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12 de marzo de 2023

lp--Pobre padre…--ic

Los personajes buenos e ingenuos me dan cierta lástima en este mundo de buitres y hienas. Las buenas personas vale la pena pensarlas, hay tan pocas que es terrorífico un mundo sin ellas. Que desaparezca una sola es dramático.

Así que cuando veo un buen personaje en una película o una persona que sonríe sinceramente al verme, no puedo dejar de sentir cierto temor por lo malo que le pueda pasar.

Son presas fáciles. Aunque sé que si han llegado a adultos, no necesitan nadie que los defienda.

Es tan infundado mi temor como instintivo. Tal vez sea porque el débil soy yo.

A mí me ha pasado y no soy buena persona. Me he tropezado con tantos malos siéndolo yo también…

Todas las personas buenas mueren antes que las malas. Es lo que he aprendido.

Mi padre murió con cuarenta y cinco, yo tengo sesenta y uno. ¿Soy dieciséis veces más malo que él?

Pobre padre que me quería sin imaginar lo malo que soy.

Pobre padre….

Solo estuve con él dieciocho años, y las tres cuartas partes de ese tiempo durmiendo y en el colegio.

¡Pobre padre!

Quedaron ciertos sueños rotos.

Me crispa los dedos el recuerdo de su carne fría cuando lo tendieron en la cama a la espera del ataúd.

Ahora que soy viejo y contabilizo demasiados años temo que no me hubiera querido.

No sé qué ven los demás de mí. Mi vanidad produce una gruesa capa de indiferencia.

Pero tú no eres la humanidad, tú importas.

Importabas un millón de cualquiera que sea la unidad de medida.

¿Y si no sonríen sinceramente al verme? Tal vez haya coincidido que hubiera alguien detrás de mí y le sonrieran a él.

Qué ridículo, padre…

Estoy viviendo tanto tiempo como los malos, como lo peor. Lo que queda en La Tierra.

Pobre padre ingenuo.

Aquel día todo salió mal para siempre con tu muerte.

He aprendido que algún dolor cárnico no se va nunca, siempre duele, pulsa, acaba con tu ánimo apenas ha empezado el día. Y sigue doliendo mientras duermes, no hay manera de encontrar la posición para que cese.

Tu muerte no me duele ya; pero me avergüenza porque he vivido más que tú, como los malos.

Pobre padre…

Yo no quería ser tan malo.

Creía ser idiota, pero tan malo…

¿Y si era bueno y al morirte me estropeé? Es una posibilidad que me tranquiliza.

¿Ves cómo soy un hijo de puta? Te estoy responsabilizando.

Qué puerco… Nací malo, pobre padre.

Alguna aleatoriedad de la que no tuviste culpa.

¿Dónde quedaron las cosas que no pudieron ya ser?

¿Hay una oficina de sueños perdidos?

¿De padres muertos?

¿De madres?

Pobre padre…

¿Dónde te puedo encontrar? No me olvido de tu rostro, ni de tu voz. Soy asquerosamente inmune a la amnesia.

Siempre he pensado cómo hubieras sido de viejo.

No sé… Tal vez sea una tontería, pero colecciono todas las banalidades de los seres que amo y me las meto en un bolsillo del corazón. Duele la presión, pero es que no quiero que no duela.

También me siento débil con cierta frecuencia desde entonces que me quedé yo solo conmigo y mi maldad.

Quiero pensar que el manto de la muerte me cubre despacio, que el malo por fin ha de pagar.

Que se desprenden de mí como piel muerta los cadáveres de las ilusiones que tengo dentro.

Y por ello no lucho con entusiasmo para aspirar aire, si algo es bueno no debes estropearlo. Déjalo que haga, déjalo que mate.

Lo bueno de la muerte es que mata el dolor también, es buena gente… Y la carne podrida, como si no existiera.

Bien, mis besos a la muerte.

