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11 de noviembre de 2015

Bésale el culo al diablo



Ahora que no te pueden quemar porque aquellos puercos curas murieron.
Ahora que aquellas serpientes venenosas con biblias sucias entre sus manos y pontificados enfermos de avaricia arden en un caldero lleno de mierda, bésale las nalgas al diablo.
Si existiera.

Bendice tus deseos y maldice la triste letanía de los hombres simples que con comer les basta y se dan por bien pagados.
Bendice tu amor por ti mismo y maldice la humildad del fracasado que quiere ser ejemplo de virtud de mierda. Lanza una piedra al rostro del virtuoso que ha buscado consuelo en la humildad más indigna para hacer de su fracaso, cobardía e inutilidad, un santurrón e hipócrita ejemplo de bien.

Que sangre ese ciudadano-becerro que cree en leyes y no se la mete por el culo a su esposa.
Escupe a la cara del hombre que dice ser casto y bondad pura por ser padre. Una bestia castrada que eternizará la banalidad en sus hijos. Los padres de la bondad son demasiado tontos para hacer otras cosa.

Sodomiza el culo del diablo, si tuvieras el privilegio de encontrarlo. Y escupe en tu glande para que no duela el duro esfínter que penetras. No el del diablo, el que duele es el de la humanidad que no has podido disfrutar, siempre atado, siempre entre ratas y hormigón putrefacto, presidentes de vecinos, de empresas y del gobierno. Mierda para todas sus putas vidas. Sus anos son dolorosos y costosos de penetrar.
Costrosos de mierda y sangre seca.

Entre ellos y por ellos te has convertido en el anodino ser que eres.
Vende tu alma, si tienes, al diablo. Y si te concede un deseo, pídele que  tus males sean el doble para todos los demás.

Tírate un pedo y honra la desinhibición del hombre, honra al diablo. Métela en el oscuro  y dilatado coño de la puta, págale cuando acabes lanzándole los billetes a la cara y apártala de ti con un empujón, como si fuera mierda. Sal de la sucia habitación sin decirle adiós. Porque es cosa y está en venta.
Como tú... Sois iguales aunque os jodan por otros agujeros, por otros medios.

Como hacen contigo, como han hecho. Sé igual y que el diablo te asista, que el diablo te ayude. Porque los dioses son solo deficientes mentales babeando en sus paraísos de mierda.

Envía a tus hijos a jugar al borde de la carretera para follarte a tu esposa en una intimidad obscena. Y metérsela bien adentro, tan profundamente, que se olvide que sus hijos pueden morir aplastados si no son listos. Como en épocas atávicas los devorarían los lobos o los dientes de sable.

Dime que eres viejo y no te la pone dura unos pechos rebosando por el escote. Mejor te la cortas en rodajas, beato.
Bésale al culo al diablo, porque lo demás, no ha servido para nada.
Porque la vida es el desfile de la mediocridad sonriente, de la excretora cobardía.
De la hipocresía tan evidente, que insulta la inteligencia de los pocos que la tienen.

Bésaselo, bésale el culo al diablo y escupe en los códigos, en las tradiciones y las patrias todas.
La bondad solo es posible si con bondad se paga.
¡Vamos! Bésale el culo, cobarde.



