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9 de abril de 2017

Adentro de todo


Más adentro del planeta no puedo estar, más adentro de mí mismo, por encima y dentro de la humanidad.
Y no ha sido fácil llegar.
La libertad se paga con sangre y años. Has de dar cosas a cambio.
Has de negociar con bastardos e innombrables usureros.
Sin embargo, hay quien paga lo mismo para pudrirse ante un televisor, entre la suciedad urbana, cemento y asfalto.
Bien, eso es porque yo he sido más fuerte e inteligente.
Tengo más cojones.
No es vanidad, es praxis.
Soy absolutamente despiadado conmigo mismo. Toda la vida.
No me importa serlo con otros, con casi toda la humanidad.
Con toda.
Porque a quienes amo, no son humanas/os. Se escapan de esa taxonomía de grupo. Están en una clasificación superior no definida por envidia.
Hay bohemios y cínicos que dirán: "¡Bah! Cualquier sitio es bueno para morir".
Y una mierda.
Tú mueres en cualquier sitio, yo vivo y me consumo a velocidades eléctricas donde quiero.
No me habré dado cuenta y seré cadáver.
Tú no.
Son cosas que sé, soy sabio.
No es alarde, es simple verdad.
El diablo es como yo, no sabe por viejo. Nacimos hijos de puta, los años solo nos han hecho más eficaces en nuestras tareas, nos han enseñado a optimizar recursos. A hacer preciso y quirúrgico el pensamiento. Desinhibidamente cruel y obsceno.
Saberlo todo es deprimente, duele.
Y me enorgullece. Soplo mis uñas vanidosamente en la soledad, solo para mis ojos.
Adentro de todo.
Cuando beso el coño que he de follar, otros han soltado su semen como si orinaran, como si escupieran una flema.
Yo se la meto a la diosa, otros solo follan putas low cost, outlet, baratas...
Me tomo mi tiempo. El mío, solo mío...
Adentro de todo...
Hay un concierto de trinos y hojas en movimiento, que vuelan como mariposas tontas, sin método, sin rumbo. Con alegría.
Y los ojos se me cierran en un lánguido desmayo de un mediodía templado y luminoso de piernas cansadas.
Tal vez muera ahora; pero no le tengo miedo a nada ni a nadie.
No voy a llamar a un médico.
Médicos y chamanes gestionan como pueden su ineficacia.
Es un momento hermoso para la valentía.
Aquí, adentro de todo.
Memento mori.
Sí... No lo olvido.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

14 de marzo de 2017

Cumplo doce añitos

Ya no pienso en los cincuenta y cinco años que hoy cumplo. Pienso que cumplo doce años de una vida que cambió radicalmente por un accidente que hizo de mi pierna algo que cuelga con la funcionalidad de una pata de palo.
Solo que con dolor.
Porque ese día de San Valentín a las seis y poco de la madrugada, inicié un descenso doloroso y lleno de miedo a la muerte.
He de reconocer con cierta vergüenza que era más miedo que dolor.
Y no morí.
De alguna forma, era demasiado fuerte o aún tenía cosas que decir. La vida continuó a pesar de una oscuridad tenebrosa y enloquecedora que envolvía el pensamiento todo.
Cumplo doce años, por supuesto.
Doce años hace que la muerte, como el loro de un pirata de libro para niños, se posó en mi hombro y cotorreaba diariamente: "Vente conmigo, vente conmigo". Y cada graznido era un dolor.
Un año entero con  la muerte susurrando a mi oído. Y como no le hice caso, la muy puta y rencorosa  me dejó una pierna convertida en un generador de dolor diario. Infatigable. Nunca se ha detenido un solo momento.
Tengo un Chernobyl alojado en las entrañas de mi tibia derecha que se extiende hacia la rodilla como una telaraña de dolor de mierda.
Infalible...
Aunque no me importaba morir, me preocupaba la cuestión del dolor.
La muerte llegó a convertirse en algo que "ojalá me muera".
Hace doce años, esa parte de mi cuerpo se transformó en algo ajeno a mí. En una pulsación diaria de dolor y desánimo. De fealdad y cojera.
También imagino con una sonrisa ilusa, que hice un pacto con el diablo y me dejó vivir a cambio de mi alma (que no tengo) y se llevó en prenda la mayor parte de vida de la pierna. La dejó negra y seca, rígida. Cada paso es vencer un tendón duro como un cable de acero. Romperlo un poco con cada paso.
A cambio me dio libertad. Como si no existiera forma alguna de ser libre si no pagas en dolor.
Una constante universal que rige el mundo.
Cumplo doce años con el dolor como forma de vida, como forma de sueño.
Y aún así, no es capaz de minar la ilusión, los deseos o una risa a veces franca, a veces sarcástica.
No olvido el dolor, ni el miedo a que la pierna vuelva a troncharse ya cansada, ya desgastada cuando camino. Simplemente he alcanzado un alto umbral de dolor, una alta tolerancia.
Y está bien, vale la pena que los días duelan si hay libertad y tiempo para conocer seres y cosas especiales y hermosos.
Vale la pena haber pactado con Mefistófeles y cumplir doce años de vida con un cuerpo demasiado usado para esa edad.
O tal vez, toda esta reflexión, es solo el producto de la esquizofrenia del dolor y un consuelo estúpido por doce años duros como la lápida que debería cubrirme.
Doce años libres, en los que el dolor ha sido la motivación perfecta para deshacerse de toda clase de escrúpulos y falsedades que hacen de la vida una mediocridad frente a un televisor, o frente al volante de los seres que se mueven en la colmena sin más opción que seguir repitiendo siempre el mismo día y morir sin darse cuenta.
Bien, cada cual se consuela como puede.
Un brindis excepcional con maravillosa morfina (solo para momentos muy especiales), para celebrar doce años de vida.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

3 de diciembre de 2016

Hielo y piedras



He visto el hielo en las piedras de un viejo muro de más de cuatro siglos.
El sol no alcanzaba a evaporarlo, como si el muro cobijara al hielo y éste enfriara y diera de beber a las secas y viejas piedras cansadas.
Son buenos amigos que se hacen compañía.
Todos esos siglos los han unido.

