Iconoclasta, provocación y otras utilidades para escapar del negro abismo del agobio.
12 de mayo de 2017
El río
Habito a la orilla de un río.
Su sonido trasciende con más fuerza que el movimiento del agua.
E indefine las cosas y el cielo como los ojos empañados de un pez muerto.
Todo es río cuando te detienes sobre el puente.
Es su canto rugiente lo que capta la mirada.
Su sonido entra por los ojos haciendo error de los sentidos.
Pretendo ver los cadáveres que arrastra, busco entre ellos el mío.
Soy arrastrado...
El río muere continuamente como yo.
Soy cadáver.
Contiene agonías, tiempos muertos, ilusiones ahogadas.
Soy una sonrisa quebrada.
Dicen que es vida, yo digo que solo son restos de ella.
Yo digo que quisiera que el río fuera mudo y sustraerme así a su canto de sirena bello y desesperanzador.
Revelador...
Lo dulce desaperece-muere en la vastedad del mar y aún así, sus aguas cantan dulcemente en remansos, mintiendo piadosamente a la doliente vida. Dolida vida que se lleva impunemente.
Como si nada, así de fácil.
Así la dulce mortaja.
El río es una corriente de tristezas y añoranzas.
Solo arrastra cosas bellas, como si las robara.
Como si me las arrancara.
No arrastra el dolor, lo sé porque lo tengo. Lo siento como una víscera enferma latiendo en algún lugar de mi cuerpo.
Desde el puente escupo al río para romper el hechizo y que se lleve algo de mi dolor ese cabrón.
Y de mi tristeza.
Es hermosa toda esa tristeza rugiente.
No puedo odiarlo.
Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.
Etiquetas:
dolor,
Iconoclasta,
melancolía,
muerte,
Pablo López Albadalejo,
prosa dramática,
Reflexiones,
río,
sonido,
tristeza,
Ultrajant,
vida
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario