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25 de junio de 2015

Un cerebro un tanto disperso


Una vez has vencido el cuerpo, lo has fatigado y ha quedado exhausto, ya se puede contar con unos minutos de paz interior.
Al pensamiento, esto es, al cerebro, no le importa cuán injusta es la vida, si estás enamorado, te odian, si reciclas la basura (cosa que no hacemos ni el cuerpo ni el cerebro) o si los huevos han caducado y hay que comprar otra docena más para que sigan decorando el cestito huevero de la cocina que tan precioso queda aunque quite mucho espacio para preparar los alimentos.
El cerebro se dedica en esos momentos a gestionar cosas como el ritmo cardíaco, la respiración, la glucosa y los mocos que hay que expulsar vía oral o bien exprimiendo la nariz.
Hay paz quieras que no.
Bueno, una erección delata que el cerebro se dispersa un poco, no acaba de estar por la labor.
Y se filtra la imagen de unas piernas que a mitad de los muslos empiezan a estar cubiertas por un vestido liviano. Alzadas sobre unos zapatos descubiertos de tacón muy alto, se muestran potentes, hermosas, torneadas, bronceadas hasta el hambre y con un tono muscular que hace magma las arenas del desierto.
Y piensas que Dios es una cafetera observando semejante divinidad.
El vestido corto hasta la erección, hace un stop en sus nalgas, de tal forma que la boca se siente seca y la lengua acude a los labios para remediarlo. Y desearías deshacer con la boca el nudo de ese cinturoncito de tela que reposa en ese culo remarcándolo.
El vestido sigue realizando su función hasta llegar a los pechos, ahí se detiene con soberbia, y además hace boato de un escote decorado con unos cabellos negros que son la paranoia del deseo.
La cadera ha sido delatada: su función es poner las manos en ella para afianzarse con fuerza, no encuentro otra utilidad (aunque tenga que ver con lo motriz) en esa belleza.
Las pantorrillas lucen hermosas sin ser musculosas, estilizadas...
Y el bronce de la piel sigue siendo la cosa más pecaminosa que pudiera imaginar aún estando horriblemente cansado. Más de lo que estoy.
Creo que el cerebro no está controlando como debiera el ritmo cardíaco, la respiración o la metabolización de la glucosa; parece que se ha empeñado en llevar toda la sangre a mi bálano y dejar los pulmones y corazón en segundo plano; como un stand-by de un equipo HI-FI  que mantiene el CD de los Rolling de la canción Satisfaction en su interior sin sonar.
Y ahora mismo me encuentro en la disyuntiva de acariciar el maldito pene y darle consuelo o golpearlo con el puño para que me deje descansar tranquilo.
Llamo al orden al cerebro con un "no seas imbécil" para que cuide de mis funciones vitales con más decoro, cosa que da resultado.
Bueno, por unos cinco segundos.
Porque por fin, el vestido acaba en unos minúsculos tirantes que reposan en unos hombros deliciosamente menudos, deliciosamente adolescentes. Deliciosamente besables y lamibles.
Éstos, además, crean unas clavículas que acogen al cuello por el que la lengua se desespera por arrastrarse hasta llegar a esa boca de labios gruesos, decidida y puramente carnales.
Pienso en los besos de amor y mi pene entre esos labios. Sin piedad.
Estoy cansado, joder...
Y ahora imagino esa piernas tensas y fibradas  separadas, realzadas por los tacones de aguja, mi manos en su cintura y mi paquete pegado a esas nalgas desesperantes. Sus manos en la pared. El vestido ha subido para mostrar su hot panty negro que transparenta los dos perfectos músculos que parecen vibrar por la tensión que les transmiten las piernas en un forzado equilibrio.
Si no estuviera tan cansado...
Si mi cerebro no estuviera jodiendo y se dedicara más a las cosas del metabolismo.
-Querido ¿quieres algo fresco?
Penetrar... Es lo que me indica mi cerebro, me resisto a ello, porque tras dos horas de subir y bajar montaña arriba, no estoy completamente de acuerdo en sufrir ahora un infarto por un exceso de bombeo.
Follar... Vuelve a indicar al cerebro, mi polla responde expandiéndose creando un anti estético bulto en mi pantalón deportivo.
Mierda... Me pongo en pie, me acerco a mi buenísima esposa y la abrazo desde su espalda, rodeando su cintura con mis brazos.
-Quiero algo caliente -le digo al oído, apartando el pelo de su oído con mi nariz.
Bajas reservas de glucosa, lo noto en un pequeño mareo, pero el cerebro dice que no haga caso, hay cosas mejores que hacer, ya metabolizará luego.
Así que mi mano izquierda sube hasta su pecho, desboca el vestido, lo desnuda y apresa el pezón que reacciona con dureza entre mis dedos. La mano derecha ha elevado  el vestido hasta las ingles, se ha metido dentro del panty y ha buscado entre los labios el clítoris. Los dedos lo han rozado suavemente. Está duro como nácar.
Tengo calor... Luego bajaremos la temperatura, dice el cerebro.
-Puta -le susurro al oído.
Ella alza los brazos y me acaricia el rostro, estira el cuello hacia atrás y le dice a mi mejilla:
-Cabrón...
Me duelen los pies, pero no hay reflejo de sentarse alguno, está demasiado hermosa. Así que en lugar de relajarme, me tenso y tenso mi mano en su vagina, se la cubro y cierro los dedos en ella, creando cierta presión alzándola hasta ponerla de puntillas.