Iconoclasta

25 de septiembre de 2015

En apenas un metro cuadrado


Las setas han salido a la superficie empujando una piedra, venciéndola. Era una piedra apisonada en el camino por el hombre.
Es una imperceptible heroicidad.
Hay que caminar prestando mucha atención para encontrar portentos y realizar así estúpidas analogías con la vida humana.
Como si tuviera algo que ver lo humano con la naturaleza...
La imaginación es difícil de dominar cuando solo prestas atención a lo mudo, a lo que se desarrolla con lentitud. Hipnóticamente.
Estoy cansado de babosas, lo repugnante es lo que más abunda. Con solo las setas me hubiera bastado. 
Y es que una babosa se arrastra demasiado cerca con su repugnante traje de leopardo, una prostituta del esfuerzo y la determinación. En poco menos de un metro cuadrado, se han encontrado la voluntad y la mediocridad.
Y yo... Que no acabo de entender que hago  aquí.
Es difícil encontrar en la ciudad algo así, es difícil que pueda aparecer la voluntad entre tanta mediocridad y abulia.
Seguramente la babosa va alimentarse de la seta que acaba de emerger a la luz rompiendo la tierra y levantando esa piedra tan grande como ella.
¡Qué mierda! El concepto de justicia es un chiste en este planeta.
Las setas están cansadas, quiero creerlo. Y la babosa viene de cantar en un karaoke "La maldita primavera", imagino que ahora que llega el frío, echa de menos la calidez primaveral.
Las setas reciben sus primeras luces silenciosamente, sin capacidad de hablar. Creo que deberían hablar y blasfemar por el cansancio que comporta la vida. Una vida tan efímera que resulta obsceno el esfuerzo de emerger. Yo me quedaría enterrado, no vale la pena ese desgaste para tan poca vida.
Que hagan lo que quieran, a mí me la pela.
Los cuervos hablan entre ellos desde los cables del tendido eléctrico.
Es desesperanzadora la metáfora que ha montado la naturaleza en tan poco espacio.
Tres especies tan dispares...
Está bien, tal vez no razono como debiera; tal vez me debería limitar a admirar la naturaleza y pensar que no es injusta, que es simplemente ley natural.
Sin embargo, recuerdo aquella estrofa de la canción de los Caifanes, que seguramente la babosa conoce bien, debe estar cansada de cantarla en su karaoke de mierda, del que llega arrastrándose:
*"Cuando veo a través del vaso
veo a través del tiempo,
donde los sentidos se dislocan
donde los temores se evaporan
y aprovecho para desdoblarme
para salir del vaso"
Sí, yo me disloco en este apenas metro cuadrado de camino en el que nos hemos juntado tres vidas distintas. Tan distintas, que hay un pequeña discusión en mi cerebro blando (Dalí me hizo así) sobre quién es más que nadie. Gano yo, por supuesto, mi mente es poderosa razonando rápidamente mirando a través del humo, literal, no es canción. Me gusta fumar a cada momento que puedo.
Gano yo porque me acompaña la fuerza y la crueldad de mi instinto humano.
Alguien ha tenido mala suerte hoy.
Un poco más allá, ya fuera de este metro cuadrado, una rana muerta está cubierta por un enjambre de moscas. Eso me parece mejor, me parece natural.
El cuadro de las setas y la babosa es una burla, escucho a la naturaleza reírse en mi oído, burlona... Tal vez me está provocando.
Se oye un disparo a lo lejos...
Y ahora el silencio me hace creer que he perdido el sentido del oído.
Está bien, ojalá lo haya perdido, los sonidos interfieren, me dislocan también como el humo del puto vaso.
En apenas un metro cuadrado y en  unos segundos, están ocurriendo muchas cosas. Tengo que hacer una apertura rápida dar mate y seguir caminando.
Insisto, me la pela.
Me voy.
Dos pasos, tres... Media vuelta.
No puedo irme, la naturaleza no existe, las cosas están bien o mal, se odian o se quieren. Tomo partido, soy superior a todo esto, en cuanto que yo decido y ejecuto.
Sin demoras, no voy a pensar en leyes naturales, ni en justicias.
Y aplasto la babosa. Lo que odias lo matas.
Sin ambigüedades.
Al final, soy una conclusión del universo y los que están debajo de mí, son variables.
Ellos no pueden razonar, o desdoblarse como yo.
Aplasto con el pie las setas, para que ese universo que me creó, vea que soy de naturaleza cruenta.
Orino en el camino para marcar mi territorio y mi obra.
El hecho de que sean seres inofensivos no me hace cobarde, que nadie se crea que lo que he cometido es un acto débil y pueril de una  caprichosa vanidad.
Soy peligroso.
Limpio la suela de la bota en la tierra, las babosas hasta muertas dan por culo.
Coño...
El sudor escalda mis ojos y cuando llego a la cima de la montaña, jadeo. Un cigarrillo me hace toser y en pocos segundos me convierto en el ser más podrido de esta montaña.
Bato los peores récords, soy un anti atleta, un anti moral, un anti bueno, un anti piadoso. Mi vocabulario es tan básico que también es un récord.
Si me rompiera la pierna, seguramente me pegarían un tiro en la cabeza como a un caballo, nadie gasta recursos en curar a alguien como yo.
Y está bien, me asegura una vida digna lo poco que dure.
Ahora  voy relajadamente cuesta abajo, voy de tranqui. Sin pensar demasiado, no me gusta mirar a través de un vaso de mierda. Mi pensamiento es metálico, no tiene nada de étereo.
Un cazador sube por el camino y lleva dos conejos colgados del cinturón, también arrastra un pequeño ciervo.
- Bon día -me saluda.
- Bon día -respondo observando el pequeño ciervo que arrastra y el cráter negro que hay en el cuello del animal.
- Avui he tingut sort. Feia molt temps que no anava tan carregat.*
*(Hoy he tenido suerte. Hacía mucho tiempo que no iba tan cargado, en catalán).
Siempre hacen  lo mismo, si no les haces caso abiertamente alardean.
¿He dicho que no soy cobarde? ¿He dicho que alguien ha tenido mala suerte hoy?
Parece que la mala suerte alcanza a muchos seres en esta montaña. Y de nuevo, en apenas un metro cuadrado, saco la navaja del bolsillo, abro la hoja con el dedo pulgar y la clavo en el cuello del cazador tantas veces como es necesario para matarlo.
La primera puñalada lo ha dejado en shock, las siguientes han sido fáciles. Los conejos muertos se han desprendido de su cinturón cuando ha rodado por suelo con las manos intentando taponar tanta sangre. Era más mayor que yo, pero no importa, también  era más alto y pesado. No me dan ningún miedo los grandes machos.
De hecho, tengo algo de suicida cuando decido enfrentarme a algo o alguien.
Mis hombros y trapecios sobredimensionados tienen ese fin: proyectar con fuerza y brutalidad sin control mi sentido de la justicia y la hostilidad hacia aquello que me incomoda.
Los hay inteligentes y estoy yo, que hace tiempo llegué al límite de mi paciencia. Cuando te das cuenta que matar no tiene castigo si lo haces bien, si eres discreto, se convierte en tu mejor pasatiempo.
Es grotesca la escena con tantos cadáveres, me  llena de desasosiego. Mi carácter es tranquilo normalmente, pero la anormalidad me hace desdoblarme al mirar a través de un vaso lleno de muerte.
No sé si me entiendo yo mismo.
Pero, si yo no hago justicia ¿quién la va a hacer? ¿Y si me hubiera querido cazar a mí también con esa escopeta de gruesos cañones? Tengo un aceptable sentido de la supervivencia.
Lanzo el cadáver por el  inclinado talud de la montaña, es como un infierno verde lleno de espinas y árboles que parecen tragarse todas las miserias.
En unos segundos solo queda en el camino la cantimplora del cazador, la necesito para limpiar de sangre mi rostro, el pecho, los brazos y las manos.
Luego la tiro y se la tragan las zarzas también.
Hace calor. Es hora de un refresco.
Putas babosas...

