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9 de mayo de 2016

Llueve dulcemente



Llueve dulce, suavemente sobre mí.

Solo sobre mí, porque los humanos, los pocos que se encuentran en la calle, se apresuran como si lloviera con fuerza. Se aferran a sus paraguas, sus precarios techos protectores.

Suave y dulcemente, el tiempo parece quedar suspendido en las gotas, como yo gravito inmóvil sobre el puente que cruza el río.

Como si cada segundo fuera un ahorcado prendido en cada una de las gotas.

Tiempo muerto...

Porque el pasado es eso, un tiempo muerto. Un rosario de melancólicas añoranzas. Contagioso, se prende en el ánimo a través de la indefensa piel y causa una triste metástasis en el alma.

Y sin darte cuenta, te conviertes en gota devorada por el río; por el arrollador presente. Frente a unas murallas seculares que observan el mundo, el tiempo y sus consecuencias con desdeñosa indiferencia.

¿Y si soy muralla, una piedra del muro?

Porque no me entristece el paso del tiempo y camino bajo la lluvia sin prisas, dejándome empapar por tiempos muertos.

En ese caso, estoy muerto y por alguna razón sueño que camino.

Es confuso, tal vez no existo. Simplemente soy una molécula flotante de lo que fui, un recuerdo que caerá al río también.

Porque a mi piel no le sorprenden las frías gotas que caen en las manos y atraviesan la ropa. El tiempo muerto tiene mi misma temperatura.

¿O es lluvia?

La lluvia debería ser el llanto de dolor de Dios, un justo sufrimiento que tiene que padecer por haber hecho las cosas mal.

Los humanos, afortunadamente, mueren pronto y sus daños son leves en los geológicos tiempos.

Sí... Quiero que sea el llanto de Dios y sonreír por una casual justicia.

Observo mis manos y están mojadas como cuando  ella se corre. Ese momento en el que rompe sus aguas de placer, para después gemir y arquearse apretando con fuerza su coño contra mí. Como si le fuera a estallar...

No es un tiempo muerto, definitivamente. Es presente y futuro.

Y por ella tengo la certeza de no ser muralla, de no estar prendido  de una gota que se desintegra en el río cantor.

Lo noto en el calor de mis cojones, en el cosquilleo del pubis.

Sin embargo, Dios debe, tiene que llorar sus errores. Dios tiene que aprender o dejar su puesto a alguien que tenga gusto y sentido de la justicia.

Amarla y desearla, no me convierte en un ser bueno.

No me resta ni un ápice de mi hostilidad instintiva. Mi territorial agresividad puesta a prueba en un mundo con demasiados individuos. 

El amor no puede frenar mi odio hacia lo que no existe y sin embargo, llora de dolor y vergüenza.

Que se joda el tiempo y Dios, que se jodan y se los coma el río.

Yo hundiré mis manos entre sus muslos y lloverá mi saliva hambrienta sobre su piel.

Llueve dulcemente sobre mí y el puente parece sentirse a gusto soportando mi carga.

Solo el puente parece saber quién es y lo que debe hacer.

Llueve dulcemente y todo es maravillosa y poéticamente confuso.



Iconoclasta
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2 de mayo de 2016

Mi filoso amor


Quisiera ser algo afilado para rasgar tu piel e invadirte con mis indecentes gérmenes ponzoñosos de amor. Pornógrafos... Perversos...

Ser una jeringuilla para aspirar tu sangre, inyectarme en tus venas y acariciar tu pensamiento con microorganismos de amor cuasi patológico.

Extremadamente radiactivos.

Y provocar orgásmicas mutaciones en tu poderoso e imbatible cerebro.

Soy un tomahawk que voltea en el aire lanzado a toda velocidad, masivo y pesado hacia tu coño que es mío. Y ofrecerte al Gran Manitú que se erecta entre mis toscas piernas destilando densos hilos de baba fiera y sexual.

Pareciera que rosas y nubes no tienen poder suficiente para hacer trizas las defensas de tu piel y alma.

Las diosas por su poder requieren medios potentes, definitivos. Necesitan ser impactadas para que lleven sus dedos con desesperación a sus indecentes clítoris duros y hambrientos de lengua y dedos. Folladas contra una pared, a cuatro patas. Que los dientes voraces y peligros se arrastren amenazantes entre los labios que los muslos ocultan. Entre los labios que se dilatan ante mis ojos y dejan oscuras manchas en las telas, en las bragas.

