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23 de octubre de 2015

Perdóname


No llores, mi amor.

No cuando no puedo darte el calor de mi piel.

¿Te das cuenta de lo hermosa que te hace tu tragedia? ¿Te das cuenta de mi angustia por las lágrimas que se bebe la tierra sin que corran por mi pecho?

No llores si no puedo envolverte, ten piedad...

No muestres tu tristeza a este mundo de mierda.

¡Qué valiente eres!

Confieso que tu llanto es mi paz. Me construye como tu hombre, porque no existe nada tan íntimo que asistir a tu tristeza en la madrugada.

Todo irá bien, cielo.

Perdóname por verte tan hermosa, tan mujer cuando la tristeza te abruma.

Perdóname por amar tus lágrimas.

Amarte me hace egoísta y tu llanto pone a prueba mi decencia.

Temo amarte más, porque descubrirá lo más bajo de mí, lo que yo mismo me niego.

Llora en mí, hazme saber que soy tu consuelo, tu fortaleza.

Llora...

Perdóname, amor.




Iconoclasta

21 de octubre de 2015

Las tertulias de las frías noches


Camino en plena madrugada cuando no hay absolutamente nadie en la calle, cuando  los semáforos en rojo detienen el tráfico a nada. Cambian de color sin que sea necesario, son los autistas de las frías noches. Se niegan a creer que son cosas y hacen su trabajo con patética voluntad.

Siento lástima por ellos.

Las personas y los demás seres se cobijan pronto en sus hogares, como si el frío fuera una bestia que devora seres en la noche ante semáforos que cambian de color con una triste voluntad de ser.

Sobre el sonido de los relés que cambian las luces de color, se eleva el estruendoso silencio que los muertos gritan en sus muertas tertulias, tomando copas de muertos licores en las mesas de un bar cerrado a los vivos.

Los muertos no temen al frío; pero recelan  un poco del hombre que camina de madrugada tan lentamente, como si hubiera sol. Se nota en su silencio menos espectral cuando me acerco a ellos y prolongo mi paseo con otro cigarrillo.

Fotografío las mesas llenas de muerte, silencio y frío para que un día me pregunten donde está el interés de esa foto de metálicas sillas, tan frías, tan vacías en la noche. Y yo no sepa que decir.

Sus rostros cadáver se giran hacia mí invitándome a que me siente con ellos.

-Ven con nosotros y cuéntanos qué haces en un cuerpo si estás muerto. ¿Cómo se hace eso? -me preguntan silenciosamente, mientras los semáforos cambian a rojo y otros a verde con el único sonido audible en el planeta. Siento tristeza que a nada le importe su trabajo, su vida.

Un escalofrío de miedo me recorre el espinazo.

¿Y si tienen razón? ¿Y si no estoy ni muerto ni vivo?

Tengo pánico a que también muerto, me encuentre en un lugar que no me corresponde, que no quiero, que no acepto.

Me duele la pierna profundamente, tan adentro que la mano no puede calmar el dolor de la carne y el hueso, de la médula misma. Con el frío los tendones se hacen dolorosamente rígidos y los calambres se convierten en uno solo que no pierde intensidad y te cansa, te mina el ánimo.

Mi silencio les saluda con el humo que expulso por la boca y tomo asiento en una congelada silla.

Les digo que los buscaba a ellos, que son la magia y lo extraño en una vida que los sueños no duran más allá de unas horas, cuando duermes y despertar es un insulto a la ilusión.

Me gusta estar con ellos, con su despreocupado silencio.

-Aquí estaremos cuando mueras. Cuando mueras del todo -dicen al asomar el primer fulgor del alba y las luces de algunas casas se encienden.

Se evaporan y su silencio se transforma en ruidos lejanos de toses madrugadoras, agua que arrastra orina y mierda. Y coches que ronronean humeando como si anunciaran un nuevo papa, con los focos legañosos frente a un semáforo sin alma.

El reloj dice que he estado más de tres horas aquí sentado.

Me pregunto dónde pasarán el día mis nuevos amigos.

Es hora de levantarse porque la gente que se dirige presurosa a su trabajo me mira sorprendida.

Camino hacia mi casa para pasar el día resguardado, como si fuera un muerto.

Recuerdo que me dolía la pierna, ahora no; como si el silencio de los muertos la hubiera calmado. No la puedo doblar, pero me sostiene por su rigidez.

El semáforo de los peatones brilla en verde, como si se alegrara de poder servir para algo por fin. Los semáforos necesitan seres vivos, yo no quisiera ser semáforo.

Le hago caso y cruzo.

Me rompo en mil pedazos, dando vueltas por el congelado asfalto, lo noto en mi cara que se rompe con cada tumbo, como los brazos y la espalda, la cadera, las costillas...

