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Mostrando entradas con la etiqueta sueños. Mostrar todas las entradas
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31 de enero de 2018

Mis muertos


Mis muertos se enfadan si los arrastro a mis sueños.
Padre siempre está disgustado cuando está conmigo; me mira con ojos terribles y cuando camina a mi lado, siento en mi piel el temblor de su enojo.
Aquella hermosa perra, me gruñe y me quiere morder si me acerco a ella.
Mis muertos deben ser como yo, quieren que los dejen en paz. Ya hicieron lo que debían, no pueden, no quieren volver.
No lo hago expresamente, mis queridos muertos, yo no os llamo.
Y dicen que los sueños, sueños. Yo digo que a veces los sueños, mierda puta son.
Para compensarlos de su malestar, sueño que en un lavabo de paredes y suelo sucias de excrementos retiro el prepucio con fuerza, sin delicadezas y vierto agua hirviendo en el glande. Eyaculo con la polla despellejada. Con un placer y un dolor tan aterradores como los rostros hostiles de mis queridos muertos.
Y a mi espalda, escucho sus risas entrecortadas, malévolas. Rijosas… Los veo por el espejo manchado de coágulos sanguíneos que se deslizan hacia la pica. La perra mete su hocico por detrás de mis muslos y me lame los cojones. Padre ríe más fuerte y por un momento sueño que somos felices y de mi glande brotan alegres gotas de humeante semen y sangre.
Es mi cerebro podrido que me juega malas pasadas; pero yo los prefiero así, riéndose obscenamente de mí, a que me odien.
No me molesta especialmente que alguien me odie; pero no ellos.
Perdonadme, muertos. La próxima vez que aparezcáis en mis sueños, me meteré una botella rota en el ano para que os sintáis mejor.




Iconoclasta

28 de noviembre de 2017

Ser sombra


No quiero ser rico, famoso, admirado, inventor, creador, buen hombre, mal hombre, tener la polla gorda y larga o un cerebro privilegiado. No pretendo ser amado, no pretendo ser sonreído.
No pretendo ser especial.
Me basta ser una sombra que emerge entre la oscuridad de vez en cuando.
Ser anodino y sórdido no es pedir demasiado.
Ser sombra de la sombra, un borrón que se mueve y crees que ha sido un fallo en tu visión adormilada.
No quiero ser sólido para llenarte toda, cubrirte toda como un vapor.
Un gas en tu coño y en tu boca.
Me basta ser esa cosa oscura e informe que se mueve cuando se apagan las luces o sucumbe el sol. En la habitación donde yaces en la cama, o en el sillón en el que dormitas con las piernas separadas, pensando que es tu íntimo momento de descanso.
Ser sombra arrastrándose por tu piel, el sueño extraño en tu cabeza y la humedad en tu coño que se abre ante mi aliento obsceno.
Soy la oscuridad íntima, testigo de tus gemidos nocturnos, de los que no te acordarás. Ni recordarás mis dedos sombríos separando los labios resbaladizos que tus muslos han dejado de proteger.
Ni mi sombrío pene dejando un rastro húmedo y viscoso en tu vientre camino de tu raja, de esa sima también oscura de placer y blasfemias secretas, jamás escritas, jamás dichas.
Mi puta polla anodina invadiéndote una y otra y otra y otra vez…  Con la furia de amarte y follarte.
Violarte y rendirte culto.
Observarte sufriendo y gozando la extraña penetración profunda, corriéndote inmóvil por unas manos oscuras que sujetan tus brazos por encima de la cabeza.
Ser sombra en tus paredes, en tus noches.
En el frío y el calor...
En los días de lluvia y viento, cuando los ruidos del mundo se solapan con mis jadeos sobre y dentro de ti.
Lo negro que te desea, lo que te ama hasta renegar de ser hombre y convertirse en un fluido lamiendo tu coño y besando tus labios gimientes.
Secreto, anodino, ignorado…
Sombra y paranoia…
Me condenaste en el mismo instante que apareciste en el mundo.
Y cada día volver de nuevo a la oscuridad.
Ser la sombra cansada y saciada que te besa desde las paredes en la penumbra que antecede al amanecer.
Ser la oscuridad que se diluye cuando tus ojos empiezan a parpadear y bostezas acariciando tu sexo bajo la sábana, dulcemente anegado, cálidamente viscoso.
Soy la última oscuridad que habita tu mundo cuando pospones el momento de salir de la cama con los muslos brillantes aún por lo que cometí contigo, hace apenas unos segundos. Cuando sonríes ya consciente, pensando en qué has soñado para despertar tan caliente, tan húmeda…
Ser sombra, ser nada es mejor que no estar en ti.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

