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27 de septiembre de 2018

Último otoño


Dan ganas de despedirse de alguien o algo cuando el otoño irrumpe por primera vez con un viento frío y una tarde oscura.
Cuando ayer hacía calor y el planeta, repentinamente pierde unos grados de temperatura en este lugar. Y te los arranca de la piel si estás donde debes, donde quieres.
Tal vez sea porque todos los animales solitarios sabemos que los inviernos son las pruebas que hemos de superar para merecer el título de “seres vivos” otro año más.
De ahí ese tétrico deseo de decir adiós, tal vez sea el último invierno.
A medida que pasamos inviernos, estos se hacen más duros.
Como el pellejo, los huesos y el corazón.
Me despido de los animales y las montañas. De los árboles y los musgos. De los ríos y los senderos solitarios que hacen audible mi vida con cada paso.
Y secretamente me despido de mi hijo, de la que amo, de mis amigos y los desconocidos que entre ellos debería haber algún buen ser. En secreto, porque me da vergüenza confesar que es posible que muera, suena a tragicomedia barata para quien no ha sentido sus pulmones ensuciarse de la propia sangre.
El otoño es una melancolía porque evoca tiempos de muerte y lánguida belleza con sus saturados colores.
Y las ramas-esqueleto que han perdido sus hojas, no mejoran el 
ánimo con esa hermosa tristeza planetaria y vital: tal vez no vea otro año más.
Y vuelvo a pensar que es la época más hermosa, la que me hace trascendente. Cuando estoy triste, mi alma es más pesada, soy más…
Tal vez sea eso, las ramas desnudas, lo que hace la muerte peligrosamente cerca. Ayer bullían hojas verdes y el movimiento les arrancaba sonidos suaves, sedosos. Hoy suenan a cáscaras secas arrastradas por el viento en los caminos y lucen los árboles como cadáveres descarnados.
Lo que en verdad hace el otoño, es despertar esas reminiscencias inmortales del instinto, una serie de emociones y reacciones que permanecen inalterables en el tiempo. Hace cientos de miles de años, los inviernos mataban por el frío, por la falta de caza, de alimento…
Por ese instinto buscamos la teta al nacer, por eso follamos sin manuales de instrucciones; y por eso sabemos ante según que dolor, cuándo la muerte es inminente: duele de forma extraña un órgano y pensamos que algo huele a podrido en Dinamarca. Y tenemos razón.
Me gusta la tristeza de pensar en morir entre las frondosas e invasivas montañas.
El otoño le arranca las hojas a los árboles y los últimos calores a la piel advirtiendo: “Tienes hasta la primavera para sobrevivir. Sé fuerte o muere. Ten suerte o muerte”.
Seré muerte, porque nunca he tenido suerte. Es tan fácil morir…
Qué curioso… Todo lo que importa en este otoño acaba con las mismas letras:
fuerte
muerte
suerte
Solo coño se parece algo a otoño.
Me gustan el otoño y el coño, no sé cuál más.
Hay que forzar una sonrisa o un sarcasmo en otoño, o te come vivo.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

22 de mayo de 2018

Fulminante


La naturaleza no tiene porque transmitir paz, sosiego, equilibrio o una espiritualidad mística.
La naturaleza es un caos.
A la naturaleza le importa una mierda tu necesidad de tranquilidad y búsqueda interior.
No puedes estar quieto y contemplativo demasiado tiempo. Si te detienes, mueres.
Yo soy como ese desconcierto de nubes; por viejo que me haga, sigo odiando y amando con fuerza paranoide, admirando y escupiendo. Sangrando por dentro y hacia fuera.
Y quiero follarla. Follarle la boca y el coño de tanto que la quiero.
Deseo matar a quien odio: le deseo lo peor a él y a sus hijos y todo lo suyo que pueda nacer.
Y reírme a carcajadas asfixiantes de quien sufre o goza y de quien viva o muera. No importa, todo depende del momento. De mi caos, del caos del planeta que marca mis días inevitablemente.
A veces lloro sangre y no necesariamente muero, me mantengo en la jodida vida aunque no quiera.
Soy esa vorágine de nubes que no busca sosiego. Solo quiero reventar mi vida y el mundo en mil pedazos.
La serenidad llegará con la decrepitud, con la muerte.
La naturaleza a veces parece quieta, posa para la foto. Pero hierve como yo de vida, de muerte, de amor, de odio, de violencia, de dolor, de enfermedad, de porquería…
La vida no es bella, no destaca por eso.
La vida es fulminante.
Y mi mecha llega al final sin que tenga una especial necesidad de sosiego.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

