Lo más triste de la vida, lo que la hace verdaderamente puta, es que si eres medianamente feliz (si es posible semejante estupidez) ese instante tuyo suele ser el dolor de alguien querido.
De hecho, suele ser la tristeza de muchos; pero los desconocidos no importa si sangran o ríen.
De alguna forma la vida se teje con hilos de alegría y tristeza. Y es desesperanzador cuando conoces su patrón: invariablemente el hilo de la alegría forma trama con uno de tristeza. Tal vez la relación sea mayor, tres de tristeza, uno de alegría.
Porque no es de recibo que tu buen momento sea el dolor de otro ser a quien estimas. Es como una certeza, porque pagas la felicidad de otros con un dolor, cualquiera que sea.
¿Es la tan cacareada interconexión entre los seres del planeta?
Debería ser ilegal que su felicidad me haga daño, que realmente sea un dolor de imposibilidades, un aborto de las ilusiones que aún tenían cabida.
La vida es una bordado no tan bello, con hilos torcidos que atraviesan flores segando sus brillantes pétalos de esperanzas y sueños.
Y te encuentras que la dicha ajena, por alguna razón te asfixia. No es maldad, ni siquiera pesimismo; es dramática empírica.
La vida es un continuo esnifar de cocaína en el que todo es genial, hasta que te gotea sangre la nariz.
Y se forman rojos ríos en las escleróticas.
Tiene sentido eso de que la vida es una mierda y luego te mueres.
Solo que en verdad, hacía tiempo que eras cadáver.
Cuando suena el trueno, el rayo ya hace tiempo que ha calcinado el amor o la alegría.
No sé, hay días en el que no concibo nada bueno, como si un hilo de tristeza me cortara las córneas. Y da miedo decir que la amo por si el planeta o los que lo llenan me hiciera pagar tamaña emoción hermosa.
Iconoclasta
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