Debe haber un tiempo secular determinado para que las cosas más extrañas traben amistad entre ellas.
Y entiendo porqué amo y odio con idéntico placer e intensidad y nada me frena.
Con entusiasmo, lo mismo que construyo, destruyo.
Debe ser que soy más viejo que el muro y el planeta me adora por la pureza y la total ausencia de escrúpulos en mis emociones.
He cumplido una edad secular y el planeta adora mis emociones de amor y destrucción.
Al fin y al cabo soy hijo suyo: un producto de este lugar que flota en el cosmos.

Soy fuego y hielo.
Hierba y piedra.
Agua y tierra.
Soy perfecto, equilibrado en maldad y bondad puras.
El universo me quiere, es mi amigo a pesar de mis aberrantes pensamientos.
Tan viejo como él mismo.
Por ello aún vivo.

No tengo reparo en odiar por igual al más rico o al mendigo que más sufre. No prostituyo mi ser por nada ni por nadie.
Soy muro y hielo que avanza hacia una muerte que no pide ni necesita arrepentimiento alguno.

No existe el examen de conciencia en mí. No soy conciencia, soy consecuencia. Soy un acto continuo perfecto.
Cada acto cruel, cada detestable pensamiento, que he ejecutado y hay en mi cerebro, es la perfecta consecuencia del universo.

Podría ser más hermoso; pero nada es perfecto.
Y lo perfecto hastía.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

17 de agosto de 2016

Una imagen divina


Incluso le da cierto asco la puta que orina un caño inverosímil de orina contra el pene de un macho de mirada idiota en la película porno; pero su polla no tiene reparo alguno y se mantiene dura y latiendo en su puño.
Eyacula, suelta su carga de semen y deja que le resbale por el vientre, por las ingles y gotee lentamente enfriándose en la sábana.
Se enciende un cigarro, su pene late perezosamente con los últimos ecos del orgasmo; pero no hace caso.
Es salvaje e inmoralmente libre. Inmoral para el punto de vista de la chusma, el no cree en leyes o pautas morales, hace lo que debe sin tener en cuenta a nada ni nadie.
Le apetece un café; pero no quiere preparar una cafetera. Su vientre aún está húmedo de semen, no se limpia. Es suyo, no hay nada de él por lo que sienta asco.
En el café se sienta en la mesa más apartada y escribe cosas en un cuaderno que ofenden al mundo entero.
Y está bien, le viene a la cabeza esa cobardía tan generacionalmente insertada en los cerebros idiotas: "Un día puedes necesitar a alguien, sé cuidadoso". Hace tiempo que se limpió el semen de una paja con aquel consejo. Porque es mejor morir que necesitar a nadie.
Y concluye que muchos están respirando un aire que no debieran, por lo tanto.
Así que escribe y ofende. Así que escribe y se caga en dioses y leyes.
Observa que es el único que está solo en el local, en las mesas charlan, hay un barullo caótico que lo aísla aún más de todos.
Alguien le saluda y le habla del tiempo, el responde con una sonrisa, pero su pensamiento es un nudo de cólera: "Ojalá te parta un rayo, cabrón ".
El hombre le da una palmada amistosa en el hombro, él se caga en "su puta madre"; pero le sonríe y le dice: "Hasta luego".
Observa con desagrado a las pocas parejas que ocupan mesas. Su tiempo de errores ya pasó, ya no necesita ni quiere a alguien a su lado. El tiempo lo ha curado de cobardía, si alguna vez la tuvo.
Una vez la masturbó, le metió los dedos en el coño mientras ella conducía el coche, hizo que se corriera y sus dedos se crisparan al volante; luego no quiso que se la chupara: sentía asco por la zorra. Solo pretendía hacer su toma de posesión: él hace lo que quiere con quien quiere.
Y la vida se torna tristemente predecible, más de lo mismo cada día.
Escribe en el cuaderno que follar ya no es la cuestión: se trata de hacer lo que quieras con alguien. Usar personas...
Y eso ofende la moral y las ideas del amor y el respeto.
La familia es un asco y hace de la libertad un excremento cuya montaña gana altura con los años.
Son cosas que no se dicen, solo se escriben en la intimidad que proporciona la chusma parlante y gritona.
Sale a la calle y llueve, los hay que corren, los hay que ríen por lo divertido de mojarse por un repentino chaparrón.
Él usa el agua de lluvia para refrigerar su cerebro demasiado recalentado, demasiado potente para tanta banalidad.
Llega de nuevo a casa, se sienta en el sillón frente a la televisión apagada, se observa reflejado en la pantalla: y le gusta lo que ve.
Hubo un tiempo que no había intimidad para observarse, para oírse a sí mismo.
Ya todo está bien, vivir más sería estropearlo todo, acabar con indignidad.
El filo de la navaja se hunde en la carne de su muñeca con sorprendente facilidad, pero se le escapa de las manos por el trallazo de dolor cuando los tendones se seccionan.
El cigarrillo está sucio de sangre y crepita al aspirar.
El gato se acerca a él y lame la sangre, se sube a su regazo y se acurruca entre sus piernas. Él apoya su mano ensangrentada y deja que la sangre corra por el pelaje de su único amigo.
Observa la pantalla del televisor con el corazón a punto de fallar por falta de sangre: es tan sórdida la imagen... Casi como lo que él escribe.
Sonríe ensangrentadamente y el gato ronronea tranquilo, ajeno a la muerte que le gotea.
Fin.



