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22 de agosto de 2019

Y si no te quiero


Y si no te quiero ¿qué pasa?
Solo ha sido un experimento doloroso de imaginación.
Había una paloma muerta, tan bonita que parecía dormir simplemente, como si la muerte no pudiera corromperla. Me ha dado una pena repentina ver como dormía ajena a su propia muerte.
Ocurre que a veces el día se oscurece y espesa en mi cerebro y busco hacerme daño para disipar demasiada adrenalina concentrada.
Estar en un tiempo y lugar equivocados, tiene consecuencias psicológicas malas para mí y para la humanidad si no me controlara.
Es una paranoia irracional. Es mejor así, cielo; que no sepas de mis autodestrucciones y mis viajes a un lugar enfermo en lo profundo de mi cerebro. Entra con tanta facilidad y dulzura un alfiler en el oído, que es sorprendente su dolor demoledor e inconsolable.
Lo dulce mata con mucho dolor. No te culpo, hermosa mía, es una conclusión.
Digo que el dolor entra sin darme cuenta hasta que estalla y lloro rojo.
Si no te quiero es un experimento doloroso para medir el nivel de dolor y angustia que sería mi vida sin ti. Cuanto más duela, mayor será la intensidad de mi vida. Ya te he dicho de mi irracionalidad desatada.
¿No quererte? Es algo imposible, no puede ocurrir. Mi estructura molecular está cohesionada por las frecuencias de tu amor.
Si no te quisiera sería desintegración.
No es un escribir banal, amor.
Es que a veces mi soledad y libertad es tan hermosa y salvaje, que necesito compartirla contigo buscando mil excusas para escribirte, para emocionarte si tuviera semejante habilidad.
Soy tosco, mi amor.
Y si te quiero… Que la muerte tenga piedad de mí, que me anestesie antes de llegar para no ser consciente con el último suspiro de que ya no estarás conmigo.
Me horroriza saber que cuando acabe la función no tendré tiempo de tomar un café contigo y criticar la gran obra que acabó.
Perdona amor, es inevitable pensar en lo peor cuando en mi aislamiento nada me distrae de lo que quiero y amo.
Además, tengo décadas de vida que demuestran que todo sale mal con tanta facilidad…
Maldita la cobardía que surge de amarte…
Si no te quiero… Eso no puede ocurrir en este mundo a menos que muera, porque mi imaginación es muy enorme; pero limita con la muerte en todas direcciones.
Perdona mis sórdidos momentos de soledad, cielo.
Te quiero, te quiero, te quiero…





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

27 de julio de 2019

Una mañana de lluvia


Estaba sentado bajo la sombra de dos grandes árboles, fumando.
Porque si no fumo ¿qué hago?
Escuchaba el ruido de las cosas y los seres en este valle inmenso formado por multitud de campos de pasto.
Progresivamente los truenos cortejados por ráfagas de aire fresco que tumbaban los muñones-paja de cebada y avena con un tranquilizador frufrú, empezaron a aproximarse y aumentar de volumen.
Las nubes metieron al débil sol en alguna celda oscura del cielo y el aire se hizo más veloz.
Y en ese instante, sentí que estaba en casa. Me dije: si ya estoy, no tengo que ir.
Encendí otro cigarro con el coro de un trueno.
“Además, no te espera nadie. Lo hiciste bien.”
Acomodé el culo en la gran piedra que me servía de butaca de salón.
Un par de urracas llegaron de un campo vecino, como enfadadas a juzgar por su graznidos, espantando con su aterrizaje a una bandada de palomas que picoteaban cosas entre la paja, lo que provocó un hermoso y caótico aplauso de manos emplumadas.
Empezaron a caer gruesas gotas que hacían de las grandes hojas de verduras silvestres que crecían en los límites de los campos, tambores de sordos y polvorientos toques.
La tierra exhaló una bocanada de acre humedad y melancolía. Mis dedos se cerraron intentando atrapar un poco de ese vahído de la tierra cansada, abrasada y sedienta.
¿Soy de tierra también? Porque me siento igual que ella.
Yo estaba en casa, estaba dos veces bien allá sentado. No quería que el planeta callara la líquida percusión de las hojas y los truenos de frescor que llegaban veloces.
Que no se secara la tierra, aún.
Que no liberaran al sol de su prisión.
Son cosas que pides cuando te arde el cuerpo y lo que quiera que sea el alma.
Y arreció con furia, agresivamente.
Las grandes copas de los árboles que me daban sombra, no pudieron frenar tanta agua.
Mi cuerpo decía de ponerse en marcha, yo le decía que no. ¿A dónde pretendía ir si este es mi sitio?
Cayó un rayo que partió uno de los árboles, los tullidos no se mueven rápidos. Es algo que cualquier tarado sabe.
Sentí mi cabeza crujir como madera seca.
No dolió, eso es lo que me dio más miedo.
Y no sé…
Ahora no hay nada, no hay sonido, ni luz, ni frío, ni calor, ni seres o cosas.
Lo único que no cambia, es que aquí no me espera nadie.
Mi pensamiento se desvanece, y siento un poco de melancolía a medida que desaparezco viendo mi cuerpo aplastado.
Bueno, se acabó la función con un maravilloso y teatral final, si no estuviera aplastado y muerto, me llevaba el puto óscar.
No me puedo quejar.
¿A dónde me lleva el viento?




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

23 de julio de 2019

Amarte es confuso


Ocurre a veces que llego cansado a cualquier lugar. El hecho de realizar el más leve movimiento me cansa. Me duele.
Es la biología, el cuerpo pide descansar de una vez por todas.
Pero es delito quedarse quieto, varado como una ballena en la playa.
Así que me meto el cansancio en el culo y me muevo.
Una vez he llegado al lugar, el cansancio desaparece con un cigarrillo y las primeras palabras que escribo en la libreta.
No irás a pensar que me olvido de ti. ¿Verdad, mi diosa?
He dicho cansado, no amnésico.
Lo cierto es que cuanto más me alejo de mi casa, más me acerco a ti.
Pudiera ser que confundiera cansancio con ansiedad.
A lo mejor, sueño sin darme cuenta con el rotundo abrazo que aplastará tus pechos contra el mío.
Pudiera ser que además de cansado, dolorido y ansioso; debiera concluir que estoy caliente.
Amarte es un maravilloso caos.
Bye, amor.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

31 de marzo de 2019

La incorrección de un amante


No soy un correcto y medido amante de esta época de maricones con voz meliflua respetando libertades. No contigo.
Eres mía.
Tu libertad no me interesa. Todo lo contrario, quisiera tenerte esposada a mí.
Es que quiero poseerte (lo deseo secretamente, sueño…), que seas mía a cada instante; como se expresaban aquellos románticos trágicos que escribían de vampiros y monstruos entre láudano, alcohol y opio.
No me enseñó nadie a desearte así de impune e impíamente, no copio; es innato en mí. Con el tiempo supe que no estaba en el tiempo correcto.
Existe este deseo de encadenarte porque existes.
Eres la causa de que exhiba abiertamente mi incorrección.
No te amo para que seas libre y lejos de mí.
El amor es posesivo, follarte es agresivo; entrar en ti sin cuidado, desesperado, desatado.
Lo paradójico, mi amor, es que amar esclaviza.
Y no quiero morir como el soldadito de plomo.
Ergo soy tu esclavo, el que sueña en la oscuridad de un rincón secreto poseerte incivilizadamente, con el semen que se derrama gélidamente solitario por mis testículos.
Tú eres diosa y ama, y soy feliz (no tengo opción) ardiendo en tu infierno, el que creaste para mí con esa pagana vanidad de je ne sais pas.




