Nacen los bebés muertos que caen al suelo rompiéndose todos los huesos, con todos sus dientes amarillentos apretados de tanto sufrimiento. Oyeron, sintieron donde iban a nacer y se ahorcaron con el cordón umbilical para evitar vivir entre ratas, mierda y mezquindad. No sé si es un mandato divino, porque no existe dios. Tal vez fuera Madre Naturaleza quien les habló de la enorme frustración de vivir. No sé… Pero hicieron bien. Yo debería haber sido de la generación muerta. Nací a deshora. Los gobiernos procesaron los millones de bebés cadáveres e hicieron comida envenenada para viejos. Ya no nacieron más bebés, los viejos morían sin que nada renovase el espacio que quedaba en blanco. Y estuvo bien. Como todo estaba perdido, hombres, mujeres y adolescentes se mataban entre sí y se devoraban. Y la última mujer casi anciana que se alimentaba de su hijo de cuarenta y cinco años, gestaba con obscenidad en una hernia de su barriga, a falta de seres humanos, una rata que la devoraba por dentro mientras crecía. Yo tenía hambre… A la rata le arranqué la cabeza con los dientes, aún chillaba. Su cráneo crujía incómodo y sórdido entre mis muelas. Escupí sus grandes incisivos con asco. Y desperté triste porque había voces. Todo fue onírico. Un bebé lloraba vivo en algún lugar de la colmena, mierda… Todo fue mentira. Maldije el nuevo día y le corté la cabeza a mi gato con las tijeras de la carne en la cocina. En mi restaurante preparé arroz cocinado con aguas fecales y albóndigas con carne agusanada que comieron vorazmente seiscientos comensales a lo largo de la jornada. Baratos menús venenosos de infames enfermedades… La enfermedad y la muerte los miércoles ¿o es el jueves de mierda? están rebajadas en todos los establecimientos y las bestias humanas comen con más voracidad. Pinchaban la comida con tenedores y cuchillos que había hundido en el cuerpo de un yonqui hepático que conservo en las cámaras. Pensé en el veneno y su bondad. En la enfermedad y la reparación y el orden de las cosas. Tras cerrar por la noche el restaurante, dejé que escapara el gas por los fogones y tomé de nuevo un vuelo al azar con pasaporte falso. Y soñé que el avión caía y los descompuestos gritaban en sus asientos con horror incomprensible, porque lo muerto no puede morir. Desperté confuso y de nuevo triste. Pensé en aquellas cosas cargadas de maletas que caminaban presurosos hacia la salida y añoré la posibilidad del no nacimiento de los bebés muertos. Pensé en nuevos menús con ternera rellena de excremento de paloma y vidrio molido, con patatas hervidas al curare y pez globo sin limpiar, con café y orina añeja…
A ver si me entienden y pillan el concepto de científico y de líder, las tareas que cada cual tiene. Vamos a ver, presidente o ministro; o lo que cojones quiera que seas. Si tú te has comprado un científico, es para que te explique lo que es el coronavirus, qué hace y cómo se puede combatir. Tú no has comprado o mantienes un científico para que te diga lo que debes hacer ¿lo entiendes? ¿correcto? A menos que seas un perfecto inepto y desconozcas lo que es iniciativa, análisis y autoridad. Digo que si desconoces cualquiera de esas aptitudes de liderazgo, dimite. Deja la política de una puta vez y vete a una granja a cultivar tu propia marihuana. Ese axioma de que la salud es lo primero, es precioso y lo recitan los niños de teta entre mamada y mamada. Es tan vulgar como innecesario para un tipo que debe administrar un país. El científico es una cosa que no tiene puta idea de economía ni sociología. Vive en su privilegiada burbuja de bienestar: tiene una potente paga y un cargo vitalicio. Para él la salud es lo primero porque le sobra la pasta. No piensa en el dinero de la misma forma que no piensas en los ojos cuando ves unas buenas tetas. En Etiopía la salud se puede encontrar en un charco de agua sucia y en un trozo de carne podrida que se la ha caído a una hiena de la boca. No debes hacer, presidente o ministro, lo que el estrecho cerebro de un científico dicta. A ti no te dicta nadie nada. Debes p-e-n-s-a-r qué es lo posible y lo que menos daño cause. ¿Para qué quiere nadie un líder si tenemos científicos acomodados en su poltrona, muy lejos de cualquier necesidad? Así que dimite y le das tu cargo al científico o biólogo que compraste en unas rebajas. Porque, por ejemplo en España, la salud se encuentra en el dinero, no hay otra forma de comprarla o adquirirla. La salud se encuentra en la comida, en el agua y en la vivienda. Y si no eres idiota la salud, en definitiva, se consigue en esta sociedad trabajando. Así que no te creas que tu científico es el puto oráculo de los dioses griegos. Piensa de una puta vez que para eso cobras una pasta y te han votado millones de idiotas. Si no estamos en Etiopía, el dinero es la fuente de salud. Y la inacción, resguardar la cabeza en el suelo como los avestruces, es destrucción y violencia. Y será entonces, pusilánime líder sin coraje, cuando de verdad se desatará una gran crisis de salud. Y no será tan relajante como la del carajo virus o coronavirus. Te lo repito para que me entiendas, y si hay alguien tras de ti, que te lo recuerde antes de ir a cagar: el científico te dice lo que hay, y tú has de hacer lo que se debe según las necesidades de la sociedad que en teoría deberías liderar. ¡Hala, miedoso! Haz tu trabajo de una puta vez y ponte a demostrar el movimiento, porque cagando demasiado tiempo en el váter, no se soluciona nada. La inmovilidad, la inacción y le represión ciudadana es lo que acabará con la salud, tanto que la extinguirá. De jarrones y otros floreros hay hasta en los hoteles de putas, no necesitamos más. Es que hay que explicarlo todo, coño…
