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5 de septiembre de 2020

Historia de un quebranto


Se le ha roto la voz y no ha podido decirle que lo quiere.
Cuando se rompe el amor, se quebrantan todos los huesos del cuerpo.
La voz es el hueso más débil y quebrada la voz, en lugar de sonido se escupen las astillas que hay dentro del cuerpo y la sangre.
Tampoco lo ha podido odiar; pero no es por el quebranto.
Es indiferencia.
De hecho lleva meses con todos los huesos rotos; pero al negarle un cariño, el dolor ha llegado en tromba. Como si hubiera despertado de una anestesia en mitad de una operación.
No hubo un golpe fuerte, no hubo engaños, insultos o discusiones.
Simplemente un día no le gustó como comía.
Y otro día no le gustó su voz, era inconsistente.
Y luego no le gustó su integración tan perfecta en una sociedad apestada.
No soportaba su optimismo fácil.
Su vocabulario correcto, sus afirmaciones abiertas a negaciones si la mayoría así lo dictaba.
Su sexo aséptico que ya no hacía agua en su coño.
No la mojaba…
Se preguntó si alguna vez lo amó.
Los huesos rotos no son causados por el desamor. Si no por esos seis áridos años perdidos.
- Te quiero, cielo –le dijo en el vagón de metro, preparado para apearse en la próxima estación.
Hacían el mismo horario, en lugares distintos. Dos paradas más adelante, Eva se apearía para empezar otra jornada en la oficina.
Sentía a Juan como un amigo del instituto, alguien a quien no hay más remedio que soportar si no quieres ofenderlo.
Le negó el beso que intentó darle y no le devolvió el “te quiero”.
Juan sonrió nervioso.
Cuando las puertas del vagón se abrieron dijo apresuradamente:
- ¿Quedamos en el centro a las siete?
Ella lo miró y no supo qué decirle.
Las puertas se cerraron y Juan fue absorbido por la masa de carne que se dirigía presurosa a las escaleras mecánicas de salida.
¿Cómo decirle a sus padres y suegros que ya no lo quería por ninguna razón especial? ¿Cómo decirles que Juan era el prototipo de la mediocridad y que ella se equivocó y lo ha pagado con seis años de hastío?
Pero no puede explicarse cómo Juan no ha hecho mención a su indiferencia, cualquier hombre se daría cuenta de su quebranto.
No necesitaba más presión, no quería dar explicaciones y que la sometieran a examen de conciencia y consejos de psicólogos para gente depresiva.
No se apeó en la estación de su oficina.
Llegó al final de la línea que finalizaba en una estación de trenes.
Y no le importó demasiado el destino del tren.
Ni la felicidad, solo quiere romper el mismo día, quitarse de encima esa pegajosa capa de mediocridad con que la pringa Juan, la oficina y la ciudad.
Pasaron los años tan rápidos que olvidó el rostro de Juan, incluso no estaba segura de recordar bien los rostros de sus padres. Ni de sus hermanos.
En algún lugar del mundo, empezó una vida que pasaba rápida, que a veces la dejaba sin aliento. Y sin querer apretaba sus muslos para contener una cálida humedad que su vagina rezumaba al evocar el sexo con Jayden.
Desde su coche patrulla de guarda forestal, observaba a los grandes canguros dormitar sobre la semidesértica llanura.
Hizo una foto para su hijo. Tyler y sus once años recién cumplidos... Nunca cansan o provocan indiferencia, siempre se admiran los otros seres vivos, los libres y salvajes.
Se siente orgullosa no haber en aquella lejana parada de metro, de haber tomado aquel tren de desconocido destino. Y luego un taxi y un avión y otro y otro…
Y llegó un día que dejó de sentir su piel pringosa de mediocridad.
Y no hubo más quebranto.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

2 de julio de 2020

Teofanía


Ayer tuve una teofanía durante uno de mis paseos asilvestrados.
Dios me preguntó si necesitaba algo: dinero, salud, amor, sexo o suerte.
Le dije que no, nasti de plasti. Aunque estuve tentado de pedirle unas gafas de sol molonas dada la potencia lumínica de su manifestación.
El muy zorro es malo como la peste; los favores los cobra con usura y podrías pasar los próximos doscientos mil millones de años pagando su favor de mierda.
Es mejor comprarse un coche de lujo con tu salario de mierda, financiado a precio de prostitución infantil que, pedirle a Dios una mísera cura de un dolor de uña.
Se sintió un poco molesto de que una de sus creaciones no se hincara de rodillas frente a él para hacerle una mamada. Soy un tipo experimentado en psicología de supervivencia y mediocridad.
Me preguntó por la familia y le dije que “Los que no has matado, están vivos ¡psé! Y supongo que bien”.
Y se alegró, aunque un tanto descolocado, seguramente porfiando por mi tono.
Le dije que no era para tirar cohetes, no todo es salud de mierda.
Aumentó un poco su potencia lumínica y entendí que tenía unos grandes deseos de incinerarme. Yahvé es un dios celoso y furioso.
Así que le dije con voz humilde: “Oye, me estoy meando. Luego hablamos ¿vale?”.
“Si tienes problemas de próstata te curo ya mismo”, se ofreció solícito.
“¿Qué cojones me está preparando este cabrón?” me pregunté ya alarmado.
Así que me saqué la polla y me puse a mear delante mismo de sus rayos foto-divinos, tuve que apretar fuerte el culo para que el chorro fuera potente y no sospechara de mi próstata y la urgente necesidad de curarla.
Se le escapó un rayo como un pedo y dejó caer una gran tormenta sobre mí y apagó su luz de mierda.
Esperé que se me apareciera el diablo (ambos son culo y mierda) para pedirle ropa seca, sus intereses por intervención sobrenatural son mucho más bajos; pero tras esperar veinte largos segundos no apareció, y eso que miré atentamente entre la maleza a ver si se arrastraba siseando una asquerosa serpiente hacia mí; pero nada.
Y como soy un cauto optimista, me dirigí mojado a casa; pero a salvo de la ruina y mi polla ilesa.
Dejo foto de la teofanía.
No todo en internet es mentira.
Me refiero a no todo lo que YO escribo, lo demás es para pedirle a Dios que te limpie el culo con ello.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

