Powered By Blogger
Mostrando entradas con la etiqueta caza. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta caza. Mostrar todas las entradas

28 de mayo de 2023

lp--La filosofía de los ñus--ic


Parece ser que el pensamiento silencioso global humano es el de los ñus: mueren muy pocos humanos para los miles de millones que viven.

Cuando la cantidad de individuos de una especie alcanza la categoría de plaga, no importan los seres ajenos que mueren a tres o cuatro metros de ellos. La humana es otra especie animal, la premisa es adecuada e idéntica por convicción y experiencia, para ella.

Hasta tal punto se manifiesta la insensibilidad, que piensan acerca del cadáver “Bastante tengo yo con lo mío”.

Estoy seguro de que esa indiferencia hacia las muertes ajenas, es una cualidad instintiva, impresa en el cerebro de reptil del ser humano y todos los animales para preservar la especie de su masiva reproducción y la falta de depredadores para equilibrar el ecosistema.

Las manifestaciones que hace la sociedad, son por y para los políticos y personajes del poder que necesitan notoriedad y piden los llantos hipócritas de la masa humana en nombre de la paz, de la justicia y para un futuro mejor para los que no han nacido. Ante su amo o ídolo la masa humana ve en el acto de fingido duelo algo festivo con el que pasar el tiempo; pero no le interesa lo muerto; solo si hay buena música y cosas amenas que fotografiar para subir al perfil de feisbuc o tuiter.

Y cuanto más sometidas se encuentran las cabezas humanas a las restricciones, prohibiciones y robos del estado o gobierno, más se reduce el radio de indiferencia a los cadáveres.

Llegará un día que caminarán pisando muertos sin sentirse especialmente incómodos por ello.

Sólo en internet, en sus redes sociales, se dedican bendiciones y memes a algunos muertos porque hay que hacerse “oír” y usar el teléfono que ocupa sus manos y su mirada más tiempo del que su inteligencia puede funcionar.

 Solo en internet y medios de comunicación (ya no son informativos, sino doctrinales) hacen gala las reses humanas superiores y esclavas de esa emotividad tan pía y bondadosa, que dan ganas de purgarse metiéndose los dedos en la boca.

La realidad es que los diversos rebaños de seres humanos repartidos por el  planeta, se comportan como los de ñus en la sabana, que pastando con indiferencia en el mismo lugar donde también cagan, a escasos metros uno de los suyos joven, adulto, viejo, lisiado o gestante; es devorado aun mugiendo por los leones.

El número de reses humanas en los diferentes rebaños es tan numeroso que los individuos se insensibilizan a las muertes que ocurren ante sus ojos y en el fondo, algo les dice que es necesaria la muerte.

Y no en tan poca cuantía.

Esta indiferencia o trabajada insensibilidad (al menos la mía) a la muerte ajena explica el porqué las guerras se prolongan tanto tiempo.

La guerra es la máxima expresión de la libertad: matar a otro humano sin consecuencia alguna, como arte cinegético. Sin dar cuentas por ello.

Se desarrolla así cierto orgullo instintivo por conseguir la medalla de ser el mejor matando. Le llaman valor también; pero es solo el lógico embrutecimiento del esclavo al que se le ha dado libertad suprema. Sin mandamientos o leyes que pesen en su comportamiento condicionado por el estado mismo durante la infancia y adolescencia.

El trauma o psicosis de guerra llega cuando al lerdo le arrebatan su libertad de matar.

Hemingway dijo que no hay nada más apasionante que la caza del hombre y quien la prueba no la puede dejar.

Quiere decir esto, que una vez se acaba tu libertad de matar, cualquier otra actividad conduce al hastío.

En la guerra el humano desciende a su más primitivo instinto de caza de supervivencia y una muerte representa, tal vez, un minuto más de vida y más espacio a su alrededor.

Y cuanto más fuerte es la presión, la extorsión y las prohibiciones que el estado ejerce contra él, más humanos cazará o matará con ansia.

Es fácil comprender que sentirá también el honor de ser un medio de selección natural de la especie humana. Una especie de enviado para eliminar individuos que podrían denigrar la evolución de la especie con su mensaje genético defectuoso. Esto es a nivel instintivo, porque no abundan los mínimamente inteligentes para llegar al razonamiento de este ensayo.

