quien caiga, muera quien muera.

Quiero dolor, sangre y muerte. Abrir fuego indiscriminadamente.

Si no puedes con el enemigo, muere odiándolo.

Seré un rencor inmortal.

No quepo en tu corazón, cielo.

Sin mis cosas bellas soy otra oscuridad, una ponzoña en ti.



Iconoclasta


12 de diciembre de 2022

lp--Parábola del solitario y la diosa--ic


Adoraba mi soledad; pero desde que conocí su existencia acostumbro a renegar de ella.

Nunca pensé en la posibilidad de que fuera real. Debía tratarse de un ser mitológico para arrancarme de mi profunda sima de cultivada soledad.

Si aun así existiera, no llegaría a conocerla porque los solitarios provocan desconfianza y dan grima, nadie quisiera verse como yo.

Soy un apestado.

Cuanto más solo estás, más deseas estarlo. Y la distancia hacia cualquier ser se hace abismal.

Pero ya se sabe aquello de: cuando yo dije sí, mi caballo dijo no.

Apareció dando una patada a mi dimensión solitaria e hizo mi triste paz añicos.

Mi mente epatada ante la diosa, creyó oír: “Debes amarme”.

Yo dije: “Es cierto, ahora no puedo dejar de amarte”.

Fue fulminante.

Obedecí su mandamiento único con la solidez de mi pensamiento aislado de toda humanidad. Sentí que me lo había cincelado en el pecho con sus dedos divinos.

Pactamos con las lenguas enredadas un futuro incierto de encuentros y desesperos.

Di templanza a sus pezones endurecidos de deseo con dedos incrédulos.

Y besé la hostia entre sus muslos, la lamí hasta que profirió blasfemias.

Ella una diosa…

Me clavé a ella cayendo vertiginosamente en su esponjosa viscosidad. Sentía como su coño ardiente como un crisol fundía mi glande que goteaba un agresivo deseo. Y se desdibujaron los límites de las carnes; no supe cuál era la mía o la suya. Caí en su entrópica dimensión hasta correrme con un atávico grito de posesión.

Era ella la que me poseía…

El amor de la diosa es inescrutable, y yo me creí fuerte para afrontar una tragedia de amor.

Dejé de sentir la soledad como amiga y don. Tornose una cruz astillada en mis hombros.

¡Oh mortificación!

Y díjome: “Debes esperarme”.

La esperaba con ansiedad animal frotándome la piel helada de soledad. Esperando otra oportunidad para fundirme de nuevo en ella; pero el tiempo de la divinidad aplasta y deja en el limbo al amante mortal.

La cruz astillada empezó a pudrirme las venas, el caballo no conseguía aplacar la ansiedad ni la desproporcionada presión de la columna de soledad que caía sobre mí con implacable asfixia.

El infierno acortó la distancia hasta mí comiéndose el rojo de mi sangre velozmente. Y por más jacos que chutara en vena, no conseguía dejarlo atrás.

Hoy he pinchado la vena y ha dolido como nunca. He sentido con un chirrido de dientes la aguja raspar el hueso. La sangre ha salido blanca, el infierno me ha alcanzado.

Fue un error obedecer el mandamiento de la diosa.

¡No!

Fue un error nacer…

Soy la enseñanza del fracaso.




Iconoclasta


9 de julio de 2022

¿Alguna vez…?


¿Alguna vez has sentido el frío filo de la navaja cortar el vello de tu monte de Venus?

¿Desearías tener una mano para poder desflorar tu coño y lo bese mientras el acero corre suave por tu piel?

¿Alguna vez te han follado con los ojos tapados?

¿Desearías que hundiera más profundamente mi rabo en ti en lugar de tan solo el hirviente glande?

¿Alguna vez te has agitado intentando hacer tu coño más grande para apresar esta polla que no entra profundamente?

¿Con los brazos en cruz y las muñecas atadas ofreciendo tus tetas erizadas impúdicamente?

¿Con las piernas abiertas y los tobillos atados mostrando el brillo denso y hambriento de tu coño y el clítoris erecto hasta el jadeo?