Lo he intentado; pero la pierna tan rígida, casi muerta, no podía impulsarme con rapidez. Toneladas de acero frenan demasiado tarde. He intentado no morir, no se me puede culpar de irme por un mero capricho.

Hay camiones que no son sensibles a la bondad de los semáforos.

Intento respirar, no puedo: una costilla ha perforado un pulmón.

No soy médico; pero cuando en lugar de respirar sientes que se escapa el aire por algún lugar que no es la boca, es que algo huele a podrido en Dinamarca.

El camión hace demasiado ruido, me hubiera gustado una muerte más silenciosa.

Me esperan noches de animadas tertulias. No es malo.



Iconoclasta

15 de octubre de 2015

Psicoamantes


Psicópatas del amor que se dan a tumba abierta sabiendo que va a doler el aterrizaje en la realidad. Psicópatas malditos que se matan con duros golpes de melancolía a sí mismos, imaginando serenos cafés compartidos en albas y  ocasos, soñando conversaciones íntimas en lugares donde solo existen ellos.

Imprudentes afirman ser; es cierto, lo son con el mundo y consigo mismos. Escriben lo que aman para que el amor y el deseo se hagan táctiles pagando con sangre y lágrimas. Están malditos con su habilidad para cifrar en el papel eróticas cábalas y enigmas que se esconden en el pecho y entre las piernas.
Los sentimientos más profundos... Desesperanzadores...

Se despeñan en sus intimidades y la cuerda se deshilacha en el borde de la razón.
"Voy a morir un poco, aún tengo vida para ello" y escriben lo que aman dejando que la pluma se alimente de sus venas.
Y por una cuestión de estadísticas, de improbabilidades y escasez, lo que se ama es extraño, es exótico y está en otra galaxia, está en otro lugar, está en otras manos.

Psicópatas porque la realidad les golpea con un dolor que es suicidio, con una cadencia de muerte lenta. Con las voluntades últimas gemidas en un cadalso que nadie ve y que a sus cuellos se ciñe con una risa maliciosa.


Sostienen su vida con las ingles encendidas, con el corazón arrítmico, con un sexo que no acaba de dar consuelo con su explosivo orgasmo psicótico; un derrame de semen, unas braguitas manchadas, dientes que muerden los propios labios y unos pechos dolorosamente erectos.
Apenas pueden llevar su psicosis en secreto, es agotadora la locura consciente.
La insania cultivada, los dedos crispados y el pensamiento vectorial directamente acelerado a un único ser. Es una pesada carga.
Que se jodan, por locos.

Cabrones, cabrones... Cómo sufrís...
Deberían morir, algo los debería matar como única esperanza mitológica de resolución a un amor que a veces colapsa los pulmones y cuesta dios y ayuda aspirar el bendito aire.
Se crean y recrean sus propios e íntimos tótems para hacer altares que nadie pueda descifrar, para que los dolores se queden en un dije apresados.
Relicarios de amor y amantes templarios en tiempos electrónicos.
Estáis locos, hijos de puta, sois un alarde de auto-tortura en un mierdamundo, en una mierdarealidad.
Escribas que se apresuran a realizar papiros que les sobrevivan de conversaciones secretas y sueños.
Estáis fuera de tiempo, locos hijos de puta.

Me enciende el coraje ese denuedo vuestro por preservar el calvario de amar.

Dan vueltas al café y no diluyen el azúcar, se están diluyendo a sí mismos en otras dimensiones. Un día, durante esos tristes y solitarios cafés de tinta y papel, se esfumarán en el aire, saldrán de la mediocre dimensión y sus moléculas se reintegrarán en la dimensión que ellos buscan y se buscan.
Psicópatas, psicoamantes... Sois unos hijoputas, porque hacéis del mundo un muladar con esa exclusividad íntima. Tan secreta, tan doliente...
Con esa constancia por odiar todo lo que os rodea que no sea vuestro amante.

Lo que temo, es que un día, podáis matarnos a todos con la fuerza de ese amor psicótico, provocando masacres sísmicas que alteren la forma de la tierra, de las galaxias y del finito universo.

Tal vez un día tomen café en una mesa llena de papeles escritos, viejos y apenas legibles, en un lugar donde camareros inmóviles dejan escapar escarabajos por sus bocas congeladas y sostienen una bandeja en sus manos embalsamadas desde eones.
Sois terroríficos, psicoamantes.
Me dais miedo...
Y un poco de pena.




Iconoclasta

UNA MALDICIÓN DE AMOR BARROCA, en Atramentum



Algo de amor desmesurado y una excelente presentación de Marlyn Centeno, la directora de Atramentum, una cuidadísima revista literaria.
Allá nos vemos, nos leemos.

11 de octubre de 2015

Un estigma de amor



No sé como ha ocurrido, escribía de ti y he visto el corte en la piel y he chupado la sangre.

Escribía las ganas que tengo de confesarte al oído lo que te amo, que el tiempo es un tren arrollador y mi pie se ha quedado aprisionado  en el raíl por donde circulas con total y absoluta belleza a mil millones de latidos por hora.

Y se ha abierto la piel...

La pluma no corta y no usaba instrumentos cortantes.

Solo puedo concluir que amarte abre mis carnes, literalmente.

Te llamaré para contarte esta confidencia y me sonrías, quiero sangrar si es necesario para oír como ríes, mi bella.

Me desangraría feliz oyéndote sonreír.

Los estigmas del amor son inescrutables e incontrolables.

Dime otra vez que me quieres, que sonríes todo el día cuando me oyes, hazme hombre.

Hazme sangrar, no te preocupe eso, tengo abundancia de sangre, mi amor.




Iconoclasta

5 de octubre de 2015

Un exceso de amor


El problema del mundo es que hay un exceso de amor. El amor asalta a la gente a cada paso, a cada segundo. Se ama al amante, a los padres, a los hijos, a los sobrinos, a los primos... Y además de amor, hay mucho cariño y afecto por lugares y cosas.

Alguien ha llevado a creer a la peña que hay que amarlo todo indiscriminadamente. Porque mientras amas eres idiota (es la opinión generalizada de los estamentos religiosos y de poder) y estás a merced de otros, porque el amor lo llena todo y necesitas poco más, salvo papel y pluma.

La verdad es que solo se puede amar a muy pocos si se ama con esa exclusividad que nos hace especiales y únicos. 

Es simple, a lo que más se quiere, no se le puede escatimar amor, tiempo, vida e ilusiones.

Hay poco espacio y tiempo para tanto amor.

Se debe ser selectivo para no caer en cariños mediocres.

Los humanos no son jesucristos ni santos.

Han impuesto amar de una forma globalizada a tantas cosas, que se hace imposible distinguir entre amor y vulgaridad.

Hay una olimpiada para ser el más amado y el que más ama. El más beato y el que tenga mejor corazón.

Y mi instinto de territorialidad, el instinto que me llevó a buscar la teta tras haber nacido, no encuentra esa exclusividad, esa sensación de pertenencia que todos los animales sentimos en algún momento.

Todo el mundo es solo medio amado.

Y mi esencia, la misma que quería a mi madre con exclusividad, enteramente para mí en los momentos de indefensión, se rompe y pervierte entre tanto amor banal.

Ahora es el odio más necesario que el amor, es el predador que va a mantener el equilibrio en un mundo de bendiciones que se dan sin miramiento, como si todos fueran curas y sacerdotes.

En un mundo sin leones los ciervos comen conejos porque no les queda pasto.

Es un engaño, una hipocresía. El amor no debe aplastar lo que en esencia es el ser humano: un maravilloso e inteligente predador con destellos de ternura.

No somos ángeles, somos bestias con una vagina derramándose de deseo y un pene latiendo entumecido por una irrigación sanguínea, ante el cuerpo y la mente que deseamos.

Freud dijo que no se es hombre hasta que muere el padre. Está bien, tiene razón, aunque no sabía porqué.

Cuando amas no se pueden cortar raciones para toda la familia y amigos y dejar así un vacío de silencio y hastío en tu propia casa. No deben estar juntos dos seres que precisan de multitud a su alrededor. Porque no se bastan, se asustan de los momentos íntimos cuando no follan.

Por otra parte, con tanto amor, es muy difícil encontrar el adecuado. La vida es un mercado de personas y afectos.

Todo son inconvenientes si no hay algo de odio.

Todo son hipocresías cuando las bestias se visten de ángeles.

No banalizo cuando digo que te amo absolutamente.

El tabaco calma mi ansiedad, la pluma escribe en tu piel cada palabra y cada gemido, el cuchillo es mi condición humana que no debo olvidar.



Iconoclasta

Vidafaro, de Iconoclasta



Un ensayo amargo, de Iconoclasta



2 de octubre de 2015

Los castaños de la sabiduría


Tienen una apariencia casi divina. Y he entendido en ese momento, como una revelación, porqué Eva después de morder el rabo del diablo, se comió una manzana. Si es que están preciosas y apetecibles, como las castañas que he encontrado y de las cuales he cogido una para darme el gustazo.
"Voy a hacer como Eva la fácil, pero sin tetas".
Y durante media hora he pelado la castaña mientras caminaba alborozado, ilusionado con adquirir más sabiduría si fuera posible.
Eso sí, bien vestido: con caras botas de Goretex, pantalones Dockers, camiseta Nike ultra seca y bolso de outdoor Victorinox. No creo que una hoja de parra pueda cubrir lo que soy.
Así que tras hacerme un par de pequeños cortes en los dedos con mi afilada navaja Spyderco, la castaña estaba hermosa. Era el momento.
Pues me he cagado en Dios, porque en mi vida me he llevado algo tan amargo a la boca.
Juro que tal y como la he mordido, la he escupido y hasta mis Rayban se han salpicado de castaña amarga.
No consigo quitarme ese repugnante sabor. Le voy a pegar fuego al puto castaño de la sabiduría.
La vida en el campo es preciosa si antes has comprado las jodidas castañas en el súper.
Y que les den por culo a Dios, Satanás y Eva por listillos.
Joputas...