Así pues, mejor muerto que volver de nuevo a la paz de la mediocridad y esclavitud de la moral tributaria del estado.

Y que deje de mugir el puto ñu que se están comiendo los leones desgarrando el ano y el vientre, les da dolor de cabeza su congénere mientras pastan aburridos en su ciudades o granjas.

Es como el “Algo habrá hecho”, de las reses humanas adaptadas a las dictaduras y sus crímenes y genocidios.



Iconoclasta


29 de abril de 2022

La guerra, esa salvaje libertad


En la guerra hay una libertad salvaje: matar es gratis, un deber. Y se recompensa.

Si te acostumbras a trabajar todos los días como un esclavo, matar será coser y cantar, pura liberación. Solo tienes que romper ese escrúpulo inicial, matar al primero. Y verás que da resultado, no pasa nada. Y a partir de ahí, el placer.

Y nadie te preguntará si lo haces por la patria o por ti mismo. Porque sería estúpido preguntar lo obvio y saber que te mentirán siempre.

Ahí, en el instinto más primigenio de la caza, se encuentra el máximo exponente de la libertad humana.

La más salvaje y sincera libertad.

Lo difícil será cuando acabe la guerra: dejar de matar, perder la libertad.

Y es que no solo sale gratis matar en la guerra: ¡Te pagan por ello! (muy poquito, pero menos sería una mierda).

Con razón las guerras se hacen tan largas; perder esa libertad salvaje es volver a la aniquiladora y gris mediocridad. Y que tu vida deje de estar amenazada es un aliciente menos para la emoción vital. Se vive más tristemente viajando en metro con un bozal de perro obediente.

En definitiva, arma a un mediocre analfabeto y tendrás en pocas horas a un obediente y fanático asesino. Si le añades inteligencia, tendrás además a un héroe carismático y amado por todas las mujeres y algunos hombres, claro.

Por ley, por la patria es lícito matar. Y esto es la verdad irrefutable.

Y la otra verdad universal es que un ser humano que mates, es un ser humano menos que deseará matarte. Estas cosas funcionan así. Quieras que no, matas.

Así que toda esa mierda hipócrita de “crímenes de guerra”, solo se aplica a los que han perdido la guerra para encerrarlos largos años, matarlos o simplemente humillarlos como si fueran asesinos monstruosos.

Los exterminios automatizados y mecanizados, como eran los de la Alemania Nazi, es otra historia que trasciende a la guerra, otra dimensión más aberrante. Y son criminales de guerra también (ahora sí) muchos países y su permisividad mirando a otro lado (entre ellos los curas del Vaticano), o que lo negaron, o dijeron ignorar. En Nuremberg hubo muchos asesinos sin juzgar por aquel genocidio. Y también hay muchos criminales de guerra libres o no juzgados, próceres ejemplares de otros lugares y tiempos.

Pero como soldado… ¿Cómo no matar con emoción y precisión (si puede ser) a otro?

En tiempos de paz, la hipocresía, la cobardía y la mansedumbre campan a sus anchas como las ratas en un vertedero.

Es la guerra, tú no la pides, te llevan. Así que tranqui, haz tu trabajo y disfruta. Porque luego vendrá la misma vida, la misma grisentería que hace del aire algo sucio que no puedes evitar meterte en el cuerpo.




