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29 de abril de 2022

La guerra, esa salvaje libertad


En la guerra hay una libertad salvaje: matar es gratis, un deber. Y se recompensa.

Si te acostumbras a trabajar todos los días como un esclavo, matar será coser y cantar, pura liberación. Solo tienes que romper ese escrúpulo inicial, matar al primero. Y verás que da resultado, no pasa nada. Y a partir de ahí, el placer.

Y nadie te preguntará si lo haces por la patria o por ti mismo. Porque sería estúpido preguntar lo obvio y saber que te mentirán siempre.

Ahí, en el instinto más primigenio de la caza, se encuentra el máximo exponente de la libertad humana.

La más salvaje y sincera libertad.

Lo difícil será cuando acabe la guerra: dejar de matar, perder la libertad.

Y es que no solo sale gratis matar en la guerra: ¡Te pagan por ello! (muy poquito, pero menos sería una mierda).

Con razón las guerras se hacen tan largas; perder esa libertad salvaje es volver a la aniquiladora y gris mediocridad. Y que tu vida deje de estar amenazada es un aliciente menos para la emoción vital. Se vive más tristemente viajando en metro con un bozal de perro obediente.

En definitiva, arma a un mediocre analfabeto y tendrás en pocas horas a un obediente y fanático asesino. Si le añades inteligencia, tendrás además a un héroe carismático y amado por todas las mujeres y algunos hombres, claro.

Por ley, por la patria es lícito matar. Y esto es la verdad irrefutable.

Y la otra verdad universal es que un ser humano que mates, es un ser humano menos que deseará matarte. Estas cosas funcionan así. Quieras que no, matas.

Así que toda esa mierda hipócrita de “crímenes de guerra”, solo se aplica a los que han perdido la guerra para encerrarlos largos años, matarlos o simplemente humillarlos como si fueran asesinos monstruosos.

Los exterminios automatizados y mecanizados, como eran los de la Alemania Nazi, es otra historia que trasciende a la guerra, otra dimensión más aberrante. Y son criminales de guerra también (ahora sí) muchos países y su permisividad mirando a otro lado (entre ellos los curas del Vaticano), o que lo negaron, o dijeron ignorar. En Nuremberg hubo muchos asesinos sin juzgar por aquel genocidio. Y también hay muchos criminales de guerra libres o no juzgados, próceres ejemplares de otros lugares y tiempos.

Pero como soldado… ¿Cómo no matar con emoción y precisión (si puede ser) a otro?

En tiempos de paz, la hipocresía, la cobardía y la mansedumbre campan a sus anchas como las ratas en un vertedero.

Es la guerra, tú no la pides, te llevan. Así que tranqui, haz tu trabajo y disfruta. Porque luego vendrá la misma vida, la misma grisentería que hace del aire algo sucio que no puedes evitar meterte en el cuerpo.




Iconoclasta

2 de abril de 2021

De patrias e ignorancias


El problema surge cuando has viajado y conocido otros lugares con tiempo, comprendiendo donde te encuentras y lo que ves.

Lo más probable es que pienses que al fin y al cabo, donde naciste no es tan bueno y perfecto, no se come “como en ningún otro sitio” y no tiene tanta cantidad de climas como para convertirse en el paraíso de mierda que los patriotas o nacionalistas dicen que es.

Si no eres un mediocre con el coco adoctrinado por patriotismos, nacionalismos u otros fascismos, acabas concluyendo que no tuviste muy buena suerte con tu lugar de nacimiento. Y eso ocurre cuando tienes ciertas inquietudes por conocer y saber, y así desarrollas inevitablemente el asco por el lugar que te mantiene prisionero.

Los patriotismos destruyen todo tipo de libertad, adoctrinan basura y tergiversan la historia a su favor. Más que una nación, hoy día los países se han convertido en sectas, en facciones radicalizadas por las redes sociales que a la velocidad de la luz, hacen correr sus mentiras y podredumbres. Sectas formadas por analfabetos funcionales aptos para trabajar y ser estafados en su trabajo y aceptándolo todo de sus amos, a los que han votado, con mansedumbre. Llevan bozales y padecen miedo crónico como si formara parte de su ADN.

El resto vivimos cada día más asqueados de ese fascismo que pretende inculcar sus ideas sucias, su indignidad y una mansedumbre digna de reses en un camión al matadero.

Los patriotas de mierda te quieren joder como individuo y convertirte en un trozo de mierda que haga lo que le dicen.