Iconoclasta

20 de junio de 2016

Blasfemia en Sagrado



Piso la tierra y las ruinas que antes fueron sagradas, fumo y sudo entre centenarios muros. Y solo pienso en ti.
No tengo nostalgia ni respeto alguno por la historia, porque la historia es una sucesión de errores.
Yo soy la verdad y la hombría.
En mí no hay admiración por las piedras mal colocadas, solo hay una burla hacia tiempos de esclavitud moral .
De ser esclavos a cambio de un paraíso inexistente.
Porque solo concibo el paraíso entre tus piernas. Cargado de vida, de semen, de saliva goteando sobre ti.
Follarte entre los muros de sagrado. Quisiera tener el suficiente poder para comprar esa ruindad, toda esa miseria que huele a muerte, ignorancia y engaño.
Follarte en el altar roto de una ermita donde cagan los animales del bosque.
Encadenarte de cara al secular muro y metértela por detrás, ante los espíritus santos, ante las mentiras proclamadas miles de veces.
Que los muertos giren sus rostros sin ojos ante la vergüenza de mi polla reventando tu coño.
Seremos blasfemia ante los ojos de vivos y muertos, temerán y proclamarán mi castigo, nuestra condena; pero solo verán mi semen deslizándose por tus divinos muslos.
Y lameré el rastro que he dejado en ti susurrándote: "Perdóname mi puta, porque he pecado".
Fumo y observo rincones santos donde meter mis dedos bajo tu vestido e invadir tu coño, castigarte con placer ante los mentiras sagradas a las que somos inmunes.
Quisiera ser un cristo recién nacido chupando tus pezones hasta hacerte desesperar en el altar roto, donde las hostias se comían con hambre y con estupidez.
Donde se mantenía una pegajosa oblea en la boca pensando que ganaban un lugar en un paraíso.
No pienso en los muertos, en las gentes que un día asistieron con devoción lerda a una misa.
Pienso en el espacio duro, salvaje que es ahora; pienso en joderte donde los que ahora están muertos, propagaron la cobardía y prostituyeron su libertad y espacio a la falacia y la ambición.
Y todo para obtener más esclavitud.
Separaré tus piernas ante donde un día hubo una cruz y lamiendo tu coño, le diré a los que dejaron de existir que tu vagina goteante es el único cielo y que requiere vida y fuerza para acceder a él.
Requiere cojones y no oraciones.
Amarte y follarte no puede esperar a pasar a otra vida.
Te joderé en esta tierra entre estos muros. Aunque teman un castigo divino para mí.
El fluido de nuestra cópula regará el suelo y los cadáveres que un día creyeron en fantasías pueriles.
Quiero que me acusen de blasfemia con mi rabo duro en tu boca.
¿Has visto lo que es amarte?
Me haces salvaje e impío.
No hay nada en el planeta por lo que sienta más admiración que por tu piel y tu mente.
No hay nada que me inspire tanto fervor como besar tus cuatros labios.
Aquí lo afirmo, ante sagradas ruinas, ante una tierra donde unos creyeron en santos y pecadores.
Donde jamás nadie hubiera pensado que sería nuestro burdel del deseo más brutal y desinhibido.
Tú me absuelves y yo te la meto.
Pecadores, gozosos y carnales pecadores...
No hay pecado, solo tu carne, el auténtico paraíso.


Iconoclasta
Foto de Iconoclasta. Ermita de Sant Bartomeu, Ripoll.



3 de junio de 2016

Un horizonte de libertad y amor


No hay nadie que pueda estropear el momento diciendo que va a llover, que el cielo presagia muerte. Que hace viento...

Bendita la libertad de la soledad...

Cuando amenaza lluvia voy hacia las montañas, con psicótica ansiedad.

Cuando la gente se resguarda, yo emerjo.

Es el cielo que siempre soñé, es la fuerza que siempre quise sentir.

No ver un horizonte de tragedia ha sido la tristeza de cada día al despertar.

He estado  a punto de no llegar; pero no le hice caso a nada ni a nadie.

Sigo el camino del dolor ignorándolo. La soledad es compañía y me lleva adentro de mí mismo, con cariño, con paciencia. Calmando mis náuseas por el vértigo de la vida que pasa doliente.

Y un fuerte viento me dice que todo está bien. Me hace sentir indómito, salvaje.

El viento que me forja, que me endurece.

Él serena toda mi frustración pasada, la melancolía de no haber nacido aquí, de llegar a este cielo cuando ya he gastado casi toda la vida.

Mis nubes grises y de un azul cobalto que parecen amenazar con aplastar a todos los seres que vivimos bajo ellas, me dan una libertad que se eleva por encima de las montañas.
Mis moléculas quisieran formar de ellas.

Las nubes tiran de mi piel para arrastrarme allá arriba.

Entrecierro los ojos ante el viento que refresca dolores y cansancios, como si me acariciara.

Y el viento se convierte en los lejanos besos de ella. Ella que me ve como si fuera un hombre completo. El aire es fresco como tienen que ser sus labios, dice que nos olvide el mundo durante los largos besos.

Sus palabras y el cielo denso y funesto. El decorado hermoso y preciso para un vida y una muerte.

Porque es un buen momento para morir con dignidad y amado.
Amando...
Antes de que estropee, por favor.

En el íntimo y solitario camino, el viento se torna ráfagas de amor que arrasan, que me arrancan de mi rostro todo lo que dolió, lo que duele y lo que dolerá. Lo que no gustó y lo que no gustará.