Iconoclasta

31 de octubre de 2019

Cinegética y asesinato


La histeria se ha adueñado de la chusma convirtiéndola en un montón de sucios espejos quejumbrosos reflejando las mentiras que sus amos cuentan, amplificándolas.
Como por ejemplo los ingleses y su complejo de superioridad del todo injustificado, queriendo salir de la unión europea. O los catalanes y vascos con idéntico racismo y paranoia creyendo ser superiores también y pretendiendo hacer de sus pequeños territorios naciones equitativas y libres, con una verborrea patriótica y pastoral que remite a los más rancios fascismos de antaño.
Quien tenga esperanza de que sus amos ideólogos van a crear una nación “libre y justa” (como literalmente dicen sujetos de grado universitario cuando expresan sus deseos de racismo disfrazado de bondad), se merece ser encerrado en un centro de educación para discapacitados intelectuales.
Quien asuma como posibles y justos los discursos de equidad y libertad que un político hitleriano recita con voz sacerdotal y que además exige sacrificios por el bien del futuro país; quien escucha esas timoratas mentiras anonadadamente y con emoción, se merece un piadoso tiro en la nuca para que no sufra en este mundo cruel. Y por otra parte, no es bueno que semejantes idiotas lleguen a reproducirse creando una especial e imbécil línea genética que se sume a las miles defectuosas que ya tiene la especie humana por doquier en estos tiempos.
Y sí, sueñan los racistas de escasas luces y nula cultura incapaces de ver o asimilar lo ocurrido a lo largo de la historia y sus mesías: creyendo fervientemente que las melifluas promesas de sus amos son verosímiles.
Cuando acaba el periodo de adoctrinamiento diario, se van con sus caritas felices a entregar las cartas a los reyes magos con actitud de mártires, los adultos de más de veinte años, claro. Los menores aún necesitan unos meses más de castigos mentales para que sean como sus mayores.
Hoy más que nunca se precisa marcar y definir legalmente la diferencia entre una buena tarea de mantenimiento cinegético de la especie humana (necesario para depurar la especie y evitar la superpoblación) y el asesinato que, es razonable asumir como delito a pesar de su carácter lúdico y caprichoso; por muy inevitable que sea en ocasiones como método para reparar ofensas.
Y como hoy está próximo el día de difuntos, pues encaja de puta madre este ensayo sociológico en el espacio-tiempo de esta imbecilidad social imparable.
Chao.




Iconoclasta

16 de febrero de 2019

Sin nada que contar


Nunca tengo nada que contar a nadie que se interese por mis días por una malentendida educación. No me ocurre nada que sea digno de mención.
Y lo que me pudiera ocurrir me atañe exclusivamente a mí.
Morir es una cosa íntima. Nadie debería estar cerca cuando te mueres (incluso cuando matas), y es lo que básicamente ocurre todos los días, todas las horas.
Así que invento cosas creando un mundo más intenso. No mejor, solo más importante y trascendente, donde las maldades y las bondades se entrelacen como las patas de dos lesbianas haciendo la tijera.
Mi cerebro está podrido y no es escrupuloso. Jamás aspiraría a imaginar cosas bucólicas o perfectas, me muevo bien y con naturalidad en la sordidez.
Si alguien me pregunta por mis días, jamás le explicaría que son un caos de ideas, imágenes, frustraciones y deseos que ocupan gran parte de mi vida gestionar: describir, nombrar, clasificar y archivar en el lugar adecuado de mi cráneo.
Administrando toda esa vorágine mental, el dolor y el miedo pasan a una fase letárgica y parece que eso le sucede a otro.
Es por mi intensa actividad mental por la que, cuando unos se van a llorar al médico por un dolorcito; yo camino y me accidento por algún tropezón; como si fuera un humano sano sin un dolor en los huesos, un vulgar en definitiva. Si me corto con el cuchillo en la cocina, me meo de risa; incluso cuando reconozco con mis letras que soy un mierda, río oscuramente.
A veces lloro al masturbarme.  Me gusta tener ese aire de maldito y triste.
Suelo cerrar mi resumen mental con un “tal vez se cumpla algún sueño algún día”; pero me río de mi estudiada candidez. Soy muy crítico y burlón conmigo mismo, es básico en alguien con una mente tan ponzoñosa y tan mal ubicada en el universo como la mía.
No, no estoy loco; de lo contrario no podría escribir con tanta lucidez mi sórdida (incluso distópica por decir lo mínimo) bitácora.
Bueno, si nadie es capaz de imaginar lo que mi cabeza esconde, es que soy hábil y tengo el control.
Hay brazos (manos y dedos los desecho, no me gusta esa carne gelatinosa de la misma forma que no me gustan los pies de cerdo) y filetes de mejilla humana en mis congeladores que jamás se descubrirá a quien pertenecieron. En mi sótano tengo cuatro arcones, y el cuarto pronto estará lleno.
Debería parar; pero es tan fácil matar...
Si no tuviera que esconderme, si fuera libre para hacerlo…
Es tan frustrante a veces vivir…
No siempre me apetece comer humanos, no soy exclusivamente caníbal. Me gusta la repostería de crema, trufa y nata; por ejemplo.
Tengo mis caprichos.
A veces sueño que estoy en una selva de otro planeta y cazo una pieza humana, la devoro donde la mato hasta saciarme y dejo sus restos como hacen otros predadores, para los carroñeros.
Sin leyes, sin esconder mi naturaleza, sin necesidad de escribir cada día toda esta literatura sórdida que solo leo yo; pero que una vez haya muerto, leerá alguno de esos seres que creen y velan por esas ridículas leyes que pretenden destruir mi libertad e idiosincrasia.
He violado tantas veces, que me duele el pene al ponerse duro por tantas cicatrices.
Me gusta esa sencilla y brutal imagen de mí. Cuando lo trato con crema hidratante para flexibilizar todas esas durezas, no puedo evitar eyacular con los dedos de los pies fuertemente contraídos y con ese dolor como una frecuencia mortificante pulsando con la del placer.
No siempre consigo evitar un grito o un rugido, no sé…
Querido diario (qué risa de ñoñería, soy feliz a veces), hoy no he matado, me he sentido un tanto desidioso.
Mañana…