19 de diciembre de 2016

Brindis por los sueños muertos y vivos


Brindo por los sueños muertos, que quedan pálidos e incoloros entre el hielo y la hierba aplastada de un invierno que hace humo del aire que sale de mis pulmones. Los que murieron en la batalla contra la realidad más espantosa, más mediocre, más gris...
Sueños bravos que se mantuvieron intensos hasta el mismo instante en que la aplastante razón consiguió descuartizarlos.
Hasta en su último segundo de inexistencia, se mantuvieron firmes, marcando el camino.
Como balas trazadoras de un deseo atroz y directo de libertad y pasión, marcaban una esperanzadora ruta.
Pobres... Murieron sin un ¡ay! Masacrados por lo real, por la adocenada y previsible realidad mierdosa.
Sus cadáveres arrancan una lágrima cabrona de mis ojos y debo mirar al suelo para que nadie me vea llorar.
Soy vergonzoso con estas cosas.
Y brindo por los hijos de aquellos sueños, que hoy imponen una maravillosa y renovada locura a mi caminar de voluntad impúdica, irracional e inquebrantable.
Que tiñen de verde vida lo que es gris y muerto.
Herederos de los sueños muertos que me obligan a avanzar adonde quiero y como quiero. Aunque me joda.
Gritan que es la guerra.
Sueños que prefieren morir rasgados como nubes por el viento a convertirse en acuarelas enmarcadas. No quieren ser inmóviles fotogramas en el Álbum de las Frustraciones que un anciano mantiene en sus temblorosas rodillas.
Ellos dicen: ¡Por allí, aunque luego duela! Y yo aprieto los dientes y avanzo con ellos, por ellos.
Aplastando y ofendiendo a todo aquello que interfiere.
Por eso el universo ha puesto precio a mi cabeza. Me intenta matar, a mí y a mis sueños de mil formas, con mil dolores.
Soy inasequible al miedo, los sueños son mi coraza de coraje.
Mejor llegar desangrado que simplemente estar, que permanecer quieto con toda la incolora sangre en las venas.
Brindo por los sueños muertos, por los vivos que piden guerra y odian la paz, por unos buenos cojones y una ira inagotable.
Un trago de hiel y dulce sangre.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

7 de noviembre de 2016

Mismo tiempo, mismo lugar


Me pregunto si se le ha caído el cigarro de la boca. Y si ese gesto es desagrado o simple aburrimiento.
Sé todo del ser humano; pero de los seres que no hablan, no estoy seguro de intuir lo correcto.
Solo puedo concluir que tenemos en común estar en nuestro lugar, aunque no sea el tiempo adecuado para vivir una larga vida con una feliz muerte.
Sus orejas etiquetadas, lo dicen. Y un latido insano en algún lugar de mi cuerpo también.
Tal vez ella lo oye.
Observamos nuestro final entre miradas recíprocas y tranquilas. 
Sin mala intención. Solo es algo casual, informal.
Somos muertes que caminan a cuatro y dos patas.
Nada excepcional, tan solo una romántica conclusión.
Es lo que tienen los momentos bellos: ponen de manifiesto lo escasos que son y conllevan una tragedia tranquila.
Da pereza morir en un momento hermoso.
Cuando eres un hombre total, la muerte tiene la misma trascendencia que la hierba que pisas. Piensas en ella con comodidad, sin drama.
Con una sonrisa íntima y un poco sarcástica.
Solo importa que es un hermoso animal y es hermosa la tierra en la que descansa.
No me puedo quejar, estoy frente a ella y hace frío.
Estamos solos y estamos bien.
Y respiramos un silencio suave y mullido que cuida de las ideas bellas y de los instantes hermosos.
Pienso en quien amo y en besarla aquí arriba, besarla y presionar sus pechos con el mío, con su rostro entre mis manos.
Cálidos hilos de saliva unen nuestros labios... Aquí, en este improvisado santuario en el que no rezo a nadie, simplemente me dejo arrastrar por mi propio pensamiento.
Enciendo un cigarrillo y un viento suave arrastra el humo rápidamente, como telarañas desgarradas.
Las arañas deben blasfemar cuando eso ocurre.
Me río del mal chiste porque no puedo evitar pensar en una araña enojada.
Mejor enojada que muerta.
Adiós vaca, que te vaya bien. Y si no es así, no te preocupes, somos dos en el mismo tiempo, en el mismo lugar.
Bye...



