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1 de octubre de 2022

lp--Rebeldes y radiantes--ic


Las violetas son flores otoñales, pequeñas y abundantes, tan fuertes como bellas.

Los colores del otoño son sólidos y radiantes, tal vez como rebeldía a los grises que pronto traerá el invierno cubriendo la tierra y los seres.

Las pequeñas lilas son inconformidad. Florecen cuando la savia de los árboles bombea la última sangre y más espesa a sus hojas tiñéndolas de rojos trágicos, marrones y dorados; para al final morir en una bella tragedia. Cuanto más muere el bosque, más lucen estas pequeñas sus aparatosos violetas. La desgracia de unos seres es el placer de otros. Y también de una dulce melancolía que propagan todos esos millones de muertes incruentas.

Tal vez las margaritas áster saludan al frío, alegres de que se aleje ese sol abrasador omnipresente e inagotable que ha desecado la tierra y el pensamiento mismo.

Cuando las lilas, violetas y cardos lucen su radiactivo color, las lagartijas dejan de cruzar los caminos y trepar por los muros. Como mini dinosaurios que vuelven a extinguirse. Es un poco triste el paseo sin ellas…

Los cuervos no temen al frío o al calor, graznan malhumorados todo el año. Siempre tornasolados, metálicos. Inteligentes. Son la banda sonora del letal silencio del invierno.

Y ocurrirá que las pequeñas flores de otoño morirán cuando llegue el riguroso frío. Se marchitarán bajo la grisentería que enferma el bosque todo; haciendo de los árboles esqueletos con los brazos elevados al cielo pidiendo piedad.

Pisando hojas muertas me pregunto sin tristeza y con curiosidad si será el invierno o la primavera quien me marchite. Si pudiera elegir, quisiera caer muerto en el camino; preferiblemente en invierno. Hay menos gente, los cadáveres somos celosos de nuestra intimidad.

Me parece un final feliz.



Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


25 de septiembre de 2022

lp--La belleza del fin del mundo--ic


Desde el gélido norte llega un cielo como el cobalto, pesado, denso, hermoso.
Monumental y devastador.
Deseo ser un efímero rayo parido por las bajas nubes y conocer que esconden dentro, durante mi infinitesimal y cuántica existencia, esos peligrosos bloques de vapor de plomo que si los ha creado un dios, felicidades al artista aunque no exista.
Tal vez no son nubes, es un planeta arrasando a La Tierra. Evoco aquella película, Melancolía. Y me fascina esta muerte a todo color…
Lenta e inexorable llega desde el filo del mundo.
Con un susurro triste le digo a nadie: “Aplastará a la montaña, nos aplastará a todos. Todo…”.
Y mientras la oscuridad avanza engullendo la luz, el heroico sol intenta lucir desde el oeste a través de un pequeño claro de vida, lanzando sus últimos rayos del día sobre el valle; pero es como la hipócrita y burlona esperanza que le da el sacerdote al pobre que muere de hambre.
No puede ganar.
Si se acercara el sol, si pudiera acercarse a su majestad la tormenta, las preciosas y radiactivas nubes lo devorarían sin piedad, sin maldad; como el león a la gacela.
Si es el fin de todo, me quedo. No quiero perderme el mayor espectáculo del mundo.
¿Sabes, cielo, que las pequeñas aves revolotean entre los últimos rayos del Sol y por algún mágico acto de última belleza parecen de oro? Se ofrecen con sus mejores plumajes en sacrificio a su inmisericorde diosa Oscuridad. Quisiera estar cerca de ti…
No es un lamento, es un grito de rabia a la vida que por fin se aplasta, con todas sus tristezas y fracasos.
¿Cómo me voy a ir y dejar abandonada esta belleza de muerte y vida, de luz y oscuridad?
Tengo el corazón de plomo, de alguna manera se lo robé al soldadito que no pudo besar a la bailarina. Los dos fallamos en lo importante de nuestra existencia. Fuimos plomo y a plomo morimos.
De repente me siento tan solo…
Siempre he pertenecido la oscuridad, la certeza llega con el primer trueno que quebranta mi pensamiento y la primera sangre que brota de mi oído.
Nunca podría haber sido un ave dorada.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


28 de agosto de 2022

La más triste guardería


Hay un hospital donde los bebés yacen muertos en sus cunas.

E incorruptos.

Parecen de marfil.

Un gélido marfil.

Tienen las manitas abiertas, esperando que alguien se las tome.

Solo una simple calidez, no piden demasiado los bebés muertos.

Puede que pidan un alma, nunca se sabe.

Y la verdad es que lo muerto no pide.

Alguien decidió que no se merecían este mundo, este momento.

Y tuvo la piedad de no darles alma.

Seres perfectos en sus formas. Enternecedora y angustiosamente vacíos.

Esculturas esperando el soplo de vida.

Nadie sabe de qué color son sus ojos. Si los tuvieran.

¿Se secan los ojos si no se usan?

Y el corazón tan coagulado…

Pobrecitos míos.

Es la Unidad de Neonatos más triste del Universo.

El director del hospital de los bebés sin alma, pensó que sería dramático que un día abrieran los ojos y se encontraran en una triste y tétrica habitación de museo.

Y mandó pintar las paredes y cunas en tonos pastel de verdes, azules y amarillos.

Luego, encargó pegar vinilos de delfines, elefantitos, borreguitos y patitos.

El consejero delegado, ordenó que se pintaran cenefas de pequeños ataúdes blancos porque la vida es muy puta y nunca se sabe si un día tendrían su alma.

El director le encargó el trabajo a un pintor triste y de confianza. Acabado el trabajo se suicidó.

Y sobre cada cuna colgaron un carrusel de juguetitos en miniatura que al girar, tocaba la nana de los bebés muertos. Porque si alguno llegara a abrir los ojos, que lo primero que viera fuera algo bonito como él.

Nadie quería entrar en la triste habitación de la más tierna y perfecta tragedia. Sin embargo, nunca se supo quién, alguien limpiaba el polvo de sus cuerpos de marfil suave y frío regularmente.

Aquel que decidió que no se merecían nacer en este mundo y momento, en algunas noches cuando apenas había nadie en el hospital, se sentaba en una mecedora en el centro de la guardería muerta y fumando imaginaba como crecerían, lo que serían, qué harían y sus risas cuando tuvieran alma al fin.