No quiero acumular más años de maldad o mezquindad.

Ha de acabar ya esto.

Quiero ir contigo ahora y que me digas exactamente qué tipo de cerdo soy y qué he de amputarme.

No te creas que no pienso en madre; pero no tengo nada pendiente con ella. Me quería incluso cuando me hice adulto y se mostraba en todo su esplendor mi mezquindad.

Y me quería así.

Qué tonta.

Pobre madre…

Todo se muere a mi alrededor.

¿Qué pasa?

Te engañaste, pobre padre. Cuando buceo dentro de mí, no puedo evitar pensar que fui un fraude.

Ser malo no siempre es ser indigno.

Y la indignidad pesa. Debo decirle a mi hijo lo que soy.

Que tiene un padre que vive más de lo que se merece.

Porque indigno no es una buena forma de morir.

No quiero perdón, ni siquiera me he planteado que tuviera que pedirlo por nada.

Pero ¿indigno para mi hijo? Eso no es forma de morir.

¿Si yo no hubiera nacido estarías vivo, padre?

Es un problema que me corroe desde que empecé a ser más viejo que tú.

Cuando cumplí cuarenta y cinco y pasaban los días y no moría, me dije: Ya está, yo también soy un hijo de puta viviendo demasiado.

Y aquella vez que se me llenó un pulmón de sangre y cada vez que respiraba me salía por la boca, me dije: bueno, dos años de diferencia… Cuarenta y tres solo son dos años menos que padre, somos casi iguales de buenos o malos. Es aceptable.

Pero el hijo puta no se murió, está visto que mi misión era ser muy malo.

Tal vez aquello dolía demasiado y por eso me confundí. No pensaba en vivir, solo quería que, por favor, dejara de doler aquella lija que se arrastraba por dentro de mí. ¡Uf!

Y huyendo de aquel daño masivo, crucé de nuevo la frontera hacia la vida.

Quisiera lavar mi alma de lo que me hace tan longevo, si la tengo.

Dejaré de existir, lo sé; pero no quiero tener esta carga en el momento de morir.

Preferiría ser menos mierda.

Y aquí acaban mis palabras inútiles y queda eternizado mi ridículo.

Al menos que nadie crea que me sentía un buen tipo a grandes rasgos.

Pobre padre…

Te moriste queriéndome.

Pobre padre ingenuo.

Pobre padre, mal hijo.

Tiraste margaritas al hijo… Al cerdo.

Un error de cálculo tuyo. No te creas perfecto, solo amado.

Querer por querer es una imprudencia temeraria. Y una injusticia.

Y ahora que muero más que vivo no quiero engañar a tu nieto que no conociste.

A ninguno de los que te observan en las fotos pensando como hubiera sido el abuelo Paco.

Aquella mañana despertaste vivo.

Y de repente muerto, sentado tu cadáver en la silla que acarreaban los enfermeros para meterte en casa, porque no entraba una camilla o silla de ruedas en el ascensor. No sé qué pasó luego durante dos o tres horas que se me perdieron… Pudiera ser que corrí a buscarte para meterte otra vez en ese cuerpo muerto. Y lo hice mal.

Ni siquiera lo intenté, solo lloré como un maricón.

No sé… El universo se disolvió y yo con él.

Me duele la cabeza.

Necesito no vivir.

Yo mismo me maldije: lo malo vive más que lo bueno.

Y no puedo ni quiero cambiar de opinión. No quiero añadir la hipocresía a mi indignidad.

¿Escribiste alguna vez con la cabeza doliéndote como si fuera a estallar?

¿Cómo la mía ahora?

No mola.

Es una putada.