- Donde los sentidos se dislocan. Donde los temores se evaporan. Y aprovecho para desdoblarme*... -tarareo.

*(Letra de la canción No dejes que, de la banda de rock mexicano Caifanes)




Iconoclasta

29 de agosto de 2015

Un reflexión misantrópica


Si mientras tomo este café hubieran a mi alrededor pequeños seres danzando con un sombrerito de fieltro verde, desnudos de cuello para abajo mostrando sus pequeños sexos y riendo como deficientes mentales, entendería mejor el planeta y lo que contiene. Confirmaría mis convicciones y entre las cuales cuenta que me encuentro rodeado de la más espantosa mediocridad y superficialidad sin ningún tipo de magia que equilibre la balanza del desesperado hastío. Porque hasta los duendes convertiría en idiotas la humanidad.
Sin embargo, me descoloca la aparición extemporánea de seres extraordinarios a los que sacar de las filas de humanos (idiotas míos de cada día, como el pan del padrenuestro de los católicos) que caminan hacia los acantilados de setecientos metros de altura con un mar embravecido que hace carne picada contra las rocas hasta de una sardina despistada. Y me descoloca la aparición de estos seres, porque por ellos vale la pena un poco de control, si los tratara igual que a la chusma, pecaría de la misma idiotez que respiro todos los días.
La dignidad y la ecuanimidad están profundamente intrincadas en  mi adn.
Así que tengo que tomarme un trabajo extra y sacar de la fila de la exterminación a los pocos que valen la pena, cosa que retarda la limpieza y me impacienta un poco. Todo se complica con los seres interesantes.
Porque una cosa es cierta y el respeto es absolutamente incompatible con la libertad de opinión: hay seres cuya existencia molesta y debe hacerse algo con ellos.
Es mejor que seamos pocos, muy pocos interesantes, que multitudes sin interés alguno y absolutamente innecesarias para mí y el medio ambiente.
El planeta hace lo que puede, pero sus recursos para controlar la plaga humana con hambre, sed, enfermedad y catástrofes sísmicas, es limitada.
Asaz limitada.
Debemos ayudar al planeta y controlar la proliferación gratuita e indiscriminada de ONGs, las cuales, si no hay enanitos del bosque inteligentes que salvar, no tienen ningún fin más que hacernos perder el tiempo y la paciencia. Y la verdad, lo de las ballenas... Pues como que ya hay tantos videos en yutup, que resultan de lo más aburridas.
Yo digo que así que existieran duendes, sirenas (siempre me he preocupado por donde se puede satisfacer una sirena, no creo que les baste un gusano retorciéndose en un anzuelo) y unicornios, tampoco sería justificación para soportar tanta mierda.
Los enanos danzantes no bastan para frenar la marcha de los idiotas al acantilado de la muerte, como tampoco son suficiente consuelo los seres excepcionales que le dan interés al planeta.
Aunque me descoloquen y sorprendan, hay que cosas que deben hacerse.
No hay que demonizar ni denostar alegremente la misantropía, cuando se trata de una filosofía de vida que enaltece las cosas más grandes de la humanidad y limpia la porquería que no nos deja ir con los pies descalzos, con libertad.



