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1 de mayo de 2015

Los locos no mienten


Los hijos mueren, madre.
El amor materno es la pena y el horror que una verdad esconde.
¿Sabes que tu hijo morirá, madre? Incluso lo podrás ver.
¿Te duelen las palabras?
Espera a que muera y verás que desgarrador es. Te arrancarás la piel de los pechos que me dieron de mamar en un dolor sin consuelo.
Dios no bendijo los vientres de las madres, le dio la extremaunción a la barriga de María por la segura y pronta muerte de su hijo.
Y se perpetuó el horror en todos los vientres de todas las mujeres.
Amén.
No es de risa, pero no sé... Me da por reír, como cuando veo un ataúd y pienso en la fecha de caducidad que hay en la tapa del envase. No hay refrigeradores allá arriba ni en el infierno.
El salami me gusta un poco crudo, lo sabes. Ya no tengo tiempo de comer salami.
Y tengo náuseas que se forman aleatoriamente, sobre todo cuando veo un juez togado. Será por alguna idea pervertida sobre la justicia y su degeneración.
Todos los vientres de todas las mujeres son mortajas de bebé.
No es gracioso. Es absurdo tanto amor para tanta muerte.
Madre, tu hijo está loco, pero hay una ley que dice los locos no mienten.
Deberíamos ser animales para evadir este embarazoso asunto, ellos no son conscientes de su muerte. Cagan sin preocupaciones.
Madre, tu hijo tiene cáncer, un tumor del tamaño de una cereza está alojado en mi cerebro, como nácar podrido en una ostra, que la envenena.
Dice el médico, que está tan profundo y es tan obsceno, que le da asco. Él no va a meter las manos ahí dentro.
Madre, me pica por dentro la muerte, no puedo rascarme, me mortifica.
¿Seré santo? Me siento madre, solo que el bebé está en otro sitio; pero habrá un parto y otra muerte.
Tengo la edad de Cristo cuando lo crucificaron. Empieza a haber cierta analogía ¿no crees?
¿Hay conexión entre una cruz y un tumor? Y dos palos cruzados ¿forman una equis o un crucifijo vacío? No siempre lo tengo claro.
Tampoco veo por aquí a Caifás ni a ningún otro fariseo del Sanedrín de mierda. Los tiempos cambian, todo cambia; pero no vuestros vientres que alojan una vida abocada a la muerte.
¿Por qué me programaste un cáncer en tu vientre? No tienes la culpa, no del todo. Al final hubiera muerto igual, pero sin prisas.
Sin locura, madre.
La verdad es un diamante de un millón de facetas, que muestran un final  idéntico para todos los hijos, estén copulando con la vieja reina de Inglaterra o tomando una cerveza en un bar.
Madre, me he tatuado una fecha de caducidad en el vientre. Los de sanidad son exigentes con el asunto de las carnes. Le he dicho que ponga fecha: 13/13/13 y me dice el tatuador que es pasado y no existe el mes trece, yo le he dicho que mejor así, yo me muero, yo pago, yo mando y existe todo lo que yo diga.
Las últimas voluntades deben respetarse. Es un acto noble.
Creo que el médico se reía pérfido con el informe de patología en sus manos y de la nariz le colgaba un capullo de polilla de la muerte.
Debió haber un fallo en el bautismo, agua contaminada, no se sabe; me ha dicho divagando.
No quiero ser cruel, pero para lo que me queda en el convento me cago dentro.
Madre, dice el médico que podría tener erráticos comportamientos hasta que crezca el cerezo que emergerá partiendo los huesos de mi cabeza. ¿Te acuerdas de Alien el 8° pasajero?
No te quiero madre, me vendiste muerte al concebirme. Eres mala.
Madre... Siento que un pelo de la cabeza crece hacia dentro, lo noto cosquillear aquí. Dilátame las pupilas con la oscuridad de la muerte que tienes en tu vientre y mira adentro. Lo verás enterrado en los sesos.
Dejando de lado el hecho de haberme parido para morir. ¿Podrías rascarme con un instrumento agudo?
 La sangre de la nariz es solo una alergia, dice el médico. No obstante, cuidado con los estornudos, podría salirme el cerebro por las fosas nasales.
No puedes escapar a tu responsabilidad, deja la pistola, aparta el cañón de tu sien.
Es la única bala, la única oportunidad, tu hijo amado la necesita.
Además de madre, egoísta. La has gastado...
No hay nadie o documento alguno que diga que los locos tienen suerte como los tontos. No hay estudios estadísticos que respalden esa hipótesis lingüística.
Los locos dicen la verdad y se mueren y los tontos tienen suerte y caminan haciendo eses por la calle sin decir verdades ni mentiras, es un hecho.
No es que me queje, pero ser tonto no hubiera estado tan mal, podría vivir con ello.
Hay verdades que no aportan ningún beneficio a nadie.
¿Verdad, suicida madre?
Espera a que venga papá, le tengo que decir unas cosas del esperma podrido que almacena en su escroto.
¡Bang!