Pobre padre…

Qué desolación, papa…



Iconoclasta



3 de septiembre de 2020

Hemorragia de tristeza


He soñado con mi madre que, tras hacerme una de sus bromas de niñez, me daba el beso más tierno que desde mi infancia no he sentido jamás.
Hasta anoche que la soñé.
Pobre madre muerta…
Duelen tanto los seres que amas, vivos o muertos.
Pobre de mí, un patético viejo soñando a su madre.
He pedido morir para no salir de ese momento de absoluta y desesperante belleza.
No quiero vivir más estas tristezas.
Me niego a despertar a las cuatro de la madrugada y fumar para que el ardiente humo evapore todas esas lágrimas que inundan el corazón, los pulmones, el vientre…
Una hemorragia imparable de tristeza.
Y sin embargo, deja los ojos secos como tierra al sol.
Su rostro sonriente se acerca a mi mejilla para besarme con esa poderosa dulzura. Y adquiero la certeza de que no la quería tanto como ella me quería a mí. Y así, a la tristeza se suma la vergüenza de ser un miserable.
Debería haberla besado con esa dulzura arrasadora.
Nunca pude imaginarla muerta.
Estoy cansado de soñar tristezas, es hora de morir de una vez por todas. Aunque deje de existir, sin posibilidad alguna de encuentros con mis amados seres en el más allá o en otras dimensiones.
Solo basta con que cese esta hemorragia que me ahoga por dentro.
He despertado repentinamente, rompiendo esa perturbadora y bella fantasía, una mentira más de mi mente tarada.
Madre… Solo gente especial que besa con tanto cariño, puede aparecer viva en los sueños.
Yo no podría, mama. Tu hijo es un mediocre.
Tu hijo es un mierda que te quiere y recuerda con toda su podrida y miserable alma.
¿Qué se rompió mientras me dabas vida en tu vientre para que tu ternura no entrara en mi sangre en suficiente cantidad?
Si supieras de la dolorosa tristeza de un beso que ya no sentiré, de un niño que hace décadas murió absorbido por mí. Yo me asesiné a mí mismo y luego moriste.
Y ahora solo me quedan tus oníricas ternuras, como si estuviera maldito con semejante bendición.
No debería estar vivo.
Debería estar muerto como ellos.
Mis muertos, mis pobres muertos…





Iconoclasta

19 de agosto de 2019

Bellos muertos


¿De verdad es posible que yo fuera ese niño tan querido y arropado por su padre y su madre?
Están tan muertos los pobres, que siento una náusea, un vacío en mis tripas.
Mis amados muertos... Yo también os quise.
Y también el niño murió para dar su vida y sonrisa a lo que soy.
Fue mejor así.
Los niños no deben sufrir dolores y pérdidas tan aterradoras.
Es una hermosa foto de bellos muertos.
Nos vemos pronto.
Bye...




Iconoclasta

21 de julio de 2015

Nuestra pequeña Sonia

 
Me espera acostada de lado, inmóvil, durante el tiempo en el que me lavo la polla.

Pienso en su coño y cómo su boca se entreabre suspirando de un placer que crece vertiginosamente, no me seco el pene, tengo prisa por joderla.


Llevo los dedos a la vagina y acaricio la unión de los labios hasta que sus muslos se separan pidiendo que sea más profundo.


Me duele mi erección, necesito dios y ayuda para no metérsela con violencia, para bombear en ella y quitarle la respiración y el ritmo cardíaco. Para metérsela hasta el alma y embarazarla y mostrarla en sociedad con una enorme barriga que es producto de una follada tremenda.


Me limito a desflorar el clítoris y hacer presión en él, una presión creciente que la obliga a llevar los brazos por encima de su cabeza arquear la espalda y ofrecerse más a mí. Meto los dedos profundamente en el coño y se le escapa un gemido que ahogo mordiendo sus gruesos labios sensuales hasta el suicidio. Ella responde clavando sus uñas en mi espalda, y le pido que haga lo mismo en mi polla.


- ¡Hazme daño! -le ordeno sin ninguna amabilidad.


Atenaza mi pene con fuerza.