Padre… Mírame: la tengo dura por los muertos y los enfermos, por los pobres y los hambrientos. ¿Es legal? El televisor habla de coronavirus y parece de carne, orgánico… En la pantalla bajan lefas escurriéndose como cera caliente que humea un poco antes de enfriarse. Padre: cuando camino el movimiento masajea mi glande y me desespero; el semen hirviendo presiona y no sé como gestionar lo caliente que estoy. Solo acierto a meter la mano en la bragueta. Estoy tan encelado… Encelado de tanta miseria y cobardía que veo y escucho, padre. No sabía de mi mórbida obscenidad. ¿Tuviste algo que ver con esto que está tan dolorosamente duro entre mis piernas y mi degeneración? Mis huevos están contraídos, parecen de cuero, padre. Es también una clara cuestión de mortificación. No me importa el dolor, la muerte y el miedo; solo pienso en correrme. Dime que no estoy enfermo, padre. Padre: ¿Qué hago? Los policías me dicen que tengo la obligación de mostrarles mi erecto y palpitante pene para que me hagan un test con sus bocas ávidas. Agentes de la indecencia… Les digo que tengo prisa, pero me acarician los huevos y una agente fea, se acaricia retorcidamente entre las piernas con la porra. Como yo hago sin poder evitarlo apretando mis cojones con el puño. ¿Qué hago, padre? ¿Les dejo beber de mí? ¿Sabes, padre? Me hubiera gustado que no hubieras muerto y supieras de la excepcionalidad del cerebro podrido de tu hijo. Moriste sin conocerme... Me parece injusto. Padre, hay una epidemia y no consigo enfermar, no mis pulmones. Es mi pene que se expande y llena todas las bocas y todos los coños de los que viven y los que se pudren. ¿Soy yo la infección? ¿O son ellos los que me infectan con su cobardía y mediocridad? Estoy sucio. ¿Estás orgulloso de mí, padre? ¿Los muertos sentís orgullo? Padre, tengo el cerebro podrido y mi pensamiento supura un blanco lácteo y cremoso.
Ahora que dicen que baja el número de contagios y muertos por coronavirus, también alguien le dice a los lelos del planeta que, el virus puede mantenerse en el aire hasta ¡tres horas! Se me ha puesto dura con solo imaginar que es Supervirus en persona. O tal vez es un virus que viaja en un nano globito aerostático. El negocio de la mentira consiste en vender mascarillas hasta para el culo. Si puede mantenerse en el aire tres horas, es muy posible que tenga una toma USB para recargar. Es lógico imaginar también que viaje en los coches gracias a sus patas con garras afiladas que se clavan en la chapa y evitar así que la velocidad lo pueda arrastrar. Además de los coches, las bicis, las moscas y los putos ángeles serán medios de contagio para, los que sobrevivimos cuando el virus viajaba una distancia de metro y poco subido en un moco de estornudo, en el escupitajo de una tos o en la eyaculación en la boca de una puta o sexo servidora que estaba de rebajas por falta de clientes. Esto no es un virus, es un auténtico dron… Así que antes de que el virus se dedique a contagiar por guasap, o mesenyer, más os vale comprar una careta con un buen antivirus Norton o Mcfee. Los que tengáis dinero, invertid en acciones de fabricantes de mascarillas, que pronto serán obscenamente mucho más carillas aún para acabar de joder el dinero del trabajador. No entiendo como con estos virus voladores, ha conseguido siquiera evolucionar la especie humana lo suficiente como para perder el rabo trasero. Es angustioso el futuro que nos espera. Lo cierto, es que la extinción de la humanidad no puede ser más jocosa (carita riente 😁). No puedo creer que alguien no esté contagiado. Ni siquiera Snoopy el dos rabos debería estar a salvo. La suerte es que soy un fumador empedernido y el coronavirus, por mucho que esté detenido en el aire como un helicóptero, no me puede localizar gracias a la nube de humo que me rodea siempre (hasta que la próxima versión del coronavirus incorpore visión infrarroja). Y otra cosa, ni se os ocurra soplar para alejarlo de vuestra nariz o boca, porque es pesado como el plomo. Es con toda probabilidad radiactivo. Ser humano es ser (salvo alguna rareza o excepción) un gusano sin cerebro. Va a ser divertido el asunto de las mascarillas y sus muertes cuando el coronavirus use un taladro para entrar por ellas. Parafraseando el célebre diccionario del gato Jinks: Coronavirus “volaó”: Eso no existe y si existiera, valdría una fortuna. Idiotas. Tres horas volando, flotando. No mames, wey… El reservorio del coronavirus no es el pobre pangolín, son las películas de Harry Potter.
