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2 de abril de 2022

El apocalíptico viento


El viento arranca y arrastra la vida en todos los rincones del planeta. Roba el calor y por tanto la vida. Y no sé a quién se lo da.

El viento que habla con los árboles a los que no les importa que les pueda arrancar su calor, porque ellos lo obtienen de la tierra profunda, de la descomposición de los muertos y el infierno que es el centro de la tierra, allá donde el viento no puede entrar. Si algo no te puede robar la vida no debes temer. Por eso es absurdo que la simple palabra cause tanto miedo entre las bestias humanas.

No temo al viento, es mi particular y dulce eutanasia, hablo con él con los ojos entornados, escuchándolo con la cabeza ladeada en un dulce y trágico desaparecer del planeta.

No temo al viento, lucho contra él cuando me lo propongo. Si vivo gano; pero no siempre será así. Mi pellejo se seca, cada día es más fino y me hace frío como el metal.

Tarde o temprano el viento me arrastrará, me llevará a ningún lado y seré simple ráfaga.

El viento no quiere palabras, no se las lleva, no las necesita. No tiene nada que decirnos más que soplar y soplar. Nos quiere a nosotros arrastrados.

Sus grandes amigos son los seres que viven clavados en la tierra y las aves que lo montan, vuelan y juegan con él…

Sopla con fuerza en primavera para esparcir la vida y arrastrar lejos las pieles secas y restos de cadáveres. Para robar el calor y su vida a los débiles, que no se reproduzcan más.

Al final, el viento es el apocalipsis, el juicio final.

Morir es fácil, solo tienes que dejarte llevar por él. Lo difícil es vivir.



Iconoclasta

20 de enero de 2022

Superpato


El pato nada despreocupadamente en el río, el agua debe estar a unos 2º C. De vez en cuando, hace el pino sumerge la cabeza y sus patas miran al cielo más tiempo de lo necesario, sin prisas. Y así cuantas veces le apetece, alardeando vanidosamente de esas franjas de un verde metálico y su elegante cinta blanca en el cuello que el agua resalta.

Pinche pato… Como me gusta verle hacer lo que quiere, lo que debe.

Estoy por avisarle que hay policías cerca, que con el otro cuento de la gripe aviar, lo podrían encarcelar (confinar en el argot político-policial) por ser sospechoso de portar la enfermedad. Incluso por el hecho ejercer su libertad, podrían detenerlo a pesar de estar sano como una manzana.

Recuerdo que vuela (me gustan los cuerpos rechonchos de los patos volando, parecen bombas de dibujos animados) y la poli no.

Así que si al pato lo quisieran encarcelar, al igual que Supermán saldría volando (sin los calzoncillos por fuera) graznando: ¡Cua-cua! ¡Tengo la gripe! ¡Cua-cua! ¡Estoy infectado de la gripe aviar!

Y allá va Superpato volando gallardo y orondo con sus pequeñas alas a mil por hora, en pos de la libertad.

Durante la revisión previa a la publicación de esta obra literaria de prosa dramática, me pregunto si será probable que entre el tabaco mezclen algo narcótico para dar alegría (más) al placer y buen hábito de fumar.

Porque además de mis literarios desvaríos, no tengo escrúpulo alguno en publicarlo, como no lo tendría a la hora de escribir una oda a la magnificencia de mi polla.

¡Mirad! El pato ha carbonizado a una gallina con bozal con su poderosa visión de rayos láser. Pinche pato… Y se ríe y se caga… ¿Mean los patos?

Me voy a fumar otro de estos, es apasionante.

Me siento como Mary Shelley con el láudano y el opio escribiendo Frankenstein… Qué jodío el romanticismo.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.

29 de agosto de 2021

Un perfecto instante de ternura

 


El pequeño ternero está acostado en la hierba, ya casi paja por lo seca y arrasada por el sol durante el largo verano.

Las reses adultas se encuentran doscientos metros más allá, al otro lado de un riachuelo.

Me gustan los animales que se separan de la manada, como yo. Porque los hace parecer valientes.

Pero no es el caso, a través de los prismáticos observo que el ternero es un bebé, simplemente está agotado de haber nacido hace poco: su rostro aún no está definido del todo, el pelaje apelmazado y su dormir tranquilo, aunque no deja la orejas quietas.

A veces mira hacia mí, a través de una mata de cardos; pero sus ojos apenas pueden enfocar. Luego vuelve a meter el morro entre las patas, casi suspirando por el bendito calor con el que la tierra lo mima.

Me quiero dar el lujo de pensar (sin que sirva de precedente) que el planeta tiene la bondad de dar calidez los peques.

De cualquier forma es valiente, no muge. No se le ve nervioso.

Aunque quisiera no podría seguir a los adultos, los bebés deben descansar, porque nacer es lo más traumático, lo más difícil.

Y morir es lo más fácil del mundo.

Me acuerdo de cuando era pequeño y me cansaba tanto de seguir a mis padres caminando... Me dolían los pies, me acuerdo mucho de aquel dolor.

Ahora me deleito con el inmenso privilegio de compartir con él un tiempo y un lugar idénticos. Un instante perfecto de ternura y paz.