Pero un día decidió al fin que no podían tener alma porque llegaba la extinción.

Se fumó un último cigarro meciéndose silenciosamente entre los bebés muertos mirándolos con sus ojos terribles. Tarareaba una desgarradora y gutural nana, cerrándoles el paso a la vida.

Sería una crueldad darles un alma para morir sin apenas abrir los ojos. Y salió de la guardería arrastrando su mecedora.

Inundaron la sala de los bebés muertos con fuego que los incineró lentamente sin violencia, como si las llamas los abrazaran y besaran.

Incluso la nana de los bebés muertos que surgía de los carruseles ardía en el aire como una guirnalda negra.

Fue el último acto de piedad en La Tierra.

Aquel que decidía sobre las almas y la vida, bajó al infierno. Su hogar ardiente.

Y luego, despareció todo; toda alma y todo cuerpo que se movía en La Tierra.



Iconoclasta

30 de julio de 2022

La tierra prometida


La única tierra prometida es la que ella pisa.

La que amo, la que añoro, la que necesito, la que quiero abrazar, la que me la pone dura, la que quiero follar, poseer, amamantar, con la que quiero empezar y acabar el día. La que quiero solo besar…

Una grandiosidad de alma y coño…

Y yo un poco cosa, un paria de la tierra demasiado alejado de todo. Infinitamente lejano de lo que amo.

Un nómada en el planeta buscando sus huellas.

Con el corazón partido en dos, una mitad roja y brillante que corre miles de kilómetros por delante de mí, hacia la diosa.

Y la otra negra, como podrida, que envía con golpes dolorosos la sangre a las venas que parecen reventar de un cansancio, de un hastío, de una eterna puta suerte que no cambia. Y aun así, me mantiene mierdosamente vivo enviando sangre a mi polla amoratada. Una sangre que parece coagularse y hacer del rabo una maza mórbida, obscena, de violenta penetración ávida y feroz.

Me gustaría que fuera más gorda, más larga; pero nada es perfecto.

Tengo que trabajar este problema, algo cosmético antes de violar a mi diosa si eso ocurriera.

“Oye viento, dile a la diosa que llego. No sé dónde estoy, pero voy”.

Deliro por el camino creando esperanzas en el Páramo de la Desesperanza. Esperanzas de magnitudes tan grandes como el amor desesperado que me lleva a desintegrarme, a erosionarme en mi camino hacia ella. Esperanzas colosales que no me caben en el pensamiento y se marchitan. Dejo un rastro de alegrías muertas tras de mí.

También imagino mis dedos extendiendo pequeñas ternuras por su piel, y siento unas repentinas ganas de llorar...

Le vendo la parte sucia de mi alma al diablo que la desea. Ha emergido de un espejismo de gas que flota sobre la tierra quemada por el sol.

“Te la cambio por unos miles de kilómetros y de años que me acerques a ella.”.

Se ríe y me dice “Vale”. Sabe que no tardaré en morir y tendrá mi alma entera sin nada a cambio. Bueno, no puedo hacer gran cosa contra ello.

Solo espero que cuando llegue a ella no muera, sería una broma de mal gusto. Que me dé tiempo a mentirle jurándole que estaré con ella toda la vida.

Porque sé que he gastado ya toda mi eternidad en fracasos; como el astronauta que sale al espacio y solo ve muerte. Tanto afán, tanta ilusión alimentando sensaciones y fantasías, para acabar flotando en toda esa letalidad aséptica. Lo único que escucha es su respiración y se deprime. El universo no hace ruido, solo es un inmenso vertedero de piedras que no permite el más mínimo jadeo de vida.

Al menos los cementerios tienen la gracia de los epitafios.

Sin embargo, el espacio que ocupa mi diosa de pezones lamibles y plenos de vida, es la máxima expresión de lo carnal en un mundo de ángeles asexuados.

Tiene suerte de que no es un planeta, porque no podría evitar estrellarme contra ella, su atracción es como la de un agujero negro. Y me pregunto si su coño me absorberá y sacará de aquí. Me lo pregunto con un hálito de esperanza dándole la espalda al diablo que aún sonríe astuto detrás de mí, esperando que muera.

El sol incide con una hiriente verticalidad sobre mi cabeza y crea entropía en mis neuronas ardiendo. Me encuentro calculando la órbita de aproximación de mis dedos entre lo más íntimo de sus muslos. Y mientras me acerco en elipses cada vez más pequeñas, le rezo que la amo.

Y flotan blancas lágrimas en el espacio que se congelan con un dolor en mis cojones.

El sol me evapora la razón en este páramo sin horizonte y antes de olvidar quien soy, lanzo un beso a mi amor, que corre a la velocidad de la luz antes de que el sol también lo evapore.

Yo camino con determinación; pero el diablo, dale que te pego, me susurra: Muérete ya. No te quiere, no te quiere, no te quiere…

Qué tentador es el hijo puta…

Te quiero cielo, voy a ti, dame unos minutos.

Y con una carcajada vomito todos los dolores añejos y rancios, son de carne podrida.

Es un peso que me quito de encima y el diablo los devora con glotonería.

Es hora de dormir, mañana será otro día.

“Sí, mañana. Duerme”, dice el Astuto en mi oído.

Bendita sea la horizontalidad de la muerte.




Iconoclasta

18 de julio de 2022

El fuego ha llegado demasiado tarde (Las Hurdes de Buñuel)

La comarca histórica como dice románticamente el pseudo periodista, no es tal.

Ojalá el fuego se hubiera comido hace decenas de años toda esa miseria, muerte, endogamia y putrefacción. Porque aquello era inhumano. Es tal la miseria y la muerte que allá se respiraba, que no quedaba resquicio alguno ni para la sonrisa, ni la esperanza y mucho menos para un recuerdo romántico.

Aquellos que gobierno tras gobierno ignoraron mil veces la ruindad y la degradación con su dejadez e indiferencia, propició una estirpe humana tan salvaje y monstruosa, de tal magnitud que se creó el infierno en la tierra. Los políticos quedaron en evidencia como lo que eran, unos timadores de medio pelo sin conocimiento de su propio país; al menos para aquellos pocos intelectuales que vieron aquellas imágenes sórdidas, grotescas, brutales. Aquellos pocos elegidos que tenían acceso a un cine, a una cultura vedada al resto de ciudadanos.