Responde que parece desfallecer e inúndame la mano de su fluido. Mis dedos están martirizando su pezón desnudo y ella me indica con su mano que lo haga más fuerte.
Y eso hago, lo pellizco hasta que a ella le tiemblan los labios.
La empujo hacia delante y sus manos van a parar contra los azulejos de la pared, bajo los armarios de la cocina.
Mis rodillas están un poco débiles y necesito algo de potasio para el entumecimiento muscular, en lugar de un plátano o alimento que me aporte algo parecido, tomo las tijeras del imán de soporte.
Alzo el vuelo del vestido y dejo el panty negro y deliciosamente transparente al aire.
Corta, dice el cerebro.
Tomo el panty por un costado de la cintura, deslizo el borde de la tijera por la piel de su cadera y corto la tela. Su piel se ha erizado por el frío y la excitación.
Hago lo mismo con el otro lado del panty y su coño y su culo quedan indefensos ante mí. Mientras tanto, mis pantalones y calzoncillos están en el suelo, en  mis pies; no sé cuando ha ocurrido.
Ella ha separado más obscenamente las piernas, sabe como hacerse desear, la muy hermosa.
Se la meto de golpe y crispa los dedos en los azulejos, sus uñas están pintadas de un rosa oscuro, un fucsia. Jadea y yo busco ese punto un poco más contraído en su vagina, es una cuestión de ángulo, conozco su coño como su alma.
Lo encuentro y empujo con fuerza. Ella pierde el equilibrio y la sujeto por la cadera, para lo que sirve su cadera, es el fin único. Y empujo.
Y ella jadea de nuevo.
Es más, empuja sus nalgas contra mi pubis para que entre el pene más profundamente. Su pecho desnudo se agita brutalmente con cada embestida. Mis cojones están contraídos.
Me tiemblan los muslos de cansancio y también de excitación.
El cerebro dice que eso no es malo, que nadie se muere por una cosa así.
Dale duro...
Y embisto, a veces la elevo y da un saltito clavada a mí. Lleva una mano detrás, a su nalga derecha y la separa para hacer más espacio.
Su vagina se contrae y así masajea el glande. Ha empezado a correrse, noto su fluido como un baño cálido, a veces pienso que me gotea por los testículos.
Llevo una mano a su clítoris mientras la embisto y se lo aplasto sin cuidado.
Ella también lleva su mano encima de la mía para que no la saque de ahí ahora.
Empieza a gemir:
-No puedo más, mi amor...
Y se corre. Se corre contoneando circularmente las nalgas contra mi pubis, sus contracciones y ese punto preciso y notoriamente más denso de su vagina, su roce fuerte, hacen  reventar mi glande y se me escapa el semen como si sufriera un ataque de epilepsia.
Mi cerebro no tiene noción de la elegancia en el momento de la eyaculación, debería trabajarla más, menos mal que ella está mirando al sur...
Dejo que el semen la llene. Ella intenta tomar aire suficiente tras el orgasmo, se la saco y antes de abandonar su coño, escupo unas últimas gotas de semen entre los labios de su vagina.
El cerebro me dice: bien hecho, no estabas tan cansado. Yo sé lo que me hago.
La tomo por un hombro y la hago girarse hacia a mí, le beso la boca con toda la sed física y  lasciva que tengo. Llevo la mano a su raja y unto suavemente su clítoris aún endurecido con el semen que le he escupido, el beso se hace más profundo. El hot panty yace a nuestros pies como un animal muerto. Sus piernas esculturales están totalmente desnudas y el provocador monte de Venus parece latir. Su vagina está entreabierta y  mi cerebro me dice que me agache para besarlo, pero ya no puedo más. Además, ella toma mi pene, retrae el prepucio y lo sacude suavemente dejando que unas gotas más de semen caigan en su mano, me masajea los cojones así.
-Te quiero, cielo.
-Te amo, mi vida -le respondo.
-¿Ahora si quieres algo fresco? -me dice con la sonrisa más preciosa y radiante del mundo.
Me subo los pantalones, porque su desnudez hermosa hace la mía demasiado vulgar, hay que cuidar los detalles.
Me da un vaso de refresco con hielo.
Me lo tomo de un solo trago, hay silencio, ella me mira divertida.
-Parece que te has cansado... Deberías tomarlo con más calma, descansar más a menudo, cada media hora, la montaña es agotadora.
Mi cerebro silba alguna melodía haciéndose el sordo a estos consejos.
-Vístete amor, ya tenemos que ir al teatro.
No me acordaba.
-No iras con es vestido ¿verdad?
-Claro que sí. ¿No te gusta?
-Me enloquece.
-¿Entonces por qué no quieres que me lo ponga?
Cuando de verdad necesito mi cerebro, es cuando el idiota está preocupándose por los niveles de glucosa. Mierda.
Tardo algo más de cuarenta y cinco segundos en responder. Porque no sé que decir y porque su pecho desnudo me la está poniendo  dura de nuevo.
-Por que hace frío.
Y ella responde con una carcajada. Ambos estamos sudando.
-Me voy a cambiar -le digo un tanto humillado.
Viene a la habitación, toma un tanga blanco y se viste con él.
-Vamos, date prisa -dice enmarcada como una modelo en el vano de la puerta.
Mi cerebro no acierta a abotonar la camisa y mi mano en lugar de subir la cremallera de la bragueta, la baja.
Esto no acabará nunca...