¿En tu oscuridad e inmovilidad te han metido un dedo en el culo mientras te aspiraban unos labios recios y crueles el clítoris, durante unos segundos desesperadamente cortos?

¿Alguna vez has escuchado, mi puta, los gemidos del macho masturbándose ante tu inmovilidad, ceguera y obscena indefensión?

¿Alguna vez has sentido con los ojos vendados la cercanía de algo en tus labios, su roce. Y has elevado tu cabeza para sentirlo más plenamente, lo que sea?

¿Has pedido alguna vez que te dejaran besar eso no que ves? ¿Has gritado que te follen la boca en tu oscuridad?

¿Lo has pedido jadeando? Porque ahora mismo tus labios entreabiertos azuzan mi bestialidad y las venas de la polla parecen gruesas telarañas.

¿Alguna vez te han pedido que te mearas y al mear una mano recia contiene tu chorro de orina acariciándote ardientemente?

¿Alguna vez atada y cegada, te han acariciado sutilmente los labios del coño sin hundir los dedos y has elevado desesperada la pelvis para que los dedos, por favor, se metieran dentro sin cuidado?

Porque lo estás haciendo, puta.

¿Alguna vez has sentido el roce de unos labios en los pezones y no ha sido suficiente, y has intentado romper las cuerdas para empujar la cabeza besadora hasta que mame de ti incluso dolorosamente, sin piedad?

“Por lo que más quieras…” jadeas entrecortadamente.

¿Qué sientes en la oscuridad cuando mi lengua se abre paso en tu coño y no puedes presionar contra mi boca y jadeas entre ansia, placer y exigencia?

¿Alguna vez te has corrido como ahora, sin que apenas te tocara, mientras mi semen cae en tus pechos y oscurece los pezones?

No sé mi amor, mi puta.

No sé si soy tu amante o tu tanque de aislamiento sensorial del mundo, tu alucinación que se derrama en ti y martiriza tus deseos.

¿Alguna vez te han dicho te amo, atada y ciega y has contestado con la respiración acelerada: solo fóllame, cabrón?

Volveré mi puta, esto no es un acto extraordinario o una casualidad, será tu condena. La misma adicción que creaste en mí con tu fastuosa sensualidad.

¿Alguna vez te han escupido en el coño y te lo han frotado hasta correrte de nuevo y cuando has sentido pies y manos libres, no había nadie ya?

Volveré mi puta.

Y mi voz será lo que te conduzca de nuevo a la animalidad más pura. Te quiero caliente, ardiendo, anegada.




Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

23 de marzo de 2022

De mierda a dios


¿Me creerías si te confieso que no soy un dios?

No soy de tu estirpe, mi hermosa divinidad.

¿De qué parte del universo llegaste en tu nave invisible?

No sé qué hago a tu lado, cuando de repente apareces cabalgando un rayo de luz.

Amándote y soportando titánicamente el peso de tu amor.

Los huesos parecen partirse, estallar como troncos de madera podrida con un golpe cuando pienso en tu rostro y en tu boca que me come, me absorbe, me arranca el alma que ahora sé que es blanca como la leche.

No sé cómo ocurrió, por qué motivo te enamoraste de mí, es absurdo...

Tal vez el error de una diosa que erró su rumbo interestelar.

O es tu juego.

Tu capricho divino.

Un coño palpitante y hambriento que viaja milenariamente en el espacio-tiempo…

No sé, no entiendo, no comprendo.

Pero no soy como tú.

El peso de tu amor es abrumador y siento que he usurpado un lugar y un tiempo que no me corresponden.

¿Y si descubres que soy un mierda?

Lo sabes, ¿verdad?

Debe ser tu misión: observar fascinada (porque tu sonrisa es celestial y cósmica, una piedad dolorosa) la sordidez de mi vida acariciándote ese inmenso clítoris que llena mi boca hasta la asfixia, destilando un néctar denso y dulzón en mi lengua, en mis labios. En mis cojones que me duelen.

Hasta que tus dedos los consuelan.

