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10 de enero de 2019

El alma de las cosas


El gato corretea eufórico por el estrecho balcón y él, divertido, se enciende un cigarro; porque hay que fumar para calentar los pulmones en una mañana tan fría.
Sonríe torcidamente, porque cuando hace calor también fuma.
En un momento de silencio escucha los sonidos que hace el aire con las cosas y observa la vieja fachada frente a él, una galería ruinosa que parece gemir su mísera antigüedad agitando un viejo plástico hecho jirones.
El gato observa una paloma con ansia predadora y él cree que el velo mísero que agita el aire es un alma en pena.
Todos tenemos cosas que hacer, que pensar.
Las almas de las cosas son esos velos rasgados azotados por el aire como festones de la decadencia, ignominia, vejez, abandono y muerte.
Velos de plásticos quemados por el tiempo y lonas corruptas que hacen sórdidos ruidos con sus sacudidas agónicas.
Ha habido muertes tras los velos de la miseria. Lo sabe porque al crepitar, lloran las vidas que hubo dentro hace eones ya.
Y piensa:

Yo soy cosa, lo sé porque mi alma cruje igual cuando la azota el aire, lo siento hasta en el tuétano de los huesos.
Lo sé porque soy una ruina, algo ajeno a los que me rodean.
Y sé que soy cosa, porque no siento pudor alguno por ser un plástico rasgado.
Qué más da que fuera de puto oro y seda, si ya estoy muerto…
Decoraciones aparte, ser algo y trascender como sea, siempre está bien.

El gato se pone en pie sobre sus cuartos traseros y le roza las piernas con sus suaves patas: quiere jugar. Y seguramente no le gusta el rumbo del pensamiento de su compañero humano.
Da una última calada al cigarro y tira la colilla a la calle con desdén.
El pelaje del animal se agita lleno de vida y color.
Y se siente mejor.
Para celebrarlo, ya en el calor de la casa, enciende otro cigarro para quemar alguna tristeza, alguna melancolía.
Lanza la pelota con cascabel, el gato la caza al vuelo tras dos rebotes chocando sonoramente contra la puerta del salón.
No es precisamente un ser delicado… Y sonríe, esta vez bien.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

20 de diciembre de 2018

Alienígenas enamorados


De alguna forma el planeta me lo hace entender, me quita toda esperanza con la sencilla metáfora de la naturaleza. Lo hace sin maldad, sin pasión, sin odio. Me dice: “Es lo que hay”.
No hay un espacio donde poder caminar entre el hielo y la calidez. Si caminas demasiado al borde, puedes helarte. O pasar de la brillante a la luz a la tenebrosa oscuridad.
Todo o nada.
Es como si hubiera dos planetas: uno de luz y color como una oasis, y otro helado como una hermosa y letal luna.
No hay una zona media entre los extremos que nos permita abrazarnos.
Nos separa una dimensión insalvable que tal vez no mida ni un milímetro de ancho.
Tú eres de un cálido planeta y yo exhalo por mi boca el vapor del frío.
Hay una tristeza crónica con la que me despierto todas las mañanas. Y lo único que crea sonrisas en mi rostro, es cuando nos comunicamos confidencial y secretamente con emisiones invisibles, besos imposibles y un amor que rasga los tejidos por dentro y hace llorar la carne de desesperación.
Tu eres única, una hermosa extraterrestre en el planeta Tierra y yo me encuentro abandonado en la Galaxia Gris. Donde solo estoy yo y algún oso que me mira torcidamente.
Mi bella alienígena, tal vez…
Tal vez algún día aparecerá una franja de amor entre el frío y la calidez donde poder realizar la comunión del amor.
Tal vez antes de que muera, porque en mi gélida galaxia, el tiempo corre a velocidades lumínicas.
Hoy se ha empeñado el planeta en darme malas noticias.
Te espero, y anhelo tus secretas palabras para sonreír en este día.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