Iconoclasta
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28 de febrero de 2016

Una bola de cristal


Hoy ha amanecido nevando, y aunque la nieve se deshacía al tocar el suelo, sentía estar dentro de una bola de cristal.

Y las golondrinas, las primeras que han llegado, gritaban con tremenda algarabía, muy enfadadas ellas, que si llegan a saberlo, se traen la bufanda de sus regiones cálidas.

Te lo hubiera dicho tomando el café de la mañana y que rieras para quedarme prendido de tus labios durante eones de tiempo y distancia, entre el humo del tabaco, ante tu presencia impactante.

Por extraño que pudiera parecer, me da paz tu presencia, soñarte. Porque eres donde y cuando debería estar.

Es extraño porque en verdad me agitas, me excitas, me provocas.

Solo que ahora, escribiendo, soy la consciente desolación de que es una farsa de mi imaginación (las golondrinas no, te juro que estaban muy, muy cabreadas). Acepto con tristeza la imposibilidad de la escena. No te podía hablar de las golondrinas. Solo veo los copos caer deshaciéndose en melancolía, ahora que anochece, ahora que las palabras que nunca se pronunciaron empiezan a morir ya tristes, abatidas. Cansadas.

Una imagen que no ocurrió, como en las películas donde el protagonista consigue su fin y está dichoso; para enseñarnos luego, que en realidad ha muerto. Y su cadáver yace triste...

Y así, la mañana se ha hecho deliciosamente triste y trágica amándote.

Hay un vacío enorme en la silla que deberías haber ocupado. Las palabras durante todo el día han dado vueltas golpeándose contra las paredes sin saber quién las ha pronunciado, adónde deben ir.

Y tal vez sea verdad que estoy en una bola de cristal, donde  nadie puede entrar, ni yo puedo salir.

Solo soy el triste adorno polvoriento en un anaquel.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

28 de octubre de 2015

Sin dolor



—Shh... Los hombres no lloran.

Y se ríe sin dejar de comer.

No lloro, no puedo llorar.

No tengo miedo, solo siento tristeza de desaparecer así.

No duelen las orugas al hacer túneles en mi carne, como si ya estuviera muerto.

Esa es mi tristeza: morir sin sentir.

—Calla, déjanos comerte en silencio, no lo estropees.

Al menos que duela, por favor.

No consigo morir.

—No podemos comer tu pensamiento, pero nos esforzamos; tal vez algún día evolucionemos y comamos lo eléctrico de ti. Y así puedas morir junto con tu piel.

Son tan repugnantes, amarillo veneno y erizadas de púas...

Debería doler su solo tacto urticante. El horror de sus voraces mandíbulas y sus cientos de patas puntiagudas reptar por todo mi cuerpo, se diluye en la tristeza de dejar de ser sin un solo sentir.

—No podemos dolerte, agotaste todo dolor, mira tras de ti.

Y hasta el horizonte se extienden seres que he perdido, hay cariños muertos  que forman un rastro que me sigue. Es apocalíptico.

¿Cómo he podido vivir así?

La orugas hablan como una sola mientras comen.

Me comen.