17 de abril de 2020

Estados alterados epidemiológicos


Parece un tratado de medicina; pero no.
En todo caso sería algo relacionado con la psicología, con la psiquiatría para los más cobardes que no acaban de entender la esencia humana y sus aberraciones: Yo.
Estados de conciencia que en tiempo de epidemias o alarma social, me llevan a evadir la realidad mezquina que la masa humana, como si de un cocido se tratara, hace hervir en el aire apestándome ofensivamente.
Evadirme con absoluta ausencia de moralidades, incluso éticas. En los momentos menos indicados.
Aunque todos los momentos son indicados cuando he de evadirme de esta bazofia que me asfixia con cobardes mascarillas y guantes más cobardes aún.
Así que en la cola del súper, en el espacio que hay desde la entrada del local, hasta la tienda, estoy esperando mi turno de entrada, a una profiláctica distancia, marcada con cinta adhesivo en el suelo, tras de una mujer.
Tras de mí hay siete idiotas y delante cuatro, contando a la maciza tras la que me altero inevitablemente.
Lleva una mascarilla blanca estampada con florecitas en rojo y amarillo, los guantes azules, muy parecidos a los que se usan para limpiar la mierda pegada en el inodoro. Viste unos vaqueros de malla, tan elásticos que las costuras del tanga se marcan hipnóticamente. Y con precisión para saber el punto exacto por el que se la puedo meter. La polla, digo.
Sus tetas, pesadas y obscenamente oprimidas por un sujetador blanco, oscilan voluptuosamente mientras habla por teléfono.
Acaricio mi navaja en el bolsillo, escapando de la vulgaridad. Imaginando que corto esa malla a lo largo de la raja del culo, le empujo la cabeza hacia el carrito para que las nalgas se ofrezcan indefensas y, aquí mismo, desobedeciendo a las leyes de la cobardía al romper la distancia profiláctica, meterle la polla por la raja del culo.
Abrir la bragueta, sacar mi polla tan dolorosamente dura y restregarla entre sus nalgas, separándolas con las manos sin ningún cuidado, hasta encontrar su chocho y dar dolor a su coño.
El dolor de ella es mi placer, la cobardía de ellos mi superioridad. La vida real o la imaginada, tiene estas dos normas inviolables.
Metérsela sin desnudarla…
Metérsela y que le duela simplemente. No piensas en desnudar cuando lo que quieres es cazar, montar, follar para sentirte un poco libre ante tanta opresión.
Y bueno, si uno es león, no puede dejar tranquilas a las gacelas; es pura biología.
Tengo mis necesidades.
Y una sociedad que descuida a sus animales encerrándolos durante largo tiempo en sus madrigueras, debe pagar su ingenuidad idiota.
Al penetrarla noto en el glande cierta molestia intentando por intuición encontrar su coño.
Saco la polla y está manchada de sangre, huele mal. Y no he cortado carne, jamás corto por accidente.
La agarro del pelo lacio, suave, rojizo caoba, media melena; tirando con fuerza hacia abajo para girarla hacia mí.
Esto es un ejemplo de lo que comentaba, una alteración de mi estado en tiempos epidemiológicos. Ya no puedo discernir si en el bolsillo tengo mi navaja o su coño.
E imagino con nitidez como corto la blusa crema semitransparente desde el inicio del esternón hasta la unión de las copas del sostén.  He presionado el filo para crear también una superficial herida en la piel, el sexo con sangre es mucho más salvaje.
Manteniendo su cabeza doblada hacia atrás, separo la tela y le saco las tetas de las copas como si fueran fruta. Lamo la herida ensangrentada y llevo la mano a mi paquete para presionar el rabo que pretende escupir ya la leche. No se lo permito.
Grita y grita, así que le debo pegar un puñetazo en la mandíbula que se le desencaja; queda en shock. Su rostro se ha deformado; pero no importa, no soy delicado.
De vez en cuando, miro a los ojos de les enmascarados que observan atónitos. Tienen demasiado miedo para todo, miedo para ayudar, miedo a respirar, miedo a usar el teléfono para pedir ayuda. Porque si un cobarde observa lo que se le hace a otro de su especie, se mantiene en silencio, quieto, como si quisieran hacerse invisible.
Las cebras observan como es devorada una de las suyas por los leones, rumiando sin cesar.
Corto la tela que cubre su coño. El filo se hunde en su raja sin herir ningún tejido. Con el tiempo y la frecuencia, adquieres maestría en el oficio, en cualquiera.
Meto los dedos buscando su coño y con dificultad saco la compresa que gotea. Está menstruando. Premio doble, aunque apeste.
La compresa tirada en el sucio suelo parece una víscera ensangrentada, o el cadáver de alguna cosa pequeña.
A mis espaldas llora un niño y su madre horrorizada intenta calmarlo. Con la mano cubre sus ojos.
En mi estado alterado lo tengo todo: una navaja tan afilada como mi pensamiento, como mi odio hacia todo; inevitable, mortificante. Una hostil y enfermiza excitación sexual, un pene duro y mascarillas que son puro fetiche sexual en mi alterada conciencia.
Y la vuelvo a girar y doblar sobre el carrito de la compra y se la meto, la embisto hasta n veces y me corro.
Le ha dolido, estaba demasiado seca. Ha llorado y gritado lo que la mandíbula fracturada le ha dejado; pero en mi alterado estado sus gritos, paulatinamente se han convertido en un jadeo, en un gemido de placer y por fin, la muy zorra, me ha pedido más “Más fuerte, hijo de puta. Sé más macho”.
Me encanta la ilusión de ser maltratado, es un descanso a mi natural depredación, como unas vacaciones de mí mismo.
El semen que gotea de mi glande ensangrentado es rosado. Lo malo de follarse a una tía con regla, es que la sangre se coagula y por tanto se espesa y encostra con el calor de la fricción.
Y acabas con irritación de polla.
Yo no tengo el rabo circuncidado, no me mutilaron; así que mi glande es muy sensible a lo bueno y lo malo.
He mirado a mis espaldas, y los de la fila se han hecho a un lado para que no ser enfocados por mi visión alterada. ¿Lloro sangre o es que me he ensuciado de menstruación? ¿Me puede contagiar el virus la sangre de la regla?
Se ha dejado caer al suelo, sentada sobre el culo desnudo, con las tetas asomando obscenas y preciosas entre los jirones de blusa. Por sus muslos bajan chorretones de sangre como ríos en un mapa y de su coño gotea la sangre formando un charquito en el suelo.
Mi estados de conciencia alterados tienen una sordidez cinematográfica.
Su mascarilla se infla y desinfla al ritmo de su agitada respiración. La cortaré también, voy a meterle el rabo en la boca a través del agujero. Un agujero feliz… La pornografía es inspiradora.
Imagino mi semen escurriéndose por los bordes de la mascarilla, cuello abajo. Imagino que la leche se le mete en la nariz y la hace toser agitando con violencia las tetas. ¿En qué momento se las he cortado? ¿Por qué sangran sus pezones?
La polla huele mal y está pegajosa de sangre.
Vomita cuando siente que el glande empuja la úvula. La vida real no es una película porno donde respiran por la nariz soltando mocos transparentes y limpios. Donde son cuasi felices de sentir asfixia. No soy un lelo que se cree esa mierda.
Yo busco el vómito y el miedo. No esperaba menos.
Ahora no sé bien si mi estado de conciencia alterado es real o aún estoy esperando mi turno a entrar en el súper acariciando mi preciosa navaja de filo quirúrgico.
La gente me observa aterrorizada, inmóvil. Obedeciendo a la inviolable norma dictada de la distancia de seguridad en que la que les educaron hace unos días. Yo creo que tienen miedo a que les corte el hígado, o los intestinos, o les acuchille los ojos…
¡No jodas! ¡Es real! Definitivamente con esto del miedo al virus, se me ha ido la olla.
Y la polla, porque rima.
Hay semen, sangre, llantos y voces pidiendo piedad .
Mi novia llora quedamente mirando al suelo, al charco de sangre que se ha extendido hasta los muslos desde el coño.
Le doy un tajo en el cuello y le arranco la mascarilla de la cara. El semen se ha enfriado en ella y hay trozos de comida vomitada.
Y es como si hubiera muchos cuellos a la vez, porque se ha hecho un silencio tan denso, que vuelvo a confundir la realidad con un estado alterado.
Decido que ya compraré las pizzas congeladas otro día.
Me dirijo a la salida y la cola de gente se pega contra la pared rompiendo la distancia interpersonal para alejarse cuanto puedan de mí.
En una de las calles desiertas, me escondo tras un quiosco cerrado de lotería de ciegos y con la mascarilla sucia, me masturbo frenéticamente. Me esfuerzo por no gritar salvajemente.
Eyaculo poca leche esta vez; pero el placer es desmesurado, me tiemblan las piernas y tengo que dar calor a mis cojones cansados.
Mucho placer y poca leche. Bueno, nada es perfecto, me conformo con que sea sangriento y doloroso. Dejo la mascarilla colgada del tirador de la puerta del quiosco para que el ciego se joda.
La mascarilla da anonimato, el virus impunidad y la policía motivos para hacer realidad los sueños en el juego más adictivo en la historia del planeta.
Quién iba a decir que iba a vivir felices momentos en una cuarentena de miedo y muerte.
¿Cómo podía pensar esta lerda sociedad que al forzarlos a vivir en un redil y fieramente pastoreadas, abrirían las puertas a una bestia sin sentimiento humano alguno? Las presas humanas están absolutamente castradas de inteligencia, hasta las estúpidas ovejas saben que hay lobos.
Tendría que haber comprado las pizzas, ahora me apetece una, joder.
Se escuchan sirenas cerca. Cuando la bofia pregunte como ha ocurrido, solo encontrarán silencio y miedo. Una cuarentena es un estado de ocultación perfecto, las mascarillas dan un anonimato que el carnaval desconoce.
Esto de la cuarentena es un sinvivir y un presidio deprimente.
Bueno… a veces.






