En algún momento durante su formación en el
útero, una espora corrupta del hongo de la vida se introdujo en su organismo a
través del cordón umbilical y anidó en su cerebro parasitándolo.
No vivo,
estoy parasitado por un hongo putrefacto, repugnante y voraz que deja esporas
por todo mi cuerpo. Se llama vida y su nombre científico es Viventes fungus.
Los
hongos habitan en lo oscuro y en lo podrido. Tal vez me formé podrido…
Tal vez
sea mi parásito, yo mismo.
Se formó en el vientre materno, fue parido y
luego creció con la temible conciencia de que su vida iba a ser excesivamente
larga. La sintomatología era la de una alergia al planeta y a la humanidad.
La
comezón en mis orejas es tan mortificante que la aguja con la que rasco allá
dentro, me hace cada día más sordo a los humanos. La esporas que despide mi
hongo atraen cucarachas y moscas que dejan sus huevos en mis tímpanos,
produciendo fiebre en mis ojos que lo ven todo teñido de negro y rojo.
A pesar de todo, creció para aprender a
identificar con certeras palabras la porquería que sus ojos observaban y le
rodeaba. Era como si tuviera que convivir con un loco y un cuerdo dentro de un
mismo cráneo, y la conciencia de su vida podrida, la auténtica verdad de su
existencia, estaba presente en cada segundo de su tiempo.
No se entiende bien a estas alturas de su
madurez, si el cerebro es el parasitado o su hongo es el pensamiento humano.
Tal vez inhumano.
El hongo
putrefacto se ha hecho cada día más grande y cuanto más espacio ocupa, más mina
mi humor y esperanzas. La vida, ese hongo repugnante, sabe agredirme una y otra
vez.
Rompe mi
sonrisa y cualquier afecto.
Cuando
hace daño, lo duplica con la siguiente acción. Si me encuentro tendido en el
suelo, el hongo encuentra a alguien o algo que me aplaste con más fuerza. Soy
perseguido y acosado por ese puto parásito que soy yo mismo.
Es
difícil de explicar.
Es
imposible.
Es
inútil…
Se convirtió en un ser desarraigado de todo lo
natural y lo humano. Se hizo cínico. Cualquier cosa animada o inanimada que le
provocara una emoción, se hacía indecentemente larga en el tiempo hastiándolo.
Estar en el mundo era ser prisionero.
Se convirtió en un psicópata que odiaba la
vida.
Grito y
conjuro la muerte de mis hijos con una ira desbocada. Escupo sangre deseando la
muerte, el genocidio y la destrucción. Soy más malo que ese repugnante Viventes
fungus.
He
madurado y adquirido mi plenitud, mi pleno desarrollo mental. Soy más sabio que
nadie.
Me han
despedido del trabajo, no me quiere mi esposa, ni mis hijos.
Si no
amo mi vida, no amo la de nadie. No importa que me rechacen porque lo rechazo
todo por sistema.
Estoy
desbocado. Mis hijos se pudrirán como yo y no importa. No conocen el maldito
hongo. Bendita inocencia…
Bastante
asqueado estoy de la vida para atender la de otros.
Mi
esposa vomitó cuando vio mi pútrido semen en su pubis.
Mis
hijos sienten asco de mi aliento.
¿Fue una
especie de puta mi madre? ¿Por qué me transmitió ese ponzoñoso hongo de mierda?
La odio con toda mi alma aunque esté muerta.
El hongo apenas tarda unos segundos en
provocar la mala suerte e infectar la médula de los huesos, el ánimo y la
cordura de la víctima. Sus testículos están endurecidos por tumores y sus
masturbaciones son sórdidas y dolorosas. Se hace pajas para aliviar la presión
de ese semen verde que le duele. Está solo, alejado de todo en un apartamento
vacío, sin muebles. Con las paredes cubiertas de un terciopelo negro y viscoso.
De hongos de la vida corrupta que su piel suda y contagia.
Soy tan
malo como esa seta que me pudre y que lanza sus raíces de estiércol por mi
médula espinal. Siento el sabor a mierda en mi boca cada día, cada hora, cada
minuto…
Cuando más tranquilos deberían estar los
humanos, ante la madurez mental, él se sentía más asqueado de sus conocimientos
y de la vida. Reprochaba a su propia existencia su esclavitud eterna en el
planeta. El hongo y su pensamiento eran simbiosis pura.