Iconoclasta

26 de junio de 2015

Bailando


Qué difícil es llegar a ocupar el día en las cosas que te gustan.
En instantes relajados, libres y solitarios cuando deben serlo.
Hay que pagar un precio: oírse uno mismo. Y no siempre hay valor para ello, porque no podemos creernos nuestras propias mentiras. Nos mostramos a nosotros mismos sin ninguna piedad.
No he conocido a nadie que se muestre a sí mismo. No he conocido humanos valientes. Solo humanos que hablan y hablan y hablan...
A veces he besado labios ardientes y temblorosos. He empujado el placer entre muslos preciosos y vientres convulsos. Pechos erizados y anhelantes de una baba cuasi feroz.
Y ha estado bien, no hay queja.
Hay momentos que apetece bailar. No soy sufí, pero podría entender a los derviches giratorios.
No busco acercarme a Dios, no busco acercarme ni a mí mismo. A veces me muevo descoordinadamente al son de una música para salir, para ser expulsado fuera de mi propia órbita y aparecer en el espacio.
La fuerza centrífuga es precisamente la que eludo. Soy más de la centrípeta, no es por gusto.
Es necesidad.
Solo pretendo alejarme de aquí, del fracaso. Fracaso no es la opinión de nadie, se alcanza el fracaso solo cuando lo reconoces, cuando lloras y sientes la intensa necesidad de abandonarte a un ritmo que te obligue a olvidar  tu existencia por unos segundos.
Lo que dure un vómito.
Cambiar de lugar.
Cambiar de piel.
Cambiar de sangre.
O vaciarse.
Suena el telégrafo inicial de Radioactivity de Kraftwerk. Y siento que es una llamada de socorro que me recorre todas las fibras nerviosas. Y mi cabeza se mueve al ritmo de las pulsaciones en un sí repetitivo que es más epilepsia que danza.
Doy una vuelta completa y la sangre que brota por los cortes del pecho, del cuello, de los antebrazos y los muslos, crea salpicaduras  en muebles y en paredes; pero no es trágico, solo es pop.
Trágica es la vida. Trágico es estar aquí, reconocerse fracasado. Cuando no has conseguido alejarte de la miseria, la miseria te fagocita. Es un acose y derribo que puede durar toda la vida o hasta que uno se cansa.
Alzo los brazos y la sangre baja hasta mis axilas y de ahí recorre el torso por las costillas.
Es fácil restañar las heridas, pero es más fácil bailar o agitarse, la sangre es un buen elemento decorativo.
No son cortes dolorosos, son cortes grandes y con buen caballo el dolor es un dimensión extraña y lejana. La heroína, es mi heroína. Son tajos que no han tocado un tendón, pero hay tantos que la sangre no sabe por donde salir más deprisa.
No sabe cual será el próximo paso de baile. O de descontrol, las cosas hay que llamarlas de alguna forma para entenderse. Ser preciso es una habilidad que pierde importancia cada día más en un mundo impreciso.
El equipo HIFI parece la tabla de un carnicero, no parece metal cromado su carcasa. Es un gran trozo de res sangrante. Se ha transformado en algo orgánico.
Cada convulsión me reafirma en que por una vez, lo que hago está bien. Me lleva donde quiero y la muerte se contorsiona conmigo. Va vestida como yo, tiene el color de mis ojos, es hombre. Soy yo mismo, no hay sorpresa y bailo frente a ella, porque es la única que sonríe con franqueza y un punto triste que me conmueve.
La navaja luce ensangrentada en el suelo, parece herida de tanta sangre que la cubre, la he pisado y la punta se ha clavado en la planta del pie y ahora el suelo se convierte en una mancha roja de Rorscharch sin más significado que mi propia muerte.
La música sigue su cadencioso ritmo apocalíptico  y la sangre me baña el cuerpo. Siento algo de frío, algo de mareo. Y una esperanzadora irrealidad.
La jeringuilla está descorazonadoramente vacía, me apetece otro jaco. No hay tiempo.
Y salgo de mí como un derviche blanco con el faldón girando veloz y ensangrentado. Ensangrentado yo, ensangrentado lo que me rodea. Soy una mancha entre manchas.
Soy consecuencia, ya no actúo, ya no provoco, no creo. Solo soy un resultado.
Era necesario, cuando todo lo que haces te deja en el mismo lugar, es que algo huele a podrido en Dinamarca y es mejor salir por la puerta de emergencia antes de enloquecer o perder el valor.
El paquete de tabaco parece el de las películas que toman los dedos de los soldados después de hurgarse la herida por donde salen las vísceras.
No es solo el color, la sangre tiene un brillo y una textura inconfundibles. Y no hay nada tan cálido como ella aunque esté frío. Pareciera que vive fuera o dentro de las venas. Que cuando se derrama, se hace cuerpo sólido, parece crecer.
La sangre es un monstruo que busca salir para expandirse.
Quiere salir porque está harta de fracasos, de días de insoportables monotonías. De un trabajo que se repite día a día, el viaje en el metro es la primera fractura de la mente. 
Se niega estar ahí, en un vagón, con todos los demás. Es un insulto, una afrenta a ser libre, a ser especial, a ser único.
Es la canallada más baja que podrían haberme hecho.
Es agónico convivir con quien no quieres. Un error no debería pagarse tanto tiempo, hay gente que vive con sus errores como muestras de orgullo, yo prefiero mi vergüenza a su indignidad, aunque me joda. Hociquean como cerdos entre su propia basura pensando que son excelsos.
Si no puedes matarlos a todos, huye de ellos, dice mi sabiduría.
Son demasiados, no puedo matar a tantos, no tengo tiempo. Aunque naciera mil veces, no podía eliminar ni una milésima parte todas las vidas basura que hay.
Soy el fracaso de los dioses o los seres extraterrestres que crearon semejante mierda que es la humanidad.
Si no estás contento vete.
Eso hago, coño.
Y te metes tus sentencias en el culo.
El suelo es una gelatina resbaladiza, caigo y me río aunque me he golpeado una ceja y ahora mana abundante sangre por mi rostro.
Prácticamente estoy llorando sangre.
Y me río cuando los altavoces repiten cadenciosamente: Raa-diooo-acti-vityyyyy.
El gato maúlla con miedo, me alza la patita, su pelaje blanco está salpicado de sangre. Y constantemente se está limpiando.
Perdona que te deje solo, amigo. Cómo lo siento.
Levanto una pierna y doy un giro torpe, ebrio, sobre el otro pie creando un círculo imperfecto de sangre, aunque podría ser perfecto, pero la sangre con la sangre se confunde, es difícil distinguirlo.
Normalmente no hago las cosas bien, desconfío de mí mismo.
Vomito, porque estoy realmente mareado.
El cigarrillo se apaga en un charco de sangre y parece que deja ir su alma con una voluta de humo rápida. Casi fulgurante, como si tuviera prisa en dejar este lugar.
 El gato se ha levantado sobre sus cuartos traseros y con las dos patitas delanteras parece llamarme, es una monada...
Los derviches no vomitan, seguro que no lo hacen bien. Deberías vomitar cuando trasciendes, es como un escape de la atmósfera a un millón de G.
Ya me encuentro en otro lugar. El rojo no es sangre, es solo color, decoración.
Está vacío, sigo bailando, pero sin música, hasta mi respiración ha perdido acústica.
Y el rojo se convierte en blanco y al blanco se lo come una viñeta negra.








