— ¿Sabes que cuando tengo muchas ideas que
escribir me duele la cabeza?
—Es normal, nunca estoy contento.
—Es una necesidad para creerme trascendente.
—Nunca lo serás.
—Lo sé, no importa. No le doy cuentas a nadie.
—Es tu problema.
—Por supuesto.
—Echo de menos a mi gata.
—Lástima que no quedaran en las manos las
cicatrices de haber jugado con ella.
—Lo pienso mucho ahora, cuando no está. Era
pequeña, siempre hubiera sido pequeña.
—Llorar va bien.
—No me da vergüenza, tengo los ojos secos.
—Sí, eso pasa.
— ¿Cómo vas de pena?
—Bien servido, creo que durante un tiempo no
voy a querer más.
—Tengo deseos de salir a la calle y lanzar un
vómito, de una forma natural, como quien tose.
—Es una buena idea. Siempre has sido bueno
provocando.
—Y trabajando como una puta, pero siempre he
cobrado una mierda.
—A veces quisiera acostumbrarme a llorar sin
ninguna razón, como vomitar.
—Xibalba, la gata, dormía a medio día conmigo.
Éramos tocayos de biorritmos. Algo de felino debo tener. De ahí que quiera marcar
territorio como sea, con lágrimas o vómitos.
—Llorar no es marcar territorio, es mear
tristeza.
—Bueno, da igual como hacerlo, lo importante
es acotar territorio. La chusma se acerca siempre más de lo que debe.
—Cansa, harta la luz y el calor de mediodía.
Vivo para esperar el crepúsculo.
—Nunca te acostumbrarás.
—Suena El Animal de Battiato.
—Es muy buena, quisiera ser así; pero soy
peor, me falta la parte amable.
—Nos faltan los muertos.
—Sería guapo que nos esperaran, engañarse un
poco no es malo. Es bueno sonreír.
—Hoy me he reído como un histérico a las seis
de la madrugada. Tanto que me han dado ganas de llorar porque quería
volver a aquel momento.
—El Alfonso le dijo a Pedro que tomara las
puntas de prueba del megóhmetro y cuando las tenía entre los dedos, apretó el
botón de test. Lo hizo fríamente, con malicia.
—Pedro casi escupe el chicle y salió sin decir
palabra del taller, en auténtico estado de shock.
—Estás llorando.
—Es esta risa. No sé porque he evocado ese
instante. No puedo dejar de reír.
—Estás loco.
—Me parece bien.
—Aún así, no me asusta morir.
—Soy valiente de mierda.
— ¿Cuando se habla mucho de la muerte,
significa que ya está cerca?
— ¡Qué va! Significa que estás hasta los
cojones de tanta vida.
—No existen mensajes raros ni presentimientos,
todo tiene una sencilla, asquerosa y mediocre explicación.
—Es hora de moverse, hay que hacer bici.
—Es cierto, me canso de hablar conmigo mismo,
aunque la bici también me cansa.
—Te cansa tu pierna podrida. Sé más exacto y
concreto.
— ¿Por qué ya no me acuerdo de muchos sueños?
—Porque son deprimentes, no necesito eso al
despertar.
—La gata no ha vuelto.
—Está muerta.
—Pues ha muerto un equivalente a treinta y
siete humanos.
—Es una cifra extraña. Demasiado concreta.
—Es un cálculo cuidadoso, me gusta la
exactitud.
—Es exactamente así, tengo razón. Cada humano
no llega al valor de un peso en vivo, muerto menos.
—Dan ganas de matar.
—Siempre.
—Es que no hay buenos lugares.
—Pisar mierda en tu casa es deprimente y pisas
mierda cuando los malos recuerdos forman alfombra sobre la que has de caminar,
sin islas en las que refugiarse.
—Que asesinen a mi gata también es deprimente,
es esparcir más mierda en el piso, mis pies están sucios, mi cabeza inflamada.
—Al final el amor no lo es todo, no pone a
salvo a tus amigos, no cuida la higiene mental.
—Es hora de marchar.
—Hay que morir, no hay arreglo, ni esperanza.
—Donde no haya gente sucia ni asesinos que
matan a nuestros amigos.
—Todos los lugares son iguales, porque en todos
existen los mismos cerdos.
—La mediocridad es la misma en todas partes
del globo.
—Hay que joderse, no hay forma de cambiar de
aires. Estamos abandonados.
—Mi sombrero está viejo y feo, como mi rostro.
—Consérvalo así hasta conseguir incomodar a
los que te observan.
—Es muy buena idea, que me crean miserable.
—Sentirse miserable no gusta, me refiero que
ellos con su envidia ven en mí el reflejo de sus miserias. No les gusta las
muestras de lo que son en realidad.
—Los hay que lo tienen casi todo y son unos
mierdas.
—Tenerlo todo es mantenerse a un radio de
quince kilómetros de distancia de todo ser humano. Es difícil, se necesita
suerte y mucho dinero.
—Pues has fracasado.
—Sí.
—Ya no hay tiempo.
—Creo que sí, a veces pasan cosas. Aún no
estoy muerto, no soy derrotista.
—El fracaso es una temporalidad. Cuando los
putos triunfadores pierden, ahí estoy yo para ganar ante su fracaso. Ha
ocurrido.
—Siempre ocurre.
— ¿Y qué hay del suicidio?
—Es una buena salida, pero duele. No me gusta
el dolor, ya he tenido asaz de él. Hay tiempo para ello.
—La gata grande no soporta a la pequeña.
—Ella también necesita una prudente distancia.
— ¿Cuál es el valor de tu vida? ¿Cuántos
cadáveres pagarían tu muerte?
—Trescientos ochenta y siete.
—Es una cifra extraña y difícil.
—Como la de la gata. No son cifras al azar,
soy bueno y preciso calculando. Tengo mis razones.
— ¿Y si pusiéramos que son cuatrocientos para
redondear?
—Está bien, por mí mejor. Algunos abortos y
nacimientos de niños muertos pueden formar el redondeo.
—El dolor de cabeza no se va nunca. Deberías
subir a cincuenta individuos más tu valor.
—Lo tenía contabilizado también, no se me
escapa nada. De cualquier forma, añadir cincuenta, no es descabellado.
—Pues que así sea, cuando yo muera, que mueran
también cuatrocientos cincuenta. Nadie lo va a notar. Todos morimos siempre.
—Han tenido tiempo de acostumbrarse a morir,
si no ponen voluntad es su problema. La cobardía no es ninguna virtud.
—La peña no tiene humor.
—No tiene nada que le de valor, sus muertes no
tienen importancia.
—Conmigo no pasará, mi muerte les dará valor a
los cuatrocientos cincuenta porque se recordará mi muerte y por tanto, la de
ellos.
—Sus familias dirán: “Murió en el mismo año y
día que el Iconoclasta”.
—Genial.
—No quiero volver.
— ¿A dónde?
—A ninguna parte.
—Estaría bien ser inexistente, no interactuar
con su entorno, con el de ellos.
—Un limbo…
—Hay que dormir.
—Es un coma deprimentemente sugerente y
silencioso dormir cuando se puede.
—Es hermoso estar despierto cuando duermen, es
estar por encima de ellos.
—Te haces la ilusión de que están muertos, de
que no están.
—No es crueldad, es que no hay forma de
evadirse. No hay ciencia ficción ni fantasía para escapar.
—La cabeza otra vez…
—Siempre está el ibuprofeno, es un animal
fiel.
—Conque sea simplemente analgésico me basta.
—Corto y cierro.
—Mierda.
Iconoclasta