Cierro los ojos pensando en su boca y en las marcas de su biquini, en  su culo... Y bajo las nubes que dejan ya caer gruesas gotas, tengo una erección salvaje y libre. Ella sonreiría y  me besaría muy pegada a mí para sentir lo que provoca.

Yo sonrío al viento que es ella.

Ella desnuda.

Ella húmeda.

Ella pegada a mí.

No me he dado cuenta del tiempo y la distancia que he consumido y recorrido, estoy tan lejos que soy nube.

Ya nadie me distingue, soy de color azul cobalto para alguien que mire el horizonte.

Me basta con ese privilegio.

Ha valido la pena.

Ahora toca volver, para ello utilizaré medio cerebro para obligar a mis piernas a no quedarse bajo el cielo lo que me queda de vida.

La otra mitad del cerebro trabajará en combinar la palabras adecuadamente para intentar plasmar la belleza de la que soy víctima.

Soy víctima de ella, mi amor.

De las nubes y el viento, mi libertad, mi hombría.

Mi naturaleza salvaje tanto tiempo aplastada por los mediocres días se rebela y se expande, quiere ser vapor y trascender.

Mi muerte digna...

Nadie tendrá que incinerar mi cadáver, un rayo me desintegrará.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

30 de abril de 2016

El piloto y yo


Es fácil saber lo que piensa el piloto: la libertad, la superioridad de tener el mundo bajo sus pies, estar en lo más alto.

Y ser el más rápido.

Y si se da el caso, el más letal.

Sinceramente, me suda la polla todo eso; soy de una sencillez patológica. O tal vez de una vanidad enfermiza. Porque nada ni nadie vale más que yo.

Observo la estela del reactor y pienso en la insignificancia del piloto y su avión. Son unos puntos que apenas se ven. Si muriera, no habría drama, está demasiado lejos, no llega nada de él.

Pienso en ese pobre humano encarcelado en aluminio y vidrio.

Me alegro de que pueda sentir esa sensación de libertad y poder, porque alguna satisfacción ha de haber en alguien que observa el mundo a través de un vidrio, respirando aire artificial y perdiendo los detalles de la vida a velocidades supersónicas.

Me alegro porque esa sería mi desgracia, me pegaría un tiro en la puta cabina.

Porque he visto la primera lagartija de la primavera, la primera mariposa y me he quitado una brizna de polen de la nariz.

Le he escrito un mensaje a mi amor diciéndole que la tengo dura y me duele, me duele, me duele... Y más entre las montañas preñadas de vida y muerte que despiertan en mí al macho en celo que soy.

Y he fumado con el frufrú de las ramas de los árboles y las altas hierbas.

He cerrado los ojos como un animal medio adormilado.

He sudado y bebido agua fresca y he cruzado un pequeño riachuelo mientras el piloto me sobrevolaba.

He observado la estela sin ningún interés.

Luego bajará de su avión y le rodeará asfalto, artificialidad y más esclavitud.

Dicen que hay puntos de vista; pero el del pobre piloto es erróneo, no tiene nada de lo que alegrarse, nada por lo que sentirse hombre.

Porque todo lo que ve, es pequeño y lo pequeño no existe en su vida.

Tal vez tenga una ventaja: que la miseria y la mezquindad también se hacen invisibles allá arriba.

Es un flaco consuelo, pero es eso o el suicidio.

Yo puedo ver hasta la transparencia de una lombriz, la textura aterciopelada de las alas de una mariposa pequeñita que revolotea absolutamente eufórica, bebiéndose la poca vida que tiene.

Observo atentamente sus pezones erizados, duros, tocándose. La amplío en la pantalla del teléfono hasta que no existen montañas ni nada más que ella.

Evoco el tacto de una vagina, mis dedos parecen resbalar y siento  la calidez que fusiona los tejidos durante la penetración.

Follar es comunión y predación, me gusta por ese estadio que me hace descender e inhibe la razón. Me gustan mis gemidos animales cuando follo y mi misión de arrancar los de ella de lo profundo de su coño.

Y me olvido del piloto, de su estela y de lejano rumor que rompe sonido y tiempo.

Yo acaricio el tiempo y el sonido.

Me rozaría contra un árbol hasta fertilizarlo.

Caliente me pone la muy...

Mis pasos parten ramas y espantan a los pequeños animales. Soy un predador en este momento. El piloto es un inocentón orgulloso que no puede imaginar mi grandeza.

No hay ninguna velocidad que supere mi orgullosa erección, hostilidad y libertad.

Si fuera humano, sentiría lástima por el avión y lo que contiene.



Iconoclasta

27 de abril de 2016

Desde aquí



Soy oso, soy bestia, soy triste, soy un héroe, soy un miserable, soy un husmeador, soy pornografía, soy un romántico suicida, soy un asesino sin pasión, frío como dios condenando. Soy todo eso, pero ante todo: absolutamente libre.

Si se le puede llamar libertad a pensar continuamente en ella. No todo es perfecto.

Asesinar es fácil, se ha vuelto cotidiano. Hay más de treinta seres humanos eviscerados en el camino que asciende a esta cima. Son la estela que dejo en mi camino.

La humanidad es idiota, ni un rastro de sangre son capaces de seguir. Están lejos de apresarme, de matarme.

Los intestinos de los muertos les debe hacer resbalar.

No soy un asesino por alguna deformación del cerebro. Simplemente asesino por amor.

Porque cuanta menos gente respire en el planeta, más posibilidades tengo de llegar a ella.