La violencia desatada del deseo que late en las venas de mi polla.

Quiero ser cortante y golpeador, quiero ser uranio y heroína para que sucumbas a mí como una lánguida puta drogada y sometida. Y en el paroxismo del insano e indecente deseo, sellar tu cuello con un grueso collar de hebilla, como si una hermosa y peligrosa pantera fueras. Atarte a la pata de la cama para cometer con tu cuerpo las aberraciones más secretas que mi alma podrida de amor imagina.

Luego, cuando ronronees y por tus muslos se escurra mi leche; te susurraré de las hirientes y frágiles rosas, del dador de vida y muerte que es el inabarcable mar y de las hermosas y letales estrellas que pulsan y esplenden en el cosmos a millones de vidas luz.

Y cuando desfallecida necesites en una cálida noche que la ternura te arrope, mis filos se enterrarán en mis propias carnes para mortificarme y ser seda en tu piel. Susurrarte amores viejos como los cometas en tus oídos.

Si Atila fue el Martillo del Universo, yo seré El Brutal e Impío Filo que rasgará tus dimensiones y tu piel.

Luego, mi amor, mi puta.

Luego te contaré de oscuros secretos de amor con el tallo de una rosa arañando dulcemente tu coño en una caricia impúdica, apenas conteniendo mi furia por metértela.

Luego, cielo...

Y te sonreiré y todo estará bien.

Soy tu amor afilado y desbocado.



Iconoclasta
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30 de abril de 2016

El piloto y yo


Es fácil saber lo que piensa el piloto: la libertad, la superioridad de tener el mundo bajo sus pies, estar en lo más alto.

Y ser el más rápido.

Y si se da el caso, el más letal.

Sinceramente, me suda la polla todo eso; soy de una sencillez patológica. O tal vez de una vanidad enfermiza. Porque nada ni nadie vale más que yo.

Observo la estela del reactor y pienso en la insignificancia del piloto y su avión. Son unos puntos que apenas se ven. Si muriera, no habría drama, está demasiado lejos, no llega nada de él.

Pienso en ese pobre humano encarcelado en aluminio y vidrio.

Me alegro de que pueda sentir esa sensación de libertad y poder, porque alguna satisfacción ha de haber en alguien que observa el mundo a través de un vidrio, respirando aire artificial y perdiendo los detalles de la vida a velocidades supersónicas.

Me alegro porque esa sería mi desgracia, me pegaría un tiro en la puta cabina.

Porque he visto la primera lagartija de la primavera, la primera mariposa y me he quitado una brizna de polen de la nariz.

Le he escrito un mensaje a mi amor diciéndole que la tengo dura y me duele, me duele, me duele... Y más entre las montañas preñadas de vida y muerte que despiertan en mí al macho en celo que soy.

Y he fumado con el frufrú de las ramas de los árboles y las altas hierbas.

He cerrado los ojos como un animal medio adormilado.

He sudado y bebido agua fresca y he cruzado un pequeño riachuelo mientras el piloto me sobrevolaba.

He observado la estela sin ningún interés.

Luego bajará de su avión y le rodeará asfalto, artificialidad y más esclavitud.

Dicen que hay puntos de vista; pero el del pobre piloto es erróneo, no tiene nada de lo que alegrarse, nada por lo que sentirse hombre.

Porque todo lo que ve, es pequeño y lo pequeño no existe en su vida.

Tal vez tenga una ventaja: que la miseria y la mezquindad también se hacen invisibles allá arriba.

Es un flaco consuelo, pero es eso o el suicidio.

Yo puedo ver hasta la transparencia de una lombriz, la textura aterciopelada de las alas de una mariposa pequeñita que revolotea absolutamente eufórica, bebiéndose la poca vida que tiene.

Observo atentamente sus pezones erizados, duros, tocándose. La amplío en la pantalla del teléfono hasta que no existen montañas ni nada más que ella.

Evoco el tacto de una vagina, mis dedos parecen resbalar y siento  la calidez que fusiona los tejidos durante la penetración.

Follar es comunión y predación, me gusta por ese estadio que me hace descender e inhibe la razón. Me gustan mis gemidos animales cuando follo y mi misión de arrancar los de ella de lo profundo de su coño.

Y me olvido del piloto, de su estela y de lejano rumor que rompe sonido y tiempo.