Sin embargo, la orgía de la hipocresía no cesó: gente rica, niñatos bien que heredaron un poder que no se merecían; continuaban lanzando sus peroratas sesudamente académicas dejando que todo se fuera a la mierda. Dejando que el país se hundiera en una guerra que provocaron con su negligencia, dejando crecer a un general ambicioso, corrupto y codicioso hasta el asesinato, arropado por decenas como él.

Nunca más se ha visto la dureza y la pornográfica imagen de gente, niños y mayores, beber agua turbia de sus propios excrementos y orina.

No. No señor, aquellas Hurdes no tenían que haber existido jamás.

Y repito, ojalá el fuego hubiera quemado toda esa miseria y enfermedad.

El documental es una muestra sin censura (a pesar de los propios escrúpulos de los autores) de a qué punto llega la especie humana a denigrarse y la especie política a permitir que eso ocurra y alardear de líderes. Son malos, unos son pobres seres humanos vacíos, sin cerebro; pero los políticos son asesinos fríos y psicópatas, que ni ellos mismos pueden intuir su cerebro podrido de ambición, codicia y vanidad.

Por ello, es muy posible que en poco tiempo, el gobierno penitenciario fascista español, decida eliminar este documental que revuelve las tripas y el alma. Hay que verlo y soportar la realidad, la verdad sin tapujos; antes de que youtube lo retire por algún decreto del actual dictador español. Y todo el mundo olvide hasta qué punto es salvaje el ser humano, tanto el pobre como el poderoso ignorante, codicioso y criminal sin escrúpulos.

Hay que verlo antes de que se pierda en las leyes-cepo de la memoria histórica o perversión de la historia, para ser más concretos, que están preparando para ocultar la esencia mala y enferma del poder político, económico y religioso. La de los ricos hipócritas que comen mierda con tenedores de oro.

Niños muertos, monstruos humanos, bocio, paludismo, seres humanos comiendo pan mojado en las aguas de un riachuelo de mierda humana, de perros, asnos y cerdos. Es imposible asistir a semejante documental sin sentir que el estómago se nos retrae.

Es de una inaudita dureza y crudeza.

Gracias por tu existencia, maestro Buñuel. Gracias…

Gracias por esa voz sentida, Paco Rabal.

No debería haber existido jamás. No debería hablar ningún falso periodista inculto tan a la ligera. Ningún botarate con pretensiones de escritor, debería escribir con romanticismo casi nostálgico sobre el paisaje de esa “histórica comarca” recorrida por Buñuel. Porque el propio Buñuel se sintió enfermo.

No hay ni una sola escena hermosa en “Las Hurdes. Tierra sin pan”, 1933, de Luís Buñuel. Documental rodado tras la instauración de la República Española.

Y empieza con esa festividad espantosa de borrachos arrancando cabezas a gallos atados a una cuerda. ¿Qué tipo de humanos eran aquellos? Porque también hay que preguntárselo.

Pero sobre todo acabas pensando que la especie política es un veneno más difícil de erradicar que el paludismo y cualquier otra enfermedad.

Ante tanta monstruosidad, miseria y animalidad dice el último párrafo del epílogo escrito tras los títulos de crédito:

“Con la ayuda de los antifascistas del mundo, la paz y la felicidad darán paso a la guerra civil y hará desaparecer para siempre los focos de miseria mostrados en esta película”.

Es decir, el desespero de los intelectuales era tal que no podían ver otra solución para reparar tanta decadencia del poder y los ricos, la miseria, la maldad y degeneración humana; que una guerra que arrasara con todo. Era la única salvación y esperanza de liberarse de toda esa degradación humana en el ya bien entrado siglo veinte. Aún no hace cien años que se rodó esa feria de monstruos.

Desafortunadamente, fue Franco, otra bestia, el que ganó la guerra y llevó el genocidio y el asesinato por todos los rincones de España durante medio siglo.

Eso no lo podía saber Buñuel. El cineasta solo quería que aquello dejara de existir.

Lo que recorrió Buñuel fue la miseria y la podredumbre más extrema a la que es capaz de llegar el ser humano. Algo a lo que ni las bestias no humanas llegarían jamás.

Veintiocho minutos recorriendo la más profunda miseria humana… Pareciera que dura horas.

No hay nada que añorar de aquella visita de Buñuel a Las Hurdes, a menos que tengas también el cerebro podrido.





Iconoclasta


13 de junio de 2022

Deja de escribir

Tengo miedo de que mis ojos se rompan como cuentas de cristal y que no haya sangre. Solo el ruido del viento a través de las cuencas vacías.

Tengo miedo de que el río fluya a lo alto y los peces, pobrecitos, mueran en el frío cosmos.

Me horroriza que el aire se convierta en agua y mis lágrimas no caigan rostro abajo.

Y edulcorar el café con vidrio en polvo.

Y cagar sangre.

No quisiera que los cadáveres no se pudrieran y los vendieran como ceniceros.

Tengo pánico a que mis palabras manchen de gris mis encías y los dientes crezcan hacia dentro.

Y que el sol se aproxime y evapore mi reloj que jura que aún vivo.

Está todo tan roto que mi pene es una flor que ha hecho afiladas raíces que me cuelgan sangrantes de la nariz.

Y por los ojos si tuviera.

No quiero que mi padre resucite y llore por la carne que no tiene y que le decepcione porque mis ojos no le sirven; se rompieron en algún momento de mi pensamiento…

Y que vea el río perderse en la nada cósmica y aniquiladora y no pueda lavar cálidamente sus huesos macilentos.

Pobre padre…

Pobre madre que sonreía tanto como para contagiarme y no quiero pensar en ella porque es infinito mi dolor si le borrara una sonrisa. Sería un hijo de puta si lo hiciera.

Es terrible temer tanto.

No quiero que el papel se haga arenas movedizas que se traguen mi alma que escribo.

Temo al amor que se transforma en un susurro que coagula el corazón con sus imposibilidades y lo único posible es el tormento. No quiero el corazón de piedra y toser arena entre llantos.