¿Por qué no puedo moverme?

—Porque sabes que es mejor intentar morir, lo que hay detrás tuyo, lo que te sigue, no es bueno. No se puede vivir con eso.

A algunos los quise tanto...

Una oruga se abre paso entre la uña y la carne de mi dedo. Mana una sangre perezosa a medida que desaparece dentro de mí devorando, haciéndose espacio con sus fauces inquietas. Percibo su movimiento malvado y reptante en lo profundo.

Mi dedo se tensa pensando que hay un dolor atroz, pero no lo hay.

Es estar podrido en vida...

¿Siempre ha sido así? ¿Desde cuándo no siento dolor?

—Nosotras hacemos bien nuestro trabajo, si pudiéramos te causaríamos dolor. Esa indiferencia tuya es mala, cruel. Naciste sin algo en el cerebro, algo falló en tu concepción.

La oruga se mete entre mis labios, segura de que no la voy a partir en dos con los dientes, es tan repugnante que no puedo morderla.

Escarba en mi paladar con un cosquilleo, se mete dentro del cielo de la boca y la siento por debajo de mi nariz retorcerse muy profundamente.

El sabor de la sangre es hierro dulzón al caer en mi lengua.

Todos esos cariños muertos en mi caminar... ¿Sufren? ¿Es posible que se convulsionen de dolor como serpientes agonizando? ¿O simplemente hay un terremoto?

 Y yo sin sentir nada...

Otra oruga se abre paso por el meato del glande y grito de miedo y pánico. Grito tanto que escupo la oruga que se había metido en el paladar y queda muerta por el golpe contra el suelo con sus púas aplastadas por la sangre y la saliva.

—¿Ves? Morir no es tan malo? Unos morimos, otros vivimos y tú simplemente eres el ser más triste del planeta. Son cosas que pasan, hay mutaciones, hay deformaciones y tú eres ambas cosas. Tus padres no deberían tener más hijos, podría nacer otro como tú. Y eso no es bueno para el amor ni el cariño; míralos, tu camino es un vertedero.

En algún momento me convertí en el Gran Derrochador de Amores y Seres. Algunos han puesto precio a mi  cabeza. Yo lo haría.

La oruga se arrastra por mi cuello, con su negra cabeza ya entrando en la oreja derecha. Sé que duele el oído, he tenido infecciones.

Sé de dolores.

Sé tanto de dolores que sé que esto está muy mal.

Quiero llorar, pero no salen lágrimas.

Me acuerdo cuando lloraba y toda esa presión disminuía, me calmaban las salinas lágrimas escurriéndose por mis labios. Los mocos que salían de la nariz se mezclaban con el llanto, con un hipo entrecortado.

Y todo ese caos me relajaba.

La oruga está devorando mis testículos, el escroto se mueve y del meato mana sangre y semen.

Tampoco hay placer en ello.

He perdido seres y cariños por el camino como quien pierde llaves y monedas. No es justo para mí, ni para los cadáveres que cubren mis huellas.

No tienen un valor cuantificable, con ellos perdí una parte de mí, tal vez las lágrimas, y la capacidad de lavarme en ellas.

Purificarme... Santificarme si hubiera dios y no estuviera muerto en la estela de mi vida.

Hay dos orugas corriendo dentro de mi pubis, la comezón me incita a rascar, pero los dedos no penetran; rascan donde no debieran, sin efecto.

Los dejo en el vientre, crispados, para aferrarme a mí mismo.

No sé porque, pero todas las carencias, miedos y tristezas se alojan en el vientre. Las manos descarnadas intentan dar consuelo y cubrir ese abismo que aspira las entrañas a otra plano existencial.

Es recurrente hablar y recitar que no eres tan malo, que no eres nada especial, los hay mejores en su calidad de hijos de puta. Soy demasiado mediocre para tanta angustia.

Demasiados cariño y esperanzas desecándose en el páramo...

¿Por qué no sufren otros? No es que me importe especialmente, pero alguien me presta demasiada atención y me cago en dios.


Son las ocho de la mañana, mi corazón palpita veloz, he debido tener una pesadilla.