Iconoclasta

6 de febrero de 2015

Indiferencia o cáncer del alma


Que mueras no tendría demasiada emotividad en mí. Tal vez una escueta sonrisa de satisfacción, no más.
Es que eres tan poco importante, que si vives o mueres, no consigo sentir nada. No causa emoción alguna en mí tu estado.
No servías ni de adorno. Aquel tiempo contigo fue tan insulso y árido, que no dejó lugar para la añoranza. Arrasaste lo que fue y lo que pudo ser y yo aprendí que no importaba. Que solo era cuestión de esperar pacientemente salir de ese pozo de hastío que era la vida contigo.
Me acuerdo de ese sol que mataba el deseo de caminar y las largas horas muertas compartiendo espacio contigo. Esa sensación de vacío y de pérdida de tiempo que solo se aplacaba cuando por fin te ibas a trabajar... Qué descanso...
Me acuerdo de libros y películas que vi solo; pero no tengo un recuerdo definido de haber estado contigo en algún buen momento o lugar. La vanidad no es compañía, es un persistente desagrado.
Es razonable, que si vives, mueres o te haces millonaria, no me interese.
De hecho, no lo sabré.
El aburrimiento que producías destruyó cualquier interés pasado y futuro, si lo hubo.
Si salió algo interesante de aquellos años, han sido estas palabras trascendentes solo para mí. Y esta indiferencia que me preocupa en cuanto a que pudiera no ser humana, o una lesión, o un tumor cerebral...
Menos mal que retrospectivamente el tiempo pasó volando.
Porque podría ser peor: estar aún cerca de ti.









Iconoclasta

13 de diciembre de 2014

Un tedioso paseo


Paseo distraído fijándome en el suelo, porque no me acabo de relajar cuando me cruzo con alguien.
Así que doy patadas a fragmentos de hormigón y asfalto que aparecen en mi camino.
Tal vez debería dar patadas a seres humanos; pero no sería un paseo suficientemente tranquilo para mi gusto.
Aunque tranquilidad no define bien un paseo por las calles sucias, donde los coches dejan estelas de irritantes olores y sonidos en el aire.
Unos gritan sus frutas, otros venden gas, otros son chatarreros...
Me duelen los oídos y alguien con voz monótona y cansina como una letanía, vende tamales.
Me roban hasta el pensamiento...
Le doy una patada a una piedra y ésta golpea la matrícula de un coche estacionado.
Menos mal que hay piedras. En dios no creo; pero las piedras tienen una lúdica inutilidad.
Pateo otra piedra que golpea contra el portón metálico de un garaje particular.
Unos perros ladran furiosamente tras la puerta y un deficiente mental ya mayor, sentado en el bordillo de la acera, cesa de contar unas monedas dentro de una lata de pintura vacía. Me mira con la boca abierta durante un eterno segundo y vuelve a meter su cabeza en la lata.
Hay más piedras y pienso en como sonarían al impactar en la cabeza del idiota. Sonrío.
Cuando la vida ha cometido una crueldad contigo, te sientes autorizado a cometerla también.
De cualquier forma, las crueldades lo son cuando  se cometen. Cuando se piensan son simplemente banalidades de un cerebro  recalentado por el sucio y polvoriento sol de mediodía.
"Partirá la nave partirá...!". Pienso en la vieja canción italiana y mis ganas por salir de este momento de calor, hastío y aburrimiento.
Doy otra patada a un trozo de asfalto y golpea con fuerza contra el plástico de las luces traseras de otro coche estacionado.
Hay un placer insano, casi inmoral, en el sonido de algo que se quiebra. Sea lo que sea.
Llego a un cruce don se acumulan en las esquinas bolsas de basura y otros desperdicios que huelen mal. A mierda pura.
Cosa que no aporta ningún beneficio a mi ánimo.
Y por si fuera poco: "¡Empanadas de atún, empanadas de crema...!". Atruena de golpe el anuncio a través de un megáfono abollado que asoma por una ventanilla de un viejo coche que me rebasa.
Me sobresalto, me irrito, me enfurezco.
Un trozo de hormigón del tamaño de un puño, restos de un tope anti-velocidad, vuela y luego rueda veloz por una patada furiosa que le he propinado.
Adelanta al coche sin tocarlo, para mi desilusión, y queda en el centro de la calzada.
Una de las ruedas del vendedor ambulante lo pisa lateralmente y sale disparado por el aire a una velocidad de mierda, peligroso como puta infectada.
En  ese instante, una mujer de unos treinta cruza la calle y su cabeza se cruza en el vuelo de la piedra.
"Hay un placer insano, casi inmoral, en el sonido de algo que se quiebra. Sea lo que sea."
Desde diez metros atrás, lo observo con la nitidez de una proyección Imax.
La piedra golpea la sien de la mujer y cae en el suelo como un robot de juguete sin pilas, sin un solo grito. Su rostro se ha deformado por el impacto, de los ojos, nariz y orejas mana sangre. Su cabello corto y oscuro parece gelatina de café. Durante unos segundos, los pies patalean frenéticos para quedarse abruptamente inmóviles después.
"¡Empanadas hawaianas...!". El ambulante apenas reduce la velocidad, observa por la ventanilla a la mujer tirada en la calle y acelera repentinamente llevándose su mierda de sonido a un volumen de la hostia.
En parte ha sido culpa mía. O totalmente, me importa poco. Y no hay nadie en la calle que lo haya visto. Y es que paseo cuando a nadie le apetece demasiado.
Saco el teléfono del bolsillo para llamar a la policía. Desde la ventana de una casa, un televisor habla veloz y atropelladamente de cuarenta y pico de estudiantes torturados, mutilados, asesinados y calcinados, no siempre en el mismo orden, en un lugar que me recuerda un reptil: Iguana, aunque habla tan rápido el locutor que no podría asegurarlo.
 Ya con más tranquilidad y ambiente festivo, dan paso a los resultados de los partidos de fútbol.
Guardo el teléfono, le doy otra patada a otra piedra y golpea contra la cabeza de la mujer tendida en la calzada.
"Cuando la vida ha cometido una crueldad contigo, te sientes autorizado a cometerla también."
La rebaso sin dirigirle una mirada y prosigo mi camino. Hace mucho sol, quiero llegar al frescor de mi casa.
Tampoco es para ponerse nervioso por una muerte accidental cuando la costumbre es que mueren por veintenas.
La crueldad en exceso aburre y lleva a la indiferencia. No es que sea malo ni bueno, es así.
Hay días tan mediocres que te arrepientes de haber salido a la calle.