Caigo en la cuenta de que no soy más que él. No hay razón alguna que me haga sentir superior; su aún diluida mirada tiene todo el conocimiento necesario para la supervivencia, nació con algo aprendido. De ahí la paz que transmite, y esa ternura infinita que provoca la pequeña soledad que lo rodea.

No, somos iguales, mi vida no vale más que la suya. Lo sé con una absoluta seguridad.

Es la certeza total.

Quien afirme lo contrario, no conoce la naturaleza, ni siquiera la suya.

No es un drama, es una alegría estar con él, respirando ambos el mismo aire; pero dan unas ganas de llorar… Pudiera ser que él está cansado de nacer y yo ya empiezo a estar cansado de vivir y las cosas tiernas tienen el poder de aplacar mi ira y soltar lastre por los ojos.

El verano y sus alergias lacrimógenas…

Alergias es muy parecido morfológicamente a alegrías y ambas causan lágrimas.

Todo cuadra, es un momento perfecto para todo.

No me gusta que esté tan solo. Sé que no hay animales que lo ataquen, pero me da un poco de reparo marchar y dejarlo solito. Es muy pequeño y yo demasiado humano para no sentir cierta congoja.

Es un buen momento para hacer esto: escribirlo y dejar constancia de que un día casi se me desbordaron unas tiernas y repentinas lágrimas de alegría y alergia.

A mi pesar, guardo cuaderno, tabaco y prismáticos en la mochila y muevo la rodilla antes de ponerme en pie. Temo que se pueda romper con una brusquedad, no soy un ternero joven, estoy terriblemente castigado.

Mi vida vale menos; es otra certeza que ha caído por su propio peso. Y como no hay ternura en ello, sonrío ostentosamente; porque lo preocupante es vivir, no morir.

Y ya cogiendo el manillar de la bici, una de aquellas vacas enormes, se separa del grupo y cruza el pequeño arroyo.

Me detengo.

¡Qué bien!

A medida que se acerca al ternero agita la cabeza arriba y abajo con alegría y apresura el paso. Es hermoso sentir la alegría de otro ser…

Y cuando llega a su pequeño, éste se pone torpe y temblorosamente en pie. Hay restos del cordón umbilical colgando de su vientre. Su mamá le ofrece los cuartos traseros y el pequeño muge ahora, seguramente contento, y más con el olor que con la mirada, encuentra las ubres cabeceando entre ellas hasta apresar un pezón.

Es simplemente perfecto.

Ahora sí que sonrío, ahora sí que emprendo la marcha como si el día fuera completo.

La vaca me mira, me observa con orgullo de madre: ¿Has visto que hijo más hermoso tengo?

Y la felicito.

Les digo adiós con la mano. Susurrando que les vaya bien.

Y mientras avanzo por el camino, disfrutando de la brisa al rodar suavemente, la sombra de un águila se dibuja en el camino.

¿Es que no se cansa la naturaleza de exhibir su belleza?

A veces tengo tanta suerte que temo que la muerte ronde ya muy cerca.

La ternura es hermosa, pero no puede combatir mi sabiduría y cultivado cinismo.

Bueno, si hay que morir, se muere; qué cojones.

Y pedaleo con el peso de toda esa belleza pulsando en el cuaderno que guardo en la mochila como un tesoro. Tal vez con la muerte jadeando detrás de mí.

No hay riqueza más grande que un bello instante.

Ojalá hubieras estado conmigo, mi bella diosa, follarte también hubiera sido perfecto.




Iconoclasta

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7 de julio de 2021

Un cielo para los pequeños seres

  

En medio de la carretera hay un jabato atropellado; no es más grande que un conejo.

Su mini cabeza está destrozada y asoma sórdidamente la lengua muerta entre los huesos de la mandíbula.

Aún se puede ver su piel sonrosada bajo el sedoso pelaje de cría.

Es algo habitual, el atropello de animales en las carreteras de montaña; pero no con animales tan pequeños en plena tarde.

Mi hijo y yo hemos pensado que es una lástima, una tragedia pequeña, que se anida en el corazón como un pequeño gusano que te provoca una desazón.

¡Qué pena, pobrecito! Ojalá fuera lo suficientemente incrédulo e ingenuo como para pensar que hay un cielo para los pequeños seres que mueren sin haber vivido más que unas pocas semanas.

Lo acabarán de aplastar los coches hasta que se convierta en asfalto; su muerte instantánea ha sido al final, una fortuna.

Ahí, en toda esa menuda, suave y tierna muerte no hubo nada de la tan pregonada sabiduría de la naturaleza.

La naturaleza como ente, es un mito como otro cualquiera, como cualquier dios o cualquier Jesucristo de tantos que han rondado en las bocas ignorantes, serviles, cobardes y mentirosas de los seres humanos. Y no tiene nada de sabiduría.

Lo que algunos llaman “naturaleza sabia”, es ni más ni menos que un azar de vida y muerte.

A veces acierta y otras yerra; pero no hay sabiduría alguna.

Se le ve tan pequeño y solo… Buscaba a su madre… Pobrecito.

Cuando se viaja en coche, las muertes que se observan a través de las ventanillas, son igual que todas las noticias televisivas: meras anécdotas amañadas y absolutamente ajenas.

Si caminas o marchas por tus propios medios, a una velocidad que solo puede ser moderada, la muerte se muestra plena y obscena. Con todos sus matices y consecuencias. Y en el bosque hay más rastros de la muerte que de la vida.