27 de septiembre de 2018

Último otoño


Dan ganas de despedirse de alguien o algo cuando el otoño irrumpe por primera vez con un viento frío y una tarde oscura.
Cuando ayer hacía calor y el planeta, repentinamente pierde unos grados de temperatura en este lugar. Y te los arranca de la piel si estás donde debes, donde quieres.
Tal vez sea porque todos los animales solitarios sabemos que los inviernos son las pruebas que hemos de superar para merecer el título de “seres vivos” otro año más.
De ahí ese tétrico deseo de decir adiós, tal vez sea el último invierno.
A medida que pasamos inviernos, estos se hacen más duros.
Como el pellejo, los huesos y el corazón.
Me despido de los animales y las montañas. De los árboles y los musgos. De los ríos y los senderos solitarios que hacen audible mi vida con cada paso.
Y secretamente me despido de mi hijo, de la que amo, de mis amigos y los desconocidos que entre ellos debería haber algún buen ser. En secreto, porque me da vergüenza confesar que es posible que muera, suena a tragicomedia barata para quien no ha sentido sus pulmones ensuciarse de la propia sangre.
El otoño es una melancolía porque evoca tiempos de muerte y lánguida belleza con sus saturados colores.
Y las ramas-esqueleto que han perdido sus hojas, no mejoran el 
ánimo con esa hermosa tristeza planetaria y vital: tal vez no vea otro año más.
Y vuelvo a pensar que es la época más hermosa, la que me hace trascendente. Cuando estoy triste, mi alma es más pesada, soy más…
Tal vez sea eso, las ramas desnudas, lo que hace la muerte peligrosamente cerca. Ayer bullían hojas verdes y el movimiento les arrancaba sonidos suaves, sedosos. Hoy suenan a cáscaras secas arrastradas por el viento en los caminos y lucen los árboles como cadáveres descarnados.
Lo que en verdad hace el otoño, es despertar esas reminiscencias inmortales del instinto, una serie de emociones y reacciones que permanecen inalterables en el tiempo. Hace cientos de miles de años, los inviernos mataban por el frío, por la falta de caza, de alimento…
Por ese instinto buscamos la teta al nacer, por eso follamos sin manuales de instrucciones; y por eso sabemos ante según que dolor, cuándo la muerte es inminente: duele de forma extraña un órgano y pensamos que algo huele a podrido en Dinamarca. Y tenemos razón.
Me gusta la tristeza de pensar en morir entre las frondosas e invasivas montañas.
El otoño le arranca las hojas a los árboles y los últimos calores a la piel advirtiendo: “Tienes hasta la primavera para sobrevivir. Sé fuerte o muere. Ten suerte o muerte”.
Seré muerte, porque nunca he tenido suerte. Es tan fácil morir…
Qué curioso… Todo lo que importa en este otoño acaba con las mismas letras:
fuerte
muerte
suerte
Solo coño se parece algo a otoño.
Me gustan el otoño y el coño, no sé cuál más.
Hay que forzar una sonrisa o un sarcasmo en otoño, o te come vivo.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

6 de agosto de 2018

La lluvia sin ti


No puedo evitar pensarte y desear que estuvieras conmigo viendo caer la lluvia bajo el parasol del café.
Soy malo, mi amor. Sé que eres un animal de luz, de sol y templanza.
No puedo evitar pensarte en tenerte bella y mía cuando la melancolía del planeta me aplasta. Soy vanidoso y te quiero hasta un nivel suicida.
Podrías considerar que soy malo por ello, por ignorar que la lluvia te deprimiría; pero es solo un sueño mío, una ilusión contigo.
No permitiría que la lluvia te molestara, que el frío te hiciera padecer.
No puedo evitar pensarte en todo momento, eso es todo.
Es la tragedia de amar el planeta en todas sus estaciones, y en todas sin ti.
Perdona, cielo.
Yo solo quisiera que lloviera para poder protegerte. Soy un maldito pragmático con inopinados ataques de un romanticismo antiguo como la tierra.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