La velocidad de morir es la más lenta que existe. Morir cuesta toda una vida. No hay unidades ni cifras aproximadas para medir esa velocidad desesperante. Solo sé que cuando miras atrás han pasado demasiadas horas malas. Cuando llega el momento de palmarla, piensas que ya te podrías haber ahorrado tanta vida de mierda, innecesaria. Siempre hay un amargo sabor cuando te llega la muerte, hubieras preferido ver morir a muchos que conoces antes que tú. Al morir no te arrepientes de nada, solo hay esa desagradable sensación de que algo está mal en la vida. Ha sido todo un continuo fraude, un mal vivir. Una sensación de timo que entristece la última respiración. Romanticismos aparte, definitivamente, morir es la más triste y anodina marca de velocidad. Te dan una medalla de estiércol en el mejor de los casos. La mayor parte de los seres intentan ser lentos, siempre quieren ser los últimos en llegar. Pues que se jodan. Hice grabar un epitafio en mi lápida: “A los que os hice daño, no fue el suficiente. Esa es mi condena.” Y heme aquí escribiendo desde este fresquito limbo. Maldiciendo mis huesos enterrados por lo muy lento que fue morir. Si llego a saber que se está tan bien aquí, me hubiera decapitado hasta con un cuchillo de untar mantequilla. ¡Qué hijaputa la muerte! Qué mala faena me hizo…
¿No sienten pudor o vergüenza alguna los serviles que aplauden a los policías (sean civiles o militares)? Se les debería caer la cara de vergüenza. ¿Son tan lerdos que no han visto en los rostros de los policías la cara más nítida y sincera del fascismo y su represión? Los policías han asumido que cualquiera que camina por la calle es un delincuente en potencia. Y con dedicación absoluta acosan ferozmente. Policías liderados por políticos y políticas de supuesta izquierda y clara orientación (supuesta también) hacia el bienestar de la clase obrera y clase obrero, como son el PSOE y Unidas Podemos. Esos grandes defensores y defensoras de la justicia y el justicio social, no han sentido temblor alguno en sus manos (como tanto les gusta decir a Pedro Sánchez) para lanzar a sus perros y acosar a la población instaurando semanas de régimen carcelarios, oscurantismo y ruina. Pero todo esa verborrea de justicia social, la tienen tan metida en el culo, que si sentaran deprisa en sus butacas, sangrarían. Tal vez el timo de todo esto del coronavirus COVID-19 se encuentra en que han de hundir en la miseria al país para tener la herramienta legal que les de acceso e impunidad para intervenir las cuentas particulares de los ciudadanos y confiscar sus ahorros. Supongo que ese es el gran plan. El famoso corralito, un robo perfecto. Lo han probado y les ha gustado, como los cerdos se vuelven histéricos al probar la sangre. El poder de la dictadura les ha fascinado. Tanto que se han convertido en la reencarnación de Francisco Franco y Arias Navarro. Así de fácil. Les ha encantado convertir a la población enferma y sana, en peligrosos delincuentes a los que “confinar”, acosar, multar y encarcelar. Lo más divertido, es que esos mismos ciudadanos aplauden cada tarde, festivamente, a sus carceleros. Tiene una explicación: cobardía e ignorancia son los pilares básicos sobre los que se asienta toda dictadura. ¿Aplausos? Solo es servilismo e indignidad. Y el miedo más vergonzoso que jamás haya visto en mi vida. El acoso y el abuso policial es algo normal, estaba cantado que todos los cuerpos tendrían la absoluta dedicación a perseguir y controlar a ciudadanos, que la absoluta negligencia y omisión que demuestran en tiempos corrientes para controlar a la verdadera delincuencia. Un brazo en alto por los generalísimos Pedro Sánchez y Pablo Iglesias, futuros amos del corralito. Y por sus fieros y eficientes perros. Que duerman felices las ovejas, las estúpidas ovejas.