Así que los que ven un cadáver desde la comodidad y la distancia de su coche, tienen una idea muy pobre de la naturaleza y su absoluta y azarosa estupidez sobre la vida y la muerte.





Iconoclasta

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4 de julio de 2021

Una tristeza en el bosque


Me he metido tan adentro del planeta en soledad, que en la lejanía podía ver donde habito.

Y es muy lejos, ha sido mucho caminar.

Me envanece ser una bestia con tamaño radio de acción y la fuerza para recorrerlo y morir entre tantos kilómetros de bosque y montaña.

El horizonte más hermoso que existe: un mar de montañas…

En realidad es agotador; pero fumo desde la cima observando mi reino, e irremediablemente se me pone dura (la polla).

Soy incorregible, no puedo ser de otra forma: hombre y bestia. Y así ejerzo, aunque duela, aunque joda.

En lugar de admirar escaparates, mostradores de grandes almacenes, pensar en coches, o tomar algo en la comodidad de un bar; simplemente vivo y padezco la naturaleza.

Nací irreductible, jamás me integré donde me obligaron a crecer.

Y lo he hecho bien, me siento bien aquí y ahora.

Me gusta sudar y echar el humo del tabaco hacia aquello tan lejano allá abajo.

Me la pone dura.

Otra vez…

No es alarde, es biología y vicio.

Los párpados escaldados por el sudor hacen mi mirada hosca y sin embargo, observo todo con ilusión contenida.

He visto una serpiente cubierta de rombos verdes y una fina cola como un látigo esmeralda ocultarse en la fronda.

A una comadreja preciosa pensar si subir o bajar de donde se hallaba. Ha bajado, la muy holgazana.

He oído al pájaro picotear furioso un árbol y los excrementos aún humeantes de un animal que ignoro (no era yo, lo juro).

Un jabalí ha arrancado un gran trozo de musgo que ha caído en el camino, se escondía de mí, bosque adentro y arriba.

Lo maravilloso del bosque, es que no ves la vida que contiene; mas la sientes como una profunda y atávica emoción.

Y lo triste del bosque es que no puedes evitar ver sus grandes y pequeños cadáveres.

También pienso que si tuviera un infarto aquí y ahora, dejaría otro cadáver más.

Y sería más digno que morir donde habito.

Quiero ser una tristeza en el bosque y no una mediocridad en el tanatorio.

Así que cuando intuya que voy a morir (esas cosas se saben de una forma natural, no requiere instrucciones, solo valor y decisión), cogeré mi mochila cargada con tabaco, mis prismáticos, mi cámara de fotos, mi navaja, mi pluma y mi cuaderno.

No necesitaré todo eso (el tabaco sí); pero me da paz cargar con ello.

Nunca he sido perezoso. Solo reacio a obedecer de mierda a nadie.

Y caminaré montaña arriba hasta donde muera.

Unas oscuras nubes aportan un repentino aire fresco a este día de julio, el mes más hijoputa del año. Y se me cierran un poco los ojos como si fuera una caricia.

Vuelvo a pensar que es tan buen momento como otro cualquiera para morir ahora. Lo tengo todo a mano para morir bien y sereno.

Ya verás… Cuando sienta que se me raja el corazón, no me dará tiempo ni a meter la navaja en la mochila. La vida es muy puta con sus jugadas y bromas.

No creo en los malos presagios de un cielo oscuro, porque el cielo oscuro es lo más bonito. Sin embargo sí pienso en una muerte digna tras una vida que me han obligado a vivir indignamente.

Y mira por donde… Ahora me saco la polla y meo, hacia allá abajo donde he vivido la indignidad.

Todo cuadra…

Pequeños rencores que no hacen daño a nadie (desafortunadamente); pero me la ponen dura (la polla).

Debería morir ahora, coño.

Quiero ser un cadáver del bosque y no una rata muerta en una cloaca excrementicia.

Seré romántico: Que Dios o el Diablo, si existieran; aquí y ahora me den muerte.

Pues mierda, no existen o no quieren. Bueno, al fin y al cabo siempre he sido un ateo blasfemo, si alguna vez hubieran existido o existieran me la tendrían jurada.

¡Joder! Ahora tengo que volver a caminar todos esos kilómetros.

Como me maten cuando llegue a casa, me cagaré en la puta que los parió.





Iconoclasta

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11 de abril de 2021

Una sonrisa fría


Hoy sonrío al viento frío del atardecer a un jilguero que salta sin dejar de piar, de rama en rama, de hueso en hueso.

Es más pequeño que muchas hojas de árboles, apenas lo puedes ver entre la fronda; me pregunto cuanto medirá su vida.

La vida es proporcional al tamaño, eso he aprendido de los libros. Pero yo tengo un gran volumen y la impresión de que mi vida está acabada; y no sé que hago aún aquí, entre caderas de vaca y árboles. Más me valdría haber sido jilguero y vivir menos, solo lo estrictamente necesario.

Los huesos de los árboles ostentan la engañosa grandeza de lo que un día tuvo vida, el bosque no entierra, deja señales para que nadie se engañe. Me gusta lo grotesco que la naturaleza esconde, no tiene clasificación moral por edades.

Que cada cual sienta lo que deba y se joda.