Iconoclasta

31 de julio de 2017

El peso del aire


¿De verdad crees que se puede vivir con cordura con el peso del aire aplastando los hombros?
Que seas consciente de esa columna de aire sobre ti. De la que jamás te has podido librar.
¿Es posible no relajarse jamás sin sufrir alguna consecuencia mental seria?
¿Es posible tener tanta voluntad para ser consciente de cada paso que das y a la vez, que los otros seres que te rodean y te infectan, crean que caminas relajado e indiferente a todo?
Cualquiera que observe con atención tus hombros, sabrá de tu tensión continua y agotadora. Cualquiera que cruce su mirada con la tuya, no entenderá esa profunda hostilidad.
Consiguen ofender tu inteligencia y libertad. ¿Se trata de eso?
Siempre ha sido por eso. Desde pequeño necesitabas intimidad y soledad para evadir el peso del aire que te sofoca la respiración.
Tenías cinco años cuando Pinpin, el periquito que papá amaestró, se posó en tu mano. Y te estremecías cerrando el puño con fuerza ahogándolo y aplastándolo. Observaste fascinado la muerte en sus asustados negros ojos circulares y su graznido fue perdiendo fuerza hasta que su cabeza cayó inerte a un lado.
En otra ocasión, mamá bajó presurosa a la panadería, te dijo que no tardaba nada en volver, que estuvieras tranquilo y vieras los dibujos de la tele.
Y en el silencio que se introdujo en la casa, los aflautados chillidos de dolor y asfixia de Gordito el hámster, crearon un momento de relax en tu mente.
Su cuerpo aplastándose por el peso de tu mano en el serrín de su jaula, te daba su calor. Como si la muerte fuera un intercambiador de temperatura.
Y entonces tuviste una revelación, cuanto más grande y más siente la presa, mejor te sientes. Más ligero se hace el aire.
Lo que te come la paz interior es que hay tantos seres que torturar y matar, que cualquier distracción que no sea el acoso, captura y muerte, te crea conflictos.
La predación, el asesinato y el abuso como forma de vida, requieren intimidad y ocultación para que se puedan prolongar a lo largo de toda la vida.
La pesadilla es que nacen más que mueren.
Ni siquiera la muerte puede estar satisfecha en este mundo.
Un niño de diez años yace en la espesura del bosque con la garganta obscenamente abierta, como si tuviera otra boca silenciosa que lanza un alarido de dolor y miedo.
Sus padres gritan su nombre por la senda, veinte metros montaña arriba.
Y observas tranquilo como algunos insectos se agolpan en la raja del cuello, la boca y la nariz. Un escarabajo brillante entra y sale por una de las fosas de la nariz, como si no supiera qué hacer, adonde ir.
Has cazado presas más grandes, piensas un poco decepcionado mientras cortas los dedos índice y meñique de la mano izquierda con unos alicates de cortar alambre.
Cuando los gritos de los padres del niño se hacen lejanos, emprendes de nuevo el camino hacia la carretera del pueblo entre la espesura del bosque.
No te sientes loco, es una necesidad cazar y matar. Cuando matas, durante unos segundos ves tu propio poder reflejado en los ojos de la presa.
Y entiendes que alguien pudiera creerse dios en algún momento de la historia.
Tú no estás loco, porque sabes que eres tan solo un hombre.
Ahora el aire no pesa tanto ¿verdad, asesino? Te mueves más relajado, más aliviado jugueteando con los dos pequeños dedos que le has cortado como trofeo.
¿Cuántos dedos tienes ya en tu cajón de recuerdos que huele a descomposición y aún así aspiras con delectación?
Dentro de unos días el peso de la vida, de la vida ajena volverá a hacerse insoportable y volverás a cazar.
Hasta que mueras, hasta que otro te cace.
Morir no es malo ¿verdad, asesino? Muerte con muerte se paga.
En el café de la plaza Grande, una mujer te espera sentada bajo la sombrilla  y sonríe al verte.
La besas y le dices al oído, en un susurro: "Te la quiero meter, ya".
Y todo es perfecto cuando ella en un movimiento instintivo, separa sus piernas nerviosamente mientras el susurro de tus labios aún resuena en su oído.
No estás loco ¿verdad, asesino? Aún distingues entre la muerte y el placer del sexo. Son indispensables.
El peso del aire... La única forma de que no se aplasten tus pulmones por este aire, por esta vida.
Tú no matas y te masturbas, matas y creces. Follas y sonríes.
Y aspiras durante un tiempo un aire fresco y liviano.
Poco tiempo es mejor que ninguno.
Vivir, matar, morir... No es degeneración, no es locura.
Es supervivencia no dejar que te aplaste el peso de la mediocridad que impregna el aire y los pulmones.