Yo acaricio el tiempo y el sonido.

Me rozaría contra un árbol hasta fertilizarlo.

Caliente me pone la muy...

Mis pasos parten ramas y espantan a los pequeños animales. Soy un predador en este momento. El piloto es un inocentón orgulloso que no puede imaginar mi grandeza.

No hay ninguna velocidad que supere mi orgullosa erección, hostilidad y libertad.

Si fuera humano, sentiría lástima por el avión y lo que contiene.



Iconoclasta

28 de abril de 2016

Movimiento


"No camines, quédate en casa y descansa. Ahora no duele, cuando el mundo se detiene, el dolor también".
"Haz caso de la quietud, disfruta la ausencia de dolor".
El dolor me la pela, así que en contra de lo que mi cuerpo dice, me calzo. Es penoso, porque hay que forzar los músculos para que se muevan.
Ellos saben cuando es bueno salir a caminar, a respirar aire frío.
No me rijo por la sabiduría, ni la mía misma.
Me rijo por mis cojones.
Pienso en los seres que consumen oxígeno para absolutamente nada. Sin que se muevan y cuya única ventana es un televisor apagado o encendido.
Dicen estar cansados del trabajo, de lo que trabajaron, de que siempre es lo mismo: la misma calle, la misma luz, el mismo coño...
Cuando mueren, simplemente escupo como si fuera un moco molesto: siempre es lo mismo.
Tienen razón, pero no saben hasta que punto son ellos mismos de quien están asqueados.
Los huesos no saben de esas cosas, no pueden entenderlo. Así que la rodilla duele un millón y hago como que no me doy cuenta. La contera del bastón está tan desgastada que secretamente le doy la razón a mis extremidades.
Es más fuerte el miedo a ser un mierda que babea o que sueña mediocridades frente al televisor o su cerveza, que el miedo al dolor.
Camino sin que el dolor mengüe un ápice. No hago caso al miedo que me atenaza los testículos cuando pienso en la posibilidad de que andando, me rompa. Más que nada porque tengo la imagen de ella desnuda y húmeda. La erección es el mejor analgésico.
Y la vejez de las calles que piso, el recuento de muertos anónimos que las casas han visto con indiferencia intemporal.
Suficiente, razonable y vanidosamente cansado me siento a tomar un café y poner a prueba la discreción de las miradas de algunas mujeres. Porque aparte de moverme, me gusta follar o la caza. Y crear cierto halo de trascendencia y rebeldía que a muchos humanos les lleva a mirarme con extrañeza.
Suele ocurrir porque mi rostro muestra cierto rictus de dolor y mis ojos, sin embargo, reflejan mundos que no son de este universo. Ideas que están formando constelaciones de locura.
Los vulgares detectan esas cosas, aunque no sepan identificarlas.
Cuando frente al café saco la pluma y el cuaderno del bolsillo, es como si el mundo desapareciera y me quedo solo, como un invisible entre la humanidad.
Y escribo cosas peores y mejores que ésta. Ignorándolo todo, hasta la presencia de mi padre si aún viviera.
Soy tremendo.
No quisiera no tener dolor y hablar del tiempo, o de un programa de televisión, o de la crisis.
Ni siquiera tengo deseos de hablar.
Tengo  secretos...
Secretos de un pensamiento que bordea peligrosa y suicidamente la locura y el sexo voraz.
No podría hablar porque son pensamientos que se hacen sonido cuando el semen eyaculado se enfría en la piel ajena. En los pezones ajenos, en el monte de Venus, en sus muslos que tiemblan...
Son pensamientos que se expresan, precisamente, cuando más difícil es hablar. Porque los ecos del orgasmo colapsan la voluntad y la respiración.
Así que no me interesa hablar banalidades pudiendo tener silencios de belleza extraterrestre.
Me llevo el café a la boca y pienso a que sabrá su monte de Venus rasurado cuando lo bese, cuando deslice la lengua hacia su raja hambrienta...
Y el dolor ha dejado de importar, ha dejado de importar todo.
Porque mi lengua tiene el dulce saber de su coño-café.
Lo he visto escrito en el papel, aunque no recuerdo cuándo lo escribí.
Ni el dolor ni el mundo pueden impedir que yo me mueva, que enloquezca, que joda a esa preciosa.
No es vanidad, me importa poco ser tosco, ser brutal. Solo quiero ser fuerte, un forzudo de los sueños, de la risa, del llanto, del dolor, del sexo y de la tristeza.
Que duela o que goce, siempre con el exceso.
Pago el café y me permito una broma que jode a muchos: "¿Por qué es tan barato el café? Me siento mal pagando tan poco, no es elegante".
La camarera ríe un poco aliviada cuando demuestro humanidad y doy muestras de humor y simpatía.
 Y mañana más, aunque me sangren los ojos.
Si me sangraran, saldría un texto magnífico. Lo mío no es el miedo, le temo al asco.
El movimiento es vida y sueño.
La inmovilidad es muerte de mierda.