Iconoclasta

23 de junio de 2015

Sin paraísos, sin sueños



No puedo prometerte amor eterno, cielo.

Moriré antes que tú, y luego no habrá nada.

Solo puedo prometerte una muerte de amor, como si eso pudiera existir.

No puedo ceder ya a los sueños, son cosas que duelen. Crearíamos una maldición entre nosotros mismos.

Y llegaría la frustración.

No existe la eternidad, ni otros tiempos ni lugares.

Nos parieron entre hormigón, entre distancias y sepulturas que ascienden verticales humillando a los muertos.

¿Te das cuenta de lo mucho que te amo? Eres toda mi magia, todo mi sueño.

Te amo en la sordidez de este mundo, te abrazo y me hago serpiente en tu cuerpo a pesar de todo y de todos.

No te amo en un paraíso.

Fuera de ti no existe nada. Incluso lo que escribo se deshace como una gelatina en el cristal de una ventana. Cualquier cosa que no sea tu piel es rechazada.

Solo me queda eso, mi amor, morir amándote.

Es algo que podré hacer. No habrá problema con ello, porque de hecho, no hay otra opción.

Lo siento de verdad, ojalá pudiera decirte que te buscaré, que nos encontraremos. Dedicarte más vida; pero el amor desgasta, acelera tiempos.

Te amaré con mi último latido, eso es todo.

Puta pena...

Si tuviera alma, si quedara una emoción que me hiciera humano, te juraría amor eterno.

No reconozco humanidad en mí, no tengo alma.

He vivido lo suficiente para saber que nadie tiene alma.

La gente tiene miedo de morir y yo siento curiosidad, algo pasó en mi concepción.

Así que juro amarte hasta que muera.

Porque no hay eternidad, no hay posibilidad de encuentros en tiempos o espacios.

Ir más allá de la muerte duele demasiado, es un engaño que nos hará mantener una esperanza que hará más angustiosa la muerte.

No puedo banalizar este amor que siento construyendo una leyenda.

Solo puedo jurar que moriré triste por dejarte. Sé que los seres mueren solos, perdidamente solos ante la angustia de no poder aspirar una bocanada más de aire.

Perdona la realidad, perdona la verdad suprema de todo. Es mejor que nos amemos ahora con todas las fuerzas de los sueños muertos, que nos fundamos el uno en el otro con una agonía anticipada sabiendo que se aproxima el gran puto drama, mi amor.

Esto pinta mal, y me duelen algunas partes del cuerpo, cada día cuesta más caminar y cada día te abrazo con más fuerza porque llega lo inevitable.

Sé valiente, mi amor, siéntete amada.

Guarda estas letras, no dejes que las emborrone una lluvia. Mantenlas como testimonio, como un hallazgo de amor que haga historia entre la humanidad. Que cuando gente de siglos adelante lo descubra, sepan que el amor que un día sentimos fue absolutamente puro.

Y no necesitamos paraísos, ni esperanzas legendarias.

Solo eso, mi amor. Sonríe, porque aún quedan unos días.

Vamos a cenar mi amor, estamos cansados.

Y luego al cine, ¿te parece?

La vida aún está aquí.



Iconoclasta

21 de junio de 2015

La mano fría


Era tan sencillo, tan posible.

He soñado amarte.

Te tomaba la mano que estaba fría de tristeza. Y respondías con calidez.

Por favor, qué hermoso.

Un acto tan simple, tan tranquilo.  De una hermosa ejecución.

Tenía horror a que de verdad fuera un sueño. He fracasado y he despertado.

Yo decía: No, no, no... (yo digo).

Contigo los sueños pierden la magia de lo onírico para hacerse táctiles. Me engañan como si fuera un niño. Amarte es tan natural que la mente rechaza cualquier otra consideración de soledad y abandono.

