Los muertos me usan, se asientan en mi pecho,
cargan sus almas sobre mí.
Pesan como la carne de una pierna rota.
Cada noche, cada sueño, en la oscuridad
inconsciente; observan con curiosidad y expectación mis ojos cerrados
oprimiendo con su inmaterialidad mis costillas.
Temo a los muertos que roban la paz a mi sueño
como lo hacen las vergüenzas y los rencores acumulados.
Detritus de una vida…
Y aún los amo, no soy malo. No soy tan malo
como me parezco a mí mismo.
Aunque no recuerdo bien sus caras. Es un
problema que me angustia.
Los muertos provocan apneas. Donde antes había
aire, ahí están ellos, inmaterialmente vertiginosos
e inalcanzables desplazando el oxígeno.
Es imposible que pueda algo estar tan muerto…
Qué puta pena.
Sin embargo, se acuestan en mi carne por las
noches, cuando duermo y no puedo dominar la irrealidad que hay párpados afuera.
Presionan, reclaman atención.
Saben que están muertos y necesitan hacerse
notar.
Respirando a los cadáveres de los cadáveres
mis pulmones se quedan vacíos, porque no son nada, lo sé. Son nada y nadie sin
remedio.
Y aún así, parasitan el sueño y el descanso.
A medida que avanza el tiempo la verdad se
revela rompiendo fantasías e ilusiones.
El peso de esas almas es ahora pena y su
inexistencia ni siquiera es vacío. El vacío es una idea romántica y pueril.
Ocurre que el aire, cuando están muertos, sabe
a mierda si los amaste. Ellos son ahora mi vergüenza: el espejismo de una
infantil esperanza.
Caí en mi propio engaño como un niño que cree
en los superhéroes y los viajes en el tiempo. Un niño que no sabía que un día
de sus cojones saldría leche.
Me espera lo mismo que a ellos: morir y ser
nada. Ser un ladrón de aire de ellos, los que quiero.
Sentaré mis rodillas en los vivos que amo,
aunque no quiera. En las noches seré el que roba y acapara sus respiraciones.
Robaré un aire que no me pertenece. Respiraré de sus bocas hasta que comprendan
y asuman que soy un espejismo, un sueño vano de consuelo.
Una vida en el más allá que no existe.
Avergonzados como yo lo estoy, me diluiré en
el tiempo y seré reemplazado por algo tangible que al despertar pueda ser
enfocado, tocado, respirado. Todo aquello que no deja un vacío, que no robe el
aire.
Me cambiarán, como yo lo he hecho, por el humo
del tabaco, la primera orina de la mañana, el dolor de un tejido podrido o la
fiebre de una enfermedad cuando el sol conjura la noche.
Los muertos pesan sin ser nada, sin existir.
Qué extraña es la muerte, qué mentirosa y
cobarde la vida…
No le temo a morir, no importa demasiado vivir.
Porque si hay algo que pesa más que un muerto,
es la vergüenza de haber pensado que podían vivir, creer durante un instante que
podría un día volver a oírlos, tocarlos o verlos.
Ahora queda el bochorno de haberme robado yo
mismo el aire.
Seré un muerto ruborizado
en el pecho de mis vivos.Iconoclasta
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