Iconoclasta

11 de marzo de 2019

El gélido viento


¿De dónde vienes, gélido viento? ¿Dónde te has alimentado para barrer con tanta fuerza y sin perdón los cálidos rayos del sol?
Dímelo con un rugido de tu seca garganta. De fumador a fumador ¿Dónde te escondes? ¿Dónde naces?
De viento a hombre ¿arrastras muerte? Soy curioso, no es temor.
Gélido viento que cortas los labios que lucen imprudentemente brillantes ¿Vas a otro lugar? ¿Es trabajo atrasado tu ráfaga fría?
¿Morís los vientos todos, gélidos y ardientes? No es por temor, solo me interesa la vida y la muerte porque intento escribirlas y describirlas de forma clara para que todos se enteren de una puta vez. Alguien tiene que hacerlo.
Ya hemos vivido y ahora toca morir. Es eso ¿verdad, gélido viento?
Yo no puedo rugir, simplemente blasfemo sin fe cuando la muerte duele. Encuentro que a veces tensa demasiado la cuerda sin ser necesario. Casi alegremente, sádicamente. Como si no bastara con morir, debe doler.
Si puedes sóplale tu gelidez en su negro rostro a un millón de kilómetros por hora, a ver si le gusta.
Y arranca las banderas que gallardas de mierda haces ondear, limitando mi libertad y el planeta. Arrasa los mástiles como las ramas de los árboles a los que ruges.
Gélido viento… Qué suerte que no tienes huesos. Si no hay hueso no duele. Y lo que no tiene hueso se evapora suavemente.
Sé cosas, gélido viento.
Sé muchas cosas.
Y no quiero saber más, no caben ya en mi cerebro. Las nuevas que entran duelen, porque han de atravesar un hueso para llegar. No es necesario que respondas a nada, es que solo quiero ser un poco social en lugar de sociópata.
Y en este mundo de seres feos, la cordialidad es una pincelada de paz. Es bueno relajarse de tanto hastío.
Muere en paz viento gélido.
Y agradece no tener huesos.





Iconoclasta
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23 de febrero de 2019

Yo, el sepulturero


El invierno es ya un viejo que se apaga en una vertiginosa agonía. Muere cada día unos minutos, los que la luz le roba de vida para calentar más la tierra y las cosas que contiene.
Otro invierno que muere y otra primavera que está ya inquieta en el útero planetario para ser parida y ocupar así el lugar de su hermana muerta el año pasado.
Es menos triste y dramática la historia de los equinoccios, sus razonamientos, cálculos y efectos; pero infinitamente más aburrida.
Y con toda su ciencia se equivocan. El invierno muere mucho antes de lo que calculan. Lo noto en los árboles y sus ramas que se estiran y arrancan ávidas ya el calor al aire para recuperar sus hojas queridas. Lo noto en el hielo del camino que ha perdido su dureza y apenas cruje, pareciera que al pisarlo llora quedamente. En las voces del bosque.
Lo noto en mi sudor que había olvidado estos meses fríos. Y el hueso duele menos…
El invierno no espera un equinoccio, muere cuando debe, cuando está agotado. Tal vez en su agonía aún pueda dar un frío zarpazo; pero está acabado.
El invierno ya alimenta a los buitres.
Y así, palabra a palabra he empezado a cavar su fosa. Alguien tiene hacer los honores. Tal vez, por eso estoy aquí: como sepulturero de las estaciones.
Porque si no ¿qué hago?
Hay una belleza de infinita melancolía en la muerte de las estaciones.
Dan ganas de morir con ellas.
La belleza con tristeza se paga… Son cosas que aprendes con un dulce dolor.
No tardaré mucho en cavar dos tumbas, no soy tonto ni ingenuo.
Y si ves las barbas de tu vecino pelar…





Iconoclasta
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2 de febrero de 2019

Un gris musical


Es un día gris como un muro de hormigón, frío como la anestesia que en el quirófano me hiela la sangre dentro de la carne.
En los auriculares suena Oh Susie de Secret Service, como si quisiera salvarme de este gris hermoso y letal para el ánimo que me lleva a pensar en la vida y sus ataúdes.
Sin embargo, la vieja y rítmica canción me encanta: pero no mejora mi ánimo. Me provoca una súbita añoranza de triste juventud.
Y observo con los ojos lagrimeando frías gotas que me roba el viento, que los árboles sin hojas lucen grises, grises las farolas, grises las pieles de los humanos, gris mi pensamiento que tiñe el papel.
El cielo lo impregna todo, no hay salvación.
Y lo peor: no me comprendo, estoy bien bajo este cielo; de alguna forma trasciendo.
Los auriculares hacen lo que pueden con lo que tienen. Tienen buenas intenciones; pero se equivocan como yo con su aleatoria reproducción.
Y cuando parecía que iba a llevar una sosegada y gris melancolía sin demasiados sobresaltos, atruena en mi oído el brutal y colosal Concierto para Margarita de Cocciante. Mi pecho parece que va a estallar de tanto amor que le inyecta la canción. Sueño por un momento con la tragedia de amar y morir en un abrazo, en un beso fibrilador.
Porque las palabras del concierto, dicen con exactitud lo que fui, lo que fue, lo que deseé, lo que no se cumplió. Lo que debería haber sido en un mundo perfecto.
Lo que debería ser y ya no queda tiempo.
¡Por favor…! Es mágico, es impío en su operística contundencia.
Los buitres vuelan bajo en círculos, les incomoda ese gris, tal vez teman planear en plomo puro y que sus grandes alas se rompan. Dos gaviotas chillan alto y contrastan con un sedoso blanco, perfecto en toda esta grisentería.
Saco la navaja del bolsillo, en principio para cortar los cables de los auriculares, algo definitivo que me libre de esta bella y fascinante autodestrucción.
Sin embargo, por alguna razón el filo corta las venas ya cansadas de bombear tanta vida, tanta tristeza y esta fuerza que no me abandona y no me da descanso. Ser fuerte tiene sus inconvenientes en un mundo gris.
La sangre que sale de mi carne no es gris es de un rojo granate que, hipnótico se desborda por el asiento de madera de plomo que me sostiene.
Es un buen final, aprendí con el tiempo a cazar las oportunidades al vuelo.
Adiós, Susie.
Adiós Margarita.
Bye…