Y envía mensajes reales a mis fibras nerviosas. De ti.

Al despertar, he comprendido que la frialdad de la tristeza estaba en mi mano aún cerrada en el vacío.

Que es tarde.

Y he rasgado el sueño al subir la persiana y he blasfemado contra mí mismo.

No puedo permitirme tanta tristeza al despertar, parezco un cadáver.

Es premonitoria la frialdad.

Tristeza con muerte se paga.

El humo de un cigarro templa pulmones y corazón, pronto llega a la mano helada.

Es hora de salir al sol y que acabe de incinerar el sueño.

Sin comentarios.




Iconoclasta

20 de junio de 2015

La diosa y la bestia


Me bañaré de la vida y la muerte que hay en la naturaleza.

En la íntima fronda de las montañas.

Y en mares de salvaje pureza, donde los peligros son transparentes y la belleza ondulante.

Lo quiero todo: hambre y comida, sed y agua, el canto de los pájaros y el silencio de los escorpiones. La velocidad del tiburón, el chac-chac de un cangrejo.

Quiero fundirme entre lo vivo y lo muerto, y arrastrar mi pene hambriento de ti, por las toscas cortezas de pinos y robles. Quiero castigar a la bestia, hasta encontrar el íntimo e insondable reposo de tu carne.

Hacer surcos en la arena y herir mi rabo endurecido en arrecifes cortantes.

Me enloqueces, haces aberrantemente obscena mi locura.

Quiero amarte en la espesura y a cielo abierto, con el sol ardiendo en nuestras pieles.

Es mucho pedir, lo sé; pero jamás he estado tan adentro del planeta como ahora. Jamás he deseado tanto llevarte de la mano a profundidades y superficies.

Ser libre y salvaje amándote. Libre de escrúpulos, usaré cada trozo de tu piel. Morderé.

Sin freno, sin cordura.

No puedo ni quiero desear menos, mi amor.

Quiero lamer tu cuerpo de bronce esculpido por antiguos clásicos, quiero pasar mi lengua por tus partes más blancas, más pálidas, más urgentes.

Dijéramos que no queda en mí ya inteligencia, solo es un instinto cargado de amor y deseo. La inteligencia quedó allá enterrada entre un decorado de hormigón y cristales. La destruí, la pulvericé.

Dijéramos que te amo brutalmente.

Patológicamente dirían los cuerdos.

Patológicamente para mí, porque cuidaré tu cuerpo y tu alma, y seré el oso guardián de tu vida. Una esfinge con la entrepierna palpitando como un corazón más.

Las diosas tienen animales para su protección, yo soy uno, úsame como un cerbero con un pene entumecido y colapsado de sangre, diosa.

Bautízame con tus muslos en mis fauces y clava tus uñas en mi piel, arranca mi pelaje cuando tu respiración se colapse por el lujurioso embate que arqueará tu cuerpo cubierto de diamantes de sal.

Quiero meterme profundamente en tu carne, porque es mi bosque y es mi mar.

Eres una isla en un mar turquesa, eres un cielo azul que pinta la arena blanca creando otro cielo, otro imposible, otro milagro...

Eres naturaleza y yo soy tu creación. Eres responsable de mí, no me dejes fuera de ti.

Yo te lo ordeno, yo te lo pido, yo te lo ruego. Las bestias no lloran, no dejes que pierda la dignidad de la ferocidad, porque es lo único que queda en mí.

Deja que cubra lo más pálido y lo más íntimo de ti, dame ese privilegio.

Antes de morir si pudiera ser, soy una bestia que devora los segundos sin control.

Soy el tiburón, soy el lobo, soy el delfín y soy el ciervo. Soy la crueldad y la ternura.

Soy un producto de la naturaleza y tú eres su personificación.

Me lo dice mi cerebro antiguo y pequeño; como el jardín zen que con solo una piedra y una línea en la arena, alcanza tras muchos años la perfección absoluta y la paz de quien lo creó.

He llegado a lo más elemental, me he reducido a esencia pura.

Quiero penetrarte profundamente hasta acariciar tu alma y devorarla... Ser tu Fausto animal y hacernos inseparables.

Que se pudra el planeta cuando te arranque de sus brazos para cubrirte con los míos, para invadirte hasta dudar de la existencia.

Eres mi Naturaleza, sin ti soy mierda.

No puedes no amarme.

No puedes...




Iconoclasta

13 de junio de 2015

Frustrivas lágrimas



A veces se me escapan unas lágrimas porque pierdo el control de la realidad. Porque el pasado dejó de ser un hecho y el futuro es solo imposibilidad.

Y perder el control conlleva también que no puedes concretar con precisión el porqué de esas lágrimas.

Cuando eso ocurre es porque estoy en el momento y lugar adecuado: en la soledad.