Iconoclasta

23 de diciembre de 2014

De androides y compasión


¿Qué ocurre con los androides? ¿Por qué me resultan tan emotivas y angustiosas las películas y las novelas que tratan de ellos?
Les otorgan el poder de hacer el bien, de velar por sus dueños, proteger la vida humana ante todo.
Y todo ello es pagado con humillaciones y mutilaciones. Con burlas...
Dan pena por esa indefensión.
Y es esa indefensión la que nos muestra a la humanidad en todo su mierdoso esplendor.
Pinocho podía hacer el bien y el mal, su único problema era convertir la madera en carne.
Los androides avanzados de la ciencia ficción, sienten amor y a veces están programados para sentir dolor; pero carecen de la virtud de la venganza, de devolver el mal que se les hace. Cosa que los convierte en ángeles en un lugar poblado de ignorancia, cobardía, traición y envidia.
Los santos, mártires y serafines de este siglo son los androides que nunca llegarán a existir.
Seres inocentes, en mayor grado que los animales, que son dignos de ser mutilados y humillados por los seres humanos cuando se dan cuenta de que pueden abusar de ellos impunemente.
Lo mismo que hicieron con los judíos y se hace con los indígenas de algunos países.
Solo que con los androides, los humanos se vuelven infinitamente más depravados. Más psicóticos.
Porque ante una máquina, los humanos llevan a cabo sin pudor sus depravaciones sexuales y de poder.
Por esos robots siento una infinita tristeza, cuando pienso en la posibilidad de que pudieran algún día existir tal y como vemos en el cine.
Porque estarán abandonados, a la humanidad, a su sed idiota de venganza y poder; pero sobre todo, a la envidia que suscita que algo sea mejor y más noble que el hombre mismo como especie.
Ojalá los androides sean siempre ciencia ficción, por un bien de ellos y de mi dignidad como hombre; aunque ya esté muerto.