Con la mirada desenfocada alcanzo a ver la cajetilla de cigarros en la mesita y enciendo uno tosiendo.

Orino y hay sangre. Me asusto solo un poco, es demasiado pronto para alarmarse. 

Me limpio sangre seca de la nariz al mirarme al espejo y escupo en el lavabo la primera flema del día.

Hace tiempo que no recuerdo los sueños, y está bien.

Recuerdo sueños que me destrozaban el ánimo todo el día sin ser necesario.

Es agradable no soñar e ignorar por qué hay sangre donde no debiera.

Y concluyes que a veces hay errores y el organismo se equivoca al conducir la sangre a conductos que no son adecuados.

O eso, o estoy pudriéndome.

¡Bah!

Si no hay dolor, no hay daños, eso dicen. El dolor es el medio que nos protege ante agresiones, lesiones y enfermedades.

No hay de qué preocuparse.


 

Iconoclasta




Iconoclasta

1 de septiembre de 2015

Un viaje atroz a los límites oscuros


Alguna vez me preguntan qué sueño y digo  que no me acuerdo, porque no tengo que decir la verdad a nadie. Solo digo lo que quiero y lo que necesitan saber de mí.
Cuido de la salud  mental de la gente con mis mentiras piadosas.
Sin embargo, hoy hay entrada gratuita a un viaje atroz. Espero que a nadie guste, espero que alguien sienta que el vómito está más cerca que las palabra que lee.
Que las mentiras sean indescriptiblemente reales. Si estáis vivos, tenéis edad suficiente para entrar en la feria de la humana podredumbre. Ya sois mayorcitos.
Sin piedad.