El cerebro sabe cuando aflojar las riendas del control, porque nos daría pánico (a mí y a la razón, al cerebro), que este llanto incomprensible e incomprendido se desbordara en presencia de alguien.

La soledad es la libertad del llanto.

Y el llanto nace en las altas montañas de la Frustración de Llegas Tarde o Ni Siquiera Llegas a lo Bueno.

Las lágrimas producen una comezón en la piel y siento la angustiosa y humillante sensación de que corren gusanos por mi rostro. Me quito las lágrimas a manotazos antes de que horaden la piel y pongan huevos.

No quiero ser el rostro de una vaca, que nadie me vea como una res con el hocico lleno de moscas.

Soy la vergüenza de la elegancia.

Soy la decepción íntima de un hombre al que llaman P. No recuerdo el nombre, no tengo control de mis funciones racionales.

Soy una extremidad que causa desequilibrio mental, físico y sexual en P. Es mejor que nadie sepa, que sea anónimo. De hecho es anodino (por ello ni su propia razón recuerda su nombre). Se parecen un poco anónimo y anodino, sobre todo porque empiezan por ano (y se me escapa una risa pérfida, aunque no sé si es la razón o la ilusión la que se ríe, no tengo el control). Anónimo es cualidad (buena) y anodino es fracaso (inevitable). La diferencia no tiene sutilidad alguna y revienta cualquier tipo de alegría sin piedad alguna.

También soy la vergüenza de P.

Son las lágrimas de la ira, de cosas que no me dejó hacer la envidia ajena.

Es una mentira de mierda, si quieres no puedes, solo puedes si te dejan todos los hijos de puta del mundo.

Son lágrimas de amores posibles, imposibles, pasados, futuros, eternos, efímeros, muertos y latentes. Y amar es una gran mierda dice la razón, dice P escondiendo su rostro con una mano para que la oscuridad no lo vea. Dice la ira al otro lado del espejo dejando caer una baba feroz de entre sus dientes rotos de morder metales.

Son lágrimas de una erección salvaje y venosa que fertilizaría la tierra misma en un desconsuelo primigenio, como el celo de las bestias.

Bendita soledad que oculta las lágrimas del desconocido y descolocado P.

De la obscena erección de la tristeza.

Hoy no hay sonrisas P.

Caminar es dolor y el dolor espanta las emociones amables si un día las hubieron.

Soy la campana que toca a muertos, porque los deben haber, siempre muere alguien a cada momento.

El llanto y la muerte van de la mano, es una pareja entrañable.

Sin embargo, no oiré mis propias campanas, estaré ocupado en conseguir que el corazón lata y los pulmones tomen otro trago de aire.

Soy la sonrisa de un padre muerto, de una madre muerta, de una abuela muerta...

Una sonrisa inerte.

Los muertos se acumulan a lo largo de la vida.

Son como loros en hombros de piratas con patas de palo que cargan con ellos sin darse cuenta, sin hacer caso a lo que dicen. Los muertos siempre dicen cosas inaudibles.

Soy un desgaste de cuerdas vocales que apenas saben qué decir.

Los hombres no lloran... Entonces ¿qué coño soy? ¿Lloran los cerdos?

Todos están tan lejos, todo lo que quise (lo poco), todo lo que quiero (lo ínfimo). Soy un oso polar atrapado en un iceberg roto, arrastrado por la corriente, allá donde lloran las ballenas y mueren en mares fríos.

Donde las lágrimas se congelan y los ojos se rompen como cuentas de cristal.

Algo no hice bien y lo lloro.

Bendita soledad y el papel empapado de penas.

Las lágrimas se han secado (agotado) y queda un latido encolerizado (las venas de las sienes parecen electrodos en manos de un torturador).

Males que no pude devolver, venganzas que se pudren incumplidas como podridas son las sonrisas de los bastardos impunes. Viviría como espíritu atormentado, vomitando sangre para acabar con ellos y sus descendencias.

Los pequeños seres duelen como los grandes y los insectos son tiburones, y los caballos pequeños son la maldad pura y una serpiente es la bondad arrastrada.

Y lloro unas lágrimas de incomprensión, es el funeral de la razón, es el funeral de un hombre al que llaman P y no acierta a recordar lo que fue, ni siquiera si alguna vez quiso ser algo.

Ser algo es imposición y las lágrimas resbalan por bautismos y hostias que no pidió.

Entre los genitales rasurados, el semen es un río cálido que desborda en cascada por los testículos y las ingles. Y todo está bien. 

La caricia de una caricia.

Soy un acto obsceno, la lágrima depravada.

Es hora de reír:
Hay un perro que se llama chiste. Se murió el perro y se acabó el chiste.

Es que me meo.

Empiezo a tomar el control.




Iconoclasta

11 de junio de 2015

El amor que todo lo confunde, de Iconoclasta


El amor que todo lo confunde, una novela de Iconoclasta.