6 de marzo de 2018

Dentro del túnel



Hay un túnel de una vieja vía férrea en desuso.
Y llueve.
Y entro.
Nunca había escrito dentro de un túnel mientras llueve ahí fuera, en la dimensión donde habitas en algún lugar.
El rumor de la lluvia es un suave delirio de melancolía pura y los tonos mates y húmedos de la vegetación transmiten una intemporal calma; y aun así, vieja como el atávico amor que me une a ti.
Estoy en otra dimensión, me he materializado en el íntimo lugar o tiempo para llamarte desde lo profundo de mí.
Tal vez no hay alegoría o metáfora. Tal vez sea yo el túnel mismo y tú la luz que no logra penetrar la penumbra más recóndita.
Yo hubiera querido que estuvieras en este instante conmigo, cielo. Si empiezo escribiendo de la belleza de la triste lluvia, es porque debo hacer lo posible por no pensarte.
He de evitar el dolor y no lo consigo. Estoy condenado a ti.
Te hubiera llevado a la penumbra para besarte y devorarte con pasión desbocada, con la mano atenazando tu sexo con fuerza. Transmitiendo todo mi amor directo a tus labios y a tu coño. Diciéndote sin palabras que te he esperado tanto, que mi pensamiento está agotado de soñarte.
En el túnel estamos a salvo de la luz que nos delata a los ojos de la envidia humana. De los pérfidos incapaces de amar hasta el dolor.
Cobardes hasta en su propio pensamiento.
El túnel no me protege de nada porque no temo a la lluvia (soy sumergible). Me acerca a ti desde lo más oscuro de mi pensamiento hostil, ingobernable, incansable…
Pensándote aquí dentro o siendo túnel, apenas soy consciente del contraste de los pies fríos contra la calidez del pensamiento y de la sangre que bombeo no sé adonde.
Siento la viscosidad de tu sexo en mi mano y el deseo que los pulmones expulsan por los labios entreabiertos creando gemidos cansados de truncadas posibilidades.
Me llevo los dedos a los labios, porque me parecen absolutamente tangibles los sutiles filamentos que unen nuestras bocas inconsolables en la penumbra del túnel protector.
Tengo miedo de ser una piedra mohosa en el túnel. Tengo un miedo que me cago al pensar que un día no sabrás que he muerto.
Se acercan unos chillones.
Cambio y cierro.
Tomo el control rumbo a la dimensión mediocre.
Bye, mi amor.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

6 de febrero de 2018

Frías melancolías


Llega la fría noche y es un privilegio estar con los bancos vacíos en la solitaria calle. No tener a nadie a mi lado, sino dentro de mi pensamiento y ahí, a salvo del frío y soledades tristes.
Le diría en silencio que quisiera ser ese árbol, que no necesito pensar, no necesito moverme. Me conformo con recortarme contra cielos oscuros y claros y que mis ramas secas sean saludo o despedida.
Una cortesía nostálgica no puede hacer daño.
He caminado demasiado y los huesos duelen, aunque aún puedo aguantar más dolor, eso no me preocupa. He pensado demasiado y los sesos se han irritado. He escrito tanto que, mis dedos escriben sin cesar cosas en el aire. Aunque no quiera.
Me preocupan los años perdidos en los que no formé parte de la belleza melancólica de un solitario anochecer de invierno.
Me hace pensar que es tarde, que no soy árbol y que muero en ese mismo instante. Tal vez porque siento el dolor de los dedos fríos, como las ramas desnudas del árbol parecen crisparse ante el mordiente aire.
Está bien, he vivido suficiente y he hecho lo que debía. Y así, cualquier momento es bueno para morir.
Pero a ella no le digo esto último, es demasiado triste; por bello que sea.
La beso en mi pensamiento y hace un mohín de cariño que acaricia mi corazón. Y conjuro así con ella, la tristeza vital de la certeza profunda.
Evoco el himno del silencio y bailamos juntos bajo este cielo y en esta soledad, al son de una trompeta muda y fría.




Iconoclasta
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19 de agosto de 2017

Melancólicamente tuyo




¿Qué ocurre conmigo?
¿Por qué?
Una dulce y serena melancolía que requiere toda mi atención para no abandonarme en un rincón oscuro a llorar con una sonrisa, me invade el pensamiento y la piel.
La dulce y serena melancolía que traen las nuevas nubes arrastrando el verano a otro lugar.
Un aire de renovación.
¿Y por qué esta melancolía?
¿Es la reacción natural ante el descanso de la lucha contra el calor? Como un soldado cansado que tras la batalla, evoca tiempos y lugares de serenidad.
No es solo la temperatura, no es hormonal. Es inevitable que piense que el aire trae tu aroma y me das paz con esas nubes que son besos.
¿Te das cuenta, mi bella?
Soy un animal sujeto a los cambios estacionales. Soy una bestia enamorada en algún anónimo lugar del planeta, que cierra los ojos con placer cuando el viento acaricia mi rostro. Son tus besos los que me dan paz.
Es el espejismo de tus labios lo que provoca esta melancolía feroz.
Y está bien. Es privilegio sentirte llegar como una heroína derrotando el verano y aportando el color y la templanza del otoño.
Se acabó la lucha, dulcemente entra el otoño que tiene tu rostro divino para desprender las hojas de los árboles y llenar mis hojas de papel con confidencias de un amante melancólico.
La distancia implacable y descorazonadora sucumbe ante tu presencia de nubes y aire fresco.
Y haces del cercano otoño un amor táctil.
¿Ves, cielo? Los ojos no obedecen a mi voluntad y se hidratan cansados del calor con frescas lágrimas, con un amor que se extiende por el horizonte como un canto de esperanza.
Está bien, mi amor, te siento.
Me envuelves, me haces pequeño e indefenso de nuevo.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

12 de mayo de 2017

El río


Habito a la orilla de un río.
Su sonido trasciende  con más fuerza que el movimiento del agua.
E indefine las cosas y el cielo como los ojos empañados de un pez muerto.