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

15 de abril de 2020

Una crónica decadente


Separó los muslos para que la humedad que llenaba la vagina, se extendiera y mojara los labios trémulos de deseo. Tan caliente…
Su coño era calefacción central.
Cuando la vulva se abrió el clítoris pareció expandirse, aflorando al alcance de sus dedos.
E imaginó la lengua que diera consuelo a esa pequeña dureza hipersensible que ocupaba ahora todo su deseo. Su pensamiento entero.
No pudo evitarlo y lo acarició con un roce leve como aleteo de mariposa. Se le escapó un ¡Ay! que era un gemido suspirado, no vocalizado.
De su coño manó una gota espesa que se deslizó hasta el ano haciéndole desesperar por un pene que la llenara, que bombera en ella con dureza, sin piedad.
 Sus pezones se endurecieron, los oprimió violentamente entre sus dedos.
Y el dolor era excitante, de sus pezones bajaba como una descarga al ombligo, al vientre, a lo más profundo de su coño que palpitaba como si fuera un corazón.
Y tomó el Santo Cepillo de los Cabellos del Señor y llenó con él el vacío de su vagina anegada.
Las ingles temblaban con espasmos repentinos, el chapoteo en su vagina, la saliva que se le escurría por las comisuras de los labios entreabiertos con cada gemido, su espalda que se arqueaba, la mano frenética agitándose entre los muslos… Era la absoluta Sinfonía del Placer Desatado.
Se corrió en una sucesión de espasmos que la agotó hasta las puertas del desvanecimiento.
Sus dedos pringados y resbaladizos untaban los pezones erizados con desidia, mientras el corazón bajaba el ritmo.
Con mis manos dejé caer gotas de agua fresca en sus labios, en sus pechos, en el monte de Venus para que se deslizaran por su raja brillante que alojaba el Santo Cepillo y parecía vivo, orgánico allá dentro de su carne.
Estaba desesperado de observarla, mi glande amoratado, mis cojones plenos, me dolían los conductos seminales. Desanudé la cinta roja que estrangulaba mi pene muy cerca del escroto.
Saqué el cepillo y se lo metí sin cuidado. Gritó obscenamente con una risa deforme y alzó las rodillas hacia el pecho para que la follara en lo más profundo.
El semen ya brotaba cuando se abría paso el glande por los labios de aquel coño enloquecedor.
Y eyaculé en torrente en su alma, de tan profundo que llegué.
El semen rezumaba por la quieta cópula, se enfriaba escurriéndose por mis huevos.
El sacerdote bendijo nuestra unión dejando gotear la cera caliente de un velón amarillo en los sexos encajados.
Y dolió. Ella me insultaba con palabras sucias en el Obsceno Altar de Nuestro Señor, frente a los padrinos, los testigos, la familia y los invitados a la ceremonia.
Salivaban como bestias en celo…
Nos observaban sentados en los bancos de la iglesia, con admiración, mordiéndose los labios rijosamente, había pantalones con oscuras manchas genitales…
Nuestra boda fue emitida en streaming a todo el planeta.
En la pantalla sobre el altar, los tuits de niños, mujeres y hombres; nos felicitaban.
Los presentes, lanzándonos arroz, nos desearon larga vida en nuestro nuevo cargo en la presidencia mundial. Y cada uno de ellos besó nuestros sexos desnudos y húmedos a las puertas de la iglesia.
El bebé engendrado en la boda tras el parto lo donamos a la fundación “Por una infancia puta”.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