Lanza un rayo protónico divino y mata al humano obsceno que ha hecho un altar para ti en su sucia y triste habitación, donde se masturba con gritos cuando no te manifiestas. Que al despertar se levanta pisando infecciosas jeringuillas sucias de sangre y caballo.

Tengo tanto alcohol en la sangre que temo arder cuando enciendo la pipa de crack.

Busco putas para humillarme, para ser indigno de ti y me abandones.

Y si me abandonaras, me abriría los muslos desde las ingles verticalmente para desangrarme en un instante cuántico…

No puedo evitarlo, les clavo la navaja en la nuca cuando me comen la polla. Mueren como los toros en el descabello, quedan inmóviles con este rabo que es tuyo en la boca y luego, mutilo sus cuerpos mortales; sus pezones no son como los tuyos. Y odio todo lo que no es tú.

Sus coños están tan secos que me duele cuando las jodo.

Coños de madera astillada que gotean la sangre de mi glande lacerado…

No soy un dios y el problema es que para merecerte no debo solo parecerlo, debo evolucionar a una deidad maligna que elige quien vive y quien muere.

Tú la diosa cosmonauta del amor y yo el divino de la muerte, solo así podría soportar el tormento de amarte.

Formaremos el Olimpo más sórdido y obsceno desde la creación del mundo.

¿Cuántos insignificantes mortales como yo tendré que sacrificar para ser como tú?

¿Cómo si no, se hace dios un mierda?

Amarte, siendo solo lo que ves, me está llevando a la desintegración.

Y tal vez es tarde ¿verdad? Tienes los datos, ahora ya sabes lo que dura un humano entre tus brazos.

Te irás en ese rayo de luz para siempre.

Puta diosa, te amo más que al jaco que pudre mi sangre.

Siempre fue tarde para mí ¿verdad?



Iconoclasta

17 de enero de 2022

Una tenue caricia de luz y calor


A veces no odio el sol, a veces no odio que me caliente más de lo que estoy.

Agradezco su tibieza cuando la gelidez me ha enfriado tanto la sangre.

Cuando los dedos de una pierna casi muerta se parecen aterradoramente en su cérea palidez a un cadáver (la carne de mi padre muerto).

¿Has probado alguna vez, tras mirar el fuerte reflejo del sol en la superficie de las cosas y las pieles, a cerrar los ojos rápidamente?

Es como hacer una foto y capturar el calor, un calor amable que hace rojiza la oscuridad de ti mismo y da calor a un pensamiento frío, un poco cansado muchas veces.

Te lleva a suspirar por consuelo y paz.

Así te amo yo, cielo.

Suave, templada y luminosamente.

Como un destello de consuelo y esperanza dentro de ti, donde más profundo podría llegar jamás.

Quiero pensar, necesito desesperadamente creer que soy luz y calor en ti.

Esplender en tu alma…

Sin que te des cuenta, cuando cierres los ojos al mundo, entraré yo y sonreirás porque estaré bien en ti, seré una foto perdida en el tiempo, en tu pensamiento.

El mundo no está bien, nos lo han estropeado todo.

Y yo que me creo fuerte, quiero combatir el mal por ti, en ti, dentro de ti. Una caricia mortecina y cálida en tu alma. Un “todo está bien, amor”. Sin palabras, sin toda esta hemorragia de letras que no consiguen definir tanto amor.

Lo que no evitará que te joda, que me meta en ti furioso como una bestia en celo, con la lengua destilando una baba animal, con mi rabo trémulo, henchido de sangre y semen.

En tu coño.

Coño adentro… Sin piedad…

Lo he intentado, quería ser sencillo, suave, una pequeña existencia esperanzadora en tu pensamiento. Inevitablemente, amarte no es tan sencillo ni sutil. Es brutal.

Primigenio.

Que mi calor llegue a ti, mi amor.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

2 de enero de 2022

El muñeco de la bola


Soy el muñeco que vive dentro de una bola de cristal, que por alguna maldición no muere nunca, mi diáfana prisión es eterna. Soy un maniquí en el escaparate de una tienda de un pueblo abandonado.