Y una mierda. ¿Y los que han muerto? Más vale tener las hojas bien afiladas. Si un cuchillo no corta, no comes. Es solo una ley básica de supervivencia. Todo consejo es bienvenido cuando una gran parte de la población piensa que el gps del teléfono le podría dar de comer sin más esfuerzo que abrir Google maps. Cuando los adultos y viejos cantan que todo va a ir bien, escupiendo a los muertos en una burla preñada de hipocresía cobarde y venenosa. No hay final feliz, no está ocurriendo semejante cosa. Y cuando acabe, el recuento de muertos no será motivo de orgullo o alegría. Nada habrá ido bien. La longitud y el buen filo de un cuchillo pueden marcar la diferencia entre el hambre y la comida, entre el más débil y el más fuerte. En definitiva, entre vivir y morir. Por otra parte, usar un cuchillo es menos agotador que ir olfateando los contenedores de basura en tiempos de crisis. La inmovilidad y el miedo, matan a más gente que cualquier enfermedad. Si algo lo demuestra, son los campos de exterminio nazi y la obediencia de los judíos. Y es que la obediencia ciega se debe a una ingenuidad fruto de una decadencia social que provoca dependencia hacia el brujo de la tribu o el puto presidente de una nación. La ingenuidad lleva inevitablemente a la humillación y tras unos días de vida de mierda, a la muerte. De morir no te libras; pero de la humillación… Bueno, es una cuestión de cojones, seas macho o hembra (podría decir de valor; pero no me sale de la polla). Un síntoma de decadencia en una sociedad es el excesivo número de amistades que cada individuo ostenta, siendo necesarias para soportar su mediocre y triste existencia; porque si se queda solo, se muere de asco de llegar a conocerse. Otro síntoma, tal vez el que demuestra definitivamente que los individuos de esta sociedad están absolutamente castrados, como animales de granja talmente, es la ostentación y alarde que hacen de su cobardía en nombre de la paz y las buenas vibras. No es nada nuevo, desde hace siglos por ejemplo los machos, se van a follar con putas en grupos. Ni eso son capaces de hacer solos. Cuando la chusma precisa para sentirse protegida que, cualquier imbécil de sus congéneres le diga que todo va a ir bien y le creen, es que la sociedad ha descendido ya muy abajo por la vertiginosa curva de la decadencia y degradación social. Sus individuos adultos y viejos, se escudan en las palabras “todo va a estar bien” cuando todo se derrumba. Y cantan y hacen cosas infantiles, inservibles y banales en sus últimos momentos de bienestar, justo unos segundos antes de ser arrollados por una destrucción para la que no están anímicamente preparados por esa cobardía con la que se les ha castrado durante años y años de adoctrinamiento generacional. Hacen como que no sucede la muerte y tienen un miedo que se cagan, dan las gracias servilmente a las cajeras del supermercado por “estar ahí” con toda su irreprimible cobardía y escuchan las noticias con el corazón en un puño. Es repugnante, es asqueroso que mientras muere gente a miles, los adultos de mierda se dicen a sí mismos que todo va a ir bien. Nótese la repugnante hipocresía y la mierdosa solidaridad: solo si ellos viven, todo irá bien. ¿No notas un vómito subir a la boca? Nada va a ir bien, mientras pronunciáis el mantra de la cobardía y lo creéis, están muriendo, lelos. ¿Qué es lo que puede ir bien? No eduquéis a vuestros hijos en la cobardía, los pusilánimes no tienen nada de que sentirse orgullosos. Ignorar la muerte de otros, es tanto como celebrarla. Y la ignoran por ese miedo que demuestra lo necesaria que es desde ya una selección natural. Los que no sean demasiado ingenuos unos minutos antes de morir concluirán que la sociedad está acabada. Cuando se ha constatado que la sociedad ya está en proceso de derrumbe, llega la violencia, la destrucción, el hambre, la sed, más enfermedad y las muertes sin funerales (como ya estamos acostumbrados a verlo en países africanos y algunos asiáticos; no debería sorprender a nadie, no es ninguna novedad el proceso de la muerte de una sociedad). Cuando han muerto los necesarios, comenzará otra reconstrucción social. El resultado de la nueva sociedad dependerá de si los que quedaron vivos para realizar semejante tarea, eran más o menos idiotas. Suponer que hubiera alguno inteligente, sería cometer otra ingenuidad nivel “todo va a estar bien”. Es el proceso de toda civilización o sociedad: crecer, decaer, morir y reconstruir para volver a crecer hasta el próximo apocalipsis. ¿No es maravillosa la simplicidad y claridad que otorga el hábito de lectura y pensar por uno mismo sin escuchar al imbécil que dice “todo va a ir bien”? Nada ha ido bien, lelos. Nada va bien mientras mueren seres bajo vuestras engalanadas ventanas de mierda con dibujos de patéticos arcoíris. Ya nada puede ir bien con los que han muerto, gilipollas. Si no se odiaban, si no los han matado ellos, los muertos no son para hacer fiesta; no si el cerebro está sano, hijoputas. Zoi hun jenio… Por otra parte me gustan las mujeres con lencería translúcida, si son morenas en blanco, si son rubias en negro para que haya contraste. Están preciosas y follables con esas indiscretas blondas revelando sus pezones y sexos. Me gustan de verdad. Ñam… Nada está bien, ni irá bien. Solo sumaremos muertos mientras follamos.