Temo que mi gato se convierta en ratón y se devore a si mismo y yo no pueda dejar de llorar por ello desde mis cuencas negras.

Tengo miedo al imán que no sé porque, solo atrae la miseria.

Temo que los forenses vuelen como super héroes con capas de acero inoxidable haciendo su trabajo en los vivos.

El universo es material de derribo, un roto infinito y los agujeros negros regurgitan los años tragados. Y la demencia se extiende por la nada.

Y nada cubre a nada.

Y los pedazos de dios flotan quejumbrosos ignorando que un día soñaron crear algo y no se acuerdan bien el qué. Solo son piedras flotantes con Alzheimer, y hay en su superficie una tristeza vítrea por la ausencia de la mentira piadosa que cuentan las madres a sus bebés cuando creen solo en ellas.

Madre es lo único que existe cuando se inicia la vida.

Cómo me quería, no puedo entender tanto amor a lo que soy.

No puedo…

Qué desolación.

Siento la pena infinita y el espanto por los peces que nadan en el cosmos con sus grandes pupilas congeladas en la indiferencia a su propia muerte. No se inmutan cuando las piedras los rompen haciéndolos pedazos.

Pobrecitos, tanto nacer para eso…

No puedo soportar la inexistencia de los petirrojos que observan mis pedazos formarse en el papel piando canoros en una rama verde como un lagarto.

Es pánico irracional que las hojas no existan y mi pensamiento sea solo la pesadilla corriendo por la sangre sucia de un yonqui no vivo, de un podrido en vida.

No quisiera lavar los huesos de mi padre cuando llore.

Ni los de mi madre cuando sonría como un sol.

Por favor… Deja de escribir.

Ya. Ya pasó, tranquilo.

No lo vuelvas a hacer.

No.





Iconoclasta

Foto de Iconoclasta.


5 de junio de 2022

Morir secretamente (si tuvieras la suerte)


Si tuviera que suicidarme antes de padecer un dolor inenarrable llegaría tarde, moriría sin mi propia intervención. Tengo tan alto umbral del dolor que mis órganos se colapsarían sin que comprendiera cuan grave es la situación por ahí dentro.

Además, cuando algo duele tanto ¿por qué prolongar la agonía? Es mejor morir libremente en tu casa o en el bosque, a la sombra de un árbol; puedes fumar sin que nadie te toque los huevos.

Y nada me parece más humillante como que me vean morir. Incluso los animales se esconden cuando saben que van a morir.

Pobrecitos…

Que mi cadáver apeste no me importará lo más mínimo, y si lo viera un niño… Bueno, los pequeños deben aprender que los seres mueren, es tan habitual como follar o nacer. Es ley de vida, no pasa nada por ver un muerto y además, adquirirán una buena y necesaria madurez.

Todo son ventajas muriendo en soledad, sin patéticas escenas.

Has de morir como se debería vivir: oculto y secreto.

Si vieras la luz al final de un túnel, no seas gili, es el chispazo final, el cortocircuito de tu cerebro por falta de sangre y oxígeno.

Es bueno también no morir engañándose.

No te despidas de nadie si tuvieras tiempo para ello; más adelante encontrarían una razón para reírse de ti, sobre todo los que te odian. Porque todos somos odiados, la vida es un catálogo de envidias y mezquindad. Sé oculto, secreto y desconfiado; que nadie estropee tu muerte.

Lo digo porque quien más o quien menos hemos tenido alguna aproximación a la muerte y conocemos el negocio.

Un elefante viejo en el oficio con la trompa se tapa el orificio.



Iconoclasta

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17 de mayo de 2022

España: zona de guerra

El Nuevo y Normal Estado Penitenciario Fascista Español, en connivencia con los cárteles fascistas autonómicos, trabaja exclusiva y afanosamente para eliminar toda libertad y todo pequeño placer de la población.

Este acto de asfixia del estado requiere una respuesta de ira y violencia.

Y es ya prácticamente inevitable la lucha y la muerte.

Los criadores de cerdos (el estado español, en este caso concreto) han podido constatar con el coronavirus, la cobardía, sumisión y mansedumbre del pueblo español y han decidido cargar contra él como una apisonadora con la cruz gamada como insignia.

De hecho, las libertades han sido ya arrasadas junto con las necesidades puramente biológicas humanas. Prohibir o negar (censura y oscurantismo dogmático en educación, arte, cine y literatura entre otras cosas) los pequeños placeres (fumar, moverse libremente por la naturaleza, paseos nocturnos) será la culminación de un  totalitarismo feroz que solo puede erradicarse con una guerra abierta, por supuesto, decididamente letal.

España, con sus taifas y caciques autonómicos de corte neonazi, ya es zona de guerra, aunque la gran mayoría española aún no lo sabe. No lo sabrá hasta que los criadores de cerdos (el estado) les arranquen a los cerdos o habitantes a sus hijos de los brazos en el momento de nacer para, decidir si al bebé se le mutilan los genitales o es apto para la reproducción.

Los próximos que nazcan van a ser castrados genitalmente bajo supervisión socialfascista, es decir, eligiendo la cría a no emascular según la mansedumbre y afección al fascismo de los progenitores (imprescindible el brazalete nazi o pasaporte covid). Después serán vacunados con el virus de la cobardía y mansedumbre: el coronavirus o covid 19 que ya administraron hace más de dos años los gobiernos nazis o falsas democracias (preferentemente occidentales) del planeta a su ganado porcino humano.

Yo lucharé en el bando de la libertad, aunque dure solo un segundo. Un segundo de vida en el que no moriré como un manso de mierda.

Que no sueñen estos nazis hijoputas que les voy a comer la polla o el coño ni por un momento.

La libertad bien vale la muerte, porque esta mierda nazi no es vida. Es esclavitud, cerdos en una pocilga hacinados (la población de las grandes ciudades) y unos criadores sin escrúpulos (los jerarcas y burócratas gobernando) ahogándolos en sus propios purines, con las instrucciones y asesoría de unos veterinarios corruptos y traficantes de drogas (sanidad nazi, OMS).



Iconoclasta

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2 de abril de 2022

El apocalíptico viento


El viento arranca y arrastra la vida en todos los rincones del planeta. Roba el calor y por tanto la vida. Y no sé a quién se lo da.