Iconoclasta

16 de julio de 2017

T.Rex


Sentado bajo la sombra de un árbol en el claro del bosque, me recupero de la larga caminata.
Dolor, sudor, cansancio y al final: sombra y aire fresco.
Y te das cuenta que no quieres nada más que esta libertad del esfuerzo y el reposo.
Sin rendir cuentas a nadie, sin medir el tiempo.
Cuando se mide el tiempo, se calculan las horas de hastío acumuladas y las futuras. Tengo un buen reloj; pero no lo miro cuando estoy aquí. Solo miro el cielo y las cosas que se arrastran y se mueven.
Cuando cierras los ojos en un placer, dejando que caiga el sudor por los párpados y el rostro, el tiempo deja de existir.
Entonces el sonido del planeta: el rumor de las hojas, el viento irrumpiendo en los oídos, el piar, los graznidos, los zumbidos de los insectos, animales que observan desde la espesura... Actúa como un tonificante, una estamina.
Es inevitable asumir que perteneces a la espesura, asumir la propia naturaleza olvidada.
Me pongo en pie y tomo un estrecho sendero, un camino hecho por animales, con el sonido del bosque vibrando en el vello de mis brazos.
Identifico en la distancia unos pasos y de forma instintiva hago los míos silenciosos.
Escrutar y acechar. Es algo tan viejo como la montaña.
Es un macho adulto, en torno a los treinta. Delgado, de paso relajado. Demasiado relajado.
Nadie debería relajarse, excepto cuando estás a cielo abierto.
En el bosque somos muchas las bestias. Es un fallo recurrente.
Escucha música, lleva auriculares. ¿Quién puede preferir la música al concierto de vida que es la montaña? ¿Es por miedo a lo que oyen y no ven? ¿O es que miden el tiempo por canciones? ¿Cómo se puede sacrificar la maravillosa soledad de la naturaleza con una vulgar música?
Dejo de ser cuidadoso y acelero el paso.
Cuando escuchan música, no se dan cuenta de la muerte hasta que les entra por los ojos y les roba la fuerza del corazón y los pulmones.
En el momento en el que saco el cuchillo de la cintura del pantalón y cierro el puño en él, siento que soy más, que soy antiguo. Que soy lo que murió hace miles de años.
Si no escuchara música, se hubiera dado cuenta de que los pájaros han dejado de piar. Ellos saben, ellos conocen cuando es el momento de la caza.
Llego hasta él y le clavo la hoja bajo la mochila. He atravesado el riñón, lo noto por la facilidad con la que ha entrado de repente el acero.
Las vísceras son como una bolsa de vacío en el cuerpo.
Cuando has matado a unos cuantos, encuentras la lógica de todo.
Apenas puede gritar, cuando se ha girado con gesto de sorpresa, le he clavado de nuevo el cuchillo en el cuello, en el lateral derecho. Y lo he sostenido firme observando sus ojos mirarme asombrado y tembloroso.
Me gusta sentir la muerte, es como una descarga eléctrica suave que va de mi mano, por el cuchillo y luego entra en la carne ajena y en su sangre.
Cae al suelo y asesto otra puñalada en el pecho que apenas hace nada, ya que las costillas son un fabuloso escudo que protege al corazón. Clavo en el estómago, el vientre y en los muslos. En los muslos, si tienes suerte, puedes trinchar la femoral y todo es más rápido.