Iconoclasta
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27 de abril de 2016

Desde aquí



Soy oso, soy bestia, soy triste, soy un héroe, soy un miserable, soy un husmeador, soy pornografía, soy un romántico suicida, soy un asesino sin pasión, frío como dios condenando. Soy todo eso, pero ante todo: absolutamente libre.

Si se le puede llamar libertad a pensar continuamente en ella. No todo es perfecto.

Asesinar es fácil, se ha vuelto cotidiano. Hay más de treinta seres humanos eviscerados en el camino que asciende a esta cima. Son la estela que dejo en mi camino.

La humanidad es idiota, ni un rastro de sangre son capaces de seguir. Están lejos de apresarme, de matarme.

Los intestinos de los muertos les debe hacer resbalar.

No soy un asesino por alguna deformación del cerebro. Simplemente asesino por amor.

Porque cuanta menos gente respire en el planeta, más posibilidades tengo de llegar a ella.

Mis designios no son inescrutables, son tan claros que iluminan las noches con sangre fosforescente y mi glande refleja la luna cómplice que me admira, supurando un deseo espeso y brillante que forma desesperantes filamentos entre mis dedos cuando meo.

Despedazo a quien está por delante de mí obstaculizando mi visión y mi camino hacia ella. Mi navaja corta certeramente los tejidos que protegen los intestinos. Y la sangre hace rojo mi pensamiento, no puedo detenerme ahí. Practico un corte bajo las costillas y metiendo la mano, les saco los pulmones. El resultado es divino, como si fueran hombres, niños y mujeres con agallas, extrañas mutaciones de humanos-peces en una montaña agreste.

Soy un artista enamorado que rasga seres inútiles con absoluta libertad y desinhibición.

Cuando te acostumbras a desentrañar pulmones e intestinos, te vuelves insensible al olor de los excrementos y la sangre.

Sin embargo, al amor no puedo acostumbrarme, él me ha convertido en lo que soy. Ella y sus pechos de masivas areolas, sus nalgas provocadoras entre las que enterraría mi lengua...

Lo peor son sus palabras, sus labios perfectos (los de la boca) que desatan la ternura que ningún ser humano ha sido capaz de transmitir.

Desde aquí, con los muertos a mis espaldas, la huelo. Husmeo el aire con una dolorosa erección, con los testículos plenos de la leche que deseo derramar en su piel.

Desde aquí, cansado y libre la busco enamorado. Y lo único que temo es que mi deseo pueda herir su piel con mis dientes.

Mi hambre de ella no tiene lugar en este planeta. No hay datos históricos de algo semejante. No hay parangón.

Conmigo muere una estirpe de un solo individuo.

En algún lugar y momento la encontraré y se la meteré. La localizaré y clavará sus uñas en mi pecho y en mi espalda para aferrarse al mundo cuando mi polla y mi lengua la arranquen de la realidad.

Ahora, desde aquí, observo la ciudad. He subido a lo alto para ser más que nadie, para que mi aroma salvaje llegue a ella y su coño se moje.

Para marcar mi territorio que es el mundo entero.

Desde aquí, con mi ropa sucia de sangre seca, con mis manos encostradas de piel ajena, la llamo con gritos primigenios descendiendo al primer estadio de la evolución humana y le ofrezco toda mi libertad, toda mi hostilidad y todo mi amor.

Estáis muertos si os cruzáis en mi camino.

Bajaré la montaña en su dirección, la que marca mi erección.

Es infalible.

La amo con absoluta libertad.

Desde aquí, desde el infierno si existiera.

La tomaré en bestial posesión, no importa los que mueran.

Lo juro desde aquí.



Iconoclasta
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26 de abril de 2016

El dolor del agua


¿Le duele al agua romperse?