Esos segundos que sin previo aviso, por causa de algún olor, de algún tacto, o de algún pensamiento volátil e imperceptible; detienen el corazón, te roban un latido, dejan en suspenso la vida y te arrastran inevitablemente a la añoranza de un beso, un abrazo. Aunque claves las uñas en tu propio pecho, te arrastrarán a la inquietud del recuerdo de un dolor, de una muerte, de un engaño, de una frustración. Cuando la aguja del reloj se detiene demasiado tiempo y deja en suspenso el alma porque una palabra necesaria no se dijo o escribió en el momento adecuado. Ese segundo que marca el funesto aviso de que tal vez es hora de despedirse, si tienes a alguien de quien hacerlo. El segundo que te transporta a un mundo absurdo y ajeno cuando ves a padre muerto. Con el color de la carne fría de los cadáveres y la nariz hinchada. Las manos parecen de plástico… Ahí no hay ni un ápice de calor… Pobre padre… Cuando la miras y sientes la imperiosa necesidad de abrazarla, de decirle que ha sido tan difícil llegar a amarla… Que has tenido suerte de llegar a este momento y no haber muerto antes. Esos segundos de amor, dolor o miedo son tragedias por bellos que puedan ser. Porque duran eso, un segundo miserable. Un segundo para un infarto es suficiente, y te da el color de la carne fría. Oh, padre… A veces se repiten hasta doblarte, como si quisieras vomitar. Oh, madre que no vi tu carne fría. Qué suerte recordarte hermosa. Un beso, mama. Otras son simplemente irrepetibles y te frotas un poco las manos desesperado. Y sin darte apenas cuenta, recitas el rosario de los segundos. Soy hombre porque pesa la vida y soy un titán. Soy hombre porque temo el dolor de morir. Soy hombre porque he amado. Soy hombre porque he odiado. Soy un mierda porque lloro. Y una hiena porque río. Una bestia desbocada cuando pego. Un charco de sangre cuando me pegan. Unas uñas desgarradas cuando me precipito. En solo un segundo tengo la concreta definición de lo que soy, por mucho que duela. Tal vez por eso el corazón se detiene, para que preste absoluta atención a la miseria a la que me reduce un segundo. Segundos que marcan la diferencia entre amar y odiar… Si fueran horas trágicas, haría muchos años que estaría muerto, tal vez antes de llegar a joven. No sé si es suerte o naturaleza que los segundos de dolor y humillación sean los que más abundan en el reloj. Tal vez soy pesimista; pero no encuentro suficientes razones para el optimismo. Una o dos cada veinte años a lo sumo. Ya no queda ninguna veintena. Cuando te das cuenta de que es tarde, más vale que tengas una buena sobredosis de sedantes a mano. Porque de sufrir no te libras. Si el segundo no te mata, te mata una hora durante días. Cuando es tarde, el segundero se detiene y solo avanzan las horas. Sé atento. Sería lo peor que te podría pasar. Sé astuto. No te fíes de los segundos que tardan más de dos respiraciones. Determinación. No vivas, evita como sea una hora trágica, son trampas de eternidad.
Donde vivo, hay una calle: El Carrer Perdut (la calle perdida, en catalán). Durante una epidemia de peste en el siglo XVII, se tapiaron los dos extremos de la calle para matar de hambre y peste a los enfermos y evitar más contagios. Y así estuvo cerrada por mucho tiempo, con los cadáveres pudriéndose hasta que se dieron cuenta de que aquella calle y los que vivieron en ella, se perdieron en la memoria. Alardean de que Ripoll es el bressòl de Cataluña (España), o sea la cuna; donde se fundó. No es de extrañar por su tradición que, el presidente de Cataluña (un tal Torra) y otros “valientes” y aguerridos catalanes de pura casta y sangre más pura y privilegiada aún, intente hacer lo mismo con algunas ciudades catalanas especialmente castigadas por la epidemia, y con sus propios paisanos para evitar más contagios de coronavirus. Porque ya se sabe que, muerto el perro se acabó la rabia. Es solo un ejemplo de vileza y ruindad humana, porque en el otro extremo de España, en el sur, Cádiz más concretamente; están dispuestos, y lo han intentado de corazón, matar a pedradas a los enfermos. Da igual que seas catalán, andaluz, belga, inglés, alemán, mexicano, judío o moro. La vileza es la marca de la raza humana, se extiende por todo el planeta en todas las direcciones. Junto con las estafas y mentiras del poder, la ruindad y la envidia es lo más global que existe. Esa basura que predican los seres celestiales que están de incógnito en la tierra (de ahí que no veamos sus putas alas) de la solidaridad como virtud del ser humano en malos tiempos; es una falacia populista y repugnantemente sensiblera. Un insulto a mi inteligencia y sabiduría. Los hijoputas que asesinaron hace siglos a sus vecinos en Ripoll y los actuales hijoputas que intentan matar a pedradas a los enfermos en Cádiz; son solo una pequeña y anecdótica muestra de toda la podredumbre que hay en las granjas humanas, en las ciudades y pueblos del planeta. Yo apuesto por que el coronavirus se convierta en una herramienta de extinción y el virus mate lo que deba morir de una vez por todas. Que use el tiempo que sea necesario y que llegue también a exterminar a gente muy importante del mundo de la política, la economía y sociedad. Eso ayudaría a pasar con mejor humor la puta cuarentena de mierda. Porque al igual que pasa con los perros y la rabia; muertos los cerdos, se acabó la peste porcina.
