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2 de enero de 2022

El muñeco de la bola


Soy el muñeco que vive dentro de una bola de cristal, que por alguna maldición no muere nunca, mi diáfana prisión es eterna. Soy un maniquí en el escaparate de una tienda de un pueblo abandonado.

A menudo agitan la bola y a mí, su contenido. Y en lugar de formarse nieve o espuma, el agua se tiñe de rojo, porque cuando duele la belleza que hay al otro lado, o en la periferia, un centímetro más allá del vidrio que me encierra, solo se lloran los primeros veinte años. Luego se padecen hemorragias.

Y es lógico, porque en el agua las lágrimas no se ven, no las aprecia nadie. No sirve de nada llorar si no podemos conmover a nadie.

Ni siquiera la piel de mi rostro las siente ya.

Las lágrimas son diluidas por el agua sin finalidad alguna.

He llevado tanto tiempo aquí llorando para nada, que es lógico que buscara otras vías de expresión a nadie.

Nadie sabe, no importa el muñeco de la bola barata de cristal.

Nadie sabe que bajo mi cabello, hay heridas abiertas por tantos golpes, por tantos zarandeos. Y lloro sangre por esas agallas que tienen la función de expulsar toda esta desesperación de una forma llamativa; pero quien me agita, solo piensa que algo está estropeado en la pintura que me recubre. Soy un viejo objeto.

Una cosa podrida que flota en el agua.

Lo soy... Demasiado viejo, demasiada vida, demasiada sangre que a nadie llega. A nadie emociona.

Y cuando la desesperación es insoportable y nadie observa, golpeo la cabeza contra el cristal, hasta que dos gotas de sangre salen de mi nariz y crean una efímera rama de coral hemoglobínico que flota largo tiempo tomando formas caprichosas a medida que se diluye.

Soy un caleidoscopio sangrante y nadie sabe.

Quiero morir ya, porque todo lo que amo y deseo, está al otro lado y si tras toda esta vida de golpear el vidrio no he conseguido salir, ya no quiero hacerlo. Lo único que me espera es la muerte, fuera de la hermeticidad el sol y el aire me destruirán en el acto.

A pesar del agua, me he secado y me hecho quebradizo.

Todo se ha hecho hermoso, todo lo que veo allá, un centímetro más lejos, se conserva colorido, mientras en mi cabeza solo hay llagas que sangran la profunda depresión de un encierro sin esperanza.



Iconoclasta