¿Le duele como a mí no metértela?

Si el agua es vida debería tener alguna fibra nerviosa que le diera dolor cuando se fragmenta contra las piedras.

Igual que a mí me duele caminar.

Siento pena por ella como la siento por mí. Porque nos rompemos buscando el mar y yo buscándote a ti.

Y hasta que ella llega al mar y yo a ti, nos hemos descompuesto tantas veces...

Pero el agua es mucha y yo soy poca cantidad.

Nací para perder esta batalla. No es fatalismo, es la auténtica realidad de la experiencia del dolor de amar.

Es una acuosa tragedia.

No hay esperanza ya. Lo siento en todas las moléculas de mi masa. No te podré follar, aferrar rudamente tu coño y sentir pulsar tu placer en mis dedos crispados de afán obsceno. O decirte que te amo acariciando con reverencia tu rostro, besándote los labios.

Me evaporaré antes de llegar, seré nada.

Estoy sometido a las leyes de de la dinámica de fluidos.

El agua del río no tendrá siempre un compañero de dolor. 

Soy limitado, soy poca cosa para tantas piedras, recodos, torbellinos y desbordamientos.

Apenas puedo sentir que soy algo que corre veloz, que se transporta lo poco que queda de sí mismo hacia tu piel.

Hay estatuas de sal, yo soy agua que merma.

Mierda, mi amor, lo siento.

Lo siento y me duele...

Así, mi amor, si llueve eleva las manos al cielo y que se mojen. Refresca con ella tus labios y la cara más íntima de tus muslos, por si alguna doliente partícula de mí fuera parte de esa lluvia.

El planeta y sus leyes no tienen piedad conmigo. Y un dolor cubre otro dolor en cada recodo, en cada rápido, en cada salto. Soy un estrato de la puta pena.

Del puto deseo imposible.

Si lloviera, deja que de alguna forma llegue y entre en ti; es mi único sueño y tu única esperanza de sentir el amor más profundo y extraño que una cosa o ser te pueda ofrecer.

Hay tanto río y yo soy tan poca agua...

Es descorazonador, cielo.

Ojalá Dios fuera agua y se rompiera millones y trillones de veces. Que rugiera de divino dolor.

No quisiera que ese creador de infamias quedara impune. Quiero que Dios muera como yo.

No llegar a ti me hace agua venenosa, un agua preñada de una ira asesina.

Quiero devolver daño a Dios y al planeta por lo que nos hacen, por el final que han dispuesto. Mi evaporación será digna en hostilidad, rencor y amor.

El viento me ha robado un jirón de vapor de amor.

Que llegue a ti.

Por favor...



Iconoclasta

3 de abril de 2016

Hermosos dolores


Hermoso dolor, primer acto:

"Dueles..
Aquí 
Aquí 
Y
Aquí... "


Hermoso dolor, segundo acto:

El bruto no sabe si llorar de imposibles añoranzas o danzar de dicha. Se limita a balbucear cosas inconexas de labios secos, de brazos vacíos y un pene que sufre espasmos de ansiedad por ella.


Hermoso dolor, tercer acto:

"... Gracias por las dosis de veneno de vida..."


Hermoso dolor, cuarto acto:

Él sale a las montañas, con los últimos rayos de sol del día. Y corta una flor que le dedica.
Pero no le dice que le hubiera gustado que la flor sangrara, que la flor sufriera el dolor que ellos gozan. No le ha dicho que hubiera deseado que fuera un sacrificio cruento en honor a su diosa. Un pacto de amor con sangre y dolor.
No quiere añadir al dolor locura.


Hermoso dolor, enésimo acto:

La muerte los observa con ternura.


(El primer y tercer actos son autoría de una hermosa doliente, no podrían ser míos esos hermosos dolores, carezco de su arte y sensibilidad. Ni este poema sin sus dolores.)