Se ha quedado inmóvil, con la boca abierta en un gesto de dolor y miedo, los ojos aún brillan aunque están muertos. Su rostro está salpicado de gotas de su propia sangre. Uno de los auriculares sigue en su oído y el otro emite un ruidito agudo que no me gusta.
No sé que hora debe ser, es algún momento de la tarde, la luz es amable.
Limpio el cuchillo en su ropa, saco de la mochila la cantimplora y doy un buen trago para recuperar el aliento. Matar es un ejercicio explosivo.
Me hubiera gustado que fuera mujer, estoy caliente. La hubiera follado una vez muerta, cuando aún está elástico y templado el cuerpo. No soy necrofílico; pero violar a una mujer viva requiere mucho tiempo y esfuerzo, demasiado ruido. Sé muy bien lo que digo, veinte años como cazador me acreditan como experto.
Antes de que me tocara la lotería, trabajaba como impresor. Mi vida era triste y gris como una pegajosa tinta que me impregnaba la piel y el ánimo.
Y no puedes permitirte que algo falle cuando la libertad está en juego.
Hace dos semanas casi decapito a una madura de unos cincuenta. Su vagina estaba seca, así que escupí para lubricarla y me corrí en ella.
Aún figura como desaparecida, lo dicen las noticias. La oculté muy bien en la profundidad del bosque. Lejos de cualquier camino para que la fetidez de su cuerpo en descomposición no llamara la atención de ningún excursionista.
No tengo ningún interés en ver los restos de mis presas. No soy sentimental y no me llevo nada de ellos, salvo si tienen tabaco o dinero en efectivo.
Porque el dinero, fuera de la naturaleza es un medio necesario para la subsistencia. Y nunca se tiene suficiente.
Arrastro el cadáver entre las espesura hasta que siento que estoy agotado.
Camino de vuelta tranquilo, con los ojos entrecerrados por el rumor del bosque, una brisa suave que mece dulcemente las ramas de los árboles.
Incluso se escuchan lejanos truenos.
Es perfecto.
Ya no recuerdo en que momento del año pasado; pero cacé un matrimonio con dos hijas pequeñas. Acuchillé en la nuca al padre que murió en el acto, a la madre le clavé el cuchillo en uno de sus pechos, pero las malditas costillas la protegieron. Tuve que rajarle el vientre y luego el cuello. Las niñas durante los segundos que duró la caza, se quedaron llorando ante mí y sus padres. Les corté el cuello rápidamente. Apenas hicieron nada para evitarlo. Siempre me despierta cierta ternura la caza de las crías. No es ético cazar animales tan jóvenes; pero me es imposible privarme de un placer.
Es entonces, ante la inmovilidad del pánico que paraliza a las presas, cuando te das cuenta de tu poder, de tu absoluta posición en la naturaleza como depredador rey.
La vanidad es un premio que paladeo con delectación.
Soy vanidoso.
Pero sobre todo libre.
Absolutamente libre y salvaje.
Ahora me queda un buen trecho de camino para volver a casa; pero me siento bien, es un día hermoso y mi corazón late a buen ritmo, aún agitado por el frenesí de dar muerte.
Soy un tiranosaurio fuera de tiempo, fuera de lugar, fuera de la moral y la piedad.
Soy un T. Rex que ha usurpado el cuerpo de un hombre.
Es pura vanidad y orgullo.




