La confusión es un arrebato. Es el preámbulo
de algún fin.
Una cortina de humo que crean algunos para no
enfrentarse a la verdad.
No hay detalles anodinos, no hay azar. Follar
no es una cuestión aleatoria, es una decisión. Cuando el amante folla con un
extraño, no es accidente, no es un tropiezo.
Crean su propia indecisión como una esperanza:
“No es así, son casualidades; no puede ser… Debo estar deprimido. Me ama y amo”.
Es un velo que apenas puede ocultar un fin
doloroso.
Los amores siempre duelen al romperse; aunque
ya no se les pueda llamar amor.
Duele el tiempo que se ha dedicado a amar,
todo ese esfuerzo... Los sueños compartidos que apenas han conseguido
materializarse.
Bastan cinco segundos (¿o son minutos? el
tiempo es extraño, demasiado largo) para
adquirir la certeza de que la confusión es solo la agonía del amor.
Para algunos basta entonces una milésima de
segundo para entender certeramente cada gesto, cada palabra que queda retenida
entre los labios. Y todo es tan claro que la verdad se convierte en descanso.
El fin de la agonía.
Entierran todo ese confuso amor en algún
rincón de la cabeza para evitar la vergüenza del fracaso y el tiempo perdido.
Si hay valentía, porque no es habitual abandonar lo que un día se amó antes de
que el pensamiento se haya convertido en una masa ingente de porquería. Pero
para esto hay que nacer.
Los confusos llegan a morir sin querer ver la
realidad.
El cuerpo les responde con sueño (¿depresión
lo llaman?) porque es la forma de anestesiar la frustración. El sueño nos esconde
de la desoladora certeza, confunde la realidad: el engaño, el error, el hastío.
Es mejor soñar para el cobarde; porque es huida, un escape, una droga que da
paz. Se puede afirmar sin temor a equivocarse, que cuando el amante siente
tremendos deseos de dormir, es porque está perdido en su cobardía, en su
pretendida “confusión”.
A la larga el sueño cura; pero es vida
malgastada. Es mejor puro caballo en vena, por lo menos la vida acaba
dulcemente dejando una piel marchita y tóxica. Es más digno que una piel triste
y sin tono.
Tras la confusión, si el cobarde sobrevive, llega la verdad y con ella
el insomnio.
Es mejor cargarse de café y tabaco y pasar
toda la gama de vergüenzas y desengaños lo antes posible. Cosa que el confuso
no hará jamás. Llorará y rezará porque no sea verdad lo que está ocurriendo a
su alrededor y dentro de él.
La verdad nunca debe pronunciarse porque es
increíble, nadie desea aceptarla aunque la haya exigido.
Decir la verdad, pronunciarla en voz alta es
un desgaste que no conduce a nada, porque el mal está hecho.
Sin embargo, es inevitable herir y herirse.
Insisten en sentirse confusos, en el auto
engaño.
“Son cosas por las que hay que pasar si se
decide vivir con pasión”. Y una mierda, es un pensamiento de consuelo idiota.
Deberían estar anatemizadas las fotos felices.
O se deberían hacer fotos en los momentos más tristes para no engañarse cuando
el tiempo pasa. Mantener vivas la vergüenza y la derrota.
Tendemos a idealizar los recuerdos y no es
bueno. Hay que enterrar las ilusiones erróneas con paletadas de verdad.
Si amar es difícil, desamar es un canto a la
desesperación.
Y la experiencia solo ayuda cuando
insensibiliza.
La muerte es una buena opción cuando la
confusión dura más tiempo del recomendable. El suicidio o el asesinato son un
fin justo para los confusos: los cobardes.
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Las estrellas parpadean, desaparecen y en su
lugar brilla otra con nueva intensidad y tonalidad. Tal vez sean las nubes que
se desplazan. Jirones de nubes y gases venenosos en el espacio.
El cielo es caótico a sus ojos.
Se lleva la mano al cuello porque le duele. Mirar
el firmamento nocturno aporta analgesia. Le calma a pesar de todo.
No sabe de estrellas, para él se agrupan de
forma caótica. Tras un rato de observar la aglutinación de astros, llega a la
conclusión de que el universo y él tienen algo en común: la confusión.
Son confusas las estrellas como confuso lo es
su pensamiento. Cada estrella es un átomo, un detalle. Y cada una de sus
emociones y recuerdos también son átomos de esperanza, amor, fracaso y dolor.
Millonésimas partes de un todo que no se deja visualizar completamente.
Quisiera cerrar los ojos y dormir, descansar
de tanta confusión. Tanta incertidumbre. Tiene sueño y el cuello palpita con un
dolor sordo.