Iconoclasta

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2 de abril de 2016

La vejez de los primates


El viejo avanza lentamente por el camino que bordea el río, con la espalda encorvada.
Lo observo y pienso en la lentitud de los días, en la lentitud y la desidia de Dios y en lo mal que lo crea todo ese maricón. Pienso en mi eyaculación rápida, en mi crueldad ultrasónica y en los tiempos muertos de mediocridad y grisentería.
Pienso en un filo ensangrentado.
De repente, su mano se agita en un intento de atrapar algo: un caramelo se le ha caído de las manos.
Comienza a agacharse para recogerlo del suelo, redoble de tambores.
Redoble de tambores...
Redoble de tambores...
Redoble de tambores...
Tras doblar las rodillas hacia afuera (por lo visto sus testículos viejos e hipertrofiados le molestan) y también el espinazo con desesperante lentitud, por fin ha cogido el caramelo e iniciado la operación de enderezamiento.
Tiempo estimado para el rescate de la golosina: 35 segundos.
Su padre mono y hace decenios muerto, debe estar orgulloso de él.
Observándolo con una torva mirada pensaba en la facilidad con la que le podía clavar mi puñal, rajar la zona lumbar y extraerle los riñones. Usarlo de potro para saltar por encima de su chepa, o simplemente decapitarlo cuando estaba su pecho a 90º respecto al suelo.
He tenido tiempo para pensarlo, desearlo y hacerlo.
He recapacitado en la fragilidad de los primates en su vejez indigna y he decidido perdonarle la vida.
No voy a aspirar su alma vieja de mierda. Me da asco.
Y mi Dama Oscura me espera con sus muslos viscosos, empapados de deseo. Tengo mis prioridades.
Siempre sangriento: 666.



Iconoclasta

29 de marzo de 2016

Las palabras creadoras


Me pregunto si te preguntas lo mismo que yo hacía mil años atrás, cuando fui consciente de mí mismo: ¿Las palabras explican la vida o la crean?
Porque mientras tú te preguntas eso, quisiera encontrar el momento preciso para responderte, para que no pierdas tiempo; para que seas infinitamente más lista que yo.
Las palabras crean y transforman la vida porque lo que hemos encontrado, no es nuestro, es ajeno, es de los muertos y está mal hecho.
No es quiera ser listo, es que amo tu vida a cada momento y no quiero que pierdas un segundo más con filosofías y teologías.
Si aún así, no te convenzo y encuentras que las palabras sirven para explicar, me convertiré en humo, no seré el hombre fuerte que creía ser, el que flotaba  mirando al cielo, a los techos y a los dioses.
Si no soy un deseo, un sueño; soy nada.
Porque todo aquello que es especial, por definición es inexplicable.
No hagas de mí y lo que contengo una explicación.
Porque creí ser fuerte, ser valiente, ser tuyo.

Llamada obscena


No contestes, no hables.
No sueltes el teléfono.
No es una llamada obscena, es una venganza a tu sensualidad, al placer que me inspiras, a la animalidad a la que me abocas.
No te toques aunque te diga que tengo tus braguitas negras dando vueltas entre mis dedos. Que mi pene siente espasmos ante la proximidad de la suave y transparente blonda que tantas veces ha empapado tu coño.
No te permito que acaricies tus pezones, no quiero  que uses tu mano libre para dar consuelo a la humedad que empiezas a derramar, a la dureza implacable de tus pezones que se marcan sobre la suave tela que los cubre.
Solo quiero oír tu gemido desesperado, impaciente porque sabes que estoy envolviendo mi bálano con tu braguita, que ciño con fuerza la tela, que descubro mi glande y se marca entre el pérfido dibujo que en otros momentos a dejado de manifiesto la voluptuosidad de los labios de tu coño, que los he besado a través de la blonda con el dulce sabor de tu flujo.
Me conviertes en un perro sediento. Me sometes.
No hables, escucha. La humedad viscosa de mi glande parece literalmente deshacer la tela que cubría tu coño. La tela que yo despegaba y que arrastraba filamentos de deseo de entre tus labios henchidos y hambrientos.
¡Te he dicho que no te toques! Es una venganza por lo que te deseo, por hacerme descender a lo más profundo del animal que soy.
Separa tus muslos, quiero hablarle a la mujer obscena que hace de mí una red de venas que trabajan exclusivamente para ella, para llevar la sangre necesaria al miembro que parece reventar.
Sé perfectamente de como se forma la viscosidad entre tus labios, como se ha endurecido el clítoris. Sí, cielo, te permito gemir; pero no te toques.
Te lo prohíbo, maldita.
Maldita amada.
Maldita bella.
Maldita lujuria.
Como te amo, te odio, te deseo... 
No estás ahora aquí para besar el glande cubierto con algo de ti; pero te ordeno que beses la tela que cubre mi desesperación, que escupas en ella, que poses tus labios y yo te invada la boca furioso.
¡No hables, no te toques!
Ahora el glande parece querer abrirse paso entre los dibujos de la tela, hay mortificación en mi sensible carne.
Si vieras como mi vientre se contrae ante la proximidad del orgasmo...
¿Me oyes gemir? No es solo placer, hay un dolor por tu ausencia, porque no estás.
Es la paja más triste... ¿Me sientes?
Es la masturbación más desesperada.
Te prohíbo que te toques. El semen empieza a brotar, como una marea blanca aparece entre los poros de la tela. Extendiéndose, haciéndola invisible.
¿Te imaginas mi corrida desesperada? La tela ya no la siento, me pasa como con tu coño, no distingo donde empieza mi piel o la tuya.
¿Has escuchado mi ronquido? Mi pene sufre espasmos escupiendo el esperma que debería estar en tu sexo, entre tus dedos, en tu boca...
Sí, preciosa, quiero esos perfectos y tallados labios jadeando, es mi venganza. Es el castigo a tu sensualidad implacable.
Desde aquí, mamo tu coño. Te lo juro por el semen que ha empapado tu braguita.
El placer solo es comparable a la tristeza de que no sea en tu sexo donde ahora suelte mis últimas gotas.
No te toques, gime, sufre; pero no te toques.
Ahora acaricio mis testículos, como tú  lo haces, con suavidad, dando paz a todo esto que siento por ti; recuperando, ascendiendo a la cordura poco a poco desde lo profundo a lo que me has llevado.
 Ahora ya solo puedo decirte que te amo, que me faltas a cada instante, que me llevas a mundos que no hubiera pensado.
Mundo de fetichismo y blonda...
Que observo tus braguitas empapadas de mi semen y siento ganas de llorar.
Y las froto en mi vientre.
No digas nada, calla.
Sufre, maldita amada, maldita hermosa, maldita mujer adorada.
Beso tu coño, muerdo tus pezones.
Buenas noches, adorada mía.