Iconoclasta

25 de junio de 2014

Los reventados


El cansancio agota el ánimo como una sombra que lo traga todo. La fatiga vital es un agujero negro donde los genitales solo tienen la función de excretar.
Solo un esperma aleatorio y escaso mancha las sábanas. Una polución nocturna de mierda.
El placer es para los que pueden respirar sin darse cuenta que lo hacen, como médicos forenses que respiran podredumbre con amplias sonrisas.
Los cansados sufren apneas aún despiertos y huelen la orina vieja acumulado en los rincones de sus sexos.
Los agotados sueñan con dioses y muertos corruptos que juegan con ellos.
Y el sueño no es sueño, es agotamiento. No se despiertan los reventados, se limitan a abrir los ojos.
Con cada jornada empiezan una nueva pesadilla.


El cansancio es plomo, asfalto
y acero embutidos en piel y carne
y bajo las uñas.
Un alambre en la puta polla
un hierro oxidado que tapona el coño.

Es un agujero negro que roba luz y humedad
y la eventualidad de los placeres:
follar y asesinar, si acaso también
algo de drogas y alcohol y
un ocio sexual y perverso.

Elementos pesados en los genitales
que fatigados solo excretan.
Orinan sin fuerza vergas y vaginas
inertes y asqueadas, aburridas.
Los reventados cagan trozos de sí
crispando los dedos de los pies
cerrando los puños en la frente
en los aseos de lujosos almacenes,
en los asquerosos burdeles baratos
infectos de gonorreas y hepatitis.

El placer es para los que respiran
sin esfuerzo, aspiran y cagan.
Los fatigados no despiertan
abren los ojos llenos de tierra,
con los pulmones sin aire y una tos.
Los reventados cambian de pesadilla,
en un mismo mal sueño donde
muere el deseo y la esperanza.
Y el amor se convirtió en mierda
hace tiempo, hace una eternidad.

Los agotados sueñan con dioses
que jalan de sus cojones
y hacen fría carne cruda de los coños.
Los exhaustos solo cambian de delirios,
de nocturnos a diurnos.

Solsticios de otoños eternos
en un planeta seco de ilusiones,
un desafortunado accidente
en un estúpido Sistema Solar.

El sol pulsa sobre los cansados
como un mal tumor radiactivo
oculto entre nubes tristes de cemento.
Ya no queda nadie en la calle
solo ellos y sus resuellos,
caminan cuando nadie les ve.
Reventados de ver siempre lo mismo
se les evapora la sangre en las venas
lentamente muere el esperma
necrosis en las matrices.

Se duermen sin correrse
en la más árida y triste
de las solitarias pajas insomnes.
Deliran con los sexos tibios
y la muerte enfría sus tobillos
con dedos de cuchillas oxidadas.

La plomada de la vida
presiona los intestinos,
cagan sueños mal formados
como bebés de drogadictos
con brazos deformes y orejas roídas
de encías negras y pieles cárdenas.
No queda más de ellos en ellos
que una sonrisa metálica y
unos ojos de incrédula mirada.
El plomo los aplasta y su ánimo devasta.

La verticalidad de la vida,
la horizontalidad fúnebre
de  una muerte que no llega nunca.
Hombres y mujeres boqueando
han mamado semen y orina,
arena y cal...
Exceso de amargo, lo dulce fue escaso.