A menudo agitan la bola y a mí, su contenido. Y en lugar de formarse nieve o espuma, el agua se tiñe de rojo, porque cuando duele la belleza que hay al otro lado, o en la periferia, un centímetro más allá del vidrio que me encierra, solo se lloran los primeros veinte años. Luego se padecen hemorragias.

Y es lógico, porque en el agua las lágrimas no se ven, no las aprecia nadie. No sirve de nada llorar si no podemos conmover a nadie.

Ni siquiera la piel de mi rostro las siente ya.

Las lágrimas son diluidas por el agua sin finalidad alguna.

He llevado tanto tiempo aquí llorando para nada, que es lógico que buscara otras vías de expresión a nadie.

Nadie sabe, no importa el muñeco de la bola barata de cristal.

Nadie sabe que bajo mi cabello, hay heridas abiertas por tantos golpes, por tantos zarandeos. Y lloro sangre por esas agallas que tienen la función de expulsar toda esta desesperación de una forma llamativa; pero quien me agita, solo piensa que algo está estropeado en la pintura que me recubre. Soy un viejo objeto.

Una cosa podrida que flota en el agua.

Lo soy... Demasiado viejo, demasiada vida, demasiada sangre que a nadie llega. A nadie emociona.

Y cuando la desesperación es insoportable y nadie observa, golpeo la cabeza contra el cristal, hasta que dos gotas de sangre salen de mi nariz y crean una efímera rama de coral hemoglobínico que flota largo tiempo tomando formas caprichosas a medida que se diluye.

Soy un caleidoscopio sangrante y nadie sabe.

Quiero morir ya, porque todo lo que amo y deseo, está al otro lado y si tras toda esta vida de golpear el vidrio no he conseguido salir, ya no quiero hacerlo. Lo único que me espera es la muerte, fuera de la hermeticidad el sol y el aire me destruirán en el acto.

A pesar del agua, me he secado y me hecho quebradizo.

Todo se ha hecho hermoso, todo lo que veo allá, un centímetro más lejos, se conserva colorido, mientras en mi cabeza solo hay llagas que sangran la profunda depresión de un encierro sin esperanza.



Iconoclasta

18 de diciembre de 2021

Quiero irme de aquí


Tengo dos lágrimas que no se derraman y empañan mi visión, la periférica y la interior. Emborronan el mundo, no me gusta mirarlo a través de la tristeza.
Y ahogan mi entereza…
Soy un mierda que llora un dolor negro como una gangrena.
Estoy desesperado.
¿Qué pasa conmigo hoy?
Una gran lágrima en el corazón impide que la sangre bombee y se atasca en mi pecho. Y gimo el dolor en el rincón más oscuro de la casa.
Y el aire no es suficiente en mis pulmones.
Y jadeo grandes bocanadas de tristeza entre llanto y mocos.
No quiero que maten las cosas bellas como los seres pequeños que apenas han vivido, los seres grandes que esplenden belleza a través de su mirada y sus palabras doradas de amor y dulzura.
Solo mueren las buenas cosas y me duele el cuerpo por dentro, donde no puedo curar la llaga.
¡Lo malo no muere nunca!
A veces, sin ser necesario, mi memoria evoca las bellas cosas que murieron, seres por los que daría lo que me queda de vida por sentirlos de nuevo. Y me llevo las manos a la cara para que nadie me vea…
Duele infinito. La memoria clava sin miramientos un puñal oxidado y tóxico.
Duele y siento vergüenza de mi llanto.
Y quisiera no ser más.
Dejar de existir yo y mi tristeza que duele años luz.
¿Viaja el dolor por el espacio?
Y mis cosas bellas ¿están allá? ¿adónde van?
¿Por qué me dejaron solo aquí? Fue ilegal…
Lo malo no muere nunca y si no doliera tanto, si las putas lágrimas me dejaran, estaría furioso.
Por favor, quiero irme ya de aquí.
Ya es suficiente ¿no?
No existir…



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

28 de marzo de 2021

Amarre nocturno


Ya no me queda más que ser tu nocturnidad.