Mis designios no son inescrutables, son tan claros que iluminan las noches con sangre fosforescente y mi glande refleja la luna cómplice que me admira, supurando un deseo espeso y brillante que forma desesperantes filamentos entre mis dedos cuando meo.

Despedazo a quien está por delante de mí obstaculizando mi visión y mi camino hacia ella. Mi navaja corta certeramente los tejidos que protegen los intestinos. Y la sangre hace rojo mi pensamiento, no puedo detenerme ahí. Practico un corte bajo las costillas y metiendo la mano, les saco los pulmones. El resultado es divino, como si fueran hombres, niños y mujeres con agallas, extrañas mutaciones de humanos-peces en una montaña agreste.

Soy un artista enamorado que rasga seres inútiles con absoluta libertad y desinhibición.

Cuando te acostumbras a desentrañar pulmones e intestinos, te vuelves insensible al olor de los excrementos y la sangre.

Sin embargo, al amor no puedo acostumbrarme, él me ha convertido en lo que soy. Ella y sus pechos de masivas areolas, sus nalgas provocadoras entre las que enterraría mi lengua...

Lo peor son sus palabras, sus labios perfectos (los de la boca) que desatan la ternura que ningún ser humano ha sido capaz de transmitir.

Desde aquí, con los muertos a mis espaldas, la huelo. Husmeo el aire con una dolorosa erección, con los testículos plenos de la leche que deseo derramar en su piel.

Desde aquí, cansado y libre la busco enamorado. Y lo único que temo es que mi deseo pueda herir su piel con mis dientes.

Mi hambre de ella no tiene lugar en este planeta. No hay datos históricos de algo semejante. No hay parangón.

Conmigo muere una estirpe de un solo individuo.

En algún lugar y momento la encontraré y se la meteré. La localizaré y clavará sus uñas en mi pecho y en mi espalda para aferrarse al mundo cuando mi polla y mi lengua la arranquen de la realidad.

Ahora, desde aquí, observo la ciudad. He subido a lo alto para ser más que nadie, para que mi aroma salvaje llegue a ella y su coño se moje.

Para marcar mi territorio que es el mundo entero.

Desde aquí, con mi ropa sucia de sangre seca, con mis manos encostradas de piel ajena, la llamo con gritos primigenios descendiendo al primer estadio de la evolución humana y le ofrezco toda mi libertad, toda mi hostilidad y todo mi amor.

Estáis muertos si os cruzáis en mi camino.

Bajaré la montaña en su dirección, la que marca mi erección.

Es infalible.

La amo con absoluta libertad.

Desde aquí, desde el infierno si existiera.

La tomaré en bestial posesión, no importa los que mueran.

Lo juro desde aquí.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

14 de febrero de 2016

Día de enamorados, me parece que no


En días como hoy hay seres tristes que lloran la imposibilidad de abrazar y besar a quien aman.
Y en días como hoy los hay que despiertan con una sonrisa en el rostro, ilusionados, felices. Expectantes de lo que les ofrezca un día de enamorados.
Es normal padecer o gozar las celebraciones tradicionales cuando se tiene una fuerte dependencia del ritual social. Cuando crecer y acumular experiencia no ha servido de nada, cuando el pensamiento no tiene relieve alguno. La esclavitud mental está tan insertada en el tejido neuronal, que nadie se da cuenta que la padece.
Cuando se es libre, cuando eres ajeno al ritual, no existen días especiales.
Amas, deseas y odias igual todos los días. De la misma forma que el que fue un hijo de puta en vida, lo es en el recuerdo ahora que está muerto.
La muerte y los santos días, no tienen nada que cambiar en mi pensamiento.
Puedo elegir cuando odiar o amar independientemente de los calendarios.
Y de una forma casi aleatoria, el día de navidad podría ser el de la mamada, el de la resurrección de mi perra muerta.
El domingo de ramos sería un día masturbador, porque al fin y al cabo, hay cierto mimetismo en golpear el palmón contra el suelo y el movimiento cadencioso y vertical de mi puño en mi rabo.
Y de la misma forma, por mimetismo o por simple y voluntaria maldad desinhibida, san valentín es un buen  día para arrancar a alguien el corazón y meter tierra en el agujero que he dejado en su pecho.
La libertad es extraña para los demás, nunca se practica como alguien espera.
Caín cansado y aburrido decide reventar el cráneo del mezquino Abel, el que le lame el culo a Dios y yo me fumo un cigarro observando el mal simulado orgasmo de una zorra en un video porno que lanza chorros de orina con gritos de cerda degollada.
Me parece bien, podría ver noticias o un documental; pero la versión que me dan del mundo es más sórdida y sucia que la orina que la actriz-puta salpica entre sus muslos abiertos y los indecentes y gruesos labios de su coño.
Me gusta tanto la indecencia... Sobre todo la del pensamiento me apasiona.
Y evoco clítoris duros, resbaladizos, la lengua sintiéndolo, el inolvidable momento  en el que emerge terso y los vientres que se sacuden con un orgasmo incontrolable.
Como los sesos de Abel escurriéndose del cráneo que Dios creó.
Detengo el puto video, me calzo las botas y salgo a ver las nubes entre las montañas; absolutamente alejado de cualquier pauta cívica y social, para concluir por el camino, que san valentín es un día tan bueno como cualquier otro para que alguien muera.
Sinceramente, algún derrame o infarto que ya no recuerdo, debí padecer en algún momento; porque el asunto empático es inexistente en mi cerebro.
Me coloco los auriculares y escucho a los rolling cantar al diablo y su simpatía y sé que toda la humanidad está equivocada y hace las cosas mal. Porque hoy es el día más indiferente y falto de emoción.
Y digo como siempre, cuando he de poner las cosas en su sitio y buen lugar: el amor es un sentimiento que nace directamente en los cojones.
Escupo la colilla, enciendo otro cigarro y llueve.
Me gusta y sonrío, un poco torcidamente, al fin y al cabo siento rencor hacia tantas cosas y seres, que el cariño parece un insulto a mi inteligencia.
Sería perfecto que un rayo fulminara una de esas grandes torres eléctricas de alta tensión y espero un rato por si ocurriera.
Si tuviera alas como un ángel, no volaría, las extendería para resguardar y proteger mi espacio, para que nadie se acercara demasiado y me rozara.
Escondería cuchillas de afeitar entre las blancas plumas.
Es hermosa la plástica de la sangre sobre las plumas blancas, no existe nada más hermoso.
Me apetece un café.