Tristes amantes de asfixiantes vidas
sabios inadaptados que se anticiparon,
no fueron capaces de soñar
no se atrevieron a engañarse.
Cansados, agotados, cagados por la vida
como peces asfixiándose entre añicos
de una pecera destrozada.
Un buzo de juguete y un castillo de plástico
todo era mentira...

Y así mueren, ahítos de frustraciones,
Reventados...
Han gastado la vida, la han usado
a pesar de todo, por encima de todos.
Nunca creyeron que fuera fácil,
tampoco tan agotador.

 Y yo eyaculo cagándome en Dios...
¡Cómo tira de mis cojones!








Iconoclasta

30 de enero de 2013

Soy nadie




Soy nadie,
mierda para Dios y jueces.
No grito, mascullo escupiendo saliva.
No me duele, sudo.
No creo, ignoro.
No respeto, soporto.
No desprecio, detesto.
No gozo, la meto y me corro.
No convivo, no pedí nacer.
No hay raíces, padre está muerto.
No hay recuerdos, madre está muerta.
No respiro, un océano a los pies de mi hijo.
No habito, soy reo.
No soy eterno, la eyaculación es efímera.
No creo, los observo y  los juzgo.
Soy nadie,
tal vez un pene erecto.
No tengo espacio, soy materia cósmica caída en La Tierra.
No circula mi sangre, no tengo.
No tengo rostro, los ojos miran un espejo árido y vacío.
No soy nada y mi pensamiento truena.
No pienso y ardo con mi alma corrosiva.
Soy nadie y sueño con mundos silentes.
Soy nadie y esplende con dolor la vida en mis ojos.
Asaz vida…
No son nada y muertos y enterrados ocupan menos espacio.
No soy bondad ni equidad, maldigo todo lo que respira.
No tengo compasión por los hijos deformes,
por la piel pegada al hueso,
por un vientre herniado,
por la risa de una madre,
por el llanto de un amor roto,
por la mamada de una boca de encías sin dientes.
No soy paciente, la vida dura una mierda.
Soy nadie, hijo de un semen caído.