Sonrío porque nada ni nadie, excepto morir, puede evitar que vea cosas y respire como, donde y cuando yo quiera; sin que importe quien viva, muera, tema o sea indigno.

No me debo a nada ni a nadie.

Dicen que no soy libre, y no lo soy; pero si nací para algo, es para no obedecer. Y procuro hacer mi trabajo cada día. Dicen que todo tiene un precio, cada decisión; pero a mí me suda la polla, procuro hacer mi trabajo cada día (es énfasis, no iteración).

Y luego fumo.

Para lo que me queda en el convento, me cago dentro. Es el epitafio de mi vida, una vez muerto, los epitafios son simples espacios para musgos y líquenes. Para hipocresías florales tradicionales de santos difuntos, que de santos no tienen una mierda. Es mejor decir estas cosas ahora porque los muertos no hablan y mucho menos escriben.

Habla ahora o calla para siempre (me gusta más la segunda parte, se habla demasiado).

Sonrío al viento frío y al pequeño jilguero que ya no veo, solo escucho.

Y a los huesos de los árboles porque tienen la plasticidad de la muerte, y quieras que no es arte.




Iconoclasta

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4 de abril de 2021

Ingrávidas y gentiles

 


“yo amo los mundos sutiles,

ingrávidos y gentiles

como pompas de jabón.

Me gusta verlos pintarse

de sol y grana, volar

bajo el cielo azul, temblar

súbitamente y quebrarse.”

(Cantares de Antonio Machado).


Yo quisiera eso, ser sutil para quebrarme bellamente en un temblor del ojo azul del cielo que no juzga. Como esas flores pequeñitas que viven tan solo un poema.

Sin embargo, mi muerte será tosca, levantaré una nube de polvo en el camino.

Sé que no puede haber belleza en la muerte si la vida ha sido… No sé, me avergüenza escribirlo.

La vida no debería durar lo que dura, que fuera solo suficiente.

No es necesario todo esto...

Compraría un alma para vendérsela al diablo por ser efímero y súbitamente romperme.

Ser un breve poema rasgado que en dos palabras describa la vida y la muerte con una frágil belleza.

Y bajo el azul cielo, no descomponerme.

Solo deshacerme y ya…

Sin decrepitud, sin más decrepitud.





Iconoclasta

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27 de junio de 2020

Mariflores


¿Y si nacieron flores y luego quisieron ser mariposas?
¿Se las podría acusar de vanidosas, envidiosas, ambiciosas?
¿Las castigaría un dios por querer ser libres?
Como maldijo a Eva…
Las convirtió de nuevo en flores porque él no las creó así. Ese dios furioso no concedió permisos de ese tipo.
Estoy seguro de que cuando llegue la noche, se desprenderán de sus tallos y volarán libres toda una vida de unas horas.
Imaginarlo es un drama hermoso ¿verdad?
Existencias de las que solo estoy seguro ahí, dentro del bosque; cuya soledad susurra imágenes e ideas profundas y extrañas que hacen héroes a seres que a nadie importan si no están en un jarrón o en un ramo.
Las mariflores tienen una longevidad azarosa, a veces revolotean en mi pensamiento unos segundos hasta que un águila vuela bajo y letal entre los árboles, otras veces me acompaña la tragedia hasta que queda debidamente asentada en la libreta de la vida.
No puede hacer daño una caída controlada a los abismos de la magia y la peligrosa ingenuidad.
Porque cuando emerjo a lo humano, se acaba la magia y la realidad lanza un directo a la boca del estómago que provoca una náusea. Tal vez, me golpeo yo mismo. Sino tuviera una férrea disciplina, haría tiempo que habría caído en coma viviendo en un engañoso y hermoso bosque de mariflores y dioses malos como un cáncer.
O no… No tengo suerte: me hubieran desconectado enseguida. Lo bueno se raciona severamente y se paga con dolor, lo malo es pródigo y gratis.
Las mariflores piensan lo mismo en su tallo esperando la noche.






Iconoclasta
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17 de junio de 2020

Una penita


En los bosques se ve más muerte que vida.
La vida ruge; pero raramente se deja ver. La ocultación es una simple e instintiva cuestión de supervivencia que debe cumplirse.
Es tan triste y trágica la muerte de los pequeños seres, tan trascendente en su soledad que yo también quiero ser un anónimo y pequeño drama nemoroso.
Algunos ni llegan a crecer por una mala suerte, un viento o una lluvia.
Pobrecito… 
Es más pequeño que mi dedo pulgar…
Y se lo comen las moscas.
Todos los seres sin nombre mueren sin lágrimas de nadie en el bosque.
Que borren mi nombre y nadie lo recuerde.
Sé que no es así; pero quiero creer que mueren valientemente. Ahora que nadie observa mi tristeza aquí, tan adentro del planeta. 
Somos tantos en el mundo que no importamos y alguien debe llorar las mínimas tragedias.
Misericordia…
El bosque es tan íntimo, que arranca de mí esas defensas tan bien creadas y me coloca una pena.
Una penita en el pensamiento cuando menos lo espero.
Piedad…
Y le dedico unos minutos de tristeza que se merece el pequeño héroe.
Adiós, pequeño.
Un beso de luz para el oscuro camino.