Iconoclasta

11 de enero de 2016

Morir ante el horizonte


Es tan fácil morir aquí.

Es el momento, es el lugar. A cualquier hora, donde quiera que pises es lo oportuno. Lo que pide cada célula del cuerpo: morir y trascender por encima de la vida o dentro de ella.

No más multiplicarse, es hora de disgregarse.

Solo los que se dieron por muertos y los que llevan como amigo el leal dolor, pueden sentir como el corazón late fuerte ante las nubes que asoman imponentes tras una montaña y te dicen que vayas con ellas. Es como asistir a la creación de la tierra que uno pisa, al aire que corta los labios...

Qué peligro, qué tentación de belleza. No quiero volver a casa.

Me han invitado, de alguna forma, todo me arrastró aquí a este momento. Como si el dolor y el miedo que se ha padecido fueran esos afables amigos que te invitan a entrar en su casa, con su cálida mano posada en tu espalda. Así es como vamos hacia el horizonte.

Adquiere sentido morir cuando lo has visto todo, cuando sabes que ya no queda emoción mayor que la apoteosis del cielo vertiginoso. O la vida que se desprende a jirones de humo blanco de la tierra cuando el sol la hiere.

Las nubes son vapor de agua y yo soy agua, al morir seré jirones. No tendré conciencia de ser; pero estaré, acariciaré otras vidas, entraré en intersticios prohibidos al cuerpo, prohibidos a los ojos.

Es maravillosa la dinámica de fluidos.

Tal vez por ello tenga estas ganas de llorar.

Sin saber, sin doler...

Cuando se existe sin conciencia, no hay dolor, no hay angustias, es la liberación absoluta.

Hay que morir ante la libertad absoluta. La transformación final, lo que los cuerpos agotados y las mentes saturadas necesitan.

En sueños somos perfectos. En la muerte también, no hay lugar para el error. Es tan sincera... Habla claro mi amiga, lo necesitaba.

Para morir llegamos aquí.

Es un proceso natural, lo pide mi piel: extenderse en el suelo y evaporarse, dejar de existir con esperanzas que nunca llegan y angustias. Ser sin más complicaciones.

Como el chillido del águila, o el jilguero que posado en la rama me observa de reojo, ya soy casi ellos.

Observas el maravilloso cielo, la grandeza de la tierra y te das cuenta que la muerte es la meta. Es subir por fin al pódium para poder vivir, para ser libre.

No importa lo que hayas hecho, no hay castigos. Todo lo que una vez fue o estuvo trascendió y llovió sobre nosotros, lo pisamos, lo bebimos y lo comimos. Somos lo que otros fueron, por ello nos odiamos.

Hay que mirar a los amplios y monumentales horizontes para sentir el deseo de abrir los brazos y pedir muerte bendita cuando el viento azota tu ropa de la misma forma que lanza las nubes en una veloz carrera.

Es como si...

Como si tanta vida, pidiera muerte para alejar el dolor de la existencia.

No necesito entender, se acabó buscar.

Está todo ahí, todo lo que murió...

Todo lo que fuimos es el cielo y la tierra.

Mis muertos queridos, os siento entrar entre mi ropa, sois una fría acaricia...

Este es el único momento, en el que es legal llorar.

Ahora sí.

Pronto, ya pronto...



Iconoclasta (texto y foto)

21 de noviembre de 2015

Paseos


Hay paseos que pretenden servir para huir de lo horrendo, de la mentira, del asco. Paseos áridos porque no consiguen su objetivo; no cuando lo que se respira es más de lo mismo. Todas esas miserias se llevan impregnadas en la piel y se contagian, corren por las paredes, por la tierra y vuelan por el aire.

La ciudad apesta, apestó siempre.

Y friego las manos una contra otra al evocar hedores, al sentir que no podía escapar de aquello. De ellos.

Hay paseos de espacios abiertos que no pueden ser acotados por normas urbanísticas, ni violados por multitud de humanos. Son esos paseos el único disolvente eficaz del asco y la falsedad.

Los que decapan la miseria de la piel y del ánimo con la soledad (bendita, al fin...) y el rumor del agua, el de las hojas.

El rumor de la muerte monumental y omnipresente en las grandes y pequeñas vidas.

O hay espacio y libertad, o nunca se eliminará esa viscosa mediocridad con la que se despierta a las mañanas.

"Me cago en Dios....  Qué bien he dormido", es el mantra de lo que está bien por fin. La miseria, todas las miserias porque son muchas y de muy variadas formas y colores,  han quedado lejos en el tiempo y en la distancia.

Lo notas en la luz que es limpia y en los aromas del aire.

Fumo mirando el río correr unos metros bajo mis pies y los patos flotar en él, como si el agua no se moviera. De la misma forma que yo no giro con el planeta, todo gira a mi alrededor y estoy donde debo, donde elijo.

Soy pato en el río y el sol gira en torno a mí. El viento gélido y el río arrastran cosas y siento lástima por lo arrastrado.