Una pareja tan degradada, unos cerebros tan podridos...
El amor entre un psicópata asesino y una deficiente mental, el sexo y la sangre.
Y ahogada en todas esas miseria, un amor aberrante.

"Yo soy su muñeco de plastilina y para mí ella es una tía real a la que me follaría hasta subida en un cubo lleno de vísceras, revolcándola entre los restos de la jornada de una casquería; entre hígados y riñones podridos, entre cabezas de cordero anidadas por larvas blancas; entre ojos empañados por cataratas de muerte afilada que derraman lágrimas de sangre por el suelo. Y cuando al dejar ir la carga de mis cojones grito, las cabezas quieren cerrar los ojos, pero no tienen párpados que los protejan. Siento que las avergüenzo, que sienten asco de mí incluso muertas."
(de El amor que todo lo confunde)

En ISSUU:
http://issuu.com/alfilo15/docs/el_amor_que_todo_lo_confunde_edici_

En Binibook:
http://binibook.com/details.php?id=1716

El árbol humano, una novela de Iconoclasta


"La soledad es su naturaleza, o una parte de ella. Porque su otra naturaleza se marchita de pena entre savia y fibras que no acaba de asimilar como suyas.
Las noches son el descanso de los árboles, la fotosíntesis es agotadora.
El vegetal se retira y da paso al hombre.
Al hombre más solo del mundo." (Iconoclasta)

Para leer en:
http://issuu.com/alfilo15/docs/el___rbol_humano_libro
y
http://binibook.com/details.php?id=1656

10 de junio de 2015

El fracaso


Llegamos a lo más profundo que pudimos, nos amamos hasta el dolor y la euforia de las ilusiones que prometíamos tatuar en la piel; pero el planeta no tiene simas ni alturas tan profundas y altas para contener tanto amor.

Falta espacio, falta tiempo.

Se hizo pequeño el volumen del mundo y nuestro gigantesco y gran amor nos asfixiaba.

Todo está previsto y calculado, mi amor que agoniza.

Hay un límite para tanto deseo y pasión, todo lo sobrante es triturado.

Somos dos corazones rechazados por un trasplante apresurado, porque amar es premura.

Y el tiempo nos come, y por ello, la impaciencia y la frustración.

La razón es infecta.

Es pus.

Hemos fracasado, hemos perdido contra el mundo.

Los sueños temblaron hasta hacerse borrosos y se convirtieron en absolutas imposibilidades.

No nos engañamos, a duras penas amada mía.

Nos ilusionamos, es lo que debíamos hacer, no había otra opción.

La batalla contra el tiempo y el espacio que hay entre nuestros pulmones fue intensa y resquebrajó los muros del amor con cañonazos de demoledora realidad.

Todo el tiempo del planeta, todo su volumen, nos aplastó. Se ensañó con nosotros.

Fue insuficiente nuestro esfuerzo.

Y fracasamos.

Llegó la hora de reconocer la derrota con una venda en el pecho, porque los corazones, quieras o no, sangran. Y esa sangre se derrama en el alma formando coágulos.

Y los recuerdos se hacen cenizas sin haber sido llamas.

Réquiem por un sueño suena en el reproductor de música con la suficiente melancolía e intensidad necesarias para sumergirse en la suma pena de la derrota y en penumbra.

Declaro mi rendición en la oscuridad con tinta roja y la total precisión que da el dolor del fracaso.

Los dioses hemos sido derrotados, no habrán más oportunidades.

No éramos dioses, era nuestra ilusión de amantes, solo era soñar, no podía hacer daño a nadie; pero se han excedido con su armamento y fuerza, como si fuéramos seres imbatibles.

Hemos fracasado, y cada uno tomaremos nuestro camino hacia otra batalla contra la razón.

Cuando el fracaso asfixia debe ser reconocido, toca retirada, porque la vida es efímera y los sueños rotos jamás se recompondrán.

Hay que vivir para amar y amar para hacer viable la vida.

Cada cual buscaremos nuevos campos de batalla, debe existir otra guerra donde podamos bombardear la razón y la praxis hasta sus cimientos.

Olvidémonos que un día nos amamos, no guardemos recuerdos que traicionarían nuestra próxima pasión, te deseo suerte, hermosa compañera de trinchera.

Hay que seguir, hay que ganar antes de morir, o muriendo.

Prometo olvidarte y juro que una vez te amé.

Me diluyo entre tus recuerdos, lo veo en tus ojos.

Adiós, quien quiera que un día fuiste. 




Iconoclasta

7 de junio de 2015

Mejor muerto que asistido


Una pareja de ancianos charla en una de las mesas de descanso de un camino entre las montañas, han elegido la sombra, cosa rara porque los viejos suelen buscar sol; aunque es un día caluroso, es natural.

Yo paseo solo y dejo que el sol me avasalle, me gusta sudar, me gusta que las gotas de sudor caigan por mi rostro, como si sufriera.