19 de febrero de 2018

Forastero



No sé que pensar de este momento hermoso.
Quiero soñar que el árbol da gracias al sol con mensajes encriptados en volutas de vapor, en jirones de vida. Que lo invita a un trago de su propia savia por el calor necesario que le regala tras la noche helada.
Soy un extraño entre ellos dos, un pequeño ser que ve cosas más grandes de las que debiera. Porque estaría más tranquilo si no supiera de la inmensa vida de otras cosas y seres. No haría la mía tan ínfima.
Demasiado grandes en su poder y en su edad.
Grandes en sus vidas interestelares y profundamente clavadas en la tierra.
Soy tan efímero, tan desarraigado de todo…
He tenido un casual privilegio de estar tan cerca de ellos.
El planeta no habla conmigo, no soy parte de él. Solo asisto a encuentros de amigos de una forma accidental.
Mi pensamiento no trascenderá, no será vapor; al menos visible para nadie.
No habrá la huella de un tullido en la tierra que ha asistido, sin pretenderlo, a la charla de dos seres de una trascendencia inabarcable.
Mi piel se abrasa con el sol y se hiere con las cortezas de los árboles.
Mis piernas se rompen con chasquidos que no me dejan dormir cuando los evoco en el silencio y la oscuridad de la noche, cuando me enfrento a mi pensamiento.
Mis ojos padecen con los rayos del sol y el frío.
Hay una belleza letal en el planeta, hay una íntima complicidad que me hace forastero.
Y hay tanto tiempo que me falta vida.




Iconoclasta
Video y foto de Iconoclasta.

18 de enero de 2018

Una mañana hermosa



Es una mañana preciosa, fría como mi pensamiento; que no es precioso.
Solo eficaz.
La niebla es alta y hace velo en el rostro de las montañas.
El sol luce blanco y relajado, sin presiones sobre mis hombros y ojos. Tanto, que una luna llena de gris plata se dibuja nítida en pleno día, suavizada como la piel del melocotón.
Nadie lo puede estropear, ninguna palabra, ninguna presencia. Está tan lejos la belleza, tan inalcanzable…
No deseo tocarla, me conformo con que me cubra.
El sol y la luna no parecen fuerzas antagónicas. Simplemente charlan sobre mi cabeza, mirando distraídamente el planeta. Como si la batalla planetaria fuera un trabajo y ahora descansan los dos operarios fumando un cigarrillo en el patio.
A mí no me miran, no me mira nadie. Ni lo quiero, soy un animal oculto que no deja que su animalidad y humanidad puedan ser detectadas.
Solo soy árbol de raíces incómodas e irritadas, de savia roja como la sangre oxigenada de ira.
A veces todo es perfecto, el decorado…
Tal vez debería anotar este día como efemérides, recordar que un día la luna y el sol se tomaron un café sentados en una mesa cálidamente desdibujada por una fría bruma.
Fría como mi pensamiento que jamás se toma un café charlando con la bondad si la tuviera.



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

5 de noviembre de 2017

El oficio más triste


Los terneros, separados de los adultos, duermen juntos en el prado templado por el sol de mediodía como en una guardería humana.
En algún momento alguno se incorpora y hociquea a su madre en un costado. Ésta le lame los ojos y el hocico. El pequeño mete la cabeza entre sus patas buscando la teta. Buscando el cariño que toda cría necesita, sea vaca o humana. Buscando amparo en este gigantesco mundo.
Siento una profunda tristeza, como una herida sangrante en la emoción de la ternura; el triste final. Terneros y madres morirán sin oportunidad de defenderse, sin oportunidad de tener una vida completa.
Ser ganadero es el oficio más duro, el más triste.
Vivir cada día con esos seres tan llenos de emociones. Todos los días ver y experimentar esas necesidades de cariño, de crecimiento que los humanos también sienten. Relajarse observando su sencilla placidez: como se tumban al sol en silencio cuando han comido, como si todo estuviera bien y por lo tanto, nada que decir.
Todas esas vidas que se cargarán en un camión y luego matarán.
Tantos meses compartiendo sus días…
No podría, no tendría valor para ser ganadero.
No puedo cruzar un prado y pensar solamente que viven en paz, que son seres hermosos.
Hay una tragedia escrita como una ley. E inquebrantable.
Han de morir, en unos meses.
A veces las saludo porque me observan cuando paso frente a ellas. Les digo: “¡Hola guapas, buenos días!” si no hay nadie cerca.
E intento no pensar en lo que ocurrirá, no quiero que puedan intuir mi tristeza.
Todos morimos; pero no con la absoluta certeza de la inmediatez, la norma y la indefensión.
Sobre todo, la inocencia. No lo imaginan, lo sé por sus miradas tranquilas, por sus mugidos perezosos y plácidos. Porque los pequeños a veces juegan entre ellos y se vuelven a tumbar en la hierba cansados. Juntos, como amigos de clase.
Son muy pequeñitos para que alguien les diga la verdad. Las verdades no deben decirse jamás; solo hacen daño y corrompen la alegría.
Yo no podría matar a mis amigos.
Pobres hombres y mujeres que deben hacerlo.
“¡Adiós bonitas, hasta mañana!” me despido de ellas con la alegría más triste del mundo.
La belleza de la montaña encierra una tragedia que colapsa la alegría.
La belleza es un animal venenoso de atractivos colores.
Es como si hubiera una norma que dijera que siempre es un buen momento para la pena y para morir.
No hay belleza sin dolor.
A veces siento un cansancio vital, como si no quisiera saber más, ver más.
Ya lo he vivido todo.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