Iconoclasta
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27 de septiembre de 2018

Último otoño


Dan ganas de despedirse de alguien o algo cuando el otoño irrumpe por primera vez con un viento frío y una tarde oscura.
Cuando ayer hacía calor y el planeta, repentinamente pierde unos grados de temperatura en este lugar. Y te los arranca de la piel si estás donde debes, donde quieres.
Tal vez sea porque todos los animales solitarios sabemos que los inviernos son las pruebas que hemos de superar para merecer el título de “seres vivos” otro año más.
De ahí ese tétrico deseo de decir adiós, tal vez sea el último invierno.
A medida que pasamos inviernos, estos se hacen más duros.
Como el pellejo, los huesos y el corazón.
Me despido de los animales y las montañas. De los árboles y los musgos. De los ríos y los senderos solitarios que hacen audible mi vida con cada paso.
Y secretamente me despido de mi hijo, de la que amo, de mis amigos y los desconocidos que entre ellos debería haber algún buen ser. En secreto, porque me da vergüenza confesar que es posible que muera, suena a tragicomedia barata para quien no ha sentido sus pulmones ensuciarse de la propia sangre.
El otoño es una melancolía porque evoca tiempos de muerte y lánguida belleza con sus saturados colores.
Y las ramas-esqueleto que han perdido sus hojas, no mejoran el 
ánimo con esa hermosa tristeza planetaria y vital: tal vez no vea otro año más.
Y vuelvo a pensar que es la época más hermosa, la que me hace trascendente. Cuando estoy triste, mi alma es más pesada, soy más…
Tal vez sea eso, las ramas desnudas, lo que hace la muerte peligrosamente cerca. Ayer bullían hojas verdes y el movimiento les arrancaba sonidos suaves, sedosos. Hoy suenan a cáscaras secas arrastradas por el viento en los caminos y lucen los árboles como cadáveres descarnados.
Lo que en verdad hace el otoño, es despertar esas reminiscencias inmortales del instinto, una serie de emociones y reacciones que permanecen inalterables en el tiempo. Hace cientos de miles de años, los inviernos mataban por el frío, por la falta de caza, de alimento…
Por ese instinto buscamos la teta al nacer, por eso follamos sin manuales de instrucciones; y por eso sabemos ante según que dolor, cuándo la muerte es inminente: duele de forma extraña un órgano y pensamos que algo huele a podrido en Dinamarca. Y tenemos razón.
Me gusta la tristeza de pensar en morir entre las frondosas e invasivas montañas.
El otoño le arranca las hojas a los árboles y los últimos calores a la piel advirtiendo: “Tienes hasta la primavera para sobrevivir. Sé fuerte o muere. Ten suerte o muerte”.
Seré muerte, porque nunca he tenido suerte. Es tan fácil morir…
Qué curioso… Todo lo que importa en este otoño acaba con las mismas letras:
fuerte
muerte
suerte
Solo coño se parece algo a otoño.
Me gustan el otoño y el coño, no sé cuál más.
Hay que forzar una sonrisa o un sarcasmo en otoño, o te come vivo.