Iconoclasta
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13 de junio de 2020

La fuerza que rige mi planeta


Eres montaña, mar y viento.
Eres mucho más. Solo quiero expresar con mi torpeza que cuando te beso, cuando me roza tu piel y su calidez se extiende como un aceite por mi carne y mi alma o cuando en el silencio escucho tu respiración; estoy donde debo y tengo todo lo que necesario.
Eres mi naturaleza, eres una parte de mí.
El viento me susurra cosas que no entiendo, solo intuyo. Y los ojos se entrecierran con un placer sereno.
Como cuando tu voz me habla directa al pensamiento y es capaz de modificar el ritmo cardíaco.
Escucharte es sentirme derrotado y abandonarme a ti con desidia.
Estar a tu lado es caer repentinamente en la cuenta de lo muy cansado que estoy. De lo muy viejo que soy ya.
Todo dolor y toda tristeza, cuando estás, cuando usurpas mi pensamiento con tu potente presencia; queda repentinamente muy atrás en el tiempo.
Es el vértigo de amarte.
Es precioso sentir ese vértigo ¿verdad cielo?
Cuando estás en mi pensamiento, me siento afortunado.
El viento vuelve a hablarme y le digo “te amo”. A ti que eres viento y montaña y aire y mar y mi sangre misma.
Está bien, sé que no es necesario; pero tengo que decirlo otra vez: tú eres más voluptuosa que el planeta. Eres carnal hasta mi desesperación.
Por ello no pienso en la naturaleza cuando estoy donde debo. Pienso en ti como la fuerza que rige el planeta que me contiene.
Siempre es necesario redactar cláusulas con letra pequeña en el contrato de amar para que no quede un solo rincón de ti por mencionar.
Ahora las nubes son oscuras y densas como una tragedia colosal y hermosa.
Y me refugio en ti, las veo a través de tus grandes ojos que serían capaces de empequeñecer los del lobo feroz y no tengo miedo a que me parta un rayo. Eres tú mi tragedia, mi nube oscura, densa y preciosa que me sopla amor y esperanza con su vientos esclavos.
No podría tener miedo jamás, porque soy tu hombre. Necesito que te sientas orgullosa de mí, amor; porque yo solo atino a pensar que soy un mierda.
Necesito ser tu hombre, porque si soy tuyo, soy completo.
Ya llueves, cielo, no quiero dejar de escribir; pero la tinta se emborrona en el papel y no puedo permitirme perder ni una sola palabra de las que escribo evocándote.
Mójame todo, amor; mientras camino a una casa donde no estás ; pero que tiene la soledad suficiente para conjurarte a cada instante.
Que el viento, tu viento te lleve todo mi amor, todas mis letras.
Todo irá bien, cielo.




Iconoclasta
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9 de mayo de 2020

El minimalismo de la niebla y el cuervo


Hay tanto espacio para un ser tan pequeño…
Yo no cuento, porque me arrastro por el suelo.
Afortunadamente no aparezco, no estropeo el momento.
Son las seis treinta de la madrugada. Y el cuervo posado en un cable eléctrico grazna de tal forma que, concluyo que le pasa como a mí: otro día más de mierda.
Y no podía parar de reírme de mi colega.
¡Qué genio!
Estábamos solos el y yo entre la niebla y frente a grandes montañas invisibles.
Y la soledad envuelta en niebla, era magnífica. Quise que se detuviera el mundo.
Ese resumen de vivir; de vivir por vivir sin más necesidad, daba paz.
Pero el cuervo voló y pensé que nadie puede detenerse demasiado tiempo, es peligroso.
Hay que saber disfrutar los breves segundos minimalistas.
Y camina o revienta.
Yo no volé, cojeé hasta la bici y pedaleé hacia donde debía. A donde quería, afortunadamente.
Como mi enojado colega. Qué risa…
Y el frío calaba en el corazón quieras que no.
No sé por qué me vino a la cabeza aquella canción… Here comes the sun (Aquí viene el sol).
Bueno, si no hay más remedio…





Iconoclasta
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7 de mayo de 2020

El Sol delator


He visto al Sol salir de su escondite. Asoma feroz, tiñendo el cielo de color naranja, como una sangre rara...
Y lo he fotografiado antes de que me pudiera dejar ciego.
Se esconde tras una pequeña montaña el muy traidor.
Y cuando ves el cielo naranja, no te agaches para anudar los zapatos porque cuando te enderezas de nuevo ya ha salido.
Es rápido… Y arrasa con sus rayos los bosques, las montañas y los pueblos.
Y revela tu ser secreto y oscuro con impunidad, sin poder protegerte.
Ese ser que nace de mis pies y se extiende por el suelo y las paredes durante lo que dura el día.
Toda esa iniquidad y hostilidad que soy.
Preciso discreción para poder actuar y el Sol es un delator de mierda.