La luz no me permite ser la piel que te cubre.

No me queda más remedio que ser un aire que te ama cuando el mundo cierra los ojos, cuando cierras tus ojos.

Deambulo por los campos oscuros conjurándome a mí mismo. Elaborando un amarre nocturno con flores lilas que he recogido con los últimos rayos del sol en una esquina del horizonte y ramas de zarzamoras erizadas de púas para protegerlas de la maldad del día que me condena a vivir sin  ti. No es perfecto, porque algunos pétalos se han manchado de sangre; pero les da un aire de hermosa tragedia.

A mí no me duele y a ellas tampoco, no hay ningún mal en ello. Nadie me puede llamar vampiro por unas gotas caídas al azar de la desesperación.

Seré un siseo sensual y nocturno en tus labios, en tu oído; un frescor en tus muslos.

Lo que la luz me quita, se lo robaré en la oscuridad.

Tengo mis recursos amatorios.

No será fácil que alguien o algo evite que llegue a ti.

No será tan fácil, amor.

En la oscuridad de todas las noches, me convierto en una sombra más, en un invisible que una noche por fin, el amarre desesperado convertirá en aliento nocturno en tu boca.

Dicen que los encantamientos no existen, si ese es el caso, deberán llamarlos de alguna forma que permita su existencia; porque no conseguirán encontrar mi cadáver, ni en los días ni en las noches, cuando mi conjuro me lleve a ti y me deslice siendo niebla por tus pechos, como oscuramente camino frente a las negras montañas nocturnas con el universo negando la posibilidad de cualquier magia.

Cuando ocurra, no me confundas con un murciélago ¿eh?

Si no te arranco una sonrisa es que soy un mierda, cielo.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

26 de marzo de 2021

Paranoia mía


El problema, la cuestión no es solo amarte, no es tan sencillo.

No sé si las cosas bellas residen en ti, o realmente eres la Guardiana de las Cosas Más Bellas.

Y aunque te ame en secreto, no tengo consuelo.

Porque no hay cosas bellas sin ti.

Si no te abrazo, no puedo acceder a lo excelso.

El destino es una trampa diabólica. Exijo reparación, exijo la alegría que me corresponde. Te exijo a ti.

La opción a no tenerte es la nada, por mucho que te ame, por mucho que te susurre las obscenas confidencias de los amantes.

Sin ti se me acaba el mundo y temo caer por el borde, donde los mares se vacían en el espacio.

¿Entiendes ahora que insista en mi necesidad de ti?

Lo platónico me pudre y mi pene es una necrosis que envenena la sangre.

Tú dices que es paranoia.

Y yo digo que no me doblaría agarrándome el vientre si la vida no doliera.

Y te digo que te amo, Paranoia mía.

Besos desde el limbo, amor. Donde las bestias caemos al frío espacio arrojadas por los mares que mueren, flotando lejos de las Cosas Más Bellas.

Tan lejos de ti…




Iconoclasta

10 de febrero de 2021

Las exactas palabras sucias


Tengo las sucias y perfectas palabras para definir lo grande que es follarte, joderte el alma y morder desesperado tus feladores labios.

Aspirar los de tu coño entre los míos voraces de ti.

Me cansan y aburren las delicadas voces que no pueden alcanzar a describir la divina blasfemia de tu coño ansiado.

Esa obscenidad tuya de masturbarte frente a mí, obligándome a esperar hasta que la leche se me escurre por el pijo como la baba de una bestia hambrienta. Y metértela cuando me das la venia, como un violador, con los cojones contritos; rogándote que los tomes entre tu mano, que los acaricies porque pesan y duelen de ese esperma que bulle.

Tatuaría una cruz en la polla para alardear de que te he crucificado.

Tengo las sucias palabras que gotearán en tus pezones y las arrastraré con los dientes, hasta que tus puños se cierren y tu pelvis se eleve para llevarme más profundamente a tu coño insondable.