Iconoclasta
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11 de agosto de 2018

El amor


Hay un tremendo e iterativo fallo conceptual en las definiciones y uso del amor: no se puede universalizar. Su propia esencia no admite generalización.
El amor universal es degeneración, mina las bases del amor puro. Lo denigra, lo diluye, lo prostituye y al final, lo convierte en una vulgar religión de tantas de las seguidas por los sectarios.
El amor es intransferible, irrepetible, nace y muere en ciclos vitales. Y excluye todo lo que le rodea y es ajeno.
Cualquier otra consideración de amar no va más allá de una simpatía, cariño o el mercadeo de una cópula. Actos cotidianos que contaminan el concepto real.
Y por ello el romanticismo grita a través de los tiempos y sus románticos, que el amor es tragedia y suicidio.

6 de agosto de 2018

La lluvia sin ti


No puedo evitar pensarte y desear que estuvieras conmigo viendo caer la lluvia bajo el parasol del café.
Soy malo, mi amor. Sé que eres un animal de luz, de sol y templanza.
No puedo evitar pensarte en tenerte bella y mía cuando la melancolía del planeta me aplasta. Soy vanidoso y te quiero hasta un nivel suicida.
Podrías considerar que soy malo por ello, por ignorar que la lluvia te deprimiría; pero es solo un sueño mío, una ilusión contigo.
No permitiría que la lluvia te molestara, que el frío te hiciera padecer.
No puedo evitar pensarte en todo momento, eso es todo.
Es la tragedia de amar el planeta en todas sus estaciones, y en todas sin ti.
Perdona, cielo.
Yo solo quisiera que lloviera para poder protegerte. Soy un maldito pragmático con inopinados ataques de un romanticismo antiguo como la tierra.




Iconoclasta
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8 de junio de 2018

Una tormenta perfecta


Luce un sol de tarde fuerte, brillante. Y de repente, sin que disminuya la luz, se pone a llover.
Es bonito, crea cortinas de vapor en el aire y difumina las cosas mediocres haciéndolas difusamente interesantes: las personas y los edificios.
Pero enseguida dejo de pensar en lo infrecuente del fenómeno.
Pienso que si yo fuera clima, haría lo mismo contigo.
Te llovería en cualquier momento, en la claridad o en la oscuridad.
En tu piel toda, en tu boca y en tu coño.
Con lágrimas, con sudor, con saliva y con un semen ardiente y espeso como mi pensamiento.
Te anegaría toda de mí, te ahogaría con mi deseo y mi monstruoso amor.
Sería tu tempestad.
Siempre un clima trágico de amor y sexo.
Tormentoso…
El mundo se moja, el planeta es llovido y yo solo pienso en ti aunque mis ojos sigan los cadáveres hinchados que las sucias aguas arrastran.
Tú no sabes cuánto te quiero.
Soy tu tormenta perfecta.
Aun no entiendo como mi pluma puede escribir con tanta agua batiendo furiosa contra tu piel, que soy yo mismo.
Todos estos fluidos que derramo…
Sobre ti, dentro de ti.
Amén.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

22 de mayo de 2018

Fulminante


La naturaleza no tiene porque transmitir paz, sosiego, equilibrio o una espiritualidad mística.
La naturaleza es un caos.
A la naturaleza le importa una mierda tu necesidad de tranquilidad y búsqueda interior.
No puedes estar quieto y contemplativo demasiado tiempo. Si te detienes, mueres.
Yo soy como ese desconcierto de nubes; por viejo que me haga, sigo odiando y amando con fuerza paranoide, admirando y escupiendo. Sangrando por dentro y hacia fuera.
Y quiero follarla. Follarle la boca y el coño de tanto que la quiero.
Deseo matar a quien odio: le deseo lo peor a él y a sus hijos y todo lo suyo que pueda nacer.
Y reírme a carcajadas asfixiantes de quien sufre o goza y de quien viva o muera. No importa, todo depende del momento. De mi caos, del caos del planeta que marca mis días inevitablemente.
A veces lloro sangre y no necesariamente muero, me mantengo en la jodida vida aunque no quiera.
Soy esa vorágine de nubes que no busca sosiego. Solo quiero reventar mi vida y el mundo en mil pedazos.
La serenidad llegará con la decrepitud, con la muerte.
La naturaleza a veces parece quieta, posa para la foto. Pero hierve como yo de vida, de muerte, de amor, de odio, de violencia, de dolor, de enfermedad, de porquería…
La vida no es bella, no destaca por eso.
La vida es fulminante.
Y mi mecha llega al final sin que tenga una especial necesidad de sosiego.