Los países y sus patriotas son granjas y cerdos, nada más. Los gobiernos solo son criadores o ganaderos de porcino.

La patria podría ser un supositorio en mi recto aliviándome de un estreñimiento, porque es lo que me provoca la devoción patriótica: cagar.

Fuera de sus propiedades terapéuticas, el nacionalismo es un estiércol venenoso para la libertad y el conocimiento.

El ejemplo más obvio es España, sus taifas y su decadente pánico y mansedumbre.






Iconoclasta


17 de julio de 2016

La Sierra del Silencio


Tienen miedo, se sienten vergonzosamente inseguros.
Por eso gritan y demuestran euforia entre risas.
Son cabezas de ganado de sus poblaciones limitadas por hormigón, ladrillo y asfalto, por falsas arboledas debidamente urbanizadas.
Están tan adaptados a su entorno, tan necesitados del roce de sus congéneres, que gritan y jalean continuamente en sus bicis o marchando en grupo para alejar el temor que les inspira un lugar que no es habitual.
Ellos mismos marcan su libertad a unas horas, unos días. Sobrepasado los límites, necesitan volver a su redil, a sus ruidos, a sus fétidos olores.
Tengo una maravillosa carencia: no siento afecto por el lugar en el que nací. El lugar en el que nací se convirtió con  la edad en una celda de muros enmohecidos.
Porque yo no pedí nacer allí.
Quiero lo que busco, no lo que me dan.
No quiero patria, con el tiempo me aburren todos los lugares, todas las gentes.
Necesito amplios espacios para mi animalidad.
Para orinar en libertad o regar con semen el pie de un árbol cuando estoy en celo.
Caminar en silencio me da paz, me llena, reafirma mi libertad. Me molesta la cháchara humana, la que hace mierda el silencio, la magia de la soledad.
Están cagados de miedo porque no es su lugar, donde nacieron. Donde viven sus papás y mamás. Pobres hijitos que en su madurez aún necesitan los mimos maternos.
Caminantes parlanchines en multitud...
Siento vergüenza por los humanos y su necesidad de consuelo mutuo.
Quieren vivir y morir en grupo.
"Voy a morir (o a mear). ¿Me acompañas?", dicen, piden, ruegan...
Mierda, yo no quiero eso, me da cólicos el trabajo en equipo.
Doy gracias al azar por haberme hecho valiente. Por haberme hecho solitario. Cuando ellos lloran, yo fumo tranquilo paso a paso cerrando los ojos de placer por el aire frío que da consuelo a mi hostilidad.
Adoro la luna que saca lo mejor de mí en noches solitarias de silencios letales.
Doy gracias al azar por mi vagar tranquilo, por mis certeras palabras que toman forma en la intimidad de una montaña.
Doy gracias a la suerte por no ser un cobarde en crisis de euforia. Por mi capacidad de hacer de las personas vidrios completamente transparentes, trozos de carne alimenticios.
Tal vez, estoy viviendo una edad, unos años que no me pertenecen. Debería haber muerto hace tiempo, cuando sentí la aséptica mordida del hastío.
No soy un Bukowski o un Kafka, no soy alcohólico, no estoy loco.
No tengo excusa ni perdón por mi pensamiento gélido hacia la especie humana, soy cien por cien un descontento nato, sin aditivos, sin llantos narcóticos.
Poco a poco diluyo el mundo que me dieron y le doy forma al mío. Cada vez más solo, cada vez más sólido.
Y sin darme cuenta, he medido los tiempos por la aparición de animales, por la floración, por el calor y el frío.
Olvidé que una vez los tiempos los marcaban los colegios, las vacaciones, las festividades. Todo eso está tan lejano, es tan borroso. Como si no hubiera existido.
Lo hermoso tiene un contundente poder y barre las miserias con una facilidad pasmosa.
Encuentro rincones donde escribir sobre cobardes y ganado humano, y el tiempo se pierde sin que me pese.
El rumor de hojas y agua, el trinar de mil pájaros, el lejano pitido de un tren...
Todo ello me hace saber que estoy muy lejos de todo, al fin.
Estoy en la Sierra del Silencio, donde las reses humanas gritan su inseguridad de vez en cuando.
Soy un hombre lobo, un error: solo debería ser lobo.
Bien, nada es perfecto, soy tolerante.
Pronto se irán a sus queridos lugares de mierda.
Y los pocos que queden, serán mi alimento.
Me tranquiliza.



Iconoclasta