Iconoclasta
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9 de diciembre de 2019

Dulces días de vapor


Los días brumosos ostentan una dulzura que los nítidos desconocen.
La niebla dulcifica la vida y la muerte, provocando cierta ternura hacia los animales peludos y las aves. Porque ellos no tienen la culpa de nada de lo malo que ocurre.
Sobre todo, la niebla amortigua el ruido idiota de las voces humanas, evocando así tiempos de pasadas ignorancias.
Aquellos misterios falsos que daban a la vida humana un interés que jamás ha tenido. Es bonita la imaginación que se teje entre las bajas nubes, la de los cuentos y leyendas de magia, monstruos, terror y heroicidades. Hace la vida menos horrible.
Y es excusable la mentira cuando no resta valor y dignidad.
Sueño con los ojos abiertos fijos en las volutas de vapor, que la niebla es veneno que corroe todo lo que odio, lo que me disgusta, lo que no pedí.
Imagino que es vapor de cadáveres y sonrío ante la desesperación de la angustia que sufren los vivos que los respiran. Enciendo un cigarrillo para que la niebla dure más tiempo y me pregunto de una forma casual, cuando seré vapor.
Solo es una cuestión metafísica, sin más consecuencia que la curiosidad, no tengo prisa por morir.
Al menos hoy, con toda esta brumosa magia que me rodea y aspiro.





Iconoclasta
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5 de noviembre de 2019

Las nubes que descienden


Fumo y observo las nubes bajar y cubrir los altos bosques, haciendo fascinantes espectros de los árboles. He escuchado como el sonido se retira, se esconde en lo más profundo del bosque, bajo las otoñales hojas muertas. Como si se inclinara el rumor del bosque ante la aparición de sus majestades.
Como si todos los seres contuvieran la respiración, así se crea el silencio cuando las nubes bajan al bosque.
Como yo la contengo ahora consumiéndose el cigarrillo entre mis viejos dedos.
No hacen daño sus ilustrísimas; pero me hacen demasiado pequeño. Como si fueran maestras de viejas escuelas rancias que ordenan silencio con el semblante grave y fiero de aquellos maestros perros.
Solo que las nubes son mucho más hermosas y son amadas. A pesar de que al cubrirme me convierten en un ser más que habita la fronda y sinceramente, me siento mucho más indefenso que los animales que callan y apenas respiran.
Salvo los escandalosos cuervos, negros y graciosos ácratas…
El tiempo ha pasado en un suspiro contenido y cuando he llegado a casa, he visto en el televisor a los mismos patéticos de siempre, empleando y prostituyendo su tiempo quemando papeles y mierda por orden de sus amos, gritando como putas y maricones enceladas, con alaridos tóxicos escupen la rabia de que no les han regalado el país de Nunca Jamás. Gritando para esconder el ridículo de una ingenuidad infantil en rostros adultos. La vergüenza de ser adultos torpes, crédulos, decadentes…
He vomitado en el instante que apagaba el televisor y deseado que Barcelona fuera cubierta por sus majestades las nubes y que fueran venenosas. Que mataran indiscriminadamente a cientos de miles de seres porque imbecilidad y fanatismo solo con dolor y muerte se erradican. Porque lo que está podrido debe derribarse o quemarse y hacer algo nuevo tras haber barrido escombros, cenizas y esqueletos.
En un tiempo de gritos y llantos por libertades y paz pueriles, indignas de adultos, yo mascullo cosas de violencia, dolor y muerte.
Alguien tenía que hacer el trabajo sucio y desear que a tantos se les pudriera el corazón envueltos en mis nubes queridas.
Nubes, ahora sí, de justicia verdadera.
Me da miedo seguir imaginando y caer también en una imbécil ingenuidad, he de ser cuidadoso si no quiero morir indigno.





Iconoclasta
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14 de septiembre de 2019

Es libertad, no soledad


Hay quien en la soledad se siente abandonado, desgraciado.
Como una pequeña isla en el océano, zarandeada por huracanes y tormentas. Con escasos y breves momentos de bonanza. Precisa de alguien para aliviar sus miedos y por lo que pudiera quedar tras la tormenta. Observa con triste envidia los archipiélagos en el horizonte, con ojos esperanzados y el alma arrellanada en la tristeza por el temor a la soledad.
Siempre es bueno tener compañía y con ello, ayuda.
Es además, socialmente bueno, cuasi necesario.
Y si además la metes o te la meten, dos veces bien.
Y así, con el concepto mercantil de la compañía, buscan otras personas para combatir esa soledad, como si dos soledades se pudieran restar. La cobardía alimenta la ingenuidad injustificada: las soledades se suman: dos compartiendo la soledad, son dos seres aislados, acobardados. Dos hastíos…
Su relación solo se basa en el miedo, comprar o rentar compañía por mala que sea; por mucho hastío que produzca.
Así se fraguan algunos matrimonios longevos que no comparten amor, solo miedo. Y el negocio suele ser perfecto.
Sin embargo la mayoría de amores mueren por engaños, por hartazgo y por hijos que no saben muy bien cómo cuidar. Ni para qué cojones los quieren.
La soledad es la máxima expresión de la libertad, eso es lo que nadie comprende. Nadie entiende la libertad como la absoluta ausencia del temor al aislamiento, a la enfermedad, a la vejez, a la incapacidad, a la muerte.
Solo muy pocos entienden que soledad es libertad. El resto, no sabrían que hacer con la libertad, como no saben qué hacer con ella los humanos que han estado largo tiempo bajo el gobierno de un tirano. Si se encuentran en grandes espacios abiertos y naturales, tras la euforia inicial, en pocas horas necesitarán refugiarse de nuevo en su corral; es demasiado espacio para sus mentes. Sin embargo, cuando van en pequeños grupos o grandes rebaños, se relajan y dicen sentirse en libres.
Bendito el banal y festivo aire puro de mierda…
Es esa cobarde animalidad humana la que me enfurece, la que hace que las venas de mis sienes se inflamen con una ira inusitada. Esa esclavitud ajena del continuo roce y trato con otros congéneres me hace hostil a mi propia especie.
Si te amo, lo hago para compartir mi soledad, mi libertad contigo. No para combatirla o conjurarla. Quiero ser libre contigo, cielo.
Mi libertad es mi bien más preciado, vivirla contigo es un acto de amor.
Donde quiera que estés, quien quiera que seas, mi deseada solitaria.
No es romanticismo, solo soy un animal libre.
Follar contigo, hablar contigo, cazar contigo, odiar contigo…
Y cuando el sol hace negras murallas y tenebrosas sombras de las montañas, observar cansados el movimiento planetario tumbados o sentados sobre la tierra.
Confesarte en voz baja mis tantas frustraciones, mis tantos errores, tanto tiempo perdido sin ti.
Celebrar con serenidad y ternura el nacimiento y la muerte de los días.
Solo una cosa, amor: quiero morir solo, le temo al ridículo.
Sé que es como correr tras el viento, que si existes no estoy en el lugar o tiempo adecuado.
Que es tarde…
Siempre es tarde, cielo, quien quiera que seas.
Solo soy un tipo que escribe con los ojos entornados por la caricia de un aire fresco de un otoño que, convertirá las hojas que han de morir en oro y sangre antes de caer como joyas al suelo desde de sus ramas. No importo demasiado en el esquema general de las cosas. No importo nada.
Eso me hace libre también. Y un tanto optimista, sin que sirva de precedente.
Sin miedo.
Sin miedo a los grandes espacios. Sin miedo a morir solo.
Garabateada con estas letras en mi cuaderno de libertades, con la secreta ilusión de encontrarte.
No hay tristeza, solo una sonrisa franca.
Hasta siempre jamás, mi bella libre, mi bella valiente.