Iconoclasta
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6 de febrero de 2018

Frías melancolías


Llega la fría noche y es un privilegio estar con los bancos vacíos en la solitaria calle. No tener a nadie a mi lado, sino dentro de mi pensamiento y ahí, a salvo del frío y soledades tristes.
Le diría en silencio que quisiera ser ese árbol, que no necesito pensar, no necesito moverme. Me conformo con recortarme contra cielos oscuros y claros y que mis ramas secas sean saludo o despedida.
Una cortesía nostálgica no puede hacer daño.
He caminado demasiado y los huesos duelen, aunque aún puedo aguantar más dolor, eso no me preocupa. He pensado demasiado y los sesos se han irritado. He escrito tanto que, mis dedos escriben sin cesar cosas en el aire. Aunque no quiera.
Me preocupan los años perdidos en los que no formé parte de la belleza melancólica de un solitario anochecer de invierno.
Me hace pensar que es tarde, que no soy árbol y que muero en ese mismo instante. Tal vez porque siento el dolor de los dedos fríos, como las ramas desnudas del árbol parecen crisparse ante el mordiente aire.
Está bien, he vivido suficiente y he hecho lo que debía. Y así, cualquier momento es bueno para morir.
Pero a ella no le digo esto último, es demasiado triste; por bello que sea.
La beso en mi pensamiento y hace un mohín de cariño que acaricia mi corazón. Y conjuro así con ella, la tristeza vital de la certeza profunda.
Evoco el himno del silencio y bailamos juntos bajo este cielo y en esta soledad, al son de una trompeta muda y fría.




Iconoclasta
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5 de febrero de 2018

Las horas todas


Las horas huecas,
las necesidades y su insatisfacción.

Las horas vanas,
las del agotamiento sin fruto.

Las horas temibles,
las de la angustia y el dolor.

Las horas negras,
de muerte y necrosis del ánimo y la carne.

Las horas-sueños,
las de la intensidad, la locura y la vida deshebrada como carne hervida.

La hora inquietante,
cuando el espejo mudo mira tu rostro y cuenta las horas pasadas.
Y las pocas que restan con pestañeos tristes.

Las horas tiernas,
en las que acaricias sus deditos y tratas de imaginar su vida, pensando: “tan pequeño…”.

Las horas cáncer,
que se hacen tumores nacarados con hastío y crean metástasis hasta en la sonrisa.

La hora aciaga,
cuando sabes que se aproxima lo inevitable y es malo.

Las horas repugnantes,
cuando la envidia ajena se cierne pesada en tus cejas diciéndote que no es posible, que no es bueno, que no te creas especial.

Las horas felices,
cuando el odio hace fantasías de sangre y violencia, de cuerpos destrozados por una justicia salvaje. Y observas jadeando un reloj con ojos enrojecidos.

Las horas del amor,
que no son horas, son segundos vertiginosos que se precipitan por acantilados afilados.

Las horas tristes,
las del llanto inevitable, bajo la luz que me delata ante mí mismo y me avergüenza sin piedad.

Las horas íntimas,
donde el pensamiento parece hablar potente en los tímpanos y el tiempo carece de importancia.

Y hay un segundo…
El segundo lácteo,
el trallazo explosivo que se escurre blanco rezumando desde lo más íntimo de sus muslos hermosos y fascinantes.
Aunque no justifica las horas todas.




Iconoclasta
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17 de diciembre de 2017

No son meras palabras


Paso demasiado tiempo pensando en ti.

Si te digo que te amo y eres un ser superior, no son simples palabras.

No hay nada de simple en amar, es todo demasiado complicado.

No es simplemente complicado amar, entiéndeme. Es que en estos tiempos es un trabajo imposible: infinitas injerencias, horizontes artificiales, dolores y ausencias que se intercalan entre breves y escasos momentos de besos y caricias.

Los premios sucumben a los castigos, mi amor.

Vivir con angustia un decorado atroz y tú mi salvación.

Un sonido que me orienta en el sórdido caos es tu voz.

Amarte hace de mis palabras un mensaje secreto y desesperado. Grabado a conciencia en el alma y en la piel.

Porque no puedo perder el tiempo en banalidades; la vida se acaba, cielo.

Mis palabras son la justa frecuencia del sentir en un cifrado íntimo.

Eres insoportable en tu sensualidad.

Una perdición para un mortal como yo.