No voy a analizar el porqué, sudo y no me complico.

La de los viejos es una imagen bonita, con cierta ternura y nostalgia; pero no me engaño, los observo largo y tendido e intento verme en sus pellejos.

No me convence.

No puedo asimilar estar con alguien en la vejez para sentirme aliviado o acompañado para nada, por pura cobardía senil. No es mi meta, no es mi ideal. No quiero ser la muestra de lo que es llegar a la vejez y tener compañía tal y como está insertado en el imaginario humano, como un ideal de plenitud antes de morir.

Me paso por los huevos ideales y tradiciones.

Insisto hay algo bello en ello, pero siento una especie de alergia.

Perdóneme padre, porque nunca he pecado, tengo mis leyes.

Sé que he nacido para estar solo, para morir solo sin pensar que un día podría necesitar a alguien que me ayudara o apoyara. Si llegara ese día, prefiero estar muerto que asistido.

Me gusta zanjar cuestiones, eso deja espacio en mi mente abarrotada de miserias.

Soy salvaje en esencia, solo busco la caricia en un momento breve y determinado del día, el resto lo necesito exclusivamente para mí. Soy gato, soy felino.

O quisiera serlo y no hacer el ridículo.

Me molestaría dedicar demasiado tiempo a alguien cercano. Ya es tarde, fue tarde desde que nací, los ideales sociales no han conseguido encajar en mi cerebro.

También ha habido voluntad por mi parte.

Pongamos que prometo no quejarme cuando solo, me enfrente a la muerte o a los dolores. Sabré salir por una puerta de emergencia dado el caso.

He tenido tiempo de entrenarme.

Aún a costa de follar menos, no tan habitualmente. No importa, es más importante la libertad que meterla. Siempre.

Y cuanto más me sumerjo en el aislamiento, mejor me siento. Creo que no soy de este planeta, no debería serlo. Me podrían desterrar a otro mundo, tampoco iba a llorar. Incluso podría ser un favor.

Comparto tan poco con los humanos, que tengo que dedicar como tarea obligatoria caminar un rato por la ciudad para seguir entrenado en la práctica de la vida.

Cada día me cuesta más esfuerzo pasear por las calles cruzándome con humanos  y tomarme un café, cada día la sensación de estar entre la gente es más incómoda, más molesta y siento una enorme urgencia por acabar el café y  estar lejos de ellos.

Me asustan, son mi terror los finales felices, o los institucionales.

La muerte es salvaje como lo intento ser yo, y si estoy solo, nadie verá mis ridículas y grotescas caras de agonía o dolor. Eso es solo para mí.

Yo no quiero, no puedo compartir un momento tranquilo con alguien al lado demasiado tiempo, debería decirle que me dejara solo y eso no le gusta a nadie a oírlo y a me molestaría decirlo.

Nadie quiere saber lo que pienso, podría deprimirse.

La visión de la vejez no me da miedo, no voy a asegurar posiciones para recibirla en compañía. La cobardía no es opción.

Y mejor muerto que inválido.

No necesito ayuda de nada ni de nadie, y no la querría por muy viejo que fuera.

Que tome nota el idiota del notario, que para eso cobra un dineral.




Iconoclasta

6 de junio de 2015

Es un muñeco...


Cric-clic-cric (el corazón ha cambiado su potente latido por el ruido chirriante de un engranaje roto) algo está mal.

Se ha jodido el día, quiero volver a casa y empezar de nuevo. Esto no está bien.

No quiero otro descenso.

El aire es una delicia fresca que confortaba mi piel y mi ánimo.

Es una mañana preciosa, no era necesario ésto.

Llevo una cantimplora con agua y hielo, ahora hace frío en la sangre.

No puede ser... Eres un muñeco ¿verdad?

Me cago en Dios...

¿Cuánto ha tardado en morir?

Levanta pequeño,  no seas perezoso.

Tienes que cazar el sol quema ya.

La Hostia Puta Consagrada...

Por favor...

Ningún ser vivo permitiría que las moscas se le metieran tan adentro.

Qué ganas de llorar... Qué mierda.

Puto Dios y lo que creó...

Puta pena...

Los animales de pelo al morir parecen peluches, muñecos de infinita y desoladora ternura.

No le hablo al cadáver, le hablo a la vida que antes contenía. Porque quiero pensar que está cansado  y dormidito.

Clic, cric, clic, el corazón duele sordamente entre trinos de pájaros y el sonido de las hojas de los árboles.

La sección de agua la orquesta un pequeño riachuelo cantarín que toca graciosamente las piedras unos metros a mi espalda.

Algún coche veloz pone la nota de la justa realidad en esta desesperanza.

¡No, basta ya! Sigue caminando, déjalo que duerma.

Para siempre...

Hay días que no deberían existir y que fuera eterna la noche anterior a lo aciago.