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A veces piso una piedra y me duele el cerebro; pero el pie se ríe y pisa otra piedra de nuevo para que duela dos veces. En los mundos de la atrocidad los dolores se curan con otro dolor. Y cuando parece que no puede doler más, apareces en otro lugar para que te arrepientas de haber conjeturado nada. Si piensas que algo es malo, te equivocas, lo que está por venir es siempre peor.
No importa mucho lo que ha dolido,  porque saco mi billetera  y no hago caso a la piedra profundamente clavada en la planta del pie, sangrando. Una consecuencia extrañamente lógica en este lugar. Lo racional es absurdo.
La puta me ha pedido demasiado dinero por roerme el glande, así que enrollo dos billetes de cincuenta euros y se los meto en la nariz. Está graciosa, pero lloro de miedo ante el dolor que podría sentir cuando aferra mi pene con el gesto indiferente y trocitos de carne en descomposición entre los dientes.
Lo más preocupante es que no duele. Así que mientras me destroza el pijo, me saco la piedra clavada en el pie.
Se la hago comer rompiéndole los dientes porque soy una cosa mala entre cosas malas. Sangra, ríe y aborta una rata que cae desde un cielo de nubes grises como el plomo dejando una rosada y ensangrentada estela de cordón umbilical. La placenta se estampa contra el suelo con un ruido gelatinoso y la rata-feto se retuerce en ella con sus viejos y amarillentos incisivos devorándose a sí misma, con el espinazo partido. Está furiosa, me duelen sus chillidos.
Piso la placenta, la rata y el cordón umbilical y lo meto todo en la boca de la puta muerta. Y pienso que habiendo pagado, tengo derecho a usarla como me plazca, la vida no es una opción, porque de hecho, la vida busca a la muerte y lo grotesco devora la belleza. Son leyes de este mundo al que me someto, solo puedo ser consecuente en él.
Y por mucho que mates, los muertos no callan. No aquí. Hijos de la gran puta...
Habla sin que le importe estar asfixiada por el feto de su rata-hija. Me dice que eso no se le hace a una madre. Y mi padre está tras ella bombeando en sus nalgas. Ella no hace caso a lo que le meten por detrás, vomita toda esa carne repugnante y me dice muy seria con el dedo: "Eso no se hace".
Las paredes son muros palpitantes de carne cruda surcada de venas violáceas y finas.
Se lleva las manos atrás y separa sus nalgas: "Mas adentro, más fuerte", le grita a papá con la cola de la rata asomando por la boca.
Y yo tomo mi mutilado pene y lo sacudo con la mano para potenciar la erección que me provocan papá y mamá obscenos.
No me gusta...
El mundo está radiante, el sol da una luz nítida sin un ápice de polvo en el aire. El mundo es aterradoramente cercano. Todo tiene un detalle del que es imposible  evadirse.
Una veintena de pequeñas mariposas blancas forman un gracioso y errático enjambre cuando se elevan en el aire como una lluvia de confeti sin gravedad. Han estado poniendo huevos y comiendo sobre  un excremento en el camino. Sus patas tan pequeñas y sin embargo tan visibles con esta luz, están sucias de mierda. Pienso en la miseria que puede esconder la belleza y me pregunto porque no puede ser simplemente bella la belleza, sin ser corrupta; pero está bien, me gusta que la belleza se ensucie con mierda.
Vanidad con asco se paga.
La tierra gira y de vez en cuando abre sus fauces para comerse los bebés que la habitan y los que la habitarán. Los bebés tienen derecho a morir dice la tierra y yo digo que me da igual, que haga  lo que quiera.
Eructa de golpe miles de piernecitas y cabecitas y aunque no quiero, me río con la tierra. Este lugar no es malo, es solo aterrador y ríes por cualquier cosa.
El árbol en su gigantesco tronco milenario luce un tumor de carne cubierto por un vello verde. Es obsceno y un viejo amigo con los pantalones y los calzoncillos en los pies, mantiene entre sus manos los testículos. Parece que tiene tres; pero uno de ellos es deformidad o cáncer. Y llora diciéndome lo repugnante que es tener "esta mierda en los cojones", todas las mujeres sienten asco  hacia esa excrecencia que está recubierta de corteza de árbol. Intenta retorcerlo para arrancárselo, pero le duele hasta poner los ojos en blanco.
Me pregunto si engendrará tumores en el útero de su mujer, si pueden nacer tumores con brazos y piernas.
Si sería delito acuchillarlos cuando nacen.
Su hijo llega para tomarlo de la mano, la mitad de su cara es un trozo de neumático desgastado y me guiña el ojo mientras arrastra a su padre hacia un aserradero. Es un hijo de la pena y no veo que sea conveniente que alguien así viva.