Lo único sutil es mi dedo cuando se mantiene inmóvil en la precisa verticalidad de tu clítoris asomando duro como un arrecife entre los pornográficos labios del coño que destila espesos filamentos de deseo. Apenas lo rozo para tu tortura, para que desesperes; ansiando el movimiento sísmico de tu cintura buscando la presión puta, la definitiva en esa perla que tantas veces he succionado carnívoramente.

No puedo ser más sutil porque cometería blasfemia contra tu voluptuosidad. Tu coño goteando mi semen no tiene metáfora.

No puede tenerla.

No aquí, no ahora.

No soy traidor a tu chocho hambriento.

Ramera es la justa palabra para susurrarte al oído, porque con cada polvo, me robas la razón. Tus servicios son los más caros del mundo.

Y cuando digo te amo, digo a muerte.

Tengo las cuidadas, hermosas y sucias palabras para mostrarte mi fascinación.

Mi puta amada, mi puta deseada, mi puta del alma, de mi corazón. De mi vida…






Iconoclasta

19 de diciembre de 2020

Un latido en la sien


Existo cuando respiro violento, cuando pulsa un latido hostil en la sien.

No puedo ni debo renunciar del animal que soy; por ello quemo la vida y digo que la paz es para los muertos.

A menudo me arrepiento de ello; pero no puedo ni debo renunciar de lo que soy; por ello quemo la vida.

Y quemo la vida.

Otra vez…

Y la vida arde.

Las cenizas ahogan y hacen la sangre espesa.

Todos rotos, todos destrozados.

El arrepentimiento pulsa una muerte ¿Está en la sien la muerte?

Todos quemados.

Los sueños todos… Por favor…

A menudo me arrepiento de ello; pero no puedo ni debo… la vida quemada… La paz es muerte…

A menudo me arrep… Soy un enfermo de podridas venas.

Un chute de aspirina de la buena...

Un caballo salvaje que trota en las venas y piafa en el corazón gélido.

Los muertos no hablan y sus labios suturados duelen; pero no debería ¿O sí?

El cerebro hierve en el cráneo y no hay control, no hay coherencia. No hay paz.

No es nieve, son las cenizas de las ilusiones.

El arrepentimiento llega tarde, cuando hay paz y no hay retorno.

