Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
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9 de agosto de 2017
Brindo por los no natos
¿Se puede brindar por los no natos?
Porque por ellos sí que vale la pena una sonrisa.
Una sonrisa triste y rasgada como un vientre acuchillado.
Como una garganta cercenada que no sabe que ríe.
Y solo sangra.
Los que no nacieron, nada pudieron hacer.
No molestaron.
Es absurdo, tanto como creer en hombres con alas, centauros y unicornios.
Los que no nacieron, sus restos, vagan por alcantarillas. Sus sórdidos ataúdes son condones sucios y apestosos.
Brindo por los no natos y su absoluta inocencia.
Brindo por su triste falta de oportunidad.
Y por los que salieron de su madre y murieron al nacer, sin siquiera abrir los ojos y recibieron muertos el abrazo maternal.
Pálidas tetas plenas de leche no encuentran un bebé donde vaciarse.
Y lloran en blanco.
Es un terrible brindis; pero sincero y duro como la muerte.
Penes tristes y goteantes de cadáveres en láctea suspensión, condones rotos, tetas inconsolables y vaginas que supuran la esterilidad de un semen que no llega a donde debe, son los invitados a la fiesta de los no natos.
Nadie soplará velas porque no hay.
No son necesarias, nadie quiere la vergüenza indigna de soplar a lo que no nació.
Nadie puede soñar con ángeles y unicornios cuando el coño trémulo y cansado ha parido un cadáver.
Un brindis por todas las penas, las que no nacieron.
Iconoclasta
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19 de diciembre de 2016
Brindis por los sueños muertos y vivos
Brindo por los sueños muertos, que quedan pálidos e incoloros entre el hielo y la hierba aplastada de un invierno que hace humo del aire que sale de mis pulmones. Los que murieron en la batalla contra la realidad más espantosa, más mediocre, más gris...
Sueños bravos que se mantuvieron intensos hasta el mismo instante en que la aplastante razón consiguió descuartizarlos.
Hasta en su último segundo de inexistencia, se mantuvieron firmes, marcando el camino.
Como balas trazadoras de un deseo atroz y directo de libertad y pasión, marcaban una esperanzadora ruta.
Pobres... Murieron sin un ¡ay! Masacrados por lo real, por la adocenada y previsible realidad mierdosa.
Sus cadáveres arrancan una lágrima cabrona de mis ojos y debo mirar al suelo para que nadie me vea llorar.
Soy vergonzoso con estas cosas.
Y brindo por los hijos de aquellos sueños, que hoy imponen una maravillosa y renovada locura a mi caminar de voluntad impúdica, irracional e inquebrantable.
Que tiñen de verde vida lo que es gris y muerto.
Herederos de los sueños muertos que me obligan a avanzar adonde quiero y como quiero. Aunque me joda.
Gritan que es la guerra.
Sueños que prefieren morir rasgados como nubes por el viento a convertirse en acuarelas enmarcadas. No quieren ser inmóviles fotogramas en el Álbum de las Frustraciones que un anciano mantiene en sus temblorosas rodillas.
Ellos dicen: ¡Por allí, aunque luego duela! Y yo aprieto los dientes y avanzo con ellos, por ellos.
Aplastando y ofendiendo a todo aquello que interfiere.
Por eso el universo ha puesto precio a mi cabeza. Me intenta matar, a mí y a mis sueños de mil formas, con mil dolores.
Soy inasequible al miedo, los sueños son mi coraza de coraje.
Mejor llegar desangrado que simplemente estar, que permanecer quieto con toda la incolora sangre en las venas.
Brindo por los sueños muertos, por los vivos que piden guerra y odian la paz, por unos buenos cojones y una ira inagotable.
Un trago de hiel y dulce sangre.
Iconoclasta
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