"Vamos a cortar esa mierda, papi. Ya verás como a mamá le gustará, no llores papi".
"¿Te acuerdas cuando me arrancaste la cara, papi? Ahora es mi turno".
No debía ser una buena persona mi amigo. Yo tampoco lo soy, pero no importa si estás aquí, estás condenado aunque seas el puto Confucio.
Yo quiero irme de aquí ya...
El coño de mi esposa huele caliente, huele a enfermedad, no me apetece meter la lengua ahí y al cabo de un rato, no me gusta penetrarla.
Hay un crédulo que le acaricia los pezones para darle el consuelo que yo le niego. Dice que soy la voluntad torcida de dios y que mi tatuaje no es legal; le respondo que soy una aleatoria y determinada sucesión de incomprensiones. Él le pellizca un pezón y ella escupe carne cruda de placer. Le reviento su crédula cabeza con un martillo porque ese crédulo tal vez sea parte de la rata que ha vomitado una madre puta y que posiblemente sea la mía. Los ojos salen de sus cuencas colgando de unos gruesos nervios con tanta dulzura que me siento emocionado... Lloro un pequeño erizo como una legaña que me hace sangrar y doy una mamada con asco a los pezones de mi mujer que ahora nadie consuela. Y el semen me brota solo, sin placer, regando su hombro y su brazo.
El filo de una hoja de afeitar presiona en el meato de mi glande, tiembla de impaciencia por abrirse paso y juro que no voy a gritar; pero el bebé se arranca los ojos en su cuna porque ve algo que no le gusta. Y mi polla no duele pero está partida en dos como la lengua de una serpiente. El bebé ha muerto en su cuna de color rojo burdel y la tierra abre sus fauces y se lo traga partiéndolo en dos, primero se come las piernas y el vientre y luego el resto con especial énfasis en aplastar su elástico cráneo.
La sangre baja por mis muslos desde mi pene ahora bífido y pienso en que extraña sensación es la menstruación. Es como no acabar de morir nunca...
No duele y el miedo me pudre las uñas que se caen solas como hojas secas.
Camino y en lugar de pisar la piedra, meto el pie en la madriguera de un conejo y aplasto sus conejitos aún sin pelo. Me disculpo con la coneja madre, y le digo lo que la tierra me dijo a mí: "Los gazapos también tienen derecho a morir ", mientras siento los huesecillos clavarse en mi piel y no puedo evitar vomitar.
La coneja saca de la madriguera una pistola grande como dios, de la marca ACME y se dispara en la cabeza con tristeza.
El mundo vuelve a la oscuridad y los muros de carne delimitan la cama donde una vieja con tetas enormes y obscenamente adolescentes, vierte vodka en su ombligo y da palmadas castigando un clítoris largo como el pene de un bebé. No siente nada y llora con un berrido animal, cada palmada es más fuerte y temo que empiece a sangrar. No quiero verlo.
El aire huele a locura, a la descomposición de los cerebros.
Los hijos están en un lado de la cama adorando su vieja madre. Posan las manitas en su vagina y acarician ese clítoris enorme  diciendo: "Te queremos, mami" y gimen de placer a coro. Gimen los placeres que la madre ahoga en licor, jadeando con sus boquitas inocentes y las lenguas obscenas e indecentemente grandes entre sus pequeños dientes de leche.
Soy joven y le dicen a mi padre que soy demasiado niño para algo que no entiendo; no presto demasiada atención porque mi madre me grita, me ordena que salga de su agujero. Ha abierto las piernas y con las manos agranda la vagina para que me caiga.
"¡Este es mi agujero, sal de ahí, hijo puta!" "¡Sal de mi puta raja, quiero que tu padre me la meta. Las madres estamos calientes. No querrás ahogarte con la leche de tu padre ¿verdad? Sal, asqueroso, sal de mi raja...!"
Lloro por las madres calientes hundiendo el rostro en las trémulas paredes del útero y quiero pisar una piedra que duela en el pie, como debe ser.
Pero las piedras a veces se meten en los huesos y convierten el tuétano en una matriz que gesta más piedras que te deforman y te convierten en cosa vomitiva.
Y a la incomprensión se suma el miedo al ridículo. 
Del cielo oscuro llueven palabras que arden en la piel y en los ojos. Me pongo las gafas para que los lentes se rompan y me corten las córneas. Es mejor no mirar.
El cerebro tiene miedo a perderse a sí mismo, así que siento ganas de mear y meo.
Y fumo.
Mientras el vaso de café da vueltas en el microondas, intento olvidar tantas imágenes atroces. Y piso con fuerza el suelo para convencerme que no hay piedras y que no hay carne ni sangre que pueda devolverme a lo sórdido de mí mismo.
Es un buen día para escribir atroces indecencias.
Y las escribo.