El viento que habla con los árboles a los que no les importa que les pueda arrancar su calor, porque ellos lo obtienen de la tierra profunda, de la descomposición de los muertos y el infierno que es el centro de la tierra, allá donde el viento no puede entrar. Si algo no te puede robar la vida no debes temer. Por eso es absurdo que la simple palabra cause tanto miedo entre las bestias humanas.

No temo al viento, es mi particular y dulce eutanasia, hablo con él con los ojos entornados, escuchándolo con la cabeza ladeada en un dulce y trágico desaparecer del planeta.

No temo al viento, lucho contra él cuando me lo propongo. Si vivo gano; pero no siempre será así. Mi pellejo se seca, cada día es más fino y me hace frío como el metal.

Tarde o temprano el viento me arrastrará, me llevará a ningún lado y seré simple ráfaga.

El viento no quiere palabras, no se las lleva, no las necesita. No tiene nada que decirnos más que soplar y soplar. Nos quiere a nosotros arrastrados.

Sus grandes amigos son los seres que viven clavados en la tierra y las aves que lo montan, vuelan y juegan con él…

Sopla con fuerza en primavera para esparcir la vida y arrastrar lejos las pieles secas y restos de cadáveres. Para robar el calor y su vida a los débiles, que no se reproduzcan más.

Al final, el viento es el apocalipsis, el juicio final.

Morir es fácil, solo tienes que dejarte llevar por él. Lo difícil es vivir.



Iconoclasta

30 de marzo de 2022

¡Oh, Aniquilación!


Te necesitamos, te extrañamos.

Queremos que te reflejes en charcos de sangre estrangulando la risa idiota, el gimoteo cobarde.

Sentada con tus patas abiertas sobre el lomo de un cadáver humano. Reptando sobre los casquillos humeantes de las balas disparadas.

En la pantalla rota salpicada de carne cruda de un teléfono.

En un televisor muerto que ciego refleja pedazos humanos.

Te quiero ver en la ira que ilumina el rostro del hombre que mata, en la risa del piloto que deja caer sus bombas sobre ellos, los otros, los que no quiero. Y sobre mí.

En el llanto ensangrentado de los que ahora gimen infantilmente, mientras fumo.

En las bocas de quienes hambrientos, devoran ratas apenas muertas y trozos de carne corrupta de un cadáver sin rostro.

Indecente y translúcida, cubierta con jirones de gasas sucias de sangre y pus que dejan caer los médicos como serpentinas sin alegría.

Necesito ¡oh, Aniquilación!, que incineres la banalidad y a los adultos aniñados.

Necesito ¡oh, Aniquilación!, la paz de una palabra grave, seria como un filo quirúrgico. El placer de un pensamiento pornográfico y su palabra sucia. Gozar de una violencia liberadora al fin, de la libertad, la puta libertad de mi pensamiento desinhibido.

Necesito que me saques de encima esta masa amorfa que intenta infectar mi razón de ella misma.

¡Oh, Aniquilación! Te siento tan cerca que desespero.



Iconoclasta

18 de marzo de 2022

La divina coagulación


He abierto la vena para aliviar presión en la arteria indiferencia.

Y se ha derramado polvo rojo en mis zapatos, con terrorífico vértigo.

No podía imaginar cuán seco estoy.

Misericordia…

He rezado por la coagulación de los muertos y sus venas embozadas.

Porque soy árido como un desierto, como la mojama…

El vidrio irregular y sucio de mi polvo rojo destella una burla demente al sol.

Y pensamos, el ladino vidrio y yo, que ya que estamos, seguimos.

Lo que no duele ¿por qué no hacerlo?

El vidrio corta el pezón en vertical y aflora una baba espesa como la grasa.

¿Por qué no duele la obscena herida?

Un proyecto de coño húmedo en mi pecho.

Estigmas y llagas son vaginas… Tan bellas, tan húmedas, tan gimientes…

Mi lengua húmeda llenó su coño. Y se aferró a mi cabello, me asfixiaba contra su coño. Desesperada, con las ingles tensas como cables para que entrara cuanto pudiera en ella. Cuando la penetré, caí a la caverna más húmeda y resbaladiza del universo y sentí las pulsaciones salvajes de su corazón en mi pijo henchido de sangre a punto de derrame.

Y me corría líquido en ella. Jadeaba y de la boca se me escurría la baba animal del celo atávico en sus tetas.

Quisiera que la muerte fuera así, precipitarme en su coño hirviente y elástico. Pulsátil…

Temo a esta analgesia y que mi alma se haya coagulado como un tumor en un inhóspito rincón de mi cerebro.

Lo que ocurrió se secó también. Y no sé que pensar, porque no duele.

Me parece correcta cualquier cosa. No importa.

Al masturbarme ha asomado por el meato una piedra erizada, una sangre hecha costra envuelta en gelatina blanca.

El vidrio castiga la obscenidad y hiere la mano que aferra el pene. Y hiende también las venas de la carne dura que portan la última sangre líquida del cuerpo, la que circulaba veloz hacia el glande.

La sangre ya triste en su coagulación emerge como una perla de rubí, dura y tímida entre mis dedos y la polla.

Un jugo natural de muerte, con pajita y sombrilla. ¡Y una aceituna, por favor!

Me río porque no duele, si la muerte no duele, dos veces bien.

Si no duele, la destrucción es más fácil que la construcción.

Y no hay nada que te frene en el descenso al paraíso de la analgesia.

De lo indoloro y seco.

Porque lo sórdido si no duele, es fascinante. Hipnótico.

Rozo el aire negro que me envuelve con dedos horrorizados, latidos vanos y boca seca.

Y pido con una tos a la divina coagulación que se extienda por toda la humanidad y cese su dolor de indignidad.

Beso sin ningún cuidado el vidrio como quien besa la cruz del nazareno, con labios cuarteados como barro seco. Derraman harina escarlata… Y si mi estómago no estuviera seco, vomitaría una bilis corrosiva.

Una vez vi un loco que se cortaba los labios con un cristal de una ventana rota del manicomio; pero su sangre era líquida y brillante. Qué envidia ¿no?

Yo sé que los muertos son fríos y derraman líquidos que no tienen fuerza para retener.

