Hay momentos en los que me permito subir a las nubes y desde ellas te busco. Sé que mirarás al cielo cuando me acerque altamente a ti.
Son cosas infantiles, lo sé; pero me canso de ser adulto y la desesperanza que conlleva la sabiduría de vivir. Necesito unas breves vacaciones de mí mismo, evadirme de mis nefastas certezas durante unos segundos. Soñar que te doy un simple beso, que tomamos un café con esa tranquilidad de saber que no hay tragedia de distancias e imposibilidades de la historia de cada cual.
Así que desde allá arriba te gritaré mi amor y tú con un gesto de la mano, me dirás que baje. Sin dejar de sonreírte, espiando tu escote, te diré que no puedo. He dejado mi cuerpo abandonado en el bosque y podría morir. Y si muere el cuerpo, muere toda esperanza, aunque de hecho, nunca hubo ninguna.
Solo unos segundos para descansar de la presión de la realidad, sentado en una nube de tinta y papel. Ilusionado como el crío que muerto dentro de mí, imaginaba momentos con ojos brillantes de ilusiones.
Lo maté porque no podía permitir que supiera la verdad de todo. No podía permitir su llanto de tristeza, miedo y frustración.
Cuando te haces adulto debes asesinar al niño que fuiste.
Una muerte piadosa…
Ningún niño tiene que sufrir la ausencia de magia e ilusión que hay en la vida de los adultos, en su madurez.
Porque si el pequeño llora de tristeza y decepción te contagiará el miedo y la pena.
Y construirás castillos en el aire indignos de un hombre, cometiendo delito de infantilismo e ingenuidad.
El hombre solo debe soñar cuando duerme agotado de trabajo, errores y decepciones. O duerme sereno después de follar, cuando inopinadamente algo salió bien por el esfuerzo de bregar entre tanta mierda todos los días. Y si fue por azar, mejor así, menos cicatrices.
Cuando empieza la jornada rasgas todos los sueños y lanzas los jirones al viento que se desintegrarán en la luz antes de llegar a ningún lado.
Y así se crea y mantiene tu vida, palpable y firme. Tuya y solo tuya.
Cruel y salvaje con toda ilusión, con toda libertad que quieren arrancarte de tus dedos aún no muertos.
Vivir es un esfuerzo atroz para un niño. La vida cuesta millones de unidades de dolor en algunos momentos. Entiérralo, duérmelo para siempre si prefieres llamarlo así; si te hace sentir menos asesino. Que su infancia no se enturbie por la violencia y los jadeos de esclavitud y mezquindad de los adultos.
El niño ya hizo lo que debía, dale su descanso y tú, sé hombre.
Y lo hice, el cadáver del niño que fui flota en mi pensamiento, dulcemente. A salvo de todo lo malo que vivo y de la muerte que llega rápida, con adelanto sobre la hora establecida.
El pequeño está a salvo.
Sé que le hubiera gustado viajar conmigo en la nube y agitar la mano saludándote.
Cuando llegue mi fin, intentaremos ir juntos a saludarte desde lo alto; si la muerte fuera más dulce que la vida, nunca se sabe (otra esperanza sin fe desde mi nube).
Vuelvo a mi vieja piel.
Bye, amor, hasta nunca.
Hasta siempre…
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.