Iconoclasta

13 de diciembre de 2014

Un tedioso paseo


Paseo distraído fijándome en el suelo, porque no me acabo de relajar cuando me cruzo con alguien.
Así que doy patadas a fragmentos de hormigón y asfalto que aparecen en mi camino.
Tal vez debería dar patadas a seres humanos; pero no sería un paseo suficientemente tranquilo para mi gusto.
Aunque tranquilidad no define bien un paseo por las calles sucias, donde los coches dejan estelas de irritantes olores y sonidos en el aire.
Unos gritan sus frutas, otros venden gas, otros son chatarreros...
Me duelen los oídos y alguien con voz monótona y cansina como una letanía, vende tamales.
Me roban hasta el pensamiento...
Le doy una patada a una piedra y ésta golpea la matrícula de un coche estacionado.
Menos mal que hay piedras. En dios no creo; pero las piedras tienen una lúdica inutilidad.
Pateo otra piedra que golpea contra el portón metálico de un garaje particular.
Unos perros ladran furiosamente tras la puerta y un deficiente mental ya mayor, sentado en el bordillo de la acera, cesa de contar unas monedas dentro de una lata de pintura vacía. Me mira con la boca abierta durante un eterno segundo y vuelve a meter su cabeza en la lata.
Hay más piedras y pienso en como sonarían al impactar en la cabeza del idiota. Sonrío.
Cuando la vida ha cometido una crueldad contigo, te sientes autorizado a cometerla también.
De cualquier forma, las crueldades lo son cuando  se cometen. Cuando se piensan son simplemente banalidades de un cerebro  recalentado por el sucio y polvoriento sol de mediodía.
"Partirá la nave partirá...!". Pienso en la vieja canción italiana y mis ganas por salir de este momento de calor, hastío y aburrimiento.
Doy otra patada a un trozo de asfalto y golpea con fuerza contra el plástico de las luces traseras de otro coche estacionado.
Hay un placer insano, casi inmoral, en el sonido de algo que se quiebra. Sea lo que sea.
Llego a un cruce don se acumulan en las esquinas bolsas de basura y otros desperdicios que huelen mal. A mierda pura.
Cosa que no aporta ningún beneficio a mi ánimo.
Y por si fuera poco: "¡Empanadas de atún, empanadas de crema...!". Atruena de golpe el anuncio a través de un megáfono abollado que asoma por una ventanilla de un viejo coche que me rebasa.
Me sobresalto, me irrito, me enfurezco.
Un trozo de hormigón del tamaño de un puño, restos de un tope anti-velocidad, vuela y luego rueda veloz por una patada furiosa que le he propinado.
Adelanta al coche sin tocarlo, para mi desilusión, y queda en el centro de la calzada.
Una de las ruedas del vendedor ambulante lo pisa lateralmente y sale disparado por el aire a una velocidad de mierda, peligroso como puta infectada.
En  ese instante, una mujer de unos treinta cruza la calle y su cabeza se cruza en el vuelo de la piedra.
"Hay un placer insano, casi inmoral, en el sonido de algo que se quiebra. Sea lo que sea."
Desde diez metros atrás, lo observo con la nitidez de una proyección Imax.
La piedra golpea la sien de la mujer y cae en el suelo como un robot de juguete sin pilas, sin un solo grito. Su rostro se ha deformado por el impacto, de los ojos, nariz y orejas mana sangre. Su cabello corto y oscuro parece gelatina de café. Durante unos segundos, los pies patalean frenéticos para quedarse abruptamente inmóviles después.
"¡Empanadas hawaianas...!". El ambulante apenas reduce la velocidad, observa por la ventanilla a la mujer tirada en la calle y acelera repentinamente llevándose su mierda de sonido a un volumen de la hostia.
En parte ha sido culpa mía. O totalmente, me importa poco. Y no hay nadie en la calle que lo haya visto. Y es que paseo cuando a nadie le apetece demasiado.
Saco el teléfono del bolsillo para llamar a la policía. Desde la ventana de una casa, un televisor habla veloz y atropelladamente de cuarenta y pico de estudiantes torturados, mutilados, asesinados y calcinados, no siempre en el mismo orden, en un lugar que me recuerda un reptil: Iguana, aunque habla tan rápido el locutor que no podría asegurarlo.
 Ya con más tranquilidad y ambiente festivo, dan paso a los resultados de los partidos de fútbol.
Guardo el teléfono, le doy otra patada a otra piedra y golpea contra la cabeza de la mujer tendida en la calzada.
"Cuando la vida ha cometido una crueldad contigo, te sientes autorizado a cometerla también."
La rebaso sin dirigirle una mirada y prosigo mi camino. Hace mucho sol, quiero llegar al frescor de mi casa.
Tampoco es para ponerse nervioso por una muerte accidental cuando la costumbre es que mueren por veintenas.
La crueldad en exceso aburre y lleva a la indiferencia. No es que sea malo ni bueno, es así.
Hay días tan mediocres que te arrepientes de haber salido a la calle.