Y en algún momento me he meado.

¿Cuánto tiempo llevo muerto? Me pregunto sin ningún tipo de alegría.

Ni de miedo.

Por que el miedo es temor al dolor y si no hay dolor, soy el más valiente del universo.

¿En qué momento el agua del arroyo se llenó de ojos muertos flotantes?

Rezo por la divina coagulación y los ojos de un río ciego que en el mar devoran los peces.

Los cuervos graznan hostiles a mi pensamiento, esperando que cese mi movimiento, el más mínimo.

Y así picar.

Y así mortificar.

Los doctores cuervos son burócratas de la muerte.

Peritos tornasolados con actas de defunción abiertas como tijeras.

Bendita sea la divina coagulación de la sangre y el alma.




Iconoclasta


17 de febrero de 2022

Una vida difusa


Soy el sueño muerto de un padre con el corazón roto.

La sonrisa de amor de una madre horizontal de carne fría.

Y la ternura de una abuela podrida.

Soy un rimero, un estercolero de sueños incumplidos, un conjunto de imágenes latentes y difusas en las pupilas lechosas de mis amados muertos.

Tengo arcadas de vómito ante el vértigo de ser un nebuloso recuerdo que a veces sangra. Que sufre la condena de ser real, de estar vivo. Como si no hubieran hecho bien el trabajo los muertos, se olvidaron de borrarme o de llevarme con ellos una vez acabadas sus vidas y sueños.

¿Y si respiro solo muerte en mi último segundo de consciencia, delirando que sangro y tiño mis propias pupilas de rojo sanguíneo un tanto coagulado, como legañas espantosas...?

Y una tormenta-o de arena me deshace, me erosiona, me diluye…

No sé… Pero siento extrañas náuseas de una vida que no acaba de serlo.



Iconoclasta

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27 de enero de 2022

Verso inconexo


Soy el verso inverso

que rima lo que no sintió

y esconde lo que no fue.

Soy un verso inmerso

en un frustrado universo

el eructo de un festín inapetente.


Se puede escribir del orgullo de ser,

la vanidad de lo logrado.

Del sudor bien empleado.

Del tiempo acelerado.

O se puede esconder lo que hice,

lo que no supe, lo que no pude.


O se puede no escribir y dejar que la presión provoque un aneurisma cerebral y morir.

No soy orgulloso, soy un fracasado y si no escribo, no existo.

Seguiré escondiendo mi fracaso con cierta malicia, porque de morir no me libro.




Iconoclasta

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2 de enero de 2022

El muñeco de la bola


Soy el muñeco que vive dentro de una bola de cristal, que por alguna maldición no muere nunca, mi diáfana prisión es eterna. Soy un maniquí en el escaparate de una tienda de un pueblo abandonado.

A menudo agitan la bola y a mí, su contenido. Y en lugar de formarse nieve o espuma, el agua se tiñe de rojo, porque cuando duele la belleza que hay al otro lado, o en la periferia, un centímetro más allá del vidrio que me encierra, solo se lloran los primeros veinte años. Luego se padecen hemorragias.

Y es lógico, porque en el agua las lágrimas no se ven, no las aprecia nadie. No sirve de nada llorar si no podemos conmover a nadie.

Ni siquiera la piel de mi rostro las siente ya.

Las lágrimas son diluidas por el agua sin finalidad alguna.

He llevado tanto tiempo aquí llorando para nada, que es lógico que buscara otras vías de expresión a nadie.

Nadie sabe, no importa el muñeco de la bola barata de cristal.

Nadie sabe que bajo mi cabello, hay heridas abiertas por tantos golpes, por tantos zarandeos. Y lloro sangre por esas agallas que tienen la función de expulsar toda esta desesperación de una forma llamativa; pero quien me agita, solo piensa que algo está estropeado en la pintura que me recubre. Soy un viejo objeto.

Una cosa podrida que flota en el agua.

Lo soy... Demasiado viejo, demasiada vida, demasiada sangre que a nadie llega. A nadie emociona.

Y cuando la desesperación es insoportable y nadie observa, golpeo la cabeza contra el cristal, hasta que dos gotas de sangre salen de mi nariz y crean una efímera rama de coral hemoglobínico que flota largo tiempo tomando formas caprichosas a medida que se diluye.

Soy un caleidoscopio sangrante y nadie sabe.

Quiero morir ya, porque todo lo que amo y deseo, está al otro lado y si tras toda esta vida de golpear el vidrio no he conseguido salir, ya no quiero hacerlo. Lo único que me espera es la muerte, fuera de la hermeticidad el sol y el aire me destruirán en el acto.

A pesar del agua, me he secado y me hecho quebradizo.

Todo se ha hecho hermoso, todo lo que veo allá, un centímetro más lejos, se conserva colorido, mientras en mi cabeza solo hay llagas que sangran la profunda depresión de un encierro sin esperanza.



Iconoclasta

18 de diciembre de 2021

Quiero irme de aquí


Tengo dos lágrimas que no se derraman y empañan mi visión, la periférica y la interior. Emborronan el mundo, no me gusta mirarlo a través de la tristeza.
Y ahogan mi entereza…
Soy un mierda que llora un dolor negro como una gangrena.
Estoy desesperado.
¿Qué pasa conmigo hoy?
Una gran lágrima en el corazón impide que la sangre bombee y se atasca en mi pecho. Y gimo el dolor en el rincón más oscuro de la casa.
Y el aire no es suficiente en mis pulmones.
Y jadeo grandes bocanadas de tristeza entre llanto y mocos.
No quiero que maten las cosas bellas como los seres pequeños que apenas han vivido, los seres grandes que esplenden belleza a través de su mirada y sus palabras doradas de amor y dulzura.
Solo mueren las buenas cosas y me duele el cuerpo por dentro, donde no puedo curar la llaga.
¡Lo malo no muere nunca!
A veces, sin ser necesario, mi memoria evoca las bellas cosas que murieron, seres por los que daría lo que me queda de vida por sentirlos de nuevo. Y me llevo las manos a la cara para que nadie me vea…
Duele infinito. La memoria clava sin miramientos un puñal oxidado y tóxico.
Duele y siento vergüenza de mi llanto.
Y quisiera no ser más.
Dejar de existir yo y mi tristeza que duele años luz.
¿Viaja el dolor por el espacio?
Y mis cosas bellas ¿están allá? ¿adónde van?
¿Por qué me dejaron solo aquí? Fue ilegal…
Lo malo no muere nunca y si no doliera tanto, si las putas lágrimas me dejaran, estaría furioso.
Por favor, quiero irme ya de aquí.
Ya es suficiente ¿no?
No existir…



Iconoclasta

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19 de octubre de 2021

La banalidad y sus cadáveres


El precio de una vida banal es una muerte también banal.