10 de abril de 2020

El veneno y su bondad


Nacen los bebés muertos que caen al suelo rompiéndose todos los huesos, con todos sus dientes amarillentos apretados de tanto sufrimiento.
Oyeron, sintieron donde iban a nacer y se ahorcaron con el cordón umbilical para evitar vivir entre ratas, mierda y mezquindad.
No sé si es un mandato divino, porque no existe dios.
Tal vez fuera Madre Naturaleza quien les habló de la enorme frustración de vivir.
No sé… Pero hicieron bien.
Yo debería haber sido de la generación muerta. Nací a deshora.
Los gobiernos procesaron los millones de bebés cadáveres e hicieron comida envenenada para viejos.
Ya no nacieron más bebés, los viejos morían sin que nada renovase el espacio que quedaba en blanco.
Y estuvo bien.
Como todo estaba perdido, hombres, mujeres y adolescentes se mataban entre sí y se devoraban.
Y la última mujer casi anciana que se alimentaba de su hijo de cuarenta y cinco años, gestaba con obscenidad en una hernia de su barriga, a falta de seres humanos, una rata que la devoraba por dentro mientras crecía.
Yo tenía hambre…
A la rata le arranqué la cabeza con los dientes, aún chillaba.
Su cráneo crujía incómodo y sórdido entre mis muelas.
Escupí sus grandes incisivos con asco.
Y desperté triste porque había voces.
Todo fue onírico.
Un bebé lloraba vivo en algún lugar de la colmena, mierda…
Todo fue mentira.
Maldije el nuevo día y le corté la cabeza a mi gato con las tijeras de la carne en la cocina.
En mi restaurante preparé arroz cocinado con aguas fecales y albóndigas con carne agusanada que comieron vorazmente seiscientos comensales a lo largo de la jornada.
Baratos menús venenosos de infames enfermedades…
La enfermedad y la muerte los miércoles ¿o es el jueves de mierda? están rebajadas en todos los establecimientos y las bestias humanas comen con más voracidad.
Pinchaban la comida con tenedores y cuchillos que había hundido en el cuerpo de un yonqui hepático que conservo en las cámaras.
Pensé en el veneno y su bondad.
En la enfermedad y la reparación y el orden de las cosas.
Tras cerrar por la noche el restaurante, dejé que escapara el gas por los fogones y tomé de nuevo un vuelo al azar con pasaporte falso.
Y soñé que el avión caía y los descompuestos gritaban en sus asientos con horror incomprensible, porque lo muerto no puede morir.
Desperté confuso y de nuevo triste.
Pensé en aquellas cosas cargadas de maletas que caminaban presurosos hacia la salida y añoré la posibilidad del no nacimiento de los bebés muertos.
Pensé en nuevos menús con ternera rellena de excremento de paloma y vidrio molido, con patatas hervidas al curare y pez globo sin limpiar, con café y orina añeja…






Iconoclasta
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6 de abril de 2020

La velocidad de la muerte

 
La velocidad de morir es la más lenta que existe.
Morir cuesta toda una vida.
No hay unidades ni cifras aproximadas para medir esa velocidad desesperante.
Solo sé que cuando miras atrás han pasado demasiadas horas malas.
Cuando llega el momento de palmarla, piensas que ya te podrías haber ahorrado tanta vida de mierda, innecesaria.
Siempre hay un amargo sabor cuando te llega la muerte, hubieras preferido ver morir a muchos que conoces antes que tú.
Al morir no te arrepientes de nada, solo hay esa desagradable sensación de que algo está mal en la vida. Ha sido todo un continuo fraude, un mal vivir.
Una sensación de timo que entristece la última respiración.
Romanticismos aparte, definitivamente, morir es la más triste y anodina marca de velocidad.
Te dan una medalla de estiércol en el mejor de los casos.
La mayor parte de los seres intentan ser lentos, siempre quieren ser los últimos en llegar.
Pues que se jodan.
Hice grabar un epitafio en mi lápida:
“A los que os hice daño, no fue el suficiente.
Esa es mi condena.”
Y heme aquí escribiendo desde este fresquito limbo. Maldiciendo mis huesos enterrados por lo muy lento que fue morir. Si llego a saber que se está tan bien aquí, me hubiera decapitado hasta con un cuchillo de untar mantequilla.
¡Qué hijaputa la muerte! Qué mala faena me hizo…






Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

2 de enero de 2020

La niebla y la soledad


La niebla ocultó las montañas e hizo estrecho el planeta con un muro blanco que hacía próximos los límites e infinitas las ideas.
Le dije:
- ¿Qué has hecho con las montañas? Las has borrado con todo lo que contienen. Y a mí, nadie me ve, no existo. Nadie me recordará, porque te has tragado lo que fui.
La niebla me respondió:
- No te preocupa ¿eh? Tú eres niebla, eres secreto y manto borrador.
Le sonreí y encendí un cigarro que aspiré largo tiempo en silencio, el humo parecía crecer a mi alrededor. Al fin le dije:
- Solo pretendía hablar con algo como yo: inhumano. No es por aburrimiento, se trata de tu bello misterio, Niebla.
- Soledad y niebla… Somos lo mismo, solitario. Somos sin estar para crear melancolías, añoranzas, delicadas tristezas de gas; con el propósito de intuir el fin como el acto más íntimo. Somos el ensayo de Madre Muerte, un sórdido simulacro de ser nada.
Le contesté fascinado por su razonamiento, por su oculta y simple verdad:
- Lo sabía… ¿Sabes? Me gusta mi trabajo. La soledad tiene la belleza del silencio del valor y la comprensión. La intensidad vital de existir en el páramo helado de las ideas tristes.
Me contestó con una sonrisa divertida:
- Soy niebla y me deprimes.
Se me escapó una risa como una tos, me difuminé con el mundo ciñéndome la soledad como un abrigo, caminando hacia ningún lugar.
Y desdibujándome, le hablé a la niebla desde la lejanía que creé, sin mirar atrás, un poco avergonzado de pedir:
- De colega a colega, divertida Niebla, un favor: a ella no la ocultes, la quiero visible y táctil donde quiera que esté. Necesito la certeza de saber que está siempre para que mi mundo sea mejor.
- Eso está hecho, señor Soledad.
- Adiós.
- Adiós.
Dejé tras de mí una estela de volutas de niebla que giraban y se deformaban sobre sí mismas, sin sentido; con la caótica angustia existencial de una vida que sin poder evitarlo, se acaba.
Tenía razón la niebla, soy un tanto deprimente; pero sonreí de nuevo.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