Iconoclasta
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1 de septiembre de 2019

Ser el animal


No es una cuestión de amor ingenuo, pueril y decadente por los árboles, por los animales, por la naturaleza.
Es una cuestión de libertad, de vivir violentamente. De estar donde debes, cuando tu instinto está tranquilo, satisfecho. Cuando ninguna otra consideración cuenta más que existir libremente: matar animales para comer, tomar lo necesario de la tierra y la vegetación, partir ramas y troncos para hacer fuego en las noches, de tener como reloj los movimientos planetarios. De morir en la espesura, sin que nadie llore, sin que nadie ría. Sin que nadie sepa.
Y ni siquiera es una cuestión de libertad romántica.
La cuestión definitiva de existir aquí, es ser el animal que nació y no el que fue sometido en la granja humana.
Dicen que con el tiempo uno se relaja y se habitúa. Bueno, yo con el tiempo almaceno más rencores por las esclavitudes sufridas, por las vejaciones que no pude devolver.
No soy un animal que morirá con una sonrisa beata. Moriré con los belfos contraídos, mostrando mis dientes rotos.





Iconoclasta
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29 de julio de 2019

El dolor y la pluma


¿Duelen las plumas al desprenderse?
¿Les duele a ellas o al ave?
Me angustia un poco esta cuestión.
Porque es tan compleja la pluma que parece un ente con vida propia.
Es una pluma muy pequeña.
Una plumita.
Y sería de un pajarito.
He visto pajaritos tan pequeños que parecen hojas entre la hierba.
Son muy graciosos.
El dolor nunca es proporcional al tamaño.
Sé que hay la misma cantidad de dolor en el mundo para los seres más pequeños y para los más grandes.
Se reparte sin tener en cuenta el peso o el volumen. La naturaleza es así de puta y desconsiderada.
El dolor se prodiga generosamente, incluso hay una ley de proporcionalidad que dice que el placer siempre es la décima parte de la intensidad del dolor.
Si el placer fuera tan intenso como el dolor, moriríamos de un ataque de hedonismo ya de pequeños.
Y el planeta es un generador exclusivamente de dolor, el placer son prácticamente los residuos de la producción.
Es desolador…
Para los seres más pequeños hay más dolor por tanto.
Lo malo del dolor es que va forrado en miedo. Y cuando el dolor es fuerte, piensas que vas a morir.
Pobre pajarito…
Pobre pluma…
Tanto miedo y tanto dolor en un ser tan pequeño.
No quiero saber cómo perdió la pluma. No quiero pensar que ocurrió con el cuerpo que la lucía, con el pico que la atusaba.
Cuando has pasado una temporada inacabable de dolor queda esa cicatriz en algún lugar del cerebro, por donde se derrama el miedo a sentirlo de nuevo.
O la angustia de que los seres tan pequeños puedan sentirlo.
Yo pesaba cien kilos, y el pajarito unos gramos. A él le ha dolido cien veces más que a mí.
Siento mucho si dolió, pequeñajo.
Ojalá que no.
Es una pluma tan pequeña, tan orgánica…
Se la ve tranquila, no puede ser que haya sufrido. Las cosas y los pensamientos se marchitan con el dolor. Y está preciosa.
Por eso mi cerebro está hecho papilla, necesito una milagrosa sobredosis de algo.