1 de agosto de 2017

La verdad de las cosas hermosas



La verdad de las cosas hermosas se muere entre los embates de mil imágenes y sonidos vulgares, entre ingenuas, indignas e imposibles ambiciones.

La nobleza y el valor sucumben ante ídolos de plástico sin mérito, marcados con muchos logos.

Y el vuelo de un águila apenas llama la atención cuando se mira con ojos idiotas la pantalla de un teléfono. Un animal bebe en el arrollo y provoca una ternura que es todo lo contrario (de una forma muy tóxica) de lo que siento por la humanidad.

Se crean de la nada, como malos hongos, los malos escritores de una frase y aparecen acomodados e indignados defensores de la libertad y la justicia, que teclean sentados sobre sus gordos y fofos culos.

Las cosas bellas son arrolladas por aludes de mierda que bajan veloces por un vertedero.

Y los que no deberían haber nacido babean por el coño de una puta de revista que no pueden pagar. Sufren por el coche que no tendrán jamás sin vender el ojo del culo a un banco.

Yo vomito en la intimidad del bosque, me purgo todos los días de tanta mierda que me hicieron tragar y cuido e hidrato el ano que tantas veces me rasgaron.

Solo que no aprendí, yo no aprendo, no lo necesito. Nací sabiéndolo todo y deseaba buenos días con una sonrisa a quien quería  ver muerto.

Pido y deseo la guerra, el hambre y la enfermedad en todos los rincones del planeta.

Que los muertos bajen como troncos río abajo, a centenares por minuto.

Que todos los humanos sufran como la verdad de las cosas hermosas agoniza entre la hipocresía, la cobardía y la estupidez.

Si Dios existiera, sería YO. Y no estaríais leyendo esto, bajaríais putrefactos río abajo, con los ojos comidos por los cangrejos.

La verdad de las cosa bellas no da serenidad a mi ánimo; no aplaca la ira, el odio y el asco. Los magnifica hasta crear una apasionante literatura misántropa.

Y me gusta, ya hay demasiados filántropos en el mundo, hay que equilibrar tanta bondad de mierda.





Iconoclasta
Foto de Iconoclasta

29 de enero de 2017

Frialdad y aridez



Así es el mundo sin ti, un páramo de gris sobre gris, sobre gris, sobre gris...
Si te tuviera de la mano, te susurraría al oído lo bella que es la gélida y desolada tierra.

Ojalá...

Y es que allá donde estés contagias la belleza a todas las cosas, mi hermosa mujer.
Amar es una narcosis, una continua alucinación.
Es vivir constantemente en un mundo gris y calcular sus posibilidades contigo.

Ojalá...

Amar en soledad no tiene consuelo; pero es de una pureza absoluta.
Y le da una importancia a mi vida que sin ti, no tendría.

Ojalá...

Ojalá pudiera decirte que no me gusta ese páramo helado arrasado y estéril.
Ojalá pudiera pedirte que me arrancaras de toda esta gélida aridez de grises y me dieras el calor de tus pechos.
El ardor que esconden tus muslos.

Ojalá...