Iconoclasta

13 de mayo de 2014

La tragedia más grande y azul


El rorcual azul  mide entre 24 y 27 m.
Hay algo muy trágico en la muerte de una ballena.
El tamaño importa. Importa de verdad.
Un cadáver cuanto más grande es más lástima inspira, más piedad, más miedo, más repugnancia.
Los cadáveres de ellas no inspira repugnancia, el mar es rápido digiriendo la muerte, borrando los errores y delitos humanos y divinos si existieran.
Las ballenas son animales tan desmesuradamente grandes que otros se alimentan de sus carnes y no se dan cuenta que poco a poco son asesinadas y devoradas.
Pesa entre 100 y 120 t. 
Son un error de la naturaleza. Ningún animal ignora que es atacado y mutilado, todo animal defiende su más pequeño trozo de piel.
Las ballenas ni siquiera pueden defenderse de una muerte traicionera y cobarde. Tal vez sean los mártires de la naturaleza, los jesucristos de la fauna.
Es el animal más grande que ha existido nunca en la Tierra.
Las matamos y otras predadores se las comen vivas. Da pena, es una de las tragedias más grandes y silenciosas.
Las ballenas son el buffet libre del mar.
Hay algo pornográfico en ello, repugnante.
Sufren toda su vida por dominar un cuerpo que no pueden defender.
Es triste servir de alimento a alguien o algo mientras aún respiras.
No deberían existir seres que no pueden defender su cuerpo de ser devorado en vida. Es una crueldad de la naturaleza.
Las ballenas nadan y no pueden evitar que las ataquen decenas de metros atrás de ellas; demasiado lejos del pensamiento está la cola.
Ni siquiera pueden huir. Se cansan y se dan cuenta que son alimento vivo cuando ya es tarde, cuando ya están infectadas de miles de heridas.
Si se tiene en cuenta la selección natural, la ballena ha tenido suerte de durar hasta el siglo XXI.
Tal vez tengan algo especial que las salva de la extinción, además del activismo de Greenpeace, claro.
Su corazón pesa 600 kg.
La ballena y su ballenato nadan entre bloques de hielo con la misma paz de quien camina por una senda en la montaña en una templada mañana de otoño.
Son tan grandes... Y cuanto más grande es un ser vivo, mayor ternura inspira, salvo a los envidiosos que son casi todos. Los que no son envidiosos no tienen ningún peso ni responsabilidad en la sociedad. Los apartan como los judíos apartaban y apedreaban a los leprosos.
Por eso se cazan ballenas, porque es un ser más poderoso que el hombre y la envidia es muy mala para la preservación de la fauna.
La madre y la cría se mueven entre el hielo en silencio y sin grandes movimientos, como islas de ternura rodeadas de frialdad.
Y parece que cuanto más grande es un animal, más solitario.
A lo mejor se han ganado su soledad gracias a su tamaño.
Han tenido ese privilegio a cambio de ser masivos e imperfectos.
El ballenato nada tan cerca de su madre y es tan grande la desproporción, que es inevitable pensar en una delicadeza tal, que evite que el pequeño sea herido por su inmensa mamá.
El ballenato crecerá y arrastrará su masa por los mares del planeta si vive lo suficiente. Y será cuidadoso con los pequeños.
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; pero con las ballenas jugó sucio.
No es justo.
El ballenato busca la mama para comer y succiona de una mama herida que supura. Aprendes cuando una ballena está cansada y enferma, se mueven de otra forma, hablan de otra forma. Seguramente una orca la ha herido, o algún barco.
El pequeño se alimenta de infección .
Y no es justo, no me gusta.
A la madre, un pequeño tiburón le arranca un trozo de piel del vientre y al ballenato le hiere un banco de sardinas, son como pellizcos suaves, tal vez cosquillas, pero le arrancan piel. Así es su día, cada día.
Dicen que hablan, se lamentan y cantan con sonidos de muy baja frecuencia, con una frecuencia parecida a la de los terremotos conque la tierra derriba las montañas y edificios sobre sus habitantes. A la frecuencia de las explosiones de las bombas.