Yo fui un arrastrado, aunque me dolía constantemente y escupía sangre y un semen tóxico. Nunca estuve contento al despertar.

Siento pena por las cosas , seres e ideas que son llevados a donde la suerte quiere. Cosas indolentes que se dejan llevar sin voluntad, con el consuelo que hay más como ellos; con una sonrisa crédula de un espejismo de inexistente determinación.

Pobres los que ríen mientras el agua y el aire los lleva, porque no tienen voluntad y cuando el viaje finaliza, llegan a una playa sucia, a un delta de sedimentos viscosos y obscenos a la belleza y la libertad; pero son tantos que no pueden ver lo que pisan, solo saben que es blando, que es mullido.

Como si la putrefacción no tuviera esa cualidad.

Se convencen de que es otra cosa, de que no es mierda. Es más, afirman que es terciopelo.

Lanzo la colilla al río y se va, se aleja con ellos. Y con ellos llegará a las tierras viscosas. El puente es firme y yo más, no nos movemos porque no queremos.

Es mi turno.

Los patos dicen "cua-cua" y yo sonrío.

Sonrío, camino y hago girar la tierra.




Iconoclasta

31 de octubre de 2015

Una ofrenda a mis amigos mexicanos


Era el uno de noviembre, sábado. Y día de muertos.
No creo en los muertos, hay muerte y todas las cosas se acaban, o retóricamente, fenecen.
Una vez muertos los humanos y los animales, no hay razón para dedicarles nada porque dejan de existir. No hay almas libres y flotantes en el mundo; pero ya se sabe que las gentes necesitan alicientes para vivir y no deprimirse, por ello se crean celebraciones que les haga olvidar por unos minutos su miserable vida esclava. 
Los muertos también pueden ser un buen motivo para pillar una buena curda.
Yo no celebro nada de eso, porque nadie puede engañarme sobre mi mierda de vida, prefiero joderme de ira e insultar, a sonreír como si fuera idiota mientras me la meten por el culo sin mantequilla.
La Antorcha Humana hizo un arco en el cielo y sonreí al salir a la calle.
Así que de México me traje esa hermosa tradición de las ofrendas del día de muertos, solo que yo celebro el día de vivos, de mis queridos humanos que ríen y hablan y cantan y juegan. 
Lo despreciable tiene también un recuerdo para no olvidar que hay mala gente, no soy tan estúpido de obviar lo repugnante en nombre de lo bueno. Las dos cosas conviven  entrelazadas como la sangre y las heces del excremento de un enfermo.
Era un gran día el de los muertos del 2014, mi día escogido. Ansiadamente esperado para obtener la libertad y echar la podredumbre de mi lado. Tras más de dos años de lucha, por fin era el momento propicio para deshacerme de la rémora, ya no tenía el pretexto de sus hijos y un lugar para ellos y continuar su chantaje. Doy gracias a sus borracheras por ello.
Soy lo que rima con joya de rápido aprovechando las oportunidades (obsérvese que me soplo y froto las uñas de la mano en el pecho).
Así que mientras ella se tiraba al deficiente mental de su compañero de trabajo en el almacén (o en un motel de mal gusto, como otras veces y con tantos otros), ambos sacando la lengua y diciendo: "cuidado no nos vayamos a trompezar con las manderas, porque ya vistes: están deshordenadas". Yo salía con un buen amigo al centro de la ciudad a desayunar unos tacos y ver tiendas de electrónica.
Bueno... Solo unos tacos no, mi amigo se comió un plato de fruta y helado que pensé que no se acabaría nunca (XXXL). Eructamos los dos al tiempo, a pesar de que yo no comí de aquella montaña de fruta y dulce; yo devoré un taco árabe con queso que aún me hace la boca agua al recordar aquellas buenas carnes.
Qué buen recuerdo... Empezó bien el día y yo sabía que seguiría así, tenía ese buen presentimiento de que el día de muertos sería a partir de entonces, especialmente festivo para mí.
Supermán surcó el cielo con los calzones por fuera, como siempre, contrastando contra un cielo gris.
Decidí celebrar mi particular día de muertos (por lo que iba a morir) ofrendándome una consola Nintendo con un juego de Super Mario Kart. Ya estaba saboreando mi futura libertad y tranquilidad.
Un sujeto con retraso mental (no patológico, sino adquirido con voluntad) y analfabetismo, no tiene futuro con alguien medio inteligente o un tanto informado. Así que es normal que se estuviera revolcando en mierda con un idiota mientras yo me gastaba una pasta en un buen desayuno y electrónica.
Hacía muy bien, porque ningún ser con ciertas inquietudes o ética puede permanecer demasiado tiempo al lado de alguien como aquella rémora sin sentir que está tirando su tiempo a la basura. Mejor que se quedara con el burro, porque era eso o nada.
Además, los idiotas se aburren si no tienen algo que llevarse a la boca, lo que sea.
Lo que sea por infectado o sucio que esté...
Los tontos con los tontos, es la única forma posible de que sean medianamente felices. Siempre están buscando entre la basura y encuentran algo todos los días: justo lo que yo desecho.
Hulk, con un rugido iracundo, le arrancó el motor a un coche que circulaba por Reforma porque invadió el paso de peatones mientras lo cruzaba.
Cuando vas bien acompañado o solo, el mundo se hace más interesante. Estaba contento aquel sábado, ya sin presión.
Así que tras llegar a casa y despedirme de mi amigo hasta la noche, en la que pasaríamos una velada de juego, charla y música acompañados de mi querida amiga, su esposa, me dediqué a conectar la consola esperando con impaciencia a que la "licenciada" llegara con su rótulo de neón en la frente que decía: he cogido con el tarado esta mañana y esta noche de muertos cojo con él y con otros.