Todo es río cuando te detienes sobre el puente.
Es su canto rugiente lo que capta la mirada.
Su sonido entra por los ojos haciendo error de los sentidos.

Pretendo ver los cadáveres que arrastra, busco entre ellos el mío.
Soy arrastrado...
El río muere continuamente como yo.
Soy cadáver.
Contiene agonías, tiempos muertos, ilusiones ahogadas.
Soy una sonrisa quebrada.

Dicen que es vida, yo digo que solo son restos de ella.
Yo digo que quisiera que el río fuera mudo y sustraerme así a su canto de sirena bello y desesperanzador.
Revelador...

Lo dulce desaperece-muere en la vastedad del mar y aún así, sus aguas cantan dulcemente en remansos, mintiendo piadosamente a la doliente vida. Dolida vida que se lleva impunemente.
Como si nada, así de fácil.
Así la dulce mortaja.

El río es una corriente de tristezas y añoranzas.
Solo arrastra cosas bellas, como si las robara.
Como si me las arrancara.
No arrastra el dolor, lo sé porque lo tengo. Lo siento como una víscera enferma latiendo en algún lugar de mi cuerpo.

Desde el puente escupo al río para romper el hechizo y que se lleve algo de mi dolor ese cabrón.
Y de mi tristeza.
Es hermosa toda esa tristeza rugiente.
No puedo odiarlo.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

25 de octubre de 2016

Bajo el paraguas



¿Has visto qué fuerza tiene el planeta, amor? Es precioso...

Podría ser perfecto si bajo el paraguas estuvieras tú conmigo.

Te diría que lo que hacen las nubes con las montañas, lo hago con tu piel.

Mojarlas, rozarlas, acariciarlas...

Es tiempo de lluvia; sin embargo, amarte es intemporal. Ni la lluvia ni el sol pueden evitar que te quiera repentina y violentamente; como si hubieras nacido sorpresivamente ante mí.

Cautivándome como si fueras planeta. 
Y debiera tener frío, pero la dulce melancolía es cálida.

Camino sin cuidado, pisando charcos, escuchando mi propia respiración reverberar contra la cúpula negra de un paraguas vacío sin ti.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.


16 de septiembre de 2016

Cortejo fúnebre


 Las primeras nubes de un otoño aún no nato tienen una perfecta nitidez y una sólida grisentería. Es la deliciosa melancolía que hace importante e intensa la vida. Densa y palpable.
No es bueno morir en otoño, te pierdes lo mejor.
No mueras en otoño, me digo, me ruego.
Son el cortejo fúnebre de las alegrías (sus cadáveres) de un verano muerto y su ardor insoportable y sórdido.
Y está bien, son hermosas las cruentas plañideras vestidas de blanco sudario y gris llanto deslizándose en el cielo.
Les acompaña una luz límpida que anhelaba hace tiempo y relaja mis ojos duros y secos.
El silencio de las emociones muertas es un coro de hojas secas, de hojas agónicas zarandeadas por la brisa, pisadas con tranquilidad, como si no les doliera; una alfombra de luminosos amarillos y nostálgicos marrones que se hace tupida por momentos, hasta cubrir los zapatos.
Hasta cubrir los marchitos recuerdos.
Y así, con el color de la pureza y el plomo, y el silencio de un coro quebradizo; se forma el colosal  e imparable espectáculo de las altas tristezas y lo que murió hace apenas unos días, unos minutos, unos segundos...
Es una gota lo que ha caído del cielo en mis ojos, no es la lágrima por las emociones muertas, no es un llanto plañidero.
El cortejo fúnebre no llueve demasiado, solo entristece un exceso de alegría que ya degeneraba a la banalidad.
Y miras al cielo con los ojos cerrados gozando de la caricia de la melancolía.
Y da paz.
No mueras en otoño...