- ¡Más! -se excita cuando le doy un  suave golpe en la vagina y retuerce mi bálano mirándome con los ojos brillantes de lujuria, de malicia.


- ¡Más! -le ordeno tomando su vagina con la mano plena y presionándola con hostilidad.


Sus pezones responden contrayéndose con fuerza.


Cierra tan fuerte el puño que siento como sus uñas rasgan la fina piel que cubre las venas del bálano,  duele. Sale sangre y gruño de dolor. Y ella aprieta más mordiéndose el labio inferior con ansia y lascivia.


Y mi glande parece que va desprenderse y salir disparado al espacio.


La obligo a que se incorpore y me cabalgue, ahora que sale sangre.


Y nos corremos, yo aferrado a sus pechos, medio incorporado, mamando  de sus pezones gordos que aún me ofrecen la leche de la pequeña Sonia que murió hace dos meses.


Me levanto para ir al lavabo a limpiarme y me caen unas gotas de semen en los pies.


Ella mira a la ventana, sus ojos lloran y sus pezones supuran leche.


-Mírale el pañal a Sonia, por favor.


Ella nunca mira a la cuna vacía...


-Está seca -le respondo al cabo de unos segundos.


Y me acuerdo de que ni una sonrisa vi en el rostro de mi hija antes de que sus pulmones quísticos dejaran de funcionar en la cuna.


Me limpio el pene y aplico yodo a las heridas, aunque no sé porqué. No tiene sentido.


Vuelvo  a la cama, mamo de su leche y ella me acaricia la cabeza.


-Mi pequeña Sonia, tenías hambre ¿verdad, mi amor?


Y trago la leche de que debería beber mi hija y la locura y la podredumbre de nuestros cerebros.


Sin dejar de mamar, corto la carótida de su cuello con la navaja de afeitar de mi padre, yo no sé usarla para afeitarme. Ella apenas se inmuta cuando el filo corta tanto y tan profundamente. Trago durante unos minutos parte de la sangre que resbala por sus potentes pechos llenos de leche. Tal vez sonría, no lo sé. No quiero ver más el rostro de la locura.


No siento vida en ella, dejo de mamar del pezón.


Y me corto el cuello con un tajo rápido y decidido.


Sangrando me acerco a la cuna vacía, quiero asegurarme que la pequeña Sonia sigue seca.






Iconoclasta

12 de octubre de 2012

Lástima...