Incluso los que importan, en solo unos días ya son carne de charlas de fiestas de año en año.

Si has sido tan banal como un bostezo, ni siquiera darán pésames a los que vivos, tengan algo que ver contigo, con tu cadáver.

Y por favor… Cuida un poco tu agonía, porque no hay nada más aburrido que un muerto superficial que no acaba de morir y reúne a su alrededor a sus allegados para despedirse largamente, protagonizando su propia caricatura.

Normalmente, cuando mueres (a no ser que seas una imbécil y asquerosa celebridad de de yutup, tuiter o feisbuc) nadie pondrá una carita triste. Y menos aquella puta de la que eras cliente habitual y casi usurero, so puerco.

Si tienes contratado un buen funeral en tu seguro, pudiera ser que a la hora de tomar el tentempié que celebra tu muerte, alguien diga algunas palabras emotivas en tu recuerdo; pero seguro que será producto de la ebriedad.

Normalmente al morir no importas a mucha gente: un pequeño y tímido lamento y unas palabras mentirosas para el indiferente cadáver vestido de muñeco ventrílocuo, con la chaqueta cortada por la espalda. Y a seguir devorando canapés de merienda.

De hecho pondrán cara de estreñidos muchos menos de lo que piensas. La banalidad se paga con indiferencia y no con putos bitcoins de mierda.

Si no hay merienda o algo de picar para amenizar el funeral, tu cadáver y tu banalidad silbaréis impacientes hasta que os quemen u os metan en el nicho.

Pudiera ser que aún que estás vivo, pienses que lo peor es que de tu superficial vida no trascienda nada, ni siquiera por esa accidentalidad de una azarosa cadena de pensamientos que llega a evocar que alguien existió en algún momento de la película.

No sé si es bueno o malo ser banal; pero me lo tomaré como un asunto de elegancia: prefiero que me recuerden con asco que con indiferencia bostezante.

Habré aportado mi granito de arena sucio a este mundo de mierda.

Y como tengo más facilidad para ser desagradable que banal, mi muerte no dejará indiferente a mi gato.

De cualquier modo, todo lo que conocí en la ciudad, podría morir antes que yo por aplastamiento, cremación o disuelto en ácido sulfúrico y no se me elevaría un milímetro ninguna de mis cejas bien separadas y definidas, ni siquiera levemente por algún inopinado tic (por lo único que recuerdo que una tal Frida Kahlo existió y tascendió, es por su uniceja tan rústica, que siempre me deja bizco, es la razón de que me preocupe el asunto estético).

Además, cuando has conocido la muerte de alguien allegado a ti por segunda vez, el resto de muertes te dan el carisma de un forense aburrido que mastica con glotonería unos snacks crujientes de arroz inflado con los guantes sucios de mierda.

Pensándolo bien, no importa que seas banal o trascendente.

Los muertos se disipan en el aire en cuestión de segundos y no tienen oídos ni ojos y solo dejan un desagradable olor, por mucho que los hubieras querido cuando tenían color.

Si un día te masturbaste con la mano llena de excrementos y gritando como un cochino, ni siquiera generarás un pecado ominoso que pagar, ni para lo malo trascenderá nada de tu vida.

Morir es lo que es, peña. El único misterio reside en que hay tantos muertos acumulados en los anales de las historia cuyas almas no aparecen por ningún lado, que es absolutamente estúpido y patológico que la chusma siga creyendo en paraísos e infiernos. Ven que desapareces y siguen con su esperanza de mierda en que la muerte sea una renovación de tus vacunas caducadas. Una nueva vida tras la muerte.

¡Qué lelos!

Por ello, olvida los asuntos de la banalidad y la trascendencia. Antes de morir (si tienes suerte de morir lentamente por un cáncer o un hígado que se deshace y lo cagas cada día un poco), deja todo lo que puedas por hacer; pero sobre todo deja muchas cosas por pagar. Y esas cosas rómpelas para que no se puedan recuperar.

No trascenderás; pero morirás con la sonrisa más divertida y sincera que jamás hayas tenido.

Tanto filosofar de mierda, para acabar concluyendo lo de siempre, que se jodan los vivos cuando te mueres.

No me negaréis que no ha sido divertido, superficial pero con clase, este pequeño ensayo sobre banalidad y trascendencia.

No intentéis hacer estas cosas en vuestras casas si no sois adultos bien formados, u os deprimiréis.

Y bueno, cuando acudáis a un funeral, imprimid esto para amenizarlo. Ya veréis la visibilidad que conseguiréis, mucho mayor que la del cadáver.

Tal vez haya que volver a la moda de las fotos victorianas post mórtem, al menos trascendieron unos minutos más aquellos cadáveres, aunque tuvieran un gusto del carajo.

Aquella gente debía tener el cerebro podrido (lo vivos de las fotos digo).




Iconoclasta

29 de agosto de 2021

Un perfecto instante de ternura

 


El pequeño ternero está acostado en la hierba, ya casi paja por lo seca y arrasada por el sol durante el largo verano.

Las reses adultas se encuentran doscientos metros más allá, al otro lado de un riachuelo.

Me gustan los animales que se separan de la manada, como yo. Porque los hace parecer valientes.

Pero no es el caso, a través de los prismáticos observo que el ternero es un bebé, simplemente está agotado de haber nacido hace poco: su rostro aún no está definido del todo, el pelaje apelmazado y su dormir tranquilo, aunque no deja la orejas quietas.

A veces mira hacia mí, a través de una mata de cardos; pero sus ojos apenas pueden enfocar. Luego vuelve a meter el morro entre las patas, casi suspirando por el bendito calor con el que la tierra lo mima.