Iconoclasta

13 de mayo de 2014

La tragedia más grande y azul


El rorcual azul  mide entre 24 y 27 m.
Hay algo muy trágico en la muerte de una ballena.
El tamaño importa. Importa de verdad.
Un cadáver cuanto más grande es más lástima inspira, más piedad, más miedo, más repugnancia.
Los cadáveres de ellas no inspira repugnancia, el mar es rápido digiriendo la muerte, borrando los errores y delitos humanos y divinos si existieran.
Las ballenas son animales tan desmesuradamente grandes que otros se alimentan de sus carnes y no se dan cuenta que poco a poco son asesinadas y devoradas.
Pesa entre 100 y 120 t. 
Son un error de la naturaleza. Ningún animal ignora que es atacado y mutilado, todo animal defiende su más pequeño trozo de piel.
Las ballenas ni siquiera pueden defenderse de una muerte traicionera y cobarde. Tal vez sean los mártires de la naturaleza, los jesucristos de la fauna.
Es el animal más grande que ha existido nunca en la Tierra.
Las matamos y otras predadores se las comen vivas. Da pena, es una de las tragedias más grandes y silenciosas.
Las ballenas son el buffet libre del mar.
Hay algo pornográfico en ello, repugnante.
Sufren toda su vida por dominar un cuerpo que no pueden defender.
Es triste servir de alimento a alguien o algo mientras aún respiras.
No deberían existir seres que no pueden defender su cuerpo de ser devorado en vida. Es una crueldad de la naturaleza.
Las ballenas nadan y no pueden evitar que las ataquen decenas de metros atrás de ellas; demasiado lejos del pensamiento está la cola.
Ni siquiera pueden huir. Se cansan y se dan cuenta que son alimento vivo cuando ya es tarde, cuando ya están infectadas de miles de heridas.
Si se tiene en cuenta la selección natural, la ballena ha tenido suerte de durar hasta el siglo XXI.
Tal vez tengan algo especial que las salva de la extinción, además del activismo de Greenpeace, claro.
Su corazón pesa 600 kg.
La ballena y su ballenato nadan entre bloques de hielo con la misma paz de quien camina por una senda en la montaña en una templada mañana de otoño.
Son tan grandes... Y cuanto más grande es un ser vivo, mayor ternura inspira, salvo a los envidiosos que son casi todos. Los que no son envidiosos no tienen ningún peso ni responsabilidad en la sociedad. Los apartan como los judíos apartaban y apedreaban a los leprosos.
Por eso se cazan ballenas, porque es un ser más poderoso que el hombre y la envidia es muy mala para la preservación de la fauna.
La madre y la cría se mueven entre el hielo en silencio y sin grandes movimientos, como islas de ternura rodeadas de frialdad.
Y parece que cuanto más grande es un animal, más solitario.
A lo mejor se han ganado su soledad gracias a su tamaño.
Han tenido ese privilegio a cambio de ser masivos e imperfectos.
El ballenato nada tan cerca de su madre y es tan grande la desproporción, que es inevitable pensar en una delicadeza tal, que evite que el pequeño sea herido por su inmensa mamá.
El ballenato crecerá y arrastrará su masa por los mares del planeta si vive lo suficiente. Y será cuidadoso con los pequeños.
Dios creó al hombre a su imagen y semejanza; pero con las ballenas jugó sucio.
No es justo.
El ballenato busca la mama para comer y succiona de una mama herida que supura. Aprendes cuando una ballena está cansada y enferma, se mueven de otra forma, hablan de otra forma. Seguramente una orca la ha herido, o algún barco.
El pequeño se alimenta de infección .
Y no es justo, no me gusta.
A la madre, un pequeño tiburón le arranca un trozo de piel del vientre y al ballenato le hiere un banco de sardinas, son como pellizcos suaves, tal vez cosquillas, pero le arrancan piel. Así es su día, cada día.
Dicen que hablan, se lamentan y cantan con sonidos de muy baja frecuencia, con una frecuencia parecida a la de los terremotos conque la tierra derriba las montañas y edificios sobre sus habitantes. A la frecuencia de las explosiones de las bombas.
Las ballenas y la tierra son parasitadas y devoradas por la vida, en vida.
Disparamos sobre sus carnes y profundas rocas con arpones explosivos y barrenas profundas.
Solo que la tierra está muerta y no gime ni sangra. La tierra no inspira pena, solo incertidumbre sobre cuanto tiempo soportará el peso de la sociedad humana en su corteza.
Las ballenas sufren su peso y magnitud.
He sido certero, el arpón se ha clavado profundamente en el espiráculo, es rápido y mortal. Explota y brota violento y alto el inconfundible géiser rosado, una mezcla de agua, aire y sangre.
Su lamento de baja frecuencia rebota contra el casco del barco, lo siento en los pies que mantengo tensos aún aferrando el cañón arponero. El operador del sonar y radar, desde la torreta me mira asintiendo sin alegría, reconoce la vocalización de las ballenas heridas y en agonía.
Su lengua pesa 2,7 t.
­— ¡A toda máquina! ¡A por ella antes de que se hunda demasiado! —grita el capitán.
Me alegro de mi buena puntería, me alegro de que el animal haya muerto. Primero como castigo a la humanidad que no se merece tan hermosa criatura. Segundo: por ahorrarle los cincuenta años que aún le quedan de vida de ser atacada y devorada por todos los seres del mar, sin que pueda defenderse.
Puede vivir más de 80 años.
El ballenato golpea su madre en las barbas para que se mueva, no sabe que ha muerto.
El lamento de la cría llega nítido y claro, es un poco más agudo. Sobrecoge el corazón, literalmente, lo hiela. El altavoz del sonar y sus lamentos que llegan rebotando por encima de las pequeñas olas provocan sensación de tragedia en mis dedos que no pueden relajarse ni soltar el cañón. Sus gritos están llenos de miedo, incomprensión y desamparo.
Al nacer miden 7 u 8 m. y pesan 2,7 t., como un hipopótamo adulto.
—Desconecta el sonido, por favor ­—le pido alzando la voz al operador.
Y ahora lo más penoso. Cargo un arpón sin explosivo para no destrozar la presa que es cuatro veces más pequeña que la madre.
Disparo y cometo mi segundo asesinato de la temporada. El arpón se ha clavado en la cabeza del pequeño que muere al instante.
Que se joda la humanidad, extinguiría todas las ballenas del mundo para castigar a todos los seres humanos.
El tamaño de su garganta no permite tragar objetos más grandes que una pelota de playa.
Dios creó a las ballenas imperfectas e indefensas en un mundo de hienas y carroñeros.
Se asfixian con poca cosa. Malditamente indefensas.
Yo castigo la Divina Torpeza con cada arpón que cumple certero su cometido.
El operador del sonar me observa por un momento sin poder mantener sus ojos en los míos, siempre se le escapa alguna lágrima con los primeros asesinatos de la temporada.
—No está bien, no es bueno lo que hacemos.
—No lo es, amigo, pero nos toca ser los matarifes. Mejor nosotros que otros carniceros que sabes que las matarán lentamente, con mil arpones hasta cansarlas —respondo sorbiendo café, sin confesar mi gran dolor, mi profundo desprecio a la humanidad.
Puedo ser frío como el mar donde ahora flotan muertas las ballenas.
Estamos sentados en la mesa de la cocina. El cocinero siempre sabe de nuestra depresión cuando asesinamos, así que nos prepara abundante café tras la caza.
—Jamás entenderé como puedes hacer esto. Sé que algo hay de dolor en tu mirada con cada pieza que cazamos, pero mejor que tú, no lo hace nadie. Estoy contigo.¡Salud arponero!
—¡Qué Dios reviente, compañero! —siempre brindamos tristes con nuestro café, siempre le deseo la muerte a Dios.
Chocamos nuestras tazas mientras en cubierta gritan y corren marineros y carniceros; ya están subiendo a la madre y al hijo para cortarlos en pedazos.
La puta gran tragedia no ha hecho más que comenzar esta temporada.