Los lugares que sueño los reconozco emocionalmente, están impregnados de recuerdos, de mis vivencias pasadas oscuramente proyectadas en insondables penumbras. Pero sus formas y arquitectura, son absolutamente irreconocibles. Jamás estuve allí, jamás existió algo así; y sin embargo, tan familiar. Hay alegrías y tristezas secretas a las que accedo cuando ciego me topo con ellas y duelen sordamente, incluso con ternura. Pensamientos que allá se quedaron flotando para siempre. O sea, hasta que muera. Grandes espacios grises e imprecisos, nada parecido a lo que de verdad eran en la vigilia de tiempos pasados. Y el silencio… La muerte debe ser así… Desasosegantes lugares donde oscuridad y penumbra ocupan grandes volúmenes que me arrancan el aire de los pulmones con su atmósfera hostil. Su presencia es ominosa y desesperadamente adictiva. Todas ese gas de oscuridad y misterio absurdo… Grises y oscuros, hasta casi ser negros… Y estoy tan bien en ellos… Poseen una intensidad perturbadora que nada en la vigilia tiene. En mis sueños no soy consciente de la oscuridad hasta que algo se mueve en ella e intento enfocar qué es. Pienso que mis ojos están muy enfermos, que no captan luz. Y me doy cuenta al palpar un bulto, que es alguien que conozco, que conocí durante mucho tiempo. Lo observo en mi mente, pero no en mis ojos. Las palabras de la oscuridad que es persona, están perfectamente sincronizadas con la imagen que de ella recuerdo. En los lugares de mis sueños no puedo apreciar los detalles y me angustio. Sé dónde están las paredes y las cosas que fueron cotidianas en ellos, pero los colores, sus vibraciones… ¿Existen cadáveres de cosas? Como si una pena cubriera los bordes de todo. Me canso de abrir los ojos para nada, me angustio, me siento desvalido. Y está bien, ser desvalido y dejarse tragar por las penumbras, no luchar ya… En los grandes espacios oscuros y difusos, morir es dulce, morir es consuelo. Me gusta tanto la luz en la vigilia… Amo la luz con la misma medida que la oscuridad cuando la creo, cuando me oculto en ella. Pero la oscuridad de mis sueños, me oculta a mí mismo. Me difumina hasta ser nada. No veo mis manos cuando acaricio su sexo húmedo y profundo. La gente que dejé de ver hace años, en los lugares de espacios penumbrosos tienen conmigo la familiaridad del día anterior. No quiero preocuparles diciéndoles los muchos años que han pasado. Los aprecio así como eran. De hecho, no tengo ningún interés en saber como son ahora. Un compañero habla conmigo, trabajamos en un tejado a muchos metros del suelo que se supone que hay en esa insondable y profunda oscuridad bajo nuestros pies. Da un paso en falso y cae por un agujero por el que no podría haber pasado jamás. Y muere ante mí, antes de que sus ojos desaparezcan. Es desesperante, porque la muerte es tan rápida, es tan silenciosa… Es coloquial de una forma cruel y desinhibida. Mata a la velocidad de un saludo, de un ¡ay! Las distancias de tiempo y espacio son tan grandes en mis sueños, que cuando observo mi piel tiene el color del cemento viejo, de ese gris herrumbroso que se desmorona al mirarlo. Distancias y tiempo, que pudiera ser fueran la misma cosa, me impregnan de melancolía. De una entrañable tristeza que atraviesa mis ojos que no ven y se extiende tras ellos hasta lo más profundo del cráneo. Me despierto como de una pesadilla, con la respiración entrecortada. La tristeza continúa pulsando en mi cabeza hasta que vuelvo a fumar un cigarrillo que templa el ánimo. Tengo la impresión al despertar que aquellas personas estaban muertas y no lo sabían. Las que aún viven. Siento que pierdo algo al despertar. Ya no volveré a esos lugares oscuros de dimensiones extrañas e inabarcables. Espacios que guardan oscuridades vitales, trozos de lo que fui y sentí. Porque cada sueño es una melancolía, una precisa tristeza que no se repite nunca. Trozos de oscuridad que no puedo llevar a la realidad. Pedazos oscuros que contienen tiempos largos como vidas enteras. Hay una tragedia que se clava en el vientre en cada sueño. Despertar es volver a la mediocridad, toda aquella oscuridad triste y densa, tan intensa como el latido de un corazón se desvanece repentinamente, se rasga con la luz de la realidad. No puedes arrancar un trozo que llevarte de consuelo. Amo esa melancolía, esa tristeza misteriosa. Las temibles y grandes penumbras que me hacen especial en un mundo único. Y la tristeza va grapada siempre a otra tristeza. Pérdidas abstractas que no