Iconoclasta
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30 de junio de 2016

La Constelación Lacrimosa



Hay una constelación en mi universo, de día y de noche siempre presente en mi horizonte.
Pequeñas luces que brillan más que un sol y perfilan tus labios en cielos claros y oscuros.
Siempre húmedos, siempre frescos.
Qué labios...
Y tu coño...
Como las lágrimas de rocío que sostienen los pétalos de las flores al amanecer, así brilla también tu piel en los íntimos muslos.
La Constelación Lacrimosa es nuestro universo sagrado y carnal, invisible a los otros, a los ajenos.
No hay tristeza en amarte, es solo un afán desesperado por tenerte toda, por poseerte, esclavizarte, ser tuyo, ser tu esclavo.
En todo tiempo, en todo lugar.
Quiero estar sometido a tu carne y mis uñas impías que desgarren tu ropa para llegar a las pieles más íntimas.
Lloran mis ojos como tus labios brillan y llora el ciego ojo de mi glande blancas lágrimas.
Contracciones de mi vientre salpicado de un semen que arde por ti.
Y desgarro mi propio pubis desesperado por penetrarte con dureza, con brutalidad; arrancándote gemidos oscuros y profundos como las simas insondables de los océanos.
Tan adentro, con  tanta fuerza, que la reproducción no tiene cabida.
La Constelación Lacrimosa es mi luna llena de hombre-bestia enamorado.
Mi pene entumecido es un dolor de amor, es la condena de la humedad sin consuelo.
Lacrimosa marca el rumbo de amarte. Un viaje donde la tragedia de amar es el más bello de los dolores. A él nos sometemos con sonrisas de augustos: ríen tristes con ojos húmedos de ternura y deseo.
Es tragedia porque todo lo que deseamos, lo que soñamos, no es posible en esta galaxia. Está prohibido por una ley natural que los amantes nazcan cerca el uno del otro.
Pobres amantes dolientes, pobres nosotros, regidos por la Constelación Lacrimosa.
No somos conscientes que nos doblamos sobre nuestro estómago con cólicos de una melancolía que aplasta el alma.
Y sonreímos con tragedia mirando al cielo, a Lacrimosa.
Rogando piedad.
Por favor...
Ser exclusivos, ser uno del otro tiene un coste de un ansia que eterniza los segundos.
Un reloj de arena marca el tiempo con lágrimas y harina de sangre de corazón.
En nuestro cosmos, el dolor y la desesperación nos da trascendencia. Lo acunamos en nuestros brazos para demostrar que vale la pena vivir aunque sea tan solo compartiendo un mismo presente.
Camino y no me doy cuenta que mis labios en voz alta le dicen a Lacrimosa: Te amo, cielo.
Y al sentir mis propias palabras, siento la condena, la dulce condena de amarte en este cosmos de lágrimas y pasión.
Que Lacrimosa nos guíe con su húmedo brillo.
Que nos guíe en este océano de ansias.
Llegaré pronto, navego hacia a ti, cielo.



Iconoclasta


3 de junio de 2016

Un horizonte de libertad y amor


No hay nadie que pueda estropear el momento diciendo que va a llover, que el cielo presagia muerte. Que hace viento...

Bendita la libertad de la soledad...

Cuando amenaza lluvia voy hacia las montañas, con psicótica ansiedad.

Cuando la gente se resguarda, yo emerjo.

Es el cielo que siempre soñé, es la fuerza que siempre quise sentir.

No ver un horizonte de tragedia ha sido la tristeza de cada día al despertar.

He estado  a punto de no llegar; pero no le hice caso a nada ni a nadie.

Sigo el camino del dolor ignorándolo. La soledad es compañía y me lleva adentro de mí mismo, con cariño, con paciencia. Calmando mis náuseas por el vértigo de la vida que pasa doliente.

Y un fuerte viento me dice que todo está bien. Me hace sentir indómito, salvaje.

El viento que me forja, que me endurece.

Él serena toda mi frustración pasada, la melancolía de no haber nacido aquí, de llegar a este cielo cuando ya he gastado casi toda la vida.

Mis nubes grises y de un azul cobalto que parecen amenazar con aplastar a todos los seres que vivimos bajo ellas, me dan una libertad que se eleva por encima de las montañas.
Mis moléculas quisieran formar de ellas.

Las nubes tiran de mi piel para arrastrarme allá arriba.

Entrecierro los ojos ante el viento que refresca dolores y cansancios, como si me acariciara.

Y el viento se convierte en los lejanos besos de ella. Ella que me ve como si fuera un hombre completo. El aire es fresco como tienen que ser sus labios, dice que nos olvide el mundo durante los largos besos.