Pero no puedo sustraerme a la dramática belleza del hielo.
Porque soy un pensamiento devastado y no puedo imaginar, no encajaría en un trópico de color y calidez. Lo infectaría de frialdad y grisentería como tú eres capaz de dar calor y belleza a la tierra que pisas.

Ojalá...

Como no tendría sentido un asteroide en la atmósfera, que acabaría con la pureza de su asepsia y frialdad para convertirse en una roca donde arraigara un musgo, un liquen.
Al final, solo soy una foto dramática en una revista entre tus manos.

Ojalá pudiera, mi amor.




Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.



7 de noviembre de 2016

Mismo tiempo, mismo lugar


Me pregunto si se le ha caído el cigarro de la boca. Y si ese gesto es desagrado o simple aburrimiento.
Sé todo del ser humano; pero de los seres que no hablan, no estoy seguro de intuir lo correcto.
Solo puedo concluir que tenemos en común estar en nuestro lugar, aunque no sea el tiempo adecuado para vivir una larga vida con una feliz muerte.
Sus orejas etiquetadas, lo dicen. Y un latido insano en algún lugar de mi cuerpo también.
Tal vez ella lo oye.
Observamos nuestro final entre miradas recíprocas y tranquilas. 
Sin mala intención. Solo es algo casual, informal.
Somos muertes que caminan a cuatro y dos patas.
Nada excepcional, tan solo una romántica conclusión.
Es lo que tienen los momentos bellos: ponen de manifiesto lo escasos que son y conllevan una tragedia tranquila.
Da pereza morir en un momento hermoso.
Cuando eres un hombre total, la muerte tiene la misma trascendencia que la hierba que pisas. Piensas en ella con comodidad, sin drama.
Con una sonrisa íntima y un poco sarcástica.
Solo importa que es un hermoso animal y es hermosa la tierra en la que descansa.
No me puedo quejar, estoy frente a ella y hace frío.
Estamos solos y estamos bien.
Y respiramos un silencio suave y mullido que cuida de las ideas bellas y de los instantes hermosos.
Pienso en quien amo y en besarla aquí arriba, besarla y presionar sus pechos con el mío, con su rostro entre mis manos.
Cálidos hilos de saliva unen nuestros labios... Aquí, en este improvisado santuario en el que no rezo a nadie, simplemente me dejo arrastrar por mi propio pensamiento.
Enciendo un cigarrillo y un viento suave arrastra el humo rápidamente, como telarañas desgarradas.
Las arañas deben blasfemar cuando eso ocurre.
Me río del mal chiste porque no puedo evitar pensar en una araña enojada.
Mejor enojada que muerta.
Adiós vaca, que te vaya bien. Y si no es así, no te preocupes, somos dos en el mismo tiempo, en el mismo lugar.
Bye...



Iconoclasta
Foto de Iconoclasta.

28 de enero de 2016

Acoso y derribo


Esas vibraciones de amor que solapas entre las frecuencias de tus cuerdas vocales me impactan con dureza en el ánimo.
En la polla. No puedo con más sutilezas sociales, tú ya me entiendes.
Estoy cansado de dulzuras y ternuras.
Mi pene no es suave, no es hermoso. Es un tronco venoso e impúdico.
Soy el acoso a tu piel y a tus labios, a los cuatro...
No hay parangón en la naturaleza o el arte con mi elaborada obscenidad.
Espoleas mi instinto de caza. Me haces predador en un mundo de civilizadas mentiras, de elaborados rituales donde hombres y mujeres visten ropajes de llamativos colores, con vistosos accesorios, con teléfonos que se meten entre las piernas, en sus coños y anos.
Mi sonrisa esconde el deseo obsceno y fiero de tu carne, la absoluta posesión de tu alma.
Sin importar el decorado, te follaría en el más sórdido rincón del mundo.
Entre cadáveres. En un matadero entre despojos viscosos, resbaladizos...
Me la pones dura y pierdo el control, cualquier asomo de humanidad.
¿Cómo te lo diría? Tu coño es mío.
Eres la más fascinante presa.
Te deseo, te ambiciono íntegra y completa, quiero ser tu pensamiento y una carne clavada en ti.
No puedo perder más tiempo evitando desgarrarte la piel con caricias preñadas de voracidad. Necesito el derribo, que cedas a mi animalidad.
¿Acaso no ves esta erección? ¡Me duele!
¿Crees que esos labios en movimiento, sonriendo, besándome bastan para rendirme? Soy un animal que orina en alto, tu belleza exalta mis instintos más básicos.
Y la víctima soy yo, no me engaño.
Un cruel enamorado, tu furtivo predador. Sin opción, no puedo elegir.
Eres mi desquiciado deseo.
Soy la torva mirada clavada entre tus muslos, acechando sediento y hambriento el momento en el que cedas y tus piernas se separen rendidas a mi fiera ansia, mi desbocada voracidad.
Mi goteante y lácteo deseo.
Una bestia encelada que se frota salvaje contra las ásperas  cortezas de los árboles. Castigándome, intentado evitar llevarte a un lugar donde no hay humanos, agotando un último acto de racionalidad.
Donde las bestias sangran de pasión al follar...
Sangro por ti, me mutilo por ti.
Te derribaré, está próximo el momento.
Soy un hombre que desea ser tu pensamiento, penetrar en ti, en toda tú.
Arrancarte del mundo y llevarte al mío.
Me despojas de escrúpulos, me haces bestia, maravillosamente animal.
Lo sabes, cielo. Te gusta ver mi desesperación, disfrutas con ello, mi hermosa hembra de miradas indecentes.
El acoso es un hecho, llega el derribo, mi amor.
Y el derribo, cuando te llene y te invada, avergonzará al mundo entero.
Pero... el derribo es tuyo ¿verdad? Lo has logrado, has conseguido lanzarme a las profundidades, arrancarme todo rastro de sucia y mediocre humanidad.
Eres hermosa en tu soberbia.