Iconoclasta

666 vol. 2, de Iconoclasta



666 vol. 1, de Iconoclasta


El amor que todo lo confunde, de Iconoclasta



28 de septiembre de 2015

Puercos (o la cardíaca ira)


No puedo creerlo, hay tantos metros cuadrados... Hectáreas y hectáreas de montaña y me he encontrado con esos dos asquerosos.
La pareja que va unos metros delante mío consigue ir tan lenta como yo y todo es rojo.
Par de asquerosos... No  puedo rebasarlos, caminamos a la misma velocidad y yo no puedo ir más rápido. Solo me queda sentarme en un banco y  esperar que esos apestosos se alejen.
Que se pudran.
Mi lentitud me da un tiempo precioso para odiarlos, para desear su exterminio entre dolores atroces que se arranquen los ojos de dolor.
Es tan fácil odiar a esos dos puercos con solo ver sus lomos semi curvados, como si estuvieran cansados siempre. Cansados de ser la mierda que son.
Pienso que están parasitando un estado evolutivo que no les pertenece. Que viven por ser garrapatas de otras genéticas que sí son aptas para la vida. 
Ningún hombre o mujer con algo de clase, interés o energía, puede caminar tan lento sin convertirse en algo que meter en una trituradora de carne.
Si fueran viejos lo entendería, si fueran tullidos también; pero dejan una estela en el aire que huele a mierda, como si cagaran al mismo tiempo que caminan.
Tienen tiempo para ello, hijos de la gran puta.
Huelo lo puerco y lo miserable, soy sensible a ello. Siento mi piel sucia y mis pulmones enfermos por compartir el aire de esa pareja de marranos abúlicos, inapetentes, átonos, mal formados...
Con tan poca clase que hacen necesario y justo el asesinato.
Entendería esa lentitud y abulia si el macho de mediana edad le metiera la mano en el coño para acariciarla; pero son dos marranos de mierda que solo saben meterla y tragarla mecánicamente, en la oscuridad, con asco de verse a sí mismos. Solo espero que no tengan hijos, y si los tienen, que mueran sin dejar descendencia.
Que mueran ahora, todos.
Pareja de vagos, parias, mediocres.
Vuestro ánimo es un gas apestoso que ofende todos mis sentidos.
Puercos lentos...
Tarados abúlicos que estáis en el mundo con la única función de ser estiércol, abono.
Si hubierais existido unos siglos más atrás, os hubieran comido los lobos, los osos. Os hubieran destripado vuestros propios compañeros de tribu, pareja de puercos.
Puerco él, puerca ella.
Lo noto, siento correr vuestra mísera genética por mi ropa. Si mi bastón tuviera punta afilada, os desgarraría las entrañas entrando por vuestros repugnantes esfínteres, hasta que vomitarais vuestros propios intestinos.
Os odio con cada paso lento que dais. Me ofende vuestra vida, me agrede el sonido de vuestros putos pies casi arrastrándose.
Os metería un caballo de petróleo en vena.
Parias puercos...
Vuestra energía cae al suelo como un excremento y me siento sucio de pisarlo.
Ojalá el cáncer os coma y muráis entre sufrimientos inimaginables.
Putas de la especie humana... Os deseo tormento, desgracias hasta la hora que dejéis de respirar.
Subnormales que vivís una evolución que no merecéis que otros trabajaron.
 ¿Por qué estáis vivos? Es desesperante ver durante tantos minutos vuestra lomos, vuestras nucas ideales para clavar algo metálico y agudo en ellas.
Durante todo el puto camino...
Hijos de la grandísima puta... Me van a estallar las venas de las sienes.
Si yo he tenido mala suerte de encontraros, os deseo la suerte de padecer la enfermedad más terrible y más dolorosa.
Y encima votaréis en elecciones como si tuvierais inteligencia para ello.
Os odio, siento asco solo por veros. Todos mis sentidos dicen que deberías estar perdiendo los dedos y las manos, infectos de lepra.
Hijoputas.
Falta justicia y falta selección natural.
Tarados que vivís de los esfuerzos de otros genes.
Morid, puercos. Y vuestros hijos.
Que no quede rastro de vosotros en toda la capa de la tierra.
Ojalá os aplaste un camión.
Mierda de paseo, me lo han jodido.



Iconoclasta

Vidafaro, de Iconoclasta