Sus palabras y el cielo denso y funesto. El decorado hermoso y preciso para un vida y una muerte.

Porque es un buen momento para morir con dignidad y amado.
Amando...
Antes de que estropee, por favor.

En el íntimo y solitario camino, el viento se torna ráfagas de amor que arrasan, que me arrancan de mi rostro todo lo que dolió, lo que duele y lo que dolerá. Lo que no gustó y lo que no gustará.

Cierro los ojos pensando en su boca y en las marcas de su biquini, en  su culo... Y bajo las nubes que dejan ya caer gruesas gotas, tengo una erección salvaje y libre. Ella sonreiría y  me besaría muy pegada a mí para sentir lo que provoca.

Yo sonrío al viento que es ella.

Ella desnuda.

Ella húmeda.

Ella pegada a mí.

No me he dado cuenta del tiempo y la distancia que he consumido y recorrido, estoy tan lejos que soy nube.

Ya nadie me distingue, soy de color azul cobalto para alguien que mire el horizonte.

Me basta con ese privilegio.

Ha valido la pena.

Ahora toca volver, para ello utilizaré medio cerebro para obligar a mis piernas a no quedarse bajo el cielo lo que me queda de vida.

La otra mitad del cerebro trabajará en combinar la palabras adecuadamente para intentar plasmar la belleza de la que soy víctima.

Soy víctima de ella, mi amor.

De las nubes y el viento, mi libertad, mi hombría.

Mi naturaleza salvaje tanto tiempo aplastada por los mediocres días se rebela y se expande, quiere ser vapor y trascender.

Mi muerte digna...

Nadie tendrá que incinerar mi cadáver, un rayo me desintegrará.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

9 de mayo de 2016

Llueve dulcemente



Llueve dulce, suavemente sobre mí.

Solo sobre mí, porque los humanos, los pocos que se encuentran en la calle, se apresuran como si lloviera con fuerza. Se aferran a sus paraguas, sus precarios techos protectores.

Suave y dulcemente, el tiempo parece quedar suspendido en las gotas, como yo gravito inmóvil sobre el puente que cruza el río.

Como si cada segundo fuera un ahorcado prendido en cada una de las gotas.

Tiempo muerto...

Porque el pasado es eso, un tiempo muerto. Un rosario de melancólicas añoranzas. Contagioso, se prende en el ánimo a través de la indefensa piel y causa una triste metástasis en el alma.

Y sin darte cuenta, te conviertes en gota devorada por el río; por el arrollador presente. Frente a unas murallas seculares que observan el mundo, el tiempo y sus consecuencias con desdeñosa indiferencia.

¿Y si soy muralla, una piedra del muro?

Porque no me entristece el paso del tiempo y camino bajo la lluvia sin prisas, dejándome empapar por tiempos muertos.

En ese caso, estoy muerto y por alguna razón sueño que camino.

Es confuso, tal vez no existo. Simplemente soy una molécula flotante de lo que fui, un recuerdo que caerá al río también.

Porque a mi piel no le sorprenden las frías gotas que caen en las manos y atraviesan la ropa. El tiempo muerto tiene mi misma temperatura.

¿O es lluvia?

La lluvia debería ser el llanto de dolor de Dios, un justo sufrimiento que tiene que padecer por haber hecho las cosas mal.

Los humanos, afortunadamente, mueren pronto y sus daños son leves en los geológicos tiempos.

Sí... Quiero que sea el llanto de Dios y sonreír por una casual justicia.

Observo mis manos y están mojadas como cuando  ella se corre. Ese momento en el que rompe sus aguas de placer, para después gemir y arquearse apretando con fuerza su coño contra mí. Como si le fuera a estallar...

No es un tiempo muerto, definitivamente. Es presente y futuro.

Y por ella tengo la certeza de no ser muralla, de no estar prendido  de una gota que se desintegra en el río cantor.

Lo noto en el calor de mis cojones, en el cosquilleo del pubis.

Sin embargo, Dios debe, tiene que llorar sus errores. Dios tiene que aprender o dejar su puesto a alguien que tenga gusto y sentido de la justicia.

Amarla y desearla, no me convierte en un ser bueno.

No me resta ni un ápice de mi hostilidad instintiva. Mi territorial agresividad puesta a prueba en un mundo con demasiados individuos. 

El amor no puede frenar mi odio hacia lo que no existe y sin embargo, llora de dolor y vergüenza.

Que se joda el tiempo y Dios, que se jodan y se los coma el río.