Qué desolación…




Iconoclasta

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5 de septiembre de 2020

Historia de un quebranto


Se le ha roto la voz y no ha podido decirle que lo quiere.
Cuando se rompe el amor, se quebrantan todos los huesos del cuerpo.
La voz es el hueso más débil y quebrada la voz, en lugar de sonido se escupen las astillas que hay dentro del cuerpo y la sangre.
Tampoco lo ha podido odiar; pero no es por el quebranto.
Es indiferencia.
De hecho lleva meses con todos los huesos rotos; pero al negarle un cariño, el dolor ha llegado en tromba. Como si hubiera despertado de una anestesia en mitad de una operación.
No hubo un golpe fuerte, no hubo engaños, insultos o discusiones.
Simplemente un día no le gustó como comía.
Y otro día no le gustó su voz, era inconsistente.
Y luego no le gustó su integración tan perfecta en una sociedad apestada.
No soportaba su optimismo fácil.
Su vocabulario correcto, sus afirmaciones abiertas a negaciones si la mayoría así lo dictaba.
Su sexo aséptico que ya no hacía agua en su coño.
No la mojaba…
Se preguntó si alguna vez lo amó.
Los huesos rotos no son causados por el desamor. Si no por esos seis áridos años perdidos.
- Te quiero, cielo –le dijo en el vagón de metro, preparado para apearse en la próxima estación.
Hacían el mismo horario, en lugares distintos. Dos paradas más adelante, Eva se apearía para empezar otra jornada en la oficina.
Sentía a Juan como un amigo del instituto, alguien a quien no hay más remedio que soportar si no quieres ofenderlo.
Le negó el beso que intentó darle y no le devolvió el “te quiero”.
Juan sonrió nervioso.
Cuando las puertas del vagón se abrieron dijo apresuradamente:
- ¿Quedamos en el centro a las siete?
Ella lo miró y no supo qué decirle.
Las puertas se cerraron y Juan fue absorbido por la masa de carne que se dirigía presurosa a las escaleras mecánicas de salida.
¿Cómo decirle a sus padres y suegros que ya no lo quería por ninguna razón especial? ¿Cómo decirles que Juan era el prototipo de la mediocridad y que ella se equivocó y lo ha pagado con seis años de hastío?
Pero no puede explicarse cómo Juan no ha hecho mención a su indiferencia, cualquier hombre se daría cuenta de su quebranto.
No necesitaba más presión, no quería dar explicaciones y que la sometieran a examen de conciencia y consejos de psicólogos para gente depresiva.
No se apeó en la estación de su oficina.
Llegó al final de la línea que finalizaba en una estación de trenes.
Y no le importó demasiado el destino del tren.
Ni la felicidad, solo quiere romper el mismo día, quitarse de encima esa pegajosa capa de mediocridad con que la pringa Juan, la oficina y la ciudad.
Pasaron los años tan rápidos que olvidó el rostro de Juan, incluso no estaba segura de recordar bien los rostros de sus padres. Ni de sus hermanos.
En algún lugar del mundo, empezó una vida que pasaba rápida, que a veces la dejaba sin aliento. Y sin querer apretaba sus muslos para contener una cálida humedad que su vagina rezumaba al evocar el sexo con Jayden.
Desde su coche patrulla de guarda forestal, observaba a los grandes canguros dormitar sobre la semidesértica llanura.
Hizo una foto para su hijo. Tyler y sus once años recién cumplidos... Nunca cansan o provocan indiferencia, siempre se admiran los otros seres vivos, los libres y salvajes.
Se siente orgullosa no haber en aquella lejana parada de metro, de haber tomado aquel tren de desconocido destino. Y luego un taxi y un avión y otro y otro…
Y llegó un día que dejó de sentir su piel pringosa de mediocridad.
Y no hubo más quebranto.





Iconoclasta
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21 de agosto de 2020

Un sueño fallido


He soñado contigo; pero no te besaba, no te follaba. Permanecía silencioso acostado en la cama, a tu lado mientras dormías. Miraba los minutos luminosos avanzar en el reloj con mi mano entre tu cabello.
Solo así.
No quería dormir porque temía despertar solo. Y tomar solo el primer café del día. Y fumar solo el primer cigarrillo tras el amanecer.
Quería romper la maldición de los días sin ti.
Y el mundo se resquebrajó como un espejo roto, con un estruendo de angustia.
No sé si el estruendo fue de los cristales o fueron mis blasfemias desesperadas. No sé si le grité al universo mi odio y mi frustración.
Desperté solo y triste.
Todo salió mal, amor.
Tomé el primer café en soledad.
Y fumé solo el cáncer de la ausencia.
Otra vez…
No tengo suerte ni con los sueños.
La próxima vez te abrazaré, te besaré, te lameré el coño hasta que arañes mi cuero cabelludo oprimiendo mi cabeza entre tus piernas, desesperada por correrte. Y te follaré con violencia animal.
No puedo arriesgarme a que pase lo mismo otra vez, te despertaré, cielo.
No podría volver a sufrir la insoportable desolación de soñarte, de estar a tu lado y no tener ni siquiera entre mis dedos la calidez de tu piel al despertar.
En mi despertar de mierda…
En este mundo de mierda.





Iconoclasta
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7 de agosto de 2020