4 de octubre de 2019

No son acúfenos


Es habitual que al despertar de la siesta escuche un silbido, como el de una tubería dejando escapar por un poro fluido a presión.
Con más precisión se asemeja al chirrido de acoplamiento que hace un altavoz cuando se acerca demasiado un micrófono.
Dicen que estos ruidos, son acúfenos y suelen ser síntoma de sordera. Sin embargo, hacerse viejo es hacerse sordo.
Y aún escucho con aceptable calidad para entender, me refiero a que no es una de mis taras más notables.
Ocurre solo cuando duermo durante el día. En el sueño nocturno y silencioso, raramente escucho en mis oídos ese silbido.
Mis oídos no están excesivamente estropeados.
No son acúfenos.
Ocurre que el mundo y yo nos rechazamos, más concretamente la humanidad y yo.
Y un otólogo no puede curar estas cosas.
Algo extraño se filtró entre la cópula de madre y padre, la que me concibió.
Y soy por tanto una mutación, un extraño entre la humanidad.
En algún momento, un espermatozoide y un óvulo se contaminaron y absorbieron algo ominoso, y el resultado es la aberración que soy.
De pequeño le decía a mi madre que oía crujidos en mis oídos. Mis dolores más frecuentes y temidos eran los de oídos, y lo son. De hecho, cualquier malestar o daño, repercute siempre en mis putas orejas. Una noche, muy adulto ya, dejé sangre en la almohada y no me extrañó, solo quería que dejara de doler de una puta vez. Y aquel silbido que no me dejaba escuchar mi propio pensamiento…
La humanidad provoca un rugido molesto y caníbal. Solo cuando me oculto en mi madriguera, consigo bajar el volumen a un agudo silbido.
Y loco no estoy porque identifico con absoluta nitidez los que deberían morir y los que no importa que sigan viviendo.
Solo la frecuencia de su voz me da paz, cuando ella habla, yo callo para que no deje de decir.
No son acúfenos, son ruidos reales que provocan los humanos en mí, es una infección.
Recuerdo el molesto eco de la voz de un sacerdote en la iglesia, cuando hice la primera comunión. A los sacerdotes les encanta la teatralidad de orar y demostrar que con su potente eco resonando en las paredes, tienen un trato directo con dios. Un par de veces que ya de mayor, inevitablemente he asistido a una misa, no han conseguido rebajar esa incómoda sensación acústica que sentí de niño.
Temo que si fuera sordo, serían mis ojos los que con aberraciones ópticas, pondrían de manifiesto mi rechazo a los humanos y sus cosas.
Del constante olor a mierda, ya reflexionaré en otro momento.
Y no estoy loco, solo cuando la follo y el único sonido que escucho es el líquido chapoteo de los sexos y los gemidos y jadeos; siento que pertenezco aquí a este lugar poblado de humanos, abarrotado, atestado, asfixiante…
Gracias a esta bella espécimen que amo sorda y únicamente, gozo de momentos de armonía. Lo que dura un polvo. Y he de reconocer que no soy un gran follador que bombea durante horas sin cesar. Es humillante confesar estas cosas, lo efímero que a veces puedo ser para lo mejor.
Alguien insistiría en que algo huele a podrido en Dinamarca cuando mira mi cerebro, está bien; psiquiatras y psicólogos necesitan ganar dinero, es lógico.
Hay ocasiones que imagino que ese silbido es la vida que se me está escapando por los poros de la piel, y cada vez con más caudal y presión.
Temo que un día la muerte haga sonar su trompeta pegada en mi oído para despertarme y sacarme de aquí.
Morir con el arrebato de un sórdido solo de trompeta…
Es bonito; pero una vergonzosa ingenuidad facilona y tonta por mi parte.
Todo son malas noticias.
No se me puede reprochar ser un odiador profesional.
No, no son acúfenos y unos audífonos lo empeoraría amplificando el ruido del mundo hasta lo insoportable.
Me pegaría un tiro.
Estoy seguro, de que si vivo lo suficiente para quedarme sordo, ese silbido lo seguiré escuchando. Ese chirrido que me provoca la cercanía de la humanidad.
Y ella tiene que hacer sus cosas, mi amor no puede estar ahí siempre protegiéndome y dándome paz. Por otra parte, soy muy orgulloso. No necesito ni quiero cuidados de nadie. Sé joderme con la boca cerrada, con cojones. Y si tiene que doler, que duela.
Necesito urgentemente unas vacaciones, apagar ya el sonido de la vida; con su conclusión lógica.
Acúfenos…
Y una mierda, estoy más sano que un pedo.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

27 de julio de 2019

Una mañana de lluvia


Estaba sentado bajo la sombra de dos grandes árboles, fumando.
Porque si no fumo ¿qué hago?
Escuchaba el ruido de las cosas y los seres en este valle inmenso formado por multitud de campos de pasto.
Progresivamente los truenos cortejados por ráfagas de aire fresco que tumbaban los muñones-paja de cebada y avena con un tranquilizador frufrú, empezaron a aproximarse y aumentar de volumen.
Las nubes metieron al débil sol en alguna celda oscura del cielo y el aire se hizo más veloz.
Y en ese instante, sentí que estaba en casa. Me dije: si ya estoy, no tengo que ir.
Encendí otro cigarro con el coro de un trueno.
“Además, no te espera nadie. Lo hiciste bien.”
Acomodé el culo en la gran piedra que me servía de butaca de salón.
Un par de urracas llegaron de un campo vecino, como enfadadas a juzgar por su graznidos, espantando con su aterrizaje a una bandada de palomas que picoteaban cosas entre la paja, lo que provocó un hermoso y caótico aplauso de manos emplumadas.
Empezaron a caer gruesas gotas que hacían de las grandes hojas de verduras silvestres que crecían en los límites de los campos, tambores de sordos y polvorientos toques.
La tierra exhaló una bocanada de acre humedad y melancolía. Mis dedos se cerraron intentando atrapar un poco de ese vahído de la tierra cansada, abrasada y sedienta.
¿Soy de tierra también? Porque me siento igual que ella.
Yo estaba en casa, estaba dos veces bien allá sentado. No quería que el planeta callara la líquida percusión de las hojas y los truenos de frescor que llegaban veloces.
Que no se secara la tierra, aún.
Que no liberaran al sol de su prisión.
Son cosas que pides cuando te arde el cuerpo y lo que quiera que sea el alma.
Y arreció con furia, agresivamente.
Las grandes copas de los árboles que me daban sombra, no pudieron frenar tanta agua.
Mi cuerpo decía de ponerse en marcha, yo le decía que no. ¿A dónde pretendía ir si este es mi sitio?
Cayó un rayo que partió uno de los árboles, los tullidos no se mueven rápidos. Es algo que cualquier tarado sabe.
Sentí mi cabeza crujir como madera seca.
No dolió, eso es lo que me dio más miedo.
Y no sé…
Ahora no hay nada, no hay sonido, ni luz, ni frío, ni calor, ni seres o cosas.
Lo único que no cambia, es que aquí no me espera nadie.
Mi pensamiento se desvanece, y siento un poco de melancolía a medida que desaparezco viendo mi cuerpo aplastado.
Bueno, se acabó la función con un maravilloso y teatral final, si no estuviera aplastado y muerto, me llevaba el puto óscar.
No me puedo quejar.
¿A dónde me lleva el viento?




Iconoclasta
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15 de julio de 2019

Tarificación y transacción cárnica


Un coche que circula lentamente por la zona industrial, se detiene frente a un chulo de putas que fuma un porro.
- ¿Cuánto por la puta sin bragas? -pregunta el cliente señalando a la zorra desnuda por debajo de la cintura.
- Treinta la mamada, cincuenta si se la metes. No más de quince minutos -recita con displicencia el chulo.
- ¿Se la puedo meter por el culo?
- Por cien euros, sí.
- ¿Y si le parto la cara?
- Seiscientos y gastos médicos aparte. Si le dejas cicatrices, te haremos a ti también algunas. Mira, si quieres hacer con ella lo que quieras la puedes comprar por siete mil.
- ¿Está enferma?
- Aún no.
- Tengo una hija de catorce. Te la doy por ella.
- ¿Tienes una foto?
El cliente le muestra una en el teléfono.
- ¿Es virgen?
- No. Ya me la he tirado algunas veces -responde con irritada impaciencia el cliente.
- Hecho. Si me la traes ahora, te puedes llevar a la puta.
- Denunciaré la desaparición de la niña en un día, ya sabes como va esto.
- Bien, ya estará embarcada cuando te pases por comisaría. No tardes.
- No tardo. En media hora la traigo. Y que la puta esté lista para entonces.