Iconoclasta
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14 de noviembre de 2017

Te digo del viento


Te digo que el viento es tan fuerte, que me roba el aire que he de respirar y por unos segundos, siento asfixiarme.

Te digo que el viento se ha llevado el polvo del camino y ha dejado la tierra desamparada, cuarteada y dura. Ha borrado todas las huellas y las que se pudieran hacer. Como si nunca hubiera estado.

Nunca estaré, no quedará nada de mí, dice el pérfido viento.
Si en polvo nos convertimos al morir, el viento ha arrastrado a los muertos de esta tierra. Aquí, ahora solo quedan vivos que temen morir aplastados por las cosas que el viento les lanza furioso.

Se ha llevado las nubes y parece querer llevarse el sol, que flaquea en su brillo.
El viento aúlla y su salvaje odio quiere arrancar los árboles que intentan tumbarse llorando verde de puro terror.
Lágrimas arremolinándose…

El viento me da un poco de miedo porque mueve el banco en el que me siento para escribirte estas cosas que solo pueden pensarse en soledad.
Y piensa quien me ve escribir sentado contra el viento, que es terrible estar tan solo.
Tiene razón en lo de estar solo; pero no es terrible.

El viento frío como una muerte, como una anestesia inyectada en la vena; me roba la humedad de los labios y los parte. Me arrebata el calor de las mejillas y en algún momento me hace temblar sin control; pero lo extraño es que el corazón parece hervir, parece un fuego atizado en una fragua.

Corazón ardiente y dedos fríos porque no se puede escribir con guantes: pierdes el contacto contigo mismo.
Si tiene que doler, que duela.

Te digo del viento en soledad, porque si estuvieras a mi lado, no podría prestar atención más que a tus ojos y tus labios. A tus palabras y silencios.
Concluyo que eres más poderosa que el viento.
Eres la que atiza el fuego del corazón que el viento no puede apagar.
La creadora de una soledad, que el viento no arrastra, sino trae.

Te digo palabras que el viento no se podrá llevar, las escribo con tinta de plomo en un cuaderno que ni el viento arrancará de mis fríos dedos.

Es hora de volver a casa, sin huellas.
Invisible y efímeramente.

Adiós.



Iconoclasta

7 de agosto de 2017

Ríos y ríos de gente


¿Cuánto dura un río en escala geológica? ¿Una semana para que un terremoto varíe o ciegue su cauce?
¿Y un ser humano? ¿Tres o cuatro centésimas de segundo?
Ni puta idea; pero ha de ser muy poco tiempo.
Observar el planeta es caer en la cuenta de lo efímera que es la vida. Con solo coger una piedra, te das cuenta de todos los años que no vivirás jamás.
 Puede deprimir un poco; pero es mejor que vivir-morir ingenuo y engañado.
Si uno se da cuenta de la brevedad de la vida, concluye que perder el tiempo es uno de los más graves errores que se pueden cometer (letal). Y la peor forma de perder el tiempo, es ignorar lo que en verdad uno respira.
Es suicidio privarse de cualquier placer por muy pecaminoso e indecente que sea.
Incluso el río no tiene más remedio que soportar cosas que no le gustan; porque hay gente donde debería haber solo águilas.
No está bien, el ser humano es infestación que gracias a medios artificiales llega a lugares donde antes no podía.
Sin cansarse, sin ser fuerte.
Eso me recuerda que ya nacen todos. No es crueldad, es un hecho maligno para la humanidad.
Alguien (todos) podría decir que es bueno. Que es magnífico poder disfrutar de lugares a los que antes no era fácil llegar.
A mí me desagrada, no es lo que quiero ver.
Me gustan más los animales de cuatro patas y con plumas (para follar no, solo follo mujeres).
He visto un pastor que acompañado de un perro, conduce una oca de caminar muy erguido hacia el remolque de su camioneta. Y cien turistas aplaudir semejante aburrimiento.
Los turistas aplaudirían mi pierna podrida si pudieran fotografiarla.
No, todo carece de dignidad, siento vergüenza ajena y hastío.
Los hay que me observan con curiosidad escribir en mi cuaderno, sobre la mochila y con un cigarro colgando de la boca. Si supieran lo que escribo, pensarían que soy un amargado. Acertarían los muy sagaces.
Soy un amargado que procura empeorar cada día más.
Me gustan las nubes tan bajas y grises que se acercan tapando el puto sol. Es el primer gran ejército de nubes en dos meses de calor, la primera horda que marca la cercanía de la muerte del verano. Lo están cercando.
Las águilas podrán volar tranquilas. Y yo no pensar oscuramente, cuando esas nubes arrastren a los que no deberían estar, unas semanas más adelante.
El viento fresco me relaja y me roba las palabras que intento escribir: "Deja de escribir y solo fuma", parece decir acariciando la piel negra de mi pierna secreta y podrida.
Me parece bien.
Dejo de escribir por un rato, aunque me quedan unas milésimas de vida.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