Pero yo
sé hacerme más daño y dañar más que él. Puta vida de mierda… Acabaré contigo
aunque me joda yo. Nada puede calmar mi ira y mi locura cuando soy agredido por
el hongo de mierda. He llegado al límite de la paciencia.
Vida
cerda.
Morir es
acabar con él. Fumo puros habanos hasta ahogarme, hasta espesar la sangre
tanto, que el corazón es incapaz de bombear. Los dedos de los pies se pudren y
con ellos la vida: ese hongo asqueroso que me poliniza de miseria y repugnancia.
Me gusta
especialmente la parte del puro habano, me gustan los buenos cigarros. Y que me
la chupen también, aunque el precio de que un humano esté tan cerca de mí, hace
mierda mi erección.
Las paredes hablan. Son colegas del hongo, su
universo es un manto de musgo negro y viscoso. Negros muros como sus uñas y la
carne de todos sus dedos a los que ya no llega sangre roja.
Todo está
mal y a mi familia se le escapa una sonrisa alegre al saberse a salvo de mí. De
mi hongo.
—Deberías
saber que ellos no están contagiados, solo tú tienes ese hongo, nadie más lo
tiene. Tendrás mala suerte y mala vida hasta el fin de tus días. Nadie
compartirá la mierda contigo.
—No seas
locuaz —le respondo a la pared.
Es
genético, es mierda que me pudre con sus raíces extendiéndose y rompiendo mi ADN y la ilusión. Coloniza el
cerebro y la carne.
Y los
huesos, amén.
No está registrado el hongo en ningún libro,
en ningún ensayo. No hay fungicidas, no hay cura ni tiempo para hallarla. De
hecho, solo uno de cada cien generaciones, nace infectado por el hongo de la
vida: Viventes fungus.
Es larga
la existencia cuando ese hongo asqueroso coloniza la médula de mis huesos, mi
bienestar, mi dinero, mi amor…
Lo
corrompe todo.
Y yo me
hago más daño si puedo, no bajo la cabeza ante nada ni nadie. A costa de mi
vida, a costa de todo…
No tengo
miedo, solo es asco por la vida, por el hongo repugnante que lanza sus esporas
venenosas sobre mi piel y las vísceras. Por dentro y muy adentro.
Vive en
lo lóbrego y húmedo de mi cerebro, y es descomposición.
Vivo
esperando lo peor, lo que como es para la vida de mierda, para alimentar ese
hongo. Todo se lo lleva él: los nutrientes y mi sonrisa.
Cómo lo
odio. Es el hongo del hastío, la monotonía y lo gris. El hongo del esfuerzo y
la pobreza, la esclavitud y el cáncer.
Odio la
luz que ilumina los ojos de los que ríen y odio su organismo libre de
parásitos.
El hongo provoca una melancólica envidia, de
una forma inevitable. E induce al fracaso y la desesperanza constantemente.
La vida,
el triunfo de los demás, es la prueba continua de mi fracaso.
Les
infectaría metiéndoles en la boca mi pene lleno de esporas y raíces de
pesimismo y fracaso. De malas suertes y lesiones.
De
pobreza y necesidad.
Cuando la vida te parasita, no puede haber
tratamiento ni amputación, la única salida es el suicidio; pero requiere un
valor que se adquiere con el constante sufrimiento y hastío. Y eso llega con la
madurez.
He
rociado las paredes con cloro y el hongo se ha desprendido convirtiéndose en
líquido negro. Mi cigarro se ha apagado entre los dedos y ya no me parece repugante
ni difícil beber lejía, esa mierdosa seta me ha provocado tanto dolor y hastío
que nada puede ser peor.
Y quiero
sufrir para que sufra el hongo también.
Ojalá no
exista nada tras la muerte, porque seguro que me esperaría otra pijosa seta.
Brindo
con cloro por la muerte de la humanidad.
Maldita
sea mi suerte…
Hay quien se pregunta si es posible que la
miseria llene tanto la vida de una persona durante tanto tiempo. Tal vez,
piensan algunos, que es dejadez.
Tal vez el hongo esté en
sus uñas. Tal vez creciendo en sus hijos. Es igual, aunque comieran mierda, el
hongo de la imbecilidad, el que infecta a toda la humanidad, les haría ver que
comen caviar.Iconoclasta
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