Perdidos en el estercolero


Estamos perdidos en un puñado de kilómetros cuadrados de estrecho e insignificante horizonte.
Abandonados entre cientos de miles de seres anodinos cuyas vidas o muertes no importan.
Es un mal lugar para amarte y desearte. Un estercolero donde a duras penas conseguimos encontrarnos, mi amor.
Es el peor lugar y momento de entre todos los que podría haber nacido.
Toda esa basura hacinada que teme y babea, estropea y obstaculiza amarte como yo quisiera.
Nos roban el espacio, el tiempo y el aire.
No hay mayor tragedia que amarte aquí y ahora; y no puedo evitarlo: desearte con la fuerza de una bala.
Te amo entre colonias de imbéciles, cobardes e ignorantes.
No te lo mereces, no tendrías que estar aquí.
Ni siquiera yo a pesar de lo que soy.
Hay mundos tan hermosos, mi amor…
¿Entiendes el porqué de estos tremendos deseos de llorar y maldecir que de repente me roban el aplomo y el ánimo?
Maldigo a mis padres y a los tuyos. ¿No pudieron elegir mejor tiempo y lugar para parirnos?
Ellos tienen su parte de culpa en nuestra tragedia de amor.
Nos escupieron aquí y no me gusta.
No puedo ni quiero dejar de amarte y desearte, en el estercolero o en un lugar hermoso donde esplendieras única, sin basura que nos rodeara.
Tan solo vivo porque existes…
Está todo mal, cielo.
Estamos perdidos en este estercolero, mi amor.
Lo siento; no puedo, no tengo tiempo ya para reparar el error.
Lo siento tanto…





Iconoclasta
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14 de agosto de 2019

Si tu ojo te ofende


Pero… ¿Y si el problema no está en el ojo? 
El problema es lo que me rodea, lo que se me impone; es lo que me ofende. ¿Cómo lo arranco? ¿Cómo lo quemo? ¿Cómo lo mato? ¿Cómo lo destruyo?
¿Cómo evito que los imbéciles hablen o voten contra mi libertad y contra mi individualismo?
¿Es por esto que las masacres indiscriminadas y sin motivo aparente proliferan?
¿Cómo lo hago para librarme de lo que me ofende sin acabar en una cárcel de este planeta de mierda?
Dios es un hijo de puta, creó a la humanidad y luego me pide que si me molesta me arranque un puto ojo.
Arrancarse el ojo es un insulto a mi hombría y libertad, una hipocresía divino/legal reflejada en un espejo que a su vez refleja otro infinitamente. Es mierda a la enésima potencia.
Si Dios existiera, él y sus ojos… Se los podría acuchillar, a ver si al cerdo le gusta. Si le ofende el ojo que refleja un dolor y un asco.
Porque me queda poca vida, por eso no estoy desesperado.
Solo vomito a ratos.




Iconoclasta

17 de abril de 2019

Dedos y hendiduras


La hendidura íntima que forman tus muslos es el lugar de reposo de mis rudos dedos calientes y palpitantes.
Por alguna razón, la contenida inmovilidad de mi mano vence a los muslos que se separan perezosamente. Los dedos se precipitan en la húmeda carne que ha quedado indefensa.
Y siento como palpita esa perla dura y a duras penas oculta, acompasándose a los latidos de mis ásperos dedos que contienen la respiración en una asfixia de puro deseo.
La carne diosa se hace más blanda, elástica y holgada por momentos, como si supiera que tiene que ser penetrada, bebida, besada, lamida, mordida…
Y sin que te des cuenta, un ligero estremecimiento de tu vientre frío empuja, conduce mis dedos a la gruta del suspiro.
Ahí dentro palpitan y arden de fiebre. Chapotean ahogándose en tu agua espesa en gemidos líquidos.
Y tu boca parece el reflejo de tu coño, de tus labios húmedos surge un suspiro como un vapor de obsceno placer que queda flotando en el aire que ambos lamemos. Un gemido que detiene el corazón y el tiempo cuando tus muslos tiemblan intentando gestionar toda esa invasión de placer, de posesión inmediata e inevitable.
No lo puedes ver, pero tus pezones se erizan en la ansiada agonía que suspiran tus cuatro labios carnales.
Los que maman, abrazan y tragan. Se dilatan y contraen a distintos ritmos en una caótica coreografía pornógrafa y hermosa.
Aunque solo apoye mis dientes hambrientos de ti en tu vientre sísmico, respondes con un espasmo que parece conectar directamente a mi bálano que se balancea inquieto buscando meterse en ti salvajemente.
Sin piedad.
Y así es como se gestionan las hendiduras y los dedos.
Mi paranoia de amarte.
Sin piedad, sin paz… Una lucha hedonista.





Iconoclasta