Lástima que el silencio es tan profundo y la muerte tan callada, porque desde ahí te insulto.
No me bastan las cuerdas para reventarlas en tu cara y que un escupitajo vuele hacia el centro de tu frente escurriendo sobre tus ojos la muestra de podredumbre que me nace para ti.
Desde el rincón de la inexistencia mi oscuridad se hará sonido y que la mancha sepia de las sombras haga estallar tus tímpanos. Recitaré el parto que me expulsó como maleficio por  el reconocimiento de la insana sangre que me circula en las venas.
Nada más impotente que ver la vida fétida circulando bajo mi carne. El saber de una infección sin remedio es la condena absurda que me coloca un pie entre las nubes y el otro, tembloroso, en la última baldosa del edificio más alto de la mala suerte.
En llantos deberías agradecer que los muertos son mudos y no tienen gestos o simplemente desaparecen. Tienes tantos “silenciosos” que te aullarían su dolor constantemente para que no olvides las penas que les provocaste en vida, cuando la voz de ellos no era más que letras temblorosas de melancolía y sollozos guardados para no lastimarte.
Yo también me llevaré el dolor y el asco, pero mis letras resonarán en tu cabeza mientras se clavan a tu carne, desde el día que las recorras. Sé que llegarán a ti. Jugamos sucio ¿no?, eso es parte de la herencia. Matamos en silencio, desollamos bajo la hipocresía, condenamos sin lágrimas mientras la sonrisa se retuerce de gozo y las manos escurren de sangre goteando venganza.
Cuando me vaya, posiblemente acudirás a mi entierro, posiblemente no. Quizás mueras primero, tienes más probabilidades. Y si es así, correré con la suerte de verte descender entre la tierra sin un aplauso de dignidad. Entonces entrarás al mundo del silencio, donde los muertos mudos sonríen al ver tu miedo y tu caída sin descanso. Un funeral de sombras sin caras, dándote la espalda… De eso me encargo.
¿Recuerdas cuando mis hijos pedían mis brazos y atropellaste mis manos?
¿Olvidas a la abuela que pedía un abrazo y  luego amaneció fracturada? ¿Y el día que agonizó entre tu burla? ¿Se te ha olvidado?
¿Tu memoria retiene el día que mi padre se fue hambriento de tu casa y descalzo en mi puerta aún pronunciaba tu nombre?
Los viejos ya no están y yo estoy a punto de partir, me esperan. Al fin…
El buzón de tu casa está vacío, como tu cuarto, tu baño, tu sala, tu mundo, tu carne. Es tu lugar un momento prolongado más callado que la muerte, más sin nada.
Que la suerte me llegue a tiempo para verte morir primero y verte en el frío oscuro para decirte que es una lástima lo profundo del silencio. Y trataré de alargar mis orejas en un sínico gesto:
¿Qué dices? No te escucho. ¿Cómo?
Y sonreiré al final desde mi callada muerte para abrazar a la abuela, alimentar y besar a mi padre, caminar juntos esperando a mis hijos y a mi Pablo y a mi gente y a mi gata…
Solo queda drenar esta mierda líquida que bombea una víscera deforme, adolorida y cansada. Toda mi carne es una náusea agotada y sofocada que pide con urgencia vaciar el veneno.
Estamos vivas y los sonidos son cortos y finitos, la vida es bullicio y estridencia.
Lástima que la muerte sea tan callada.
No importa, igual te escupiré.