Y me parecía bien, solo quería que desapareciera.
Borrarla con un par de palabras muy claras.
Esas ofrendas mexicanas, son hermosas, son entrañables; aunque no crea en el motivo por el que se hacen. Me encantaba el gusto y el cariño que ponen en crearlas, la cantidad de detalles que habían en aquellas mesas repletas de dulces, velas, papel picado y objetos de recuerdo, fotos, comida y flores.
Y su olor...
Aquella hermosa pequeña queriéndose comer los dulces, montando guardia para hacerse con uno. Como la echo de menos...
Y así, a las cuatro de la tarde apareció con su impecable hipocresía y olor a macho idiota impregnado en la piel y en la ropa; envanecida como una "Reina Midas", solo que lo que toca lo convierte en mierda.
Bugs Bunny me preguntó royendo una zanahoria: ¿Qué hay de nuevo, viejo?
Y ambos la miramos con una media sonrisa.
A las cuatro y media, configurando la consola, comiendo unas croquetas y sin apenas mirarla a la cara, la envié a la mierda, literalmente. Tras llorar un poco porque a partir de ese momento tendría que pagarse ella solita el plan de su celular, se largó con ese aroma rancio de las cogidas reproductoras, conejiles y recientes en moteles y cuchitriles sucios.
La ordinaria cerró la puerta tras de sí y ya no volvería a verla nunca más. Cerré los ojos por fin descansado, fumando sin ser consciente.
Me duché para quitarme ese aroma que dejó en el aire y empecé a pensar en maletas, viajes y apartamentos, en nuevas ciudades y en acabar de configurar la consola para empezar a jugar.
La mañana siguiente fue una mañana de claridad y de paz, de liberación.
El gran día de muertos fue mi día de vivos.
Y todo empezó a ir bien, a la semana siguiente en el cine vi una gran película de ciencia ficción y viajes tristes: Interstellar, mi primer y agradable recuerdo de mi ansiada soledad y libertad. Maravilloso. La primera experiencia que barrió los años de sordidez con aquel burro a mi lado.
Cada día el aire era más limpio, los amaneceres de cafés y música tranquila. Las mañanas y las tardes de chocolates helados y paseos.
Y mi piel más limpia, ya no había rastro de la rémora.
Encontré un paraje precioso para vivir y poner kilómetros de por medio entre aquella y yo; sabía que cuando necesitara dinero, haría lo posible por ensuciar mi vida de nuevo.
Cuando vives al lado de algo podrido, te salpica continuamente, te lo has de quitar de encima y alejarte para no enfermar. Tiene el coste de dejar lo que quieres, nada es perfecto.
Y  por ello, por mis amigos, me traje el cariño de las ofrendas, para recordarlos siempre: cigarros, inquietudes, charlas y risas...
Elegí aquel día de muertos a conciencia, con frialdad. No me importaba esperar semana más o menos; me di el gusto de que fuera en ese día tan especial en  México.
Día de muertos: una metáfora y una realidad.
Quedaría un entrañable recuerdo de aquellas ofrendas que ya no volvería a ver en mucho tiempo, me dejarían un dulce sabor de la añoranza de un lugar y una gente hermosa: mis amigos que combatían con su presencia la miseria que aquella tipa arrastraba tras de sí cuando entraba en la casa.
Y así ofrendo a lo vivo, a lo que quiero, en este día de muertos.
Tengo una ofrenda de cariños con rummys, juguetes, cartas, canciones, dulces, refrescos, cerveza, botanas, paletas, helados y letras de amor y amistad. Cierro los ojos escuchando la película de Matilda, con mi pequeña amada amiga comiendo cacahuates muy pegada a mí en el sillón. Conservo el calor de su  cabecita en mi brazo.
El Capitán América vuela sobre su escudo y rompe una farola. Es espectacular la libertad, te deja ver cosas que antes estaban oscuras. No tener que soportar la miseria de otro ser.
Jugamos al rummy los amigos mientras nos contamos los más increíbles chismes y chistes en noches musicales y nebulosas de placenteros cigarrillos.
Un charco de agua de hielo deshecho en el suelo y risas a la madrugada.
Y tomamos gigantescos cafés y raciones de pastel durante horas de charla, llenando ceniceros.
Risas "jamonas"...
Y  ofrendo a lo malo, a lo podrido, para que jamás vuelva. Para no olvidar que existe la ponzoña. Una ofrenda con un cochecito verde y uno gris con gusanos dentro, metidos en un zapato sucio de tacón que reposa en dos tangas sucios y apelmazados. Y un vestidito corto negro, barato y sucio de manchas blanquecinas y vómito. Esa ofrenda la tengo al lado del cubo de la basura.
Yo no ofrendo a los muertos, ofrendo a los amigos siempre vivos, a la libertad que conseguí aquel día, a las mañanas libres y frescas. En mi casa no entrarán muertos, solo acepto cariños y sonrisas en una ofrenda para sonreír al pensar en ellos. 
Y tengo ese monumento al asco que me hace suspirar aliviado al recordar que un día como hoy, un uno de noviembre, pude arrancarlo de mi vida. http://ultrajant.blogspot.com.es/2015/03/adios-putilla-adios.html

Queridos amigos mexicanos, si un día nos encontramos de nuevo, que sea un uno de noviembre, que es el día (mío) de mis mejores amigos y momentos. Por mucho que digan que es de muertos.
Feliz día grandes y pequeñas amigas y amigos, no os olvido.
Sois tantos, que sois innombrables, vosotros sabéis que os quiero. Eso es lo que importa.
Hasta pronto.



Iconoclasta