21 de junio de 2017

Yo vapor


Es como si el planeta sintiera mi desdicha y me habla con metáforas en tristes e íntimos días de tormenta.
Como si me entendiera.
Podría haber sarcasmo por su parte, lo entendería. Yo soy sarcástico, soy la burla de mí mismo.
Pero lo peor, es que siento que se apena por mí, que soy un mini-ser digno de ser compadecido.
Y me da de lleno en la dignidad y fumo rabioso y hiero la corteza de los árboles para ser indigno de lástima.
El mundo dice que tú eres la poderosa y voluptuosa montaña.
Y yo la efímera nube que se arrastra por ti, sobre ti. Quisiera cubrirte toda; pero eres inabarcable.
Me empeño en amarte más allá de mi corta de vida, más allá de mi lugar.
No lo conseguiré plenamente, no hay tiempo y no soy más que vapor.
No soy poderoso, soy un mierda.
No importa, me basta arrastrarme sobre ti y sentir tu latido de vida.
Debí haber sido árbol para penetrarte, estar en lo más profundo de ti.
Alguien cometió un grave error conmigo.
Y solo soy un rebelde jirón de nube que se rebela contra el cielo. Que no quiere estar allá arriba, quiero estar contigo.
Si pudieras entrever por una milésima de segundo mi drama de amarte, la montaña se desmoronaría de pena.




Iconoclasta
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8 de abril de 2017

Voluntad versus destino



El destino...
Es una forma amable de nombrar a todo ese conjunto de errores que hacen mierda las esperanzas.
No existe nada predeterminado, somos consecuencia y azar.
Tal vez ni siquiera exista el azar. Si piensas, aunque duela; al final todo encaja. O ves lo que falta en un espacio vacío.
Angustiosamente vacío...
Voluntad o abulia hacen del azar una consecuencia ambigua.
Cómo entender que te ame a años y kilómetros indecentes de distancia.
Cómo entender que irrumpieras en mi trabajada y deseada soledad y la tornaras un poco triste sin ti.
Cómo asimilar que nos encontráramos en un espacio eléctrico lleno de banalidades y mentiras y creáramos un espacio de intimidades y sueños.
No hay destino. Te necesitaba y te grité sin saberlo. Te llamaba con alaridos desgarrados porque este mundo es feo, cielo. Te gritaba que si existías, te hicieras visible, táctil, sonora.
Que sabiendo que en algún lugar o momento debías existir, era crueldad no mostrarte.
No hay destino; yo te pedía, tú me oíste.
Tú también gritabas tu hastío, lo sentía en mis viejos huesos.
Ergo, nos amamos.
No hay azar, somos la consecuencia lógica de una mala ubicación espacio temporal, de una necesidad de trascender el uno con el otro.
Somos las piezas sueltas y perdidas de un puzle.
Piezas que intentan encajar tristes y con dolor en un juego al que no pertenecen.
Por favor...
Dime sí, que somos la consecuencia perfecta, la consecuencia imparable de nuestra desesperación, de nuestra soledad acosada por una multitud de extraños seres mudos.
No existe el destino, existe nuestra voluntad de encontrarnos, quien quiera que fuéramos.
Ahora solo quiero descansar en ti. Soy una consecuencia cansada y dolorida.
Que no me jodan, que no nos jodan destinos y misticismos. El mérito es nuestro, toda esa angustia vivida no es un azar.
Yo soy la cruz y tú la cara de una moneda girando en el aire.
Y eso no es azar, es la perfecta, cercana y deseada ubicación.
Lo inevitable, lo que nos propusimos sin saberlo.
Con los pies sucios de desesperanza.
Alea jacta est...
Ahora sí, elijamos cara o cruz, ganamos.




Iconoclasta
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