Iconoclasta

23 de enero de 2013

El hongo




En algún momento durante su formación en el útero, una espora corrupta del hongo de la vida se introdujo en su organismo a través del cordón umbilical y anidó en su cerebro parasitándolo.
No vivo, estoy parasitado por un hongo putrefacto, repugnante y voraz que deja esporas por todo mi cuerpo. Se llama vida y su nombre científico es Viventes fungus.
Los hongos habitan en lo oscuro y en lo podrido. Tal vez me formé podrido…
Tal vez sea mi parásito, yo mismo.
Se formó en el vientre materno, fue parido y luego creció con la temible conciencia de que su vida iba a ser excesivamente larga. La sintomatología era la de una alergia al planeta y a la humanidad.
La comezón en mis orejas es tan mortificante que la aguja con la que rasco allá dentro, me hace cada día más sordo a los humanos. La esporas que despide mi hongo atraen cucarachas y moscas que dejan sus huevos en mis tímpanos, produciendo fiebre en mis ojos que lo ven todo teñido de negro y rojo.
A pesar de todo, creció para aprender a identificar con certeras palabras la porquería que sus ojos observaban y le rodeaba. Era como si tuviera que convivir con un loco y un cuerdo dentro de un mismo cráneo, y la conciencia de su vida podrida, la auténtica verdad de su existencia, estaba presente en cada segundo de su tiempo.
No se entiende bien a estas alturas de su madurez, si el cerebro es el parasitado o su hongo es el pensamiento humano. Tal vez inhumano.
El hongo putrefacto se ha hecho cada día más grande y cuanto más espacio ocupa, más mina mi humor y esperanzas. La vida, ese hongo repugnante, sabe agredirme una y otra vez.
Rompe mi sonrisa y cualquier afecto.
Cuando hace daño, lo duplica con la siguiente acción. Si me encuentro tendido en el suelo, el hongo encuentra a alguien o algo que me aplaste con más fuerza. Soy perseguido y acosado por ese puto parásito que soy yo mismo.
Es difícil de explicar.
Es imposible.
Es inútil…
Se convirtió en un ser desarraigado de todo lo natural y lo humano. Se hizo cínico. Cualquier cosa animada o inanimada que le provocara una emoción, se hacía indecentemente larga en el tiempo hastiándolo. Estar en el mundo era ser prisionero.
Se convirtió en un psicópata que odiaba la vida.
Grito y conjuro la muerte de mis hijos con una ira desbocada. Escupo sangre deseando la muerte, el genocidio y la destrucción. Soy más malo que ese repugnante Viventes fungus.
He madurado y adquirido mi plenitud, mi pleno desarrollo mental. Soy más sabio que nadie.
Me han despedido del trabajo, no me quiere mi esposa, ni mis hijos.
Si no amo mi vida, no amo la de nadie. No importa que me rechacen porque lo rechazo todo por sistema.
Estoy desbocado. Mis hijos se pudrirán como yo y no importa. No conocen el maldito hongo. Bendita inocencia…
Bastante asqueado estoy de la vida para atender la de otros.
Mi esposa vomitó cuando vio mi pútrido semen en su pubis.
Mis hijos sienten asco de mi aliento.
¿Fue una especie de puta mi madre? ¿Por qué me transmitió ese ponzoñoso hongo de mierda? La odio con toda mi alma aunque esté muerta.
El hongo apenas tarda unos segundos en provocar la mala suerte e infectar la médula de los huesos, el ánimo y la cordura de la víctima. Sus testículos están endurecidos por tumores y sus masturbaciones son sórdidas y dolorosas. Se hace pajas para aliviar la presión de ese semen verde que le duele. Está solo, alejado de todo en un apartamento vacío, sin muebles. Con las paredes cubiertas de un terciopelo negro y viscoso. De hongos de la vida corrupta que su piel suda y contagia.
Soy tan malo como esa seta que me pudre y que lanza sus raíces de estiércol por mi médula espinal. Siento el sabor a mierda en mi boca cada día, cada hora, cada minuto…
Cuando más tranquilos deberían estar los humanos, ante la madurez mental, él se sentía más asqueado de sus conocimientos y de la vida. Reprochaba a su propia existencia su esclavitud eterna en el planeta. El hongo y su pensamiento eran simbiosis pura.
Pero yo sé hacerme más daño y dañar más que él. Puta vida de mierda… Acabaré contigo aunque me joda yo. Nada puede calmar mi ira y mi locura cuando soy agredido por el hongo de mierda. He llegado al límite de la paciencia.
Vida cerda.
Morir es acabar con él. Fumo puros habanos hasta ahogarme, hasta espesar la sangre tanto, que el corazón es incapaz de bombear. Los dedos de los pies se pudren y con ellos la vida: ese hongo asqueroso que me poliniza de miseria y repugnancia.
Me gusta especialmente la parte del puro habano, me gustan los buenos cigarros. Y que me la chupen también, aunque el precio de que un humano esté tan cerca de mí, hace mierda mi erección.
Las paredes hablan. Son colegas del hongo, su universo es un manto de musgo negro y viscoso. Negros muros como sus uñas y la carne de todos sus dedos a los que ya no llega sangre roja.
Todo está mal y a mi familia se le escapa una sonrisa alegre al saberse a salvo de mí. De mi hongo.
—Deberías saber que ellos no están contagiados, solo tú tienes ese hongo, nadie más lo tiene. Tendrás mala suerte y mala vida hasta el fin de tus días. Nadie compartirá la mierda contigo.
—No seas locuaz —le respondo a la pared.
Es genético, es mierda que me pudre con sus raíces extendiéndose  y rompiendo mi ADN y la ilusión. Coloniza el cerebro y la carne.
Y los huesos, amén.
No está registrado el hongo en ningún libro, en ningún ensayo. No hay fungicidas, no hay cura ni tiempo para hallarla. De hecho, solo uno de cada cien generaciones, nace infectado por el hongo de la vida: Viventes fungus.
Es larga la existencia cuando ese hongo asqueroso coloniza la médula de mis huesos, mi bienestar, mi dinero, mi amor…
Lo corrompe todo.
Y yo me hago más daño si puedo, no bajo la cabeza ante nada ni nadie. A costa de mi vida, a costa de todo…
No tengo miedo, solo es asco por la vida, por el hongo repugnante que lanza sus esporas venenosas sobre mi piel y las vísceras. Por dentro y muy adentro.
Vive en lo lóbrego y húmedo de mi cerebro, y es descomposición.
Vivo esperando lo peor, lo que como es para la vida de mierda, para alimentar ese hongo. Todo se lo lleva él: los nutrientes y mi sonrisa.
Cómo lo odio. Es el hongo del hastío, la monotonía y lo gris. El hongo del esfuerzo y la pobreza, la esclavitud y el cáncer.
Odio la luz que ilumina los ojos de los que ríen y odio su organismo libre de parásitos.
El hongo provoca una melancólica envidia, de una forma inevitable. E induce al fracaso y la desesperanza constantemente.
La vida, el triunfo de los demás, es la prueba continua de mi fracaso.
Les infectaría metiéndoles en la boca mi pene lleno de esporas y raíces de pesimismo y fracaso. De malas suertes y lesiones.
De pobreza y necesidad.
Cuando la vida te parasita, no puede haber tratamiento ni amputación, la única salida es el suicidio; pero requiere un valor que se adquiere con el constante sufrimiento y hastío. Y eso llega con la madurez.
He rociado las paredes con cloro y el hongo se ha desprendido convirtiéndose en líquido negro. Mi cigarro se ha apagado entre los dedos y ya no me parece repugante ni difícil beber lejía, esa mierdosa seta me ha provocado tanto dolor y hastío que nada puede ser peor.
Y quiero sufrir para que sufra el hongo también.
Ojalá no exista nada tras la muerte, porque seguro que me esperaría otra pijosa seta.
Brindo con cloro por la muerte de la humanidad.
Maldita sea mi suerte…
Hay quien se pregunta si es posible que la miseria llene tanto la vida de una persona durante tanto tiempo. Tal vez, piensan algunos, que es dejadez.
Tal vez el hongo esté en sus uñas. Tal vez creciendo en sus hijos. Es igual, aunque comieran mierda, el hongo de la imbecilidad, el que infecta a toda la humanidad, les haría ver que comen caviar.


 

 

Iconoclasta