Yo hundiré mis manos entre sus muslos y lloverá mi saliva hambrienta sobre su piel.

Llueve dulcemente sobre mí y el puente parece sentirse a gusto soportando mi carga.

Solo el puente parece saber quién es y lo que debe hacer.

Llueve dulcemente y todo es maravillosa y poéticamente confuso.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

28 de febrero de 2016

Una bola de cristal


Hoy ha amanecido nevando, y aunque la nieve se deshacía al tocar el suelo, sentía estar dentro de una bola de cristal.

Y las golondrinas, las primeras que han llegado, gritaban con tremenda algarabía, muy enfadadas ellas, que si llegan a saberlo, se traen la bufanda de sus regiones cálidas.

Te lo hubiera dicho tomando el café de la mañana y que rieras para quedarme prendido de tus labios durante eones de tiempo y distancia, entre el humo del tabaco, ante tu presencia impactante.

Por extraño que pudiera parecer, me da paz tu presencia, soñarte. Porque eres donde y cuando debería estar.

Es extraño porque en verdad me agitas, me excitas, me provocas.

Solo que ahora, escribiendo, soy la consciente desolación de que es una farsa de mi imaginación (las golondrinas no, te juro que estaban muy, muy cabreadas). Acepto con tristeza la imposibilidad de la escena. No te podía hablar de las golondrinas. Solo veo los copos caer deshaciéndose en melancolía, ahora que anochece, ahora que las palabras que nunca se pronunciaron empiezan a morir ya tristes, abatidas. Cansadas.

Una imagen que no ocurrió, como en las películas donde el protagonista consigue su fin y está dichoso; para enseñarnos luego, que en realidad ha muerto. Y su cadáver yace triste...

Y así, la mañana se ha hecho deliciosamente triste y trágica amándote.

Hay un vacío enorme en la silla que deberías haber ocupado. Las palabras durante todo el día han dado vueltas golpeándose contra las paredes sin saber quién las ha pronunciado, adónde deben ir.

Y tal vez sea verdad que estoy en una bola de cristal, donde  nadie puede entrar, ni yo puedo salir.

Solo soy el triste adorno polvoriento en un anaquel.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

15 de octubre de 2015

Psicoamantes


Psicópatas del amor que se dan a tumba abierta sabiendo que va a doler el aterrizaje en la realidad. Psicópatas malditos que se matan con duros golpes de melancolía a sí mismos, imaginando serenos cafés compartidos en albas y  ocasos, soñando conversaciones íntimas en lugares donde solo existen ellos.

Imprudentes afirman ser; es cierto, lo son con el mundo y consigo mismos. Escriben lo que aman para que el amor y el deseo se hagan táctiles pagando con sangre y lágrimas. Están malditos con su habilidad para cifrar en el papel eróticas cábalas y enigmas que se esconden en el pecho y entre las piernas.
Los sentimientos más profundos... Desesperanzadores...

Se despeñan en sus intimidades y la cuerda se deshilacha en el borde de la razón.
"Voy a morir un poco, aún tengo vida para ello" y escriben lo que aman dejando que la pluma se alimente de sus venas.
Y por una cuestión de estadísticas, de improbabilidades y escasez, lo que se ama es extraño, es exótico y está en otra galaxia, está en otro lugar, está en otras manos.

Psicópatas porque la realidad les golpea con un dolor que es suicidio, con una cadencia de muerte lenta. Con las voluntades últimas gemidas en un cadalso que nadie ve y que a sus cuellos se ciñe con una risa maliciosa.


Sostienen su vida con las ingles encendidas, con el corazón arrítmico, con un sexo que no acaba de dar consuelo con su explosivo orgasmo psicótico; un derrame de semen, unas braguitas manchadas, dientes que muerden los propios labios y unos pechos dolorosamente erectos.
Apenas pueden llevar su psicosis en secreto, es agotadora la locura consciente.
La insania cultivada, los dedos crispados y el pensamiento vectorial directamente acelerado a un único ser. Es una pesada carga.
Que se jodan, por locos.

Cabrones, cabrones... Cómo sufrís...
Deberían morir, algo los debería matar como única esperanza mitológica de resolución a un amor que a veces colapsa los pulmones y cuesta dios y ayuda aspirar el bendito aire.
Se crean y recrean sus propios e íntimos tótems para hacer altares que nadie pueda descifrar, para que los dolores se queden en un dije apresados.
Relicarios de amor y amantes templarios en tiempos electrónicos.
Estáis locos, hijos de puta, sois un alarde de auto-tortura en un mierdamundo, en una mierdarealidad.
Escribas que se apresuran a realizar papiros que les sobrevivan de conversaciones secretas y sueños.
Estáis fuera de tiempo, locos hijos de puta.