Aragggón
121020120937

7 de septiembre de 2012

Honrarás a tus muertos




El cementerio tiene muchos pasillos formados por los mini edificios de nichos, casitas de juguete de muertos…
Unos cientos de metros más abajo, a los pies de la loma están los muertos ricos, los que han sido enterrados en fosas con grandes lápidas, los que encima de su cadáver soportan el peso de un panteón a menudo adornado por una escultura tosca y sin gracia de un ángel de alas rotas y sucias. Cagado por los pájaros.
—Rezar a los muertos es una forma más de relajarse o dormir, solo que más molesta porque no hay asientos frente a la tumba, ni siquiera una máquina de bebidas—piensa metiendo la mano en la bragueta excitando el pene.
Tiene una forma un tanto particular de visitar y rezar a los muertos.
De honrarlos.
Se encuentra en la agrupación de nichos más alta de la montaña, hay una buena panorámica del cementerio que se extiende por toda la ladera sur y se prolonga a sus pies casi un kilómetro en forma de valle de tumbas.
Se debería extender cientos de kilómetros.
Se interna entre el pasillo que forman dos edificios para situarse frente al 430-1, en la hilera más baja de los cinco pisos. La lápida dice: Familia Hurtado.  Josefina Lara, esposa de Ramón Hurtado, 1930-2012. Tu hijo y tu marido no te olvidan.
Tiene una cosa entre las piernas que a veces se hace notoria y se lleva gran parte de la sangre de su organismo para alimentarse y crecer.
Y no es precisamente un rosario.
Es bueno que eso ocurra, que se haga grande y se expanda como el gas liberado. Es bueno que el cerebro se quede seco para dejar de existir y ser uno con ellos, con los muertos. Ser frío como sus huesos…
Ellos miran y callan sin poder decir nada, ellos tragan el semen y el olvido. Los muertos no expresan su asco. O no deberían; algunos no se relajan.
Su oración es húmeda, un gemido obsceno ante la muerte.
Ocurre cuando una tristeza innombrable le embarga el ánimo y la promesa le pesa como una losa. Cada mes, cada treinta días de mierda. Es bueno su organismo sobreviviendo. Cuando todo es insoportable, la polla se expande en el espacio y el ritmo de la vida lo marca su puño. Cuando la soledad pesa demasiado, se acuerda de madre y que padre pronto estará con ella.
Y salpica con semen el marco de acero que protege la lápida de mármol. La lefa habría salpicado la foto de su madre. No tardará mucho en salpicar la de su padre que aún está encerrado en el manicomio agonizando con una sonda en la polla. Su próstata está tan hipertrofiada por un tumor, que no puede soltar una sola gota de orina a pesar de su incontinente locura. Dentro de poco le enseñará también como reza a los muertos.
En la consola del comedor de su casa no hay más foto que la de su madre muerta, cuando muera su padre, colocará otra, solo dos fotos en una gran superficie… Se ve un poco vacía sin los muertos; pero no ha habido nada más que fotografiar a lo largo de su “cochina inexistencia”.
Piensa que las únicas fotos que debería haber en una casa, son las de los muertos. A los vivos mejor no ponerlos en fotos, porque cambian; un día los amas y otros deseas su muerte. Los vivos son demasiado inestables.
Cuando mueren no hay problema con sus fotos, porque siempre se odian, se recuerdan tal y como murieron, con la misma sensación de asco de saber que vivieron demasiado. Con la repugnancia de saber que se comparte una sangre o un gen con ellos.
No importa que se vea vacía la consola del comedor, no es su deseo tener otra compañía u otros muertos que recordar.
Tiene buenas fotos de tigres del National Geographic.
Y de cerdos…
Solos los humanos, se hacen bestias y huraños, cosa que está bien si no hay a quien hablar, a quien hacer caso.
Para morir de asco, mejor hacerlo empapado en semen. Con los muertos pasa igual, mejor regarlos y por supuesto, no va a ir con una regadera en el autobús teniendo una polla tan hermosa heredada del cruce ocasional entre padre y madre.
El semen se muere rápidamente, se enfría y da algo de paz al puto calor que genera el planeta. Es una reflexión que nace de frotar una gota de leche entre los dedos.
Porque estar vivo  es ser acumulador de calor.
Los cadáveres se refrigeran enseguida, es la ventaja de estar muerto. Sus palabras quedan como recuerdos congelados en algún lugar de la cabeza, una molestia que se puede soportar de vez en cuando.
El semen frío en la fría piel de un cadáver.
Maravilloso, las cosas encajan por si solas.
Si no se arriesgara a ir a la cárcel, sacaría el ataúd y se correría en la calavera de madre.