Me quiero dar el lujo de pensar (sin que sirva de precedente) que el planeta tiene la bondad de dar calidez los peques.

De cualquier forma es valiente, no muge. No se le ve nervioso.

Aunque quisiera no podría seguir a los adultos, los bebés deben descansar, porque nacer es lo más traumático, lo más difícil.

Y morir es lo más fácil del mundo.

Me acuerdo de cuando era pequeño y me cansaba tanto de seguir a mis padres caminando... Me dolían los pies, me acuerdo mucho de aquel dolor.

Ahora me deleito con el inmenso privilegio de compartir con él un tiempo y un lugar idénticos. Un instante perfecto de ternura y paz.

Caigo en la cuenta de que no soy más que él. No hay razón alguna que me haga sentir superior; su aún diluida mirada tiene todo el conocimiento necesario para la supervivencia, nació con algo aprendido. De ahí la paz que transmite, y esa ternura infinita que provoca la pequeña soledad que lo rodea.

No, somos iguales, mi vida no vale más que la suya. Lo sé con una absoluta seguridad.

Es la certeza total.

Quien afirme lo contrario, no conoce la naturaleza, ni siquiera la suya.

No es un drama, es una alegría estar con él, respirando ambos el mismo aire; pero dan unas ganas de llorar… Pudiera ser que él está cansado de nacer y yo ya empiezo a estar cansado de vivir y las cosas tiernas tienen el poder de aplacar mi ira y soltar lastre por los ojos.

El verano y sus alergias lacrimógenas…

Alergias es muy parecido morfológicamente a alegrías y ambas causan lágrimas.

Todo cuadra, es un momento perfecto para todo.

No me gusta que esté tan solo. Sé que no hay animales que lo ataquen, pero me da un poco de reparo marchar y dejarlo solito. Es muy pequeño y yo demasiado humano para no sentir cierta congoja.

Es un buen momento para hacer esto: escribirlo y dejar constancia de que un día casi se me desbordaron unas tiernas y repentinas lágrimas de alegría y alergia.

A mi pesar, guardo cuaderno, tabaco y prismáticos en la mochila y muevo la rodilla antes de ponerme en pie. Temo que se pueda romper con una brusquedad, no soy un ternero joven, estoy terriblemente castigado.

Mi vida vale menos; es otra certeza que ha caído por su propio peso. Y como no hay ternura en ello, sonrío ostentosamente; porque lo preocupante es vivir, no morir.

Y ya cogiendo el manillar de la bici, una de aquellas vacas enormes, se separa del grupo y cruza el pequeño arroyo.

Me detengo.

¡Qué bien!

A medida que se acerca al ternero agita la cabeza arriba y abajo con alegría y apresura el paso. Es hermoso sentir la alegría de otro ser…

Y cuando llega a su pequeño, éste se pone torpe y temblorosamente en pie. Hay restos del cordón umbilical colgando de su vientre. Su mamá le ofrece los cuartos traseros y el pequeño muge ahora, seguramente contento, y más con el olor que con la mirada, encuentra las ubres cabeceando entre ellas hasta apresar un pezón.

Es simplemente perfecto.

Ahora sí que sonrío, ahora sí que emprendo la marcha como si el día fuera completo.

La vaca me mira, me observa con orgullo de madre: ¿Has visto que hijo más hermoso tengo?

Y la felicito.

Les digo adiós con la mano. Susurrando que les vaya bien.

Y mientras avanzo por el camino, disfrutando de la brisa al rodar suavemente, la sombra de un águila se dibuja en el camino.

¿Es que no se cansa la naturaleza de exhibir su belleza?

A veces tengo tanta suerte que temo que la muerte ronde ya muy cerca.

La ternura es hermosa, pero no puede combatir mi sabiduría y cultivado cinismo.

Bueno, si hay que morir, se muere; qué cojones.

Y pedaleo con el peso de toda esa belleza pulsando en el cuaderno que guardo en la mochila como un tesoro. Tal vez con la muerte jadeando detrás de mí.

No hay riqueza más grande que un bello instante.

Ojalá hubieras estado conmigo, mi bella diosa, follarte también hubiera sido perfecto.




Iconoclasta

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3 de agosto de 2021

Una mariposa en mi bici


Érase una mariposa boba que revoloteando tontamente se posó en mi bici y me preguntó con cierta picardía: ¿Me llevas?

Le dije que sí, farfullando como un idiota. Muy nervioso, pensando en la magia con la que la paranoia te premia en la intimidad del planeta.

Ocurrió una vez que la diosa del mar me preguntó si me gustaban las mariposas. Aparte del sobrenatural nexo común entre ambos sucesos; si fue mágico hablar con la diosa, hablar con una mariposa me pareció de lo más normal.

Mi cerebro está bien, lo malo es el corazón y esa arritmia de amor y ternura que me provoca cierta dificultad para respirar el aire de la realidad.

Cuando me colgué la mochila (hace unos segundos ya) para emprender la marcha con mi mariposa, voló. Se marchó.

Y una lagartija me sacó la lengua desde el borde del bosque.

Está bien, puede que esté loco, o que mi cigarro presentara trazas de marihuana o algo así; pero la cuestión es que la mariposa se llevó mi corazón y quedé boqueando.

Me pegué dos puñetazos en el pecho para lanzar sangre al cerebro.

Me quité la mochila y me senté, de repente ya no tenía donde ir.

La tristeza muy afanosa ella, un poco harta de tener que salvarme el pellejo día sí y otro también; hizo crecer un corazón que comenzó a latir como un motor de dos cilindros de nuevo, mientras la imaginación se retiraba muy lejos de mis ojos, al fondo del cráneo; asustada por el riesgo que habíamos corrido todos los que soy por una pequeña mariposa bonita y un poco descarada.

Escupí sangre residual que se había metido por algún agujero de los que dejó el corazón que se llevó la mariposa y pedaleé sin alegría de nuevo a casa.

Y aún así, no podía evitar sonreír.

Hubiera sido una muerte linda, mejor que la que se me echa encima, el camión está demasiado cerca de mis ojos y yo en el carril equivocado, la tristeza no podrá reparar semejantes daños.

Si existen las almas ¿revolotean como mariposas alrededor de las dio…



Iconoclasta

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