Podría mirar hacia adentro y observar todo el
conjunto en lugar de tomar detalles sueltos; pero prefiere seguir confundido,
no quiere certezas. Mientras hay confusión hay esperanza.
Mientras hay sangre el corazón bombea y
mientras hay oxígeno, los astronautas respiran en su nave rumbo a ninguna
parte, a cualquier punto de ese piojoso y caótico universo.
Él no se mueve, no avanza está confuso y atado
a ese caos de su mente.
Dicen que hay que ver las estrellas a una
buena distancia. Hay galaxias de una belleza inhumana que si se observan
demasiado lejos no son más que un cúmulo de puntos. Si se ve demasiado cerca,
ves piedras; pero a la distancia adecuada, puede ser un Ojo de Dios o la cabeza
de Pegaso.
Él no es el cielo y tiene el cuello dolorido.
El firmamento no siente dolor, no está enfermo ni sangra. Solo es colosal y tal
vez su propia medida lo haga sentirse comprimido, demasiado lleno. Demasiadas
estrellas…
Es natural, ser poderoso no es todo ventajas y
felicidad.
A él le bastaría mirarse en un simple espejo y
podría observar lo que fue, lo que es y lo que será. Si tuviera valor de
hacerlo.
El cielo es confuso por su naturaleza infinita.
Y no es que sea confusión, es simplemente que ni el mismo universo puede
abarcarse a si mismo.
Él está confuso por miedo, como muchos de los
que están enamorados de alguien que ya no les corresponde.
El cielo y él no se parecen en nada. No se
puede aplicar cobardía al firmamento y él es cobarde de un modo patológico. Ni
siquiera es complicado, es un hombre vulgar con sus dos brazos, dos piernas y
una cabeza.
Un detalle fuera de lugar no es confusión. Una
sonrisa que nada tiene que ver con él, un llanto fuera de lugar, largos silencios,
penas inexplicables. El olor de una colonia extraña en su piel. Eso no es
confusión, son certezas.
Apesta ese amor, no debería haber dudas.
Es hora de abandonar el barco, es hora de
afrontar lo inevitable.
Le falta valor para reconocer que el amor es
un polluelo que se muere de frío y hambre abandonado por dos en un nido de
espinas.
Ella es valiente y no permite que haya
confusión; está cansada de su esperanza sin sentido. Le cuenta la verdad
cientos de veces: ya no lo quiere, hace tiempo que no lo soporta.
Él responde que se puede arreglar, que no todo
está perdido. Insiste en sentirse confuso: si folló con otro, es porque algo no
hizo bien. El cobarde asume culpas para no quedarse solo, no tiene dignidad. No
quiere reconocer que ya no es amado.
Busca razones y formas de arreglar el
desgarro; pero ahora mira cobarde al cielo nocturno buscando un compañero de
frustración y soledad.
Sangra y está confundido…
Ni tan siquiera el profundo corte del cuello,
le arranca de su cobardía.
La cortina de humo que es la pretendida
confusión no se deshace en jirones como el humo. Hay que cortarla y ella es más
valiente que él. No solo dejó de quererlo, ahora siente aburrimiento de estar
cerca de su cuerpo, sin rozarlo.
No puede soportar más esa vacilación cobarde,
y tras haberle dado un gran tajo en el lado izquierdo del cuello, ha tirado el
cuchillo al suelo. Cierra la puerta del salón porque no quiere escucharlo más.
Él camina tambaleándose por el jardín para desangrarse de su confusión en la
hamaca mirando al cielo.
Y envía un mensaje a quien ama de verdad: te
extraño, te necesito ya. Espera unos segundos casi con impaciencia, acunando el
teléfono en sus manos como si fuera un amuleto de amor. Su hombre, el que ama,
le responde que la espera. Que se encontrarán en unos minutos.
La confusión y el cobarde morirán en el
jardín, no le importa el cadáver, no importa si un día lo amó. Solo mantiene el
teléfono en sus manos esperando que su amor le envíe un mensaje.
Ha sido clara y directa y cuando las palabras
no bastan, hay que matar.
Él siente frío por la ausencia de sangre y
porque a la hora de morir la verdad se extiende como una sábana al sol de un
fulguroso blanco. Un blanco frío como el hielo.
Ella sale de casa sin un solo asomo de dudas
para encontrarse con quien ama. El pasaporte y la maleta son sólidos en sus
manos: certezas, verdades y realidades. No hay confusión.
Solo queda un cobarde amortajado por la verdad
en el jardín.
Iconoclasta