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2 de julio de 2024

lp--Colapsado--ic


Una incontinencia absurda de ti, como un cigarrillo que urge encender…

No…

Más.

Violento.

Un jaco en vena rasgada.

No…

Más.

Violento.

Follarte.

No puedo refrenar emociones e instintos. Eres el percutor de la bomba que soy.

Hermosa y tierna como una linda granjerita que ordeña con sus enloquecedoras manos a las ovejas, vacas, cabras y a mí. ¡A mí, por favor…!

Con la mirada firme y astuta de estar también en posesión de mi mente.

Intento ser bucólico y se impone lo más primigenio de mí y las imágenes niegan el valor de tu naturaleza carnal.

¿Cómo lo haces para gestionar la carnalidad con esa sensibilidad que lo paraliza todo cuando pestañeas?

Espero con ansiedad que digas, hables. Que rías para que tu boca se mueva. Cada vez que tus labios trazan palabras en el aire, tus ojos responden con un brillo tonal imposible de prever. A veces reflejan el lago sereno que hay dentro de ti, otras el azul del cielo, otras una fronda profunda donde llega la luz pero no el fuego abrasador del sol.

Me gustan las olas que encerradas en tus ojos hacen pedazos mis nervios rompiendo contra el acantilado del deseo. Me hacen sentir hombre y no el mierda que soy.

Siempre la mirada líquida, suave y variable… Puede ser un fogonazo de sensualidad y otras, de una profunda tristeza ilocalizable en tu pensamiento. A veces ríes líquidamente, como un embate que porta la experiencia sin urgencia.

Esa sabiduría que quiero follarme…

Sea cual sea lo que tu mirada dice, soy espectador desesperado.

Y siento repentinos deseos de cortarme con un filo la carne de los brazos y drenar sangre que presiona brutal en mi cerebro simple y amatorio sin remedio.

No sé bien lo que escribo; pero sé con precisión lo que siento.

Estoy colapsado de ti, amor. Totalmente.

Sin remedio.



Iconoclasta

10 de julio de 2015

Palabras


Por mucho que ames las palabras, el pensamiento final ha de ser lúcido. Hay que ser sincero con uno mismo, o se corre el riesgo de ser solo eso: palabras.
Hay que ser consciente de que las palabras solo sirven para saber el precio de la cosas y contar cuentos, mentiras e intrascendencias.
Hubo una carencia en el cerebro de un homínido que empujó a la humanidad hacia el lenguaje. Las palabras son el producto de una tara antiquísima.
Me muevo bien entre mentiras, las mías y las de otros.
Pero si quiero conocer la realidad, a lo último que recurriría es a leer u oír las palabras.
Solo necesito un ademán o una mirada para saber lo que miles de palabras mienten, no saben decir o se empeñan en engañarse a sí mismas.
Por definición, escribir debería ser lo mismo que mentir. En muchas ocasiones son mentiras sin más complicación o implicación que una distracción, mentiras bien construidas con musicalidad en las palabras, sin malicia. Son un regalo.
Pero miles de miles de páginas y buenas palabras sucumbirán con toda probabilidad a una mirada o un gesto.
No ocurre nada si no se ama, solo hay sufrimiento cuando no hay certeza.
Y en la naturaleza del ser humano,  la caza, la recolección, el refugio y la reproducción son las habilidades imprescindibles; el amor ocupa el espacio del ocio. De tiempos en los que ya no hay miedo a que las bestias nos devoren.
Cuando hay certeza llega la urgencia por resolver el problema, por  romper con cuentos y amabilidades.
Y cuando han pasado unas horas para asimilar la realidad y sus consecuencias futuras, llega la calma.
La calma es saber a si debes amar a alguien o no. Y ejecutar lo que se debe en cualquiera de los casos.
Con la palabra no habrá calma jamás. Porque no hablamos o escribimos a quien queremos, si no lo que queremos. Lo que queremos engañarnos consciente o inconscientemente.
La palabra no es mala, no es algo a erradicar, está ahí como una de las características del ser humano hay que aceptarla y asumir lo que de ella se pueda tras la observación de quien la escribe si es de nuestro interés sentimental.
Si no tiene interés sentimental, no hay problema, la palabra no importa que sea real o sincera, es arte o basura.



Iconoclasta