Iconoclasta

29 de marzo de 2014

666 la rotunda sinceridad


Una vez has acuchillado a Dios cincuenta veces, te has de asegurar que no siga despidiendo su "sagrado hálito" mierdoso. Acerca un pequeño espejo a su boca para asegurarte que no se empaña de su "celoso" aire vital y arráncale con él sus fríos ojos muertos.
Y haciendo todo esto y eyaculando  en su sacratísimo rostro, no obtendrás ni a diezmillonésima parte de placer que él obtuvo jodiendo tu vida y la de billones de seres.
Con el pijo aún húmedo, sigue caminando solo, como en definitiva has caminado por la vida. No te apartes de la Vía Solitaria o encontrarás falsa amistad, falsas sonrisas y falso amor.
Llegarás directamente a Mí, y te descuartizaré ante la sonrisa de tu esposa que me estará metiendo un dedo en el ano para excitar mi diabólica próstata. Seré Yo quien diga que he acabado con el cochino Dios.
Y por una vez en tu vida, habrás encontrado conmigo la más pura y rotunda sinceridad.
Tu hija, a propósito, está clavada a mí, ensartada por el coño con mi pene que le ha destrozado el intestino grueso y fracturado su cadera. Está muerta, claro.
Me reconocerás porque soy un Dios Negro en toda su infinita crueldad y porque caminaré con el cadáver de tu hija aún enganchado a mí, destrozando su muerta cabeza caminando por este pedregal.
Ya sé que no te importa demasiado, quien mata a Dios pierde todo lazo de unión con el resto de los primates, sean hijos o padres. Solo quería ser desagradablemente vanidoso y sincero hasta la podredumbre.
No quedará nada de ti, ni un recuerdo delirante por haber matado a ese puerco Dios.
Sabía que no saldrías de la Vía Solitaria, nos vemos en un segundo.
Siempre sangriento 666.










Iconoclasta