Ha sido una masturbación rápida, siempre se corre más rápido en el cementerio que en su casa, tal vez la emoción del riesgo de ser sorprendido.
Las flores marchitas de los pequeños y oxidados jarroncitos no mejoran con las gotas de semen. No hay peor rocío que una densa gota de esperma estéril rompiendo una flor: la muerte se pega a la muerte.
Toma una con las manos y se resquebraja entre los dedos, un pequeño pétalo amarillento ha caído rápidamente sin encontrar resistencia al aire, el peso del semen muerto e inocuo…
Su pene asoma aún duro y húmedo, el reflejo del vidrio del nicho crea una imagen miserable.
Y entre ella la cara de su madre aparece manchada de esperma.
— ¿Por qué me haces esto?
—Me hiciste prometer que acudiría una vez al cementerio para recordarte. Te recuerdo, recuerdo cada día de tu amargura, de tus palabras vulgares y tu mediocre forma de pensar. De tu continuo lamento de ser una madre abnegada. Papá debería haberte follado más a menudo. Yo te compenso.
—No sabes lo que duele, César. Aquí hay soledad, hay encierro. No necesito que me escupas nada, basta con una oración. No vengas más, te libero de tu promesa.
— Hasta podrida te quejas, madre. Sabes de siempre que solo creo en esto —responde César agarrando el pene y meneándolo frente a los ojos sin vida de su madre—. Me gusta este momento. Tu marido va a morir muy pronto, lo enterraré ahí dentro, contigo. ¿Los muertos disfrutáis del sexo?
— Calla, César. Los muertos deberíamos descansar. No hay nada más que paz, tenemos siempre miedo, esperamos algo que no sabemos que es y nunca llega. Los días no se diferencian el uno del otro.
— Es lo mismo que cuando estabas viva, madre, tu vida era peor aún que la muerte. A mí los días me corrían deprisa entre paliza y paliza de padre. ¿Te acuerdas cómo te encerrabas en la cocina cuando me pegaba y no salías hasta que la comida casi se quemaba? Me correré cada mes ante ti, en tu cara. Tal vez abra la puerta de vidrio para que te llegue más cerca el semen que tu cochino marido nunca te hizo beber.
— Estoy cansada y tengo miedo. Hay madres aquí que se sienten confortadas por la visita de sus hijos. Ya he pagado, estoy muerta.
— No es cuestión de pagar, es cuestión de que a mí me guste hacerlo. ¿Sabes que voy a visitar a padre al manicomio? El alzheimer le llegó demasiado viejo, me hubiera gustado que su cerebro se hubiera podrido hace quince años, para que sufriera más. ¿Sabes que voy para mover la sonda que tiene metida en la polla? No tiene cerebro ni para gritar; pero sus costillas se marcan bajo la piel por el dolor y continúo meneando el tubo hasta que aparece una gota de sangre. Y entonces llamo a la enfermera: “Señorita Marga, la sonda está sucia de sangre ¿es malo?”. “No se preocupe, a veces es normal”, me dice. Y la vuelve a mover tanteando si sigue en su sitio, la empuja más adentro para asegurarla, mientras padre se rompe los dientes apretándolos de dolor. Sin soltar una sola palabra. Pronto me correré en su cara también. Os rezaré y regaré a los dos.
Suena una melodía electrónica en su bolsillo, el teléfono sobresalta a su madre.
— ¿Quién es? —pregunta el reflejo de la vieja muerta intentando sacar la cabeza de la superficie  de vidrio
— Cállate, coño —le responde su hijo, dando una patada al vidrio —. ¿Diga?
— Gracias, no se preocupe, estoy bien. Voy para allá ahora mismo. ¿Cómo? Sí, tengo  la póliza a mano, ahora llamo a la funeraria. Buenos días.
— Tu marido por fin ha muerto, has tenido suerte, dentro de tres días volveré a enseñarte lo muy hombre que es tu hijo y con tu marido ahí dentro, tendremos un ménage à trois. ¿Crees que muerto estará igual de loco?
Lanza un escupitajo contra el vidrio y se aleja.
Todos los rostros de los muertos se reflejan con sus tristes ojos apagados de vida en todos los cristales de los nichos, observándolo marchar.
— ¿Problemas con tu hijo, Pepita? —le preguntan a coro.
El reflejo de la madre se retira al interior del ataúd.
— Al menos no la olvida —dice algún muerto.
— Y lo bien dotado que está… —responde otra muerta.
— Habrá que conocer al padre —responde un tercero.
Los reflejos retornan a sus tumbas contando chistes y el único lamento en toda la agrupación es el de la madre.

César saca una cámara del bolsillo y fotografía el cadáver de su padre aún en la cama del hospital, antes de que lo vista y maquille el servicio funerario.
— Ahora te toca a ti, padre. No te olvido, no te olvidaré nunca.
En ese instante, se extiende una mancha de sangre en la sábana, entre las piernas del muerto.
César sonríe.
— Sí, padre, para mearse de risa. Es que me parto también…
 







Iconoclasta


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