Iconoclasta

23 de octubre de 2015

Perdóname


No llores, mi amor.

No cuando no puedo darte el calor de mi piel.

¿Te das cuenta de lo hermosa que te hace tu tragedia? ¿Te das cuenta de mi angustia por las lágrimas que se bebe la tierra sin que corran por mi pecho?

No llores si no puedo envolverte, ten piedad...

No muestres tu tristeza a este mundo de mierda.

¡Qué valiente eres!

Confieso que tu llanto es mi paz. Me construye como tu hombre, porque no existe nada tan íntimo que asistir a tu tristeza en la madrugada.

Todo irá bien, cielo.

Perdóname por verte tan hermosa, tan mujer cuando la tristeza te abruma.

Perdóname por amar tus lágrimas.

Amarte me hace egoísta y tu llanto pone a prueba mi decencia.

Temo amarte más, porque descubrirá lo más bajo de mí, lo que yo mismo me niego.

Llora en mí, hazme saber que soy tu consuelo, tu fortaleza.

Llora...

Perdóname, amor.




Iconoclasta

17 de mayo de 2015

El alquimista y la áurea proporción


Ella es la áurea proporción.
Toda ilusión es inalcanzable, es el perfecto y áureo drama.
La medida de su cabello negro como noche sin estrellas, es la exacta y única posible proporción para que caiga sobre sus hombros y en cascada se precipite acariciando sus abruptos pechos.
Un tortuoso sueño que no debe hacerse realidad, la proporción áurea de amor debe ser celosamente guardada en el nebuloso cosmos de la esperanza, que nada la corrompa.
Su arco superciliar es concha de caracol marino, la áurea medida que enmarca un ojo de ébano, el ojo de Horus, que rige la perfección de las cosas. Que vela por mi existencia, que me enamora, que penetra en mis sombras iluminando oscuridades que me hacían temblar.
Su retrato enmarcado en erotismo, tiene la exacta medida de los pináculos de los templos góticos oscuros y penetrantes en pesados y oscuros tiempos.
Mi fascinación es vieja como un cometa.
Sus labios son áureos y áureo el rostro que los contiene.
Mi amor no tiene proporción, es caos inconmensurable, no debiera amar lo que me es prohibido. Soy el desequilibrio áureo.
Ella es mi divinidad, aquello en lo que nunca creí.
Áurea es su espalda y el tercer ojo tatuado que me da paz, que cuida de mí.
Plomo son mis manos en su torso, pesadas, marcando una posesión imposible.
Áureo es su vientre que custodian dos lobos enamorados de ella, que rinden adoración a los sagrado que guarda. Verticales, parecen cobijados bajo la sombra protectora de sus pechos.
Dioses que velan las áureas entrañas que esconden el secreto de la divina y perfecta reproducción.
Hay un pene goteando un fluido denso, ajeno a la imposibilidad, como un animal que de sus belfos escurre la baba de la voracidad observando entre las altas hierbas a su presa. Hay un pene queriendo invadir de vida lo sagrado de la áurea proporción.
Su sonrisa es una elipse de ópalos blancos de áureos volúmenes que podrían haber barrido toda la frustración y la tristeza que mi vida acumula.
Mi boca es un grito vergonzoso de fracaso, la pérfida proporción de la desesperanza.
Soy un alquimista que ha topado con la áurea perfección y maldice el conocimiento que es tormento, que aporta el dolor de una verdad pergeñada en las dunas de los mares de la aniquilación.
Porque mi fin era ella, mi misión.
Y el tiempo el enemigo invencible derramando arena en mis ojos.
Los alquimistas murieron hace siglos, soy solo una esperanza flotante, un vapor de muertos en un gótico cementerio oscuro y tenebroso.



