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1 de noviembre de 2025

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El feto era especial, precozmente sensible, curioso por la vida que le aguardaba.

Sin embargo, algo no marchó bien, los sonidos que llegaban de ahí fuera eran horribles, hostiles contra lo que su instinto y naturaleza le llevaban a esperar. Y su organismo, cada una de sus células que se multiplicaban para formarlo, estaban expectantes ante cualquier cambio en las condiciones de idoneidad para nacer.

El bebé nació muerto porque le ofendió y temió lo que olió y sintió a través del cordón umbilical y el líquido amniótico que propaga el sonido con terrorífico realismo. Incluso algunos malos sabores que llegaban como una hiel desde la placenta.

“No nacerás” es el mandamiento humano primigenio que los bebés lindos obedecen cuando es hostil la vida.

Incluso dos segundos de vida son tortura y humillación eternas en el degradado mundo de la humanidad, incompatible con la propia naturaleza de la cría que nace.

Tal vez, pobrecitos, los buenos tienen un sistema de autodestrucción para no convertirse en masa amorfa palpitante.

Aquello no estaba bien. La vida es otra cosa diferente a lo que sentía. Se lo decía cada una de sus células que trabajaban afanosamente en su construcción.

Toda señal sensorial del exterior era artificial, incluso algunos nutrientes de la madre.

Hubo un momento en el que el feto sintió una vibración acompañada de un sonido chirriante que se extendía por el útero agitando incluso la placenta, molestándolo.

Asustándolo.

Aquel día, antes de nacer muerto, madre comenzó a agitar la cadera extrañamente, jadeaba y sus pulmones y corazón acelerados lo turbaron creando alarma en su instinto de supervivencia. Y en un momento dado, dejó de respirar y crisparse toda ella mientras el padre le decía: “Te ha gustado, ¿eh mami? ¿Ves como sí que podías?

Y el ruido chirriante y la vibración cesó al fin.

Nunca llegó a poder definir el bebé hoy muerto que madre se había corrido.

El feto se sintió extraño en lugar y tiempo. Llegaban cosas inquietantes a través del vientre reverberando en el limbo-fluido que habitaba.

Hubiera sido muy inteligente, ya tenía una conciencia intuitiva y efectiva del lugar y tiempo en el que nacería.

Prefirió no nacer, su instinto le gritaba que nacería en cautividad en ese mundo, como madre, para toda la vida.

Para toda la puta vida.

Y se imponía la nobleza humana, una dignidad.

Los bebés inteligentes que escuchan o sienten cosas en la oscuridad del vientre no quieren ese vivir.

Son muy pocos los que tempranamente desarrollan esa habilidad sensorial y se niegan a respirar un aire rancio y ante sus ojos un horizonte que provoca ecos demasiado cercanos con olor a cemento, asfalto y excrementos húmedos de las alcantarillas.

Los bebés que se forman con el instinto humano más desarrollado o agudo tienen una conciencia primigenia funcional y su afán de vivir se marchita ante la falta de libertad para desarrollarse dignamente.

Y por todo ello la humanidad se degradada un poco más cada día, por cada no nato.

Su corazón o pulmones no han funcionado o tal vez haya alguna malformación o mutación no detectada. Su cuerpo inerte está entre las manos de una comadrona repentinamente silenciosa.

Hoy, hay dos sangres en el paritorio: la del coño de la madre y la inmóvil del bebé, atronadoramente desoladora.

Malvivir no es vida, sólo una larga agonía.

Mejor no nacer.

Y en los bebés que nacen, pobrecitos míos,  la sabiduría primigenia de especie se ha retrasado y no pueden intuir la indignidad de respirar ahí fuera. Nacen esclavos hasta la muerte.

Es la razón de que en cada nueva generación surjan menos o ningún creador.

Los nacidos, como los que ahora respiramos, servirán de comida para el estado/dios, sus ministros y sacerdotes. Viven triste e indignamente fermentando sus esperanzas y anhelos hasta que la indolencia se apodera de ellos y los lleva a borrar cualquier concepto de libertad y dignidad en su día a día.

El sistema nervioso del bebé advirtió en varios momentos de su corta intra-existencia que algo lo espiaba desde allá fuera arrastrándose por el vientre materno; una presión que deseaba controlar, espiar su intimidad, su vida apenas formada.

Algo que no era madre lo esperaba allá afuera. Y si no era madre, era predador de tacto duro, hostil.

Reptil.

Y los bebés quieren ternura, una piel cálida que los acoja. Es su derecho indiscutible.

Las madres y padres que no desarrollaron en el útero esa sensibilidad ambiental no pueden intuir siquiera lo que su feto o bebé podría temer.

Las sociedades cautivas humanas se han saturado de pobres bebés que no supieron sentir y los humanos de calidad, los autosuficientes, los libres ya no nacen. No hay esperanza para la humanidad, está abocada definitiva e irremediablemente hacia el pensamiento y conducta insectil totales.

Al bebé se le marchitó el ánimo de vida en el vientre de madre y nacer dejó de ser ilusión.

Si no hay alegría de nacer ¿para qué quieres un corazón, pulmones o el cerebro mismo?

Por cada sonido que le llegaba amnióticamente del mundo-prisión exterior se le desanimaba un poco el ritmo del corazón.

Perdía latidos...

Hasta que se detuvo para siempre poco antes de emerger ante el ofensivo olor químico de un hospital. Y sus sonidos plásticos...

La madre sufre la tragedia que no olvidará jamás sumándose a su cautiva existencia; nunca sabrá que su pequeño eligió dignidad a falta de libertad.

Es el momento de blasfemar.

Otra esperanza hecha añicos, una pena que cauteriza toda alegría y esperanza.

Es tiempo de odiar el mundo mal construido que ha asesinado al bebé.

Consuela que no haya nacido para sufrir, para ser humillado.

Con esa precoz habilidad, era lógico que el bebé forzara a las células a detener su trabajo por la implícita tristeza que madre le insuflaba inconscientemente en su sistema neuronal.

Todo bebé raramente inteligente nace muerto al presentir la mierda de vida que le espera.

Su naturaleza e instinto rechazan ese horizonte, aire y materiales adulterados.

La especie humana no tiene salvación, cada generación es física y mentalmente más pobre que la anterior y en esas malas sangres surgen los políticos actuales y las poblaciones que se dejan someter a sus fascismos, mentiras e ignorancias.

Desde que los bebés puros de naturaleza humana nacen muertos, la especie humana camina hacia la extinción.

Los que se forman con el instinto animal humano íntegro no pueden ni deben adaptarse a la cautividad de los asentamientos humanos hacinados o urbanos.

Mejor muerto que la dignidad podrida infectando el alma, si la tuviéramos.

Un bebé muerto, otro más.

Misericordia...


Iconoclasta

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