Las ballenas y la tierra son parasitadas y devoradas por la vida, en vida.
Disparamos sobre sus carnes y profundas rocas con arpones explosivos y barrenas profundas.
Solo que la tierra está muerta y no gime ni sangra. La tierra no inspira pena, solo incertidumbre sobre cuanto tiempo soportará el peso de la sociedad humana en su corteza.
Las ballenas sufren su peso y magnitud.
He sido certero, el arpón se ha clavado profundamente en el espiráculo, es rápido y mortal. Explota y brota violento y alto el inconfundible géiser rosado, una mezcla de agua, aire y sangre.
Su lamento de baja frecuencia rebota contra el casco del barco, lo siento en los pies que mantengo tensos aún aferrando el cañón arponero. El operador del sonar y radar, desde la torreta me mira asintiendo sin alegría, reconoce la vocalización de las ballenas heridas y en agonía.
Su lengua pesa 2,7 t.
­— ¡A toda máquina! ¡A por ella antes de que se hunda demasiado! —grita el capitán.
Me alegro de mi buena puntería, me alegro de que el animal haya muerto. Primero como castigo a la humanidad que no se merece tan hermosa criatura. Segundo: por ahorrarle los cincuenta años que aún le quedan de vida de ser atacada y devorada por todos los seres del mar, sin que pueda defenderse.
Puede vivir más de 80 años.
El ballenato golpea su madre en las barbas para que se mueva, no sabe que ha muerto.
El lamento de la cría llega nítido y claro, es un poco más agudo. Sobrecoge el corazón, literalmente, lo hiela. El altavoz del sonar y sus lamentos que llegan rebotando por encima de las pequeñas olas provocan sensación de tragedia en mis dedos que no pueden relajarse ni soltar el cañón. Sus gritos están llenos de miedo, incomprensión y desamparo.
Al nacer miden 7 u 8 m. y pesan 2,7 t., como un hipopótamo adulto.
—Desconecta el sonido, por favor ­—le pido alzando la voz al operador.
Y ahora lo más penoso. Cargo un arpón sin explosivo para no destrozar la presa que es cuatro veces más pequeña que la madre.
Disparo y cometo mi segundo asesinato de la temporada. El arpón se ha clavado en la cabeza del pequeño que muere al instante.
Que se joda la humanidad, extinguiría todas las ballenas del mundo para castigar a todos los seres humanos.
El tamaño de su garganta no permite tragar objetos más grandes que una pelota de playa.
Dios creó a las ballenas imperfectas e indefensas en un mundo de hienas y carroñeros.
Se asfixian con poca cosa. Malditamente indefensas.
Yo castigo la Divina Torpeza con cada arpón que cumple certero su cometido.
El operador del sonar me observa por un momento sin poder mantener sus ojos en los míos, siempre se le escapa alguna lágrima con los primeros asesinatos de la temporada.
—No está bien, no es bueno lo que hacemos.
—No lo es, amigo, pero nos toca ser los matarifes. Mejor nosotros que otros carniceros que sabes que las matarán lentamente, con mil arpones hasta cansarlas —respondo sorbiendo café, sin confesar mi gran dolor, mi profundo desprecio a la humanidad.
Puedo ser frío como el mar donde ahora flotan muertas las ballenas.
Estamos sentados en la mesa de la cocina. El cocinero siempre sabe de nuestra depresión cuando asesinamos, así que nos prepara abundante café tras la caza.
—Jamás entenderé como puedes hacer esto. Sé que algo hay de dolor en tu mirada con cada pieza que cazamos, pero mejor que tú, no lo hace nadie. Estoy contigo.¡Salud arponero!
—¡Qué Dios reviente, compañero! —siempre brindamos tristes con nuestro café, siempre le deseo la muerte a Dios.
Chocamos nuestras tazas mientras en cubierta gritan y corren marineros y carniceros; ya están subiendo a la madre y al hijo para cortarlos en pedazos.
La puta gran tragedia no ha hecho más que comenzar esta temporada.






Iconoclasta