Iconoclasta


13 de julio de 2019

Comercio justo


Se suele ser más mierdoso de lo que uno piensa. Es el gran problema de la actual especie humana: una sobre tasación que lleva inevitablemente a la frustración de quien, con ingenuidad, compra un ejemplar de ser humano.
Por ejemplo para un regalo de boda, un trabajo, tener hijos para trasplantes de órganos…
Hemos llegado a un punto en el que se hace indispensable un análisis genético y el correspondiente certificado que garantice un ejemplar de calidad.
Se debe exigir a la Cámara de Comercio Humano que, presione al gobierno para que implante la obligatoriedad de clasificar a los neonatos por su calidad en el día mismo del parto con un marchamo, como se hace en las explotaciones ganaderas alimentarias.
No es justo invertir tanto dinero en la adquisición de un ser humano para que en unas pocas semanas, te veas obligado a sacrificarlo y venderlo a peso en el mercado de abastos porque no sirve para otra cosa.




Iconoclasta

29 de junio de 2019

37 grados y subiendo


Ya hay 37º C y el aire cae como plomo caliente en mis hombros, no carboniza, no hiere la piel; pero se filtra hasta el tuétano de los huesos, calentando el cáncer que parece hervir en la tibia.
Cuando eres un tarado, el calor adquiere tintes desérticos y te ves un tanto indefenso con toda esa mierda que arrastras.
Mi cerebro ante la agresión del calor se defiende relajándose para no sobrecargarse, pensando suave. Evitando evocar cualquier cosa, no concluir.
Es algo que ocurre en muchos mamíferos, nada especial.
Mi pensamiento se dedica a indicarle a mi pierna podrida que avance, una rutina sencilla y mecánica como una oración a dios. Solo que mi rutina da resultados.
Con este calor la pierna se duerme, no se atreve a avanzar. Sueña que se rompe de nuevo por el mismo lugar. La pobre está medio muerta, tiene treinta años más que mis brazos, por ejemplo. Morirá mucho antes que el resto de mí si dejo que duerma y se evapore la poca sangre que tiene. Soy paciente con ella; porque en cuanto el cuerpo se aclimate a este nuevo verano, ya no sentirá tanta agresión y nos moveremos con más naturalidad y soltura. Sin este penoso esfuerzo.
La desventaja radica en que el cerebro gestionando algo tan mecánico y sencillo, en este estado de mínimo esfuerzo se encuentra indefenso ante influencias externas y ante sí mismo. Nada es perfecto.
Con los primeros días del verano hay cierta tristeza en algún profundo lugar dentro de mí, creo que en el estómago. Intuyo un final no trágico, solo definitivo. Y el cerebro no realiza esfuerzos en buscar consuelos. Si tiene que doler que duela, si debe llorar que llore.
Puto sol…
Un burro me reconoce y se apresura entre la tupida vegetación hasta llegar a mi altura en un lugar despejado al borde del camino, nos separa una alambrada eléctrica. Cabecea contento y deja ir un rebuzno. Es un amigo que conozco desde hace pocos años, pertenece a una masía de por aquí.
Nunca me había seguido, ni demostrado simpatía.
Y mi indefenso cerebro arranca imparable un proceso mental, justo lo que no debía hacer con este calor. Los cerebros a veces no son eficaces y pretenden entender. Mierda…
Siempre ha estado acompañado de un compañero y ahora está solo.
Pobre…
Y el cerebro sabe de forma inmediata tras haber procesado cientos de emociones y recuerdos que su soledad es una pequeña tragedia.
No puede hacer daño decirle algo.
Le digo cosas como guapo, grandote, simpático, orejotas.
Un saludo amable de amigo a amigo…
Porque tiene que sentirse muy solo para llegar al extremo de llamar la atención de un ser tan sórdido como yo.
Tras escuchar mi voz con sus grandes orejas tiesas, se relaja y se dedica a piafar tranquilamente.
Le digo adiós en silencio con la mano.
Siento una tristeza tierna como la muerte de un polluelo que ha caído del nido por una mala suerte.
Mi cerebro concluye en vista de datos y experiencias acumuladas, que el burro no volverá a caminar por los campos con su amigo.
En el campo, la desaparición de los seres se debe con toda probabilidad a la muerte.
Miro atrás, el burro me observa marchar masticando relajadamente… Qué bonito es mi amigo.
“Bye guapo”, pienso.
No quería pensar… Ese compañero suyo que ya no está, pesa ahora en el cerebro como la pierna podrida que arrastro.
Hago lo que debo, permito que mi artrítico y rígido tobillo se tuerza; una llamarada de dolor sube por mi pierna, vibra en mis cojones y se mete en mi cerebro por los ojos.
Y se acabó esa concatenación de tristezas.
Se impone gestionar el dolor.
Deseo meterme en su coño fresco, en su voz que me aplaca…
Tomo un trago de agua de la cantimplora, está caliente.
Es un hecho que la tristeza con dolor se cura.
Y el calor se alivia con un pensamiento ligero, banal. Si fuera posible.
Y cuando eso no sea suficiente, guardo unos muchos comprimidos de sedante eternizante. Soy precavido.
38 grados.





Iconoclasta
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8 de junio de 2019