acabo de entender e identificar; pero que siguen presentes durante muchas horas en la vigilia. Es tan perturbador que me encuentre con ellos en un presente que es pasado. Mi pasado borroso y deforme. La ingenuidad de esas personas hacia el tiempo que aplastó y mutiló lo que éramos para crear nuevas versiones es desconcertante. La tierna ingenuidad de los que no saben y habitan mis colosales espacios oscuros… ¿Quién soy yo para preocuparlos y decirles que no existen ya? Dejaron de ser aquello. Palpo la oscuridad que se agita, hablo con un amigo que cumple años y me obsequia unas botellas de cava que sobraron en su fiesta, ya que no pude asistir. No quise ir. A veces me regalan cosas que no están enteras, les falta alguna parte, o algún elemento auxiliar que las hace patéticas e inservibles. Siento pena por ellos que no saben que regalan cosas muertas. Las botellas tienen los tapones flojos, se caen con solo tocarlas, lo de dentro no huele a nada; pero él sonríe feliz de regalármelas. Esas cosas taradas, regaladas con sincera cordialidad, me provocan una extraña y asfixiante melancolía que se extiende a mi corazón y lo masajea torpemente, robándome un latido al despertar, una inspiración de aire que no acaba de llegar a los pulmones. La he besado, abrazado y follado tantas veces… No veo su rostro y sexo en la oscuridad. La observo con el pensamiento. Y es ella, reconozco su voz, siento su amor reptar por todo mi ser. Ella plena, ella que me ama, ella que me desespera. Ella en su inmensa presencia difusa que penetra por todos los poros de mi piel y hace una realidad inquebrantable del sueño del lugar oscuro. Y me quisiera arrancar la vida a puñados cuando despierto y ella se quedó allí en los lugares que sueño; dejándome solo a mí mismo. Un día no despertaré, me quedaré para siempre en los lugares que sueño, que son míos, que son mi vida entera. Espero ese día con ilusión, mascando el hastío hacia la vigilia, ese pozo inmundo de lumínica vulgaridad y asepsia. A veces me duermo con la firme voluntad de encontrarme con ella y ese amor aplastante y extraterrenal que emana. Le digo que es una diosa; pero no imagina lo sincero que soy. Muchas veces no lo consigo y vivo con triste ansiedad los tiempos de los lugares que sueño. Y trabajo en cualquier cosa en el banco de un taller hasta que un bulto que se siente solo, se agita en la oscuridad para saludarme con alegría desde su difusa y oscura naturaleza. Era un amigo que conocí en un curso de electricidad, al que ayudé… Y otro sueño más que pierdo, otro día anodino en el que despierto. No quiero despertar y escribir esto a la luz, quiero no escribir allá, en los lugares que sueño. Quiero dejar de despertar, por favor…
¿Os habéis fijado en esas reses que caminan presurosas por las calles, como las ratas al salir de la cloaca? Con sus mascarillas y guantecitos, con la cabeza gacha para estar a salvo de alientos ajenos. Así son los delatores que venden a quien sea por conseguir un favor o para distraer su cobardía repulsiva. En todas las épocas aparecen; con la cabeza inclinada y la mirada infecta de envidia y cobardía. Llenando con sus mugrientas ambiciones y mentiras cárceles, pelotones de fusilamiento, campos de concentración y hornos crematorios. Desde sus patios, tierras, balcones y ventanas espiando quien se mueve, inquietos con su pensamiento podrido, corrupto y moral. Me encanta esa podredumbre humana, me fascina observarlos y saber que morirán con sus mascarillas y guantes entre orines e intestinos vaciados, con los pulmones hechos jirones. Es precioso… Incluso pestañeo emocionado. Qué bueno… Y como soy un tanto necrofílico, me acucia la perentoria necesidad de masturbarme ante los enmascarados y enguantados cadáveres. Me he puesto cachondo con mi gran y precisa imaginación. Gracias a mi prodigiosa mente, visiono cadáveres a trillones de megapíxeles de definición, a diez millones de putos K. Si pienso en la carne muerta de los miedosos delatores me pican las palmas de las manos y no puedo dejar de imaginar la absoluta dedicación de buitres y ratas en su diligencia eliminando mierda. ¡Cómo les gusta y disfrutan de su trabajo! No sé si yo podría comerme los ojos de esos puercos. Soy un tanto mirado con la porquería. ¡Pá correrse! ¡Hala, ahí va! Decenas de miles de hijos míos que podrían haber nacido… Pobres hijos míos deslizándoos sobre el rostro de indecentes muertos. N.del A.: me ha faltado imaginar algún héroe francotirador cazador de enmascarados y enguantados delatores; pero nada es perfecto. A veinticinco de marzo del año del coronavirus y vuestro señor dos mil veinte. (Era de la Cobardía, como si alguna no lo fuera)