Iconoclasta

24 de diciembre de 2014

Carta a un amor que espera

No sé donde estás, pero sé que existes. Me lo dice toda mi piel.
Deberíamos estar juntos ya, mi amor desconocido, pero han surgido problemas. Soy falible.
He cometido error y he caído en una trampa de tiempo frustrante. Una confusión...
Pero lo he solucionado, cielo. Ahora voy disparado y certero a ti como una flecha. Como las que disparaba en el bosque con mi arco antes de ser tullido.
No importa donde estés, voy a ti con el corazón acelerado.
Bum-bum, bum-bum..
Perdona si me demoro un poco; pero la pierna a veces me duele más y otras menos.
No sé como eres, solo sé que que eres preciosa y te reconoceré.
Soy tímido, un poco anti-social; pero bailaré contigo una canción lenta y te besaré.
No desesperes. Te lo tengo que decir porque aún no me conoces: cuando me propongo algo, lo hago.
Sin juramentos ni ceremonias. Es connatural en mí.
Así, si sientes unos nervios en el estómago, soy yo pensando en ti. Dirigiéndome a ti.
Sé que estas fiestas de fin de año estaremos solos; pero no cierro por vacaciones, ni por dolores, ni descanso, mi amor.
No me detendré, llegaré con el frío o con la templanza de la primavera.
Llegaré antes de que sea tarde.
Esa alarma en tu estómago, muy adentro, esa pequeña contracción nerviosa; mantenla viva, porque soy yo rastreando tu ser en el planeta.
Mientras tanto, mi amor, no te sientas sola. Sé que estás aquí, en el universo. No sé si en algún lugar cercano o remoto.
Quisiera que estuvieras cerca, tengo prisa por comerte a besos; pero es solo un detalle sin importancia. Por lejos que te encuentres, llegaré a ti con todas mis fuerzas, para que te sientas orgullosa de tu hombre.
Rápido como un expreso de medianoche.
Nuestra soledad es solo un instante en el cúmulo de la vida.
Felices fiestas, cielo. Ya casi llego.
Te amo.
Con ansiedad: tu amor desconocido.

P. D.: Sé que eres valiente, por eso te amo también.
No soy un niño: sé muy bien que podría morir antes de llegar.
Si se diera el caso, mi vida, mantente viva e ilusionada, porque naciste para ser amada, yo soy solo un corredor con desventaja en tu búsqueda y conquista. Conmigo no acaba el amor.
A pesar de esta posdata de madurez y controlado pesimismo, llegaré a ti, cielo.
Te amo a través del tiempo y del espacio, en todas las dimensiones.







Iconoclasta

18 de febrero de 2014

Geometría con la luna


No sé que coño significa, no sé porque observo la luna al amanecer por encima de la vulgaridad de un pinche depósito de agua (es obvio que no estoy en un bosque, carajo).
Tal vez no hay otro sitio donde mirar antes de que salga el sol de mierda y revele por enésima vez mi piel en toda su decadencia, a toda madre.
Tal vez sea un ejercicio de geometría sobre la verticalidad, perpendicularidad y toda esa mierda de la perspectiva; pero no hay perspectiva.
Vaya mierda de geometría.
Simplemente mis ojos son viejos como una piedra y mirar lo gris y lo anodino relaja mis ojos ya petrificados y quebradizos.
La luna era accidental, no me interesaba una verga.
No es arte, es algo puramente funcional.
Es solo que me queda a la altura de los ojos, y para lo que hay que ver, ya está bien.
Los hay que tienen suerte y viven en un bosque boreal donde los putos amaneceres son la hostia puta de hermosos y bellos.
A la mierda, yo miro ángulos, rectas y circunferencias, y no me pongo a llorar como un joto epatado por una belleza de mierda.
Punto.









Iconoclasta