La niebla ocultó las montañas e hizo estrecho el planeta con un muro blanco que hacía próximos los límites e infinitas las ideas.
Le dije:
- ¿Qué has hecho con las montañas? Las has borrado con todo lo que contienen. Y a mí, nadie me ve, no existo. Nadie me recordará, porque te has tragado lo que fui.
La niebla me respondió:
- No te preocupa ¿eh? Tú eres niebla, eres secreto y manto borrador.
Le sonreí y encendí un cigarro que aspiré largo tiempo en silencio, el humo parecía crecer a mi alrededor. Al fin le dije:
- Solo pretendía hablar con algo como yo: inhumano. No es por aburrimiento, se trata de tu bello misterio, Niebla.
- Soledad y niebla… Somos lo mismo, solitario. Somos sin estar para crear melancolías, añoranzas, delicadas tristezas de gas; con el propósito de intuir el fin como el acto más íntimo. Somos el ensayo de Madre Muerte, un sórdido simulacro de ser nada.
Le contesté fascinado por su razonamiento, por su oculta y simple verdad:
- Lo sabía… ¿Sabes? Me gusta mi trabajo. La soledad tiene la belleza del silencio del valor y la comprensión. La intensidad vital de existir en el páramo helado de las ideas tristes.
Me contestó con una sonrisa divertida:
- Soy niebla y me deprimes.
Se me escapó una risa como una tos, me difuminé con el mundo ciñéndome la soledad como un abrigo, caminando hacia ningún lugar.
Y desdibujándome, le hablé a la niebla desde la lejanía que creé, sin mirar atrás, un poco avergonzado de pedir:
- De colega a colega, divertida Niebla, un favor: a ella no la ocultes, la quiero visible y táctil donde quiera que esté. Necesito la certeza de saber que está siempre para que mi mundo sea mejor.
- Eso está hecho, señor Soledad.
- Adiós.
- Adiós.
Dejé tras de mí una estela de volutas de niebla que giraban y se deformaban sobre sí mismas, sin sentido; con la caótica angustia existencial de una vida que sin poder evitarlo, se acaba.
Tenía razón la niebla, soy un tanto deprimente; pero sonreí de nuevo.
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.
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