A veces es necesario escribir amor y evocarlo o inventarlo.
Un sortilegio para ahuyentar la desilusión y la mediocridad que me asfixia y me baña con una luz negra que viaja en línea recta y todas las direcciones.
Otra propiedad y constante universal de la miseria humana.
Deseo tener a quien amar, aunque sea tarde. Aunque me arrepienta en los siguientes segundos.
Es un momento, breve, para desfallecer. Lo juro. No soy un idiota iluso.
Crear el tanque de aislamiento perfecto y aislarme con ella, entre ella, sobre ella, dentro de ella…
Una burbuja de deseo y pasión que excluya el cochino universo y la basura que contiene.
Aislado de mí mismo y mi grisentería que me cubre la piel toda como un petróleo y maldigo a mi puta madre.
A mi padre cabrón.
Aun estando muertos.
Aun amándolos.
Quiero volver a ella.
Y en un ejercicio de imaginación gigantesco, llorando; porque los hombres no lloran.
Gemir con el rostro hundido entre sus muslos como un niño que ha estado perdido y no ha podido sacudirse el miedo.
Y que se corra con mis jadeos de desesperación y melancolía que endurecen mi rabo porque soy dos veces bestia.
Que mi rostro triste y trémulo la llene de placer y mis lágrimas se diluyan en su humedad.
Lavar mi tristeza en su coño, alcanzar por él su alma luminosa, blanca como un ángel destructor de la oscuridad.
Quiero gemir con sus dedos aferrados entre mi pelo para soportar las embestidas de placer de mis labios que escupen la pena en los suyos, los de su coño dios.
Soltar llanto escupiendo mi leche entre sus espasmos, en sus jadeos de una incomparable belleza obscena.
Porque ella es la voluptuosidad que no cesa.
Como un mar.
Como su mar.
Que mi semen se enfríe untando nuestras pieles y muera toda posibilidad de nacimiento en un mundo mierda.
Que muera como el pez que boquea en la arena de la playa buscando un aire que respirar.
Y ya…
El amor no es una panacea, no cura nada, no arregla nada. Sólo es narcosis, una alucinación que pone la polla dura y hace que valga la pena ver, tocar, sentir y respirar este universo mezquino por ella, por soñarla, tenerla, amarla, amarla, amarla… Inventarla como quien crea un dios con dos palos cruzados, con una luna estéril, con una estrella muerta.
Con ella hasta la muerte.
Con ella hasta que mi llanto melancólico cese y emerger a la negra luz real sin asco, sin miedo a que se me pudra el alma.
Una relámpago de amor para restañar mi cultivado cinismo de supervivencia y sentir su piel aún en mis labios.
Iconoclasta