Iconoclasta

28 de agosto de 2015

Telegrafistas sin tiempo


ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Son breves momentos de amor y apresuradas palabras de alegría escritas en un morse eléctrico y rápido.
Fulgurantes trallazos de ternura electromagnética.
Son antiguos telegrafistas que en pleno siglo XXI, lanzan besos en código morse. Apenas hay tiempo, pobres...

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Urgentes besos e ilusionados abrazos antes del trabajo, antes de comer, antes de la cena, antes de dormir, antes de todo...
Instantes que pueden hacer hermoso el día de una forma rotunda y sorprendente.
Como si existieran los milagros.

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Durante una convalecencia se cuentan dolores de uno y otro con besos y alegría. Tecleando los pulsadores para enviar todo el amor posible en el menor tiempo.
No saben ni ellos mismo como lo hacen, no entienden como se puede transmitir tanto cariño y ternura tan velozmente.
Los enamorados baten extraños y absurdos récords secretos.

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Telegrafistas que ganan tiempo no escribiendo de ansias incumplidas e inconsolables.
Telegramas de ilusión y besos, rápidos y eficaces, sin tiempo para las melancolías. 
La melancolía atacará con dureza luego, cuando el martillo del telégrafo quede en reposo en la oscuridad de la oficina de correos. Cuando estén solos y el tiempo no amenace la dicha del encuentro eléctrico.
Los telegrafistas enamorados imaginarán luego, en su aislamiento entre la multitud, los besos carnales, la humedad de las pieles acaloradas y cenar juntos en el mismo lugar sin despedidas con puntos y rayas.

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Esperarán impacientes un año, un día del dragón que vuele llevando en sus garras palabras palpables de tinta y papel que den consuelo a la melancolía que a veces les detiene peligrosa y dolorosamente el corazón. En cualquier momento.
Que esas palabras combatan el vacío de las manos cuando los telégrafos dejan de sonar su morse de amor. Cuando la quietud de los martillos del telégrafo deja vía libre a tristezas, distancias, tiempos, esperanzas y alegrías. Cuando queda demasiado tiempo para que la realidad les aplaste el ánimo y esbocen una sonrisa cansada que nadie entiende.

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Por ello cuando el morse habla solo hay alegrías, amor y ternuras. Rápidos e inequívocos mensajes cortos: "Te quiero - Stop - Te pienso - Stop - Eres una mujer impresionante - Stop - Eres bárbaro - Stop...
Stop, stop, stop..."

¿Cómo es posible querer tanto en tan poco tiempo y con tan pocas palabras?
Porque el amor corre veloz como la luz, como la electricidad que lleva un código morse de amor y esperanzas.
Dragones de plata, hojas de papel embebidas en tinta de amor y pulsaciones electromagnéticas que dan vida al corazón...

Se quieren - stop - Sonríen cuando deberían llorar - stop - Combaten el tiempo a sabiendas que pierden - stop - Triunfan amando cada día robando tiempo al tiempo - stop.

Fin de la transmisión.




Iconoclasta

28 de abril de 2015

Papel y tinta


Soy un ser de papel y tinta,
y párrafos de alma diluyéndose
en ríos de colores desleídos,
                               aguados.

Perezosos torrentes de sudor
de obscenos deseos,
descontrolados. Impúdicos.

Sueños que invaden el día
y bañan de rocío mi glande,
ilusiones que hacen del mediodía
                               la madrugada.

Y el semen un ocaso blanco
                                lácteo...
que se arrastra lento
por el vientre y las ingles
y en mis dedos que escriben.









Iconoclasta

11 de abril de 2015

Solo heridos


Nada tengo que ver con una artista como Frida. Soy la absoluta oposición a lo que ella era: arte, sensibilidad y emoción.
Solo hay una cosa que podría tener en común: el dolor del cuerpo; pero hasta ese dolor en mí es ridículo comparado con el suyo.
Si insisto en buscar algo común, sería que estamos ambos en los extremos: ella en su universalidad y admiración. Yo en mi mediocridad y ocultación.
Pero eso es una trampa burda que intento por dar algo de importancia a mi existencia, un sofisma.
Solo tenemos en común haber sido heridos.
No puedo evitar al ver su dibujo, pensar que soy una bestia herida en los huesos y el pensamiento. Siento una especial simpatía por ella, herida.
Sé que hay mucha gente dolorida, pero no me interesa esa gente. Es mi intimidad, mi pensamiento. Yo elijo quien está en él. Siempre que puedo. Y en mi pensamiento no existen multitudes, dos o tres seres a lo mucho. Exagerando.
Soy el dibujo de un gato con los cuartos traseros aplastados, maullando en la cuneta de una carretera llena de coches veloces que no prestan atención.
No vivo como quiero, como ella, ni siquiera así padezco.
Solo hago lo que puedo, soy lo que puedo, muy lejos de lo que me gustaría.
Sin clase, sin elegancia, con los dientes rotos de apretarlos al soñar lo que no soy y no seré.
Ojalá su dolor haya cesado, pronto me toca a mí también.







Iconoclasta