666: parejas sumisa - macho


Son tiempos normales, apacibles. No hay nada extraño y todo es mejor que hace cientos y cientos de años atrás por muchos feminicidios, infanticidios y parricidios que haya.
La tan cacareada violencia entre machos y hembras primates es casi inexistente, comparando a los primates actuales con los de hace simplemente cinco mil años. Hoy día son unos rumiantes inofensivos que jamás usan la violencia con sus parejas reproductoras.
Que un macho le pegue una buena paliza a una hembra, aunque habitual en las noticias, es un hecho puntual que estadísticamente no influye negativamente en la expansión demográfica de los primates, sois tantos que la muerte de una hembra o macho no significa nada.
El asunto de los asesinatos “de género” como pomposamente los llaman, son meros hechos anecdóticos y noticiosos para llenar espacios de noticieros y prensa.
Los humanos, sois plaga. No es preocupante que muera un mono o mona reproductoras y toda su descendencia.
En algún momento todo cambió y algunas hembras aprendieron a conocerse y poco a poco (tan poco a poco que les ha costado milenios poder entrar en los círculos de poder) se han hecho poderosas algunas líneas genéticas de monas. Los monos machos no han cambiado, son idiotas en todas las eras geológicas y sociales del planeta.
Las mujeres prehistóricas y antiguas no veían maltrato en las palizas y violaciones a las que eran sometidas a lo largo de sus cortas vidas. Nunca sintieron placer (como muchas hoy día, los machos más machos no saben follar y las dejan hambrientas y por tanto, putas). Hombres y mujeres eran animales en estado puro, incluso hasta hace apenas tres siglos atrás. El macho se la metía y ellas parían y servían de saco de entrenamiento cuando el mono frustrado y borracho por su propia torpeza no había sido capaz de aportar comida o dinero a la familia.
Tal vez, por esa prehistórica o antigua sumisión de las monas, la especie humana se hizo plaga. Las monas tragaban con todo y no existía cuarentena entre parto y parto. Parían sus crías como las ratas en las alcantarillas.
A medida que los monos os esclavizabais con las leyes y sus obligaciones, religiones y moralidades; os hicisteis más débiles machos y hembras, menos violentos y además, comenzasteis a procrear con más higiene y profilaxis, con más rapidez y seguridad. Las monas y sus crías sobrevivían más tiempo sobre el planeta. Os convertisteis en la peste que sois hoy.
Degenerasteis hasta convertiros en la mediocridad cobarde que sois hoy día, en animales de granja, productores con amos que os atan corto y os hormonan (suministrando licores y otros narcóticos) si es preciso, para que no baje la producción y se mantenga esa imbecilidad tan característica que tanta repulsión me provoca.
Lo cierto es que siempre os he odiado, os he matado y descuartizado por ser la especie más repugnante y amada por ese degenerado de Dios el melifluo, el maricón folla-ángeles.
Pero siempre quedan genes que de vez en cuando se hacen más evidentes en algunos ejemplares machos o hembras y por ellos, aún hay parejas y unidades familiares más o menos numerosas; formadas por sumisas de coño baboso por amor a sus maridos machotes, borrachos, violentos y lo más incomprensible: incapaces de darles un orgasmo de verdad.
He visto monas llorar por el macho que les ha pegado patadas en el coño, cuando lo he abierto desde el pubis hasta el esternón desparramando sus tripas. Tuve que hacer callar los gritos de la sumisa asfixiándola con mi pene en su boca llorona de mierda. Bueno, lo cierto es que mientras me la mamaba intentando respirar, le hice un coño más largo y sonriente con el cuchillo. En aquel charco de orina y sangre me sentía como el dios que soy.
Que amen tanto a sus monos es algo que me divierte. A veces pisoteo bebés hasta convertirlos en pulpa que, tienen más capacidad intelectual y dignidad que esas sumisas primates.
Creedme, he visto evolucionar el planeta y las cosas que lo llenáis; y de todas las bestias que torturo y descuartizo, las que me provocan más placer son los machos que aún a pesar de no saber meterla bien a sus monas, tienen muchas crías como prueba de su virilidad.
También esas hembras taradas son gratificantes de matar: folladas sin placer, apaleadas como perras y pariendo como conejas, envejecen mal y en pocos años ya no inspiran una mísera erección. Vale la pena matarlas durante unas horas. Una pareja de monos así, es un buena forma de pasar el rato antes de la cena.
Hace unos meses, mi Dama Oscura y yo pasamos una sangrienta y sexual velada con un matrimonio de primates de la especie que nos ocupa: sumisa-violento.
¿Sabéis que los más agresivos machos con las hembras gritan como cerdos acuchillados ante el más mínimo dolor?
Y conmigo y mi puta Oscura no existe dolor mínimo.
Os cuento lo que hicimos. Podéis hacerlo si queréis; aprended. Pero vosotros pagaréis las consecuencias legales e incluso podríais morir cuando vuestras víctimas se defiendan. No sois dioses, así que sed muy cuidadosos cuando asesinéis o torturéis.
Barcelona es otra apestosa ciudad granja, que vestida de modernidad y cosmopolitismo, quieren creer sus reses que es un lugar especial.
Dejando atrás el centro de Barcelon, marchando en dirección norte y ya en plena sierra de Collserola (lo de “sierra” es una broma, es una montaña pelada de tan pisoteada que está; allí hasta los jabalíes se sienten ciudadanos), se encuentra el último suburbio más miserable de toda la comarca (Torre Baró). Formado por chabolas de fibrocemento, planchas de metal y maderas podridas. En el mejor de los casos, hay casas que no se han acabado de construir y los primates viven dentro entre ladrillos desnudos y los bichos que allí se esconden entre tanta miseria.
Gitanos, delincuentes sin cerebro, camellos que se colocan con su propia mercancía y las ratas que duermen e infectan con ellos y en ellos…
En fin, si quieres hacer embutidos y chacinas humanas, allí hay suficiente carne para ello. Solo hay que matar el que más te guste, lo despedazas y te lo llevas a casa sin ningún problema legal. Como ya he dicho, son tantos que el asesinato de cuatro o cinco monos de piel oscura por raza o por suciedad, crea hasta cierto alivio.
Así que aparco mi Aston Martin frente a un solar en el que hay varias tiendas de campaña sucias y unos cuantos tipos fumando hierba entre la mierda, bebiendo vino de cartón ante un hoguera maloliente.
No tocarán ni la pintura de mi coche, son bestias que entienden muy bien quien es el macho dominante y captan el peligro de una forma muy primitiva. Su cerebro es muy ineficaz; y de tan primitivo, instintivo. Les sirve para salvarles la vida alguna vez por ese carácter básico y animal.
Tal vez los mate luego si me apetece.
Miran las rotundas piernas bronceadas y musculosas de mi Dama Oscura al bajar del coche, su microfalda de piel deja ver su coño desnudo y rasurado y su blusa negra, abierta en un gran escote, deja asomar las areolas de sus pesadas y sólidas tetas a través de las copas de un sujetador negro sexualmente pequeño.
Todo primate sabe que es un hembra vedada, a ellos. Solo es mía, jamás podrían tener y satisfacer semejante mujer. Por eso la observan con disimulo, desconfiadamente y con sus pequeñas pollas duras latiendo en sus calzones cagados.
Tres chabolas más adelante y hacia la montaña se encuentra la casa a medio construir y con los agujeros de las ventanas cubiertos con plástico y maderas, del matrimonio cuyo macho es un tal Axel Perea y la sumisa Desiré Expósito. El macho tiene treinta y siete años; la hembra, a pesar de aparentar sesenta, solo tiene treinta y cinco. Un niño de doce años (Luismi) y una niña de cuatro (Angelina) son los hijos.