Nadie tiene la culpa. Solo él es el responsable de su muerte; pero no se merecía pagar el error.

Es muy pequeño, no era necesario ensañarse.

Se equivocó y murió.

El error se transforma de una forma repugnantemente fónica en orror. A la muerte le importa una mierda la "h". El orror no necesita una correcta ortografía, basta con que lo sea, a nadie confunde.

Alguien quiso ser demasiado eufemístico respecto a lo que comporta un error, y lo diferenció con un "h" y una "o" para que nadie viera la dramática relación y viviera tranquilo lo que le quedara de vida mientras la "e" se transformaba en "o".

Doy una palmada; pero ni las moscas se mueven, siento una metástasis de tristeza, y miro a las montañas hermosas y frondosas que no nos prestan atención. Miran a otro lado ante mi inusitada pena.

Y bajo el rostro hacia el suelo cuando me cruzo con alguien, no es un buen momento para saludar.

La muerte es igual para todos los seres, cualquiera que sea su tamaño. Es por ello que en los animalitos pequeños, es más doloroso, hay un exceso de muerte.

La muerte los aplasta y la ternura se aferra al corazón clavando las uñas, hay una hemorragia que no consigue salir y se queda en el cerebro dando vueltas, coagulando la alegría y el ánimo.

Me cago en Dios y su justicia de mierda, en su desproporción repugnante.

No estoy bien, a veces no es bueno caminar tan despacio y captarlo todo en su realidad y consecuencias.

Por última vez, despierta y ve a cazar, pequeño, es tarde para estar al sol.

Corre a tu madriguera.

Por favor...



Iconoclasta

5 de junio de 2015

Tres horas


Tres horas sin cruzarme con un solo humano, tres horas sin escuchar más que el ruido del bosque, de mi respiración y pisadas.

Tres horas de liberación, en las que he dudado que conservara mi capacidad de hablar.

Una ardilla de cola roja ha corrido delante de mí, sin miedo.

Y un águila a un millón de metros de altura, daba círculos buscando qué cazar.

De vez en cuando algún animal grande hacía ruido en lo frondoso, invisible. Yo observaba sudando lo oscuro, pero solo presentía la presencia de algo que contenía la respiración.

Está bien, es más de lo que he visto en otros tiempos y lugares. Es mejor.

La libertad estaba servida, sabía que yo era de aquí, de las montañas, de lo salvaje, de lo cansado.

El dolor de la puta pierna apenas molestaba, es mi compañero, me hace caminar despacio y observar todo con minucioso detalle, gracias a la podredumbre de una pierna aprendo más allá de lo que veo en lo salvaje de las montañas.

Observo tragedias, observo a los animales calientes por reproducirse, a los animales hambrientos. No es gracioso, ellos sufren y viven el nerviosismo de la incertidumbre, como yo.

Y sigo subiendo hasta llegar a la más alta de las torres de la línea de alta tensión.

Los humanos están abajo y yo les obsequio el sudor que gotea de la visera de mi gorra empapada.

El reloj marca 970 metros de altitud, no es demasiado si no eres un lisiado.

Los tarados tenemos récords mucho más humildes de mierda.

No hay más donde subir y la pierna parece que da gracias a los duendes del bosque.

Dejo que el sol haga arder la piel de mi torso, al fin y al cabo, las bestias no llevan ropa. No cuesta nada soñar con la brutalidad y ceder a ella.

Tengo una buena tolerancia al dolor.

Y cuando el cuerpo pide bajar, llegar a casa, mojarse, beber, comer. Me dejo deslizar abajo, es fácil pero más doloroso que subir, los tendones se irritan tanto...

Y mi mente resbala también hacia lo más profundo de la conciencia y padece una revelación: ahora ya sé dónde ir a morir cuando llegue la parca. Porque uno sabe muy bien cuando va a morir, salvo si se le parte el corazón o se asfixia durmiendo. Lo supe una vez y lo sabré de nuevo.

Lo saben los animales de aquí y los elefantes, dicen que tienen sendas de la muerte.

Pues yo soy un elefante, coño.

Y sacaré fuerzas para morir en la montaña, caminaré con ese bastón de mierda montaña arriba hasta que escupa sangre por la boca, o la mee. Hasta que lance un ronquido como mi padre cuando su corazón se partió y caeré en mitad del sendero.

Sea joven o viejo, me la pela, yo no me muero aquí entre ladrillos y asfalto.

Y llevaré agua, por si la agonía es larga, y una libreta y un bolígrafo para intentar contar como muero. Y por supuesto una cajetilla de cigarros y dos encendedores, uno de repuesto.

Hace ilusión morir si se convierte en un acto de libertad y libre albedrío.

Ya lo tengo todo claro, ya lo sé todo.

Todo cuadra.

Solo me queda tener algo más de suerte de la que he tenido hasta ahora para un buen morir.



Iconoclasta