Iconoclasta
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27 de julio de 2019

Una mañana de lluvia


Estaba sentado bajo la sombra de dos grandes árboles, fumando.
Porque si no fumo ¿qué hago?
Escuchaba el ruido de las cosas y los seres en este valle inmenso formado por multitud de campos de pasto.
Progresivamente los truenos cortejados por ráfagas de aire fresco que tumbaban los muñones-paja de cebada y avena con un tranquilizador frufrú, empezaron a aproximarse y aumentar de volumen.
Las nubes metieron al débil sol en alguna celda oscura del cielo y el aire se hizo más veloz.
Y en ese instante, sentí que estaba en casa. Me dije: si ya estoy, no tengo que ir.
Encendí otro cigarro con el coro de un trueno.
“Además, no te espera nadie. Lo hiciste bien.”
Acomodé el culo en la gran piedra que me servía de butaca de salón.
Un par de urracas llegaron de un campo vecino, como enfadadas a juzgar por su graznidos, espantando con su aterrizaje a una bandada de palomas que picoteaban cosas entre la paja, lo que provocó un hermoso y caótico aplauso de manos emplumadas.
Empezaron a caer gruesas gotas que hacían de las grandes hojas de verduras silvestres que crecían en los límites de los campos, tambores de sordos y polvorientos toques.
La tierra exhaló una bocanada de acre humedad y melancolía. Mis dedos se cerraron intentando atrapar un poco de ese vahído de la tierra cansada, abrasada y sedienta.
¿Soy de tierra también? Porque me siento igual que ella.
Yo estaba en casa, estaba dos veces bien allá sentado. No quería que el planeta callara la líquida percusión de las hojas y los truenos de frescor que llegaban veloces.
Que no se secara la tierra, aún.
Que no liberaran al sol de su prisión.
Son cosas que pides cuando te arde el cuerpo y lo que quiera que sea el alma.
Y arreció con furia, agresivamente.
Las grandes copas de los árboles que me daban sombra, no pudieron frenar tanta agua.
Mi cuerpo decía de ponerse en marcha, yo le decía que no. ¿A dónde pretendía ir si este es mi sitio?
Cayó un rayo que partió uno de los árboles, los tullidos no se mueven rápidos. Es algo que cualquier tarado sabe.
Sentí mi cabeza crujir como madera seca.
No dolió, eso es lo que me dio más miedo.
Y no sé…
Ahora no hay nada, no hay sonido, ni luz, ni frío, ni calor, ni seres o cosas.
Lo único que no cambia, es que aquí no me espera nadie.
Mi pensamiento se desvanece, y siento un poco de melancolía a medida que desaparezco viendo mi cuerpo aplastado.
Bueno, se acabó la función con un maravilloso y teatral final, si no estuviera aplastado y muerto, me llevaba el puto óscar.
No me puedo quejar.
¿A dónde me lleva el viento?




Iconoclasta
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12 de abril de 2019

Horizontes


Observo el horizonte montañoso y contrasto con el horizonte urbano.
Pienso en la mala suerte que he tenido al vivir las tres cuartas partes de mi vida en la pocilga urbana.
Está bien, me consuelo: es un privilegio morir aquí.
Porca miseria… Cincuenta y tres años viviendo en una repugnante ciudad y cuando me encuentro ante las montañas cercanas, ya estoy muerto.
Cuanto más lo pienso, más me irrito.
No es que esté amargado, es que siento una ira cancerígena.
Que la frustración sirva de atenuante a mi condena por odio indiscriminado a la humanidad. También alegaré asco y pobreza.
Es solo retórica, porque me suda la polla cualquier atenuante y cualquier condena. Ya he vivido asaz.
Soy la serena e inaceptable personificación del odio y el rencor. 
Es un buen título para poner en una lápida en el caso de que mi cuerpo fuera enterrado con mi nombre.
A veces temo cortarme algún vaso capilar importante con mi afilado y peligroso pensamiento.
Tengo el control; pero no me fío.
Dios no está en todas partes afortunadamente, si estuviera aquí me jodería el cabronazo. Levantaría grandes edificios jodiendo la montaña.
Jodiéndome a mí.
Como siempre.
Puta madre…
¿Pueden ser juzgados los padres por parir a sus hijos en malos lugares y peores tiempos? Hay padres etíopes que deberían ser despellejados en vivo por ello, por ejemplo.
Papá y mamá no me preguntaron si me gustaría vivir en un paisaje de edificios y asfalto de mierda toda mi puta vida.
Acepto que mi hijo me denuncie, he cometido el mismo pecado con él.
Teologías de la culpa aparte, hay que reconocer que el ser humano es una bestia sujeta al instinto reproductivo se encuentre donde quiera que esté.
Como cualquier otra bestia. No sé de dónde ha salido el cuento de la cacareada inteligencia humana, follamos como monos sin ninguna elegancia.
Excepto cuando le sujeto las muñecas a la cama, le vendo los ojos y no le dejo ver como hundo mi cabeza entre sus muslos y le como el coño hasta que desespera. A veces soy un intelectual a pesar de mi instinto.
Bueno, quería decir que me gustaría metérsela aquí mismo, violentamente ante la montaña aunque sea en agonía.
Mejor tarde que nunca.
Y una mierda.
Me cago en mi madre y mi padre… (están muertos, ya no les puede hacer daño).





Iconoclasta
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