Yo no quiero, no busco que veas bondad alguna en mí, cielo. No pretendo que te enamores de mi humana generosidad. Ni la tengo, ni la quiero. Te amo. Y amarte, no me hace bueno. No sé a quien se le ocurrió pensar que amar te hace más piadoso. Amarte no puede refrenar, en modo alguno, mi repulsión hacia la humanidad. Todo lo contrario, amarte hace más horrible la faz humana. Todo lo que no eres tú… Cosa que te convierte en el ser más amado del mundo. ¿Sabes un secreto, cielo? Quiero ser una bestia feroz aplacada entre tus brazos. Una bestia cansada y herida. Penetrarte ante la mirada del dolor humano. Lamer tu coño ante los agonizantes y los hambrientos. Y fumar el primer cigarrillo de la íntima mañana frente a ti, con un cráneo humano de cenicero y un café tan dulce como tú. Lo más hermoso de estas palabras, es el atroz amor que destilan por ti. Y lo más implacable de mi amor es que desconoce el concepto de literatura. Aunque no me ames, estás condenada, maldita… Seré tu enamorada sombra impía. Sin consideración alguna o supuestos de bondad hacia emociones humanas: Te amo, cielo.
¿Oyes reptar con sus mil patas a la muerte por las paredes, las de tus pulmones? No te fíes si está todo bien ahora, pasa como con los ataques de corazón. Son sorpresivos y no dan tiempo a despedirte de todos esos hijos de puta que has ido conociendo a lo largo de una vida de mierda. Haz lo que debas, lo que quieras; con la condición de que tu vida sea cómoda entre los puercos que te rodean y te han rodeado. Di lo que conviene, sé oculto y secreto. Miente, y sé muy selectivo con quien dices las verdades con esa persona o dos que pueden oírlas, de entre los millones que viven sin que sea necesario. Ante todo piensa libre, sin respeto, con ferocidad, con crueldad, sin condolencias. Sonríe por dentro. Di que lamentas los muertos. Imita la empatía ajena, con la que no naciste. Nunca digas que tu libertad es más importante que todos los que mueren o puedan morir tarde o temprano. Solo piénsalo. Es liberador, valga la redundancia. Nadie merece ninguna sinceridad. Que parezca que respetas la repugnante sociedad a la que emergiste del coño de tu madre. Sin pedirlo, sin responsabilidad alguna de toda la mierda que te culpan. De todas las putas responsabilidades y deberes que te quieren colgar de la polla. Muere libre, sin alegría, sin sentir que has sido feliz y que tu vida ha sido plena. Muere con ira, mordiendo el cigarrillo con fuerza. Evoca e imagina todos los que han muerto antes que tú y pensaste: “Bueno… ¿Y a mí que cojones me importan?”. Los que aún viven (desgraciadamente), si supieran de tu muerte ni pestañearían. No eres querido, nunca lo has sido. Comprende bien el concepto. Morir es un trámite, el último de esta piojosa vida. No te preocupe el alma. Se descompondrá a la vez que el cuerpo. Alégrate así, de haber muerto mucho después de otros. Ellos solo sirven ahora de colchón a tus huesos. Ya sabes, quien ríe el último… Pero tú no rías, sé feroz hasta el último hálito de vida que te quede. Que nadie pudiera llegar pensar por un segundo que en esta repugnante sociedad fuiste feliz. Deséales una corta vida y lárgate cuanto antes. Llévate un virus en tus huesos y el día que por un terremoto o una excavación aflore la miseria que de ti queda, también se desentierre un bendito virus que haga el trabajo que nadie se atreve o puede hacer en un futuro que será necesario si aún existe la especie humana. No es por justicia o ecología, es solo una maldad que trascendería más allá de la muerte.
Te pienso y te necesito. Te ansío más concretamente. Te ansío y deseo besarte los cuatro labios. Te deseo y se me pone dura, intento estrangular el flujo de sangre con el puño; pero sigo irremediablemente erecto. Me hechizaste en algún momento de los siglos. Te adoro como diosa y me masturbo en un sacrificio de leche y carne. Sin pudor, sin recato. Sin vergüenza… Mis pornógrafas obscenidades son mi orgullo; mi privilegio de amarte. Te amo y lloro por el semen que se enfría muriendo desamparado en mis pies. Te sueño y deseo decirte todo esto al oído, como un susurro, como un roce de la pluma en el papel que erice tus pezones y haga dura la perla de tu divino coño. Te sueño y no consigo emerger a la realidad. Te necesito y es locura que anida en tu sexo rutilante.