Iconoclasta

26 de marzo de 2016

Patos y primavera



Yo no quisiera ser pato porque vuelan siempre uno al lado del otro, parecen aburridos.

No es que la primavera en sí misma, condicione el ánimo hacia la vida más cariñosa, tierna y relajada. No tiene nada que ver la floración de los vegetales y la actividad animal.

Ellos no follan, le llaman "pisar". He oído a especialistas en coitos ornitológicos decir: ¿Qué, compadre. Ya la ha pisao el macho?. Yo no piso, yo la meto.

Lo que ocurre es que cuerpo y mente, tras luchar contra el rigor del invierno, se relajan. El cambio o la mayor actividad hormonal, obedece a esta causa.

Yo no tengo equilibrio para pisar a una hembra de esa forma. Lo mío son las uñas arrastrándose por la piel que deseo. No sé como pueden tener huevos (me parece que se llama huevogenesis u ovogenesis en jerga culta) cuando todo depende de esos pies palmeados que tienen. Yo a veces los veo foll... perdón, los veo pisarse y me parece que simplemente hacen gimnasia acrobática. Resbala el macho sobre la hembra hasta el aburrimiento. Tal vez en algún momento se la mete, pero es tan breve que siento lástima por ellos.
No es elegante.

Yo nací con alguna carencia, porque el invierno no causa mella en mí, no me preocupa.
Mis erecciones y la humedad en mi glande se mantienen constantes a lo largo del año.
Soy incapaz de recibir la primavera con alivio o alegría. No siento que sea luz tras oscuridad. Echo de menos el invierno con las primeras subidas de la temperatura.
Echo de menos la templanza que hay entre tus muslos, en lo más profundo de ellos, los labios ocultos que también quiero besar.

Siempre dicen "cua-cua", su vocabulario es indecorosamente escaso. Lo que me lleva a concluir que su cerebro es muy pequeñito. Demasiado para mi gusto.
Aunque a veces pienso que a todo dicen "cua-cua" en un tono que viene a decir: "me la pela", "me importa una mierda" o "está bien; pero déjame en paz. ¿No ves que estoy agitando mis palmípedas patas en el agua?".

Así que no tengo semejantes, no tengo nada que compartir. Y lo que es mejor, no siento necesidad ni humor  para hacerlo.

Y esa forma presuntuosa de nadar con tanta facilidad, son unos bordes.
Pedantes...