Me enciende el coraje ese denuedo vuestro por preservar el calvario de amar.

Dan vueltas al café y no diluyen el azúcar, se están diluyendo a sí mismos en otras dimensiones. Un día, durante esos tristes y solitarios cafés de tinta y papel, se esfumarán en el aire, saldrán de la mediocre dimensión y sus moléculas se reintegrarán en la dimensión que ellos buscan y se buscan.
Psicópatas, psicoamantes... Sois unos hijoputas, porque hacéis del mundo un muladar con esa exclusividad íntima. Tan secreta, tan doliente...
Con esa constancia por odiar todo lo que os rodea que no sea vuestro amante.

Lo que temo, es que un día, podáis matarnos a todos con la fuerza de ese amor psicótico, provocando masacres sísmicas que alteren la forma de la tierra, de las galaxias y del finito universo.

Tal vez un día tomen café en una mesa llena de papeles escritos, viejos y apenas legibles, en un lugar donde camareros inmóviles dejan escapar escarabajos por sus bocas congeladas y sostienen una bandeja en sus manos embalsamadas desde eones.
Sois terroríficos, psicoamantes.
Me dais miedo...
Y un poco de pena.




Iconoclasta

28 de agosto de 2015

Telegrafistas sin tiempo


ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Son breves momentos de amor y apresuradas palabras de alegría escritas en un morse eléctrico y rápido.
Fulgurantes trallazos de ternura electromagnética.
Son antiguos telegrafistas que en pleno siglo XXI, lanzan besos en código morse. Apenas hay tiempo, pobres...

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Urgentes besos e ilusionados abrazos antes del trabajo, antes de comer, antes de la cena, antes de dormir, antes de todo...
Instantes que pueden hacer hermoso el día de una forma rotunda y sorprendente.
Como si existieran los milagros.

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Durante una convalecencia se cuentan dolores de uno y otro con besos y alegría. Tecleando los pulsadores para enviar todo el amor posible en el menor tiempo.
No saben ni ellos mismo como lo hacen, no entienden como se puede transmitir tanto cariño y ternura tan velozmente.
Los enamorados baten extraños y absurdos récords secretos.

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Telegrafistas que ganan tiempo no escribiendo de ansias incumplidas e inconsolables.
Telegramas de ilusión y besos, rápidos y eficaces, sin tiempo para las melancolías. 
La melancolía atacará con dureza luego, cuando el martillo del telégrafo quede en reposo en la oscuridad de la oficina de correos. Cuando estén solos y el tiempo no amenace la dicha del encuentro eléctrico.
Los telegrafistas enamorados imaginarán luego, en su aislamiento entre la multitud, los besos carnales, la humedad de las pieles acaloradas y cenar juntos en el mismo lugar sin despedidas con puntos y rayas.

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Esperarán impacientes un año, un día del dragón que vuele llevando en sus garras palabras palpables de tinta y papel que den consuelo a la melancolía que a veces les detiene peligrosa y dolorosamente el corazón. En cualquier momento.
Que esas palabras combatan el vacío de las manos cuando los telégrafos dejan de sonar su morse de amor. Cuando la quietud de los martillos del telégrafo deja vía libre a tristezas, distancias, tiempos, esperanzas y alegrías. Cuando queda demasiado tiempo para que la realidad les aplaste el ánimo y esbocen una sonrisa cansada que nadie entiende.

ti-titi-tititi--titi--ti----titi--titi-ti-tititi--...

Por ello cuando el morse habla solo hay alegrías, amor y ternuras. Rápidos e inequívocos mensajes cortos: "Te quiero - Stop - Te pienso - Stop - Eres una mujer impresionante - Stop - Eres bárbaro - Stop...
Stop, stop, stop..."

¿Cómo es posible querer tanto en tan poco tiempo y con tan pocas palabras?
Porque el amor corre veloz como la luz, como la electricidad que lleva un código morse de amor y esperanzas.
Dragones de plata, hojas de papel embebidas en tinta de amor y pulsaciones electromagnéticas que dan vida al corazón...

Se quieren - stop - Sonríen cuando deberían llorar - stop - Combaten el tiempo a sabiendas que pierden - stop - Triunfan amando cada día robando tiempo al tiempo - stop.

Fin de la transmisión.




Iconoclasta