Madre de Desiré: “No puedes seguir con ese hombre, un día te matará”.
Desiré: “Es el padre de mis hijos, es un buen hombre, solo está pasando un mal momento”.
Cuando Axel la tira al suelo y la patea durante minutos, al quedarse sola restriega su clítoris con el puño hasta correrse.
Es una subnormal absoluta, una enferma y retrasada mental.
Sin pretenderlo, resulta que estoy haciéndole un favor a los humanos primates.
El bueno de Axel le ha dado una buena paliza a Desiré (la segunda del día) porque no le ha comprado la cerveza como él le ha ordenado. Los niños lloran en su habitación bien calientes por un par de bofetadas que les ha pegado su padre tan macho. Desiré con la nariz y los labios sucios de sangre y de rodillas, le chupa la polla a su marido en la cocina, si así se le puede llamar a esa pocilga. Axel marca el ritmo del movimiento de su puta mona sucia agarrándole el pelo con fuerza. De vez en cuando le pega una bofetada para que use bien la lengua.
Tarda mucho en correrse porque es un borracho y no es tan hombre como se cree. Hoy no se correrá en la boca de su hembra idiota.
Axel trapichea con drogas, roba en el centro de Barcelona en comercios y a los niños y adolescentes al salir de los colegios. Un día trabajó en una obra como peón; pero se cansó demasiado y tuvieron que ingresar en urgencias a Desiré y extirparle el bazo tras una patada que le dio al llegar a casa tan cansado.
“Por tu culpa tengo que matarme a trabajar, asquerosa”.
Entramos en la casa, casi con una actitud aburrida. A veces nos pesa un poco la iteración de nuestro trabajo.
Mi Dama Oscura se deja caer mostrando sin cuidado su coño en un asiento de coche que usan como sillón frente a la tele. Yo me dirijo al cuarto donde se encuentran los niños.
Los degüello con el cuchillo y los decapito.
Los he poseído, he entrado en sus pequeños y apenas eficaces cerebros para que no gritaran. No han muerto dulcemente, simplemente les inhibo la capacidad de hablar y moverse, les duele y son conscientes de todo. Me gusta que sufran los primates por muy pequeños y lindos de mierda que sean.
Le doy una cabeza a mi Dama Oscura, la de la niña, e irrumpimos en la cocina.
- ¡Ejem! -carraspeo ostentosamente.
Desiré me mira boquiabierta, y también la cabeza del pequeño Luismi, con la polla de su macho a unos centímetros de sus labios y el puño sujetándola con profesionalidad. La inmovilizo entrando en ella antes de que pueda gritar o hablar mierda, como a su marido.
A mí se me escapa la risa.
La Oscura lanza la cabeza de la niña y el Axel no intenta cogerla, le golpea el pecho y cae a sus pies. Es tan sórdido que me siento como en mi infierno.
No hablan, no dicen nada. Ni siquiera pueden moverse.
Son tan graciosos que les hago una foto con el móvil para subirla a mi Instagram.
Es que me parto.
Con el cuchillo corto muy lentamente el pene del macho permitiéndole que se muerda la lengua para intentar descargar un poco de dolor. Le quito ese pequeño rabo de los dedos a su puta sumisa y se lo meto en la boca.
Axel parece estar fumando un extraño puro mientras de su pubis mana un torrente de sangre que impacta en los inmóviles labios de la sumisa Desiré.
La Oscura trabaja con Desiré: rasga la camiseta de Metálica (su macho se la regaló hace cinco navidades). Sus tetas ya deformes y de largos pezones oscuros le caen por encima de los michelines de la barriga. Mi Dama saca una larga aguja que sujeta su melena negra y la usa para ensartar los dos pezones juntos.
Los ojos de ambos primates están anegados en lágrimas y por la forma en que los abren, parece que se les van a salir de las órbitas.
Dentro de sus cerebros puedo sentir el dolor y el pánico que vociferan mentalmente pidiéndome piedad.
No sienten pena por sus hijos muertos, ahora mismo están pendientes de un pene que ya no tienen y unos pezones que duelen sin que el puto Dios sea capaz de hacer nada por ayudarlos.
Cuando los primates ateos son sometidos a una buena lección de anatomía forense, le rezan hasta a las cabras si es necesario.
Me acerco a Axel y permito que sus pupilas se dilaten cuando le corto las fosas nasales para que se asemeje a un jabalí.
También corto sus mejillas desde las comisuras de los labios hasta el tope que marcan los maxilares. Sus muelas podridas se hacen visibles y se aprecia en el aire el olor de una dentadura con muy poca higiene.
La Dama Oscura ha practicado un pequeña y precisa incisión en el cuello de Desiré para que mane un chorro de sangre que usa para untar sus manos (una práctica habitual con las reses en las aldeas africanas hambrientas). Se arrodilla ante mí, saca mi falo malvado y lo unta con toda esa caliente sangre, me besa con devoción el glande y yo le regalo una gota de semen en la punta de su lengua.
Conduce mi rabo ensangrentado a la boca de la inmóvil sumisa que bien podría confundirse con una fea muñeca de látex hinchable.
Tengo unas absolutas ganas de rugir de caliente que estoy. Le follo la boca y hiero mi polla profundamente con sus dientes y muelas.
Mi Dama Oscura hace algo con el Axel que provoca un chapoteo. Me corro en la boca de la mona y le doy un golpe en la cabeza con una sartén. El lado izquierdo de su cabeza se deforma con un crujido al romperse el cráneo y su pelo se apelmaza de sangre.
Me giro con curiosidad apartando la cabeza de Lusmi con un pie; resulta que la Dama Oscura ha hecho una larga raja en la garganta del macho, le ha cortado los testículos y los ha colocado de forma horizontal en la herida. El vello rizado que asoma por esa llaga fresca resulta repugnante.
Coloco de nuevo a la sumisa frente a su macho mutilado con el rostro mirando hacia a mí y los fotografío para enviarle a Dios la imagen por wathsapp.
La amo. Amo tan profundamente a mi Dama... Tiene una sensibilidad inhumana. Es una rareza entre millones y millones de primates.
La muy graciosa le quita la polla de la boca y simula que es un puro al que le da una calada mientras se mete los dedos en su caliente y húmedo coño incitándome a metérsela. Juguetea con la cabeza decapitada de la pequeña Angelina, metiendo sus dedos entre su pelo ensangrentado.
La subo sobre la mesita de la cocina y la follo, y la follo, y la follo… La cabecita rueda mudamente por el suelo hasta el salón.
Mis pies resbalan en sangre y la muerte huele rancia. Los gemidos de la Oscura se extienden por todo el barrio que, permanece silencioso, expectante de una forma primigenia y atávica. Supersticiosa…
Y es que cuanto más pobres son los primates, más parecen involucionar.
Nos corremos, nos fumamos un cigarrillo en silencio frente a los cadáveres y permito que sus cuerpos se derrumben ya (ambos han muerto desangrados hace unos minutos).
Dejando pisadas ensangrentadas en la calle, llegamos al Aston Martin y mato a tiros a los monos del solar con mi Desert Eagle .50.
Las mitades superiores de sus rostros desaparecen en una nebulosa rojiza antes de caer en la basura muertos.
Y ahora vamos a un buen restaurante a cenar en la “exclusiva” Barcelona.

Os aseguro que no salió en las noticias. Que unas mierdas mueran no importa a nadie.
Nada nuevo bajo el sol y una familia de piojosos monos menos en el mundo.
Tenéis que reconocer que sin mí, el mundo sería infinitamente peor.

Siempre sangriento: 666.





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