No varían, no fluctúan mis palabras y mis ojos con los cambios estacionales. Sigo observando el planeta con los párpados entrecerrados; si en un momento fue para protegerlos del frío, ahora para defenderme de la inmisericorde luz.
Sea como sea, no quiero abrirlos del todo, necesito ocultación y acecho a todas las cosas, a todos los seres.

No quiero ser pato porque no tienen bolsillos ni dedos para una pluma estilográfica y papel.

No me importa tampoco no ser un hombre clasificado como tal. Ni hombre, ni pato...
Solo soy manos, un pensamiento y un pene que se escapa de cualquier norma, que se ahoga en ellas, en las que se pudre.

No quiero ser pato, porque son felices con el mismo río, con las mismas piedras. Porque pareciera que nada cambia a su alrededor.


Iconoclasta
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23 de marzo de 2016

Un café helado


No tenía ganas de escribir, me canso.
Designo un momento del día para ello, que a veces ocupa hasta el día siguiente, hasta la semana siguiente, hasta el sueño siguiente...
Las manos piden descanso y el cerebro dice que nasti de plasti.
Toda disciplina que me impongo se va a la mierda con los biorritmos de la humanidad.
"No hay descanso, no hay perdón ni para ti, ni para nadie. Espera a morir". Y suspiro, hago rendijas de mis párpados para enfocar cosas, seres y gamas cromáticas que forman moaré en el aire. Saco la pluma, el cuaderno y cuando ya he vertido el azúcar en el café, comienzo a escribir sabiendo que lo tomaré desagradablemente frío cuando todo esté plasmado en tres dimensiones.
La cámara fotográfica no podría captar el guapo subido de la camarera que me sonríe coqueta. He de darme prisa, soy un impresionista de la literatura, hay emociones de colores efímeras como el pulso del moribundo.
Es un hombre anciano, con deficiencia mental. Toma un café con leche y una magdalena que devora con una traviesa y desconcertante hambre infantil.
Lo acompaña una mujer mayor, aunque no tanto como él.
Me parece bonito que hablen sin sentir que entre ellos hay una barrera de íntimo y añejo dolor que traza un cerebro  roto.
Hay una triste belleza en los ojos del viejo-niño, destellos de ilusiones infantiles, de tal forma que su pequeño y nítido rostro, en un cuerpo menudo y bajito me hace dudar si realmente es un anciano.
Tiene el escaso cabello tan blanco que resulta obscenidad su entusiasmo.
Observo y escribo tranquilo, pero con hábil velocidad para no perder los detalles de un parpadeo, lo que requiere cierta concentración. Y el niño-viejo por un momento me observa con una miga de su magdalena entre los dedos. No me he dado cuenta de que lo miraba con intensidad.
A veces siento que mi mirada es demasiado densa, que es un peso sobre las almas.
Se interrumpe el breve cruce de miradas cuando la mujer que lo acompaña, limpia las migas de su jersey verde-lima, tan infantil como su mente. Y hay en ese gesto un instante de tristeza profunda, de cansancio vital. No quería verlo.
Quiero irme de aquí, las tristezas son como insectos que te sobresaltan zumbando muy cerca del oído.
El viejo-niño dice con voz muy alta, que la magdalena está buenísima, y alguien de la mesa del rincón, le dice "¡Hala, como disfruta Daniel!".
Y es preciso pintar-escribir ese momento, porque la sonrisa ufana del viejo-niño, borra la tristeza de la mujer que lo acompaña.
Todo cambia en décimas de segundo.
La sonrisa radiante del viejo niño de jersey verde chillón, es excesiva, un regalo demasiado valioso para el planeta.
Margaritas a los cerdos.
No puedes perder ciertos instantes, sería negligencia.
A pesar de las tristezas, hay momentos por los que vale la pena vivir.
Mi cámara fotográfica son hojas de papel y tinta, de una resolución de ciencia ficción. Y una percepción del mundo cientos de años más vieja que mi cuerpo.
Soy lo contrario del viejo-niño.
Acabo de escribir y guardo en el bolsillo de la chaqueta la pluma y la mini libreta, dispuesto a no escribir más. Pase lo que pase.
Esa feliz sonrisa de la tierna, pueril y espantosa imbecilidad es un buen final.
Y ahora, las mesas parecen haberse vaciado. Vuelvo a estar solo conmigo mismo.
El café está helado no me gusta; pero ha valido la pena.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.